Big Red Mouse Pointer

martes, 26 de noviembre de 2013

Aviso importante: Los retrasos de los capítulos de NH2

Muy buenas queridos lectores, os dejo aquí un anuncio importante respecto al polémico tema del retraso con los capítulos de NH2. Uno de nuestros lectores, tras leer el capítulo ``La gran enemistad (parte 1)´´ nos comentó lo siguiente:

"Vaya como ha bajado la calidad de Puma, me he liado con tanto personaje secundario nuevo, aparte de los 10 años que habéis tardado en publicar un nuevo capitulo, creo que me pasare por aquí una vez al año, con suerte habrá tres capítulos nuevos, de verdad es una falta de respeto a vuestros seguidores, si lo hacéis con pereza mas vale que acabéis el fic, por mucho que mole..."

Bueno, hace unos días comentamos sobre esto y decidimos explicaros el problema, bien, antes que nada, aclaramos que esto de los retrasos NO lo hacemos por pereza. Somos 9 autores y todos estamos ocupados, bien sea por trabajo, estudios u otros problemas y en ocasiones no tenemos tiempo libre ni para nosotros mismos, tampoco somos escritores, solo un grupo de compañeros que hacemos Nuestra Historia por diversión, es como un hobby al que le dedicamos tiempo cuando tenemos algo de tiempo libre, pero como ya comenté, a veces no tenemos ni tiempo libre para nosotros mismos y menos aún para NH.

Tenemos como límites de días todos los autores, 15 días para escribir y publicar y en caso de que alguno nos veamos muy pillados de tiempo, se nos conceden unos días mas. Actualmente se intenta respetar esto, pero a veces es imposible y algunos autores no escriben en una ronda, por lo que se pasa el turno de escritura al siguiente autor, como ocurrió en la 2º ronda, en la cual los autores Kira, Maya e Inma no escribieron porque no disponía de tiempo y se saltaron sus turnos para que escribiese el siguiente autor en la lista.

Por esto mismo, queridos lectores, os pedimos perdón, es cierto que esto de los retrasos es una falta de respeto y somos consciente de ello e intentamos buscar alguna solución, hasta ahora pensamos en hacer los capítulos mas cortos, partirlos en 2 partes y publicar 1 parte por ronda o bien, que mientras un autor tarda en publicar, otros publican en el blog cosas referentes al fic, como encuestas, entrevistas, fichas nuevas de personajes o actualizaciones de las ya existentes.

Por este mismo motivo de la falta de tiempo para escribir, uno de nuestros autores se va a tener que ver obligado desgraciadamente a dejar Nuestra Historia 2, ya que no tiene tiempo suficiente para dedicarle al fic, necesitamos que sean pacientes mientras intentamos buscar soluciones para los retrasos, dentro de un tiempo entre los autores pondremos nuevas normas con el fin de buscar soluciones a este problema, soluciones efectivas ya que lo de los 15 días tampoco se llega a cumplir a raja tabla.

Para haceros una idea, todos estamos ocupado por falta de tiempo, pero en especial estos autores, Maya, Inma, Kira y Puma son los que tienen algún tipo de caso especial por el cual tardan mas en pubicar que el resto de autores. Los menciono con el fin de que os hagáis a la idea de que cuando les toque escribir, sepáis que van a tardar y no os metáis tan frecuentemente en el blog.

También los autores buscamos que esta 2º temporada de NH tenga mas calidad que su temporada antecesora y nos esforzamos en hacer capítulos buenos. Queridos lectores, os pedimos disculpas y paciencia hasta que resolvamos este problema.

Gracias y un saludo a todos


domingo, 24 de noviembre de 2013

NH2: Capítulo 020 - La gran enemistad (Parte II)

Aún aturdida, Alice entró en lo que no podía relacionar sino con una oficina después de que su acompañante le cediera la entrada. Sus pies le llevaron rápidamente a la primera silla que encontró, puesta justo a un lado del espacioso escritorio en el centro de la estancia. El paseo por el tétrico hospital no le había sentado muy bien… Su cuerpo le pesaba, la profunda perforación en su brazo latía con mucha fuerza todavía y el estómago lo tenía revuelto tanto por el asco como por el malestar que le azotaba. Jamás se había sentido peor.

–Eres Alice, ¿verdad? –preguntó Puma rondándola como un depredador.

–Claro que lo soy –indignada aclaró la chica entrecerrando los ojos aunque lánguida.

–¿La misma Alice de Stone City? –manifestó dudoso.

–Sí, la misma –reiteró Alice girando sobre su asiento para encarar al moreno–. Mira yo no soy la única que parece escapada de un cementerio…

–Quien arriesga demasiado con dejarte estar aquí soy yo –la rubia arrugó la cara y orientó bruscamente su cuerpo aún más hacia Puma.

–¿Perdón? Yo estoy encerrada en un hospital lleno de matones, ¿y tú eres el que se arriesga? –dijo la chica, molesta, mirando incrédula al hombre frente a sí.

–Hace unos pocos días tuve la fortuna de tropezarme con unos miembros de Esgrip –explanó mirándole escrutiñador–. Este bonito encuentro no tiene mucha pinta de ser una coincidencia –la malicia y desconfianza dentro de sí se extendían al mismo ritmo de la conversación.

–Yo NO vine aquí –refutó, negando con la cabeza–. A mí me arrastraron hasta este lugar, inconsciente –declaraba con suma seguridad.

–Da igual. Aquí, a la ciudad, cerca de este hospital, cerca… –continuaba sin desprenderse de sus férreas dudas.

–Escucha si lo que quieres saber es si Esgrip me hizo algo…. Sí, no sé qué fue y sinceramente no tengo idea de por qué me lo hicieron a mí –admitió Alice, aunque harta–. Pero no vine este lugar por encargo de nadie… Y menos a buscarte a ti ¿por qué lo haría?

–Soy un fenómeno de sangre blanca salvado de la muerte por uno de sus creativos experimentos virales, ¿por qué me querrían? –preguntó retóricamente con un falso desconcierto en sus ojos–. ¿Será para abrirme la barriga y averiguar qué tengo dentro? ¿Sacarme el cerebro y guardarlo en una gavera con hielo seco para que lo puedan estudiar? ¿O para exprimir todo el líquido blanco de mi cuerpo? Se me ocurren tantas cosas maravillosas… –sarcástico, Puma se mostró–. Pero tú ya les serviste de cobaya, debes tener sumamente claro lo que te quiero decir.

–Puma… Yo vi a Esgrip derruida, esa compañía ya no existe –dijo Alice completamente convencida, ya cansada del tema. 

–Yo también dije eso una vez, Alice –respondió–. Pero… mentí.

–Cortemos esto de raíz, ¿vale? –la joven mujer se puso de pie, y restando absoluta importancia al dolor adoptó una postura firme de gran imponencia–. Si tanto desconfías de mí, ¿entonces por qué estoy aquí? ¿Por qué sigo aquí? ¿Por qué no me dejas ir?

   Puma rodeó a la chica, guardando completo silencio durante su breve paseo a la parte trasera del escritorio donde con un casi nulo esfuerzo consiguió sentarse sobre la superficie de este. La rubia observó con minucia cada movimiento y corta expresión del moreno que con su impasible serenidad no hacía sino molestar las ansias de la chica que con poca paciencia esperaba la resolución al denso problema.

Alice movió con mermada rapidez sus piernas para caminar hasta el mueble oficinal apoyando en su llegada una de sus manos para recargarse sobre el único brazo que podía soportarla en ese estado, aligerando el cansancio y la dolencia que pesaba sobre sus hombros delgados y afligidos.

–¿Entonces? –insistió con desgano.

–De verdad quiero creer en ti, Alice –fue la contestación–. Pero supongo que sabes que no hay nada mejor que la malicia para mantenerse a salvo, y más cuando hay mucho que perder. Quiero atar todos los cabos, para estar seguro de que cuando te de la espalda no habrá una estaca que me atraviese el pecho.

–No… no estoy dispuesta a hacer eso –habló dando pasos lentos y pesados que le hacían divagar alrededor de la estancia, lejos del joven pelinegro–. La verdad… siento en el interior un alivio de haberme encontrado con una cara amiga. Porque a diferencia de ti, yo sí siento que puedo tenerte un poco de confianza… Además de que podría necesitar tu ayuda.

–¿Como para qué?

–Es que… Esgrip estaba buscando algo…

–Esgrip –le interrumpió con disgusto en su pronunciación.

–Era una cura, Puma –dijo con ansiedad, moviéndose rauda hacia el susodicho–. Puede que…

–Alice, Alice –tras abandonar el escritorio que le servía de asiento, envolvió el hombro de la chica con una de sus manos, levantando la otra en señal refrenamiento a los ánimos exteriorizados–. Mira adonde nos llevaron las ideas de Esgrip.

   La rubia entreabrió la boca tartamudeando mientras sus ojos de cordero miraban rogantes.

–Esto es diferente –afirmó ella insistente.

–Escúchame…

–¡General!

   Caine irrumpió en la oficina junto con un par de hombres, escoltando a un cuarto que llevaban por los brazos casi a rastras.

–¡Con caaalma, con caaaalma! –gritó Max, bruscamente zafándose del par de sujetos que con tanta violencia le manejaban, cómo a un títere.

–La maldita cucaracha esta dice que quiere “negociar” –informó Caine sin recesión respecto a su desprecio para con el pelinegro.

–No es la primera vez que tratamos de hacer negocios –dijo Puma encarando al hombre que con osadía se había presentado en territorio hostil con tanta guasa–. Qué raro que andes por aquí sin tu otra mitad, la señorita Ana. Pensé que eran uña y mugre.

–Pues tus chupamedias sólo me dejaron entrar a mí –desveló sacudiendo la suciedad de la indumentaria “casera” que le servía como ligera protección contra la antipática intemperie.

–¿Entonces fueron ustedes? –preguntó Puma indirectamente antes de cruzar los brazos.

–Oh, sí… –contestó Max sonriente–. Y te voy a decir qué queremos a cambio de que vuelvas a ver a tu hermanita –dio el exordio del delicado proceso de negociación, altivo–. Para empezar, medicinas... alimentos, armas…

–Ustedes saquearon la armería del este –recordó Caine.

–¡Nunca es demasiado! –jocoso reclamó encogiéndose de hombros–. Además, quiero saber cuál es el secreto para mantener un área tan limpiecita de muertos vivientes –Max se inclinó con malicia sobre el escritorio para susurrar–. Cuéntame… ¿Qué usan? ¿Feromonas? ¿Insecticida? ¿O sólo ponen al tipo este en la entrada para ahuyentarlos? –el hombre se refirió a Caine, disimulando sus gestos.

–Vete al coño de tu madre –replicó bravamente el ofendido.

–Okey, calma –pidió Puma enseñando las palmas de las manos a la altura del pecho–. Se lo dije a Kalashnikov y te lo voy a decir a ti…

–No, no, no, no. A mí no me vas a venir con la mierda del asilo y de la unión –se rehusó. El pelinegro negó con su dedo índice, agitando este de un lado a otro–. ¿Les tenemos que entregar todos y cada uno de nuestros recursos para venir aquí? ¿Para que nos vayan a esclavizar? ¿No quieres también que nos pongamos de espalda y nos bajemos los pantalones para que nos puedan joder con más comodidad?

–Si quieres ganar mucho, tienes que arriesgar mucho –el moreno habló serio y conciso.

–No, esto no es arriesgarse… Todos tenemos claro qué es lo que va a pasar si nosotros entramos por la puerta principal con las manos en la nuca –aclaró Max señalando a nada en específico–. No sería la primera vez que matan a uno de nosotros.

–No tiene nada que ver… Peores y más sangrientas guerras se han acabado con la misma propuesta que te estoy dando –rectificó Puma.

–Oh, ¡por supuesto! –exclamó irónico abriendo los ojos hasta donde los párpados se permitían llegar–. Acaban con un pueblo en completa sumisión y un tirano de capa gruesa y corona de oro montándoles el pie en la espalda.

–Acaban con paz y tranquilidad, sin miedo a ver más sangre.

–Basura… –contradijo Max, harto–. ¡Y tú! –el hombre apuntó con su dedo a Alice quien presenciaba con infinita atención la conversación–. Tú eres nueva, lo sé… y te quiero recomendar que te pires de aquí en cuanto puedas si no quieres que te violen día y noche hasta que te pongas como una piedra, sin alma.

–Muy bien, Max… –dijo Puma, cortante.

–Nuestras exigencias son claras, generalísimo –quiso decir extendiendo los brazos con expectación–. Lo tomas, te entregamos a la muchacha… y a las otras presas también. Pero si los dejas ni siquiera verás el cadáver de tu hermana.

–¿Y qué te hace pensar que Florr vale todo lo que me estás pidiendo? –preguntó el pelinegro con una increíble frialdad.

–¡Ja! –la carcajada fue instantáneamente acompañada de un largo y burlesco resuello–. Esa psicología barata no va a funcionar conmigo.

–Ajá, si se diera el caso, ¿cómo podría confirmar yo que ustedes la tienen y no estoy aquí perdiendo mi tiempo contigo?  –Puma, indiferente, giró su cuello para hacerlo tronar.

–¡Sabía que dirías eso! –Max seguidamente introdujo la mano en su bolsillo.

   Caine, quien se encontraba justo detrás, apoyó, carente de delicadeza, el cañón de una Beretta contra su nuca casi de una forma involuntaria al captar el espontáneo movimiento del sujeto. Max al instante disminuyó su velocidad al sentir la amenaza de una bala con la disposición de agujerearle, tan cerca de su cerebelo. Al final, de una manera relajada por mera prevención extrajo un objeto imposible de distinguir, mal envuelto por un pañuelo azul.

–Yo mismo tuve el placer de hacerlo –Max le extendió el pequeñísimo paquete a Puma esbozando una vil sonrisa. El moreno recibió lo que se lo ofrecía con poco recelo. 

   Su mirada se ennegreció al momento en que el contenido del trozo de tela manchada con una mixta suciedad acompañada de sangre seca fuese revelado.

–Espero que ya no tengas dudas –dijo Max mientras Puma reconocía el par de pequeños y delgados dedos de su hermana menor posados sobre la plana superficie del escritorio.

   Las patas de cobertura desgastada de aquel mueble rechinaron cuando este fue retirado de en medio de un violento tirón.

–¿Crees que puedes hacer esto y salirte con la tuya? –la amenazante retórica de Puma sólo fue simple preámbulo. El pelinegro, tensando su mandíbula, caminó hacia a Max quien mantuvo el temple con indiferencia. 

–Yo voy en seri…

   Sus palabras fueron cortadas por la brusca contracción de su garganta producida por un preciso puñetazo que impactó en la parte frontal seguido sin retraso el agarre de dos grandes manos que se colocaron alrededor de su cabeza para tirar de ella hacia una rodilla que aplastó su nariz con un minúsculo estallido de diminutas gotas rojas en una fracción de segundo. Conmocionado, Max tambaleó antes de caer estrepitosamente sobre su espalda.

–Caine –llamó Puma ladeando la cabeza para acompañar el nombramiento.

   El susodicho junto con el par de reos estantes en la sala sujetaron al hombre que permanecía tendido en el suelo para arrastrarlo, literalmente, hacia los pasillos, intentando este respirar con graves dificultades mientras dejaba un casi invisible rastro de sangre proveniente de su nariz.

–¡Puma! –Alice intentó seguir al moreno que salió de la oficina cerrándose la puerta en el instante en que se acercó justo frente a su cara. La rubia forcejeó vanamente con el pomo frustrada por la inamovilidad del redondo objeto metálico.

   Maniatado, Max hizo arder su garganta al vocear un grito de incalculable sufrimiento.

–¿Y entonces…? –el matón, sonriente araba la piel de su antebrazo con un tenedor enrojecido por el intenso calor al que había sido sometido, dividiendo las carnes que integraban su miembro dejando emerger los líquidos rojizos que impulsaba su corazón y excretando también por las violentas aberturas, en menor cantidad, las sustancias glandulares– ¿… piensas hablar?

–¡QUE TE VAYAS A LA MIERDA! ¡HIJO DE PUTA! –impugnó el hombre llevando a duras penas el intenso maltrato que devoraba su brazo en un indescriptible ardor.

–Ja, ja… Aquí lo que tenemos es un hueso duro de roer, ¿eh? –el Pedrito, un cuarentón rechoncho, pero con gran musculatura se anunció para colaborar con su compañero en la inhumana extracción de información. Frotándose su crecida barba, el Pedrito se aproximó a Max, cumpliendo sus intenciones de hacer pedazos su rodilla, amoldando la original compostura de su pierna a una deforme figura abstracta de la anatomía humana con su mandarria, casi produciendo que los huesos de su extremidad inferior escaparan desgarrando su envoltorio.

   Los gritos del pelinegro estaban a punto de desgarrar su propia garganta. Inevitablemente iba a desmayarse, las sensaciones eran ya insoportables.

–¡Habla!

–No –Puma apareció desde el fondo llevando una botella–. Yo no quiero que hable –dijo imperante, sosegado.

   El moreno hincó una rodilla en el suelo para encarar a Max.

–Yo sólo quiero que grite… –espetó visualizando al hombre atado a la silla, con un profundo odio que lo devoraba en el interior, derramando licor en su antebrazo desgarrado provocando una reanudación en las altas voces que pegaba–. Escúchame algo que te quiero decir –el General le propinó una leve bofetada que tenía como objetivo evitar el desfallecimiento de la literalmente torturada alma del ex policía–. Antes de que te mueras quiero que sepas que aquí, en esta misma silla… voy a sentar a tus amigos si siguen vivos después de que los encuentre. Y todo será por tu culpa.

   Max sólo apretaba sus dientes con fiereza, consumido por impotencia agravada exorbitantemente por un sufrimiento físico. Puma por otra parte desvió la mirada, meditabundo, estático por un segundo hasta que arrebató de las manos de un ex convicto próximo a él una improvisada antorcha que utilizó tras tomar un gran trago de la botella de alcohol para imitar a un escupe-fuego… bañando el pecho y una porción del rostro de Max en el líquido que se incineraba en el aire y caía en su piel calcinándola de una forma uniforme, creando llagas de considerable profundidad en sus carnes que con el desplazamiento de la sustancia se propagaban enrojeciendo velozmente la piel antes de que esta se deformara con el intenso calor que consumía su epidermis mezclándose para crear una masa gelatinosa de diversos tonos relativos al intenso e impactante color rojo.

   Las calles estaban vacías… no era la primera vez que lo habían visto, pero lo jodidamente extraño que era les impresionaba cada vez. Y molestaba increíblemente no conocer la causa del exótico misterio. Sin que ni el uno ni el otro lo supiera, seguían dándole vueltas al tema, esperando pacientemente a una persona en común.

–A pesar que te conozco desde hace varios meses, Ana –dijo espontáneamente Jazz exterminando el silencio, entrecerrando los ojos para exteriorizar una intriga que avecindaba una posible interrogación–, nunca te he preguntado a qué te dedicabas…

–Aah, pues mira me encanta cocinar… –desveló ella, entreluciendo una sonrisa al memorar los tiempos en los que no se vivía con zombis en cada puerta y había tenido la oportunidad de perderse en el arte culinario–. Solía ser chef.

–No sé por qué me lo imaginaba. Siempre te veo a cargo de la cocina y no es por nada pero gracias a ti, nos alimentamos como reyes. Haces unas maravillas con las latas de conserva –espetó él demostrando con una mueca su felicidad por el privilegio de tener a aquella señorita haciéndoles tan importante favor. Ana rió ante la atribución gratificante que le recompensaba con un agrandamiento a su modesto ego–. Tanto así que no pareciera que estuviéramos comiendo cosas viejas.

–Sí, bueno. Es una habilidad muy útil en estos días, me ayuda… nos ayuda –corrigió– a sobrellevar la escasez de comida –dijo sintiéndose suertuda de poseer las virtudes que poseía–. Habían pasado algo como… más o menos, dos meses desde que me había emancipado como una verdadera chef, antes de la guerra nuclear y los ataques biológicos…

–Qué mal…

–Una gran postura, sí.

–Pero bueeno… considérate la mejor chef con vida, eso es algo muy importante –concluyó Jazz con un humor ligeramente negro. La pelinegra liberó unas cuantas carcajadas por el título que le confería.

–¿Y tú por qué te uniste a la policía? –preguntó Ana ladeando la cabeza, entusiasmada por recibir la respuesta.

–Sinceramente no me uní al departamento por que quisiera convertirme en un justiciero. Es sólo que me llamaba demasiado la atención la práctica policial. Apalear a escoria en la calle y que te feliciten por eso no tiene precio… Aunque varias veces me suspendieron por abuso de autoridad –Ana negó con la cabeza, conteniendo una risita irónica.

–¿Así que eras un Bad Boy? –Jazz inmediatamente esbozó una sonrisa pícara frotándose la mandíbula donde ya había crecido una visible barba, trayendo de vuelta el recuerdo de sus andanzas.

–Oh, sí… Pero la verdad no vi el verdadero trabajo hasta que me trasladaron a la unidad de narcóticos. El capitán dijo que tenía madera para eso –contó con orgullo–. Uuuh… ahí sí que me divertí con las redadas y los operativos…

   Súbitamente Ana le echó un vistazo a la entrada del hospital igual que Jazz. Ya que, después de una cantidad considerable de tiempo, por fin alguien salía… Y no era otro que el mismísimo General, trayendo malos augurios con las manchas sanguinolentas imprentas en sus vestiduras, no siendo aquel el único decorativo siniestro que el joven moreno cargaba consigo. El corazón de Ana se achicó una vez el pelinegro cruzó la verja del antiguo cercado del Santa Sara Abelló y pudo ver con más detenimiento y detalle el efecto que este traía.Poseído por un natural sosiego, Puma exhibió la cabeza de Max, alzándola desde los cortos cabellos, simbolizando un grotesco trofeo de cacería–. Aquí tienen a su mensajero –dichas aquellas palabras envío con desazón e insignificante esfuerzo la casi irreconocible esfera de carne y hueso a los pies de los visitantes con un bajío lanzamiento para pintar una mueca de horror en sus semblantes.

–¡¿Qué has hecho?! ¡Maldito psicópata! –furibunda la mujer apretó su pistola como nunca antes lo había hecho y la empuñó hacia el moreno con intenciones de vaciar el peine.

–¡Espera, Ana! –su colega le detuvo al instante puesto que el gentío detrás de Puma no demoró en amenazar igualmente con su artillería. Aunque con complicaciones, Jazz logró arrebatarle el arma a su compañera antes de envolverla con los brazos para impedir que intentara cometer alguna otra estupidez–. ¡Ya! ¡Para!

   El frío asesino bañado en carmesí extrajo de su bolsillo una ya casi vacía caja rectangular y muy delgada, sosteniéndola cuidadoso por los bordes y propinándole un golpecito con el dedo índice para expulsar un cigarrillo que se llevó a los labios sin que este pasara por sus manos.

–Y… díganle a Kalashnikov que él sigue –sentenció Puma sacudiéndose las manos antes de volver a registrar los compartimientos de su pantalón en busca de un encendedor, completamente cabal.

–¡¡Eres un hijo de perra!! –aún arrebatadiza, derramando impetuosas lágrimas, Ana continuó removiéndose para liberarse del sostén–. Te juro que te voy a matar… ¡¿Me oyes?! ¡¡Te voy a MATAR!!

–Estaré esperando el momento, señorita Ana –respondió el moreno.

   Restándole importancia al asunto, el imperturbable Puma dio media vuelta y se largó justo por el mismo lugar por el que había llegado, cerrando los matones, dueños del hospital, a sus espaldas la robusta verja que aseguraba el acceso al gran edificio.

   Los convictos permanecieron en el lugar a pesar de que el bizarro y extravagante General se marchara, sólo para presenciar, y algunos de ellos, disfrutar del sufrimiento que el par de enemigos desbocaban en medio de la calle en forma de gritos, denuestos y llanto.

–Ana, Ana… Tenemos que pirar de aquí –espetó Jazz casi que arrastrando a la mujer, sujetando firmemente sus brazos para encaminarla hacia la ruta de huída…

   Recostándose en el alto escritorio de la recepción Puma le dio la primera fumada a su cigarrillo, meditabundo, con los codos sobre el enorme mueble y el abdomen apoyado al borde.

–Estupendo, General… no le voy a negar que el espectáculo de ahí fuera estuvo entretenido –comentó Caine aplaudiendo sinceramente divertido y también enseñando una sonrisa torcida– ¿Luz verde?

   Puma asintió sin alguna otra expresión, concentrado en su adictivo cilindro de tabaco. El hombre del ojo blanco tomó la radio que le colgaba de la cintura dispuesto a dar la orden.

–McCoy, adelante. Cázalos… 

   Caine pronto se encaminó hacia el centro del hospital dispuesto a realizar unos importantes ajustes, era hora de movilizar a la horda, era hora de dar inicio al proceso para acabar de una vez por todas de desaparecer al enemigo.

   El moreno una vez rodeado de un poco de privacidad, restregó la manga de la sudadera contra su nariz, y también su boca para limpiar un líquido particularmente blanquecino. Observó con detenimiento sus manchados ropajes, tocándose luego con la punta de los dedos el borde de sus fosas nasales para darse cuenta de que ese esporádico sangrado volvía a suceder por enésima vez… Y el resto de síntomas no se dejaban vencer tampoco. Puma, flojo, se despojó de su abrigadora prenda manchada ahora también con su propia sangre desteñida.

   Un suspiro apesadumbrado resonó en la recepción…

   La castaña, reacomodando su bata científica acudió al llamado que se ejecutaba en el puerta de unos golpes débiles, o bien pudieran ser disimulados que de ser un poco más suaves serían inaudibles. Con escasa molestia en el proceso, dio vuelta a la manija.

–Vaya, ahora tocas la puerta –Selene visualizó a Puma con sumo descontento una vez desplazó el obstáculo delgado y rectangular de madera, retornando luego sobre sus pasos hacia el escritorio del que se había apropiado–. Vienes a indagar acerca de en qué invierto mi tiempo ¿no es así?

–Vengo… por un chequeo –aclaró sovoz, volviendo a sellar la entrada con la puerta tras ingresar.

   La castaña reflejó la sorpresa en su rostro, arrugando el entrecejo al girar la cabeza para examinar la postura que tenía el moreno.

–Desde la última vez, no he hecho sino empeorar… –comentó yendo directamente a la camilla con muchísima más calma que siempre, con notable aflicción.

   Inhalando lo más profundamente posible, Selene se acercó al moreno para comenzar el rutinario proceso de revisión que posiblemente podría mostrarle la razón de la visita que había recibido

–Selene, estoy perdiendo la visión en mi ojo derecho y también he perdido casi toda la sensibilidad también en mi brazo derecho… –ya sentado en la camilla, Puma colocó el codo en la rodilla y un tanto lánguido peinó su cabello hacia atrás descubriendo su rostro por completo, removiendo de igual manera esa tez sombría e intrigante que comúnmente constituía su esencia–. Quiero… no, necesito… que me ayudes.

   La mujer sintió extrañeza de quien estaba frente a ella. Su petición sonaba claramente como un ruego. Su característica actitud posesiva e imperativa se había perdido entre miles de pensamientos tormentosos y una creciente impotencia. Era incluso sencillo percibir sus emociones… El asunto era grave, tan grave como para torcer el férreo comportamiento de ese estrafalario ser.

–Puede… Puede ser una degeneración del sistema nervioso –Selene sostuvo su quijada con firmeza y haciendo uso del pulgar deslizó el párpado inferior de su ojo para tener apreciamiento del globo ocular–. Todo esto… puede ser resultado de ese tiempo en el que permaneciste… muerto –era increíble lo ridícula que se escuchaba aquella consideración, o quizás era simplemente la rareza producida al imaginar que aquella “muerte” había sido como un ordinario viaje, o una siesta–. O daño cerebral…

–Desde hace un par de semanas he sentido también una presión en el pecho –Puma apoyó su mano entre los pectorales y descendió hasta el área de su ombligo–. Igualmente en la espalda… y permanece sin cesar.

   Tras meditar sin mucha extensión en la permanencia de su estado reflexivo, la experta decidió proceder. En aras de despejar su bello y delicado semblante, Selene con sus pequeños dedos apartó sus cabellos cobrizos hasta resguardarlos detrás de sus orejas ganando más percepción en lo que sus ojos capturaban.

–Levanta tu camiseta –lejos de titubear, Puma ejecutó con absoluto obedecimiento la petición de su doctora y alzó la vestidura hasta su cuello enseñando su torso conformado por músculos visualmente placibles, tonificados por el incesante e impiadoso esfuerzo llevado a cabo día a día para subsistir en el ocurrente mundo que desde ya hacía un dúo de años que le pertenecía a los muertos vivientes.

   Selene, inconscientemente se tomó un segundo para darle gusto a sus ojos, sin embargo inercialmente movió sus manos para situar los auriculares del estetoscopio, que pendía como un collar, dentro la abertura de sus orejas. Consiguiente a la inspección poco profesional de la mujer respecto a la desnudez de Puma, se vio cautivada por una prolongada y extravagante cicatriz que se servía el pecho del moreno como si de un lienzo para la violencia se tratase. Era ya la tercera vez que había estado presente en la exhibición de esa marca mortal que dividía con casi completa exactitud sus pectorales y rozaba los bordes de sus abdominales.

   Evitando más demoras, comenzó a auscultar, poniendo atención a cada sonido que captaba su estetoscopio.

–Inhala –pidió ella–. Exhala…

   Cero anomalías percibió. Fue cuando Selene tocó directamente el pecho de Puma que notó su elevada temperatura… Su pectoral izquierdo parecía ser el “epicentro” de toda la ola de intenso calor, más sin embargo de él no salía una sola gota de sudor.

–Estás muy caliente… –Selene tanteó la frente del moreno con la palma de la mano para comprobar sus dudas– Pero no es fiebre.

–¿No tienes alguna idea? –preguntó particularmente dócil.

–Pues… No puedo hacer casi nada aquí, ni examinar muestras de sangre… ni hacer placas…

–El sistema eléctrico no da lo suficiente, lo sé –apenas contaban con unos pocos generadores eléctricos de baja potencia, situados estratégicamente para alimentar la iluminación en los sectores más importantes del hospital. Quien acaparaba un sistema eléctrico, que en esos tiempos se podía llamar de calidad, era el Doctor Payne.

–Por cierto, el doctor me consiguió más hidroxiurea para tu medicación… –informó Selene devolviéndose a su escritorio para enseñarle un frasco de aquella sustancia líquida que devolvió rápidamente a su antiguo lugar–. ¿Sabes?, la verdad no estoy segura de que sea leucemia. 

–Sí, lo es –afirmó Puma sin titubeos–. Me la diagnosticaron tres días antes de que pasara lo pasó en Stone City –Selene le observó sorprendida, había estado inocente de esa información hasta aquel instante.

–Bueno… quizás el virus le haya hecho mutar –consideraba ella acariciándose la barbilla.

–Probablemente. Según el análisis del doctor que me dio las buenas nuevas yo debí haber muerto hace unos cuantos meses.

–Vaya... –musitó con desánimo. Después de todo, Selene era incapaz de disfrutar del sufrimiento de nadie–. ¿Le temes a la muerte? –espontáneamente preguntó.

–Le tengo pánico –respondió lleno de sinceridad, cabizbajo–. Y sobretodo en este momento.

–Yo… yo no. La verdad estoy esperando a que venga a recogerme, porque en algún instante lo hará –la resignación en su voz era clara. La castaña le dio espalda a Puma, apoyó sus manos en borde del escritorio meditabunda y perturbada ligeramente por una creciente depresión.

El moreno se puso de pie e inhaló profundamente–. Todos esperamos “el momento”. Aunque lo importante es qué hacemos mientras llega –Selene dio media vuelta para toparse con un pelinegro a una distancia muy peligrosa… Las manos de Puma, apresaron delicadamente su cuello descendiendo al instante hacia sus hombros, deslizándose a lo largo de sus brazos.

–¿Q-Qué haces? –la mujer se paralizó desconcertada.

–Hay algo de ti que me intriga, Selene –el moreno pronto sujetó de una manera igualmente sutil las caderas de la mujer, con una mirada insondable clavada en la suya–. ¿Quieres saber qué es?

–¿A-Aah? –su semblante demoró nada en ganar un tono rojizo a medida que sentía los brazos de Puma alrededor de su cintura apegándola hacia él para eliminar la escasa distancia que les separaba, unificando el calor irradiante de sus pieles.

Las grandes manos del pelinegro indagaron atrevidamente debajo de la camisa de Selene con agobiante calma desde su apreciable abdomen hasta situarse en la tentadora parte inferior de su espalda. En un breve instante… aquellos labios tibios acariciaron las carnosas mejillas ruborizadas de la castaña antes de que con un movimiento raudo extrajera de la parte trasera del jean de la fémina un objeto de volumen considerable–. Que me ocultas… cosas –confesó Puma en un susurro junto al oído de Selene.

   Contrario a retirarse, el moreno aprisionó aún más a la mujer entre el escritorio y su propio cuerpo.

–Aquí le hacemos un delicado seguimiento a algo en específico –su voz ahora más seca y fría calentó el cuello terso de Selene–… y es a las armas.

   Todo estaba contabilizado, cada rifle, cada pistola, cada cargador, cartucho, bala… Se llevaba un control absoluto de todo el armamento circulante, lo que saliera, lo que entrara, lo nuevo, lo usado e incluso se designaba un arma y una cantidad de munición a cada hombre que se chequeaba constantemente. En el Santa Sara Abelló, los suplementos bélicos eran los más preciados.

–Yo… –Selene bajó la cabeza con un ardor en su garganta que le impedía hablar claramente y un palpitar célere.

–Los muchachos fueron incapaces de encontrar el revólver del sargento Peraile –arma cuya cual ahora se encontraba entre los dedos de Puma quien se despegó poco de la castaña para permitirle una mejor reacción–. ¿Para qué querías utilizarlo?

–La verdad no lo sé –dijo ella mirándole directamente, demostrando una autenticidad casi tangible–. Aún tengo ética, no pensaba matar a nadie con eso. Pero me hacía sentir más… segura –respondió sin ningún matiz en sus palabras más que la verdad.

   Apartándose muy lenta y tranquilamente de Selene, Puma se dedicó a chequear el revólver .38 verificando que el tambor tuviera las seis balas en los respectivos lugares al mismo tiempo que la castaña se tomaba un segundo para respirar profundamente, descansando del caluroso momento de tensión. Retornando al mueble rectangular, el joven hombre de cabellos oscuros se detuvo justo en la vera de la dama de la bata blanca abandonando la pistola encima del escritorio.

–Quédatela –dijo Puma.

–¿En serio? –preguntó desconcertada volviéndose sobre sí–. ¿Cómo sabes que no te voy dar un tiro?

–Sólo sé que no lo harás –espetó soberbio.

–¿Ah, sí? ¿Y por qué estás tan seguro? –Selene entrecerró los ojos, intrigada y desafiante, con los brazos entrecruzados dando un paso adelante.

–Bueno, sólo me estoy arriesgando… –confesó finalmente–. Aunque no lo creas tengo intenciones de que dejes de mirarme como un secuestrador y más como una persona que te quiere ayudar.

–Si de verdad me quieres ayudar… sabes muy bien lo que necesitas hacer –recalcaba ella algo que ambos conocían perfectamente.

–Será lo que ellos quieran, Selene. Y si de verdad quieren venir pues tendrá que manejarse bajo mis condiciones.

–Diles que estoy aquí, ¡sé que eso les animará! –afirmó Selene aproximándose con entusiasmo, encontrando una pequeña puerta para poder conseguir un favor tan grande de aquel implacable moreno. Tenía una buena oportunidad de persuasión en ese diminuto instante–. Por favor.

–No es tan fácil...

–Una vez también fueron tus amigos, Puma… –dijo reflexiva mirándole profundamente–. A pesar de todo el tiempo que ha pasado no puedes estar tan seco por dentro, ¿o sí?

   Puma cerró los ojos pensando detenidamente mientras negaba con la cabeza, un tanto resignado.

–Haré lo que esté a mi alcance, Selene –finalizó él respondiendo a la oportunista manipulación a la que estaba siendo sometido por aquella mujer.

–Gracias –apreció ella esbozando una cálida sonrisa posando su mano sobre el pectoral de Puma.

–Deja la hipocresía –reclamó el moreno juntando las cejas, inmutable. 

–¡No soy hipócrita! –contestó Selene sintiéndose ofendida, frunciendo el entrecejo–. ¿No puedo dar las gracias?

–Sí… claro –dijo encaminado hacia la salida–. Cuida muy bien ese revólver.

   Con un portazo la mujer de cabello cobrizo fue informada de la pronta salida de Puma.

   El afán de Alice por encontrar su liberación le mantenía rondando la sala casi al punto de abrirle un agujero a las cerámicas que cubría el suelo. Le atragantaba la sensación de estar atrapada. Ya había desistido de luchar contra la muy bien cerrada puerta que simbolizaba su única salida… 

–Tiene que haber algo aquí… –no tenía precisamente la esperanza de encontrar alguna llave mágica que pudiera abrir esa maldita puerta pero más le valía registrar todos y cada uno de los lugares de la pequeña “oficina”.

   No sabía con exactitud qué pretendía encontrar, o si había algo allí que le pudiera servir para algo. Decepcionada halló en un par de las estanterías una plenitud de papeles… pura data médica y científica. Intentó también acceder al contenido de una vitrina de puertas metálicas pero el larguirucho mueble no cedió a exponer su contenido… Así, maldiciendo su suerte una vez más, Alice recurrió al escritorio donde revisó la primera de las dos gavetas donde residía una pistola, una Colt 1911, casi completamente desarmada. No tenía la más vasta de las experiencias en armas pero tenía una idea clara sobre varios mecanismos en general... Debería poder con algo tan simple así que pieza por pieza comenzó a reintegrar la pistola, resultando el proceso en algo más fluido y sencillo de lo esperado.

–Finalmente… –dijo Alice colocando la corredera de la Colt, terminando así de juntar todas las partes que conformaban el arma, sin ningún trascendental retraso.

   Sin embargo le faltaba lo más importante, lo esencial, lo que le daba a una pistola o cualquier arma de fuego su principal función… le faltaba la munición. La rubia torció la boca observando el espacio vacío dentro de la empuñadura donde se suponía que debería estar el cargador…

   En la gaveta donde había encontrado aquel montón de piezas ya no sobraba ningún objeto de importancia. Inmediatamente cerró aquel compartimiento y prosiguió con el siguiente, esperanzada. 

   A simple vista no ubicó el valioso contenedor de balas pero se topó con algo desconcertante. Junto a un lápiz reposaban varias hojas blancas. Curiosa, la chica levantó los papeles donde se habían plasmado ilustraciones… El primer dibujo reflejaba a un hombre… alto, delgado y muy simpático con su brazo alrededor del cuello de un jovencito, de menor estatura que no era sino Puma… dibujado este con aspecto sombrío, demacrado , con rasgos siniestros sobrepuestos en idea principal, con trazos irregulares y forzados.

   Alice observó la segunda ilustración. Un rostro femenino se mostró en dos dimensiones… Era esa chica. No la recordaba perfectamente pero se le hacía muy fácil reconocerla.

–Eriel… –masculló la rubia con espontaneidad, aunque no muy segura de acertar el nombre.

   La chica había sido retratada con una minucia increíble, reflejando con claridad su particular y cautivadora belleza y sus delicados rasgos entre los suaves trazos. El particular brillo puesto en sus ojos desprendía una onda sumamente cálida.

–Desde el momento en que Dyssidia te arrastró adentro de mi apartamento –torpemente Alice soltó las hojas de papel sobre el escritorio y levantó la pistola hacia el pelinegro que ingresaba a la sala–… supe que eras muy inquieta.Puma cerró con serenidad la puerta a sus espaldas para encarar el arma alineada a su cabeza.

–¿Cómo esperas que me quede quieta encerrada en este infierno con un montón de animales? –dijo ella apretando los dientes como si eso le sirviera para contener su desespero, desviando el arma. El joven hombre exhaló todo el aire de sus pulmones, sintiéndose mentalmente agotado–. ¿Qué pasó con ese sujeto? ¿Qué es lo que está pasando?

–Tenemos rivales, Alice. Gente que nos disputa los recursos de esta ciudad y que me parece, tienen la mente demasiado cerrada como para llegar a un acuerdo –explicó tomando asiento con gran pereza–. Ese tipo, Max, hoy dejó de existir porque me cansé… He contenido a los hombres lo más que he podido y he tratado de hacerles colaborar durante muchísimo tiempo porque quiero superación pero me cansé –puso término él, bastante consternado–… me cansé, me cansé, me cansé.

–¿Y ahora qué? –preguntó la chica encogiendo sus hombros, sujetando delicadamente la mal tratada herida en su brazo.

–Ahora se mueren…

   Sentenció.

–Les habla McCoy, muchachos, los dos bastardos van a través de la… torre Filly. Cerca del callejón de la puñalada, no sé si lo conocen –comunicó un hombre trajeado, llevándose la radio lo más próximo a su boca.

–¡Aquí Caine desde el Hospital de la Santísima Sara Abelló! –respondieron con guasa a través del canal– Lo conozco, ahí cometí mi primer asesinato, colega. ¡Que no se te pierdan esos hijos de puta! ¡Danos el pitazo cuando encuentres al resto de esos parásitos!

–Aaaaaafirmativo –dijo, conforme–. Oye, Lock, ¿qué tal va eso?

   Al otro lado de la calle se encontraba otro sujeto portador de una vestimenta apropiada para enfrentar altas dosis de radiación.

–Todo bien, perro. Te cubro pero ya casi estás fuera de mi rango –informó Lock, observando al rastreador a través de unos binoculares, apostado en una alta azotea listo para atender emergencias– De todas maneras el Chino va hacia ti cómo alma que lleva el diablo.

   Continuando su sigilosa persecución, el acechante McCoy maldijo su suerte incapacitado de seguir el rastro de sus presas entre el laberíntico piso repleto de múltiples cubículos oficinales. El hombre que en antaño solía ser un convicto, apresuró los pasos utilizando las esquinas para ocultarse, desplazándose con cautela y suma velocidad divisando finalmente a esa mujer de caderas delgadas y cabellera negra.

–¡McCoy, detrás de ti! –palabras dichas justo a tiempo propiciando el veloz giro del susodicho para detener un cuchillo que amenazaba con desgarrar sus carnes. Ambos cayeron al suelo estrepitosamente con el violento forcejeo.

   Ana desde la profundidad del corredor se acercaba con su fiel pistola entre sus manos dispuesta a acabar con el acosador pero una ráfaga de balas le impidió seguir su camino.

–Vas a tener que chupármela antes de hacer eso, perra –Lock disparó de nuevo para contener a la mujer que amenazaba con exterminar a su compañero.

   Jazz vio sus esfuerzos mermados al recibir un puñetazo en las costillas y posteriormente otro justo en la sien. El reo disponía de una fuerza endiablada a pesar de estar en peor posición. Sin mucha demora echó al rubio de encima y se incorporó para embestirlo. El llamado Jason sorteó al sujeto que cómo un toro corría hacia el y le asestó una potente patada en un costado que lo envió al siguiente corredor entre incontrolables tambaleos.

   McCoy terminó por encontrar su cuerpo cayendo violentamente sobre su pecho, siendo esto un estorbo que le impidió reincorporarse, quedando a completa merced de Jazz. El rubio con ferocidad perforó mortalmente la espalda del reo, atravesando también su cuchillo el pulmón derecho. No conforme con eso, sujetó firmemente la empuñadura del arma blanca desde un mejor ángulo y la deslizó para aumentar la gravedad de la herida.

–¡Cabrón! –clamó Lock accionando su rifle para despedir casi una decena de proyectiles, perforando uno de estos en el hombro de Jazz estando este inconsciente de su exposición al peligroso francotirador.

–¡Jason! –gritó Ana aproximándose vehemente por el corredor.

   Recuperando la precisión con su arma tras la desenfrenada ráfaga de balas, Lock se preparó para abrir fuego nuevamente. La tirada de gatillo se vio perturbada por un balazo de alto que calibre que se estrelló justo contra su cobertura, obligándole a retraerse.

–¡Mierda! –el hombre recurrió a su radio al instante que se ocultaba de la persona que parecía profesar de la misma manera que él–. ¡Chino maldito! ¡¿Dónde carajos estás?!

–Escuché los disparos –se escuchó por la bocina–. Voy llegando por la farmacia.

–¡Mataron a McCoy! –Lock echó un brevísimo vistazo observando como el par de enemigos se preparaban para salir por una gran brecha en el segundo piso del edificio donde se encontraban, a punto de abordar el techo de un autobús empotrado en la pared del nivel inferior–. ¡Van hacia el norte desde la torre Filly y tienen a un puto francotirador cubriéndoles! 

   Desde el edificio adverso a sus compañeros, Tony permanecía con la mira bien puesta sobre la última ubicación conocida de aquel reo que casi había cocido a plomo a sus compañeros.

–Ana y Jason tienen problemas –comunicó Anthony a través de su radio–. Al catire lo hirieron. ¿Será posible que Max viniera aquí rápido?

–¿Qué? –Nikov mostró un profundo desconcierto–. Se supone que Max iba con ellos.

–Oh, mierda… –el cuarentón chasqueó la lengua negando con la cabeza.

–¡Maldita sea! –exclamó Kalashnikov–. ¡Voy para allá!

   Los pasillos repletos de oscuridad abundaban en aquel hospital. Alice tenía el privilegio de volver a pasearse por el edificio, nuevamente, en compañía de Puma.

–¿Adónde vamos? –estaba intrigada por el repentino recorrido que acaecía.

–A ver qué a alguien que puede ayudar con tu brazo –respondió Puma, deteniéndose junto a una puerta en específico de muchas situadas a lo largo del corredor–. Pero antes tengo que hacer una parada.

–Oka –dijo Alice encogiendo sus hombros, despreocupada.

   La rubia se apoyó de la pared en busca de reposo al tenor del ingreso del moreno en aquella oscura habitación… La silueta postrada en la cama ni se inmutó con la nueva presencia.

–Veo que te pusiste cómoda.

–Un poco… –Eva apenas miró, con ligera indiferencia, al pelinegro.

–Se me olvidaba lo perspicaz que eras –dijo Puma analizando la falta de sorpresa en su amiga, notando claramente que esta le había identificado desde mucho antes. Acercándose a la cama desde un costado ganando mejor visión sobre la fémina.

   Con una llavecita se inclinó hacia la cama para liberar la muñeca de la castaña de las esposas que le mantenían presa. Inmediatamente, con una impresionante agilidad, Eva aprovechó su posición para abordar al moreno y efectuar un derribo culminando con su rodilla apresándole el pecho y su puñal posicionado junto a la garganta. La mujer también colocó la palma de su mano sobre la frente de Puma para controlar mejor sus movimientos.

–¿Por qué? –preguntó con disgusto.

–¿”Por qué” qué?

–Llegaste al fuerte con una banda de matones, Puma –esclareció Eva muy interesada en la respuesta–. ¿Por qué?

–Quería ir a recoger a mi hermana.

–No vas a buscar a una persona con diez tipos armados hasta los dientes –acusó insatisfecha–. Iban a hacer lo mismo que llevan haciendo desde un buen rato… encargarse de la posible competencia, ¿no?

–No, Eva –contradijo Puma, con ligera asfixia pero gran pasividad–. Sí tenía planes de traerlos aquí pero ellos sólo eran mi escolta… –respondió.

–Mentira.

–Debes saber muy bien que soy incapaz de lastimarte, ni a ti, ni a Adán… y mucho menos de traicionarte –explicó aún sin mover un solo músculo, mirándole fijamente.

   La castaña negó con la cabeza dándole una suave mordida a su propio labio antes de retirarse del moreno enturbiada por resignación.

–No me estás contando todo, lo sé –espetó Eva dirigiéndose precipitadamente a su mochila para examinar su contenido.

–Necesito tu ayuda, Eva… –Puma comenzó a levantarse lentamente del frío suelo.

–Ya me lo dijiste, y no, no puedo –se limitó a decir, asegurando sus pertenencias para pronto cargarse la mochila a la espalda.

–Sé quien tiene a Adán –dijo, aunque en el interior no tan seguro de estar en lo cierto dada la escasa cantidad de pruebas que le respaldaran. Aquellas palabras le atinaron al clavo. La dama de cabello castaño regresó hacia el moreno con la intriga en sus ojos.

–¿Dónde lo tienen? ¿Quién? –preguntó, muy seria.

–También tienen a Florr… Necesito tu ayuda, Eva –reiteró, poniéndose totalmente de pie.

–Habla –exigió ella.

–Conozco a estos tipos desde hace un buen tiempo. Hace poco vinieron a tratar de utilizarlos para negociar recursos…

–¿Y? –invitó la castaña a que continuara con su narración.

–Me negué.

–Te negaste… –el resoplido emitido por el aire expulsado violentamente de su boca mostró su clara decepción.

–No estaba en mis cabales –intentó excusarse aunque fallidamente puesto que eso no calmó a la mujer.

–Es MI hermano, y TU hermana los que están corriendo peligro, Puma –resaltó con una molestia inocultable, señalándolo irritablemente con su dedo índice–. ¿No pudiste ser un poco más racional?

–Tranquilízate, eso no importa. Tengo hombres que ahorita mismo les están siguiendo el rastro… Y sólo estoy esperando a que me confirmen la ubicación –le informó ganándose completa atención de Eva y también un poco de su serenidad–. Cometieron el error de pensar que iba a aceptar todas sus peticiones y se han confiado. Si tenemos paciencia y actuamos con viveza, funcionará…

   La castaña clavó sus ojos en Puma, sin más deseo que confiar en sus palabras, aunque aún temerosa por el estado del pequeño Adán, que a pesar de tener muy bien expresa la capacidad e inteligencia del muchacho, seguía siendo atormentada por sus instintos.

–Júramelo –pidió, severa, antes de dejarse llevar plenamente por sus ideas.

–Por mi vida –contestó a Eva levantando los brazos en símbolo de completa seguridad.

   Dando un par de pasos más, torpes y desorientados, con las manos en la cintura, finalmente volvió a ocupar la cama de hospital, sentándose en uno de los bordes sintiendo sus latidos alborotados con la sobrecogedora situación. Removiendo un par de mechones de cabello cobrizo sobre su rostro, ocultándolos detrás de su oreja se permitió respirar. Puma se posicionó frente a ella, en cuclillas con un cigarrillo entre sus dedos, alzado. Eva le miró por un instante, confusa por la oferta y luego con tan solo mover levemente su cabeza atrapó el cilindro con sus labios para que este posteriormente fuese también encendido por el moreno. Una vez el tabaco comenzó a arder, dio una profunda y satisfactoria calada que le produjo un grato alivio, expulsando tras breves instantes el humo hacia un lado, torciendo la boca.

–Gracias –dijo Eva.

–Es sólo un cigarrillo.

–Quiero decir –la castaña corrigió, vacilando con lo que intentaba expresar, por un segundo–. Gracias… por mantenerme a salvo, Puma.

Aceptando la gratitud sucumbió a un estado pensativo, y sumergido en infinita curiosidad, el moreno preguntó–. Ese desmayo, ¿exactamente por qué fue?

   Eva le dio otra fumada al cigarro, ensimismada. Ubicando quizás la mejor respuesta antes de abrir la boca. Cuando el humo inhalado salió, finalmente tomó la decisión. 

–Cáncer.

   Un molesto escalofrío recorrió la espina de Puma quien inexorablemente reflejó su impresión en sus ojos.

–Ja… –carcajeó cabizbaja, irónica–. ¿No es la vida una maravilla?

–Lo que sea… lo que sea que pueda hacer para ayudarte, sólo dímelo –propuso, consternado incluso con un casi ininteligible matiz de ansiedad.

–No, no te preocupes –se rehusó la castaña con apacibilidad.

–Eva…

–Después hablaremos del tema, ¿sí? –sugirió de buena manera ya recuperando la regular simpatía en sus expresiones–. Por ahora ocupémonos del problema actual. 

–Por ahora –impuso él, enderezándose.

–Tienes un geniecito… –dijo Eva aludiendo al férreo y terco comportamiento que tenía aquel pelinegro–. No te lo había dicho pero has cambiado demasiado. Te has vuelto… frío.

–Tú también has cambiado.

–No. Por desgracia siempre he sido así… –refutó.

–¿Desconfiada y desalmada?

–Desconfiada sí –fue lo único que admitió la mujer–. Pero tú irradiabas mucha más vida cuando te conocí, en ese orfanato. Y tus ojos... ya no me dejan saber qué es lo que piensas, y eso me molesta… sólo analizan y analizan.

–Lamentablemente es lo que hay –dijo determinante.

–Ajá… Sin embargo tengo la corazonada de que tu mentalidad y tus ideas siguen intactas.

–Bueno, “ocupémonos del problema actual”, Eva –ordenó tomando la mochila de la castaña para dirigirse a la puerta. Aunque antes le echó un vistazo a la mujer–. Sigo sin averiguar cómo conseguiste el puñal… si te lo dejé en la mochila.

–La cama tiene rueditas.

–Claro… 

   El moreno dejó escapar un resoplido.

–Bendito sea el señor… –dijo Alice harta de esperar, mirando el techo y levantando sus manos al mirar a Puma abrir la puerta–. Casi me salen raíces, ¡virgen María!

–Sólo sígueme Alice…

   La rubia sin embargo permaneció en el sitio al instante en que observó con curiosidad a Eva salir detrás de Puma, siendo el cigarrillo entre sus labios lo primero que atraparon sus ojos.

–Fumar da cáncer… –dijo esta casi que en forma de reprimenda. La castaña, después de otra extendida fumada, simplemente dejó escapar todo el humo en el rostro de Alice.

–Ahora tienes cáncer –sentenció Eva con una grave antipatía mientras Alice sufría un ligero ahogamiento.

   El trío alcanzó, con un recorrido de insignificantes metros la siguiente meta, donde Puma de irrumpió confianzudamente para servirle la puerta a las otras dos señoritas que venían detrás de sus pasos.

–Oye, tan bien que íbamos con lo de tocar la puerta… –dijo Selene con decepción, cruzando los brazos. Con la mano en la espalda, el pelinegro guió a Alice hasta una camilla–. Es… extraño ver mujeres por aquí… ¿Qué te pasó? –preguntó directamente hacia la injuriada.

–Me dispararon en el brazo –respondió esta, tomando asiento con gran pesar.

–Y también tienes un golpe en la frente… –añadió, mirando dicha herida con bastante preocupación–. ¿Puma te arrastró aquí?

–No… –negó esta, risueña–. Creo que es la persona que en los últimos días, más me ha ayudado.

–Pues siéntete afortunada –le dijo Selene, sarcástica.

–Bien –Puma dio media vuelta para irse nuevamente, Eva esperaba debajo del dintel, aún disfrutando del tabaco.

–Eh… Puma –llamó Alice, y este le miró al instante–. Quisiera saber de Enrique y de su hijo…

–La verdad es que no los he visto –la chica observó preocupante–. Pero en cuanto regrese, veremos qué puedo hacer. 

   Asintiendo, aceptó la respuesta del moreno aunque no muy conforme. Posteriormente bastaron simples segundos para que ambos personajes se retiraran.

–Te me haces familiar –espetó Selene, retirando delicadamente el hilacho enredado sobre la herida de Alice.

–Creo que puedo decir lo mismo –contestó la chica, intrigada–. Pero sinceramente, ahora no es que le tenga demasiada confianza a mi memoria…

   Caminando a lo largo de los corredores, ya justo a pie de una escalera que les permitiría subir a los siguientes pisos del hospital, Eva sintió el pinchazo de la duda en su espina dorsal.

–Aún no tengo muy claro qué es lo que haré yo –comentó.

–Pues, espero que recuerdes lo que me contaste hace mucho tiempo.

   La mente de Eva seguía sin ubicarse con certeza en lo que podría ser… de tantas cosas que le había dicho a aquel joven hombre, era difícil saber cual. Puma notó la duda en su mirar, y se detuvo a mitad de escalera con una mano sobre la baranda.

–Eva, me dijiste que tenías muchísima experiencia con helicópteros…