Big Red Mouse Pointer

miércoles, 2 de diciembre de 2015

NH2: Capítulo 051 - Inmoralidad (Parte 2)

Aquel par de guardianes de la barrera que se exponían amenazantes armados con el característico rifle de asalto de la milicia a la que pertenecían se deslizaron hacia ambos laterales de la vía de acceso tras la realización productiva de su labor vital al permitir que Nicole condujese su prisión con neumáticos hasta el corazón de lo que pronto sería su nuevo refinamiento. Inma examinó angustiada el entorno salvaje en el que se adentraban con unos numerosos giros cervicales tan forzados que la propia joven sentía la impresión de que acabaría rompiéndolo si continuaba con tal acción, pero no podía conseguir que un empeño de tal persistencia como el suyo cesará en la contemplación masoca de aquel recinto que parecía recibirles con total seguridad. Uno de los detalles que mejor conocía del nuevo mundo era que la enorme mayoría de sus habitantes se habían deshecho de la capacidad de confianza en su especie. Y el hecho inmutable de que en aquella área no pudiese hallarse ni remotamente una cabaña, esa extraña formación militar que procedía a su apertura ante el vehículo en el que todavía se hallaban y aquella mujer que parecía aguardar un tesoro con cierta pedantería fueron indicios evidentes que la alertaron de que no se habían cruzado con esa base casualmente.

—Nicole, ¿qué es este lugar? ¿Qué ocurre? ¿Dónde estamos? —se apresuró en lanzar una ráfaga de preguntas ansiosas para las que esta solo efectuó un silencio sepulcral junto con una mirada cargada de odio a la sucia dentadura de esa joven morena que se situaba en un gigantesco primer plano de su concentración visual.

—Yo... Estoy confusa... ¿Se supone que es aquí a donde nos traías? —meditó Jessica inspeccionando el salvaje coto de caza en el que habían penetrado a través del que era el cristal de la ventana más cercano a su asiento antes de intercambiar un gesto de incertidumbre con Alice.

—No... no me lo puedo creer... Tú... tú... ¿Cómo has podido? ¡¡Eres la misma rata miserable que ese hijo de puta de Payne!! —se ruborizó M.A desprendiéndose de la suprema molestia que suponía el melenas sobre su cintura estampándolo contra una alfombrilla que recubría su reposapiés—. ¡¡Nicole, cuéntame ahora mismo que es lo que está pasando o me vas a tener que ver cabreado, pero de verdad!! ¡¡¡Y te he dicho ahora!!! ¡¡¡Ya!!!

—¡M.A, tranquilízate, joder! ¿Qué cojones te pasa? —intervino Alice con la ambición de dominar esos innombrables impulsos internos que desataban una venenosa ira en su alma bondadosa.

—¿Que qué me pasa? ¿Me preguntas que qué cojones me pasa? ¿Tan ciegos estáis que ninguno se ha dado cuenta de lo que ocurre? Nunca hemos estado yendo hacia ninguna cabaña. Todo esto es una jodida trampa. Mirad a vuestro alrededor, por el amor de Dios. ¿Creéis que las armas que llevan son para jugar al tiro al plato? Nos están esperando. Y adivinad quien nos ha servido en bandeja de plata...

—¡No! —interrumpió Jessica el manifiesto ofendida ante la culpabilidad que el rubio pretendía achacar sobre su amiga Nicole—. ¡Puedes pensar lo que quieras, pero ni siquiera la estas dejando hablar para que se pueda explicar! ¡Todo lo que has dicho son sólo suposiciones tuyas! ¡Me niego a creer que Nicole no tenga una explicación razonable para que estemos aquí!

—Sí, claro, por supuesto que la tiene. Nos ha vendido como si fuésemos ganado. No te puedes imaginar lo repugnante que me parece ahora mismo esta... jodida hija de puta. O a lo mejor es que nunca ha estado realmente de nuestro lado. A lo mejor su historia es toda una farsa. ¿Porque estos putos críos quienes son, eh, Nicole? ¿Y la gente que nos está apuntando a la cabeza, qué, eh? ¿Y qué me dices de esa gilipollas de ahí delante, Nicole? ¿No dices nada, o qué? ¿Es que se te ha comido la lengua el gato?

Todavía no había transcurrido siquiera un intervalo de tiempo necesario para que la agente hubiese elaborado su defensa si el trance desatado por su némesis le hubiera permitido escuchar las injurias dirigidas a su persona cuando M.A sintió el filo de un frío machete amenazando con perforar su garganta.

—No vamos a crucificar a nadie hasta que sepamos toda la verdad sobre lo que está pasando, y si tengo que controlarte por la fuerza, lo haré —esclareció una Alice con violenta autoridad frente al aturdimiento cerebral que sufrieron sus compañeras al impresionarse con semejante actuación. Para M.A, el atrevimiento de esa maldita rubia metomentodo sólo podía contener un significado posible. Su táctica acababa de ser devorada por el filo de su arma. O esa fue su concepción de los hechos hasta que Alice le guiñó efusivamente un ojo sin que ningún otro ocupante lo percibiese. A su receptor no se le había ocurrido pensar en ningún instante que la chica lo conocía suficientemente bien como para captar el teatrillo barato que había improvisado. Y quería compartir el escenario.

—Tú... —espetó el lisiado aferrándose con firmeza a la muñeca de Alice para deslizar el machete hasta su cuello—, no me vas a decir lo que tengo que hacer, cariño.

Esta aprovechó la ventaja que le otorgaba toda esa confusión que estaban causando para deshacerse de la agobiante mujercita que resentía sus muslos apartándola hacia el asiento previamente ocupado por Jessica y Daniel.

—¿Y qué pasa si lo hago, eh? ¿Es que vas a matarme? No sabes hacer ningún acto sin violencia, ¿verdad? —se regodeó esta con una sonrisa malévola germinada a partir de la diversión que sentía jugando con su rubito lindo al arte de la interpretación a pesar de que conocía la seriedad en la que éste se fundamentaba.

—Me importa una putísima mierda lo que pienses o dejes de pensar, Alice, pero te garantizo que no voy a permitir que nadie más me vuelva a tomar el pelo jamás. No pienso pasar ni una...

—Chicos, por favor, parad. Creo que esta vez os estáis pasando —rogó Inma en una vana pretensión de detener aquel absurdo altercado improvisado—. La gente de ahí fuera nos está mirando raro. Esto no me gusta nada.

—No te preocupes, Inma. Esta pequeñita ratita cobarde no va a hacer nada. Se le va toda la fuerza por esos morros de pedorra empedernida que tiene, igual que cuando presume de lo bueno que es en la cama. A que sí, ¿cariñito? —prosiguió Alice con el agravamiento del malestar general que se respiraba en el vehículo.

—Alice, estás colmando mi paciencia, y te lo digo en serio —se desató M.A elevando aún más el tono chirriante de sus alaridos—. ¡¡¡Nicole, todavía no has respondido a mis preguntas!!!

—Chicos, Inma tiene razón. Parad ya, por favor. Estáis asustando a todo el mundo —se arrastró Jessica tras el origen de los ruegos proferidos por Inma, apoyándola en su misión de detener aquella locura—. ¡Nicole, diles algo, por favor!   

—Venga ya, este perrito ladra mucho pero ni siquiera tiene dientes para morder. Así que no os preocupéis lo más mínimo. Lo tengo totalmente controlado —se regodeó la actriz rubia contribuyendo a aumentar incluso más la presión que se sostenía en el interior de su escenario.

—Oh, no, esta vez no. No voy a dejar que volvamos a perderlo todo otra vez. Y si la zorrita esta rubia ni siquiera va a dignarse a dirigirnos la palabra, yo no seré menos a la hora de parar toda esta mierda.

Y aunque la jovencita del cuchillo travieso había tratado de mantener su compostura en cualquiera de los actos a los que M.A la empujaba a interpretar, sus emociones no podrían haberse sentido ni remotamente preparadas para el cañón de la pistola que se dirigió directamente a su cabeza. Y a pesar de la confianza que depositaba en el plan que este había urdido para liberarles del supuesto conflicto aún no conocido en el que Nicole les habría involucrado, Alice no pudo evitar sentir temor por ese frágil bienestar mental de su pareja tan latente en su interior. Era la primera vez en toda su vida que podía sentir un destello de ira en su mirada deseando consumirla hasta sus mismísimos huesos. Y ni siquiera era una ficción. Nacía de él... La joven apartó el machete de la garganta del armado tan asustada como sus camaradas de equipo conscientes.

—Está bien, M.A, está bien. No tenemos que llegar a estos límites —trató Jessica de tranquilizarle a la par que se esforzaba por retroceder hacia la región opuesta a la posición del psicópata pese a que el chico que todavía se hallaba situado sobre sus muslos se lo impidiese—. Mira, creo que todavía somos todos humanos racionales como para solucionar esto sin necesidad de amenazarnos entre nosotros. Y estoy segura de que Nicole nos puede dar una explicación totalmente lógica y razonable para que hayamos venido hasta aquí y no tendrá inconveniente en compartirla con nosotros, ¿verdad, Nicole? ¡Hey, Nicole! ¡¡Nicole, te estoy hablando!! ¡¡Responde!! ¡¡¡Nicole, por el amor de Dios, haz algo, di algo!!! ¡¡¡Reacciona, joder!!!

Solo pudieron ser los llantos lamentosos de una completa indefensa sometida a un peligro que sobrepasaba sus límites aquel desencadenante que consiguió evadir a su conductora de la figura que se ensalzaba frente a ella y la incitó a observar la zona trasera de su coche a través del retrovisor para presenciar un macabro espectáculo en el que el actor principal amenazaba con enterrar a su compañera de un balazo a sangre fría. El pie de Nicole se desplazó en un irreversible acto reflejo en dirección al pedal del freno antes de hundirse en él, creando la causa primaria por la cual cada uno de sus ocupantes sufrió un violento bamboleo que revolucionó cada uno de sus órganos antes de que se detuviese con el ruido chirriante de cuatro neumáticos penetrando en la gravilla.

—¿Pero qué coño? ¿Qué está pasando ahí atrás? ¡¡M.A, suelta el arma!! ¡¡¡Ahora!!! —le impuso Nicole sobrepasada por el giro surrealista en el que se había tornado su secuestro.

—No, de eso nada, cariño. Tú tenías que responderme a un par de preguntas, y por ahora no te he oído cantar ni las doce —se opuso el atacante aferrándose incluso con mayor ímpetu a la empuñadura del arma que portaba.

—¿Preguntas? ¿Y qué clase de preguntas? ¿Qué es lo que quieres saber de mí? —le interrogó instantáneamente evidenciando el hecho de que no había captado ninguna de las acusaciones vertidas hacia ella.

—¡Oh, venga ya, Nicole! ¡¿Estás diciendo que eres la protagonista de este escándalo y ni siquiera lo sabes!? —atacó Alice como consecuencia del estrés soporífero bajo el que se hallaba —. ¡¡Para esto!! ¡¡¡Ahora!!!

Un proceso tan sumamente simple como la detención inesperada del zorrón rubio en la avenida principal consiguió originar en Michaela un superficial sentimiento de desorientación propia de un buitre que se halla extraviado en un ecosistema que no puede mantener bajo el yugo de su mano dominante. Y sin embargo, su conciencia todavía le transmitía el sentimiento de un control absoluto bajo la figura del niño al que su prototipo de marionetas perfectas había esclavizado. Su hermanastra no era siquiera un alma sanguínea que se habría atrevido a sacrificar vidas humanas para conciliar esa locura nacida de la ira que se apoderaba con un sigilo maestro de todo su centro de control. Ella todavía no había alcanzado el iluminador grado mental que la había bendecido durante los años de su vida más enriquecedores. Pero lo haría... Era la única garantía que podía asegurar.

—Atención a todos los francotiradores de la zona. Que nadie dispare. Repito, que a nadie se le ocurra soltar un cartucho bajo ningún concepto sin mi autorización —les comunicó Michaela cerciorándose de una correcta comunicación a través de la radio que reposaba en su cintura. Ni un mínimo segundo hubo transcurrido desde que fue emitido su informe cuando Anna la asaltó inquieta ante tal actitud despreocupada.

—Pero, señora, ¿no deberíamos mantener a nuestros francotiradores activos en cualquier momento por si necesitamos abrir fuego rápido? No sabemos lo que...

—Anna, cállate —acalló la líder su jodida garganta entrometida con tono pacífico.

—Nuestra señora siempre sabe qué está haciendo. Deberías tener más confianza en sus decisiones —se entrometió Braun tratando de reforzar su tapadera aunque ya sólo pudiese ser una estupidez. Anna se forzó a atragantarse con su defensa de nuevo a la par que su rostro se amargaba mientras Michaela proseguía dispersando sus mandamientos entre la formación.

 —No quiero que a nadie se le ocurra disparar, ¿entendido? Yo me encargaré de este asunto.

Y una vez hubo paralizado su batallón en una orden tan absurda como egocéntrica que nadie alcanzaba a comprender, Michaela desplegó sus encantos por segunda vez al avanzar nuevamente una denotable serie de pasos hasta sus piezas de caza y situar sus brazos en un método de apoyo junto con su cintura que compuso la figura de una jarra en su cuerpo. Su superioridad ante la creencia de haberse convertido en un ser intocable por parte de su hermanastra era excesivamente perceptible.

El arma dispuesta con la que M.A amenazaba a una de las escasas personas que había amado a lo largo de toda su vida no podía cesar en los temblores tan abruptos con los que la amenazaba, siendo la causa de la denominación de descontrol demente que sus camaradas constituían en sus mentes. Nicole fue la única que pudo concebir su amenaza radicalmente distinta cuando hubo resurgido definitivamente de su letargo.

Nunca alcanzó a conocer exactamente la capacidad por la cual había sido capaz de descubrirlo. Quizá su deducción había nacido como una consecuencia de los innumerables interrogatorios en los que se había hallado presente durante su labor como agente de la ley o simplemente como un presentimiento brotado de alguna clase de ciencia infusa, pero la expresión que perforaba el rostro del joven alocado resultaba tan realista como el de un burdo asesino que intenta encubrir su crimen. M.A había conseguido encontrar el fundamento de un engaño impuesto por la puta titiritera. Y estaba tratando de ayudarla.

Redirigió su capacidad de atención a través del uso de su sentido de la vista hacia el frente solo para ser recompensada con otra disposición chulesca de su jodida hermanastra. En cualquier condición distinta a aquella tan sumamente destructora a nivel moral, probablemente se habría replanteado una centena de veces sus acciones antes de efectuar alguna que pudiese considerar correcta, pero la utopía a la que se enfrentaba la sobrepasaba de un modo que nadie podría haber comprendido jamás. Había arriesgado las vidas de unos compañeros que habían confiado en su palabra desde que se conocían para tratar de salvar a un niño sin considerar siquiera que Michaela nunca iba a jugar limpio. Nicole se percató en aquel mismo instante de que no era nada justo implicar a sus amigos en una confrontación personal con esa reina creída. Y por primera vez durante sus dos años de supervivencia zombi, optó por embarcarse en la arriesgada aventura del conductor kamikaze.

—M.A —susurró estremeciendo su nombre con un lamento mortuorio—, tenemos que hacerlo rápido. Confía en mí... Mata a los niños.

—¡¿Cómo?! —se sobresaltó Inma ante tal atrocidad arrastrando sus cuerdas hasta el límite de la afonía.

El ritmo sanguíneo de Jessica se aceleró precipitadamente ante la resolución propuesta a la vez que en Alice surgía una mentalización profunda para la masacre que se desarrollaría a continuación.

Y empleando la táctica exacta que su amada había  inferido, M.A aplastó su pie en la garganta de Hugo para mantenerle inmovilizado mientras apartaba a la jovencita rubia de su línea de disparo. Ni siquiera se detuvo a meditar sobre el cruento infierno en el que le asignarían reposar por el asesinato impiadoso de una muchachita muda que no superaría los catorce años de edad cuando la primera bala abandonó el hogar en el que había convivido con sus hermanas por toda la eternidad. El desagradable ruido seco de una estructura gelatinosa en su destrucción terminó siendo reducido a una inexistencia ante el estruendo ensordecedor del disparo, pero no hubo camuflaje alguno que ocultase las salpicaduras de sangre que aterrizaron en las rodillas de Alice antes de que su cadáver inerte se precipitase sobre la alfombrilla de la cual acababa de incorporarse. M.A podía sentirse orgulloso por haber logrado atravesar limpiamente el ojo de Barbie.

A ningún ser humano que hubiese habitado en algún periodo de tiempo el planeta se le hubiese ocurrido pensar que Daniel podía ser tan ingenuo como para no percatarse de que la siguiente víctima a la que le reventarían el cerebro sería él. Y fue tal concepción el fundamento por el cual el adolescente acabó por lanzarse hacia una cobertura en el reposapiés de su asiento para lograr evadir un proyectil que se escapó a través del cristal de la ventana.

—¡Ya está bien! ¡Ya está bien! ¡Ya es suficiente! ¡¡¡Por favor, parad, parad, parad, parad!!! ¿No crees que ya has causado suficiente daño, M.A? Acabas de matar a una chiquilla porque te lo han dicho y no tienes ni la más remota idea de lo que está pasando. ¡¿Y qué puto cable se te ha cruzado a ti, Nicole?! ¡¿Cómo se te ocurre ordenarle que los matase?! ¡¿Qué es lo que está pasando en esta jodida casa de locos?! ¡¡¡Que alguien me responda!!! ¡¡¡Quien sea!!! —chilló Jessica descontrolada ante la visión en primera persona de la ejecución efectuada.

Pero Dani no era tan compasivo como lo había sido ella en su discurso defensivo, sino que aprovechó la situación ventajosa que le concedía para extraer con cautela una pequeña daga que preservaba oculta en el interior de su calzado. No iba a permitir que aquel  subnormal le arrebatase su derecho a vivir sólo por su capricho con la misma sencillez que acababa de emplear para destruir el de Barbie.

—Pasa que ahora sois nuestros esclavos —despejó a la paranoica de su necesidad existencial justo antes de traspasar las carnes de su costado con la daga. M.A se esforzó en ignorar el mortífero griterío que la hoja le ocasionó tras entrometerse en sus entrañas para impulsar un tercer balazo que reventase a ese hijo de puta, pero el descendiente de la prostituta se mofó de su reducida inteligencia de simio tras abrir la puerta del escenario del crimen para así proceder a rodar por un asfalto que le permitió eludir el tiro. La corredera de su pistola se impulsó en la dirección precisa que indicaba una total carencia de munición, pero ello no impidió al asesino inhumano continuar apretando el gatillo constantemente como método de defensa contra la frustración originada por aquel vacío tan inoportuno. Fue en vano. Dani se escabulló por un callejón cercano sin que M.A fuese amenaza alguna para él mientras la puñalada con la que había herido a Jessica se agravaba visiblemente después  de que unos delgados hilillos de sangre brotasen de ella. El puto crío le había dejado como un auténtico gilipollas.

Para ninguno de los miembros de la formación que servía con lealtad inmaculada a Michaela se pudo disponer de manera desapercibida la carrera con la que Daniel se evadió del arriesgado alcance de sus invitados ni el trío de estallidos que habían sido sus precedentes. Un porcentaje elevado de ellos había desatado su enervación tras presenciar el panorama presentado, reactivando sus organismos para llevar a cabo un ataque inminente ignorando cualquiera de las imposiciones con las que Michaela deseaba su gobierno como ejército en aquella guerra. Y Anna no podía dejar de ser su representante como la maestra tocapelotas que le encantaba ser.

—Señora, deberíamos intervenir inmediatamente. Lo que sea que esté ocurriendo ahí dentro es un asunto claramente turbio que nos envuelve a todos. Y estoy segura de que no nos beneficiará en ningún aspecto. Además, podríamos tener heridos. Los otros chicos todavía...

—Anna, ¿podrías hacernos un favor a todos y cerrar la boca de una maldita vez? —la sometió de nuevo a la desdicha de la represión con tales términos de un valor notablemente despreciable que la oprimida se vio forzada a recopilar junto con la mayoría de todas las propuestas bienintencionadas que le exponía al tiempo que se concentraba en controlar su garganta para no volver a emitir vocablo alguno que enervase a su reina—. ¿Lo ves? Estás mucho mejor así. Y te lo voy a repetir por última vez. Todo está controlado.

El manillar de la puerta fue desplazado mediante un procedimiento escaso de consideración antes de su abrupta apertura por parte de un meticuloso amante de su cuello, quien comprobó el efectivo vacío en el que se sumía la construcción para poder confirmar un acceso seguro hasta el punto de control ubicado en la azotea que Braun le había asignado.

Avanzó cauteloso atravesando la desierta recepción hasta alcanzar las escaleras que conectaban con los pisos superiores, permitiendo a su rifle permanecer  sobre el sustento de tales estructuras rectangulares ascendentes para facilitar el rastreo en el interior del bolsillo de su chaleco que le concedería un conjunto de cuatro balas que pronto utilizaría. No requirió ni de una décima de segundo para localizar una de las municiones que le dispuso la posibilidad más lógica que le incitaba a recuperar su rifle y disponerse a su recarga mediante una veloz apertura del cerrojo.

Y su ejecución habría sido magistral si el guerrillero hubiese ignorado la serie de impactos resonadores cuya procedencia se reducía al corredor colindante a la recepción por el cual había accedido. Empuñar su cuchillo en acto personal de defensa fue su gran equivocación.

La concepción de Don sobre su realidad era mucho más satisfactoria del final que le deparaba. Aquellos estruendos tan intempestivos eran una encarnación problemática que podría solucionar con sencillez sin que ello afectase en su misión más importante, por lo que cometió el fatídico error de desplazarse hasta la puerta agazapado con la confianza que producía la creencia de haber solucionado un misterio antes de que hubiese sido desvelado siquiera.

Pero el francotirador no podría haber adivinado por telepatía que cada pestañeo de Braun estaba siendo vigilado por un cuarteto de pupilas dañinas debido a que ninguno de los aspectos de la rebelión se había detenido, por lo que cuando el tirador descendió de nuevo permitiéndose abalanzarse moderadamente con la blancura de su arma, recibió un cruel castigo por parte del irruptor.

El letal puño americano que protegía los nudillos de su atacante sólo agravó la bestialidad del puñetazo que estremeció a su mentón a la par que procedía a desplomarse como un saco de boxeo barato. Trató vagamente de reincorporarse al combate contra su agresor, pero cuando sintió las raíces de su cabello siendo tensadas con brutalidad por una mano muy robusta, se cercioró de que su excesiva insensatez iba a ser sanada a un precio impagable.

Don dedicó el último recuerdo de su existencia a su hijo Tyler antes de que el cuchillo de Fox le rebanase limpiamente el cuello. 

—Vaya, debo decir que ha sido mucho más sencillo de lo que había imaginado. Gracias por no causarme problemas, Míster Don. Es usted todo un caballero —se jactó su segador propinándole como regalo por su cordialidad una estridente patada en la columna vertebral que devolvió su marchito cerebro al suelo.

Sus tentativas desesperadas por detener el flujo de sangre que manaba desde sus carótidas por medio de la presión en el corte con ambas manos fue una idea inútil. Nada podría salvarle de la necesidad de oxígeno que afectaría mortalmente a su cerebro en unos pocos minutos sin atención médica de ninguna clase.

Y una vez el papel adoptado por aquel guerrillero se desintegró en un simple número que no tardaría en sobrepasar una cifra escandalosa, Fox se encaminó hacia la escalera sobre la que se sustentaba un rifle de francotirador todavía descargado.

—Ummm... Un Mauser… Buen rifle. Un poco antiguo para mi gusto, pero nunca llueve a gusto de todos, ¿verdad, Don? Y si no que te lo digan a ti —hurgó en su degollamiento con el hilarante humor de quien se condecora vencedor en una competición deportiva apropiándose de su valioso fusil antes de deslizar el cerrojo para comprobar que no contenía munición—. Muy bien, vamos a ver si venías a lo que yo creo que venías.

Tras su insinuación sobre la mancillación que iba a cometer, el capitán procedió a efectuar un registro  exhaustivo de su proyecto de cadáver cual buitre de nutrición inmunda registrando con brusquedad sus bolsillos hasta localizar dos útiles fundamentales en su siguiente objetivo.

Un estuche de índole extravagante por los grabados en color rojo pasión que en él se adivinaba terminó siendo el primero de ellos, e incluso con el supuesto valor artístico que le ofrecía su brillante decoración, la importancia de este sólo radicó en las ocho balas de estado impecable que salvaguardaban.

—Sabía que Miss Michi no se arriesgaría a darte de las malas. Ahí no ha estado demasiado espabilada —caviló compartiendo sus pensamientos con aquel  silencio magnánimo mientras recargaba el rifle con sólo uno de los proyectiles obtenidos al tiempo que  guardaba los restantes en un bolsillo de su chaleco.

Fue entonces cuando su interés se enfocó en lo que había constituido su segundo hurto nocturno, que no pudo ser más que un burdo trozo de tela negra cuyo propósito parecía haber sido la emulación de alguna clase de pasamontañas que ocultase su identidad. Y en ese mismo planteamiento se estableció Fox para justificar su uso temporal cuando la ajustó sobre su rostro.

—Espero que entiendas que no es personal, Don. Si queremos conseguir lo mejor para el futuro, algunas personas tendrán que morir. Elegiste el bando que no te correspondía, y no es tu culpa. Ni siquiera eras consciente de lo que estabas haciendo. Tan sólo... te ha tocado morir a ti esta vez. Deberías comenzar a rezar desde tu infierno para que tus amigos se den pronto cuenta de quién será su mejor aliado de cara al futuro. Y no estaría mal que tu familia alcanzase a comprender la auténtica naturaleza de tu asesinato, aunque sé que será casi imposible. Es una auténtica lástima. No me gustaría eliminar a más gente de la necesaria, la verdad.

Su pretexto dictaminado acompañó a una renovada sucesión de pasos que le concedieron su deseo de ascenso a través de la escalera antes de despedirse con toda la cordialidad que habitaba en su corazón.

 —Nos veremos cuando ardamos juntos en el fuego del averno, amigo mío.

Jessica concentró la totalidad de la escasa vitalidad  que todavía conseguía preservar en una tentativa de comunicación con los auxiliares forzados en los que sus acompañantes acababan de convertirse, pero el  alarido despedido cuando el gélido metal de la hoja había penetrado su músculo era el responsable de la  aniquilación indefinida de su garganta como órgano vibratorio. Y pese a la necesidad imperiosa de llevar a cabo una cadena de soluciones para detener aquel sangrado, el único pensamiento que no cesaba en la insistencia de materializarse constantemente era el hecho de que no quería morir. No, no quería. No así. No en aquel lugar. No sola.

—¡¡¡Oh, no, no, no, no!!! ¡¡¡Aguanta!!! ¡¡¡Tranquila, no te alteres!!! ¡¡He recibido puñaladas mucho peores y he conseguido salir de ellas!! ¡Esto no es nada! ¡Lo juro, no es nada! —le infundió sostenibilidad anímica a un nivel muy básico Alice mientras contenía la pequeña cascada rojiza con sus propias manos.

—¡¡¡Tú, pequeño pedazo de mierda!!! —desató M.A su ira de naturaleza más realista cuando aplicó presión  sobre la camiseta del chico que todavía continuaba sometido a la presión de su calzado tras el cierre de sus dedos alrededor de esta—. ¡¡¿Qué se supone que tengo que hacer yo ahora contigo, eh?!! ¡¡¿Te abro en canal y esparzo tus tripas por todo el jodido coche o te las hago tragar hasta que te asfixies, bastardo, hijo de la grandísima puta?!!

Inma se inclinó hacia la región principal del conflicto por primera vez desde su comienzo motivada por la necesidad de exterminar la demencia que se estaba apoderando de ellos con presteza, pero su atrofiada capacidad de expresión fue nuevamente causa de la retracción personal a la que se sometió engullendo sus opiniones y rogando que la cordura de Nicole se decidiese finalmente a colaborar con ella.

Pero el elemento en cuestión que había considerado denotaba una salud mental radicalmente diferente a la de la conductora. Se sentía en sus rasgos. Nunca se había exhibido como una superviviente dispuesta a realizar cualquier acto de dudosa moralidad por la pura sobrevivencia hasta aquella situación. El hecho de que pudiese radicalizarse hasta la frontera que el lisiado delimitaba asesinando futuros adolescentes sin pestañear era simplemente aterrador. Y el acto al que sus cavilaciones prosiguieron por el cual Nicole efectuó un deslizamiento de la palanca de cambios hasta su ubicación de salida mientras apretaba con vigor el pedal del embrague al tiempo que castigaba inconscientemente a los neumáticos perforando el acelerador irregularmente con su única extremidad inferior desocupada no era un presagio muy positivo sobre sus posibles entramados.

—¡¡Por favor, Nicole!! ¡¡Diles que paren ya!! ¡¡Haz que paren! ¡¡¡Hazlo, por favor!!! —se rebajó Inma hasta el nivel del ruego desconsolado manteniendo la ínfima esperanza de un método de solución pacífico. Pero la persona en la que había optado depositarla no se hallaba dispuesta ni a escuchar sus lloriqueos sobre el altercado tan tremendista—. ¡¡M.A, déjalo!! ¡¡Que lo dejes!! ¡¡Suéltalo!! ¡¡¡Para ya!!!

—¡¡Ya, claro!! ¡¡¿Se te ha ido la puta olla?!! ¡¡¿O es que acaso te apetece que me hagan lo mismo que le ha pasado a Jessica, eh?!! —se estremeció con la rabia de un perro infectado sometiendo los pulmones del melenitas a la presión que ejercía una mano gigante apresando su laringe con intenciones perceptibles de cometer pecado—. ¡¡Alice, dame tu machete!! ¡¡Voy a enseñar a este chiquitín lo que es un apuñalamiento de verdad!!

—¡¡Agh, que te den con el machete!! ¡¡Bastante tengo con pensar qué hacer con esto, así que no te pongas ahora con tus rollos de venganzas estúpidas!! Joder, podrías ayudarme en vez de hacer el imbécil, ¿no? —injurió Alice sofocada ante el complejo desafío al que se enfrentaba con la hemorragia costal de una joven cuya piel rebasaba una temperatura bajo cero.

—¡¡No, espera, no me mates, por favor!! ¡¡Puedo ser de ayuda para vosotros!! ¡¡Os lo juro!! ¡¡No estoy con quién creéis que estoy!! —intervino Hugo motivado a través de un elemento vital en vías de agotamiento denominado oxígeno.

—Ohh, el niñito trata de colarme más mentiras para poder salvar su precioso culo. ¿No es una estampa supertierna? Pero no vas a engañarme. Todos esos mierdas que están ahí fuera andan esperando a que llegue el momento oportuno para venir a fusilarnos a todos. Y antes de que eso suceda, pienso utilizarte cómo sea para salir de aquí. Y si tengo que arrancar cada cacho de carne de tu sucio cuerpo hasta oírte gritar como una niña pequeña e ir comiéndote crudo delante de ti para lograrlo, no dudes que lo haré. Así que sí, vas a ser de mucha ayuda.

–¡¡¡No, no, no, no, no, no!!! —se negó espantado ante las pupilas dilatadas de demencia que no detenían ni una décima de segundo su acoso—. ¡¡En serio, yo quiero ayudar!! ¡¡No estaba con esos dos!! ¡¡Hay una especie de guerra por aquí que va a empezar dentro de nada, y yo estoy con los buenos!! ¡¡Con un tío que se llama Braun y su gente!! ¡¡Queremos que la mujer que está mandando ahora deje de aprovecharse de nosotros!! ¡¡La misma que os quiere a vosotros!!

Y aunque para el entendimiento de M.A aquel ruego patético sólo podía concebirse como una excusa de categoría deleznable dispuesta con un inmensurable calzador para evitar su desollamiento, la existencia de una persona en específico que por fin se decidió a conceder relevancia a su entorno fue su salvación. Y esa fue Nicole.

La rigidez que soportaban sus fibras nerviosas no se detenía ni un ápice en el incremento que el conjunto defensivo experimentaba. Ya había transcurrido otra insoportable serie de minutos desde que su reina se  había atrevido a apaciguarles con distintos términos egocéntricos acerca de su absoluto control sobre la situación, pero ante su óptica lo único que ellos eran capaces de percibir era una señora insolente que les exponía inútilmente con su injustificable actuación. Un porcentaje notablemente elevado se hallaban en un estado de revolución inminente, especialmente la señorita Anna. Las tropas sabían que no se dictaba en su contrato la posibilidad de desobediencia ante una orden de la monarca, pero se sentían exhaustos como consecuencia de la formación tan absurda a la que les sometían. Y lo cierto es que algún suceso de trascendencia relevante podría haber acontecido si Marcus no hubiese aparecido en ese instante con el grupo de guerrilleros como su escolta. Su control total hacía acto de presencia ante ella.

—Señora —se entrometieron nuevamente los labios inquietos del mandatario femenino.

—Ni te molestes, Anna —la interrumpió descortés la líder exigiéndole silencio con un gesto específico de su mano—. Acabamos de recibir la última pieza que necesitamos para cerrar este intrincado puzzle, así que ya podemos comenzar. Mantente preparada en todo momento independientemente de lo que pueda  suceder a partir de aquí, y, a mi señal, deberás llevar a cabo una reorganización de las tropas con Marcus para dejarlos bien acorralados.

Y aunque Michaela hubiese omitido voluntariamente el complemento de su mensaje, Anna no se contuvo ni un resquicio cuando dirigió su capacidad racional de análisis hacia la concentración de guerrilleros en masa, adquiriendo finalmente un nivel formalmente elevado de compresión sobre su actitud irreverente. Su estrategia se había sustentado sobre la ganancia constante de tiempo frente a la espera de esas ratas traidoras a la vez que mantenía al servicial ejército que la respaldaba firme ante el enemigo prioritario. Y en lo único en lo que pudo pensar fue en el hecho de que no le había asestado ningún falso juicio. Era evidente que lo tenía todo controlado.

Tan sólo cuando Marcus se comunicó mediante una muestra de aprobación disimulada realizada con un deslizamiento vertical de su cabeza, procedió con el  inicio de su vil planteamiento sin importarle siquiera el denotable grado de sospecha que había alertado a una víctima principal denominada Braun tomando la radio de su cintura y comunicándose con un tercer mando enfocado en la eliminación de su amenaza francotiradora. O esa era su concepción.

—Fox, aquí Michaela contactando. Confírmame que  nuestro pequeño colibrí está ardiendo en su nido de pajarito traidor —sugirió asegurando el espacio que la vanagloriaba con pretérito de que nadie atendiese a la conversación antes de aguardar unos segundos su respuesta con impaciencia sobrellevada.

—Ya casi lo he cogido, mi señora. El muy cabrón es un experto ocultándose, pero no se preocupe. Yo lo soy más como cazador de lindos zorros extraviados. No dejaré que ponga su dedo sobre el gatillo de su rifle bajo ningún concepto. Se lo garantizo.

—Estupendo, porque la operación va a comenzar de inmediato y necesito a ese sublevado muerto antes de que se convierta en una amenaza seria. No se te ocurra fallarme, Fox. Eres una pieza fundamental en mi tablero, así que cumple con la labor que se te ha encomendado y no me decepciones —estipuló una líder de estricta rigidez que no alcanzó a percatarse de las últimas palabras preferidas por su mando a la par que retornaba su radio al cinturón.

—Sí, soy una pieza fundamental, cariño. Y que no se te ocurra olvidarlo nunca.

—Y ahora, ¡que todo el mundo atienda a mis órdenes como si os fuera la vida en ello, porque de hecho, si no lo hacéis, me encargaré personalmente de que la perdáis! ¡Marcus, quiero una formación en una doble capa de todos nuestros soldados de inmediato! ¡Los guerrilleros formando un cuadrado interno cubierto por un segundo que compondrán nuestros soldados! ¡Tú y Anna posicionaros a la cabeza! ¡Todo el mundo debe mantener la posición hasta que yo lo indique! ¡Braun, tu vienes conmigo! ¡Delante de mí, de hecho!

Y pese a que cada una de las decenas de personas sublevadas que se encontraban colaborando con el proceso de reformación se había mantenido serena en todo momento, nadie pudo evitar una activación extrema de la alarma de sus sentidos catastróficos tras escuchar un mandato tan inusual.

—Quizá debería permanecer en la formación. Soy la persona que mejor puede controlarlos —trató Braun de excusarse sin un ínfimo resultado.

—Si caminase sola hasta ese coche para recoger a mis invitados, sería muy probable que la conductora me atropellase a ciento treinta kilómetros por hora, pero si tú actúas de barrera entre la chica rubia y yo, no creo que se atreva a hacerlo. ¡Y no, no acepto un no por respuesta! ¡Estas son mis órdenes, y deberás cumplirlas tal y como te las diga! ¡Y si te digo que te tires por un puente, tú te tiras! ¡¿Queda claro!?

—Cla… clarísimo, mi señora —cedió el dirigente tras una serie de balbuceos que entorpecieron su habla frente a la actitud sospechosa de la reina.

—Bien, así me gusta. Sigue así, mi pequeño Braun, y llegarás muy lejos —le elogió Michaela alardeando de una magnífica técnica de trampa al tiempo que comprobaba como Marcus concluía con la renovada disposición de las tropas.

A modo de preparativo final antes de su gran fiesta, Michaela desenfundó su Desert Eagle y desprendió del arma el correspondiente cargador que contenía para comprobar la munición real de la cual todavía disponía. Tan sólo podría utilizar tres balas durante su ofensiva, por lo que debía disponer de un amplio abanico de opciones, aunque ello no suponía que le podía permitir al enemigo conocer su situación con respecto a los recursos que poseía.

—Bien, está llena —mintió con descaro a la par que efectuaba la recarga de su guadaña mientras en su cerebro consumido por la violencia imaginaba cuál sería la ejecución más impactante—. Vamos, Braun, empieza a moverte.

—¿Sabes una cosa, renacuajo? No me creo ninguna de tus excusas. La próxima vez que quieras intentar engañar a alguien, en tu próxima vida, asegúrate de que no lías demasiado las mentiras, porque lo único que consigues es que ni un retrasado mental se las trague —le escupió M.A como un último consejo de despedida terrenal mientras imaginaba las múltiples opciones en las que el malcriado les sería útil como vía de escape.

—¡M.A, para un momento! —se impuso la autoridad en la encarnación de una joven conductora rubia que acababa de captar una panorámica en la que Braun caminaba en dirección al vehículo con Michaela a la par que el gentío a sus espaldas concluía con cierta remodelación de sus ubicaciones—. El tal Braun está viniendo hacía aquí con Michaela, como si estuviera custodiándola. ¿Que se supone que toca ahora, eh? ¿Festival de balas o ejecuciones individuales?

—Espera, ¿Michaela? ¿Te sabes su nombre? ¿Es que acaso la conoces? —la sorprendió la copiloto frente a su descuido.

—Es difícil de explicar. Ahora mismo no hay tiempo para ello —se excusó con un alegato potencialmente respaldado.

—Es parte del plan. Braun dijo que iba a encontrar la forma de deshacerse primero de la reina, y así, con ella muerta, y consiguiendo vuestro apoyo, muchos de los que están en su ejército se habrían acabado  rindiendo sin luchar mucho. Seguro que ya lo tiene todo en marcha. Por eso viene con Michaela, porque habrá conseguido engañarla para prepararle alguna trampa y quitársela de en medio. Apuesto mi vida.

—Me gusta esa apuesta... —murmuró la versión más sádica de M.A ante los ruegos lamentables de Hugo por salvarse de su descuartizamiento.

—Está bien, esperaremos a ver qué es lo que ocurre. Tampoco tenemos muchas más opciones. Pero eso sí, todo el mundo debe estar preparado para salir de aquí y ocultarse en algún edificio de la zona en caso de que las cosas se tuerzan. Alice, ¿ves que Jessica pueda hacerlo?

—No creo que pueda moverse ahora mismo sin que su situación empeore —comunicó Alice con un tono de catástrofe extrema.

—Bien, pues tú vas a tener que estar aún más atenta, porque te tocará cargar con ella en ese caso. Y si el barco ya empezase a irse completamente a pique, tendrás carta blanca, M.A.

—Por supuesto, rubita... Como debe ser… —expresó con el lenguaje de una abominación cuya copa de la ira era insaciable.

—Braun, tú encárgate del flanco derecho. No le dejes a ninguno de nuestros amigos pasarse de subiditos —reorientó una táctica estratégica cuya concepción se había preservado desde un principio cuando se desdobló de la seguridad que el líder rebelde había supuesto.

El susodicho obedeció procediendo cauteloso a la par que giraba su cuello para enviar una advertencia camuflada entre las prominencias de sus arrugas al pelotón de guerrilleros que habían encerrado entre experimentados sujetos. La intrépida Diana fue una de las primeras combatientes en reaccionar frente a ella extrayendo un cuchillo que sustentaba junto al cinturón de su pantalón oculto por su camiseta a la vez que continuaba manteniéndolo fuera del campo de visión de sus rivales en la región posterior de su muñeca.

—Diana, ¿qué coño haces? ¿No ves que al final vas a liarla? —la reprendió el compatriota ubicado junto a  su vera con sublime expectación debido a sus actos sugerentes.

—Calla, Sam, vas a hacer que nos descubran. ¿No te das cuenta de que algo no va bien aquí? Deberías ir preparándote tú también para lo que pueda pasar de aquí a un segundo, porque apuesto lo que quieras a que nos va a tocar reaccionar —contraatacó la chica obteniendo como recompensa una mueca agridulce realizada por el señor iluso.

Y el acto se cerró mediante una técnica todavía más precipitada de lo que Michaela hubiese imaginado jamás. La mirada firme de Nicole se tropezó con los empequeñecidos ojillos de una Inma desequilibrada por su temor tratando de infundir apoyo emocional cuando reina y alfil se situaron a escasos metros de las respectivas puertas de sus asientos, Alice seguía sin rendirse en cuanto a su convicción de detener el sangrado que rodeaba al puñal clavado en Jessica, la furia que impulsaba a M.A a romperle el cuello al melenas allí mismo continuaba sin disiparse, Anna y Marcus controlaban cada una de las acciones de su líder aguardando con impotencia un mandato vital del que ni un detalle conocían, el grupo conformado por los guerrilleros adoptó una actitud defensiva que se generalizó velozmente como consecuencia de un incentivo propiciado por todos aquellos inesperados hechos que estaban aconteciendo.

Y todo se desmoronó como un insostenible castillo de naipes en el instante exacto en que Braun apoyó su mano sobre el capó del vehículo. La Desert Eagle de Michaela se desenfundó en cuestión de décimas de segundo para recibir un dedo travieso activando un gatillo que iba a destruir cualquier esperanza. Ni el mayor avizor del mundo existente habría podido captar en sus retinas el espeluznante movimiento de ataque invisible que transformó el encéfalo de aquel rebelde en un espeso moje de materia sangrante al tiempo que se desplomaba retorcido sobre el cristal  delantero en la mejor postura que Michaela hubiese podido observar jamás de semejante insolente. Y ni siquiera la venganza que el curandero le propiciaría contra sus seguidores podría lograr alcanzar el nivel de satisfacción que había sentido tras el despojo de aquel insecto.

Hugo presenció aterrado junto con los pasajeros de su relativa prisión un compacto río rojo que nacía en el cerebro de su líder para deslizarse en diagonal por la luna hasta alcanzar el extremo opuesto sin evitar pensar en el crujiente de huesos que estaba a punto de originar el rubio amenazante. Pero no lo hizo. Ni el propio M.A localizó una reacción que exhibir en su organismo ante un impacto tan inesperado. Todos a su alrededor permanecían desorientados sin poder ubicar en su consciente la trascendencia del disparo que habían presenciado. Michaela acababa de llevar a cabo un magistral jaque.

Incluso sus propios combatientes acababan de ser azotados por un cortocircuito cerebral tras la visión de un asesinato a sangre fría que constituía traición por parte de la monarca. Pero la revolución interna que se extendió fugazmente a través de las tropas comandadas por Anna y Marcus no fue más que una insulsa apatía en cuanto a su relación con un zafio y burdo acojonamiento que parasitaba a cada uno de aquellos guerrilleros cuya entereza de ganadores se había difuminado junto al alma de su comandante. Ninguno de ellos podía salvar a su imaginación de la clase de torturas con las que se divertiría la reina de los lobos tras encadenarlos en una mugrienta celda que iba a ser su tumba. Y a pesar de que algún loco llegó a plantearse actuar en un veloz e improvisado contraataque, lo cierto fue que nadie deseaba que la situación en la que se hallaban se tornase aún más oscura. Y, afortunadamente, nadie actuó.

La instantánea resultó ser una bestia tan indomable a nivel emocional que incluso un aprendiz baratillo de fotógrafo se habría detenido a plasmar aquellos segundos de una línea temporal que se paralizó por completo. O al menos hasta que un silbido alentador desplegado por Michaela restableció la fluidez de la que sería una de las peores noches de todos.

—¡Soldados, código de formación BM! ¡¡Quiero aquí un BM, y lo quiero ya!! ¡¡Rápido, rápido, rápido!! ¡¿Es que estáis sordos, joder?! ¡¡Vamos!! —se apresuró el mando masculino en reorganizar la totalidad de las tropas allí presentes ante una compresión súbita del significado sonoro que su líder había expresado.

Y el cumplimiento de tal imposición podría haberse dificultado si en la disposición con la que Michaela se había aventajado, los guerrilleros no se hubiesen encontrado encerrados por un círculo de veteranos comedores de huesos calcinados que lo único que necesitaron para ello fue efectuar un movimiento de cadera muy leve que les permitiese dirigir el cañón de sus armas en dirección a las horrendas máscaras de carnaval en las que se habían transformado cada uno de sus rostros. Los fieles del cura traidor ya no iban a suponer un problema.

—Lo tenían todo preparado por si nos levantábamos en alguna ocasión —murmuró Diana retornando el arma que portaba a su correspondiente escondite corporal—. Nos tendríamos que haber dado cuenta de que no podía ser tan fácil.

—Espero que tu marido sepa lo que está haciendo ahí arriba, porque estamos bien jodidos —le acribilló Liam con una lengua de víbora que tan sólo utilizaba la ira como método de batalla contra su pánico.

—Yo también, Liam, yo también —afirmó orientando  sus cervicales hacia el bloque de pisos en el que su marido debía encontrarse—. Ayúdanos, Don.

Pero la defensa balística que la mujer capturada le solicitó a un trozo apetitoso de carne bañado en la exquisita salsa de sus intestinos nunca apareció. Y mucho menos cuando Michaela constituyó un nuevo pelotón conformado por ocho defensores de su ley que servían de refuerzo a una aventurada Anna de la manera más improvisada posible. El siguiente paso que debía ejecutar era claro como el agua cristalina que nunca volverían a beber.

Nicole fue el primer miembro de su grupo que llegó a concienciarse de su necesidad de preparar alguna huida más que precipitada antes de que todos esos cabrones les atrapasen para joder eternamente unas vidas que ya eran de por sí miserables. Nadie habría podido criticarla por no movilizar con entusiasmo a sus compañeros.

—¡Chicos, tenemos que salir de aquí ahora! ¡Rápido, vamos! ¡Inma, tú corre todo lo que puedas! ¡Busca un escondite! ¡Te buscaremos después! ¡Alice, M.A, necesito que me ayudéis a cargar con Jessica! ¡Hay que...

Sus intenciones fueron completamente en vano. La   puerta del copiloto se abrió en ese instante como un presagio del águila del desierto que alzó el vuelo de sus mortíferas alas hasta posar unas amenazantes garras sobre la sien de una aterrada Inma rozando el límite de un desmayo. Su espectáculo prosiguió con una apertura de las tres restantes que despejó la vía a otro octeto de armas de seria amenaza. Y Nicole lo supo al instante. Ya era inútil. Habían perdido.

—Bueno, por fin conozco a tus amigos, Nicoleta. Ya era hora de que te dignases a presentármelos, ¿no? Después de todo lo que hemos pasado juntas, me duele mucho que no confíes en mí —se regodeó de su victoria con la típica ironía chulesca que acababa conduciendo a la hermanita a la transformación de su autocontrol en arenisca desecha—. Venga, todo el mundo abajo. La fiesta está a punto de empezar.

—Historia de una madre. Hans Christian Andersen... Esto no lo quiero —sentenció arrojando con rencor el diminuto libro de bolsillo al suelo antes de proceder a continuar con el registro de aquella estantería—. A ver este... Venganza, de Ed…ed… Ednodio Quintero... Pero este sólo tiene una página. Jope, que rollo. No encuentro ninguno que me guste.

Y aunque en el escenario tan tremendista en el que se hallaba inmerso cualquier habitante del colegio que se tropezase con él podría haberle lanzado una severa crítica de niñato estúpido por dedicarse a la búsqueda de una lectura en lugar de mantenerse en estado de alerta ante lo que pronto acontecería, no era ninguna falsedad que necesitaba entretener a su despiadada memoria para distanciarla del recuerdo de aquel corazón. Incluso a él mismo le resultaba de  gran impresión el valor que había logrado reunir para huir de aquella chiquilla que le había salvado a pesar de su cariñoso recibimiento, pero no podía continuar bajo el ambiente que sus cuidados originaban tras la visión de su colgante familiar. Sabía a la perfección que era exactamente idéntico al que su hermana le había regalado a Florr. Ni siquiera llego a plantearse la posibilidad de que fuese una confusión.

 Tanto el lema del reverso como el apellido eran exactamente idénticos a los que identificaban a su propia familia. Eva le había informado a la perfección sobre todas sus raíces. Era un tesoro inconfundible que tan sólo  aquellos que habían formado una parte importante de su nueva familia habían conocido, por lo que la única explicación que creía posible era que lo había obtenido del cadáver de Florr por parte de alguien o incluso de ella misma e intentaba encerrarlo en una trampa con un repertorio de artimañas previamente preparadas para aprovecharse de la buena voluntad que su naturaleza le imbuía. Ese era el motivo por el que necesitaba permanecer oculto en aquel templo de la letra hasta que le invadiese de nuevo la calma de su rendición en la búsqueda que probablemente estaría desarrollando. No iba a permitir que nadie se volviese a aprovechar del chiquito tonto e inocentón para su propio beneficio. Nunca.


Ya se disponía a inspeccionar un tercer libro de gran volumen adornado con una destacable cubierta de cuero cuando el graznido repelente de la puerta que servía como único acceso directo a la sala le volvió a advertir de una indeseada e incómoda irrupción, e instantáneamente supo que se trataba de la obsesa que le perseguía cuando percibió la voz femenina de una chiquilla con un tono vocal casi exacto al de su Florr, por lo que se apresuró en esconderse tras una de las gigantescas estanterías que conformaban la biblioteca intentando alardear de pequeños tintes en conocimientos de sigilo que había logrado aprender a partir de la observación de su hermana.

—Joder, tío, el puto crío no está por ninguna parte, y lo necesitamos ya de ya. Más le vale estar aquí —se introdujo Lilith en el refugio de la sabiduría portando con un estrés caótico que no conseguía paliar sin la visión del jodido niño esposado a su muñeca ante la presencia de Braun.

—Lilith, relájate un poco, anda, que se supone que no tenemos que llamar la atención, y no has parado de cagarte en la madre del crío ese desde que hemos empezado a buscarlo. Tía, que tampoco hace falta que se entere todo el colegio de que hemos perdido a un niño que puede ser clave en sus jodidas vidas.

—Mira, yo me cago en quien me da la gana y como a mí me da la gana, y si no te gusta, te cierras la boca, y puerta, que tampoco es que seas aquí un experto en encontrar a gilipollas que salen corriendo por una mierda de colgante. Y no me toques, no me toques —se enervó retirándose de su pareja con su yugular suculentamente marcada—. Venga, tira para adentro, y empieza a buscar, que cuanto más tardemos, más aumentan nuestras posibilidades de cagarla.

Si en el cauto entendimiento de un asustadizo Adán todavía se preservaba un resquicio extremadamente milimétrico de duda sobre las intenciones reales de aquella imitadora trapera, el carnaval de aullidos de perra en celo con los que acababa de empalar a su acompañante terminaron por convencerle. Se situó cuidadosamente en cuclillas y descubrió su cabeza por el lateral de su escondite para comprobar a dos adolescentes revolucionados detenerse tras haber encaminado su marcha hacia su posición al captar la pila de libros descartados que había acumulado continuamente sobre una mesa cercana. El chiquillo no pudo evitar sentirse muy tonto ante tal descuido. Ya le tenían.

—¿Y esto? —se extrañó Mike con perspicacia frente a semejante atropello a la cultura.

—Significa que está aquí, o que ha estado, al menos, y siendo un crío tocapelotas, me extrañaría que se le hubiese ocurrido ir cambiando de escondite —fue el enunciado emitido por Lilith mientras deslizaba sus retinas a lo largo de toda la biblioteca como un frío e insensible escáner farfullando como el desollador que desea su ración de piel diaria.

—A ver, no nos precipitemos sacando conclusiones. Esto puede haber sido cualquiera que buscara algún libro con mucha prisa. Hasta podrían haber sido los dos niñatos que nos hemos cruzado antes. Y por lo nerviosos que andaban, cuadraría.

–Ya, ¿cuánto hace que no usas tus ojos, cariño? La gente que vive aquí no trata de esta manera lo que tenemos, porque saben lo que vale todo, no como el niño ese, que viene de una jungla. Y tú, a ver si te me vas a estar acomodando, que últimamente no haces más que perder facultades por un tubo. Como se te ocurra aburguesarte, cobras. Avisado quedas —dictó su advertencia señalándole con el dedo en una pose digna de un auténtico dictador—. Va, a registrar este cuchitril, pero ya. No puede andar muy lejos.

Y fue la inminente amenaza de una captura el hecho que incorporó a Adán sobre sus piernas y concentró su capacidad de razonamiento en una metodología de escape rematadamente limpia. El primer ruido de pasos que penetró en sus oídos provino del pasillo a su derecha, por lo que rápidamente se desplazó en la dirección opuesta hasta localizar otro flanco en el  que se ocultó de sus acechadores junto a la sección de ciencias biológicas, pero la falta de práctica en la técnica de evasión le delató parcialmente.

—Creo que he oído algo por allí, justo al lado de los libros de Historia —comunicó Mike con convicción.

—¿Qué pasa? ¿Es que quieres volver a leértelo todo sobre la Guerra de Independencia, eh, empolloncete? Yo no he oído nada —fue la respuesta más insólita que podría haber esperado por parte de Lilith—. Mira, vamos a hacer una cosa. Tú busca por donde has oído "algo", y yo me quedo guardando este trocito de biblio. ¿Te parece bien? Al final tendrá que aparecer, que esto tampoco es la Biblioteca del Vaticano.

—Oka, oka, ya voy, pero mantente alerta. Te recuerdo que eres tú la que lo ha perdido, así que haz un poco de trabajo sucio, ¿quieres? —la presionó con malicia pura nacida de su corazón de enamorado.

—Ya hago suficiente trabajo sucio cuando me pides que folle contigo. Ponte a buscar y deja de dar por culo, anda. Demuéstrame que tienes especialidades mejores.

—Bah, tía loca... —la ignoró pese a cumplir su orden sin rechistar.

Aunque el escurridizo chaval habría preferido obviar la información correspondiente a su último diálogo, cierto era que la naturaleza descuidada de la pareja en su conversación le proporcionaba una ventaja al haber descubierto su disposición. Ya se encontraba efectuando un movimiento de elusión en lateral tras visualizar otro punto ciego en su juego del escondite personal entre un par de estantes que pertenecían a la sección de literatura cuando una silla de tamaño mediano dispuesta junto a una de las ventanas de la sala penetró en sus cuencas siendo complementada por una enorme escalera de mano portátil. Y la idea apareció tan imprevista como el disparo que resonó a lo largo de toda la calle colindante.

—Joder, no me digas que eso ha sido... —especuló Lilith angustiada emprendiendo una carrera hacia la ventana que conectaba en una mayor cercanía con el estruendo asaltante acompañado por una pareja que pronto obvió la caza de su ruido intempestivo—. ¡Ah, no, me cago en la puta! ¡Está empezando, Mike! ¡Joder, está empezando, y yo ni siquiera tengo listas mis cosas para salir de aquí echando hostias! ¡¡¡Puto crío de mierda, sal de donde sea que estés, joder!!! ¡¡Lo estás estropeando todo!! ¡¡¡Y como por tu culpa, nuestra fuga se vaya a la mierda, prepárate, porque voy a hacerte pasar un puto infierno en este jodido sitio de los cojones, ¿te enteras, niñato de mierda?!!! —revolucionó sus hormonas recibiendo por parte de un receptor acojonado un silencio digno de convivir en un cementerio con las tumbas vacías de cientos de reanimados.

—Oye, mira, olvídate de ese crío y vámonos. No nos es imprescindible. Podemos apañárnoslas con el respaldo de Braun y los suyos para salir de aquí —se expresó Mike persuasivo.

—¿Pero a ti que te pasa últimamente? ¿El abuelo ya empieza a tener Alzheimer? Joder, Mike, que el plan es ayudar a la gente del chico junto con Braun para que nos acepten en su grupo, pero si no tenemos al chico, pues ni hay ayuda, ni hay grupo que nos vaya a aceptar, ni nada de nada, así que más nos vale ir encontrándolo, y rápido, antes de que aparezca una tropa de tíos en la escuela a fusilarnos por herejía a los michaelianos. Va, hay que terminar de registrar esto pero ya, y si sigue sin estar, buscaremos a Robi, Bea y Cathy, a ver si han tenido más suerte.

Frustrada una estrategia principal que habría podido ser maestra, Adán examinó las potencialidades del cuarto en el que se resguardaba de los temores del niño mientras los malhechores intercambiaban una serie de palabras inaudibles, pero tras no ser capaz de elaborar un plan alternativo, se decantó por una actuación kamikaze como la salida desesperada del inicio de sus problemas. Desplazarse entre aquellas estanterías infinitamente sería inútil, así que el chico concedió a unas piernas que todavía consideraba de robustez intachable tras su descanso la libertad de correr hacia la única puerta por la que podría volver a desaparecer como una sombra, pero los instintos de sus perseguidores actuaron en una vía más que obvia cuando observaron al fantasma despegar de la forma más abrupta e insospechada posible.

—¡Joder, ahí está! ¡Mike, cógelo, cógelo! ¡Por todos tus muertos, cógelo! ¡Arrincónalo! ¡Cómo se escape, te juro que te mato! ¡Te mato! —le motivó Lilith con unas técnicas de sutileza extrema.

Pero los veloces piececitos del chico preservaban un mayor entrenamiento en cuanto a su intervención en una huida que los del adolescente aburguesado, por lo que ni siquiera la emboscada imprevista que intentó dirigir con su chica fue suficiente para evitar que la presa alcanzase su objetivo espacial. Y habría podido llegar a salvarse si el tirador de la puerta no le hubiese golpeado en el hocico tras su apertura en un instante tan vital para conservar los latidos de su corazón. Lilith y Mike por fin consiguieron alcanzarle cuando este cayó aturdido empezando a vislumbrar la miseria en la que aquellas bestias del inframundo le sumirían, pero lo que él no podría ni haber logrado imaginar era que el auténtico demonio acababa de adentrarse en la biblioteca. Un rocambolesco siervo de firmes principios inmorales.

—Agh, ¿pero qué coño? ¿Qué hacéis vosotros aquí, panda de enanos? ¡Tirad para vuestra clase! ¡Ahora!

—¿Panda de enanos? —recalcó Lilith su burla con un tono de expresión jocoso—. Que sólo me sacas dos años, Danitriz.

—¡¡No me llames así, hija de puta!! ¡¿Quieres que te meta una patada en todo el coño a ver si se te sube a la garganta, eh?! —se exaltó el diablo maestro del colegio carente de paciencia para estupideces tras la situación que acababa de corromperle desde las profundidades de su organismo.

—Joder, Dani, cada día estás más amargado —intervino Mike recibiendo como recompensa un concluyente contraataque.

—Me importa una mierda lo que pienses, tú y todos los demás. Si he venido aquí es para recuperar una cosa que es mía, no para escuchar las gilipolleces que salen por vuestros morros, así que id moviendo el culo al cuartito ese asqueroso donde la chusma como vosotros duerme arrejuntada, y no me toquéis los cojones.

—Ja, y luego soy yo la que suelta muchos votos, ¿no, Mike? —espetó Lilith prosiguiendo con su tentativa de encubrimiento de la presión que sentía frente a la posibilidad de que aquel imbécil integral conectase algún grupo de neuronas y les descubriese—. Bueno, D'Artagnan, como tú no eres el único con derecho a pasearte en plena noche por la escuela y tanto Mike como yo tenemos un montón de cosas mejores que hacer que aguantar a un misántropo, nos largamos. Venga, chico —solicitó retornando el encabezado de su actitud a las suaves sílabas enternecedoras con las que intentaba dominarlo mientras le extendía su mano con tranquilidad. Adán no llegó a concluir si la opción por la que se decantó fue promovida por el repentino aura de bienestar que había vuelto a brotar en la injuriosa chica o simplemente fue una reacción desembocada por el miedo, pero acabó por confiar su futuro a aquella inusual pareja de adolescentes al unir su mano con la de Lilith y utilizarla como ayuda para incorporarse mientras se disponía a escapar de la incomodidad en la que se había transformado el saber junto a sus antiguos perseguidores—. Bueno, ya nos vemos, Danielito. No te acuestes muy tarde.

—Hey, espera un momento —la detuvo este a través de un método de empuje en el hombro de Lilith tan instantáneo que sobresaltó al trío de sujetos—. ¿El crío este quién coño es?

—No me toques... —advirtió esta sintiendo como su necesidad de arrancarle los ojos con los dientes iba creciendo desmesuradamente.

—Te he hecho una pregunta... —la ignoró el gilipollas remarcando su firmeza de ser superior ante la jodida niñata arisca.

—Ya, pero es que resulta que esa respuesta concreta que tú quieres saber es un asunto que no te incumbe una puta mierda, así que si no te importa, nene, aquí, mi chico y yo deberíamos ir yéndonos ya.

—Espera, espera, espera, espera... —frustró de nuevo un segundo intento de escapada forzado agarrando a la diana de su interrogatorio del brazo. Un acto de provocación que no preservaría su impunidad.

—¡¡He dicho que no me toques, joder!! ¡¡Puto cerdo de mierda!! ¡¡Y encima con esas manos grasientas que parece que te has untado mantequilla pasada con aceite usado!! ¡¡Vuelve a tocarme, y te juro por mis muertos que te llevas una patada en los huevos como que me llamo Lilith Vento, y me da igual que…

El brío de un contacto tan violento que se convirtió en un eco retumbante inutilizó la capacidad que le permitía encadenar el torbellino de amenazas que supuestamente debía haber intimidado a semejante chuloputas. Lilith se rozó la mejilla atónita ante la bofetada que aquel soplapollas le había propinado gratuitamente. El asombro que su novio compartía con ella ni siquiera le permitió conjurar una acción defensiva mínima, pero sabía perfectamente que Danitriz no iba a abandonar aquella habitación con sus cuatro miembros intactos.

—¡¿Acabas de meterme una hostia, so mariconazo?! —pronunció la víctima de la muñeca traviesa con la absorción propia del atrevimiento imprimido en su piel.

—Aquí yo soy el dueño y señor de todos los enanos, y vosotros lo sois, aunque os creáis mayores para ir follando por las esquinas como conejos. Así que ya no por mí, sino por respeto hacia Madre, tu madre, nuestra madre, me vas a contar qué estáis haciendo y me vas a pedir perdón por tus insultos.

Acongojado hasta sus extremos tras ser testigo de la petición rematadamente absurda que le acababa de solicitar, Adán se soltó de una mano reconvertida en puño que estaba comenzando a crujir sus huesos y mantuvo cierta distancia tratando de usar a Mike como su nueva cobertura. Este, a su vez, consiguió reaccionar finalmente desplegando una improvisada estratagema que calmaría sus exigencias de sujeto egocéntrico y presumido.

—Vale, ya está bien. Michaela nos ha pedido que le buscásemos al mocoso y se lo llevásemos para un...  para unos... Bueno, tú ya lo sabes... Cosas que tienen que ver con el grupo nuevo —inventó Mike aliviando la necesidad imperiosa del mosquetero a costa de recuperar un par de ojos azules curiosos dirigiendo desconfianza pura hacia su persona por la parte que correspondía a Adán y una mueca prominente de un asco, odio e incomprensión profunda en su pareja al haber huido del problema con una excusa en vez de apoyarla contra el trato de inferioridad asestado.

—¿Lo ves? No era tan difícil, ¿verdad? Es que parece que te luce ir contra mí, y no deberías estar celosa. Si Michaela me escogió a mí, es porque soy mucho mejor que tú en todo. Reconócelo —se convenció en avivar incluso más el potencial del que disponía la pira funeraria en la que pronto iba a arder hasta que se deshiciese como un jodido muñeco de cera—. ¿Y quién es este chico, eh? Porque no me suenas nada, y te aseguro que os tengo a todos bien fichados. Ah, espera, espera, espera, si Madre quiere que le llevéis a una piltrafilla como esta ahora que han llegado sus invitados, tú tienes que ser por cojones el enano al que capturaron. Fíjate, si hasta hace nada estaba con tus amiguitos, cuando han intentado matarme. Vaya, que casualidad, ¿no?

Adán volvió a retroceder unos pasos plasmando en sus facciones el terror que acababa de incrementar su tirantez tras la sutil amenaza de desollamiento, el cual terminó por contraerse en su gran mayoría tras convertirse en testigo directo del acto sigiloso por el que Lilith se apropiaba de una silla con intenciones sencillamente deducibles al no seguir preservando la atención del capullo maltratador.

—Lilith, no... —articuló Mike sin desprender ninguna clase de onda que pudiese ser audible a la par que negaba sutilmente con su cabeza aunque iba a ser lógicamente ignorado.

—Hey, ¿por qué pones esa cara? ¿Es que crees que te voy a hacer algo malo? No sé, igual piensas que podría descuartizarte, desmembrarte, defenestrarte, degollarte, decapitarte o a lo mejor alguna otra cosa que empieza por de. Vamos, ¿tú por qué apuestas? Va, enano, dime algo, que no creo que nadie de por aquí se te haya comido la lengua. No todavía.

—Bueno, ya está bien —se sublevó Mike finalmente rindiéndose ante la obviedad contra la que se había intentado enfrentar durante meses aproximándose a Danichulo hasta que pudo sentir la respiración de un alma completamente perdida—. Mira, hermano, me importa una mierda el cargo que te haya querido dar esa pedorra a la que no haces más que comerle el coño o lo importante que te creas por ello, porque ahora me vas a escuchar te guste o no. ¿Sabes una cosa? Lilith tiene razón. Siempre la ha tenido. Desde que se murió tu madre, te has transformado en una mierda de persona, en esa que tú decías que no ibas a ser nunca, y desde que esa señora te dio un trocito de poder y mando, sólo ha ido a peor. Pensaba que no habías ido tan lejos aún, que algún día volverías a tu yo auténtico, y que podría verlo de nuevo, pero está claro que ya has sobrepasado un límite muy elevado para volver si te atreves a golpear a la que ha sido tu mejor amiga y amenazas a un niño con todas esas soplapolleces tuyas. Hasta nunca, Dani. Espero que te aproveche la silla.

El susodicho titubeó durante la décima de segundo en que la integridad de una silla de madera impactó con violencia vengativa en su columna, derribándolo como a un títere que se arrodilló ante la merced a la que acababa de injuriar con tal entumecimiento en su espalda que le era imposible incorporarse. Pero no fue hasta el remate definitivo en el que estampó el asiento contra su descerebrado cráneo cuando se desplomó alcanzando el umbral de la inconsciencia.

—Ahí tienes, madera al estilo celosa de primer plato, cacho cabrón —le remató con una rencorosa lengua complementada por una patada circular en su boca que estremeció su dentadura—. Y por si seguías con hambre, cuero de enano de segundo. ¿Qué te parece el menú? ¿Quieres también postre, eh?

—Joder, la mala hostia que te gastas no te la quita ni Dios, ¿eh? Lo has dejado medio paralítico —exclamó Mike desprendiendo una insólita preocupación.

—Cállate, anda, cállate, que ya te vale. Este gilipollas aquí tomándonos por subnormales y no se te ocurre más que ponerte a hablar con él. Y no, cojones, esta vez no tienes excusa ¡Haberle metido una patada en los huevos, hombre!

—Bueno, va, cabréate conmigo todo lo que te quiera dar la gana, pero luego, cuando estemos un poquito más a salvo —la contuvo su pasivo al tiempo que se redirigía hacia una posición desde la que el chiquillo del que requerían alucinaba sin deslizar ni un mísero vocablo entre sus suaves labios—. ¡Vamos, tenemos que irnos!

—¡No, no, espera, espera! –se apartó de este con un terror renaciente hacia la pareja una vez ejecutada la eliminación de la mayor amenaza visible.

—¡Venga ya, niño, que te acabo de salvar el culo! ¡No me jodas, hombre! ¡¿Tú te crees que si quisiéramos matarte, no lo habríamos hecho ya?! ¡Coño, que sólo te estamos intentando ayudar a salir de aquí, y tú no haces más que complicar las cosas! —se expresó la chica con una queja tan reverente como justificada.

—Hey, oye, puedes confiar en mí. Te lo juro —realizó Mike un acto de apoyo por el cual tendió su mano a Adán en señal de amistad, quien la recibió tras unos segundos de meditación con cierta conformidad.

—Pues va, confidentes, larguémonos de aquí antes de que al bello durmiente este le dé por levantarse.

Y una vez Lilith hubo comunicado el anhelo hacia el que debían desplazarse los siguientes movimientos que desplegasen, el trío abandonó la biblioteca con una rapidez digna de ferviente admiración, siendo la salida atrancada por la única fémina constituyente mediante la silla que todavía arrastraba junto a ella.

—Dulces sueños, Danitriz —se despidió antes de que partiese junto con su recompensa a la búsqueda de los demás miembros de su equipo.

Una mano velluda de dimensiones gigantescamente desproporcionadas pertenecientes a un soldado del pelotón monárquico despachó sus rodillas sobre el arcén de la plaza sin ningún tipo de consideración, a través del mismo procedimiento mediante el cual había sometido a sus compañeros a la vivencia de semejante humillación tras despojarlos de toda protección al arrebatarles las escasas armas que todavía conservaban. Nicole ni siquiera volvió a intentar arriesgar una última jugada antes de que se rindiese a conceder la victoria al bando que luchaba por la supervivencia de los demonios renacidos tras el apocalipsis. Aquellos seres indignos que tan sólo disponían de una única necesidad. Devorarlo todo... Aquellos a los que Michaela guiaba.

El hedor desprendido por el terror que emanaba de los innumerables civiles con armas cuyo propósito se hallaba únicamente basado en obtener una mejor vida en el futuro habría servido de alimento para una manada de huraños zombis hambrientos por años. Ninguno de ellos parecía dispuesto a realizar acción de contraataque alguna porque eran conocedores a la perfección de las ineludibles consecuencias que experimentarían en sus propias carnes. Y no estaba dispuesta a estimular semejantes atrocidades. Solo ella portaba el derecho a sufrir en la demencia a la que la conducía con sus juegos mentales. La misma que encabezaría la sentencia de muerte que ideaba desde las profundidades de su ser. Nadie más.

Una vez se hubo concluido la opresión radical de los guerrilleros sobre los que Braun gobernaba de forma independiente, Michaela retornó a su posición inicial en el espacio central de la plaza impaciente ante el reencuentro con unos invitados que no tardarían en desbordar sus sentimientos frente a un espectáculo preparado especialmente para ellos, incidiendo esa mente psicótica que la dominaba en la pobre rubita cuyo vínculo de sangre habría derramado con placer sobre la inmundicia infecta de un cubo de basura. Y, sin embargo, otro asunto requirió de su disposición cuando ya se hallaba preparada para comenzar.

—Mi señora, ¿qué hacemos con esta? –consulto el subordinado que se había encargado de arrastrar a una Jessica sumida en la inconsciencia ante el veredicto de su soberana—. Estaba con ellos. No es de los guerrilleros.

—Bueno, su cara no me suena de nada. ¿Intentando reclutar gente nueva, chicos? Siendo sincera, habría preferido que viniesen Maya y Davis, pero no puede llover nunca a gusto de todos, ¿verdad? —comentó el putón tratando de avivar todavía más el fuego que se reflejaba en los ojos de sus víctimas—. Además, en menudo estado me la habéis traído, que está con un pie en el otro barrio. Así no me va a servir ni para usarla de muñequito en mi juego. Marcus, acerca a esta bella dama a la enfermería. No podemos dejar que una muchachita tan jovencita se desperdicie de esta manera —le ordenó misteriosa asegurando por completo que su mando comprendía realmente cual era la connotación del lugar designado a la par que se alejaba portando a una demacrada Jessica sobre sus brazos.

Los nuevos camaradas con los que la chica se había aliado tras la masacre acontecida en su guarida se hallaron a sí mismos observando de manera forzosa la facilidad con la que sus captores declaraban bajo su propiedad al más desfavorecido de su equipo. Y fue Nicole quien sintió especialmente una estaca de oro macizo perforar su corazón al considerar que su discapacidad hacia tal robo se estaba convirtiendo en una traición hacia Davis. Otra más que añadir a la interminable lista que estaba constituyendo. El único alivio al que se podía aferrar era la detención final de su sangrado, lo cual indicaba que no se hallaba bajo peligro de muerte, pero no era suficiente para que su irritación se sofocase.

—Hugo, acércate —emitió Michaela su millonésima  orden a un chiquillo paralizado junto a la disposición de los capturados cuyas ilusiones se resquebrajaban a cada segundo que observaba el cadáver sombrío en el que se había transformado Braun y el cual intentó no mostrarse derrotado exteriormente para defender su tapadera mientras se dirigía hacia su madre—. Tú sabes dónde está el niño de nuestros invitados, ¿no es cierto? ¿Por qué no lo traes para que sus amigos lo puedan ver? Pero no tardes mucho. Quiero cerrar todo este escándalo antes de la cena.

—Sí, madre –pronunció Hugo aliviado por la notable falta de sospecha por parte de aquella asesina hacia su persona mientras corría apresurado en dirección al colegio para advertir a sus compañeros del horror que había desmoronado su plan de huida original.

—¿A dónde te la llevas? —se arriesgó Alice a abrir un enfrentamiento verbal contra Michaela hastiada por la insolencia que le suponía tal arresto—. ¿Qué coño se supone que es todo esto? ¿Quién eres tú?

—¡No, no, quieto! —detuvo la diana de su incitación a un soldado que se disponía a redecorar la dentadura de Alice con su armamento ante tal rebeldía—. Esto, técnicamente, podría llamarse secuestro, aunque yo me atrevería a decir que en las circunstancias en las que nos encontramos ahora mismo, estaríamos más bien hablando de un aprovechamiento.

—¿Aprovechamiento? ¿Te crees que somos ganado al que puedes marcar y clasificar? Llevo ya más de dos años encontrándome mierdas como tú que van de tiranos y luego no tienen ni media hostia en toda la cara, y el último de ellos en un hospital hace unos meses, así que no te atrevas a mirarme por encima del hombro aunque esté arrodillado. Mi amiga te ha hecho unas preguntas, y tú se las vas a responder, y sin...

La lengua impulsiva de un M.A que finalmente había decidido desatar su ira contra su captora se detuvo estrepitosamente ante un vigoroso impacto que se había formado originalmente para deleite de Alice. El rubio se desplomó con una violenta descarga del oxígeno acumulado en sus pulmones junto con una dentadura redecorada.

—No te necesito, M.A. Tú no eres importante en mi juego. De hecho, tú único valor se debe tan sólo a tu conexión con Maya, y ni siquiera eso sería suficiente para mantenerte con vida, así que te recomiendo no volver a dirigirme la palabra jamás, porque tú no estás en condiciones de exigirme a mí nada. Y créeme. No soy como los demás.

—Él no... Pero yo sí... —profirió un nuevo tono de voz de férrea firmeza que había aguardado hasta que se alcanzase el momento oportuno para ser liberado—. Chicos, esta es Michaela. Mi hermanastra.

—Ahhhh, conque esta es la zorra manipuladora de la que tanto has chapurreado, ¿no? Ahora me empieza a quedar todo mucho más claro. ¿Sabes qué? Iba a colgar del cuello a la rubia traidora esta si salíamos del follón, pero creo que me voy a sentir muchísimo mejor si te cuelgo a ti, jodida marioneta de esa puta mierda de compañía...

Un segundo escarmiento consolidado en la vigorosa forma de una patada se incrustó impío en la boca de su estómago, estremeciendo nuevamente a un M.A que volvió a emplear la divinidad de la tierra ante la cual se arrodillaba como sustento primario para sus resoplidos.

—¿Pero es que no se va a callar ni debajo del agua? —profirió Michaela con uno de sus famosos ataques irónicos antes de redireccionar su atención hacia su rubia preferida—. Y, dime, Nicole, ¿qué es lo que vas a exigirme, exactamente? Creo que todos estamos ansiosos por saberlo.

—Adán... –murmuró sin necesidad de complementar su petición con un solo suspiro que enriquecerse su mensaje.

—Ah, sí, una cuestión interesante —enunció a través de un sobreactuado aspecto de meditación que ella misma habría considerado una pose victoriosa—. No te preocupes. He mandado al único mosquetero que parece quedarme por aquí, porque una está más que muerta, para que lo traiga. Por nada del mundo iba a dejar que se perdiese esta fiesta. Aunque todavía no me queda demasiado claro que papel puedo darle...

—Dijiste... dijiste que lo ibas a dejar libre —musitó la pobre inocente rebajando el tono de voz para eludir la transmisión de información hasta los tímpanos de sus compañeros, aunque no le resultase eficaz.

—Sí, por supuesto. Tú misma lo has dicho. Dijiste es una forma pasada, y por suerte o por desgracia, ya no estamos en el pasado. Necesito volver a pensar si te concederé tu deseo o me reservaré mi derecho a hacerlo.

—¡¿Reservarte tu derecho?! ¡¡Maldita zorra!! ¡¡Esto no es lo que habíamos acordado, hija de...!! —se exaltó Nicole tras el descubrimiento de un engaño que se había temido desde el primer segundo de retención de Adán, conteniendo un impulso que la alentaba a desgarrar su carótida con sus colmillos debido a la guardia profesional que la custodiaba.

—Si no recuerdo mal, lo que habíamos acordado era que me ibas a traer a todo el equipo, pero yo no veo por aquí ni a Maya ni a Davis –le reprochó la puta de su hermanastra cerciorándose de que cualquiera de los presentes era capaz de escuchar el pregón de su traición–. Además, tu amigo ha asesinado a una de mis chicas sin contemplación. Sólo por eso debería estar crucificándoos a todos. Y entre el espectáculo que me habéis organizado y lo rebeldes que se han querido poner todos estos muchachotes que ves a tu lado, no estoy teniendo precisamente lo que se dice un día muy generoso. Y si el mundo no es generoso conmigo, ¿por qué iba a serlo yo con los demás? De hecho, debería mataros, uno por uno. La mayoría de vosotros me servís mejor muertos que vivos.

—Pero no lo vas a hacer... —la desafío la protectora de una ley ya inexistente hincando su mirada en ese gesto de demencia que comenzaba a apreciarse en la monarca–. ¿Y sabes por qué? Porque necesitas a esta gente para mantener tu imperio. Y también nos necesitas a nosotros para que te digamos donde se ha metido tu querida Maya, si no quieres pasar toda una vida buscándola.

—No estás muy lejos de la realidad, pero no necesito a todo el mundo. Y lo puedo probar trayéndote a una preciosa pelirroja que debería haber estado aquí en lugar de haber empezado a pudrirse —rebatió la muy zorra dominando al máximo la situación constituida. El veterano guerrillero Carl examinó con una notable preocupación los rostros de los compañeros que le rodeaban en un coro de miseria intentando localizar a una personalidad en particular antes de dirigir una arriesgada consulta a Diana en una tonalidad que se tornarse imperceptible para los soldados.

—¿Andrea...?

—Yo tampoco la he visto... Joder, se la ha cargado... —dedujo demostrando un nivel de depresión nunca visto anteriormente en su insuperable constancia—. Don, cariño, ¿dónde te has metido?

—¿Sabéis que? Estoy empezando a estar un poquito aburrida. ¿Qué os parece si matamos el tiempo con un jueguecito? Oye, igual hasta podríamos ponernos y matar algo más además del tiempo —le asestó un golpe de gracia con tal insinuación digna de un loco de manicomio—. Supongo que ninguno de vosotros conoce mi propia versión del juego del ahorcado... Ohh, pero mis rebeldes si lo conocen bien. Solo hay que ver las caras de alelados que se les ha quedado.

Nicole se sintió estimulada por la incitación traviesa de aquel putón a examinar los semblantes de terror que se habían generado en los guerrilleros. Y aunque no conocía aquel macabro juego al que se refería, sí podía comprender a la perfección la connotación de la cual se habría empapado la palabra ahorcado.

—Está bien. Os lo explicaré con un sencillo ejemplo—se ofreció cordialmente aproximándose hasta uno de los cautivos cuya propiedad todavía continuaba perteneciéndole tras el fracaso de su rebelión—. Tú tienes cara de ser un buen chico, así que preséntate ante nuestros invitados. Ya sabes cómo funciona el procedimiento.

—Señora, le juro que yo no sabía nada de todo esto. Se lo juro. Yo... —suplicó ante la atormentada visión de su inminente muerte remarcando una verdad de una claridad impoluta en sus facciones que no llegó a ser siquiera relevante para su reina.

—Sabes perfectamente que no me gusta repetir las órdenes que doy, así que te recomiendo que no me hagas decirte una tercera vez que te presentes ante nuestros invitados.

El susodicho bajó su cabeza respetando la sumisión que le era correspondiente mientras sentía un millar de asustadizas pupilas clavarse en cada una de sus articulaciones para examinar con detalle su próximo movimiento. La práctica totalidad de los insurrectos sabían que aquel hombre era uno de los guerrilleros pertenecientes al reducido grupo que no había sido conocedor ni partícipe de la rebelión, pero nadie se atrevió a hablar en su defensa. Nadie cubría a nadie en el juego del ahorcado. El pago al que se exponían era tan valioso que se cobraba con sus vidas.

—Me llamo John Raonic —comenzó reorientando su cuello hacia una dirección en la que el horror que se reflejaba en el brillo de sus ojos se entrecruzó con la mirada apenada de una testigo de cabello rubio que ya había predicho su destino—. Solía vivir solo, en un pisucho de periferia de Montreal bastante cutre, que encima valía una pasta, invirtiendo la mayor parte de mi tiempo en sacar una ingeniería, cuando todo esto pasó. Llegué aquí con diecinueve años, solo, sin que  ningún amigo o familiar estuviera ahí, conmigo, para ayudarme con los desastres que vinieron a por mí. Y en medio del horrible caos que se formó, cuando ya había perdido toda la esperanza de recuperar lo que algún día había llamado vida, mi señora me recogió y me trató como a uno más, como a alguien que iba a ser importante en el nuevo mundo a pesar de ser un pelele cualquiera. Ahora, me presento a un juicio por traición, para que la gloriosa divinidad sea juez, jurado y verdugo ante mi vida, y decida si merezco seguir honrando a la persona que me libero de unas tinieblas de las que creía no poder escapar jamás.

Nicole sintió como un puñal penetraba inclemente en su corazón ante semejante confesión pública de su arrepentimiento, y aunque fuese cierto el hecho de que el resto de los presentes parecían compartir un sentimiento totalmente mutuo, solo a ella le era posible comprenderlo. Aquel extravagante método de presentación había sido ideado específicamente para su sufrimiento particular. Como antigua agente de policía, había conocido la muerte desde distintos ángulos muy variados, pero no le cabía duda de que la más dolorosa siempre era la presencia de aquella en la que se conociese a la víctima más allá de una simple condición de fallecido. Nombre, edad, modo de vida, familia, amigos, sueños, esperanzas... Toda una serie de elementos que constituían un pequeño perfil de la persona destinado a aumentar la ira que brotaba de la impotencia de Nicole ante los anhelos de su hermanastra. Una candente llamarada que iba a terminar estallando irremediablemente.

—Vaya, una gran presentación. Creo que es la mejor que he oído nunca. Pero... Ya sabes que la elección no la tomo yo —insistió la poseedora de la divinidad en su esclarecimiento al mismo tiempo que extraía de uno de sus bolsillos una antigua moneda bañada en plata—. Que la suerte te sea favorable, Raonic.

Y pese a que nadie habría podido imaginar jamás a lo largo de su existencia que el simple movimiento de un pulgar determinaría el destino de una entidad tan valiosa como era un alma humana, la realidad se plasmaba más nítida que nunca. El estremecimiento les cubrió como un manto de espesa niebla cuando Michaela recuperó la santidad de las zarpas de una atmósfera corrompida y pronunció su veredicto con la típica frialdad que la galardonaba.

—Cruz…

Nadie conservó la valentía necesaria para mantener su mirada firme ante la injusticia que se acometería en ese instante excepto aquellos para los cuales aún era desconocida. Adquiriendo la rauda velocidad de una estrella fugaz, el machete Kukri de Michaela se deslizó desde su funda hasta las profundidades del corazón de John. Intentó expedir un sonido vocálico desde su garganta que terminó por ser limitado a un  desagradable gorgoteo, signo predominante de una muerte inevitable que se produciría una vez su líder le abandonase impasible ante su cruel agonía mientras se centraba de nuevo en sus invitados.

—¿Veis? Es un procedimiento muy simple con el que  se puede impartir justicia sin que mis intervenciones la ensucien. La cruz señala la culpabilidad, y esta se paga con un severo castigo —esclareció Michaela a la par que examinaba obsesivamente la moneda de carácter ciego mientras la deslizaba entre sus dedos con compulsión insana.

—¿Que eres ahora? ¿Dos Caras? Estas fatal... —atacó nuevamente Alice sobrecogida por la extravagancia del ritual que se había visto obligada a presenciar.

—Fatal no, estás como una puta cabra —se unió M.A a su moción protestante sin presentar temor alguno ante la posibilidad de recibir un tercer golpe—. Si te crees que vamos a participar en tu mierda de juego, vas lista. Antes vas a tener que meterme un tiro...

—Quizá te lo meta... —meditó ella con una ironía tan tosca que se trababa en su garganta—. Pero aún no. Al fin y al cabo, la divinidad es la que decide. Mirad, ¿qué os parece si jugamos solo cuatro rondas? Así sería una para cada uno. Tampoco quiero alargarlo hasta la muerte. Tengo otros planes muchísimo más interesantes preparados para vosotros. Además, los chicos de Braun también tienen que llevar a cabo su último servicio...

Nicole ni siquiera había alcanzado a otorgarse aún la posibilidad de ignorar al pobre sujeto apuñalado que se entrometía continuamente en su campo visual en un estado de profunda agonía cuando la reina de la partida caminó junto a ella hasta situarse agachada ante una asustada chiquilla cuyo valor no había sido el suficiente como para pronunciar una mísera vocal  desde su abrupto arresto.

—¿Qué os parece si empezamos por esta muchacha tan misteriosa? Ni siquiera sé tu nombre, cielo. ¿No crees que es de mala educación acudir a un lugar en el que nadie te conoce sin presentarte? ¿Por qué no me dices cómo te llamas?

—In... Inmaculada... Inma, soy Inma... Me llamo Inma —obedeció ella siendo su lengua controlada ante un temor que brotaba del destino que le aguardaría si le terminaba resultando un incordio inservible.

—Bien. ¿Y qué te parece, Inmaculada, si eres nuestra primera jugadora de la noche? Ten en cuenta que es todo un honor. Deberías estar más que agradecida.

—Lo estoy... —musitó nuevamente exhibiendo frente a sus amigos la imitación perfecta de un felino cuya doblegación ante su dueño está fundamentada en el miedo.

—Déjala en paz —se interpuso Nicole remarcando un carácter defensivo que complacía a su hermanastra por la inutilidad que suponía—. Sé que has montado todo este numerito para torturarme a mí, así que soy yo la que juega. Olvídate de los demás.

—Huy, huy, huy, que egocéntrica te has vuelto con la edad, mi preciosa Nicoleta —la presionó satisfecha por el fructífero progreso con respecto al plan por el que destruiría la moral de su mente—. La justicia no gira en torno a ti, aunque tú lo creas. Vamos, chicos, coged a tres de nuestros guerrilleros y traedlos aquí para que se presenten. Deprisa, deprisa. La señorita Inmaculada espera impaciente.

La codiciosa Anna fue la primera componente de su ejército que se apresuró en ejecutar su mandato con efectividad absoluta, acompañándola al instante un dúo de soldados que atraparon a un par de traidores aleatoria mente. Sin embargo, la personificación de un mando egoísta e inmisericorde demostró que su elección había sido realizada con mayor astucia en el momento en que seleccionó al guerrillero rebelde más anciano que se hallaba en el grupo. Todos sus compañeros más cercanos se autoculparon ante el fracaso del levantamiento cuando observaron como reclamaban la participación de Carl en su malévolo juego.

—De acuerdo, señoras y señores. Empezamos con el primer juicio. La señorita Inmaculada, aquí presente, será nuestra testigo en este caso —vociferó la reina con el propósito de que todos sus invitados fuesen conscientes del asesinato que iba a propiciar toda la  dulzura e ingenuidad de la chica—. Se abre la sesión. Comencemos.

Un centenar de poderosas armas se deslizaron en la dirección donde se hallaban las cabezas de los tres participantes instantáneamente, originando una cruel e insubestimable amenaza ante la que se rindieron a arrodillarse frente a los asistentes para ser juzgados por la santísima divinidad de su reina. Cualquiera de los presentes habría entregado su alma al diablo por el privilegio de liberar a un grupo de sublevados que sólo anhelaba una existencia más justa de aquellas abominaciones monstruosas que iban a destruirlos uno a uno, pero todos se resignaban a mantener su sistema nervioso inamovible para no recibir un tiro en vano. El juego debía continuar... Por el momento.

—Me llamo Mark Duncan —comenzó el sentenciado cuyo deber era iniciar el pleito—. Tengo alrededor de unos treinta años, más o menos. Ya ni siquiera estoy seguro de en qué día vivo. La verdad, no hay mucho que contar de mí que pueda interesar. Estaba en el paro antes de esto, y me pasaba los días tirado en el sofá de la casa de mi novia viendo pelis de acción y comiendo guarradas mientras esperaba a que algún empresario de fama viniese a ofrecerme un contrato como caído del cielo. Luego, mi novia acabó siendo la merienda de mi vecino de arriba, y yo llegué aquí como por arte de magia, también. Queríamos tener algo mejor que a esta tipa, y la hemos cagado pero bien. Ahora toca pagar las consecuencias.

—Soy Emma Thompson —resquebrajó el silencio de carácter sepulcral que se había establecido una vez pronunciada la oratoria de Duncan la jovencita que se había establecido como segunda sentenciada—. Veintidós años, y creo que cumpliré veintitrés dentro de poco. Llegué aquí con nada, literalmente. Manos vacías por completo. Nunca he tenido nada que no fuese mi familia, y la perdí después del incidente. Mi mamá, mi papá, mis abuelitos, mi hermanita… Nadie sobrevivió, excepto yo. Y entonces llegué aquí. Si os soy sincera, no puedo quejarme de todo lo ocurrido desde que formo parte de este lugar. He conocido al amor de mi vida, Tommy, y estoy esperando un bebé suyo, pero no podía seguir haciendo la vista gorda y pretender que las condiciones en las que esta mujer nos obliga a vivir no son asunto mío. Es por eso que me involucré. Y estoy dispuesta a pagar el precio de ello. No me arrepiento de nada.

Mientras la conmoción todavía se remarcaba en las facciones de los testigos tras conocer la impactante noticia de un embarazo sometiéndose ante el juicio de la divinidad, Alice sintió como el hombro de M.A impactaba con el suyo disimuladamente mientras le entregaba un pequeño objeto de textura metálica en su mano que inmediatamente pudo identificar como su legendario encendedor.

—Tú tienes mejor cerebro que yo. Piensa algo… —la instó M.A a la elaboración de un plan estratégico de huida improvisado entre una serie de susurros que se aseguró como inaudible para cualquiera de sus captores, cuya concentración se hallaba plenamente orientada hacia el discurso lastimero que pronunciaría el último de los juzgados.

—Mi nombre, señores, es Carl Garber. Sesenta y siete años creo haber cumplido hace poco, aunque ya hace muchos que no lo celebro —anotó el anciano remarcando en sus labios una sonrisa tan enriquecedora que iluminó la bondad en el corazón de todos aquellos asistentes a los que imponía un respeto más que mutuo—. Supongo que ahora es cuando debería hablaros de mí mismo, pero creo que no sería justo hacerlo cuando ya no existe un mí, sino un nosotros. Mi mujer solía decirme que soy demasiado humilde, y quizá lo sea, pero yo quiero pensar que cuando expando mi palabra, lo hago con justicia. Y no sería justo hablar de la lucha que libré para llegar hasta donde estoy hoy sin compartir el esfuerzo con muchos de los amigos que hoy se encuentran aquí presentes. Sin la participación y la colaboración de cada uno de vosotros, mi hijo y mis nietos no podrían haber llegado a vivir dentro de esta base de la manera en que lo hacen. Sé que no me encuentro en una posición favorable, pero esto no hace que me rinda. Podéis seguir avanzando… Podéis, y debéis, permanecer unidos, juntos, para proseguir con la construcción de un nuevo mundo, tal y como lo hemos hecho hasta ahora. No os rindáis. Tengo fe en que algún día, más tarde o más temprano, miraréis a vuestro alrededor y sentiréis orgullo por lo que habréis conseguido. Lo que hoy es una caída, mañana es un triunfo —concluyó Carl su sincero discurso concediendo a su público unos segundos de descanso antes de finalizar—. Y ahora, le ruego encarecidamente, señorita Inmaculada, que me escoja a mí para someterme al juicio. Estos dos muchachos que me acompañan son demasiado jóvenes para morir. Todavía tienen metas que cumplir, sueños que descubrir, luchas que librar y personas a las que regalar su amor. En definitiva, todo aquello que yo ya he experimentado durante más de medio siglo. No me queda nada más por hacer más que desearos a todos valor y fortaleza en los obstáculos que aún tendréis por delante en vuestras vidas, y rogarle de nuevo, una segunda y última vez, señorita, que yo sea su elección.

Sin embargo, pese a la firme aceptación por parte del anciano hacía el final de su camino, el alma benevolente de Inma le impedía seleccionarlo como el candidato que cedería su vida al impredecible juego del azar. Recuerdos específicos relacionados con el asesinato de su padre comenzaron a resurgir desde lo más profundo de su cerebro a medida que se adaptaban con precisión milimétrica ante aquella situación de demencia absoluta para advertirla de que sería un error obedecer la última voluntad de un señor que había deseado la felicidad de quienes le rodeaban incluso en su propia concepción de cadáver reciente. Agachó su cabeza tratando de contener el dolor de impotencia que la acribilló cuando su tullido padre le suplicó mientras se arrastraba por el suelo en mitad de un campo de batalla que huyese para salvar su vida, y se vio forzada a hacerlo tras intentar sacarlo de allí inútilmente. No podía permitirse que aquella escena se volviese a repetir. No podía condenar ni al caritativo Carl, ni a la ilusionada Emma ni al desventurado Mark. No podía arrebatarle la vida a nadie. Era una promesa personal.

—Vaya, que discurso tan bonito. Estoy seguro de que les ha llegado a todos tus compadres al alma tanto como lo hará mi machete. Por tu demagogia, apuesto a que eras político, y fijo que de los más mentirosos —se deleitó Michaela mancillando sus sinceras palabras vertiendo tan sólo una diminuta gota del mortífero veneno que emanaba de su lengua—. Bueno, bueno, pues ya se han presentado todos. ¿Cuál es su decisión, señorita Inmaculada? ¿A quién de estos tres traidores vamos a entregar a la santa divinidad?

Inma realizó un esfuerzo inmensurable para su personalidad mediante el que alzó su cuello y estableció un profundo contacto visual con las niñas infernales de aquella bestia surgida del inframundo antes de pronunciar su respuesta.

—A mí…

Aquella respuesta tan sumamente inesperada provocó que los presos que se encontraban en sus cercanías fijasen una atención exclusiva en ella al ser los más expertos conocedores de las consecuencias que acarreaba el incumplimiento de cualquiera de las reglas del juego al que la estaban sometiendo mientras que en aquellos que se encontraban en la lejanía empezaba a surgir un determinado murmullo sobre la naturaleza de su sentencia. Los compañeros de su grupo también comenzaron a sufrir cierta alteración ante tal estallido popular a pesar de que no alcanzaban a comprender en su totalidad el error que Inma había cometido.

Pero, ante todo pronóstico, Michaela fue la única que ignoró la razón por la cual debía haber expuesto la auténtica furia de la loba con la que convivía en su interior, exhibiendo en su lugar  una sonrisa de plena satisfacción a la par que se acercaba con paso lento hacia la zona donde se encontraban Alice y M.A sin cesar en ningún momento el acoso que le ocasionaba por parte de sus tenebrosos ojos de asesina serial.

—Bueno, bueno, bueno, ¿por qué será que me lo veía venir? Es lo que suele pasar cuando Nicole se está dos años comiéndole la cabeza a alguien con sus estupideces morales o su clásico “antes los demás que yo”. Qué lástima. Peor que el Agua Gris, y aun así, mucho más propagado —distrajo a sus invitados con sus fervientes comentarios jocosos, aprovechando la deficiencia temporal que acababa de crear para desenfundar su Desert Eagle con tal velocidad que se posó en la frente de M.A antes de que cualquiera de sus amigos fuese consciente de la amenaza—. Y ahora, Inmaculada, haga usted el favor de escoger, si no es molestia.

—¿Te crees que me asustas con tu pistolita? —se aventuró a desafiarla un M.A poseedor de tal ardor en su organismo que incluso acabaría reduciendo a cenizas el cañón del arma.

—M.A, mi querido M.A, si mi dedo se escurriese y apretase el gatillo por error, esta pistolita podría atravesar tu cerebro a casi medio kilómetro por segundo. Imagínate como te quedarías. Habría que recoger tus sesos del suelo con una espátula, igual que con el pobre Braun. Madre mía, como os ha puesto el coche… —se deleitó complementando su anterior intimidación con una comparativa que exaltaba el orgullo de su mejor trabajo—. Además, este no es tu minuto de gloria, así que no intentes robárselo a la chica. Ya tendrás el tuyo.

El pánico volvió a ser un estado dominante en Inma tras ser consciente del riesgo hacia su compañero que su elección había desencadenado, impulsándola a dirigir su mirada de nuevo hacia la figura decidida de un verdadero señor plenamente dispuesto a su sacrificio, pero ella no estaba preparada para aprobarlo. Ni siquiera la palpable precipitación del rudo rubio hacia un renovado cuerpo putrefacto ni la súplica que Garber le volvió a realizar indirectamente con la expresión no verbal de su rostro lograron convencerla de que podía ser éticamente correcto aceptar la ejecución de un hombre, incluso cuando este le imploraba humildemente que debía hacerlo. Simplemente, no podía…

Ya se encontraba inmersa en el proceso por el que reiteraría la primera decisión por la que había optado cuando un ángel de la guarda habló en nombre de su protección.

—Cruz… —chilló Carl cerciorándose de que todos aquellos que habían formado parte de él fuesen testigos directos de su veredicto segundos antes de incorporarse con el lanzamiento de un placaje incitador hacia el soldado más cercano a su posición. Y aunque su efectividad fuese tan nula como había aguardado, el acto que le prosiguió se desarrolló acorde con sus planes.

Para cuando el combatiente agredido hubo planeado la estrategia de combate por la cual se liberaría de su atacante, la cruenta patada que le había propinado un segundo en el pecho ya le provocaba un dolor tan insostenible en su costillar que le había inmovilizado en el suelo, y el arma de un tercero se preparaba para efectuar el protocolo acordado por su líder ante tal acto de rebeldía. Y el único pensamiento que bombardeó a Inma cuando presenció aquel acto de justicia divina por el que la bala de un salvaje analfabeto reventó la magnánima materia gris de su protector fue que acababa de asistir a la muerte de su padre por segunda vez.

El alzamiento rematante de su cadera concluyó el ascenso de una escalera eterna que todavía continuaba en su levantamiento hacia los cielos. Fox suspiró hastiado por todo el esfuerzo físico que había derrochado en elevarse hasta un vigésimo piso que pudiese otorgarle una localización destacable para desempeñar su ocupación como francotirador. Tras recuperarse de inmediato, se trasladó hasta uno de los espacios que constituían una hilera de ventanas desahogadas de su opresora cristalera y verificó la correcta visualización del chabacano espectáculo que la desdicha de la reina había organizado empleando su rifle.

—Estupendo —aseveró posicionando la mira del arma sobre el inestable cerebro de uno de los soldados dispuestos bajo el mandato de su líder—. Todavía no. Contén tu gatillo. Sé paciente, Steve. 

El destartalado manillar incrustado en la puerta de aluminio que custodiaba el almacén de recursos de la cuarta planta del recinto escolar cedió ante la presión ejercida por una muñeca  que se deslizó verticalmente para permitir la inspección de su recóndito interior por parte de un par de avizores ojos castaños que no lograron localizar entre la penumbra elemento alguno que no fuese de carácter inerte e inservible como utensilios de supervivencia. Cathy abandonó presurosa la estancia en dirección al pasillo ansiosa por conocer el informe de registro en los baños que estaban realizando las dos criaturas a las que le habían encargado custodiar.

—A no ser que se haya escondido dentro del váter y haya tirado de la cadena, aquí no está —fue Beatrix la primera informadora tras su salida del baño femenino.

—Pues aquí tampoco está —le respaldó Robi segundos después una vez hubo finalizado el examen del servicio masculino.

—Joder, ¿dónde coño se habrá metido? Espero que lo hayan encontrado los tortolitos. No nos conviene nada tener que ponernos a rebuscar por todo el patio cuando ya tendríamos que haber salido hacia el exterior —comentó Cathy caminando apresuradamente en dirección a la escalera descendente que conectaba con el tercer piso—. Venga, vamos. No os quedéis atrás. No quiero tener que ir cuidando de vosotros como si fuese vuestra madre.

Ya se hallaba el trío dispuesto en el límite designado entre el nivel rectilíneo de los azulejos  y el primer escalón cuando escucharon una serie de pasos acompañados por el resplandor de una figura indeterminada que ascendía hasta su posición. La responsable principal del pequeño grupo se armó con un afilado punzón procedente de su bolsillo trasero alertada por la posible intención dañina del sujeto, pero sus pretensiones defensivas fueron desechadas cuando este se reveló como un antiguo aliado de alborotada melena rubia.

—Hugo… Tío, que susto me has dado… Creía que eras… No sé, alguien… —le comunicó esta aún confundida por la impresión—. Bueno, que da igual, que me alegro de que seas tú. Ya veo que has conseguido escaparte de Michaela. En cuanto encontremos al crío ese del teatrillo que montasteis, podemos ir a nuestras posiciones y esperar a ver qué es lo que nos dice Braun que debemos hacer, y luego a ver también por dónde nos manda Mike, y todo eso… —emuló Cathy la conclusión de una conversación antes de continuar desarrollándola frente al nerviosismo de Hugo por comunicarse—.  Bueno, espera, es verdad, que tú no lo sabes. Es que a Lilith se le ha escapado el crío al que tenía que tener vigilado, que para una sola cosa que tiene que hacer, va la muy petarda y la acaba cagando, como de costumbre, y ya ves, ahora nos toca a nosotros estar buscándolo, aunque bueno, ellos también lo están buscando. Acabamos de buscarlo por esta planta y no está, aunque bueno, primero hemos estado pateándonos de cabo a rabo toda la tercera planta, y tampoco estaba, así que ya ves, ni idea de donde se puede haber me…

—Cathy, creo que Hugo está intentando decirnos algo, pero no le dejas hablar —le advirtió Robi tras observar un rostro de preocupación que ansiaba emitir sonido vocálico alguno.

—Gracias, chico —expresó con amabilidad al comprobar su atención frente a la necesidad tan urgente con la que asistía—. Veréis, ha habido un giro dramático de los acontecimientos…

—Chicos, ¿estáis ahí arriba? —fue interrumpido nuevamente el aspirante a informador por una conocida pareja que no se demoró en emplear la escalera para reunirse con ellos provistos de la clave prioritaria de su victoria—. Hemos encontrado al chiquillo del grupo.

Desgraciadamente, su apresurada carrera se detuvo abruptamente en un instante fugaz en el que Adán detuvo el movimiento de sus piernas tras contemplar a su anterior agresor frente a él para posteriormente retroceder pese a permanecer aferrado a la mano de Mike, quien le observó con incredulidad sin comprender el motivo por el cual su facción aterrada había vuelto a remarcarse en sus rasgos. Trató de localizar una resolución aproximada al enigma en su novia Lilith, quien suspiró hastiada ignorándole mientras preparaba su lengua para una reprimenda severa.

—Agh, joder, Hugo, ¿qué coño haces aquí? ¿Qué coño haces aquí? Se suponía que no podía verte. Lo único que tenías que hacer era quedarte fuera. Fuera, joder, y estás dentro. Hasta un mandril con retraso mental lo habría entendido.

—Es que… Tengo algo que contaros… Es muy importante… —intentó excusarse el apaleado verbal con tranquilidad, pero su opresora ni siquiera alcanzó a escucharle.

—Ah, no, no, no. Esta vez no te me escapas —afirmó Lilith con convencimiento férreo tras observar a Adán distanciándose de Mike al mismo tiempo que se preparaba para efectuar una nueva huida.

—Lilith, joder, ¿qué pasa? —insistió este preocupado por un ambiente espeluznantemente tenso en el que sólo recibió un segundo silencio de desdén por parte de una adolescente que acababa de armarse con el hacha de reducido tamaño y excelente movilidad que solía sujetar a su cuerpo con un cinturón.

—Quieto ahí, niño rata —le aconsejó volviendo a destacar en el ardor candente de sus ojos su faceta más amenazante mientras sostenía su particular arma blanca junto al cuello del chico para forzarle a continuar ascendiendo por las escaleras restantes ante la expectación de todos sus compañeros—. He intentado hacerlo por las buenas de todas las maneras posibles que se me han ocurrido, y no te sale de los cojones entrar en razón, así que ahora vamos a tener que hacerlo por las malas. Camina, si no quieres que te rebane el cuello.

—Lilith, por Dios… —intervino Mike estremecido tras presenciar el acto por el que su chica se desplazaba alrededor del límite entre el histerismo y la agresión injustificada, siendo tratado una tercera vez con un reseñable síntoma de inferioridad.

—Tú cállate, que nadie te ha dado vela en este entierro. Venga, empieza a caminar… Más rápido, más rápido, más, más… Venga, venga, venga… —le forzó aquella sirvienta del demonio a incrementar su velocidad en un método extremista en el que ella dominaba su miedo hasta que alcanzó la cuarta planta—. Agh, hombre, por fin. ¿Ves cómo no era tan difícil? Cuida de él, Bea. A ver si contigo se relaja un poquito —concluyó el control de su inocente títere lanzándolo toscamente hacia Beatrix, quien se apresuró a la hora de agarrarlo fuertemente de sus brazos para evitar que se estampase contra la pared contigua mientras le dedicaba una cálida sonrisa que le resultó mucho más agradable que el trato vil efectuado por la bruja pecadora.

—Lilith, te has pasado… —la reprendió Mike rematando su subida hasta la cuarta planta al tiempo que se encaraba con ella empleando la celestial mirada de decepción de la que gozaba para tratar de disuadir su peligroso avance hacia el descontrol.

—A mí tampoco me apasionan los criajos, Lilith, pero estoy con Mike. Te has pasado cuatro pueblos. No puedes ir por ahí amenazando a las personas con un hacha, y mucho menos a un niño que no te ha hecho nada. No estamos en el salvaje Oeste —presentó Cathy su apoyo hacia el muchacho expresando verbalmente el disgusto que compartía con sus compañeros.

—Sí, sí, seguro que ahora soy la mala de la película, la bruja de Blancanieves, y todo lo que queráis, pero apuesto a que a ninguno de vosotros le habría sentado bien tener que salir otra vez detrás de este crío. Y como por su culpa, nos hayamos retrasado ya demasiado y ni siquiera lleguemos a tiempo a nuestras posiciones, os aseguro que os vais a cagar en sus muertos tanto como lo he hecho yo.

—Eso no justifica tus actos —incidió su novio en la escalofriante maldad que Lilith acababa de cometer sin sentirse inundada por remordimiento alguno—. Y tampoco justifica por qué el chico se ha asustado tanto al ver a Hugo. ¿Alguien me lo explica?

Todos se vieron repentinamente asaltados por el silencio eclesiástico que dominó en el área ante su estricto requerimiento. Cada una de las mentes que allí se hallaban dispersas excepto la que pertenecía al maltratado esclavo de Lilith conocía la respuesta exacta a la resolución de este, pero nadie se atrevió a revelarla debido a las consecuencias que acarrearía hasta que la propia mano ejecutora de la idea decidió confesarse transcurrido medio minuto interminable de vistazos difusos. 

—Yo… le pegué al chico… Por eso me tiene miedo… Fue idea de Lilith… Ella pensó que si le dábamos un pequeño susto le iba a ser mucho más fácil convencerlo para que fuese a su cuarto y se quedase allí hasta que empezase la rebelión, así que montamos un teatrillo aprovechando mi posición como mosquetero en el que yo hacía de niño malo, y tenía que presionarle al estilo Danitriz hasta que apareciese ella a rescatarle como caída del cielo. Se me fue un poco la mano, la verdad… La cicatriz que tiene en la mejilla se la hice yo… 

—Puto chivato… —farfulló Lilith su difamación despreciándole por su patético ruego de exculpación con una incisiva penetración en sus pupilas de rata asustadiza.

—¿Puto chivato? —reiteró Mike ofendido por tal apatía hacia el acto tan miserable que se había encargado de organizar comenzando a disiparse el elevado nivel de autocontrol del que disponía—. Tú puta loca. ¿Cómo se te ocurre planear algo tan… rastrero? Se suponía que ibas a convencerlo para que fuese contigo. ¿Romperle los dientes de un puñetazo? ¿Ese es tu jodido método de convicción?

—¿Y que querías que hiciera, Mike? ¿Acercarme a él y darle un besito en la frente? ¿Regalarle una piruleta de fresa para que se viniera conmigo? Aún estamos en territorio michaeliano, por si no lo habías notado. De alguna manera teníamos que aparentar que aquí  ninguno de los nuestros está planeando algo contra ella, y la mejor forma de hacerlo era ensuciándonos las manos por una jodida vez en nuestra vida con el estilo clásico que ella está pidiendo hasta roncando. ¿Preferirías que nos hubiésemos expuesto o que se lo hubiesen dado al principito al que tanto proteges el culo? Porque a ese sí que no le habría temblado la mano a la hora de partirle los dientes al chaval hasta que sólo hubiese podido comer sopas. No teníamos otra opción. Había que hacerlo así. Era lo más viable para que nuestro plan no se torciese, y habría salido a pedir de boca si el crío no hubiese salido corriendo como un loco psicótico. Además, que coño, si todos los que estamos aquí lo sabíamos, incluido el que lo ha largado tan arrepentido, así que no te lances solo a por mi cuello, cariño.

—Joder, tío, me estás dejando alucinado con todo lo que estás soltando —farfulló Mike hastiado frente al insondable desprecio que sentía por parte del grupo al que había llegado a sobreponer frente a su propia seguridad—. ¿En serio lo sabíais todos? ¿De verdad? ¿Y a nadie se le ha ocurrido comentármelo siquiera o es que yo no tengo derecho a saber qué es lo que queréis hacer? ¿Tan poco confiáis en mí? Vaya, y yo que pensaba que era el que lideraba este grupito. Ya veo que me tomáis por gilipollas.

—Mike, escucha, no es que te despreciemos ni nada por el estilo, pero no podíamos involucrarte en esto —resurgió Cathy defensiva de su insostenible letargo lingüístico—. Creo que eres un buen líder, y también que sabes mucho más de supervivencia y de la vida fuera de esta base, pero nunca tomas ningún riesgo ni te atreves a decir que sí, y eso nos puede llegar a causar muchos problemas en un futuro si seguimos siendo solo nosotros. Tampoco acepto que la pelea fingida fuese la opción adecuada, pero sí que era la más efectiva, y la que necesitábamos ahora mismo. Y para que conste, la decisión de callarnos fue cosa de todos, no sólo de Lilith.

—Así que, ¿me estás diciendo que vuestro ideal con respecto al liderazgo es proteger el culo a los tuyos partiendo la cara a un pobre chico asustado que no te ha hecho nada y al que además necesitamos? No, me niego a creer que fuese lo más adecuado. Me lo podríais haber consultado en lugar de montarme un plan tan ruin e intentar encubrirlo a toda costa, y me apuesto mi vida a que habríamos logrado encontrar  una alternativa no violenta.

—¿Ah, sí, tan seguro estás? Dime una —le tentó Lilith imponiendo una protección petulante de la elección que había desequilibrado a su pareja—. Venga, dime una, a ver que se te habría ocurrido.

—Yo no tengo por qué decirte nada. Eso lo deberías haber preguntado antes de organizar todo el paripé de la paliza. ¿Por qué no miras tú al chico a los ojos y le dices que no había otra opción más que partirle los morros a puñetazos? Porque a lo mejor sí que la había, pero ni te molestaste en tratar de encontrarla cuando se suponía que tenías que hacerlo.

—Yo tampoco tengo nada que decir, cielito lindo. Lo único que hice fue actuar como debía hacerlo en su momento para proteger a los chiquillos que son los que han estado siempre ahí, contigo, y de los que ni siquiera te estás preocupando una putísima mierda. Mi conciencia está mucho más limpia que la tuya.

—Chicos —les interrumpió Hugo evitando el inicio de la famosa guerra de partidos entre la pareja—, ya no creo que importe lo que hicimos, lo que no hicimos o lo que deberíamos haber hecho. Braun ha muerto. Michaela lo ha asesinado.

Un despechado sentimiento de impresión se enredó al instante en las diversas facciones que constituían el poemario en el que estos se habían transformado tras recibir tal información. La revuelta hacia la reina organizada por Braun y sus guerrilleros era una pieza fundamental para su salida de la base, y acababa de despedazarse ante un par de vocablos encadenados como si no significase absolutamente nada.

—¿Qué...? —musitó Beatrix con una incredulidad que no se detenía en su desmedido crecimiento—. Hugo, ¿estás seguro de lo que estás diciendo?

—He visto sus sesos volar hasta el parabrisas de un coche, así que sí, estoy bastante seguro —recalcó la veracidad de su relato notablemente ofendido frente a una pregunta tan absurda—. Creo que Michaela se enteró de algún modo de lo que estaba ocurriendo, y lo utilizó antes de quitárselo de en medio. Todos sus guerrilleros estaban allí, y vieron lo que sucedió. Los ha capturado como si nada, y los tiene de rodillas en la plaza principal, seguramente planeando a quién le va a meter un tiro entre ceja y ceja y con quién se va a divertir un rato. Y no solamente tiene a la gente de Braun. El grupo del chico también está allí. Estamos bastante jodidos, la verdad.

—¡Agh, joder, joder, joder...! ¡Qué puta mierda...! ¡Qué mal todo, tío...! —se deprimió Mike olvidándose de la lección que estaba aplicando a Lilith para agachar la cabeza desamparado ante su frustración—. Vamos a tener que abortar el plan, chicos, y lo siento, pero no podemos continuar en estas condiciones. No quiero llevar a nadie al suicidio.

—Hey, hey, hey, hey, hey, ¿perdona? —se alteró Lilith tras observar semejante cobardía rodeando con su mano el mentón de Mike y forzándole a que clavase sus ojos lastimeros en el par de pupilas llameantes que acababa de originar—. ¿Me estás diciendo, a mí, a todos nosotros, que nos rindamos porque tu abeja reina te ha acojonado, Mike? Me he pasado casi todo este jodido apocalipsis encerrada en este puto vertedero en el que ninguno de los que estamos aquí es más que una mierda con la que creen que pueden jugar como a ellos les venga en gana. ¿Me vas a decir que ahora tengo que dejar mi plan de salir de aquí de una puta vez porque han matado al gilipollas ese después de tirarnos meses y meses preparándolo, eh? Al menos ten huevos a decírmelo mirándome a los ojos.

—Si quieres matarte, adelante. No tengo nada por lo que protestar —replicó Mike zanjando su relación de protección hacia la testaruda chica sobrepasado por su comportamiento egocéntrico y prepotente.

—Pues muy bien... —concluyó ella distanciándose de él e ignorándole al mismo tiempo que reconducía su emoción temperamental hacia el resto de sus compañeros—. Vale, Mike se queda fuera de nuestro plan de huida. Si alguien más quiere largarse con el rabo entre las piernas a dormir con el resto de los esclavos como si no hubiera pasado nada, adelante, no detendré a nadie, pero sabed que si os quedáis, vais a tener que llegar hasta el final, cueste lo que cueste —volvió a imperar con su estricta autoridad de adolescente de carácter volátil obteniendo una respuesta afirmativa por parte de los presentes al mantenerse rígidos en sus respectivas posiciones como figuras de mármol puro e inmutable—. Hugo, ¿podrías ser un poco más específico sobre cómo ha dejado Michaela la plaza después de que matara a Braun? Esa vieja es incluso más prepotente que una servidora, y si tomamos en cuenta que acaba de conseguir un caramelo dulzón para ella, seguro que se ha dejado algún hilillo suelto con el que podemos ahorcarla.

—No hay mucho más que contar. Los guerrilleros de Braun están repartidos por toda la plaza y los chicos de Michaela están junto a ellos, vigilando que nadie haga nada raro. Al grupo del chiquillo lo ha colocado en primera fila, por interés, seguramente... —relató el mosquetero tratando de rememorar los detalles que sus retinas habían logrado capturar durante su breve estadía en el lugar del crimen—. Oye, Lilith, ¿a dónde pretendes llegar con esto? No pienso rendirme, pero créeme, lo tenemos bastante más difícil que antes, y no porque lo crea, sino porque lo he visto.

—Mira, que el subnormal de Braun haya conseguido quedarse criando malvas y que capturaran a todo su equipo, no significa que nos vaya a pasar lo mismo. Ellos se han confiado demasiado, y lo sé porque los he estado observado. Cometieron el error de creerse mejores que Michaela, y ahora lo están pagando con intereses de los gordos, no como nosotros, que nos hemos movido siempre con pies de plomo. Apuesto mi alma a que su majestad no sospecha de ti lo más mínimo, Hugo, porque si no, no estarías aquí —fue la deducción que Lilith arrojó convencida al huracán de confusión analítico que había creado en la mente de  todos los presentes, obteniendo por parte del citado una pintoresca mueca de afirmación—. ¿Lo veis? No tenemos que dejarlo, porque no somos las cabezas que Michaela quiere reventar. No somos su objetivo. Somos el refuerzo oculto de su objetivo.

—No lo pillo... —rompió finalmente su silencio la voz tenue e infantil de Robi, transmitiendo en su sonido  el concordato de incomprensión en el que todos los oyentes habían perecido.

—¿Te refieres a que podemos ayudar a las personas que Michaela tiene en la plaza? —compartió Beatrix dubitativa su interpretación de las palabras emitidas por Lilith.

—¿Lo veis de nuevo? Solo he tenido que decir un par de frasecitas de apoyo, y ya tenemos una idea... O al menos, el principio de una idea... —se acrecentó ella ante la lección aplicada observando furtivamente el gesto de enervación de Mike frente a la derrota en la que pronto se precipitaría pese al contraataque inútil al que precedía.

—¿Y qué es lo que pretendes hacer? ¿Te vas a meter en la plaza y vas a empezar a degollar cuellos con tu hacha como si fueras un neandertal prehistórico? Sí, vale, es posible que Michaela no sospeche de Hugo ni del resto del grupo, pero eso no significa que nos podamos presentar allí como si llevásemos todo un regimiento, señorita del refuerzo oculto del objetivo.

—Anda, Mike, cariño, vete un poquito a la mierda —le espetó Lilith asqueada al escuchar a Mike desplegar semejante soplapollez nacida de su venenosa bilis.

—Mike, creo que a lo que Beatrix y Lilith se refieren, y lo que yo pienso también, es que podríamos planear un ataque sorpresa o una distracción que les sirva a los guerrilleros para escapar de Michaela y continuar con la rebelión... Y, bueno, ya sabéis, si recuperamos la rebelión, es punto positivo para nosotros.

—Bueno, menos mal que alguien de por aquí tiene la cabeza un poquito abierta... —se reiteró nuevamente Lilith en su intención de denigrar las excusas con las cuales su chico intentaba cubrir su evidente cobardía—. Y, si alguien tiene una idea del estilo, la que sea, por favor, no os la guardéis. Ya hemos perdido bastante tiempo con todo lo que ha pasado.

—Sí, vale, muy bien, pero yo también puedo dar con un planteamiento en minutos si me pongo a pensar, y lo tuyo es solo eso, un planteamiento. ¿Cómo vas a llevarlo a cabo, eh? ¿Esperas que te caiga una idea del cielo? Porque ni siquiera tienes una propia. Esto es una estupidez... —contraatacó él aferrándose a su necesidad de mantener salvaguardada a su gente.

—Bueno, yo tengo una idea que podría servirnos —se entrometió Hugo en la guerra encarnizada desatada por el tirante orgullo de la pareja—. Eso sí, a lo mejor es un poquito... extrema. No sé, la verdad.

—Tal y como estamos ahora mismo, cualquier cosa que picotee en tu cerebro, nos vale —aclaró Lilith su completa disposición a eludir las consecuencias de  cualquier acto que efectuasen si este podía llegar a  salvarles—. Vamos, dispara. ¿Qué se te ha ocurrido?

—Tengo... algo que podríamos lanzar en medio de la plaza, y que seguramente ayudará a algún guerrillero a escapar de allí, pero... Es que es un poco...

—¿El qué? ¿Qué pasa con él, Hugo? —intervino Cathy sintiendo como su agitación provocaba un torbellino desmedido en su torrente sanguíneo—. ¿Es algo que sirve para matar?

—Bueno... Depende... —contestó compartiendo en la respuesta la turbulenta sensación que se apoderaba de la chica.

—Joder, pero dilo de una vez, coño, que no tenemos todo el puto día —inquirió Lilith con el característico comportamiento que había aflorado tras el inicio de la crisis bélica a la que todos se hallaban sometidos,  provocando que Hugo paliara su tensión al agarrarse fuertemente de sus muñecas y comenzar a efectuar una respiración profunda antes de desplazar ambos labios al unísono.

—Es... es una granada... de mano... Una granada... De las que tiene Michaela...

Un pulcro silencio de ultratumba se originó de nuevo en el polémico ecosistema que constituían como un indicador de la profundidad que alcanzaba a sondar el análisis al que sometían la información que Hugo les había proporcionado. El gesto de asombro en el que se denotaba mayor preocupación era el de Adán al ser consciente de que su hermana se hallaba en la plaza junto con el resto del grupo, pero no se atrevió a comunicarla por el temeroso respeto que le habían conseguido infundir los puños del rubio melenas y el hacha de la bruja loca amargada, por lo que el chico  continuó sin emitir sonido comunicativo alguno. Fue la chiquilla que se hallaba junto a él quien se apropió de su relevo expresándose con cierta incertidumbre.

—¿Qué? ¿Una granada? ¿Tú tienes una granada? ¿De dónde la has sacado? ¿Y... quieres que la tiremos en la plaza? No sé...

—Michaela me la dio para usarla durante una misión en el exterior, pero al final no la necesité, y pensé en guardarla sin que ella se enterase, por si algún día la tenía que usar como último recurso, aunque hubiera preferido que no llegase nunca ese día —habló entre débiles susurros lastimeros que se impregnaban en su emanante sentimiento de pena.

—Bueno, vale, reconozco que es una idea un poquito extrema, incluso para mí —concedió Lilith una breve tregua en cuanto a la intencionalidad conflictiva del anhelo de escape que le rondaba que apaciguó la ira de Mike tan sólo por unos escasos segundos—. ¿Dónde dices que está esa granada, entonces?

—No, no, no, no, no, ni de coña, ¿eh? Vamos, es que no, que ni de coña, que no vas a tirar una granada en mitad de la plaza. Ni se te ocurra pensarlo, Lilith —se abalanzó el principal opositor martirizado por la impresión de su imperturbabilidad ante la locura propuesta.

—Esta vez estoy con Mike —le respaldó Cathy atemorizada ante la idea que Hugo se había atrevido a presentar—. No sé, chicos… ¿De verdad tirarle una granada a nuestra gente va a ser la mejor forma de ayudarles? Joder, es que no se lo van a ver venir, y no van a reaccionar, y los vamos a matar, y yo no quiero matar a nadie de la base, en serio, no quiero… Joder, joder… 

—Calla, Cathy… Escuchadme todos… —se impuso Lilith hastiada por el comportamiento tan infantiloide que inundaba a los niños ignorantes que la acompañaban y la oprimía tras el límite de una absurda moralidad que no podría sostenerse—. Los imbéciles que están allí, en la plaza, haciendo de juguetitos de Michaela, están todos muertos ya. Sí, señores, sí, lo están, y aunque intentéis convenceros de que no es así, los hechos no van a cambiar mágicamente. Porque, sí, por ahora siguen vivos, ¿pero qué creéis que va a hacer la puta de la reina cuando se canse de ellos, eh? ¿Pensáis que les va a dar un premio de consolación y los va a mandar a casita? Les va a cortar la garganta uno a uno, degustando cada muerte como si fuera un jodidísimo orgasmo, y guardará su sangre en barriles para hacérnosla beber como si fuera vino el resto del mes. ¿Os creéis que vamos a tirar esa granada por gusto? La vamos a tirar para intentar salvarle la vida a alguno de esos idiotas, pero si realmente pensáis que podemos salvarlos a todos, es que estáis como una puta cabra, y vuestro sitio no está aquí, sino en el aula de música, roncando con los demás siervos. Y no hay nada más que hablar.

Concluido semejante discurso apaleante, Lilith apaciguó la irritación de su garganta a través de la aspiración de inmensas bocanadas de aire mientras aguardaba la clásica crítica opositora  de Mike, pero tras comprobar incrédula que incluso había logrado erradicar sus quejas de niño mimado, volvió a dirigirse autoritaria hacia Hugo.

—Y bien, ¿dónde tienes la granada?

—La escondí en la biblioteca, detrás de esos tochos enormes de Filosofía Antigua que nadie mira nunca. También la metí dentro de esa hucha con forma de caja fuerte que te enseñé hace tiempo. Combinación 0546.  

—¿En la biblioteca? —reiteró ella mordaz desviando su visión hacia un silencioso Mike que simulaba su rendición con respecto a la carnicería que estaba librando contra la arrogancia que la controlaba—. Genial. Así matamos dos pájaros de un tiro. Pues venga, vamos, rubiales. Ve tú delante, que sabes mejor que yo donde está.

—No, espera… —interrumpió este alarmado la codicia del encarnizado sufrimiento que ella anhelaba cometer—. Lilith, no puedo ir. Si estoy aquí, es porque Michaela me ha enviado para llevarle al chiquillo del grupo, y como empiece a tardar demasiado tiempo, acabará mandando a alguien para comprobar si ha pasado algo. Tengo que irme ya. No puedo seguir aquí.

Beatrix pudo sentir la presión de la mano que entrelazaba con Adán aumentar a la vez que Lilith se disponía a confeccionar en décimas de segundo una nueva estrategia de actuación.

—Vale, muy bien. Iré yo sola entonces. Tú coge al chico y llévaselo a Michaela. Los demás id con él y vigilad que no se tuerza nada. Te haré una señal cuando vayamos a lanzar la granada. Nos vemos en la plaza. Daos prisa, por favor —cerró Lilith su sesión de represión descendiendo las escaleras a la par que se degustaba planeando el siguiente asesinato que iba a ejecutar.     

—Te acompaño. Y me da igual que te niegues. A pesado no vas a ganarme —destruyó Mike la tranquilidad que había albergado su mutismo caminando junto a su desafío desesperante.

—Esperad, yo también voy —anotó Cathy angustiada tras presenciar cómo se restablecía su labor de niñera del grupo.

—Sí, claro, ¿y quién más? —protestó Lilith concibiendo a aquellos dos acompañantes como un par de barreras interpuestas entre el deseo latente que necesitaba cumplir y el arma al cual concedería tal privilegio—. Venga, va, moved el culo.

La desaparición de los tres componentes de mayor edad que se incluían en el estrambótico conjunto que todos formaban supuso un crecimiento desmedido de la presión que se aspiraba en el carcomido ambiente. Hugo intentó aproximarse hasta los dos niños que aún continuaban unidos por sus pequeños dedos, pero la única correspondencia que recibió fue el intenso odio que Adán le ensarto con sus rencorosos zafiros, por lo que pronto se trasladó hasta una irónica vía del diálogo.

—Hey, oye, mira, ya lo has oído. Era todo un teatrillo. Yo nunca quise pegarte. Es la primera vez que me aprovecho de alguien más débil desde que estoy aquí, y no me siento orgulloso de ello, sinceramente. De verdad, no voy a hacerte ningún daño. Puedes confiar en mí. De hecho, necesito que confíes en mí, por favor.

—Si tuviera aquí mi arco, te atravesaría un ojo con una flecha —asestó su víctima inundado por el recelo sin atender a ninguna de las súplicas de perdón con las que el gilipollas melenudo intentaba manipularle.

—Wuoo, vaya con el débil, ¿eh, Hugo? —se burló Beatrix de la percepción superficial que el  rubiales había resuelto con respecto a aquel visitante del infecto exterior—. Hey, chico, te juro por lo que tú más quieras que yo no sabía nada de lo que te iban a hacer, aunque la mentirosa de Lilith diga que sí. Lo único que me contó fue que te iba a convencer de alguna manera para que vinieras con nosotros, pero no me dijo cómo, y yo no esperaba esto. Solamente queremos salir de este sitio de una vez, pero necesitamos que tu grupo nos ayude, y nosotros también les ayudaremos. Si no vas a confiar en Hugo, por favor, confía en mí… Porfi, porfi, venga, porfi…  

—Sí, te necesitamos ahora mismo, tío. Y no somos tan bruscos como Lilith. Nos portaremos bien contigo —le regaló Robi una agradable adición de compañerismo que endulzó aún más la propuesta recurrida.

—Vale, voy… —se rindió finalmente Adán cediendo frente a los humildes y sensatos ruegos de los maestros manipuladores—. Pero lo hago por mi hermana, no por vosotros. Y a ti que no se te ocurra volver a acercarte a mí… —esclareció a Hugo señalándole como principal culpable de su pesadilla al encañonarle con su dedo índice.

—Hey, no te preocupes. Tengo fotos suyas desnudo. Si intenta hacer algo, se las enseñaré a todo el mundo —le susurró Beatrix desatando su alma de bufón con la pretensión de que Adán calmase su rabia incontenida, pero no logró arrancarle ni el más mínimo ademán de sonrisa. 

—Venga, vámonos —imperó este con seriedad tras ignorar desinteresado a la comprensiva chiquilla.  

—Sí, anda, vámonos. Iré delante. No quiero que haya problemas —le secundó el melenitas conduciendo la compañía hacia la plaza donde se focalizaba su contrariedad más prioritaria al  tiempo que se martirizaba a sí mismo mediante murmullos que huían de la capa superficial de su pensamiento—. Oye, y que me tenga que comer toda la mierda de Lilith siempre… Si es que soy gilipollas…

Los perspicaces reflejos de Nicole actuaron de dirigentes principales en una actuación por la cual fusionó sus pestañas durante el cierre imperioso de sus ojos cuando la sangre cerebral del pobre superviviente asesinado voló hasta aterrizar en la comisura de sus labios. El sentimiento de odio anidado en su corazón continuó expandiéndose tras percibir la sensación de un líquido vital abrasando su boca a medida que su visión se reestablecía, permitiéndole contemplar una amarga lágrima deslizándose por la mejilla de Inma. Aquella zorra no se intimidaba a la hora de añadir intereses al cuantioso pago que todavía le debía.  

—¿Acaso os he ordenado que le mataseis, panda de subnormales sin cerebro? —reprendió Michaela a los homicidas exaltada tras el inesperado destrozo ocasionado en la premeditación de su juego—. La próxima vez que se os ocurra ejecutar a alguien sin mi consentimiento, ya no tendréis que dar explicaciones ante nadie nunca más. ¿Os queda claro?

—Se ha sacrificado… Por mí… Sin conocerme de nada… —susurró Inma lastimera atrayendo la atención de unos compañeros cuya cordura se encontraba cada vez más amenazada.

Ante la repulsión de semejante palabrería estúpida despedida por aquella imbécil, Michaela se vio forzada a reeducarla descargando toda su furia al asestarle un impacto monstruoso en la mejilla con la culata de su Desert Eagle, apropiándose de la escasa estabilidad que la asentaba sobre sus rodillas cuando cayó derrotada como un muñeco de trapo harapiento e inútil. El trío de amigos que habían presenciado tal agresión se apoyaron mutuamente con un significativo silencio para ser capaces de contener su instinto animal y evitar abalanzarse en conjunto a por el pescuezo de aquella puta. Ya habían corroborado el destino trágico que les aguardaba en el caso de que optasen por revolucionarse, y lo último que necesitaban era que las circunstancias de su situación empeorasen. Debían esperar pacientes su oportunidad.   

—M.A, tengo una idea —atrajo Alice a un colérico rubio referenciando el mechero que este le había entregado con anterioridad—. M.A, escucha, podríamos…

—Ese no es el espíritu del juego del ahorcado. Pero no te preocupes. Pronto lo entenderás. Más pronto de lo que tú crees… —le aclaró Michaela con absoluto convencimiento mientras se alejaba enajenada con unos ruidosos pasos de botas que retumbaron en sus tímpanos hasta la ubicación exacta en la que pudo alcanzar a amenazar a Alice deslizando su temible Eagle hasta su sien—. ¡Arriba! ¡Levántate! ¡Vamos! ¡No te lo repetiré!

Alterada al enfrentarse a una acometida que la había atrapado desprevenida, la amenazada se apresuró en acatar la imperatividad de aquella psicópata tras asegurarse de deshacerse del mechero que aún ocultaba en sus manos con disimulo al posarlo sobre el asfalto.

—Bien, Alice. Veo que no eres estúpida, y por fin has decidido comportarte como se espera de ti. Ojalá el resto haya captado el mensaje tanto como tú. Esta es mi bienvenida, y no quiero más sorpresas —les asestó Michaela dirigiendo unas miradas tan fugaces como amenazantes a los enemigos acérrimos que le suponían Nicole y M.A—. ¡Soldados, formación de clase S2! ¡Ya! ¡Primera y segunda línea de combate, avancen! ¡Preparados para un sabotaje a lo grande!

La perspicaz Nicole volvió a percatarse del estremecimiento que se había extendido entre los rehenes tras escuchar aquel término destructivo, sintiendo como este se extendía por sus fibras cuando observó a su hermanastra aprovechar el intervalo de tiempo durante el que los soldados se encargaban de obedecer su orden para desplazar su brazo hasta la correa que cargaba sobre su espalda, liberando a su característica escopeta Spas 12 de su particular presidio.

—Toda tuya… —expuso Michaela su extravagante permisión entregando el arma en cuestión a Alice, quien se aferró a su culata aterrada ante la premonición que aquel movimiento tramposo le transmitía—. Señoras y señores, vamos a comenzar con nuestro segundo juicio. Y, esta vez, la rubia tan preciosa que tenemos aquí y su estupenda escopeta dual serán nuestro jurado. Chicos, escoged a dos más para que se presenten. Se abre la segunda sesión de la noche.

Los soldados más presurosos que su señora había dispuesto junto a las inocentes víctimas de la macabridad implícita en su juego se apresuraron en elegir a los sujetos específicos que iban a sufrir las consecuencias de una locura sin límites mientras la cordura del resto de guerrilleros se descomponía como si se tratase de la integridad de un muerto viviente. El pelotón monárquico no se demoró ni un segundo en amenazar la vida de los seleccionados con sus potentes rifles de asalto a la espera de que completasen su presentación.

—Soy Gloria Palatchi —inició velozmente la primera motivada por la proximidad de un cañón mortífero amenazando la estructura de su ingenioso cerebro—. Aquí soy conocida como Gloria, la que se metió a puta para pagarse la heroína, una etiqueta que no va a desaparecer nunca. La verdad es que no estoy muy orgullosa de mi vida. Lo único que sé es que voy a hacer todo lo que  sea necesario para salir viva de esta noche. Y lo demás me importa una mierda.  

—Me llamo Sam Volta —continuó su acompañante en el martirio tras el silencio que aseguró el final de la breve introducción de la antigua drogadicta—. Tengo cuarenta y cinco años, y veinte de ellos los he pasado junto a mi esposa. Yo he dedicado toda mi vida al campo, a sacar alimento de la tierra. Al contrario que los que nos amenazan, manipulan y torturan día tras día, yo no soy ningún soldado, al igual que la mayoría de mis compañeros de la guerrilla, pero si me encuentro hoy aquí, es porque tengo una hija de tan sólo doce años por la que lo daría todo que está siendo entrenada por esta señora para convertirse en una máquina de matar. Y que conste que no me opongo a que nuestros chicos aprendan a defenderse, pero no vamos a permitir que te dediques a criar asesinos, Michaela. Ahora podéis matarse si queréis, pero he dicho lo que todos piensan.

—Bueno, bueno, bueno, una decisión interesante, ¿verdad, Alice? ¿A quién crees que elegirá nuestra adorada divinidad? ¿Al desecho social o al traidor orgulloso? Este va a ser un juicio muy emocionante, ¿y sabes por qué? —expulsó el misterio de Michaela un vapor digno de un gélido fantasma en el abismo de su conducto auditivo—. Porque ahora el papel de divinidad lo cargas tú sobre tus brazos. Siéntete orgullosa. 

Acongojada tras aquella intrincada proposición, Alice examinó nuevamente el arma de la que se había apropiado y confirmó unos presagios de carácter negativo que se habían encargado de martirizarla desde la primera impresión transmitida por la escopeta de combate. La jodida reina quería que ella se convirtiera en la asesina de su víctima.

—Y, creo que va a ser preciso añadir un incentivo para motivarte a cumplir con tu función tal y como es debido —añadió el putón barriobajero con petulancia justificando la maniobra por la cual sus piernas se evadieron hasta situarse junto a una derrotada Inma y sus brazos deslizaron la venerada Desert hasta instalar la boca de su cañón en el mentón de la pobre chica—. Tan sólo espero que sigas siendo consciente de lo que te conviene, Alice… ¡Que comience el sabotaje!

Aquella morbosa oración enunciativa desató un infierno de un calibre tan desmesurado que jamás podría haber llegado a concebirse en ninguna de las mentes bondadosas de los invitados. Ante la señal que indicaba el comienzo de la masacre, los numerosos rifles de asalto que poseían los tiranos de la facción de Michaela comenzaron a despedir alocadamente una malévola horda de incontables proyectiles hacia la marea de guerrilleros indefensos que se disponían a su vera, atravesando impíamente sus órganos más preciados entre un festival de aullidos que traumatizó a los cuatro camaradas asistentes a semejante nivel insólito de vesania. Alice sintió la escopeta del demonio deshacerse entre sus dedos tras observar impotente aquel espectáculo.   

—¿Pero qué cojones…? —murmulló M.A adhiriéndose a la petrificación de su compañera al contemplar la salvajada por la que uno de aquellos bárbaros inmundos acallaba los chillidos de una guerrillera con un disparo de su Striker.

—Ah, lo siento, se me ha olvidado explicar las reglas. Qué cabeza la mía. Mal, Michaela, mal... —ironizó mórbidamente fingiendo aleccionarse a sí misma con una serie de ligeros golpes en su frente—. A ver, ¿cómo era exactamente…? ¡Ah, sí, ya lo recuerdo! Es muy sencillo. Mata a uno de los juzgados y sabotearas la matanza. Ejerce tu papel.

—Alice… —trató de intervenir Nicole incapaz de continuar ignorando bajo su mutismo todas las irracionales inmoralidades que se estaban ejecutando en aquella plaza, siendo interrumpida por su infecta hermanastra.

—¡Oh, venga ya, Nicoleta! Todos sabemos que Alice va a hacer lo que se tiene que hacer. Si hasta tú lo harías. ¿Cómo es eso que siempre decías cuando eras una adolescente pedante? Ah, sí, era algo como “sé que no voy a poder salvar a todo el mundo cuando sea policía, pero trataré de salvar a todos los que pueda” o alguna mierda parecida. Y, bueno, si al final resulta que soy yo la que se equivoca, estaré tan decepcionada que la única forma de recuperarme será apretar esto —clarificó Michaela posicionando su índice sobre el gatillo de su Magnum. 
       
—Alice, no lo hagas por mí… —le suplicó Inma consciente de la complejidad de la decisión a la que se enfrentaba.

—Acabo de conocerte y ya me caes como el puto culo. ¡Cállate, joder! —le aulló su diabólica captora originando una mueca de desagrado en el rostro de la amenazada.

La adolescente dedicó una de sus calurosas miradas de auxilio a M.A, obteniendo por su parte un gesto de aprobación con respecto a la necesidad de detener el exterminio. Por un momento, Alice permitió que su deseo de venganza crease un pensamiento candente sobre la posibilidad de segar la miserable existencia de la monarca con su propia arma, pero pronto fue consecuente de los problemas que aquella elección causaría, por lo que se contuvo apretando con fuerza sus dientes y elevó su visión para analizar atentamente el campo de batalla, flagelándose a sí misma por no haber reaccionado antes. Alrededor de una veintena de cadáveres ya se extendía por el   terreno, pero ello no suponía ningún impedimento para que los soldados continuasen actuando como los fríos y sanguinarios seres que eran. Trató de ignorar los acontecimientos que envolvían su estado y se concentró en localizar al objetivo que erradicaría la macabra práctica que estaba desarrollándose con su existencia. No tardó en vislumbrar a Gloria atravesando el páramo en el que se había transformado la plaza en dirección a Sam con pérfidas pretensiones. Alice trató de alinear el cuerpo de la yonki con la mira de su escopeta con la mayor precisión de la que disponía, y apretó el gatillo sin pensar en la maldad ante la que se sometía. Pero el estruendo que debería haber sido correspondiente ni siquiera llegó a iniciar su constitución.

—Huy, huy, huy, lo siento. ¿Te he dado la escopeta sin munición? —se jactó la madre de las mayores putas del universo exhibiendo una sonrisa que embutía su depravación—. Me da en la nariz que te va a tocar buscar un plan B rapidito…

Ante la descarga de otra provocación de naturaleza vil, Nicole intentó de nuevo comunicarse con su amiga, pero la concentración de Alice se hallaba reducida en exceso a la búsqueda de una resolución al problema como para escucharla. Se deshizo veloz de la inútil escopeta y emprendió una carrera hacia Gloria rogando porque no la alcanzase ningún perdigón extraviado. Ni siquiera desperdició unas míseras décimas de segundo cuando se abalanzó hacia ella en un burdo placaje y evitó que hiriese a un confuso Sam. Mantenerla apresada con su propio cuerpo era tan arduo a nivel moral que pudo sentir uno de sus pulmones quebrarse cuando contuvo con violencia su respiración tratando de comprender sus propios actos.

—Quítate de encima, zorra —la insultó la drogata propinándole un codazo en el mentón que desequilibró a la adolescente.

Y, pese a que tras aquel fundamentado ataque defensivo, Alice vaciló por un instante acerca de la crueldad de sus intenciones, todas sus dudas se disiparon cuando percibió otra sinfonía de estruendos que reverberaron en las profundidades de sus oídos. Agarró fuertemente a la víctima de su cuello y consiguió recuperar su sometimiento mientras reestablecía su postura dominante. Inmediatamente después, autorizó a su mano libre a unirse a la primera y concentró la totalidad de la potencia de su musculatura en ellas a la par que aprisionaba a sus propios ojos para no ser testigo de la resistencia de su mártir al ahogamiento.

—Lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento… —intentaba eximirse lacrimosa del pecado que estaba cometiendo.

Y no fue hasta que Alice percibió cómo la fuerza de protección de Gloria Palatchi desaparecía que restauró su campo de visión, retirando lentamente sus manos temblorosas del cadáver que acababa de originar, incrédula.   

Frente a la satisfacción de aquella memorable función, Michaela volvió a desplegar su sonrisa demencial antes de emitir un sonoro silbido. El estallido final de un cartucho destrozó el cráneo  de un desafortunado guerrillero al tiempo que la multitud de disparos incontrolados cesaba. Los amigos de Alice clavaron sus pesarosas miradas en una asesina que permanecía inerte sobre la persona a la que había despojado de su vida. Y mientras Nicole comprendía que su hermanastra había logrado controlar sus mentes para acreditar la eficacia de Alice como máquina homicida, M.A se sintió apenado consigo mismo por identificarse con aquel horror. 

Una procesión de acelerados pasos arrítmicos se detuvo estrepitosamente en la disposición específica ante la que solamente les restaban unos escasos metros para atravesar la puerta que les conduciría hasta la biblioteca que constituía su destino cuando un estrepitoso estruendo fue a infiltrarse en sus aparatos auditivos.

—¿Qué ha sido eso? —consultó Cathy activando un elevado grado de su sistema de alerta.

—Eso es lo que ha supuesto estar perdiendo el tiempo con nuestra gilipollez de discusión —disipó Lilith el misterio enervada por haber permitido la indolencia hacia los sucesos que estarían aconteciendo con total probabilidad—. A ver, esto es lo que haremos. Mike, tú y yo entraremos primero y nos aseguraremos de que Dani no nos está tendiendo una trampa en la entrada…

—¿Dani? ¿El mosquetero? —emitió su compañera una segunda pregunta de aturdimiento.

—Sí, Dani, el mosquetero. Mike y yo lo encerramos hace un rato —esclareció la dirigente sin mostrar ninguna clase de empatía hacia el pavor que parecía haberse originado en Cathy tras el conocimiento de aquella información—. Bueno, a lo que iba, en el caso de que Danitriz no haya preparado nada y esté por ahí dentro distraído o intentando volar desde una de las ventanas al más puro estilo de un friki flipado, rastrearemos la biblioteca por parejas. Vosotros dos por una parte, y mi hacha y yo por otra, y una vez lo pillemos, nos encargamos de él, cogemos la granada y nos reunimos con los demás en la plaza. ¿Alguna duda? ¿No, verdad? Pues vamos.

—Espera, espera, espera —la detuvo Mike inquieto ante un detalle particular de la táctica de asalto planificada—. ¿A qué te refieres con encargarnos de Dani?   

—Le cortamos la garganta —le ensartó ella sus crueles palabras sin vacilar sobre el salvajismo que transmitía—. ¿Todavía tienes dudas, Mike? ¿En serio? ¿Después de todo lo que ese cabrón nos ha hecho? Si ese tío sigue vivo hasta ahora ha sido por ti, pero lo siento, no pienso dejar que se vaya de rositas otra vez. Venga, en marcha.

Ante la aclaratoria indubitable, Lilith avanzó hasta ubicarse junto a la única entrada utilizable de la biblioteca y retiró la silla con la que había bloqueado la escapada de la preciosa emperatriz al tiempo que Mike se equipaba con su martillo y Cathy con sus tijeras para parapetarse junto a los laterales de su compañera. A través de la utilización de una señal de mutismo entendible por la totalidad del grupo, la mandataria retiro de su vía el obstáculo que establecía aquella puerta, introduciéndose en aquel transformado santuario del saber alarmados ante un asalto inminente que nunca llegó a materializarse. La estancia se encontraba sumergida en un misterioso estado de sosiego que crispaba incluso más su inquietud.

—Manteneos alerta. No puede haberse largado. Es imposible —advirtió Lilith entre susurros desplazándose con la tirantez provocada por su necesidad de descubrir la falsa seguridad que se propagaba por la sala.

—Lilith, examina tú las estanterías de la zona de Ciencias. Nosotros vamos por las de Historia, y nos encontramos contigo en el centro, donde están los libros de Filosofía. Cogemos la granada, y si no nos hemos topado con Dani, nos largamos y le volvemos a dejar aquí.

—No caerá esa breva… —farfulló la chica acatando sorpresivamente la prescripción de Mike mientras él se adentraba con su acompañante en el templo de las memorias mundiales.

Ni siquiera malgastaron una mísera fracción de su valioso tiempo en explorar la primera línea enemiga preparados con su particular armamento hasta el instante concreto en el que un liviano sonido procedente del pasillo contiguo les distrajo de su prominente nivel de concentración.

—¿Lilith? —susurró Cathy observando el conjunto de corredores que constituían el sector en el que se localizaban a través de la multitud de libros ordenados en la estantería más cercana.

Un estallido proveniente de una ventana próxima secundó la determinación de la sonoridad anterior, proporcionando el lapso de distracción necesario para que Daniel surgiese vertiginoso desde su escondite y precipitase a Mike hacia su caída con un gancho ascendente en su barbilla. Su compañera trató de cubrirle dirigiendo la afilada punta de sus tijeras hacia el ojo de su rival, pero lo único que obtuvo fue un entumecimiento en su columna al impactar con un anaquel tras recibir una déspota patada en su estómago a la que le prosiguió un aprisionamiento de su cuello una vez hubo contorsionado su brazo y se hubo apoderado de su instrumento de embestida.

—No, Dani, espera, no, por favor. Tú no eres así. Vamos a hablar —le suplicó Mike intentando iniciar la vía del diálogo con la espesa capa de maldad que había envuelto a su antiguo amigo.

—Yo no hablo, y menos con un cacho de mierda como tú —le denigró atravesando la carótida de la cautiva Cathy con sus propias tijeras ante la expectación de su camarada antes de proceder a estamparla contra el vinilo del piso como si se tratara de un excremento en su zapatilla. 

Frente al impasible homicidio que el mosquetero acababa de acometer, Mike rebasó el límite que había establecido con semejante cabronazo y se lanzó rabioso en un placaje inesperado que le sumió en un estado de profunda confusión al golpearse la región occipital de su cráneo con el suelo debido a la brutalidad de la fuerza ejercida en este.

—¡¡¡Cabronazo, hijo de puta!!! —aulló impotente desatando toda la ira que había acumulado contra él en la sucesión de innumerables impactos con los que su martillo destrozaba el frontal de su calavera—. ¡¿Cómo has podido?! ¡¡Yo confiaba en ti, cabrón!! ¡¡¡Confiaba en ti!!! ¡¡Debería haber hecho caso a Lilith!! ¡¡Tendría que haberte matado antes!!

Un nauseabundo crujido de huesos dictaminó la declaración conclusiva por la que el martillo perforó el cerebro de su enemigo y convirtió las concepciones estúpidas que se habían insertado en su mente en un amasijo de materia grisácea cuya utilidad sería mayor que aquella que poseía durante el ejercicio de la función recientemente exterminada con una focalización tan profunda que Mike no se percató de la presencia de Lilith junto a él hasta que se apartó del desagradable cadáver.

—Cathy… —se lamentó su compañera tras contemplarla impregnada en un charco de sangre que emanaba de su propia garganta—. ¡Te dije que lo tendríamos que haber matado antes, pero nunca quieres hacerme caso, joder, Mike! ¡¡Mira lo que ha pasado!! ¡¡¡Se ha cargado a Cathy!!!

—Vete a la mierda, Lilith —la injurió su novio sin pretensión alguna por comenzar otra batalla contra ella.

—Bueno, mira, cosas así pasan, y ya está, pero la próxima vez escúchame, por favor. Lo siento por Cathy, pero no tenemos tiempo para ponernos a llorarla. ¡Tenemos que irnos ya! —le alentó tras corroborar la absorción en la que se había sumido.

—¡Que me dejes en paz, coño! —bramó este afligido por la dominancia de un espíritu que se había quebrado completamente, empujando con fiereza a Lilith para apartarla de su cercanía.

—Y pensar que llegué a tenerte miedo cuando llegaste hecho un lobo de la selva. De verdad, no te reconozco. Quédate ahí lloriqueando como una nenaza, pero yo me voy donde tengo que estar, apoyando y ayudando al resto de nuestro grupo, gilipollas —le remató marchándose hacia los estantes en los que se ordenaban unos desmedidos tomos de Filosofía Clásica que comenzó a apartar hasta visualizar la caja fuerte que custodiaba el codiciado objeto del que requerían.

—Lilith… —musitó Mike dispersando en su nombre un reseñable tono de arrepentimiento al tiempo que la observaba introducir el código proporcionado por Hugo y conseguir la granada.

—No, no empieces con esa mierda otra vez, por favor. Ahora mismo, tenemos asuntos que atender más importantes que nosotros mismos, así que haznos un favor a todos, cielo, y cómete tus sentimientos solo por un ratito, como llevo haciendo yo todo el puto día. Mientras tanto, lo único que puedo decirte es que espero que te presentes en la plaza, junto a nosotros, tal y como tu gente espera de ti. Adiós, Mike —concluyó arrancando una carrera en dirección a la salida de la biblioteca.

La tráquea de una pistola P226 reposó sobre la nuca de una absorta Alice que aún continuaba inmersa en el trance en el que se había sumido desde el estrangulamiento que había producido con sus manos desnudas, alentando a aquel ser inerte incapaz de reconocerse a su movimiento.

—Vamos, vuelve a tu posición —le expresó Anna autoritaria confirmando la amenaza que le transfería mediante la ligera presión que su dedo ejercía sobre el gatillo de su arma personal.

La damnificada se irguió esforzándose por mantener su campo de visión centrado en el rostro inexpresivo de la fallecida Gloria durante la totalidad del desplazamiento antes de regresar hasta la ubicación exigida mientras el resto de los guerrilleros aún se recomponían del mortífero juicio, arrodillándose nuevamente sumisa junto a sus compañeros ignorando avergonzada el contacto que estos intentaban establecer con su persona.

—Mi señora —se inclinó el alto mando con estricta fidelidad, recibiendo por parte de su reina una bofetada resonante que desató un insondable grado de expectación en los asistentes.

—¿Acaso te he ordenado que encañones a Alice? ¿Es que no has escuchado lo que he dicho antes, Anna? Porque no creo que seas una puta sorda, ¿verdad que no? —condensó su dirigente toda la inquina contenida en su bilis para escupirla en un esputo que asestó directamente a Anna en el esfuerzo que demostraba por contentar a una alimaña insaciable—. ¡Tu pistola! ¡Dámela! ¡Ahora!

Su sublevada acató la estricta disposición, entregando instantáneamente un arma de la cual Michaela no tardó en adueñarse antes de proceder a desplazarse excitada hasta la ubicación en la que continuaba retenida la única participante femenina del primer juicio y aniquilar un último atisbo de esperanza al cual se había aferrado tras su salvación con una funesta bala que atravesó inclemente su frente. Aquel aplastante acontecimiento provocó que Nicole acabará por rebasar el límite de su paciencia ante la demencia que penetraba incansable en su organismo, pero ello no supuso ningún impedimento para que el juego del pánico continuase.

—He de decir, mi querida Nicoleta, y compañía, que esto no entraba en mis planes, ni mucho menos. Es sólo que necesitaba relajarme un poco, y, bueno, ya sabéis, igual que hay quien rompe platos, a mí me da por matar personas —esclareció la tirana con arrogancia permitiendo a Anna recuperar su pertenencia armamentística—. Que no se vuelva a repetir, ¿de acuerdo?  

Una vez se cercioró de haber realizado una declaración suficientemente precisa en cuanto a  su predominio sobre la base, Michaela regresó a su habitual estado de desatención hacia su alto mando y se encaminó hacia el superviviente que constituiría su tercer verdugo, quien destacaba en su rostro una estática facción de rechazo hacia la cooperación pese a haber comprobado con anterioridad las consecuencias de aquella actitud rebelde.

—Paciencia, Anna. Poco a poco… Poco a poco… —se motivó la soldado entre tenues susurros mientras recomponía su orgullo como segunda dirigente de las tropas en ausencia de Marcus y Fox.

—Hey, hey, Liam —requirió Diana la atención que el guerrillero desperdiciaba diseminándola alrededor del desordenado caos que se extendía a lo largo de su prisión preventiva una vez hubo comprobado que el gentío se hallaba demasiado conmocionado como para advertir su tentativa de comunicación—. Las cargas PEM estaban colocadas, ¿no? Tenemos que enviar un mensaje a Serge o algo para que las active. Él no está aquí, y seguramente no sepa lo que está pasando.

—Tienes razón —afirmó este con ilusión tras certificar aquella oportunidad de escape—. Hay que intentar conseguir un walkie. Y deprisa…

—M.A, cariño —profirió la monarca endulzando la insufrible repugnancia expulsadas por sus fauces—, me parece que eres el siguiente en mi lista.

Frente a la sutileza de su provocación, el rubio acumuló en el interior de su cavidad bucal una cantidad relevante de saliva antes de expelerla gustoso en el infame rostro de aquella zorra sin importarle el posterior acontecimiento que derivase de su irresponsabilidad.

—Vaya, si se me ha olvidado recoger mi escopeta. Que despiste… —enunció la malvada reina retirando el burdo escupitajo de su santa figura mientras recuperaba un instrumento de guerra que no tardaría en emplear nuevamente—. ¿Sabes una cosa, mi querido e inocente M.A? Podría matarte, aquí, ahora mismo, por lo que acabas de hacer. Sólo tengo que levantar un mísero dedo y tu visita a este barrio habrá terminado. De hecho, tendría que hacerlo, para demostrar al resto quien tiene el control aquí, pero, seamos sinceros, ¿qué gracia tendría eso? Vamos a divertirnos un poco más antes del final, ¿no te parece?

El armazón de la Spas 12 voló vertiginosamente hasta colisionar con la nuca de aquel imbécil de naturaleza indomable justo después de que su controladora arrojara su última interrogación, imprimiendo su retrato en la superficie áspera de la plaza.

—M.A, joder, para, por favor. ¿Es que no ves lo que yo he tenido que hacer por nosotros? —le recriminó Alice intensamente decepcionada—. Ríndete. Déjalo ya.

—Deberías escuchar a Alice. Es mucho más sabia que tú —le recomendó Michaela ejerciendo la opresión necesaria para que aquel desgraciado cediese finalmente ante su supremacía, pero la emoción triunfante que la estaba conquistando se deshizo instantáneamente.

—Que te jodan, zorra —tentó la resignación de su adversaria aspirando a recibir nuevamente el cariño caluroso del suelo cuando recibió un segundo culatazo en su maltratado cuello.

—Muy bien, en vistas de que no estás dispuesto a formar parte de mi equipo de deliberación, tendremos que decidir qué hacemos contigo al más puro estilo del viejo Oeste —divagó la reina despertando una nociva imaginación en las mentes torturadas sus compañeros en relación a su ocurrencia—. ¡Señoras y señores, sólo por esta noche, y en exclusiva, tendrán el placer de poder presenciar en riguroso directo el famoso duelo de titanes! ¡Anna, trae aquí a tu mejor luchadora!

—¡Tanya! —vociferó la requerida al conjunto de soldados que gobernaba, logrando atraer a una combatiente en particular que se desveló con engreimiento como una digna sobresaliente de aquella masa de guerra domada.

M.A no pudo evitar efectuar un acentuado examen a la constitución de la fémina en el mismo momento en que se tornó observable ante él. La delicadez de su largo cabello rubio unida a una belleza que deslumbraba su selecto y letal cuerpo le evocaron el recuerdo de una superviviente a la que idolatraba con todo el amor que todavía no le había desamparado. La abismal ambición que le había invadido frente al privilegio de arrebatar la vida a uno de aquellos cabrones con sus manos desnudas había desaparecido por completo.

—No le des demasiada caña. Lo necesito entero. O vivo, por lo menos —previno Michaela a la seleccionada cerciorándose de que ningún curioso comprendía su mensaje.

Tras una afirmación rotunda, la dominada se dispuso a aproximarse rauda hacia su oponente con la delicadeza propia de una impertinente egocéntrica cargando con una maza de guerra del medievo que empleó para describir un gancho ascendente que impacto con el mentón de este, despidiéndole nuevamente a su platónico pavimento con una brutalidad digna del armamento con el que había ejecutado el movimiento.

—¡M.A! —chilló Nicole impotente deleitando a la puta de su hermanastra.

—Oh, vaya, vaya, vaya, lo siento. Se me ha olvidado dar el inicio al duelo. Tengo últimamente una cabeza que no sé lo que voy a hacer con ella —se jactó frente a la seducción de una venganza repleta de despecho que pronto se consumaría—. ¡Señoras y señores, ahora sí! ¡Que comience el duelo! 

M.A se despojó de la totalidad del oxígeno que impregnaba sus bronquios en el momento en que sus vértebras se estremecieron debido al horrendo dolor ante el que se hallaban sometidas. Trató de reincorporarse mientras reestablecía los elementos del entorno que se habían retirado de su visión borrosa, pero un pinchazo agudo en su columna le disipó de sus pretensiones. Ya se concebía a sí mismo como un necio que iba a ser incapaz de contraatacar a aquella superviviente curtida cuando visualizó junto a su brazo la cartera de cuero que solía permanecer bajo custodia en el interior de su chaleco kevlar acompañada de una fotografía que se había manifestado tras esparcirse junto con el resto de sus enseres a través de la que pudo volver a gozar con la sonrisa iluminadora que ostentaba una vivaz Ley de diecinueve años. La representación de su hermana contemplando decepcionada su actitud derrotista le proporcionó la energía de la cual requería para esquivar mediante un levantamiento espontáneo un segundo mazazo que se dirigía directo a reventar su hígado.

  Instantáneamente, el invitado dispuso su organismo en una apariencia defensiva al tiempo que aguardaba la siguiente ofensiva inhumana de Tanya con convicción pese a su consciencia con respecto a las inexistentes posibilidades de derrotarla desarmado. Era su deber enfrentarse a su rival hasta la mismísima muerte para conseguir sacar de allí a su grupo. Quería concederse a sí mismo un honor que había ido desperdiciando constantemente desde su deceso como líder de un grupo de supervivientes.

—Vaya, esto se empieza a poner interesante —remarcó Michaela emocionada tras visualizar las pretensiones de combate que había mostrado aquel insolente de forma espontánea.

Sin embargo, a pesar de la aspiración que M.A había configurado por derrotar a su oponente, jamás podría haber competido contra la excelsa experiencia de Tanya, quien efectuó el ademán de una acometida que simulaba el propósito de colisionar en su frente antes de desviarse con la  maestría digna de una profesional del combate cuerpo a cuerpo, despidiendo el auténtico pesar de su maza en el estómago del contrincante.

El desafortunado afligido percibió un millar de nauseas formarse en su organismo al tiempo que la violencia del impacto le obligaba a retroceder confuso ante la expectación de unos amigos a los que percibía apenados por su inutilidad, aunque su compresión personal de tal sentimiento no se correspondiese con la realidad. Sin importarle siquiera el impasible océano de dolor en el que se había sumergido, trató nuevamente de convencerse a sí mismo sobre la ayuda que debía a aquellos tres compañeros de aventuras confeccionando un valeroso contraataque, pero no le aportó ni la más mínima utilidad al actuar su competidora con mayor velocidad, anestesiándole zafiamente mediante un despiadado golpe en su cráneo que lo derrumbó sumido en una intensa inconsciencia.

—Vaya, KO en el primer asalto —ironizó la líder satisfecha por la gratificación que aquel idiota le había entregado como consecuencia de su descaro—. He de decir que esperaba un duelo algo más largo, pero por lo visto, he sobrevalorado al pobre M.A. Mucho ruido y pocas nueces…

—M.A… —susurró Alice sollozante contemplando la retorcida figura inerte del volátil audaz.

—Tranquila, Alice. Todavía no le ha llegado el turno de muerte… Aunque apuesto por que se despertara bastante mal… —concretó Michaela impávida dirigiéndose inmediatamente hacia su participante especial de la noche con un pérfido gesto de vileza—. Bueno, bueno, bueno, Nicole, creo que es tu turno. 

—La imaginación de la señorita Michaela a la hora de elaborar sus torturas es, cuanto menos, interesante —comentó Fox desprendiéndose de la perspectiva de un manco desmayado cuando retiró de su disposición el Máuser específico que había sido encargado de concedérsela—. Esto está empezando a volverse bochornoso. Agh, paciencia, Steve, paciencia. Con paciencia, llegarás a cualquier parte. Vamos, sigue vigilándolos. No puedes perderlos o los confundirás. No los oyes desde aquí. 

 Se disponía presuroso tras su abreviado descanso a recobrar el posicionamiento del acecho que protagonizaba cuando la percepción de su rastreo se tropezó de manera inesperada con un conjunto de jóvenes adolescentes que se encaminaban hacia la matanza de la plaza a través de una de las calles contiguas a ella.

—Umm, vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? —reflexionó con optimismo animado ante el hecho de espléndida vitalidad que pensaba haber descubierto—. Seguro que estás muy cerca, cariño. Y, esta vez, no vas a huir de mí.

Nicole dedicó a aquel parásito una provocación de contienda con la discreción de sus pupilas tras su ordenanza, focalizando la totalidad del esfuerzo que todavía restaba en su organismo en erradicar cualquier evidencia de goce por parte de Michaela ante el calvario mortuorio mediante el que iba a tratar de reducir su perspicaz mente a un cascarón vacío. Sin embargo, el juramento que la agente había realizado en su juventud por el cual se había prometido a sí misma presentar un mínimo de respeto incluso frente al más cruento criminal se había remodelado en un intenso anhelo de venganza que se expresaría atravesando el lenguaje que le permitiese. Ya ni siquiera le importaban los multitudinarios homicidios con los que la amenazase. La reina debía comenzar  a abonar sus impuestos.

—Debo reconocer que aguardaba este momento con impaciencia. Espero no haber tardado demasiado. Seguro que has estado ahí, aburrida, viendo como los demás se divertían sin ti. Pero no te preocupes. Ahora vamos a jugar tú y yo, hermanita —impuso manifestando una mueca de morbosidad al rememorar al completo el proyecto de martirio que le había preparado.

—Ah, me parece estupendo. ¿A qué quieres jugar, eh? ¿Te apetece que echemos una partida al parchís? —la tentó valerosa luchando por el control de la despreciable perversidad incrustada en cada circunvolución de su cerebro.

—Ja, tengo que reconocer que eso ha sido muy gracioso. ¿Lo ves? Al final, estás aprendiendo cosas de mí —admitió Michaela trasladándose hasta un emplazamiento específico sobre el cual se habían agrupado un conjunto de armas variadas que habían obtenido del saqueo efectuado a las pertenencias propias de guerrilleros e invitados, incautando tan sólo una de ellas—. ¿Sabes una cosa, Nicole? Siempre he amado la cultura rusa, lo creas o no. Sus ruletas son, simplemente, fascinantes…

Una vasta confusión preservó la inquietud de la jugadora hasta que esta pudo comprender la connotación de su habladuría tras contemplar el revolver que pronto se transformaría en una ardiente amistad. Y, pese a sus presagios, optó por conservar su firmeza. Aquella zorra tenía que sentir su insana medicina recorriendo sus venas, aunque ello concluyese en un resultado fatídico para su persona. Debía dominar su demencia si quería preservar su cordura.

—Necesito una bala para un Smith and Wesson —requirió extendiendo la palma de su mano hacia sus lacayos combatientes como un signo de la imperatividad remarcada en su solicitud—. Vamos, seguro que alguna tenéis… 

Un subordinado apostado en una de las hileras delanteras de la disposición grupal de ataque desatendió por un instante su posición para aproximarse hacia su señora y entregarle una bala correspondiente al calibre 38 antes de apresurarse a consumar el regreso hasta el sector que le pertenecía. Codiciando la jugosidad de su mayor trofeo, Michaela deslizó el tambor del revolver e introdujo el preciado regalo antes de retornarlo a su estado original tras cerrarlo e impulsarlo para producir una cifra incalculable de giros sobre sí mismo.

—¡Señoras y señores! ¡Ha llegado el momento que todos hemos estado esperando! ¡El punto álgido de la noche va a comenzar en cuestión de segundos! ¡Ahora, este revolver adopta el papel de divinidad, y va a decidir cuál de nuestros invitados va a morir! —anunció perturbando incluso la estabilidad emocional de sus aliados—. ¡Comencemos!  

Tras la notoriedad de su publicidad, Nicole se forzó a engullir su agitación cuando observó al putón orientarse en la dirección donde todavía se hallaba una exhausta Inma, volviendo a elevar su turbación cuando la encañonó por enésima vez. Inma no había desarrollado ninguna clase de entrenamiento que permitiese a su organismo sobreponerse a aquellos niveles de presión, por lo que mostró en una inmediata perfección una integridad en la plenitud de su derrumbamiento cuando apretó fuertemente sus párpados a la espera de que su destino acabase por cumplirse.

—Siento haberme cebado tanto contigo, cariño, pero entiéndelo. Eres la más endeble y débil de todos los que hay aquí, y la que más urgentemente necesita ser instruida para ir por el buen camino. ¿No crees, Nicole? —oprimió la resignación de su traumada oponente mientras sostenía fieramente la tráquea del revolver contra la frente de aquella niñita subyugada—. Vamos a ver… ¿Qué te parece si charlamos un rato y animamos un poquito más la fiesta, eh, hermanita? Hace mucho que no tenemos una pequeña conversación familiar, y, ouch, hay algo en particular que siempre te he querido preguntar, pero nunca he tenido la oportunidad. Dime, mi linda Nicoleta, ¿cómo te sentiste el día que asesinaron a esa zorra de Linda encima de la meada de un mendigo muerto de hambre? No muy mal, ¿verdad? Al fin y al cabo, fue un claro trabajo de aficionado al negocio. Yo lo habría hecho mucho mejor, si tan sólo hubiese esperado unos años más.

Alice adoptó la actitud preocupante de la única compañera que aún mantenía la consciencia hacia el estado de desorden de Nicole cuando la percibió alimentando su propio veneno interno en lugar de infectar con él a aquella puta. Era evidente su pretensión de horadar la más profunda sensibilidad del corazón bombeante de la agente, y pese a su contundencia, ella continuaba con su resistencia de manera estricta. La adolescente se vio asediada instantáneamente frente a una impresión de orgullo que creció hasta nutrir toda su alma. Estaba convencida de que su entereza no habría sido tan tolerante.

—Al menos, yo tuve una madre durante la mayor parte de mi vida, no un monstruo que sólo sabía abrirse de patas —contrarió la reflexión de su acompañante expeliendo la mínima porción de una colosal bilis corrosiva albergada en su ser. Nadie iba a obstaculizar su enfrentamiento en  aquella ocasión.

Michaela contrajo el gatillo de su instrumento de tortura tras escuchar la impropia respuesta sin obtener ningún resultado insalubre segundos antes de que Inma recuperase la visibilidad de sus preciosos ojos con la preeminencia de una ansiedad incontrolable a pesar de que la chica se había aferrado nuevamente a su antojo por la vida.

—Uno… La suerte que tiene esta zorrilla no está escrita —puntualizó la portadora del revólver apartándose impasible de su víctima emocional para dirigirse hasta la chiquilla que compondría su segunda jugadora de la ruleta—. Y, bueno, sí, vale, yo tampoco soy precisamente seguidora de mi madre, pero la tuya era inaguantable, cariño. En serio, cada vez que hablaba, te entraban unas ganas terribles de atarla a un gancho, acuchillarla y verla desangrarse como a un cerdo.

—Pronto verás algo así. No te preocupes por eso —le contestó atrevida Alice con la intención de que desviase la atención que había consolidado alrededor de Nicole.

—Ahh, ¿en serio? Vaya, la gatita saca las uñas… —alardeó la apremiada acomodando su arma con indiferencia sobre la cabeza de la auxiliar—, pero creo que debería recordarte que a mi dedo le gusta bastante jugar a ser travieso.

—Venga ya, si no has matado a M.A, no creo que me mates a mí. Apuesto a que debes estar deseando cogerme para investigarme y ver lo que esta superheroina puede hacer. Lo único que haces es jugar al despiste, no a la ruleta rusa —le espetó con riguroso convencimiento formando otra radiante y nauseabunda sonrisa en las facciones de Michaela—. ¿Y esa sonrisa a que viene, eh? No soy tan estúpida como puede parecer, ¿verdad?

—¿Ves, Nicole? Por esto es por lo que adoro a Alice. Es tan… entera. Tiene los santos cojones de plantarse y soltarme todos sus razonamientos a la cara como si fuese su amiga del alma, y lo mejor de todo es que casi no me conoce. Va a ser una aliada perfecta cuando se una a mi bando, ¿verdad, Alice? —reseñó emocionada prosiguiendo con su amasijo de palabras irrazonables sin permitir a su futura camarada emitir una respuesta al respecto—. En fin, será mejor que sigamos con lo nuestro, ¿no te parece, Nicoleta? Tu madre no importa tanto, al fin y al cabo, así que me gustaría saber si ese policía pedante que siempre llevaba cara de estreñido cada vez que visitaba tu casita de cuento de hadas está por ahí, en algún lado, comiendo bayas venenosas para poder sobrevivir mientras se limpia el culo con su corbata de creído. Pagaría por ver esa escena.

—Alan… Se llama Alan… Y tú no tienes derecho ni a chupar su zapato —expulsó nuevamente Nicole un esputo ponzoñoso procedente de los recovecos de la rabia que la recorría, provocando la huida de una dosis preparada de aire infecto cuando el tambor del revolver giró para constituir un disparo infructuoso.

—Dos… Ya nos veremos, Alice… —se despidió enigmática encaminándose hasta la arena del combate injusto que había maquinado en la que M.A todavía se hallaba alejado de su identidad consciente—. Creo que, por una vez, M.A se portará bien…

La pandilla de salvadores compuesta por unos atrevidos menores se detuvo ordenadamente una vez hubieron alcanzado una de las esquinas adyacentes que les posibilitaba la visualización de la misión esclavista en la que se había transformado la plaza sin arriesgarse excesivamente a ser localizados.

—Oh, Dios… —se apenó Beatrix tras comprobar el inmenso número de bajas que la matanza de la reina estaba causando—. Y yo que esperaba que los disparos que hemos escuchado fuesen de otra cosa… A veces soy demasiado tonta.

—No veo a mi hermana… —comentó Adán esforzándose por desarrollar minuciosamente un examen del conjunto de personas que se hallaba más próximo a la milicia avasallada—. Aunque no veo muy bien a nadie.

—Seguro que está bien. No te preocupes —procuró ella infundirle ánimo tras haber percibido el decaimiento de la estimulación que le impulsaba a activarse, siendo nuevamente vencida en su afán de notoriedad por parte de aquel extranjero cuando este ignoró su indicio de apoyo por segunda vez consecutiva.     

—Vale, ¿y ahora qué hacemos? —consultó Robi escudriñando el terreno con sus entrenados ojos de niño halcón—. ¿Deberíamos movernos a algún sitio en el que estemos más cerca de ellos o… no sé, hacer alguna otra cosa?

—No, estamos bien aquí por el momento —denegó Hugo precavido su iniciativa—. Lo único que nos falta hacer es esperar a que vengan los demás, y tirar la granada.

—Bueno, no podrías haber sido más oportuno, a decir verdad —añadió la única miembro de sexo femenino perteneciente al reducido grupo atrayendo el conglomerado de su concentración hacia una metódica figura ensombrecida que se aproximó presurosa por una avenida situada en perpendicular a aquella a través de la que ellos se habían transportado hasta que les descubrió en su escondite imprevisto.

—¿La tienes? —la asaltó Hugo instintivamente al no distinguir un objeto armamentístico en particular entre los ropajes de Lilith, actuando como desencadenante de una posterior actuación por la que esta extrajo la granada de uno de sus bolsillos para mostrársela a su equipo—. Bien.

—¿Dónde están Mike y Cathy? —demandó Beatrix una explicación sobre el paradero de sus compañeros tras cerciorarse de que no se encargaban de su acompañamiento.  

—Mike está preparando un escondite para que nos mantengamos ocultos durante el tiempo en que haya más follón después de que tiremos la granada. Nos reuniremos con él más tarde —inventó rauda rescatando una resolución satisfactoria a la incertidumbre.

—¿Y Cathy? —insistió Robi ensalzando el agujero más importante de su ficción, sintiéndose rendido ante un mal presentimiento cuando Lilith fingió no haber escuchado la réplica realizada, desplegando la conclusión de su estrategia ofensiva. 

—Bien, estoy segura de que no tenemos mucho tiempo, así que tenemos que hacerlo rápido. Hugo, tú eres el que tiene que entrar en la plaza con el chico, por lo que tú serás el que nos dará la señal cuando creas que debamos lanzar la granada. Intenta también advertir a algunos de los prisioneros, no vaya a ser que se la coman todos y hayamos hecho el tonto. No vamos a rescatar a todo el mundo, pero tampoco vamos a matarlos.

Tras la concreción de su abordaje, Adán volvió a registrar un crecimiento de su desconfianza hacia Hugo al cerciorarse de que la necesaria permanencia con él en solitario iba a ser inminente, presentando una expresión despectiva hacia su persona que no atrapó desprevenido a ninguno de los asistentes.

—Le estaré vigilando desde aquí. Palabrita —prometió Beatrix insistiendo en su cooperación antes de extender su dedo meñique como muestra evidente de su compromiso.

—Gracias —le correspondió él ignorando el convenio con el que cargaba su falange—. Y que sepáis que lo sigo haciendo por mi hermana…

—Lo que tú digas, campeón… Venga, muévete… —replicó Hugo rendido ante la culpabilidad injusta que aquel niño ignorante se esmeraba en adjudicarle—. Buena suerte, chicos.

El sistema racional característico de Alice traspasó su máxima perturbación cuando visualizó a un indefenso M.A siendo empleado como un juguete deshecho para su ruleta infernal, creando una intensa sensación de histeria frente a la peligrosidad de utilizar nuevamente su comodín del control manipulativo. No quería que rematase a su compañero mediante un crimen tan inmoral. A pesar de las múltiples acciones de carácter dañino que había encadenado a lo largo de su vida, aquel joven no era un ser maligno que se mereciese semejante final, y lo había corroborado tras su enfrentamiento contra la pieza medieval del tablero. M.A debía vivir.

—Bueno, Nicole —prosiguió Michaela denotando una satisfacción que jamás podría saciarse en pleno incremento de su magnitud—, ¿qué más podría preguntarte? Vamos a ver… Ah, ya sé… ¿Qué ha sido de tu vida durante todo este tiempo de apocalipsis? Seguro que te has topado con un montón de supervivientes desesperados a los que has intentado proteger, y apuesto mi vida a que te llevaste una hostia tremenda cuando viste que todos empezaban a morir uno tras otro sin que tú pudieses hacer nada para evitarlo. Vamos, cuenta, cuenta. Quiero escucharlo.

—Me gusta tu apuesta. La veo y subo mi cuello —la retó ella estableciendo su pugna por una dominancia prácticamente inaccesible, desencadenando un sobresalto en el establecimiento de Alice cuando el revolver trató de segar la existencia de M.A fallidamente.

—Tres… Ya verás como es la última… —predijo Michaela forzando el tono de una decepción mientras regresaba junto a la jugadora principal del ruedo y la amenazaba con la potencia de un proyectil atravesando su estúpido cerebro.

—Bueno, parece que ya me tienes… —comentó Nicole asaltada por un presagio personal que auguraba un futuro oscuro—. Deja de jugar una vez y dispárame. Todos sabemos qué va a pasar.

—¿Pero qué prisa es esa? ¿Tienes que ir a salvar a alguien, otra vez, como de costumbre, eh, Nicoleta? —la reprendió indignada por un déficit de motivación tan sumamente notorio—. ¿Qué demonios? Veamos cuanta verdad hay en tus palabras.

Nicole hincó sus niñas en el par de escrutiñadores lobos de Michaela desechando la tensión impregnada por el ambiente mientras juraba a su propio cadáver que todos sus amigos huirían de aquella pesadilla que amenazaba con destruir su moral, aguardando la conclusión para la que se había desarrollado el juego del ahorcado con entereza. Sin embargo, su sorpresa fue máxima cuando contempló el accionamiento del gatillo como una acción totalmente ineficaz para acabar con la miseria de su supervivencia.  

—Cuatro… Vaya, he de decir que es la primera vez que llego hasta cuatro en la ruleta rusa —les comentó Michaela remarcando cierto desagrado en su declaración a la par que observaba la estupefacción en la que su principal oponente se había empapado—. ¿Consternada, hermanita? No me extraña. Seguro que pensabas que ibas a morir, pero ya te lo he dicho, no es mi persona la que escoge quién vive y quién muere… A no ser que me enfades, claro, pero ese es otro tema que no viene a cuento… En fin, parece que la fortuna os ha sonreído a todos… Otra vez… Aunque he de decir que no me extraña, teniendo en cuenta vuestros antecedentes. Parecéis la panda de protas de una serie de televisión malucha. El problema es que, aquí, la única protagonista c’est moi. Y… todavía me quedan dos intentos.

La perseverancia que la agente había mantenido en su calma comenzó a perturbarse cuando observó a Michaela adoptar una posición en cuclillas junto a ella antes de iniciar un vendaval de susurros cuyo vigor fue aumentando progresivamente.

—Escúchame atentamente, Nicole. Hay algo importante que debes saber, algo que ha estado siempre dentro de ti, pero de lo que nunca has sido consciente. Tú, hermanita, eres exactamente lo mismo que yo… Y sé que ahora no puedes verlo, y que probablemente pienses que estoy loca, pero esa es la realidad. Lo supe desde el primer momento en que vi esa tierna carita de no haber roto un plato nunca. No hay nada que nos diferencie. Y lo voy a demostrar.

Todos los esclavos enmudecieron cuando Michaela introdujo el cañón del revolver dentro de su preciada garganta y presionó el gatillo sin dilación alguna. Desgraciadamente, la inutilidad del arma se hizo nuevamente plausible cuando comprobaron la conservación de la integridad de la  zorra asquerosa tras su disparo de riesgo.

—Cinco… ¿Lo ves? —referenció el suceso en cuestión que acababa de producirse frente a la admiración de sus sublevados—. Tenías un treinta y tres por ciento de probabilidades de que la  bala atravesase tu cerebro, y yo un cincuenta por ciento, y las dos estamos vivas... No puede ser sólo casualidad, ¿no crees? Estamos conectadas, Nicoleta. Lo sé… Puedo sentirlo… Dentro de tu humilde corazoncito de princesa, se esconde una Michaela dispuesta a aparecer cuando menos te lo esperes para hacerte consciente de lo que realmente eres… Tú eres yo.

—Siempre pensé que no eras más que una niñata egocéntrica y resentida que se dedicaba a sembrar el caos allá por donde pasase —le encajo Nicole desatando una ira que no fue capaz de continuar manteniéndose cautiva ante lo insólito de aquella palabrería de furcia barata—, pero ahora veo que estás loca, definitivamente. Deberías haber ido a un psiquiatra desde el principio, para que te hubiera medicado, y nos hubiésemos ahorrado todo el sufrimiento que has causado.

—¿Soy yo la loca, en realidad? —cuestionó la reina envolviendo su interrogante con un aura de frío misterio—. ¿Quién te dice a ti que no eres tú la que está loca? Tal vez nunca superaste la muerte de tu madre… Tal vez te derrotaste, te hundiste tras perderla, y creaste todo esto de tu imaginación para seguir adelante, destruyendo primero tu ciudad, y más tarde, el mundo entero. Es decir, ¿muertos que se levantan de sus tumbas y empiezan a comerse a la gente? No tiene ni una pizca de lógica, lo mires como lo mires. Y, ¿cómo si no explicarías que tu hermanita Michaela haya aparecido de la nada con una comunidad idílica en el momento más oportuno? Tu mente quiere derrotarme… Derrotar al monstruo en el que te has convertido, y que no puedes percibir porque estás demasiado ocupada inventándote toda esta realidad. Despierta, abre los ojos… Yo soy tú.

—¡No, no, no, no, no! —negó entre rabiosos aullidos ensordecedores emergidos de la pureza de su odio, deleitando a una regocijada Michaela que ya meditaba la continuación de su táctica de dominio absoluto—. ¡¿Piensas que soy estúpida?! ¡Sé lo que estás tratando de hacer, y ya te digo que no te va a funcionar! ¡¡Sé lo que estoy viendo!! ¡¡Sé lo que estoy escuchando!! ¡¡Sé lo que estoy sintiendo! ¡¡¡No estoy loca!!! ¡¡¡Tú lo estás!!! Pero por poco tiempo…

—Madre… —percibieron un llamamiento consistente que reorientó su interés en dirección a un bravo mosquetero que regresaba de cacería junto a su dócil presa. Nicole se estremeció tras contemplar a Adán incorporándose al juego. Aquella locura acababa de alcanzar el punto crítico.

—Bueno —musito la líder demencial dirigiendo su campo de visión hacia el implacable Smith Wesson—, parece que tenemos a nuestro número seis.  

—Supongo que el crío que se incorpora es el mismo del que nos encargamos antes —vaticinó Fox desviando nuevamente la estable amenaza constituida por su rifle hasta guiarla en el espacio correspondiente en el que se ocultaban los adolescentes salvadores—. Vamos a ver cómo va por aquí todo… Parece que la cosa se está poniendo calentita.

No obstante, la percepción desconcertante de la joven que se había reincorporado al equipo provocó en su mente consecuente la necesidad imperiosa de descuidar su labor de vigilancia tan sólo durante un instante para extraer de su bolsillo izquierdo una fotografía que descubría a una púber de catorce años claramente entristecida. El capataz de los ahorcados mantuvo su máxima capacidad de análisis en cada una de las facciones del rostro de la retratada durante unos quince segundos aproximados antes de reestablecer su visión en la mira de su rifle y examinar de nuevo a la superviviente en particular que había atraído su curiosidad.

—No estoy seguro… no estoy seguro… —farfulló Fox centrando inútilmente su entera energía en la tentativa de reconocimiento de la jovencita, transformándose en un final el objeto dañino que portaba entre sus manos el foco de su interés—. Espera, no me digas que eso es… Apuesto por que a cierta reinona no le va a hacer ni pizca de gracia. ¿Cómo coño habrán conseguido esos criajos una granada? En fin, habrá que adelantar el plan…

La tirana estableció una instantánea ruta por la cual se asentaría sobre la ubicación del chico para proseguir con el desarrollo de la funesta ruleta, pero la espontaneidad de una reacción que se elaboró en un transcurso de tiempo más temprano del que había vaticinado la forzó a detener el equilibrio de sus pisadas mientras degustaba el placer de la satisfacción nacida de su sacrificio.

—¡No! —la enfrentó Nicole incorporándose sobre la exigua resistencia de sus piernas con el fin de recobrar la imponencia de su estatura al mismo tiempo que expandía un gesto de valentía entre el centenar de rifles de asalto que apuntaron hacia su cabeza.

—Vaya, Nicole, por fin reaccionas… Pensaba que no lo harías nunca… —declaró Michaela con actitud jactanciosa frente al riesgo en el que la agente se había sumergido—. Lo malo del asunto es que este no es el momento en el que tendrías que hacerlo, la verdad, por lo que lo único que vas a conseguir es ponerte en evidencia. Anda, vuelve a arrodillarte y no hagas tonterías.

—Oblígame… —la retó destinando a su titánico ego una disposición inconsciente que lo único que conseguiría sería aumentar la cantidad de problemas a los que ya se enfrentaban.

—Venga, ¿dónde estás, pequeño pajarito? —expresó Fox su desasosiego mientras deslizaba su Máuser angustiado por la necesidad indispensable que suponía la localización de su objetivo entre los soldados de carácter femenino que se hallasen posicionadas en la primera línea de la agrupación—. Vamos, tu reina está en peligro, cariño. ¿No vas a salir a lamerle el culo? Lo siento, pero no me lo creo. Es lo que tiene ir en mi contra. Acabo sabiendo todo sobre ti.

—Lilith, ¿qué pasa? —preguntó Beatrix alterada al presenciar la repentina perturbación en la concepción de su brillante estratagema.

—Parece que una de las presas se las quiere dar de salvadora… —esclareció enojada ante un comportamiento tan estúpido que removía los cimientos de su planteamiento—. Esperaremos unos segundos hasta que Miss Michi controle la situación, y si no, tiraremos la granada. A estas alturas, ya no nos podemos echar atrás. Tenemos que seguir hasta el final.

—Liam… —le imploró Diana por una solución notoriamente desesperada—. Se nos tiene que ocurrir algo…

—Lo sé, lo sé… —confirmó este el afán al que se aferraba por determinar una resolución ante aquel encrucijado rompecabezas que se tornase favorable—. Estoy buscando la manera de pillar un walkie, pero no es tan fácil, joder…  

Un espasmo muscular acompañado del resonante sonido de una sucesión ininterrumpida de carraspeos ocasionados por el daño previamente originado provocó un desvío de la inclinación de Alice hacia la posición en la que M.A se hallaba para observarle despertando de su estado de desfallecimiento inducido acentuando en sus facciones una desagradable mueca de sufrimiento. El malherido aspiró a sostenerse sobre sus temblorosas rodillas, pero el armamento que surgió momentáneamente amenazando la integridad de su corteza cerebral le disuadió de ello.

—Muy bien, Nicole. Ya has hecho que todos vean tu momento de “tengo un par de cojones bien puestos”, pero, ¿ahora qué? ¿Vas a matarme? ¿Te vas a arriesgar a ello? Porque no tienes ni idea de cuánto me gustaría que lo intentaras, pero no creo que hayas llegado aún a ese punto. Venga, hermanita, deja de hacer el ridículo y terminemos ya con la ruleta. El resto de mis planes aguardan, y estoy demasiado ansiosa como para continuar esperando. Si, al fin y al cabo, ambas sabemos que ese niñato estúpido no iba a sobrevivir mucho tiempo, ¿verdad?

—Mi señora… —intervino una entrometida Anna avanzando preocupada hacia su reina como consecuencia de la furia que Nicole exteriorizaba sin la percepción del error fatídico que acababa de cometer.  

El escrutiñador acecho de Fox se desplazó hasta una combatiente específica tras contemplar la ejecución de sus movimientos, esbozando una pícara sonrisa de pura perversidad.
  
—Pillada —manifestó con regocijo tras presionar el gatillo una vez hubo apuntado a su rostro de ególatra pretenciosa.

Una contundente predicción de la tremenda reprimenda mediante la que Michaela castigaría a su subordinada por inmiscuirse en sus asuntos personales se expandió a través de la sensatez que poblaba a cada uno de los presentes, pero aquella amarga sensación se contrajo hasta llegar  a transformarse en una impresión de alarma extrema cuando la feminidad del alto mando fue a desplomarse imprevistamente en una grotesca escena en la que su entidad se difuminó de aquel mundo radiactivo con una siniestra fugacidad. El orificio que su líder visualizó penetrando en su cráneo durante el instante en que se derrumbó confirmó las sospechas instantáneas surgidas de su intuición. Anna acababa de ser asesinada.

—¿Pero qué…? —exclamó Robi simpatizando con el compás emocional de sus compañeros.

—Hasta aquí hemos llegado —consumió Lilith la inexistencia de su paciencia rescatando a la granada de su sofocante anilla para arrojarla hacia la conmocionada plaza como retribución por la liberación, constituyendo finalmente la conclusión de su salvación.

La impresión de una violenta conmoción controló el juicio racional de Nicole cuando observó el acero de un pernicioso objeto de forma apiñada aterrizar cercano a su posición, revelándose sin moratoria alguna a todos sus afectados como una granada de fragmentación. Las reacciones que se desataron fueron de una naturaleza tan refleja que nadie ofreció un mísero segundo a su mente para cavilar acerca de su procedencia o su posible relación con el asesinato presenciado. Salvaguardar la propia supervivencia superaba la trascendencia de aquella extravagante cadena de sucesos.

Michaela retrocedió atónita ante el aturdimiento que sufría protegiendo su plenitud de reina entre la muchedumbre de sus plebeyos combatientes como la rata cobarde que era en realidad. Inma olvidó completamente el riesgo que su conjunto de amigos sufría para lanzarse a la carrera tras Adán y el mosquetero que continuaba manteniéndolo en cautividad, quienes demostraban claramente disponer de una previa preparatoria en la trayectoria de su huida. M.A concentró la escasa energía de su extenuado físico para escapar, pero se desmoronó debido al dolor ardiente provocado por su anterior batalla, por lo que Alice adoptó una función de rescate trasladándose hasta el derruido ser y procediendo a arrastrarle hasta parapetarse tras la madera de un kiosco que podría protegerles de la metralla. 

Contrario al hecho que sus conocidos habrían aguardado, la espectadora Nicole no desató su respuesta al estímulo hasta que un potente grito procedente de uno de los guerrilleros se dispensó de las cuerdas vocales que lo emitieron para alentar a sus compañeros a una presurosa fuga, provocando que se uniese sin ninguna clase de planeamiento a la presurosa estampida que se originó en dirección al exterior de la plaza. Y en el determinado instante en que juró absoluta venganza contra Michaela, un estentóreo estallido resquebrajó su capacidad auditiva mientras el cometido de la granada se disipaba en su propia explosión.  


  Interrumpió intrincadamente la presteza que impulsaba sus zancadas en el segundo en que un tumultuoso estrépito perforó cada uno de los recovecos de sus oídos antes de que el alboroto ocasionado por un griterío irracional confirmara el estrago de sus presagios. Descubrir a su grupo de personas prioritarias junto al chico del intercambio y una completa desconocida arrastrando su agotamiento tras ellos cuando surgieron de entre las tinieblas propias de una esquina cercana viajando a una velocidad sobrehumana detalló a la perfección cualquier incertidumbre que aún se hallase masacrando su especulación.  

Mike examinó los alrededores con una aceleración excesivamente ostensible hasta concretar su expectativa de un refugio en una edificación distinguida que ya sólo simulaba la conformación de un club de copas nocturno. Atravesó descompuesto la avenida frente al precipitado colapso del sistema y tan sólo se permitió a sí mismo emitir un jadeo brotado de su estrés tras comprobar que la entrada primordial era accesible.

—¡¡¡Chicos…!!! —atrajo vigoroso la íntegra descoordinación de su equipo, consiguiendo que concentraran conjuntamente su energía en alcanzar con rapidez el interior del local justo antes de que su verdadero cabecilla los introdujese en una disposición desconocida tras volver a cerrar la puerta principal. 

 Desbloqueó instantáneamente el cierre reflejo de sus párpados tras el fragor expelido por la traicionera granada mientras apartaba con indiferencia los restos corporales de un soldado que atrapaba parcialmente su impetuoso pecho e incorporarse ignorando el ardor que emanaba de una aflicción que transitaba por la entera región posterior de su brazo.

—¡¡¡Vamos!!! ¡¡¡A por ellos, joder!!! —bramó colérica espoleando a un aplastado ejército de combate para que detuviesen la espantada guerrillera originada por su carencia de previsión.

A la par que Michaela supervisaba la incitada actuación por la cual los subordinados que aún se aferraban a la existencia iniciaban la persecución frente a sus prisioneros entre una multitud  de infames agonías, un intenso tono de voz se manifestó desde las profundidades de su walkie intentando entablar comunicación.

—¡Mi señora! —se desprendió de una incesante sucesión de angustiosos jadeos—. ¡Por fin… he conseguido… pillar al francotirador! ¡El muy cabrón sabía cómo esconderse! Por favor, ruego me disculpe por todo este desastre. Le he fallado…

—¡¿Qué te disculpe?! —le embistió su superior proyectando su decepción en los rugidos que componía—. ¡Joder, Fox, eres un puto inútil! ¡Tenías una única misión que realizar, una, y ni con ella has podido! ¡¿Qué eres, un jodido novato?! ¡Ten por seguro que si tu error nos sale caro, las consecuencias van a ser muy graves! ¡Ahora, baja aquí y dirige a los soldados! ¡Hay que capturar a los invitados y eliminar a todos los guerrilleros! ¡Que no quede ni uno vivo! ¡¡¡Vamos, vamos, vamos!!! 

Una vez hubo puntualizado el desarrollo de la injusta represión al lobo que mostraba mayor adiestramiento hacia su santa figura, la déspota desencadenó un proceso de conmutación en su walkie hasta localizar el canal comunitario perteneciente a sus tiradores reprimidos.

—¡Francotiradores, atiendan a mis órdenes de inmediato! ¡Vuestro objetivo consiste en una gran masa de estúpidos que corren por las calles creyendo que van a salvar sus vidas de alguna manera milagrosa! ¡Obvien a todos los blancos femeninos cuyo cabello sea de color rubio, o van a tener que presentar cuentas ante mí! ¡¡Y, en cuanto al resto, disparen a matar!! ¡¡¡A matar!!!

Enunciada su retahíla de ordenaciones terminales, Michaela transportó el aparato que había absorbido la plenitud de su ira hasta el asentamiento que su cintura le proporcionaba al tiempo que se equipaba con su Magnum junto al revolver que ya sostenía para incorporarse a la alocada caza de ineptos.

—Ya veremos donde acabas, Nicoleta… —murmuró mientras concebía la idea de un calvario auténtico que aventajase a la mediocridad implícita en el primero sin alcanzar a confeccionar la presencia de un observador acechante de acentuada intensidad constituido como su sublevado capitán.

—Estoy deseando ver tus consecuencias, cariño…

Disparos, gritos y una fuerte explosión fueron la melodía de guerra que avisó a Leonard de que ya era hora de moverse. La rebelión había estallado. El joven rubiales salió por la puerta grande de la escuela sin ser visto con una amplia sonrisa dibujada en los labios. Ya era hora de actuar. Finalmente, como si de la alineación de los planetas se hubiese tratado, todos los engranajes de su plan habían comenzado a girar en el lugar y momento adecuado. Solo tenía una única oportunidad. En aquel plan había decidido apostarlo todo a una única esperanza.

Un juego de la supervivencia acababa de dar comienzo en el tablero de Michaela, juego en el que sabía que se estaba jugando todo a una sola baza. Su plan se dividía en tres puntos: primero debería de parar en tres lugares a por suministros, el centro comercial, el hospital y la armería en busca de alimentos, agua, medicinas, algún arma de fuego y algo de munición. Segundo punto, ir a la comisaría, pues allí había un mapa de la ciudad y otro del sistema de alcantarillados de este que le serían bastante útiles. Tercer y último punto, tras tener todo esto, debía ir a la plaza situada tras el edificio de oficinas desde en el que Michaela operaba. Allí había una entrada a las alcantarillas desde la que podría salir de los dominios de la tirana huyendo de sus garras, llevándose consigo todos sus víveres mientras el resto se mataba por quién tuviera el poder en aquel lugar.

Leo se cubrió la cabeza con la capucha de su sudadera gris con el fin de ocultar su rostro todo lo que pudiera. Equipado con la mochila a su espalda y navaja en mano, debía de hacer alarde de sus mejores tácticas de sigilo agachándose y cubriéndose tras objetos con el fin de no ser visto, siendo todo lo silencioso, pero rápido que pudiera, a la hora de realizar los puntos de su plan mientras los efectos de la rebelión duraban en los dominios de Michaela. En aquel preciso momento, él se veía como un peón blanco en un tablero en el que todos los demás, soldados, guerrilleros y civiles, eran piezas negras enemigas de distinto rango que se movían libremente por este.

El joven corrió hacia la tienda de comestibles ocultándose entre las sombras, lejos de las fuentes de luz mientras escuchaba de fondo, a lo lejos, los disparos. No le tomó más de diez minutos llegar al centro comercial sin problema. Por suerte, aquel objetivo, así como la armería, estaban lejos del lugar en donde la acción estaba teniendo lugar, y debido a la rebelión, los guerrilleros de Braun no debían de estar vigilando los locales que normalmente tenían la obligación de resguardar para evitar robos, por lo que simplemente entró percatándose en todo momento de que nadie deambulaba por la zona.

—Tres botellas de agua y seis latas de comida. Con esto debe bastar para ir tirando unos días —dijo para sí mismo contemplando el interior de la mochila en el silencioso local—. Próximo objetivo, el hospital —comentó animadamente dirigiéndose hacia la puerta de salida.

Leo habría querido llevarse más suministros de haber sido posible, pero lamentablemente su mochila era de un tamaño medio y debía de dejar espacio para las medicinas, el arma que encontrara y la munición. Con pesar, mirando con el rabillo del ojo algunas cajas de suministros, continuó hacia la puerta de salida en silencio hasta que sus pasos se detuvieron cuando un sonido llegó a sus oídos procedentes del exterior. Pasos… Unos rápidos pasos se dirigían hacia su posición.

— ¡Joder! —susurró el joven ante su suerte.

Leo miró a un sitio y a otro en el interior del local. Los pasos cada vez estaban más cerca. ¿Dónde podía esconderse? ¿Debía de lanzar un ataque sorpresa y apuñalar con su navaja a quien viniera nada más se abriera la puerta? Muchas preguntas de aquel tipo, así como posibles acciones, bombardearon su mente de golpe. Rápidos y sonoros, los pasos se acercaban más y más. Pronto un jadeo comenzó a escucharse fuertemente. Aquella persona parecía estar agotada, corriendo como si el diablo le estuviera persiguiendo, pisándole los talones. Un fuerte sonido se escuchó y la puerta de acceso al local se abrió de golpe dando paso a un hombre que, sin detenerse ni un instante a recuperar el aliento, la cerró detrás de sí, para posteriormente caer de culo al suelo tomando grandes bocanadas de aire.

Leo, oculto tras el mostrador, no pudo evitar preguntarse por qué estaba allí y no en la guerra junto con sus compañeros. Que estuviera ahí podía deberse a que, a última hora, aquel tipo se había acobardado a la hora de enfrentarse a la manada de lobos salvajes que Michaela tenía como milicia, o tal vez, porque algo no estuviera saliendo como debía respecto a la rebelión. Que aquel hombre estuviera allí era una amenaza para él y tenía toda la pinta de querer quedarse allí refugiado. Debía de tratar de salir del lugar sin que lo viera.

El chico, agachado, comenzó a salir de detrás del mostrador en cuanto el subordinado de Braun, a quién identificaba simplemente por su aspecto y la carencia del equipamiento militar del que disponía la gente de Michaela, se acercó a una de las estanterías a coger una botella de agua con el objetivo de saciar su sed, alejándose de la puerta y dándole la espalda al mostrador y a Leo. El joven, sin hacer ruido alguno, se acercó hasta la puerta logrando agarrar el pomo de esta y abrirla poco a poco, logrando ver el exterior del local a medida que abría la puerta sin hacer ruido alguno, acto que fue interrumpido violentamente. Lo último que Leo pudo recordar fueron un par de pasos fuertes antes de acabar empotrándose contra el mostrador. Tal fue el golpe que la capucha de su sudadera se echó hacia atrás dejando su rostro visible, por suerte, el golpe fue en cierto modo amortiguado por su mochila, ahorrándole algo de dolor.

—¿A dónde crees que vas, mocoso? —preguntó el acercándose hacia Leonard tras cerrar la puerta de nuevo. El joven, quien como si de una marioneta a la que le habían cortado las cuerdas para después lanzarla sin piedad alguna contra la pared se tratase, se hallaba tirado en una extraña posición contra el mostrado—. Ya veo, tú debes de ser alguno de los mocosos esos que trabaja para Michaela. Intentabas avisar a tus compañeros, ¿no? —comentó observando la navaja que el joven aún empuñaba—. Eso ahora me pertenece. La necesito más que tú para escapar de esos lobos —comentó alargando su temblorosa mano para coger la navaja con un claro síntoma de ansiedad reflejado en su sudoroso rostro desencajado por el miedo.

Leo trató de levantarse para defenderse de él y evitar que le arrebatara su única arma. Él, de inmediato, haciendo caso omiso al dolor, se incorporó lanzando todo su cuerpo en un placaje contra el hombre haciéndolo retroceder un par de pasos hacia atrás perdiendo el equilibrio. El rubiales corrió hacia la puerta, pero aquel tipo embistió lateralmente contra esta evitando que Leonard alcanzara el pomo, para, acto seguido, abalanzarse contra el chico, quien veloz en reflejos, se zafó colándose entre sus piernas gracias a su estatura.

—¡¡Dame el puto arma, escoria!! ¡¡Esos lobos de Michaela llegarán en cualquier momento para darme caza!! —gritó fuera de sí sacando los ojos de sus órbitas.

Alargó su gran mano hacia el cuello de Leo. El joven, tras saber aquella información por el comentario, hizo un veloz gesto con su mano derecha en horizontal y la hoja de su navaja se tiñó de un rojo carmesí. El guerrillero gritó, más que del dolor, de la impresión de lo que acababa de suceder. Un tajo carmesí horizontal de cierta profundidad había sido dibujado en la palma de su mano. El hombre, aún sin salir de su asombro y quejándose de dolor, no podía evitar dejar de mirar al joven. Su rostro parecía, no, mejor dicho, había cambiado. El rostro preocupado del chico, así como su inocente y nerviosa mirada que daban a entender que su único deseo era salir huyendo de allí habían cambiado a un rostro completamente serio que le lanzaba la más hostil de las miradas colocado en una posición de ataque con el filo de la navaja mirando hacia su adulto adversario.

El enfurecido subordinado de Braun venció a su impresión, la cual le había hecho cuestionarse un par de veces si debía de seguir molestando al muchacho aun estando él desarmado. El hombre se lanzó contra el muchacho con sus brazos en alto en un intento de atraparlo, inmovilizarlo y desarmarlo. Leonard avanzó raudo agachándose, pasando bajo el brazo izquierdo de su contrincante. Aquel acto fue acompañado de un veloz tajo ascendente en la axila del hombre, provocando una gran hemorragia. Entre gritos, intentando taponar la hemorragia con su mano, velozmente cruzó un pensamiento por su cabeza, recordándose que su atacante se encontraba en aquel preciso momento detrás de él, dejándole libre un gran punto débil, su espalda. Antes de poder girarse para no dejar libre aquel punto débil a su joven, pero habilidoso enemigo, pudo sentir un fuerte pinchazo en mitad de esta. El hombre giró la cabeza para ver por el rabillo del ojo al chico apuñalándole mientras sujetaba el mango de la navaja con ambas manos, pero aquello no era en lo que principalmente se fijaba. A lo que le costaba apartarle la mirada era a la hostil mirada que el niño le lanzaba en silencio mientras lentamente sentía como el filo de la navaja, dentro de su cuerpo, comenzaba a girar cambiando su posición vertical en una horizontal a medida que Leonard giraba un cuarto su muñeca.

Con dificultad a la hora de respirar y perdiendo su visión, el hombre miró sus rodillas temblar. Le costaba mantenerse de pie. Entonces, sintió como el muchacho a su espalda sacaba el filo de la navaja del tirón, sin delicadeza alguna en el acto. Tras aquel movimiento, sus piernas dejaron de responder haciéndolo caer de cara contra el suelo. Leo, serio y en silencio se cubrió con la capucha de su sudadera y se acercó al hombre arrodillándose frente a su rosto sabiendo que ya nada podía hacer. Se estaba desangrando rápidamente.

—No me subestimes por mi aspecto. Que tenga solo catorce años no significa que no sea capaz de matar. Al fin y al cabo, me han entrenado para eso, igual que a ti, ¿verdad? Has sido tú quien me has obligado a esto. Mi intención no era que esto sucediera. Antes de morirte, déjame decirte que yo no trabajo para Michaela. No soy uno de sus niños. Soy un guerrillero, teóricamente hablando, un niño soldado que vive con los civiles.

—Trai...dor... Luchamos por... vosotros... Por el futuro... —pronunció con dificultad al saber que aquel chico era uno de los suyos.

—¿Traidor? No soy un traidor. Yo no estoy con Braun, tampoco sigo a Michaela. No lucho en nombre de ninguno de los dos. Lucho por mí mismo. Hago lo que hago por mi cuenta, por mi propio bien y el de nadie más. Me es indiferente aceptar tanto órdenes de Braun como de Michaela mientras se me recompense por lo que hago. A decir verdad, no me considero un guerrillero, ni soy un soldado, más bien me considero una especie de mercenario que trabaja por su propio beneficio aceptando cualquier trabajo —le aclaró el joven con una gélida mirada semioculta por la capucha y las sombras del local—. Ahora descansa en paz. Ya no tienes nada que temer. Tú ya te has salvado —pronunció mientras lo veía agonizar, instantes antes de rematarlo acabando con su sufrimiento empalando con la hoja de su navaja la nuca de la víctima, acabando con ella en el acto.

Leo se puso en pie y salió del local silenciosamente a paso ligero antes de que los soldados de Michaela llegaran y lo encontraran. Aquello supondría un fatídico final para él y su plan. Tras mirar hacia ambos lados de la desierta carretera, se dirigió hacia las sombras para fundirse con estas todo lo que pudiera. El edificio más cercano era sin duda la comisaría, a la que iría de inmediato. Debía de aprovechar que estaba o debería de estar vacía de guerrilleros por el tema de la rebelión y podría entrar sin problemas en los dominios de Braun para coger los mapas que necesitaba, y con suerte, algún arma blanca que encontrara para sustituir a su pequeña navaja como arma principal. Necesitaba algo más letal y apostaba a que Braun tendría algún machete o cuchillo de combate entre las pertenencias en su oficina. Si quería ser sigiloso, su única opción era el uso de las armas blancas.

—Alice… —desveló M.A una apelación susurrante coaccionado por la singular amalgama que constituían en su entidad un tormentoso dolor junto al caótico desorden en el que se sumergían, originando en la alarma adolescente una reacción refleja por la cual presionó potentemente su mano sobre la boca del afligido intentando evitar cualquier escape de sonido perjudicial para su fortaleza.

—Silencio… No hagas ruido… —le exhortó Alice a sumirse en un silencio de vital repercusión a la vez que conservaba estática su observación hacia su deleznable captora hasta que su carrera se difuminó entre la lóbrega lejanía—. Joder, joder, joder… Por un pelo… Por un puto pelo…

—Alice… —desdobló el herido la continuación de su tentativa de consulta desorientado ante la vertiginosa rama de episodios acaecidos tras su despertar—, ¿quién diablos lanzó la granada? ¿Qué ha pasado en mi ausencia?

—No tengo ni puñetera idea, pero voy a tener que ir a buscarlo y darle las gracias, porque ha salvado nuestro culo —le esclareció compartiendo con él su intacta franqueza—. M.A, ¿cómo te sientes?

—Me siento como si me hubiesen golpeado en la cabeza con una maza —ironizó frívolo sobre la delicada condición en la que se hallaba sostenida su vitalidad.

—Ni siquiera en estas circunstancias puedes dejar de ser tú, ¿verdad? —matizó Alice atónita como consecuencia de la inesperable entereza que conservaba—. Por mucho que intentes ir de tipo duro, te has llevado un buen golpe. Yo ya pensaba que no lo contabas, ¿sabes?  

—¿Y estabas preocupada? —se interesó con sagaz picardía siendo cautivado por la expresión de aturdimiento que sometió la capacidad de represión sentimental de la chica—. ¿Eso es un sí? Tranquila, mujer. Soy un hombre de guerra. Cuatro mazazos tontos no van a poder con una mala hierba como yo. Ya verás como dentro de nada me vuelves a tener jodiendo a todo el mundo.

—Sí… Seguro que sí... —le adjudicó apenada la veracidad a su idealización mientras procedía a la apertura de una particular puerta de madera que les bendeciría a través del acceso al kiosco con resultados satisfactorios—. Hey, mira, está abierta. Será mejor que entremos. Aquí estamos demasiado expuestos.

—¿Me ayudas, por favor? —requirió M.A consciente del efecto nefasto que le martirizaría si ejecutaba un nuevo intento de incorporación sin ninguna clase de soporte físico.

—Sí… Sí, por supuesto —cedió afablemente Alice pese al asombro que aquella petición había originado en su intelecto desplazándose precavida hasta acoplarse junto al necesitado al tiempo que organizaba su fuerza para cargar con la fatigante musculatura de este—. Venga, vamos, que podemos con esto… A la de una… A la de dos… Y… tres.

El número terminal de la sucesión designó el instante exacto en el que ambos concentraron los escasos recursos corporales que aún preservaban a pesar de su agotamiento en erguir a M.A en una indispuesta postura de retorcimiento y arrastrar su masa exánime hasta resguardarla en el interior del puesto de venta, donde volvió a precipitarse hacia el límite inferior de una pared contigua mientras su auxiliadora se cercioraba de que ningún enemigo les había divisado antes de bloquear la entrada con el correspondiente picaporte.

—Parece que nadie puede vernos desde fuera —corroboró una perspicaz Alice tras localizar un conjunto de persianas que obstruía la visibilidad del desastre externo—. Vale, nos podemos quedar aquí escondidos hasta que te sientas mejor. Estaremos seguros. 

—Alice… —degradó con exhaustividad la coloración de su tono desprendiendo un murmullo extremadamente cercano al mutismo que causó un rechazo inmediato de la mentada hacia una postura erecta cuando se arrodilló junto a él con preocupación.

—M.A… —sincronizó la conmoción de su pesar con las tinieblas implícitas en aquella mención de suplicante desconsuelo—, ¿de verdad te encuentras bien?

—Ya te lo he dicho… No te preocupes… Es sólo que… Bueno, estoy un poco mareado, y tengo algo de sueño, pero por lo demás, estoy bien. Si es verdad que me duele un poco el vientre, pero no es nada serio, de verdad —la persuadió con firmeza pugnando por la eliminación concluyente del desasosiego que estaba devorando la paz de Alice.

—No sé, supongo que es normal, ¿no? Después de todo, con esos mazazos que te ha metido la muy zorra, deberíamos estar de camino a un hospital, y más teniendo en cuenta tu desmayo. Lástima que eso no sea posible —resaltó una intachable evidencia cuya utilidad se focalizó en la progresión de su destacable agitación—. Bueno, tú tranquilo, ¿vale? Mira, nos vamos a quedar aquí hasta que te veas con fuerza para moverte. Y si quieres dormir, duerme. Yo estaré vigilando los exteriores para que no nos asalten por sorpresa. ¿Te parece bien?

—No, no… —la contradijo él impresionando a una nerviosa chica que ambicionaba establecer un proyecto de futuro de carácter positivo para ambos—. Alice, tienes que irte…

—¿Y a dónde me voy a ir, M.A? —respondió con su elegante retórica afanada por preservar su amabilidad pese a las trágicas circunstancias—. ¿Tan molesta soy como para que me quieras dar la patada tan pronto?

—Hablo en serio, Alice —disipó su humor cortés con una afirmativa de explícita rotundez—. Este sitio es seguro, y tú misma lo acabas de decir, así que, ¿qué pretendes hacer encerrándote aquí? ¿Vigilar que no me muerda la lengua? Nuestros compañeros están ahora mismo ahí fuera, pasándolas putas, y es muy probable que mueran si nadie va a ayudarles.

—Así que es eso… Mira, M.A, yo también estoy preocupado por los demás, pero no podemos hacer nada por ellos. Sería un suicido. Lo siento por Nicole y por Inma, pero tu salud va primero —le expuso revelando su reseñable grado de afecto hacia aquel individuo.

—No… no lo entiendes… —insistió él con determinación en la aseveración de su negativa—. No estoy hablando de Nicole e Inma. Ellas dos están libres, y no son estúpidas. Estoy seguro de que se las apañarán como buenamente puedan, igual que nosotros dos… Ahora, ¿te dice algo el nombre de Jessica?

—¿Jessica? —exclamó Alice aturdida por una referencia tan insospechada—. Pero ni siquiera sabemos dónde está… ¿Pretendes que busqué a ciegas, yo sola, y contigo medio muerto? Es que ni me lo planteó, vamos. Es una locura. Lo siento, pero no puedo hacerlo.  

—¡Olvídate de mí, joder! —despuntó él una exaltación que contrajo inconmovible su desecho organismo—. Ese niñato le pegó una puñalada a Jessica porque me comporté como un gilipollas, igual que hago siempre, y por culpa de eso, ahora la tienen presa en algún lado de este basurero, y teniendo en cuenta que estamos en busca y captura, seguramente esa puta irá a por ella y la utilizará para hacernos salir. Iría yo mismo si pudiera, pero es que no puedo…

—Ya, M.A, pero aun así… —continuó ella consolidando su incertidumbre a la par que el joven establecía una capacidad de convicción humildemente digna.

—Si algo he aprendido de la filosofía de mi hermana, es que los actos que realizamos deben ser pagados con sus correspondientes consecuencias, y yo nunca pienso en ellas… Alice, te estoy  pidiendo que hagas esto por mí porque sé de sobra que puedes hacerlo. Eres una de las personas más inteligentes que he conocido, aunque a veces seas un poco alocada. Estoy completamente seguro de que puedes encontrar a Jessica y ayudarla. Además, ¿te crees que puedo largarme y dejarte tirada en mi estado? Estaré aquí cuando regreses. Palabra de rubio.

La coaccionada Alice emitió un cargante suspiro en el que exhaló el término de su rendición frente a la certeza de su deber como responsable conjunta de los eventos acontecidos respecto a Jessica. 

—Primero, si eso es lo que realmente quieres, iré a buscar a Jessica, pero no creas que te vas a librar de mí tan fácilmente. Segundo, los dos estuvimos implicados en lo que le pasó a Jessica, así que no te eches toda la mierda encima. Tercero, ahora mismo vuelvo. No te duermas todavía —remató su aclaratoria encaminándose hacia la salida antes de discernir un enunciado que fue encajado entre un hilo de murmullos parcialmente imperceptibles.

—Vamos, demuéstrame que sigues siendo la chica de los proyectos.

Tras resurgir predispuesta a la discreción en el espacio perteneciente al ambiente exterior al kiosco confirmó la seguridad del terreno con su aguda vista segundos antes de incitar al sistema nervioso que recorría sus extremidades inferiores para impulsarse hasta las dimensiones en las que se repartían los afectados por la metralla despojados de su asquerosa vida de sanguijuelas infectas. Se detuvo junto al cadáver de mayor conveniencia debido a su proximidad y se apropió de su walkie, su cuchillo de combate y su pistola tras comprobar que el cargador de esta contenía el máximo de balas que su extensión le permitían, empleando como su herramienta de sujeción un par de fundas pertenecientes a aquel sujeto que estableció alrededor de su cintura. Posterior a ello, se aferró a los entrenados gemelos del muerto y concentró la vitalidad de su energía hacia una agotadora actividad de arrastre que condujo a ambos hasta la entrada del escondite desde el que M.A la observó con perplejidad cuando comenzó a desvestir al difunto cabrón.

—Señoras y señores —se aventuró este a asestarle una cruel mofa reuniendo el insostenible animo que todavía le mantenía consciente para tratar de imitar la chirriante rítmica de la jodida garganta de su torturadora—, sólo por esta noche, y en exclusiva, podremos presenciar cómo la señorita Alice da rienda suelta a sus perversos deseos necrófilos.

—No tienes gracia, M.A. Nunca la has tenido y nunca la tendrás. Acéptalo —escarmentó ella su estupidez una vez hubo desfogado a aquella vestimenta de batalla de la masa cárnica que la abrumaba antes de proceder a lanzar el aparato comunicativo y el arma de fuego recientemente obtenidos hacia la posición de reposo del comediante—. La pipa está llena, por lo que te servirá para defenderte en caso de que tengas algún problema. Te hablaré continuamente por el walkie, y te tendré bien controladito, así que asegúrate de responder de vez en cuando, o volveré aquí más preocupada de lo que ya estoy. Usaremos el último canal, el ocho. No quiero arriesgarme a que alguien más se cuele en nuestra conversación. Si tienes que decirme algo, hazlo con cuidado. Trata de no revelar tu posición o la mía, por si las moscas.

—Oído —confirmó el joven derrotado mentalmente ante los labios insaciables de Alice—. La próxima vez que me tope con la zorra que nos ha tendido la trampa, me haré una barba postiza con los pelos de su coño.

—Voy a hacer como que me has escuchado, y te apetece delirar un ratito, pero no te olvides que tú me has rogado que hiciera esto —le esclareció inmutable mientras ajustaba el camuflaje que la indumentaria de una alimaña a cuyo velatorio asistiría portando tan sólo su ropa interior le proporcionaba sobre la disposición de su NQB—. Es un poco raro llevar el traje de un muerto, pero bueno, a todo se acostumbra uno. Me marcho ya. Recuerda, M.A, que voy a volver, y más te vale seguir de una pieza. Palabra de rubia.

Alice cesó su amenazante despedida retornando los tablones de la puerta hasta su ubicación de cierre antes de regresar a la región explosiva de la plaza, donde se apoderó del walkie de otro luchador cadavérico y recubrió el vacío de su funda con su correspondiente pistola tras efectuar la lógica comprobación de su munición. Una vez finalizó su enumeración de las quince balas que yacían en el cargador, se deslizó hasta el conjunto de armamento que les había sido robado tras convertirse en las presas de aquella loca y rebuscó anhelante entre su infinidad hasta recuperar el arma que aquella bestia colosal a la que se habían enfrentado había destrozado mediante uno de sus gigantescos pies. Aunque aquella automática sería una completa inutilidad como utensilio defensivo hasta que acertase con un método de reparación, el valor sentimental que le atribuía le imponía a recuperarla, ya que se trataba de la pistola particular que había entregado a Selene el día en que fue mordida durante su expedición en el hotel tras salvar precipitadamente su vida, y que posteriormente había retornado junto a una carta de despedida. No quería perderla.

—Tendremos que volver más tarde a por todo esto. No puedo ir haciendo de mula de carga —comentó tras visualizar un cuarteto de máscaras antigás apiladas junto al armamento—. Sólo espero que no me salga un brazo extra…

Irradiada su perturbadora jocosidad, Alice agarró un rifle de asalto perteneciente a un tercer asesinado y realizó nuevamente la adecuada revisión de sus provisiones bélicas para asegurar la plenitud de su uniforme de incognito antes de osar a perderse entre sus pensamientos mientras contemplaba el oscurecido horizonte.    

—¿Y ahora qué hago? Vamos, piensa, Proyecto Alice.

Restableció la cortina decorativa correspondiente a una mugrienta ventana que armonizaba con el resto de elementos constitutivos del tugurio emplazada a la derecha de la puerta principal después de haber verificado el desconocimiento de sus oponentes hacia su escondrijo, iniciando tras ello una actuación interrogante inaplazable para la perdurabilidad de su ritmo cardiaco.

—¿Qué cojones ha pasado? —estableció una demanda informativa que simulaba conformar una proyección grupal a pesar de que un miembro en particular concibió al instante su auténtica naturaleza personal, expresándose con una quietud impropia de su carácter.

—Lanzamos la granada para ayudar a los guerrilleros mientras tú te encargabas de asegurar nuestro escondite. ¿Qué problema hay? Ese era el plan. Tú plan, ¿no? Lo único preocupante es que se nos ha descontrolado un poco la situación cuando estábamos en la plaza, pero al final ha salido bien —expuso Lilith adoptando una melódica expresión de convicción que Mike identificó como una petición de sincronización con su mentira.

—Sí… Sí, ese era el plan, pero se suponía que tenías que enviarme una señal, o por lo menos eso es lo que habíamos acordado. Me habéis pillado con la guardia baja —inventó disponiendo con productiva velocidad la inteligencia creativa de su cerebro—. En fin, supongo que da igual…

—Entonces, Mike… —se filtró Robi en su conversación manifestando en su quebrada voz una consternación impactante—. Cathy está muerta, ¿verdad?  

El propietario de la resolución a su incertidumbre traspasó una petición de amparo mediante una confluencia con los ojos entristecidos de su pareja, quien expresó su confirmación a través del movimiento de afirmación que su cabeza ejecutó.

—Dani la mató mientras intentábamos coger la granada. Fue rápido. No sufrió —relató Mike obviando los detalles innecesarios sobre su cruel asesinato—. Lo siento. Se suponía que eso no tenía que pasar.

—Sólo espero que no le pase a nadie más —se sinceró el chico sentándose sobre un taburete cuarteado para incrementar el grado de contención de su pena a través del silencio, induciendo en su dirigente una impresión de culpabilidad que le condujo al deseo de emisión de una oración que clausurase su intercambio de información.

—Bueno, chicos, teniendo en cuenta lo caliente que está el ambiente ahí fuera, va a ser mejor que nos quedemos aquí por un tiempo. He pensado que después podríamos…

—¿Y tú quién eres? —interrumpió Beatrix su arrojo estabilizando una cuestión de relevancia respecto a una forastera que exteriorizaba una reflexiva dependencia hacia la visión del exterior que le proporcionaba uno de los cristales del local.

—¿Hey? Esto… Inma… Soy Inma —reveló emulando una pasividad autómata sin desviar ni un mísero segundo su concentración de su obsesivo comportamiento.

—Es de mi grupo —intervinó Adán con la bondadosa intención de complementar su escueta presentación.

—Vale, como iba diciendo, descansaremos por aquí un tiempo hasta que las cosas se enfríen y después iremos a la librería que está a tres manzanas de aquí a por las mochilas que vamos a necesitar para cargar con los suministros que tendremos que tener ahí fuera para sobrevivir. Ya no se puede contar con los guerrilleros. Ahora solamente somos nosotros —consumó el líder su  propósito conclusivo tras la violenta suspensión efectuada orientando un actuación de estricta exclusividad hacia su compañera sentimental—. Lilith, me gustaría hablar contigo… En privado.

La requerida inspeccionó fugazmente los viciosos alrededores tras la reclamación efectuada hasta localizar una puerta específica cuya apariencia le anuncio que conectaba con una segunda sala perteneciente a aquel cuchitril.

—Hey, chicos, Mike y yo vamos a echar un polvo para relajarnos un poquito. No nos toquéis las narices, ¿vale? —declaró desvergonzada arrastrando al chico hasta la habitación que pronto sería testigo mudo de su intimidad.

—¿Qué van a echar qué? —consultó Adán reflejando el desconcierto que poseía a través del surgimiento de una relevante mueca de extrañeza.

—Oh, venga ya... ¿Qué tienes? ¿Cinco años? —se jactó Beatrix incrédula tras percatarse del realismo que constituía su aturdimiento—. Van a hacer el amor. Eso sí sabes lo que es, ¿no?  

—No sé… —le contestó profundamente meditativo—. ¿Van a follar?

—Sí, eso es. Van a follar —confirmó ella sintiéndose dominada por una emoción de diversión ante una franqueza tan irreprimible—. Bueno, no van a hacer nada, en verdad. Lo dice solo para que no les molestemos, pero a mí no me engaña.

—Joder, chaval, esto es como el cuartucho de un puticlub de mala muerte. Parece que vamos a follar de verdad —comentó una ordinaria Lilith tras examinar el hábitat en el que acababan de penetrar—. ¿Y bien, Mike? ¿Qué querías decirme? Y si vas a echarme mierda encima, ahórratelo, por favor.

—Tenías razón, Lilith —admitió remarcando una entonación derrotista en su frase—. Daniel no iba a volver nunca. Debería haberte escuchado. Podríamos habérnoslo limpiado en el primer encuentro en la biblioteca, y no habría matado a Cathy. Me siento muy culpable.

—Hey, Mike —exigió su atención abordando al apenado afligido en una severa reducción de su espacio vital hasta que pudo sentir su turbada respiración—, sé que Dani fue tu mejor amigo en su tiempo, y que no era fácil para ti. Yo sólo quería que vieras lo evidente. Él no era una mala persona, pero cuando cayó en las garras de la reina se transformó completamente. También es mi culpa, ¿sabes? Podría haber intentado que te dieses cuenta de una manera menos bruta, sin gritos ni discusiones. Pero ya me conoces. Soy una chica demasiado gilipollas.

—No, no lo eres —negó con contundencia su asentimiento—. Cada vez que te miro, lo único que veo es a una adolescente muy confundida por vivir en un mundo que no le corresponde.

—Ojala pudiera creerte, pero tengo mis dudas —rebatió ella oponiéndose con firmeza frente a su caritativa comprensión—. De todas formas, no me has traído para hablar de cómo me siento yo, sino de cómo te sientes tú, y tengo la sensación de que sólo has empezado a desfogarte, así que, adelante. Será mi castigo por no aprender a controlar mi ira.

—¿Quieres saber cómo me siento? —le obedeció con un reflejo de melancolía en la eufonía marchita de sus palabras liberando las represiones coaccionadas de su corazón—. Hay algo que no sabes porque nunca me he atrevido a contárselo a nadie. Daniel no fue sólo mi único y mejor amigo por mucho tiempo. Cuando éramos pequeños, nos prometimos que siempre cuidaríamos el uno del otro. Pasé dos años encerrado en un reformatorio con ocho putos años porque maté a un tipo del barrio que quería su cabeza. Y cada día de cada semana que podía recibir visita, él estaba ahí, dándome las gracias, diciéndome que tendría que haberle dejado morir porque se lo merecía, y prometiéndome que no se iba a separar de mí en cuanto saliese. Y así fue… Cumplió con su parte del trato… Recuerdo el momento en el que su madre murió, cuando empezó todo esto, y me cogió la mano y me pidió que no le soltara… Nunca he vuelto a ver esa persona. Fue devorada por un monstruo que arrancó su corazón y adoptó su forma. ¿Quieres saber cómo me siento? Me siento traicionado. Me siento decepcionado. Y siento vergüenza de mí mismo.

Tras su extenso monólogo, Mike concedió a su agotamiento una acción de reposo efectuada sobre un sillón cercano sin retirar su conciencia del aspecto conmocionado que Lilith exhibía.  

—Mike… Yo… Lo siento… Por todo… —se disculpó con pesar acongojada por sus deshonrosos comportamientos.

—¿Y quieres saber por qué siento vergüenza de mí mismo? —prosiguió él con la vehemente expulsión de sus remordimientos—. Porque cuando estaba ahí, en la biblioteca, reventándole la cabeza con el martillo, recordé todos esos momentos que te acabo de contar, y no sentí nada… Supongo que lo único que hacía era matar al monstruo Danitriz, no a mi amigo Dani, pero a pesar de ello, no pude evitar gozar cada segundo hasta que su rostro se quedó totalmente destrozado. Lilith, ya me convertí en un monstruo una vez, y por culpa de ello, le fallé a Daniel. Solté su mano, y él se transformó en otro monstruo mucho peor que yo. No quiero que eso vuelva a pasar otra vez. No quiero convertirme en un monstruo otra vez, y no quiero que tú te acabes convirtiendo también en uno. Es una experiencia que nadie debería poder vivir jamás.

Una vez conferida la compartición de sus recónditos sentimientos, la adolescente se trasladó hasta el asiento en el que su pareja se había instalado para acurrucar cómodamente su trasero sobre los cuádriceps de este mientras organizaba mentalmente la seguridad de la respuesta que le iba a otorgar.

—Mike, tú eres la razón por la que el monstruo que vive en mi interior no ha tomado todavía el control sobre mí. Siento todo lo que ha pasado hoy, y todas las cosas horribles que te he dicho. No las decía en serio. Es sólo que… estaba muy nerviosa por todo lo que se nos venía encima, y las cosas no paraban de ir de mal en peor cuando necesitaba que fuesen bien. Te prometo, Mike, por mi madre muerta, que voy a intentar controlarme mucho más para que no pase otra vez. Al menos contigo. No te mereces tener que estar aguantando mis mierdas… Por favor, perdóname.

—Lilith… No hay nada que perdonar… —la tranquilizó con su implacable seguridad robándole un dulce beso de sus amargos labios mientras entrelazaba sus dedos con los de ella—. Te quiero, cielo, y nunca soltaré su mano.

—Y yo no dejaré que eso pase nunca —declaró la chica reclinando delicadamente su cabeza sobre el pecho de él—. Te quiero, Mike.  

Una estridente denotación se propagó a través de la extensa avenida por la cual transitaban aceleradamente ocasionando el áspero derrumbamiento de un corredor que ostentó al instante una destructora perforación en su cerebro. Nicole aminoró su desbordada velocidad para evitar sufrir perjuicio alguno tras la consolidación de aquel cadáver, pero la distancia que se desprendía entre ambos durante la huida había sido tan limitada que su caída fue inevitable.

—¡¡¡Vamos, chicos, vamos, moveos!!! ¡¡¡Ya casi hemos llegado!!! —les alentó una guerrillera en particular mientras desaparecía tras evadirse hacía la derecha en la intersección más cercana  junto al resto de sus compañeros.

La derrumbada logró reincorporarse fugazmente a aquella maratón mortífera suplicando por su supervivencia al repentino francotirador antes de perseguir la dirección específica por la cual el gentío se había decantado hasta ubicarse junto a la estructura arquitectónica que estos habían consolidado como refugio, identificándola súbitamente como la comisaria de aquella prisión tras examinar presurosa la decoración externa que embellecía su aspecto. Dos individuos rezagados aguardaron hasta el instante exacto en que Nicole se reunió con ellos bajo el cobijo seleccionado para reestablecer las puertas pertenecientes a la entrada en su posición de seguridad usual.

—Joder, ¿nadie se enteró de que Michaela tenía francotiradores? —protestó Tyson tratando de recobrar la estabilidad corrompida en su ventilación pulmonar—. Esos cabrones han logrado cargarse casi a la mitad de los que sobrevivimos en la explosión. ¿Quién coño habrá lanzado esa granada?   
  
—Seguramente fuese el grupo de chicos que se iba a unir a nosotros, pero eso da igual ahora —esclareció acelerada Diana estimulada por su premura—. Si esos francos tienen contacto con Michaela, y apuesto a que lo tienen, entonces saben dónde estamos, así que no tenemos mucho tiempo. Tenemos que ir a por las armas, equiparnos y preparar un plan de contingencia en poco menos de un minuto o dos. También necesito que un pequeño grupo bloquee la puerta con todo lo que le sea posible antes de venir a tomar su armamento. No creo que un par de mesas y sofás retrase demasiado a la tropa que viene a por nosotros, pero puede darnos unos segundos extra. ¡Venga, vamos, moveos, moveos!

La antigua agente de policía se apresuró en desplegar su impulsiva intervención hacia aquella labor estimulada por la mandataria improvisada enlazando su trabajo al de cinco desconocidos para lograr configurar un principio de barricada en un minuto escaso de tiempo. Posterior a ello, conscientes de que una dedicación excesiva a la obstrucción podría desembocar en una tragedia gratuita, los guerrilleros se abalanzaron hacia un pasillo contiguo en el cual ascendieron por unas escaleras mientras Nicole perseguía sus imágenes entre la penumbra de la comisaria hasta que se detuvieron en una sala determinada que su equipo empleaba como región de abastecimiento recuperando un cuantioso armamento de calibre variado.

—Vale, este es el plan de contingencia en el que yo he pensado —convocó Diana a sus amigos compartiendo la operación que su materia grisácea acababa de idear—. Todos nosotros estamos muertos, hagamos lo que hagamos, y eso es un hecho. Es verdad que aún tenemos la posibilidad de huir, salir de aquí, e intentar sobrevivir fuera de esta base, pero muchos de nosotros tenemos una familia que pagará las consecuencias si nos marchamos. Además, este es nuestro hogar. Un hogar que esa perra ha ido convirtiendo poco a poco en una puta cárcel. No podemos abandonar lo que nos pertenece por derecho y largarnos de aquí como unas ratas cobardes. Braun depositó su fe en nosotros, y le vamos a demostrar, todos juntos, que no se equivocaba. Pase lo que pase de aquí en adelante, os puedo asegurar que Michaela estará muerta, porque van a ser nuestras armas las que la destruyan, liberen a nuestra gente y permitan dormir a todas las almas que nos ha arrebatado. ¡¡¡Dios salve a la reina!!!

—¡¡¡A por ella!!! —gritó enardecido Sam promoviendo una jauría de enaltecidos alaridos que estremeció la integridad de los cimientos policiales.

—Hey, tú, escucha… —desvió Diana su interés hacia la joven de cabello rubio que se asentaba como el deseo inherente de su objetivo mientras le entregaba un rifle de asalto completamente cargado—. Necesito que te vayas, ahora mismo, antes de que Michaela aparezca.

—Yo no me muevo de aquí —se negó contundentemente a la aceptación de una ordenanza efectuada por una líder anónima que jamás comprendería la importancia de la relación que unía su espíritu al de su hermanastra—. Michaela es mi responsabilidad. Siempre lo ha sido…

—Escúchame… —ejecutó la guerrillera su segunda tentativa adoptando el carácter propio de un suplicante—. Michaela viene a buscarte a ti. Si te ve con nosotros, podría revolucionarlo todo, y nuestro plan de contingencia se iría a la mierda. De hecho, siendo sincera, nosotros queríamos luchar junto a ti y tu equipo contra ella, pero después de lo que ha sucedido, no quiero arrastrar a nadie más a la muerte. Vete, por favor… Encuentra a los tuyos, largaos de este lugar, y olvidad que alguna vez existió. Michaela no va a salir de esta comisaría con vida. Te lo garantizo.

El retumbar de un ofensivo impacto proveniente del piso inferior les indicó que sus enemigos acababan de colisionar con una barrera defensiva que no iba a protegerles de la masacre que se avecinaba.

—¡¡Vamos, vete!! —la presionó lanzándola ligeramente hacia el exterior de su armería antes de inclinar nuevamente sus disposiciones hacia sus compañeros—. ¡¡Nos pondremos junto a las escaleras, cubriendo todo el ancho de la zona!! ¡¡¡Y recordad disparad todos contra Michaela!!!  ¡¡Ella es la única que importa!! ¡¡Venga, vamos, vamos!!

A pesar de que su apetito voraz le insistía en permanecer en el fragor de la batalla para poder arrancarle la tráquea a aquella puta con sus propios dientes, Nicole obedeció su petición rendida por su pretensión de impedir que sus decisiones continuasen generando daño a las personas de su ámbito social. Descendió apremiadamente los escalones que la distanciaban hasta posicionar su palpitante organismo sobre la superficie de la planta baja al tiempo que una segunda colisión sincronizada permitía a un numeroso grupo de soldados profesionales internarse en la comisaría y comenzar a expandirse rápidamente a la caza de los fugados ante el gesto identificativo de la dirigente. La amenazada se deslizó disponiendo de un veloz sigilo hasta penetrar en una estancia cercana en la cual pudiese instituir un escondite temporal.

—¡Mi señora! ¡Están aquí! —alertó uno de los exploradores tras contemplar una distribución amenazante acomodada por los guerrilleros en el corredor superior, ocasionando el surgimiento repentino de una monarca notablemente irritada custodiada por su incontable camaradería.

—Wuo, vaya recibimiento a bombo y platillo, con miles de armas apuntando a mi cara. Es lo que toda mujer desearía que le hiciesen cada mañana al levantarse —comentó hilarante frente a la excentricidad que se habían atrevido a erigir—. En fin, no he venido hasta aquí por vosotros, sino por mi hermanastra. Sé que os estaba siguiendo, así que probablemente andará por algún rinconcillo de este basurero, recordando lo patética que ha sido siempre su vida. A quien sea un buen chico y me diga donde está, le dejaré que escoja morir como él quiera. Y, si no, pues da lo mismo. La voy a encontrar igualmente.

—Vas a morir, Michaela. No vas a salir de esta comisaría con vida —la desafió Diana aferrada firmemente a su escopeta, originando una irrisoria carcajada en su prepotente receptora. 

—Oh, venga, esa es una acusación sin sentido. ¿Me puedes explicar su fundamento? ¿No se supone que soy la villana de toda esta historieta de la guerra que os habéis montado? ¿Y cómo es que voy a morir ahora? ¿No sería anticlimático?

—Me importan una mierda tus delirios, puta zorra. Esto es por mis amigos… Te veré ardiendo en el infierno —espetó apuntando hacia su pecho antes de presionar el gatillo sin contemplación alguna.
 
Una terrorífica expectación se apoderó momentáneamente de la consonancia de cada bando espectador de semejante atrevimiento mientras la reina se acariciaba suavemente la estructura cárnica que la pólvora debería haber aniquilado. La tiradora enmudeció atónita cuando observó la deslumbrante sonrisa con la que Michaela adornó su rostro junto a un centenar de rifles que se elevaron para constituir una amenaza real.  

—Todavía no —detuvo su líder la carnicería que se disponían a elaborar al mismo tiempo que  reorientaba la plenitud de su atención hacia la intrépida cucarachita—. ¿Qué ha pasado, cariño? ¿Has perdido tu bala? Déjame enseñarte cómo se hace…

Formulada su tolerante propuesta, Michaela alzó su revolver Wesson y propulsó un proyectil que atravesó limpiamente el globo ocular de Diana, quien se derrumbó estrepitosamente antes de que rodase intrincadamente por los escalones dispuestos frente a su cadáver hasta detenerse junto a los pies de su asesina, quien se deleitó pérfidamente mientras el desorden se remarcaba en las facciones de los fugitivos.

—Seis… ¡Agh, por favor, mirad esas expresiones! —chilló excitada ante el temor que volvía a ser distinguibles en la tensión exhibida por sus subordinados civiles—. ¡Veros morir va a ser aún más emocionante que el juego del ahorcado! Os lo garantizo.   



#Naitsirc y Sacedog

Forma de lectura alternativa de la historia: