Big Red Mouse Pointer

martes, 30 de abril de 2013

NH2: Capítulo 008 - Eva y Adán

La residencia de ancianos se encontraba mucho más tranquila de lo que Eva esperaba. Durante dos meses, tanto ella como Adán, su hermano pequeño, se habían dedicado a infiltrarse en aquel infecto pueblo perdido del páramo, denominado “The Hells”. Los recursos no eran precisamente abundantes, pero habían sido los suficientes para permitirles continuar con su labor de supervivencia. La ruta hasta allí no era completamente segura. De hecho, siempre escondía algún peligro, por lo que debían permanecer atentos en todo momento si no deseaban suspirar su último aliento con un trozo menos de carne en el cuerpo que significase un virus devorándoles interiormente. 

Mucho peor era el destino al que conducía. En los primeros viajes tan solo se encontraron con un par de muertos vivientes, pero a medida que transcurrían los días, las semanas y los meses, el lugar se repoblaba con esos imparables llegados de quién sabe dónde. No es que vagase una tropa de devoradores tan numerosa como para almorzarse a los habitantes de una metrópoli sin pestañear, pero sí podían causar graves problemas a dos personas.

Sin embargo, no aquella vez. No. La masa de carne irracional concentraba sus esfuerzos en alimentarse de las múltiples parejas de supervivientes que parecían proceder de emplazamientos no demasiado lejanos. Este imprevisto suceso les había beneficiado completamente. 

¿Qué harían allí? ¿Buscaban recursos para subsistir? ¿Huían de alguna radioactiva urbe a la búsqueda de una mejor vida en la zona rural de Ontario? Lo cierto es que a la joven no le importaba lo más mínimo. Fuera como fuese, se habían encontrado desprevenidos ante una horda mayor de la que aguardaban. 

¿Sobrevivirían? Ella no lo dudaba. Y desaprovechar la oportunidad que les brindaban sería aceptar que sus muertes sucederían en vano. 

Fue entonces cuando tomó la decisión. Ambos registraron a contrarreloj los interiores de los locales más seguros, a la caza de útiles que hubiesen eludido durante sus anteriores recolectas. Quince cartuchos para la Winchester de la mujer ocultos en la trastienda de la armería y un envase de alcohol etílico junto a varias gasas esparcidas en un rincón de la farmacia. El resto de comercios no conservaban más que inútiles objetos personales, así como las viviendas, que además, no resultaban rentables por la cantidad de cadáveres que albergaban. Pero no muertos. 

Por eso el último recurso de la señorita Vento fue la residencia. No era la primera vez que la localizaba, pues el hecho de existir emplazamientos con bienes de mayor interés había ocasionado su apatía hacía el establecimiento anteriormente. Sin embargo, tras el agotamiento de los recursos en el resto de “The Hells”, el mayor enemigo de los ancianos se había convertido en su mejor aliado.

—Lo suponía. No hay nada —se disgustaba Eva al tiempo que entreabría infinidad de cajones del comedor principal—. ¿Cómo va todo ahí fuera?

Adán se había posicionado bajo el travesaño de una ventana, en un punto en que la oscuridad le ocultaba y su vista le permitía observar el exterior.  

—Exactamente igual que hace dos minutos —refunfuñó el chico—. Continúan escondidos tras el mostrador de la panadería —informó en referencia a los cuatro supervivientes más duraderos que todavía permanecían con vida.  

—Entonces no tardarán demasiado en ser devorados —cerró bruscamente el último de los estantes al no haber conseguido nada—. Aquí no hay que más pastillas para el reúma. Registraré rápidamente las habitaciones restantes y nos iremos de éste pueblo echando leches. Esta estancia parece segura, así que quédate aquí vigilando. Llámame por el walkie-talkie si tienes problemas. 

—Deberíamos ayudarles, Eva —interrumpió afligido el comienzo de la búsqueda. ¿No hemos sacrificado ya a suficientes personas?

Un presuroso vistazo a través del transparente cristal anunció que los devoradores habían logrado atravesar la entrada de la panadería sin esfuerzo alguno.  

—Ya hemos hablado de esto, así que no voy a discutirlo de nuevo. Tú has vivido las mismas penurias que yo en este mundo. ¿Recuerdas lo peligrosos que son los supervivientes? —Adán asintió con la cabeza—. ¿Te has olvidado de todos los que mataron los soldados? —El niño negó esta vez—. Y además, nos exponemos a los muertos. No voy a arriesgar nuestras vidas por unas personas que podrían ejecutarnos tras salvarles. Asunto cerrado —concluyó desapareciendo por la doble puerta que conectaba con el pasillo principal. 

Adán permaneció unos segundos cabizbajo en su escondite. Sabía que su hermana tenía razón, pero no lograba asimilarlo. Todo había cambiado demasiado rápido. Ya nada era lo que antaño. Y le costaba asumirlo. 

Observó el longbow que sostenía en su mano derecha. El mismo que controlaba con soltura. Podría haberles socorrido desde allí si hubiese tenido flechas que disparar. Pero aunque le quedasen, no se creía capaz de desobedecer a su hermana. No siempre podía estar de acuerdo con sus métodos, pero continuaban respirando gracias a ellos, y no era quien para cuestionarlos.

Su profunda mirada se dirigió nuevamente hacia el negocio situado en la paralela acera. Dos de los sobrevivientes ya servían de aperitivo para los hambrientos. Casi no les quedaba carne que engullir. 

Los que restaban se resistían como podían, aunque a él no se lo pareciese. Una mujer pretendía espantarlos atizándoles con una espátula. Su inteligencia no parecía estar lo suficientemente desarrollada como para informarla de que resultaba mucho más eficaz clavar el mango en el cerebro que golpearles con la lámina en el pómulo, como si se tratasen de burdos niños desobedientes. El hombre que la acompañaba tampoco se disentía demasiado de ella. Un par de puños desnudos no son armas suficientemente eficaces para contrarrestar el ataque de los devoradores. ¿Cómo podían ser tan rematadamente inútiles? 

Adán sintió el impulso de retirarse de su posición. Correr junto a Eva. Evadir todo recuerdo de aquellos que en segundos serían castigados con la tortura del rumbo indefinido. No quería continuar observando la escena. Cerró los párpados en un intento de autodefensa psicológica, y se prometió a sí mismo que ellos desaparecerían. Todos ellos. Cuando el sentido de la vista se liberase nuevamente, la transparencia no le mostraría crueldad ni baños de sangre. Tan sólo una calle desierta. 

Comenzó a contar hasta tres. Uno; inspiró el liviano oxígeno profundamente. Dos; lo espiró.

Tres… Su deseo se cumplió. O eso es lo que él hubiera querido. La cruda realidad era que continuaban allí. Los zombis se aferraban a las vestiduras de la treintañera. Como mínimo, cinco seres putrefactos se encontraban a escasos centímetros de su tersa piel. En un acto desesperado por salvarla, el cuarentón agarró a uno firmemente de una colgante amalgama conformada por carne y hueso que, en teoría, debía ser un brazo. 

Un acto completamente inútil, rozando lo absurdo. La mandíbula del zombi actuó mucho más rápido que los reflejos del superviviente. Los ensangrentados caninos se hundieron ligeramente en la muñeca del varón. Un enérgico alarido hizo retumbar su úvula cuando una porción del músculo fue arrancada ferozmente, permitiendo entrever  un fresco líquido rojizo que embadurnó varios azulejos de la panadería.

Apartó su visión repugnado ante el inhumano acontecimiento que había tenido el placer de presenciar. Trató de controlar las continuas náuseas que revolvían las paredes de su estómago cubriéndose la cavidad bucal con la palma de su mano. Se acurrucó buscando comodidad con el sencillo propósito de apaciguar su temor. Temblaba como si un cataclismo sísmico sacudiese enérgicamente el terreno. 

No era la primera vez que observaba un acto caníbal, y desde luego, no sería la última. Y siempre lo sentía. Un insufrible pánico que recorría su cuerpo desde la coronilla hasta la punta de los pies. Podía disimularlo en determinadas ocasiones, mas eso no significaba que se evadiese. Para nada. Su visibilidad se encubrió por segunda vez. Su  entendimiento volvió a repetir “Esto no es real”, a lo que el niño se contradijo con un reverente “No es cierto”.

Engañarse a sí mismo era imposible. Se conocía perfectamente. Anhelaba creer que aquel horror no era más que una pesadilla de la que despertaría pronto. Sin embargo, a medida que su pensamiento le manipulaba con mentiras, su raciocinio le defendía de ellas. Quería afianzarse a una esperanza, pero no podía.

Suspiró. El vapor de agua que despidió se desvaneció al inminente contacto con la atmósfera. Recuperó la admirable visualidad de la mugre arrinconada en las aristas solamente para localizar su transceptor de radio portátil correctamente conservado en la mochila de plástico que le acompañaba. Una vez localizado, lo extrajo de ella y presionó el botón rojo lateral. 

—¡Joder! ¡No queda absolutamente nada! —se encolerizó Eva. Ni en los dormitorios personales, ni en los baños, ni siquiera en la cocina. Y no es que pensase encontrar un suculento buffet preparado especialmente para su deguste acompañado de una profesional enfermera que examinaría con ímpetu cada uno de sus miserables rasguños, pero tampoco era demasiado pedir una pieza de fruta podrida o una desdichada tirita.

Inspeccionaba una gaveta de madera en un lavabo de la planta superior cuando percibió un zumbido entrecortado que provenía de su walkie-talkie. Lo separó de la tela que constituía el bolsillo de su sudadera y aproximó el aparato a sus labios. 

—¿Eva…? —pudo distinguir de entre el irritante sonido que emitía el artefacto. 

—Aquí Eva —confirmó su identidad; encaminándose a la sala común que se conexionaba al pestilente servicio—. Cuéntame, ¿qué ocurre? —prosiguió.

—Adán al aparato. Tenemos problemas —murmuró el emisor a través del instrumento—. Ya no quedan vivos, hermana. Debemos marcharnos inmediatamente o lograrán acorralarnos. Por favor, regresa ya —imploró con tono sobrecogedor. 

—Recibido —contestó casi al segundo; descendiendo con ligereza por cada uno de los restallantes peldaños que constituían la escalera encargada de vincular ambos pisos. 

Una azorada Eva había tornado al refectorio aceleradamente, tanto que su hermano se sobresaltó tras su repentino retorno. El chico se ubicaba contiguo a su cartera, asegurando su recientemente usado walkie-talkie en la profundidad de ésta. Su femenino pariente le sorteó hábilmente, no sin antes entregarle su transceptor, que Adán situó adyacente al suyo. 

Un fugaz vistazo a través del ventanal la informó del estado de las presas con que los devoradores se regocijaban de puro placer. La parte posterior del cuello perteneciente al  cuarentón se ahogaba bajo la incalculable cantidad de sangre que la recubría, lo cual no  interesaba a los caníbales, que continuaban despedazándolo sin miramientos. La treintañera tampoco había eludido las dentelladas asesinas de los devoradores. Gemelos, bíceps, tríceps, glúteos, deltoides, trapecio. El cadáver de la mujer ya no mantenía ninguno de ellos. 

—¿Terminaste? —preguntó Eva inquieta retirándose del repelente panorama—. Hey, estás pálido, ¿ocurre algo? —se preocupó tras percatarse de que su rostro se hallaba más descolorido de lo habitual.   

—No, no es nada —redujo importancia al asunto—. Ya está preparada —se evadió de la cuestión tras consentir que sus clavículas soportasen el fútil pesar de la mochila, debido a la insignificante carga que suponían los bienes custodiados por ella—. Cuándo quieras —accedió a partir con una sonrisa forzada que no agradó a su hermana en absoluto.

—Muy bien —obvió su tema de conversación—. Pues larguémonos de este corrompido pueblo antes de que los zombis finalicen su festín —espetó la mujer. Repentinamente, acarició con brevedad el oscuro cabello del niño, que le hizo exponer un verdadero gesto de agrado. “Me lo contarás todo durante nuestro regreso, ¿de acuerdo?“ le susurró al oído.  

La fragancia a vejez fue sustituida por la densa mezcla de gases que cohabitaban en el exterior cuando abandonaron la inservible residencia de ancianos. 

La incredulidad de M.A se había extendido por cada uno de sus perplejos compañeros. Desde el endeble soporte que constituía una pequeña superficie del piso superior, los recién llegados de una planta inferior observaban atónitos la escena que había causado una desmedida conmoción en el rubio. ¿Cuántos podían hallarse amenazando la sádica vivienda? ¿Cinco docenas? Puede que más. ¿De dónde demonios habían aparecido? Hasta hacía un minuto, no habían coincidido con ninguno. Jamás hubiesen imaginado que en tan reducido lapso de tiempo pudiera aparecer semejante enjambre de irracionales. Era como si se hubiesen creado de la nada. Insensibles que avanzaban sin pavor hacia la inseguridad del emplazamiento donde permanecían.

—¡Oh, mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! —se angustió Inma hasta el punto de dificultarse su respiración—. ¿Qué vamos a hacer? De ésta no salimos. Estamos muertos. ¡Muertos!

—¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cállate! —se encorajinó M.A—. Necesito pensar —voceó el rubio, inconsciente de lo que podría acarrear elevar su tono de voz.

—Silencio, hermano —exigió Ley—. No vas a solucionarlo gritando. Reserva tus fuerzas para destrozar cabezas —le aconsejó antes de desenfundar su katana. 

—Espera. Intentemos ser sensatos por una vez —sugirió Maya algo exaltada—. Tal vez no consigan localizarnos. Con la cantidad de cadáveres que hay aquí, esto debe desprender una fetidez tremenda. Podemos simplemente aguardar a que se marchen —conjeturó Maya, a la vez que trataba de serenar la angustia de su prima.

—Nuestro tiroteo en el sótano se habrá escuchado incluso en el espacio —la contradijo Nait—. Los zombis serán estúpidos, pero son muy eficaces ubicando su comida mediante el sonido. El olor no nos camuflará. 

—Exacto —afirmó Puma, ausente hasta entonces en la conversación—. Creo que todos hemos observado como sacudían violentamente nuestra única salida. Esa cajonera no va a resistir el peso —declaró en referencia al mueble que había apostado minutos antes frente a la entrada bloqueando el camino—. Nuestra única opción válida es organizarnos y atacarles. Con abrir una vía de escape sobrará. 

—Así que pretendes un enfrentamiento directo contra la horda —habló Maya examinando a los zombis por segunda vez. Tan sólo cinco de los cadáveres salvajes agitaban fieramente la puerta, pero comenzaban a unírseles más. A aquel ritmo, no resistiría—. Si no nos queda alternativa, supongo que tendremos que luchar —cedió finalmente la castaña.

—¿Vais a continuar ahí parados sin hacer absolutamente nada hasta que esos capullos nos muerdan o actuamos ya? —protestó Florr, provocando que el grupo completo prestase mayor atención a varios peldaños de la escalera. Y es que la adolescente se había situado sobre ellos por petición de Puma, con el singular propósito de custodiar la puerta empleando su recortada BM16

—¡Qué razón tienes, hermana! —asintió el moreno—. ¡Por fin algo de sentido común! ¡No sé qué coño hacemos hablando mientras una multitud de zombis intenta introducirse aquí! Me estáis contagiando vuestra estupidez —les despreció fríamente—. Quiero a…

—Eres un hipócrita de mierda —se atrevió a criticar M.A—. Si tan descontento estás con nosotros, ¿por qué no te largaste cuándo conseguiste las armas? Vamos, explícamelo, porque soy incapaz de entenderlo.

Ley ojeó a su hermano con algo de perplejidad, pues no lograba comprender aquella ofensiva; menos todavía tras aquella amistosa noche en el establo. Florr realizó el mismo acto, pero con Puma; cambiando la expresión del rostro por una de exacerbación. El moreno la mitigó con una espontánea y artificial seña.

—Inma, Nait, M.A; quedaros aquí. Cuando dé la señal, romped los vidrios de las ventanas y comenzad a disparar a esos cabrones. Mantenedles alejados. ¡Que no se acerquen más! El resto; conmigo —ordenó Puma descendiendo por la corroída escalera, indolente frente a la reciente recriminación. 

—¿Te da exactamente igual? —se enervó el rubio—. Muy bien. Estupendo. Perfecto. ¿Y se puede saber quién te ha nombrado líder? ¿Por qué debemos obedecerte? ¿Eh? ¿Por qué?

—¡Qué te jodan! —le insultó Florr, que seguía el trayecto del moreno; escaleras abajo.

—¡No, que te jodan a ti! ¡Niñata! —se descontroló M.A, ya sin atender siquiera a lo que ocurriese alrededor suyo. Ella le ignoró completamente. 

—Menos humos, chiquilla —la reprendió Ley amenazante; pese a que Florr continuaba manteniéndose impasible—. Tranquilidad, hermano. Te estás alterando. Si necesitas discutir vuestros problemas hacedlo en otro momento más seguro. Pero ahora céntrate en los muertos, ¿de acuerdo? Hazlo por mí —le requirió afablemente—. Vamos rápido, Maya —concluyó descendiendo junto a ella, rumbo al reencuentro con Florr y Puma.

—No soporto este comportamiento —expresó más apaciguado—. Se ha convertido en un auténtico idiota. 

—Olvídalo por ahora —dijo Nait ofreciendo un cargador extraído de su bandolera a Inma, cuya Glock se deslizaba entre sus, todavía, temblorosas manos.

—Sí. Será lo mejor —accedió el rubio empuñando con fiereza su revolver Máuser.

—¡Éste es el plan! —exclamó Puma—. Tenemos que controlar el número de zombis que entran. No podremos enfrentarnos contra todos ellos al mismo tiempo, pero sí lo lograremos si son tandas reducidas. Maya, tú tienes mayor fuerza que ninguno, por lo que te encargarás de mantener la puerta cerrada para controlarlos cuando lo necesitemos. ¿Recuerdas lo que te conté la anterior noche sobre ella? —preguntó a Ley, quien se limitó a mostrar una indescriptible mueca para confirmarlo—. Tú y Florr…

No se le permitió continuar, pues un súbito golpe seco había resonado muy cercano, interrumpiéndole de inmediato. La mitad superior que componía la podrida puerta había sido despezada debido a la acción de los cadáveres andantes, que exhibieron su putrefacta piel ante los supervivientes. La pila de zombis que se comenzaba a amontonar sobre la cajonera tratando de penetrar violentamente en el recinto les informó de que aquello no sería sencillo. 

Tal vez no lo consiguiesen. Al menos, no todos.   

—Menudas calidades —el proyectil que la recortada de Florr impulsó al apretar el gatillo se introdujo de manera instantánea en el cráneo de uno de los muertos, desparramando porciones de cerebro por el alféizar. 

—¡Cambio de estrategia! —chilló Puma lo que él estimaba suficiente para que sus compañeros apostados en la planta superior pudiesen escucharle—.¡Acabad con todos los que podáis! 

El ya inútil pueblo. Los atroces devoradores. Aquellos desesperados sobrevivientes. Todo había quedado atrás físicamente, pero no mentalmente. El niño luchaba continuamente por olvidar la imagen de una muñeca siendo ingerida; sin éxito. Siempre terminaba recordándola, arrepintiéndose de no haberles ayudado. Pero ya era demasiado tarde. 

Pese a que el radio de ocho mil metros donde residían no había sufrido aún los efectos de la extensiva radiación —aunque comenzaba a notarlos—, Eva aceleraba continuamente la velocidad de la caminata, pues no le resultaba beneficioso permanecer al aire libre en demasía. El veloz recorrido por el desierto páramo había agotado a Adán, que jadeaba incesantemente. El cansancio había adormecido sus sentidos, y no prestaba mucha atención al entorno que le envolvía. 

Todo lo contrario que su hermana, quien no notaba sensación alguna de fatiga, y observaba el yermo con énfasis al acecho de cualquier mínima amenaza. No la hubo, sin embargo. Únicamente destacaba la ausencia de vida en la región, tanto animal como vegetal, que empeoraba a cada día que transcurría. Las especies que habían conseguido sobrevivir allí comenzaban a perecer debido a las mínimas consecuencias que la radiación producía. Si continuaba así, no faltaría demasiado tiempo para que la zona fuese inhabitable.

—Tuviste miedo después de que matasen a aquellos dos tipos, ¿no es cierto? —comenzó Eva una conversación intencionadamente, después de más de dos kilómetros de traslado a pie en un incondicional silencio. 

—Tampoco hacía falta ser muy deductivo para darse cuenta, ¿no? —la continuó Adán—. No soy una estatua de hielo. Cierto es que me estoy acostumbrando bastante a este nuevo mundo, pero la muerte… Mantenerme impasible ante la muerte… Nunca lo lograré —relataba con un perceptible tono de tristeza. 

—Ni debes —le espetó de manera inmediata muy seriamente—. Sé que piensas que nuestras experiencias me han transformado en una persona fría e impiadosa, pero lo único que intentó es protegernos. Ya no puedo fiarme ni de mi sombra —narró la joven. 

—No, no pienso eso —negó su hermano—. Es solo que… Tú has sido mi mayor referente, Eva. Siempre has estado ahí, incluso los años que te obligaron a alejarte de mí. He aprendido mucho de ti. Te conozco mejor que a mí mismo. Sé que siempre has tenido un carácter fuerte, pero eras lo mejor de ti para tus amigos y lo peor para tus enemigos. Ahora, sólo ves de lo último, y no es así. Ya nos hemos encontrado anteriormente con buena gente. No pueden ser los únicos. Debe haber más como ellos —argumentó Adán. 

—Probablemente tengas razón —admitió Eva, sin rebatirlo—. Pero el que sea cierto no cambia nada. Esos soldados locos siguen a la caza de cualquiera que encuentren. Y es imposible saber quiénes lo son y quiénes no. ¿Lo entiendes? —preguntó más enternecedora. 

—Olvídalo —evadió la confirmación—. ¿Por qué me preguntas esto después de tanto recorrido, y no antes? —curioseó el niño. 

—Estaba esperando para comprobar si hablabas por voluntad propia, pero imaginaba que no querrías recordarlo —explicó Eva directamente. 

—De acuerdo. Tampoco importa —expresó su hermano—. Además, parece que ya hemos llegado —advirtió tras alzar la vista al sombrío horizonte.   

Tras un trayecto de tres kilómetros, soporíferos para él e inapreciables para ella; la ciudad de Mississauga había aparecido ante ambos. El que fue en su momento un domicilio para más de 700.000 seres humanos, se había convertido en una serie de sucesivas colmenas destruidas por los muertos. Ya no había construcción que poseyese un significado. Ni los elevados rascacielos, ni las viviendas unifamiliares más corrientes, ni los comercios, ni los monumentos… Todo se reducía a un lugar invadido en el que la supervivencia era inexistente, pues tanto los devoradores como las avenidas radioactivas lo impedían. Solamente una reducida zona residencial apartada del núcleo urbano se incluía en el radio de ocho kilómetros, y por ende, se trataba de una extensión de terreno con la que alcanzar su destino sin necesidad de aventurarse con arriesgadas autovías. 

Sin tener en cuenta a los zombis, aquella área establecía un camino bastante seguro para los hermanos. No obstante, el ambiente se tornaba extraño entonces. Ya había sido suficientemente insólito poder avanzar en rectilíneo en el páramo sin que ninguna amenaza les incordiase, pero que aquello se repitiese una vez se adentraron en aquel territorio conformado por viviendas  era digno de sospecha. Lo más común hubiese sido cruzarse con un par de muertos vagando. Sin embargo, sólo les invadían sacos de huesos inamovibles que complementaban la absoluta destrucción que les cubría. 

Fue la proximidad a la primera bifurcación lo que reveló el misterio. Una considerable cantidad de muertos vivientes se había agrupado alrededor de una vivienda casi descompuesta, y varios de ellos comenzaban a penetrarla. Los hermanos acudieron raudos a camuflarse de ellos en la esquina más próxima, sin que los devoradores percibiesen su presencia. Parecían interesarles más los tres supervivientes que, apostados en las ventanas del piso superior, intentaban detenerles con armas de fuego de bajo calibre.

Agazapados contra el descolorido muro, las infinitas ideas rondaban sin cesar sus contrarios pensamientos. ¿Qué debían hacer? No existía otro medio de llegar a su destino, al menos no uno que les permitiese vivir. Pero aquél tampoco servía. La munición que poseían resaltaba por su escasez, insuficiente para siquiera huir a toda velocidad asesinando a alguno que se interpusiese. La hediondez se acrecentó en sus fosas nasales. El olor era cada vez menos soportable. El aparato auditivo de Eva percibió los estallidos, inaudibles hasta entonces; que los seres vestidos con trajes de protección radioactiva provocaban continuamente. 

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Adán abrumado.

—Esperaremos a que nos despejen el paso. Si les atrapan, tendremos que hacerlo nosotros mismos, así que estate preparado —avisó la joven con la misma conducta de insensibilidad que en su anterior encuentro con sobrevivientes. 

—Otra vez sin ayudar ¿no? —se distinguía una mezcla entre molestia y enfado en el semblante del niño.  

—¡Joder, Inma! ¿Quieres apuntar medianamente bien de una puta vez? Sólo estás desperdiciando balas —se enfureció excesivamente M.A por los errores usuales en los tiros de un ciudadano civil que nunca había disparado. Utilizó el Máuser bruscamente como propósito de aliviar su desmedida ira, incrustando un cartucho de calibre 6 mm en el parietal de un zombi, que le desplomó lateralmente sobre su antebrazo. 

—Nosotros no somos soldados —defendió Nait—. Más te valdría tranquilizarte en vez de recriminarla, porque ahora eres tú el que parece estúpido —le indicó pacíficamente. 

Una ojeada a Inma le expuso a una mujer armada que acababa de despedir fieramente un proyectil pese a sus trémulos codos. La intención fue la misma que la del rubio, pero no la actuación. El zombi no cayó, pues lo único que hizo la bala fue desencajar parte de su mordisqueado cuello. Fue Nait quien sirvió de apoyo, rematándole de un tiro en el hueso frontal, ante lo que ella se mostró agradecida. 

—Si tú eres el buen samaritano que ha cuidado a mi prima todo este tiempo —comenzó volviendo a disparar; realizando esta vez un certero tiro que atravesó el occipital de uno de ellos—, no quiero ni imaginarme como serán los supervivientes que estén en nuestra contra —remató la imposición, acompañándola con la descarga de su arma al permitir su salida al último cartucho, el cual agujereó el pecho de uno de los muertos. 

—Lo siento —murmuró el rubio antes de abstraerse para eliminar cadáveres andantes; disculpa ante la que Inma no estaba demasiado convencida. “Tengo que olvidarme de la actuación de Puma”, pensaba M.A absorto.

—¡Ley! ¡Ley! ¿Te encuentras bien? —voceó preocupado Puma desde la cocina,  distanciando a uno de los muertos que se abalanzaba sobre él al impactar en su frente con la culata de su semiautomática Colt descargada, inspeccionando fugazmente los anaqueles a la búsqueda de armamento útil.

—No te preocupes por mí —respondió Ley algo exhausta por la claustrofobia que suponía luchar contra sucesivos sextetos de zombis en un espacio limitado como era el salón—. ¡Maya, Florr! ¿Podríais detener a los del exterior? Al ritmo que entran, no duraremos mucho más —solicitó antes de horadar con su katana la frente de un zombi cercano a ella—. 

—¡Reclamaciones a los de arriba! —exclamó Florr, suspendiendo el empeño de uno de los cadáveres en extraer el tobillo de su extremidad al provocar estragos en su inaprovechable cerebro. 

—Vamos sobrados con éstos —añadió Maya, deteniendo instantáneamente a otro con un bárbaro aplastamiento de su cabeza—. ¿Inma? 

—Lo intentamos —se interpuso M.A. en la llamada sin permitir a la mujer contestar, quien no se sintió afectada, pues había decidido no prestarle atención. 

—Pero casi no nos queda munición —informó Nait en tentativa de que les proporcionasen. 

—¿Crees que a nosotras sí? —notificó la quinceañera tras patear repetidas veces una purulenta mejilla—. ¡Joder, esto es insostenible! ¡Venid aquí! ¡Necesitamos vuestra ayuda! —solicitó colérica.

—¡¿Estás de coña?! Si abandonamos éste puesto, no habrá nadie que retenga su entrada —se negó rotundamente el rubio.

—¡¿Quieres utilizar tu raciocinio por una vez en lugar de contrariarme?! Se os agotan las balas. Aunque se agrupasen más, nos sería más favorable atacar desde aquí con armas blancas. 

—Ella tiene razón —lo reconoció Inma sin vacilar—. No les contendremos desde ésta posición si no hay nada en nuestras recamaras —expuso la mujer abandonando su ubicación, remplazándola por otra sobre un quebradizo peldaño, junto a su prima.  

—¡Hay que desobstruir el paso e ir arriba, Ley! —el moreno había localizado el machete enquistado en la calavera de la señora y empleaba su energía para despojarla de él—. Tendremos más oportunidades de eliminarles desde allí. 

Eva comprobó la situación por enésima vez. 

—Hay diez fuera—advirtió la joven—. Hasta hace un minuto había veintitrés, pero no localizo un mayor número de zombis muertos. 

—Probablemente los trece que faltan estén atacando a esos supervivientes —dedujo Adán sin abandonar su entonación pesarosa—. ¿Por qué no les socorremos? Ya casi no quedan devoradores.

—Visten como esos soldados, así que está claro que no serán amigables —utilizó como argumento para rebatir la humanitaria propuesta—. Además, es nuestra mejor oportunidad para huir, y no la desperdiciaré —aclaró mientras se preparaba para una aligerada carrera en el paseo invadido por el deceso. 

—La radiación de hoy en día obliga a cualquiera a llevar uno de esos trajes para sobrevivir —rechazó el niño aquella simple contestación—. No hay necesidad de que sean unos de esos asesinos. ¡Vamos, Eva! ¡Ayudémosles! Nos marchamos después; sin llevarlos con nosotros, sin hablarles, sin siquiera cruzarnos con ellos si es lo que deseas. Pero, ¡por favor! ¡Ten compasión! —rogó humildemente, con sus lagrimales preparados para activarse—. Sé que lo haces por protección, pero si continuas con esa actitud acabarás siendo como ellos, que acribillan a cualquiera sin importarles quien sea.  

Otra súplica. Una agregación de las realizadas anteriormente, no sólo durante el resto del día, sino semanas atrás; e incluso meses. Y sin embargo, era como si aquélla última petición; aquélla última frase nunca escuchada de sus labios hubiese conseguido restablecerla. Se había mantenido indiferente respecto a las opiniones de su hermano, porque creía que impartir su doctrina era lo mejor para su seguridad. 

Se tomó unos segundos para meditarlo, que le parecieron interminables minutos. Infinitas preguntas revolvían su pensamiento. ¿Estaba en lo cierto? ¿Debía cambiar? ¿Volver a ser lo que era anteriormente? Se había equivocado. De eso no le cabía duda. Había cometido un grave error negando ayuda a cualquier grupo de supervivientes que se hubiese encontrado. No era cuestión de exponerse a la maldad de los demás, pero tampoco se trataba de usarlos como carnada. Comenzaba a comprender lo que el niño sentía entonces. Sólo quería que ella volviese. 

Adán se figuraba que una nueva confesión de sus sentimientos no serviría de nada, como tampoco lo habían hecho las anteriores. Por eso, su inexplicable rostro se tornó excepcional cuando Eva se dirigió a él con unas palabras que no aguardaba. “Espera aquí” fue la petición proferida que precedió a un alejamiento de su escondite, con su Winchester encañonada hacía la aglomeración de putrefactos. 

El afán de Puma por conservar distanciados a los obsesionados con comerle desapareció cuando lograron asaltarle en un ataque conjunto, cambiándose por uno de oposición a ser mordido. El moreno se había resistido sin problemas, mas una inesperada acometida después de que acuchillase a uno le despistó, y varios más que se amarraron a su brazo y costado afectaron a su estabilidad. 

El que se aproximaba a Ley por el flanco derecho fue su perdición. Había calculado correctamente la distancia a la que cortaría limpiamente su cuello, pero el zombi no concordó con ella debido a un improvisto espasmo que sufrió, acontecimiento causante del retiro artificial de la joven para esquivarle que, desafortunadamente, la hizo colisionar con la sangrienta cuna; provocando su ridícula caída.

Florr se defendía acechante en una parte de la escalera en que la superficie era  plana antes de alcanzar el segundo tramo de escalones que accedían al piso superior. Estaba tan corrompida por la mugre como el resto de la vivienda. La compañera del moreno les apuñalaba con un puñal arduamente, mientras que Maya e Inma, contiguas a ella; les propinaban puntapiés como les resultaba posible. Los de la estadounidense les desfiguraban todavía más debido a su fuerza, pero los de la española no eran exorbitantemente eficaces. De hecho, casi no les detenían, a pesar de que se esforzase al máximo. 

—Utilizad esto —Nait surgía apresurado del dormitorio superior derecho portando hacha y cuchillo, ambos ensangrentados—. Estaban ahí dentro —indicó a la vez que se reunía con las jóvenes, y entregaba una de ellas a Inma.

—Hay… hay… una mujer —observó M.A, quien persistía en consumar el asesinato de los muertos desde la abertura ya carente de vidrio, pese a que solamente conservaba dos cartuchos—. Está eliminándoles.

—¿Cómo? ¿Nos ayuda? —preguntó dubitativa Florr—. Si está limpiando el exterior, entonces, ven tú aquí —ordenó la adolescente sin que el rubio lo acatase. Acto seguido, la quinceañera precipitó el derribo de un zombi utilizando la potencia que su extenuada pierna le facilitó. 

La colisión que sufrió con la inconsistencia de la superficie, acompañada de la insoportable carga que suponían 790 kilogramos para aquellos, más que defectuosos materiales; deformaron ligeramente unas cuantas tablas de madera, pero sin destrozarse completamente ni crear boquete alguno. Los supervivientes no se percataron puesto que se concentraban en los siete zombis que se conglomeraban próximos a ellos. 

La energía de Puma menguaba debido a la presión que ejercían los dos zombis que querían alimentarse de él. Los reanimados lo habían desplazado violentamente de una esquina a otra, ocasionando que colisionase repetidas veces con diversos obstáculos repartidos por el espacio; y aunque se hubiese zafado de la mayoría a machetazos, aquéllos habían conseguido someterle.

Oprimido contra un estante, el moreno intentaba liberarse de un inconsciente que presentaba sus inflamadas encías al aproximar su dentadura a la yugular del viviente. La saliva que acumulaba se desplomó sobre el torso de Puma, ensuciando su preciado traje protector. Éste se vengó con un codazo que lo libertó. Inminentemente, un segundo enemigo se aferró al antebrazo con rapidez y propinó un mordisco.

Una arremetida que no le hirió gracias a su veloz actuación. Agitar violentamente su extremidad antes de infligir una hendidura en el hueso temporal sirvió para que no consiguiese hundir los dientes en la carne, evitando el contacto interno con la sangre de aquel animal. Pero, por desgracia, inutilizó su indumentaria al rasgar despiadadamente un trozo de su manga, exponiéndole a una posible radiación impregnada en el ambiente.

El despiste de Ley había provocado que la cuna de un bebé bendecido con el descanso eterno cayese al mismo instante que ella. No se repugnó cuando el espantoso cadáver del pequeño fue derribado sobre su pecho y se deslizó por el costado, pero tampoco le resultó muy agradable. El primer pútrido que se abalanzó sobre la mujer fue el que la había desorientado, que no conservó ni tres segundos su descarnada calavera sin el filo cortante de una katana que la atravesase. 

El siguiente aún fue menos problemático. Pero el tercero si acarreó un mayor impedimento. Ya estaba irguiéndose Ley cuando éste la sorprendió surgiendo tras uno de los ensartados, obstaculizando su levantamiento al asirla intensamente de los hombros, provocando que la katana se le resbalase y se alejase de ella. 

Clavó la rodilla en la boca del esófago para apartar de su garganta la mandíbula del zombi, mientras extendía su brazo para alcanzar el sable japonés. Pero debido al sometimiento que el enemigo difunto provocaba, se le comenzaba a complicar la recuperación del arma. Sin previo aviso, un objeto contundente colisionó con su costado al estirarse, permitiendo que Ley se percatase de la piedra. La misma que probablemente segase la vida del bebé.

La idea era utilizarla para librarse de él, pero no sucedió así. Antes de llevarla a cabo, una figura diligente y alterada irrumpió en el salón, cesando el movimiento del reanimado que aprisionaba a Ley despiadadamente. Era difícil diferenciar que tipo de suspiro había emitido la joven tras el asesinato de su opresor, pero sí mostró gratitud hacía la ayuda prestada por Puma. 

—Esta planta ya está limpia —informó el moreno alejándose de la pelirroja, mientras enrollaba el trozo de tela del traje roto alrededor del pedazo de brazo que se mostraba al aire libre, tratando así de protegerse nuevamente de los peligros radioactivos—. Voy con los demás —dijo finalizando su tarea con un consistente nudo, ante la mirada excepcional de Ley.

—Te sigo —afirmó seguidamente ella recuperando su katana de una vez por todas. 

—¡M.A! ¡Te necesitamos! —imploró Maya al rubio. Éste, ofuscado hasta entonces por la eliminación de los zombis exteriores, había recuperado el razonamiento una vez hubo agotado los dos proyectiles que conservaba, contemplado a la mujer de la Winchester erradicarles y escuchado los llamamientos de Maya.

—¡Estoy llegando! —indicó al mismo tiempo que corría acalorado a su encuentro.

—¡Nosotros también! ¡Aguantad! —chilló una voz grave que parecía provenir del piso inferior.

—¡Deberíamos ir arriba! —propuso Inma, alterada por la claustrofobia que ocasionaba la aglomeración de putrefactos, cuya eliminación se complicaba a medida que el cansancio aumentaba. 

—Tal vez sería lo mejor. Ahora que tenemos suficiente espacio, deberíamos movernos —enunció Nait apartándose de ellos agotado.  

—No estoy segura —se contrapuso Florr, asestando un más que debilitado culatazo a un zombi, que no le produjo ni un rasguño—. Es más estrecho y se expande…

—¡Ahhhhh! —el inesperable alarido les alertó del zombi que había apresado a Inma por su codo y la arrastraba hacía el, a lo que ella se enfrentaba con numerosos impulsos.

M.A ya comenzaba a descender por los cochambrosos peldaños, al igual que Puma y Ley se estaban aproximando a ellos para subirlos. Los tres se habían agitado debido al reciente grito. Mientras tanto, los acompañantes de Inma la socorrieron. Nait se lanzó a por él con el hacha preparada, al igual que hizo Florr con su arma descargada. Pero fue Maya quien la rescató de las garras del muerto viviente, al aventajarse a sus compañeros con una fiera patada que deshizo parte del descompuesto rostro que el inhumano exhibía.

Sin embargo, este suceso no aconteció impune. Los zombis aprovecharon que aquella reacción defensiva les había desprevenido para abalanzarse sobre los sobrevivientes, abatiéndoles instantánea e inevitablemente. Florr, Inma, Nait; simplemente, cayeron. Pero Maya. No, ella no. Las tablas de madera no pudieron soportar la potencia con que colisionó la espalda de la castaña al desplomarse, cediendo ante ellos; vivos y muertos. La intensidad del clamor se expandió cuando la inmensa perforación se los llevó junto con aquellos cadáveres hambrientos hasta hacerles aterrizar bruscamente en el sótano, originando un estampido atronador que recibió perfectamente M.A, quien se había detenido a escasos centímetros del boquete.

—¡Mierda! —maldijo el rubio—. ¡Joder! ¡No! ¡No! ¡No! —esquivó la abertura antes de continuar desplazándose para reencontrarse con Puma y Ley en la planta baja, que se acercaban velozmente a la escalera. 

—¿Qué ha pasado? —preguntó la pelirroja tan alterada que era costoso comprender sus palabras. 

—¡Al sótano! ¡Al sótano! —se limitó a contestar M.A todavía más exaltado que ella. 

Maya contempló el asqueroso habitáculo mientras se levantaba un tanto aturdida, lo cual había sido su peor perjuicio; a diferencia del resto, quienes habían sufrido peores daños. Florr estaba inconsciente. Su respiración parecía anómala, lo que no transmitía sensaciones positivas. Nait recobraba su sanguinolenta hacha, jadeante ante el insufrible dolor que le producían un par de costillas fracturadas. Los desgarradores llantos de Inma manifestaban el sufrimiento al que se veía sometida. Su brazo izquierdo se encontraba colocado en una posición anormal debido al dislocamiento de su hombro. La castaña se atemorizó frente a la desoladora imagen de su prima. 

Ya se tambaleaba hacia ella cuando percibió un ligero gruñido que provino de la oscuridad. Pero ya era demasiado tarde para eludir al inhumano zombi que apareció espontáneamente. Todo aquello que constituyese el ser de Maya se paralizó en el instante en que la bestia clavó sus colmillos.

Era como si su visión, su audición, el mero pensamiento, los intensos sentimientos; se desvaneciesen en una espiral de impotencia que no era verídica. ¡Podía despedazar sus disfuncionales órganos con sus propias manos! Y sin embargo, no fue hasta que contempló como aquel maldito salvaje arrancaba impío una porción de su bíceps que reaccionó; vengándose con un puñetazo inhumano que quebró una gran parte de su cráneo.

Observó a su alrededor con el corazón palpitante, tratando de localizar a Inma. Pese a que el virus no la afectaba, tal y como le había explicado aquel tipo en Stone City, comenzaba a sentir la debilidad en su interior. Tal vez por la impresión; probablemente por la hemorragia, pero no lo sabía. Se dejó caer mientras escuchaba el ritmo de unos acelerados pasos que se aproximaban al sótano. Y comenzó el dolor. 

La sangre emanaba sin control, y le imposibilitaba el movimiento. Los zombis se hallaban cada vez más cercanos a sus compañeros heridos, y para evitar un empeoramiento de la situación, que ya era de por sí deplorable, irrumpieron enérgicos Puma, M.A y Ley. Tres furias a las que no les importaron exterminar a los cuatro o cinco carnívoros que quedaban, con armas blancas variadas, no sin después comprobar el estado de los accidentados.

—¡Florr! ¡Florr! ¡Vamos, despierta!  —hizo el moreno un intento fallido de desvelarla agitándola tenuemente antes de cargar con la desmayada en brazos. 

—¡Hey! Tú, ¿estás bien? —preguntó la pelirroja a una Inma que no paraba de lamentarse, sin obtener respuesta alguna—. Este brazo no tiene buen aspecto 

—añadió inminentemente—. Ayúdame a llevarla, Nait —le pidió al muchacho, quien se negó alegando que no podría hacerlo, pues incluso le iba a costar horrores el mero hecho de ponerse en pie. Ley aceptó refunfuñante transportarla en solitario. No obstante, el joven sí que ayudo a levantarla como pudo. 

—¡Maya! ¡Joder! ¡Joder, Maya! ¿Qué…? ¿Pero qué…? —el rubio permanecía atónito ante la expresión de sufrimiento que poseía la castaña. El mordisco todavía le parecía una incredulidad—. ¡Te vas a desangrar! ¿Co... cómo?

—En este mundo, sí te despistas un solo segundo, estás muerto; sin importar quien seas. Ese es el “cómo” —contestó reflexiva entre exhalaciones profundas y quejidos de pesar—. Al menos, me mordieron a mí, y no a cualquier otro. 

—Me enorgullezco de tu modestia, Maya; pero si pretendes sobrevivir más valdría que te cortases el brazo inmediatamente —señaló Ley su katana como prestación para ello—. Todos cometemos errores, pero hay que subsanarlos —espetó soportando el peso de Inma al portarla—. Y si no lo haces tú, lo haremos nosotros. Es eso o la muerte. 

Puma se dispuso a salir de aquella inmunda cueva con Florr todavía sin despertar, para lo que no consultó a nadie, aunque tampoco se le dio demasiada importancia. Segundos después, Nait finalizó su costoso levantamiento. 

—No te preocupes, hermana. Ella es inmune. No está infectada —aclaró M.A auxiliando a la castaña al sostenerla sobre sus antebrazos, prestando especial atención en no rozar la zona dañada.

—¿Qué? Puma me contó lo de su resurrección y sus habilidades, pero no me dijo nada de eso —se mostró confundida la pelirroja.  

—Él no lo sabe —intervino Nait, que reposaba en un tabique para resistir mejor los pinchazos agudos—. Pero es completamente cierto. Y por favor, vámonos ya de aquí —imploró entre interminables tormentos.

—Sí, démonos prisa —accedió el rubio—. Puede que en las viviendas contiguas haya algo con lo que detener esta hemorragia.

Muertos. Ya no eran más que inertes despojos. Le había costado los escasos cartuchos que había encontrado por unas personas a las que no conocía de nada, pero al menos, había despejado la ruta y colaborado en el impedimento de que aquellos supervivientes fuesen devorados. 
No solo Eva, sino también Adán, quien pese a la insistencia por parte de su hermana en no arriesgarse, había estado reconociendo el terreno a la búsqueda de algún utensilio que poder utilizar con su arco. Dos pequeños palos de madera le habían servido para ofrecer apoyo, pero no mucho. 

—Venga, vámonos —solicitó ella al niño, que no paraba de contemplar la carcomida fachada de la residencia asaltada. 

Pero ni un movimiento había realizado cuando uno de los sobrevivientes trajeados salía al exterior, eludiendo la cajonera caída que parecía haber sido usada como protección, trayendo consigo a otro de ellos inconsciente. A pesar de que no se ostentó violento, la joven no dudo en encañonarle directamente a la máscara que recubría la mayor parte de su rostro, al igual que protegió a Adán detrás suyo.
El moreno no se sintió amenazado, ni asustado, ni tan siquiera incómodo. Solamente se distinguía un ápice de sorpresa en su semblante. Aquel encuentro había acontecido tan inesperadamente que su pensamiento no sabía cómo reaccionar. Agudizó su vista, con la ingenua finalidad de comprobar si verdaderamente era quien creía. Y efectivamente, lo era. 

—Eva —susurró con un tono de voz suave—. Eva, tranquila. Soy yo. Puma. Y ésta es Florr.

Adán les ojeó extrañado, e inmediatamente, observó a su hermana para comprobar cuál había sido su reacción, pero ella ni se había inmutado. Al menos en su aspecto externo. Estaba seguro de que su mente no tenía ni la más remota idea de que hacer o decir. 

—Quítate la máscara —ordenó finalmente—. No te preocupes por la radiación. Aquí no te afectará —explicó deteniendo a Puma, que pretendía negarse aduciendo a los peligros radioactivos. 

El moreno se tranquilizó tras escuchar aquello. Aunque en otras circunstancias no habría acatado las reglas que le impusiese alguien recién encontrado, sí lo hizo esta vez. Fue por eso que recostó a Florr en una de las cuatro paredes que constituían el lugar donde habían quedado atrapados, antes de retirar la opresiva pieza que cubría su rostro, permitiendo contemplarlo sin ningún problema. 

Eva, completamente convencida, más tranquilizada e incluso asombrada, eliminó la trayectoria de tiro al apartar el cañón de su persona. Sin embargo, la aparición de un nuevo gentío abandonando la vivienda y reuniéndose con ellos, la alertó nuevamente. Los aullidos de suplicio la agitaron de inmediato. La reacción que la asaltó al percibir la mordedura de Maya fue indescriptible. 

—¿Se puede saber que estáis haciendo? —protestó a Puma anonadada—. Esa mujer ha sido mordida. Ya estáis tardando en amputarle el miembro o meterle una bala entre ceja y ceja, pero no la podéis dejar así.

—Maya no está infectada. Es inmune —declaró M.A desplegando a la mujer herida sobre el suelo—. Sé que es difícil de explicar, pero ahora lo único que necesitamos es detener la hemorragia. 

—¿Pretendes que me lo crea después de la cantidad de personas que he visto convertirse por esto mismo? —habló Eva incrédula.

—No está mintiendo —le secundó Nait, que descansaba nuevamente sobre una pared, pues la sensación que le producían las costillas no había disminuido. 

—No necesitamos que confíes en nuestra palabra. Y mucho menos que una desconocida esté con nosotros —expuso Ley mientras colocaba a Inma sobre la compacta superficie, quien al contrario que Nait, su aflicción si se había reducido al haber mantenido su brazo sin movimiento. 

—Opino lo mismo —esclareció Eva francamente—. Nos vamos, Adán — éste había abierto su mochila y había rebuscado en su interior hasta encontrar las gasas obtenidas en la farmacia—. ¿Qué haces, hermano? —se alteró la mujer—. Ni se te ocurra dárselas. No servirán de nada. 

—Te están insistiendo en que no puede infectarse—les apoyó el niño—. Puma, díselo. A ti te creerá.  

—Yo… no tenía ni idea, Eva —murmuró el moreno con una mueca de admiración, lanzando una mirada furtiva a M.A—. Pero sé que no nos engañan. Estoy seguro de que dicen la verdad.

—Cógelas —entregó Adán las gasas al rubio tras haber eludido a su hermana; gesto que el joven agradeció—. Te ayudaré a sujetarla mientras cortas la pérdida de sangre. 

—¡Adán! ¡No te acerques a ella! —vociferó Eva alarmada aproximándose al niño y retirándolo de la cercanía de Maya—. Si realmente no está infectada, yo lo haré. No permitiré que te muerda a ti si acaba transformándose —informó posicionándose contigua a la castaña—.

Le aconsejó despojarla de la máscara para una mejor respiración, así como explicó a los presentes que por el momento, la radiación no sería perjudicial dentro de diversos límites. Y lo hizo, sin siquiera meditar si sería verídico o falso debido a la situación que sufrían. Nait también se liberó de ella, al igual que Puma se la quitó a Florr. Ley dudó por unos instantes, pero cuando se percató de que Eva no portaba ningún tipo de protección y pese a ello, no presentaba síntomas como los del Teniente Rojo; decidió retirársela a Inma e inmediatamente, a ella misma.

El efecto de la gasa resultó satisfactorio cuando la sangre detuvo su emanación del interior de Maya, tras varios minutos de compresión acompañados por los ensordecedores alaridos de la mujer. Gracias a la ayuda de Ley, Inma se había conseguido poner en pie tras un sobreesfuerzo realizado; y sería capaz de caminar con paso calmado. La pelirroja se afianzó después a Nait, con el propósito de ser su apoyo para desplazarse. Puma realizó un nuevo intento de despertamiento con respecto a Florr. 

Maya atendió a su alrededor una vez la curación la hubo sosegado. Una vez hubo reconocido el estado del resto, comenzó a informar a M.A y Eva. Ella misma necesitaba de un vendaje, aunque no era completamente necesario. Inma requería de un cabestrillo, que podrían fabricar si obtuviesen un par de sabanas. Para Nait no había tratamiento posible excepto el reposo absoluto; algo impensable en aquellos días. Florr debía haberse golpeado fuertemente en la cabeza. Transcurrirían horas, incluso días, hasta que su conocimiento regresase. 

—Puma, nos vamos —le avisó Eva tras haber caminado hasta él con Adán—. Tenemos un fuerte a un kilómetro de aquí. No es precisamente una base militar, pero nos proporciona un lugar donde dormir y suficiente protección. ¿Venís con nosotros? Florr podría descansar allí hasta que despertase. 

—¿Qué hay de ellos? —preguntó el moreno refiriéndose a sus compañeros, asegurándose de que no le escuchaban—. Sabes que no quiero anexionar más personas a mí después de lo de Lucia, por eso me muestro áspero constantemente, pero me es imposible separarme de ellos. No sé por qué. Tal vez sean las experiencias compartidas. 

—¿Qué harás, hermana? —preguntó Adán con la tonalidad de un policía que interroga a un criminal.    

—Puma, si me aseguras que no causarán problemas y colaboraran con nosotros, les permito venir —accedió Eva tras un fugaz vistazo a cada uno de los 
acompañantes—. Pero al menor percance, les expulsaré. Espero no equivocarme con esto —suspiró la mujer.  

—Hablaré con algunos, por posibles contrariedades —comentó el moreno, especialmente en referencia mental a Maya, de quien pretendía controlar sus mareos por seguridad—. Pero podemos confiar en ellos.  

—Está bien. Se lo comentaré a tus amigos. Seguro que les agradará saber que me quedan allí un par de vendas y alguna que otra sabana de los colchones —le anunció mientras él volvía a cargar con Florr—. Y diré que se pongan de nuevo las máscaras si quieren. Tan sólo quería ver sus rostros. 

—Por cierto, me alegro de volver a veros —dijo Adán sonriente. 

—Yo también —respondió el moreno—. Y seguro que Florr también lo hará. Pero movámonos ya. No pasará mucho tiempo hasta que vengan más zombis atraídos por los disparos.  

El fuerte. Una recóndita fortificación de piedra compuesta por un sencillo patio, con longitud y anchura suficientes para introducir seis viviendas colindantes, en dónde se repartían tres pequeñas construcciones que constituían enfermería, almacén y dormitorios; todos ellos anticuados y no completamente resistentes. Un muro de contención lo rodeaba, aunque éste no poseía demasiada altura. Como ventaja, la amplitud de su planta permitía la permanencia de seres humanos sobre él y otorgaba una espléndida zona de vigilancia desde la que otorgar el descanso eterno a los descerebrados que osasen aproximarse.

¿Podía considerase un hogar? Sencillamente, no. Pero sí un refugio.  

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