Big Red Mouse Pointer

domingo, 25 de enero de 2015

NH2: Capítulo 044 - Dualidad

Y allí estaba ella. Sometida como una muñeca de trapo frente a su némesis. Era irónico como la vida en aquel mundo no era más que una ruleta rusa en la que el valor de tus acciones ya no importaba. Mientras ella estaba entre rejas sufriendo las violaciones de un grupo de ogros deformes sin sentimientos, Michaela estaba construyendo un imperio. Mientras ella estaba en pleno proceso de recuperación de un trauma que todavía seguía muy arraigado en su corazón, Michaela se había convertido en la tirana de cientos de personas que la consideraban una líder excepcional, una “líder” que sólo ansiaba obtener mucho más poder del que ya de por sí poseía. Y mientras Nicole se encontraba reducida a merced de su hermanastra, esa bruja sostenía el cuchillo en el cuello de Adán dispuesta a rebanárselo si no aceptaba su maravillosa oferta de traición.

Si entregaba al grupo, estaba condenando a todo el mundo, pero, ¿cuál era la otra opción? Si se negaba, mataría al chico, ella sería la siguiente, y probablemente utilizaría sus propios efectivos para localizar a sus amigos, pero si aceptaba, tendría una pequeña oportunidad, aunque fuese mínimamente remota, de jugar con su querida hermanita. La mala víbora de Michaela podía ser una máquina muy calculadora, pero nunca había considerado demasiado las posibles consecuencias de sus actos cuando se trataba del sufrimiento de la rubia a la que tanto amaba. Tenía que hacerlo, debía hacerlo, pero no podía fallar. Por todos los que habían muerto en manos de “Zodiaco” y por aquellos vivos a los que aún continuaban acosando como carnada de dinosaurio, no podía fallar. Y por Adán... Especialmente por él.   

—Está bien, está bien, acepto tu maldita propuesta, pero suelta a Adán de una jodida vez —gritó Nicole invadida por el despertar de una inmensa rabia latente. Michaela mostró su sonrisa pérfida de vanidad, muestra del mayor de los deleites que esa zorra de mercadillo hubiese experimentado en mucho tiempo, y estampó al pobre Adán contra el suelo sin ningún tipo de remordimiento. 


—Fox, llévate a este críajo de mi vista. Ponlo en la escuela, con todos los demás. Oh, y asegúrate de que no se pasen mucho con él. No queremos que este adorable chiquitín muera, ¿verdad, Nicole? 

—Faltaría más, señora. Procuraré que no haya demasiada sangre. La pobre Rachel ya limpia demasiado durante el día.

Una vez el perrito amaestrado de Michaela se hubo saciado con su sádico regocijo, arrastró a Adán del brazo y lo sacó de la oficina con la misma delicadeza que habría empleado trasladando un saco de patatas. El niño susurró el nombre de Nicole como una plegaria a un ser superior, pero, desgraciadamente, su protectora no se consideraba mucho más importante que una pulga bajo el yugo de su hermanastra. Lo único que se vio capaz de hacer fue enviarle un mensaje de ánimo al chico gesticulando con sus labios un mensaje que ni siquiera ella misma comprendía por completo. Le prometió que iba a estar bien. Era impresionante como Nicole se aferraba al sentimiento de esperanza como si del borde de un precipicio se tratase. De hecho, lo era. 

Pero su fe no importaba en absoluto. Ellos no rectificaron en su decisión de reclamarlo como suyo. La impotencia la poseía mientras contemplaba como le forzaban a marcharse a un destino que era demasiado incierto.

Las botas de Michaela expandieron una melodía rítmica de pasos a lo largo y ancho de la oficina que muchos habrían denominado como eco, pero que Nicole sólo podía relacionar con una especie de danza de la muerte realizada por un depredador justo en el momento anterior al destripe de su presa. No había ninguna diferencia. Y fue cuando aquella puta de ultrabarrio la agarró de su barbilla y la obligó a mantener su mirada repleta de ira, rencor y odio sobre una dominada por la victoria, el gozo y la superioridad que sintió como realmente lo estaba haciendo. Se estaba comiendo su alma, como un parásito que la destruía poco a poco desde su interior. Eso era Michaela. 

—Esto va a ser muy, pero que muy divertido, Nicoleta.    

Y allí estaba ella. Tirada en una esquina de aquel cuartucho de mala muerte en un asqueroso edificio abandonado con las piernas abiertas aguardando a que el profundo dolor que estaba desintegrando sus órganos cesase de una jodida vez después de ocho horas de intenso sufrimiento. Como única compañía, la colonia de hormigas que acariciaba sus pantorrillas y el moho negruzco que revestía su espalda. Y Margaret, por supuesto. Su improvisada matrona. 

—Vamos, empuja, empuja, sigue empujando. Ya estoy viendo la cabeza. Venga, sigue, lo estás haciendo muy bien, sigue. 

Y ella lo intentaba. Por supuesto que lo intentaba, pero no podía. Ese puto bebé no ponía nada de su parte para salir a su nuevo mundo, y no le extrañaba en absoluto. Si tan sólo se muriera durante el parto. Si tan sólo no tuviera que sentir el desprecio de una madre que no le quería. Si tan sólo no se hubiese dejado embaucar por aquel hijo de puta, las cosas habrían sido mucho más fáciles. Tal vez todavía podían serlo… Tal vez… Sólo tal vez. 

—¡Oh, no, no, no! ¡Tiene… tiene el cordón umbilical enrollado alrededor del cuello! ¡Aguanta, voy a cortarlo! Voy a cortarlo, sí, voy a cortarlo. 

—Agh, esto es asqueroso —exclamó Adán repugnado por la visión tan desagradable del comic con la que se había tropezado, cerrándolo casi como en un acto reflejo. 

—Venga ya, ¿qué es lo que has visto? ¿No habrás cogido un comic de la sección de adultos? —preguntó su hermana fingiendo hallarse escandalizada cual niña inocente al descubrir una mentira de sus padres y tomando el libro de historietas de dibujo en cuestión para comprobar que era exactamente la imagen que le había asqueado tanto. Contrario a lo que su chico había pensado, Eva sonrió con aquella escena que tan tierna parecía a sus ojos. Era una verdadera lástima como sus sentidos jugaban con ella al despiste—. Oh, por favor, pero si solo es un parto.

—Es un bebé naciendo, con sangre y gritos. Una vez vi uno y no me gustó nada —argumentó frunciendo el ceño disconforme. 

—Es algo natural. Tú también llegaste al mundo así, y no te vi quejarte tanto entonces. Bueno, excepto por los berridos que pegabas. Aquello era inhumano. 

—¿Tú estabas cuando yo nací? —saltó repentinamente Adán con una mezcla entre confusión e ilusión. 

—Pues claro, hombre. No me lo iba a perder. Por nada del mundo, vamos —contestó Eva con un tono de voz tan maternal que hasta a ella misma le pareció sumamente ridículo—. Hey, deja de reírte de mi voz de niña buena. ¿Quieres que llame al tío de los cigarros? 

Las carcajadas retumbantes del chiquillo cesaron justo al escuchar esa última amenaza. No quería que atrajera al hombre del saco moderno, eso desde luego. 

—Presente —anunció el temido en cuestión sorpresivamente, sobresaltando a ambos. Eva se giró rauda hacia la entrada de la tienda de cómics en la que se hallaban sólo para descubrir al maligno adentrándose cargando con una garrafa de agua, que instantáneamente depositó en el mostrador, librándose de su más que molesto peso—. Bueno, pues aquí tenéis la mercancía que ha encontrado el tío de los cigarros. Y si no os importa, creo que voy a hacer mención a mi nombre y echarme uno. 

Y una vez concluida la breve conversación sobre las novedades de su estado, el tipo cumplió sin demora con su palabra, apartándose en dirección al estante de los comics de superhéroes mientras encendía un cigarrillo con su mechero e inspiraba toda la nicotina del ligero tabaco. Tampoco tardó demasiado en concentrarse en la lectura de una de las historias ficticias que allí se hallaban dispuestas, olvidando por completo la presencia de otros seres humanos en el lugar. 

—En fin, cada zumbado con su tema —resopló Eva referenciando a ese misterioso tío de los cigarros y su extravagante comportamiento—. Voy a guardar la garrafa que ha traído en el almacén de ahí atrás. No tardo. 

Pero cuando la joven se estaba ya marchando con ligereza para cumplir con su cometido, fue inesperadamente detenida por una petición del renacuajo realmente interesante. 

—No, espera, no te vayas. Es que… quiero decirte una cosa —comenzó a hablar con timidez—. Es que… te conozco desde hace una semana, y no sé nada de ti, y ahora que estamos más tranquilos, bueno, yo pensaba que me ibas a hablar sobre ti, y yo sobre mí, porque somos hermanos, y tenemos que saber sobre nosotros, porque… es importante. 

—Emmm… Bueno, sí, vale, claro que sí. ¿Qué quieres saber sobre mí? —aceptó su propuesta una vez Eva verificó que realmente había comprendido el significado de aquel enredo de palabras. 

—No, mucho mejor, vamos a jugar a “yo confieso”. Yo digo una cosa sobre mí, tú otra sobre ti, yo sobre mí, tú sobre ti, y así hasta que nos cansemos, ¿vale? —le explicó Adán con infinita emoción. A su hermanita no le atraía demasiado participar en aquel juego de niños, pero, ¿quién era ella para destruir su ilusión?—. Venga, va, empiezo. Yo confieso que… me encanta comer chocolate a escondidas, aunque no suelo hacerlo muchas veces. 

—Bueno, pues… —comenzó a meditar Eva sobre todo aquello que podía contarle sin generar un maremoto de problemas—, yo confieso que me comía las palomitas a puñados como una cerda cuando… iba al cine. La verdad es que no soy muy amiga del dulce. 

—Yo confieso que me castigaban siempre en el orfanato porque me bebía el café de los mayores. Pero no era mi culpa. Es que me gustaba mucho. Lo probé un día y no podía parar —murmuró Adán mostrando su característica carita de niño bueno que no ha roto un plato en su vida, recibiendo un bufido irónico por parte de la hermana. 

—Pues entonces, yo confieso que me encantaba tomarme los cafés bien cargados que hacía papá. Lo único que él si me dejaba. Si hasta me los preparaba cuando se los pedía. 

—Yo confieso que… echo de menos a mis amigos del orfanato —habló el niño apenándose repentinamente. 

—Yo confieso que también echo de menos a algunos de mis compañeros del ejército, pero es lo que tenemos, y hay que salir adelante con ello. 

—Yo confieso que nunca he estado enfermo —comentó el chiquillo enorgullecido de sí mismo, cambiando muy abruptamente de tema. 

—Guau, menudo sistema inmunitario. Pero seguro que has estado enfermo de pequeño. Lo que pasa es que no te acuerdas. Bueno, yo confieso que me han operado del apéndice y de la vesícula, con ocho y diez años. Ah, pero seguro que tú no sabes que son. Da igual, no importa. Sigue, anda. 

—Yo confieso que… me caen bien Florr y Lucía, aunque el de los cigarros me da un poco de miedo —murmulló dirigiendo una mirada fugaz al susodicho, que todavía seguía encerrado en su mundo interior, fumando y leyendo como si no hubiera un mañana. 

—Pues entonces yo confieso que el de los cigarros es un amargado y un sin sangre, y nadie le soporta —vociferó Eva a pleno pulmón a propósito para que este la escuchase perfectamente, asustando y sobresaltando al pobre Adán, que empezó a rezar para que el de los cigarros no tomara represalias. Afortunadamente, el fumador impulsivo parecía fingir que aquellas injurias no habían penetrado en sus oídos, o sencillamente, le importaban lo mismo que ellos dos. La provocadora refunfuñó decepcionada ante de proceder a hablar.   

—Agh, pues nada, a palabras necias, oídos sordos, ¿no? Venga, va, te toca. 

—Pero… es que… ya no sé qué decir. ¿Por qué has hecho eso? —protestó el niño con respecto al intento de exaltación del tenebroso hombre del saco.

—Pues nada, ya pienso algo yo. A ver… Emmm… Yo confieso que… echo mucho de menos a mi madre.

Pero Eva no se percató de las consecuencias de su inocente confesión hasta que ya era muy tarde. El sentimiento de alegría y felicidad infinita de su pequeño pronto se había tornado en uno mucho más oscuro. La depresión, el dolor, la frustración… Todos habían emergido. 

—Yo… confieso… que… la odio… por abandonarme. No quiero odiarla, pero la odio. La odio mucho. 

Unas amargas lágrimas resbalaron por la mejilla del chicho, consiguiendo que aflorase en su hermana una profundo e intensa sensación de culpabilidad absoluta. Lo había vuelto a hacer. Lo había estropeado todo. Como siempre. 

—Hey, ven aquí. Vamos, ven aquí —trató ella de animarle acurrucando su cabeza tiernamente sobre su pecho como una madre que cuida de su pequeña cría mientras esta desahogaba todo aquel rencor reprimido en su interior mediante el llanto. 

—Porfa, no te vayas tú otra vez… Quédate conmigo, no te vayas —suplicaba este aferrado a las caderas de la que por momentos era el único apoyo anímico que le quedaba, una hermana mayor surgida de la nada, con la que había compartido sólo siete días. Pero siete días podían llegar a ser toda una eternidad cuando su significado era muy relevante. Y en este caso, lo era.

—Hey, ¿qué estás diciendo? Yo nunca te dejaría. Te lo prometo —juró Eva solemnemente clavando sus ojos color esmeralda resplandecientes en las pupilas dilatadas de Adán—. Te seguiría hasta el fin del mundo si fuese necesario, cariño. Hasta el fin del mundo.    

El fin del mundo… Allí era donde se sentía en aquellos momentos, arrodillada, petrificada frente a la bifurcación que se abría ante su persona. Aquel lugar satánico… Aquella carretera… La ruina y el desastre que la envolvían, una elección que podía desembocar en una destrucción todavía peor o en su salvación. ¿No era aquella zona del infierno de Mississauga acaso una metáfora muy precisa de su propio alma? Tal vez. No lo sabía. Pero si de algo estaba segura era de que debía escoger un único camino, una única vía, un único tránsito hacia su destino, tanto física como espiritualmente, y no era otro que aquel que le condujese hasta su hermano. No había más opciones posibles. 

—Chicos, ¿qué vamos a hacer ahora? —preguntó Inma tratando de recuperar su condición física normal tras la reciente huida efectuada. 

—No lo sé… Joder, no lo sé… Necesito sentarme dos minutos —espetó Alice estrellándose muy bruscamente contra el arcén, completamente agotada. 

—Tenemos que volver al lugar donde nos separamos. Hay que volver. No puedo dejar a Nicole tirada otra vez. Es que no puedo —apareció Davis presentando una idea con firme convicción, aunque esta no fuese muy bien recibida por cierto individuo. 

—Vamos a ver, que todo el mundo se tranquilice de una puta vez, porque me estáis poniendo muy nervioso —regruñó M.A, imponiéndose autoritariamente ante los presentes—. Mira, Davis, lo siento, pero por mi parte, no estoy dispuesto a salir ahí fuera hechos una mierda después de la pelea contra ese bicho, sin comida, sin agua, sin munición, y además, en plena puesta de sol, por no hablar de que no tenemos elaborado el más mínimo plan. ¿Pretendes que andemos a ciegas por si nos los cruzamos de frente hasta reventar? No, no y no, me niego. Nos quedamos por aquí, buscamos un refugio seguro, descansamos por esta noche, tratamos de buscar algunos suministros, y salimos mañana temprano a buscarles, en condiciones mucho mejores. Vamos a usar la cabeza por una vez, por favor os lo pido, que para eso está, no para pasearla de adorno. 

—No estoy de acuerdo —refunfuñó Davis con la cabeza ligeramente ladeada hacia el arcén, el ceño fruncido y el labio retorcido. Desde luego, la insolidaridad de su supuesto amigo no debía haberle sido muy agradable. 

—Davis tiene razón. En las desapariciones, las primeras horas son fundamentales. Recuerdo cuando uno de nuestros niños se perdió mientras estábamos viajando, y nuestra gente esperó demasiado para salir a buscarlo porque decían que tenían que organizarse y prepararse bien. Para cuando quisieron encontrar al chico, ya le habían mordido —soltó Jessica un convincente argumento que hizo a los demás recapacitar sobre si la ignorancia de su sentido del deber era la mejor opción. El único que no tragó demasiado bien sus palabras fue M.A, quien parecía haber recibido un tiro en la boca del estómago. 

—Nadie te ha pedido tu opinión…

—¡M.A! —saltó Maya veloz como una gacela, perfecta conocedora del terreno peligroso que estaba tanteando su compañero. Además, seguro que tampoco quería que el rubio acabase con su bonita cara partida o sin posibilidad de descendencia futura—. Chicos, yo creo que los tres tenéis razón. Podemos separarnos, formar dos grupos. Los que quieran salir a buscar, que vayan, y los que prefieran esperar y descansar, que se queden por aquí. Así todos ganamos, incluidos los desaparecidos. ¿Qué pensáis? 

—Ya, ¿y qué pasa si esos dos ya están muertos o mordidos? ¿Y si por salir ahora no logramos más que perder a otro de los nuestros? ¿Sobre quién crees que va a caer la responsabilidad de esas muertes, eh? —arremetió M.A de nuevo, disconforme, hundiendo el robusto pilar que la chica estaba consiguiendo construir hasta el más mísero de los subsuelos cual potente carga explosiva. Maya ni siquiera abría la boca. Lo cierto era que no supo cómo podría contestar a aquella pregunta trampa—. Lo suponía.  

Davis sí tenía intención de contestarle, y no precisamente de buenas maneras por cómo había cruzado sus brazos, pero el ruido de una corredera atrayendo su atención se interpuso en su objetivo. Cada uno de los miembros de ese grupo tan desintegrado contempló cómo Eva había abandonado finalmente esa extraña posición de rezo que había mantenido prácticamente desde la noticia de la pérdida de su hermano, y recargaba su arma a la vez que se alejaba de ellos a gran velocidad. Se estaba marchando, por su propio pie, y sin comentar absolutamente nada a nadie, como un auténtico lobo solitario. 

—Hey, hey, hey, ¿a dónde coño te crees que vas? —la detuvo M.A interponiéndose en ese camino tan visible que presenciaba y empujándola ligeramente para impedir que su avance prosiguiese. A nadie le gustó aquel movimiento. Después de casi un mes compartiendo techo, todos sabían que cualquier mínima chispa entre esos dos polos opuestos, les haría arder sin reserva alguna. Incluso Jessica, quien prácticamente no conocía la historia existente entre ellos dos, se acojonó ante tal actuación. Alice levantándose de un salto, perpleja ante la situación, tampoco era una buena señal. Pero lo peor de todo fue la mirada de asesina sanguinaria que Eva dirigió a aquel manco estúpido aspirante a líder. M.A la reconoció de inmediato. Era la misma marca de desprecio con la que Florr le había amenazado muchas veces, pero mientras que la de la niñata se percibía demasiado falsa como para creérsela, la suya era tan real que no estaba dispuesto a acobardarse ante ella. 

—¿Qué coño estás haciendo? ¿Te crees que eres alguien como para venirme con esos aires de chuloputas, eh? —se cebó con él realmente furiosa por la intromisión. El aspecto de la gruesa vena que recorría su cuello servía como un complemento estupendo a su ira. Pensar que iba a explotar no era nada descabellado.

—¿Cómo que qué coño hago? Estamos intentando montar un plan entre todos para buscar a esos dos desaparecidos, y tú te piras, así, como quien no quiere la cosa. Ala, cacho mierdas, ahí os quedáis haciendo el imbécil, que yo, la mejor del mundo, voy a hacer lo que me salga del cimbrel, como siempre. Pues no, las cosas no funcionan así, joder. Esto es un grupo, y si hay que hablar de algo, se habla, no se pasa de ello como de la mierda. ¿Te ha quedado claro? —se desfogó M.A, expulsando todo el rencor acumulado hacia esa zorra pasota. 

—Igual que tú lo hablaste cuando te fuiste al bosque dándole de ostias a quien no te dejaba largarte, ¿no? —le atacó ella en aquel rincón de su corazón en el que más daño podía causar, y no precisamente de manera inconsciente. Davis y Alice expresaron simultáneamente sendos rostros de desconcierto ante la noticia. M.A había mantenido aquel arrebato como un secreto que nadie había desvelado… hasta entonces—. Mira, pelo Pantene, a ver si te enteras de una vez. Tú no mandas en mí. Si quieres creer que eres el líder de este grupito, como tú dices, pues muy bien para ti, manda sobre ellos, pero yo no soy parte de tu intento de dictadura. Yo formo parte del grupo de Puma, del grupo de Florr y del grupo de mi hermano. ¿Ves a alguno de ellos por aquí? ¿No, verdad? Pues cierra tu bocaza y apártate de ahí de una vez, muy anormal —terminó la joven su apuñalamiento, apartando de su vista a aquel tipo con un empujón mucho más violento que el propinado anteriormente por el rubito chulito.   

M.A ya ni siquiera se molestó en volver a desplazar sus labios ni realizar un segundo intento de detener a esa gilipollas. Si quería arriesgar su vida inútilmente, que lo hiciera. Y si un mutante la cazaba, violaba y decapitaba, pues mucho mejor. 

—Si alguien tiene un poquito de conciencia, puede venir conmigo. Los demás podéis quedaros ahí —se despidió Eva con toda la cordialidad que le quedaba. 

Casi al instante de haber desplegado su peculiar ultimátum, Davis desenfundó su pistola Glock y comprobó la munición que aún mantenía intacta. La frustración que le envió M.A con una penetrante mirada fue indescriptible. 

—Por favor, dime que no estás pensando lo que yo creo que estás pensando…

—Lo siento, amigo, pero sí Nicole estuviera aquí, diría que debemos cuidar los unos de los otros, como un grupo unido, y eso es lo que voy a hacer —habló Davis plenamente decidido sin importarle por momentos lo que sus acciones pudiesen suponer para la fidelidad de M.A. Las prioridades eran las prioridades. 

—Yo también voy —se animó Jessica, provocando un principio de infarto a su pareja. Todavía no se había marchado, y el primero de sus problemas ya se había presentado.

—No, Jess, tú no vienes. Tal y como estás no, ni borracho, vamos. Y esta vez lo digo en serio, y voy a ser inflexible. Tienes que cuidar de ti misma y de ese bebé —se negó en rotundo su chico como buen padre sobreprotector que pronto sería. Pero a Jessica no le sentaba muy bien que la trataran como a una maldita muñeca de porcelana después de haber formado parte del gobierno de un grupo de supervivientes de un tamaño considerablemente mayor. 

—Sí que voy, Davis. Y tanto que voy. Ni tú eres mi amo ni yo tu sirviente, así que deja de tomar decisiones por mí. Voy a ir, quieras o no, te guste o no. 

—Está bien, que todo el mundo se calme —intervino Maya enfriando aquel ambiente a sucia pelea tabernera por segunda vez consecutiva cual dulce voz de la razón—. Jessica, necesito que te quedes aquí y cuides de Inma por mí. A cambio, yo iré con Davis, y vigilaré su espalda. ¿Me harías ese favor? 

—Espera, ¿qué, cómo? —se sobresaltó Inma ante la decisión arriesgada por la que su prima había optado. No quería perderla también. No, a ella no. 

—No te preocupes, estaré bien. Lo único que tenemos que hacer es salir, tratar de buscarles por los alrededores, y luego, volver aquí mismo. Iremos con todo el cuidado del mundo. Te lo prometo —intentó ella calmarla con una cuidadosa selección de palabras tranquilizadoras. Pero no funcionó con todo el mundo. 

—¿Así que tú también, Maya? ¿Es que ahora vais a ir todos en mi contra, o qué pasa? ¿Por qué nunca escucháis una puta palabra de lo que digo, joder? Si vais ahora, os estáis suicidando, y seguramente para nada. Hacedme caso por una vez —imploró M.A, cansado de que cualquiera de sus aportaciones se empleasen como papel higiénico.

—M.A, te recuerdo que yo salvé tu vida por mi propia iniciativa de salir a buscarte cuando te pusiste como un loco irracional, y no quiero recordarte lo que ello significó para Nait y Selene, de verdad que no, pero a pesar de lo que sucedió, no me arrepiento de la decisión que tomé, porque gracias a ello, hoy estás aquí. Y si dos de los nuestros están perdidos ahí fuera, me da igual que sea de día o de noche, que llueva, nieve o granice, que no tenga nada de comida, nada de agua y nada de munición, porque mientras pueda seguir en pie, voy a buscarlos. Y si muero intentándolo, al menos sabré que hice todo lo que estuve en mi mano y no me quedé de brazos cruzados pensando en lo que podría haber hecho y nunca hice. 

El discurso honorífico de Maya había dejado atónitos a todos, incluida a sí misma. M.A agachó la cabeza cual perrito faldero buscando un contraataque, pero aquella vez era él quien había agotado sus defensas. 

—Nosotros nos vamos. Si todo va bien, seguro que en unas horas hemos vuelto con Nicole y Adán. Cuidaros mucho —concluyó Maya la discusión despidiéndose antes de partir a la carrera junto con Davis para tratar de alcanzar a Eva. Jessica e Inma no pudieron hacer mucho más en ese momento que contemplar con tristeza y preocupación como sus seres más queridos se alejaban de su lado y transitaban un camino hacia un destino que para ambos era ciertamente incierto, mientras lo único que M.A distinguía era indignación, impotencia y resentimiento. Por su parte, Alice visualizaba a unos luchadores realmente valientes con un par bien puestos. Ella también había sentido el impulso de acompañarles, pero alguien tenía que vigilar a su precioso rubito para que no hiciese demasiadas tonterías en ausencia de la segunda persona que mejor sabía cómo controlarlo, pues dudaba mucho que las otras chicas fueran a resistir sus cambios constantes de humor. 

—Bueno, chicos, será mejor que nos refugiemos en algún lugar antes de que se haga de noche —sugirió Alice con intención de reactivar a sus compañeros. 

—¡Joder! —blasfemó M.A inesperadamente, asustando a una pobre Jessica tan inmersa en sus pensamientos que se podría haber volatilizado junto a ellos—. ¿Pero por qué todo el mundo pasa de mi puto culo? Siempre soy la última mierda de este grupo, coño. 

—M.A, esto no se trata de ti, se trata de Nicole y Adán —habló Alice defendiendo con firme decisión la noble opción por la que Maya y Davis habían optado. 

—Y un cojón. Yo nunca he dicho que los vayamos a abandonar, pero esta no es forma de hacer las cosas, yendo a la aventura. Yo lo aprendí por las malas, y creía que por lo menos Maya lo entendería, pero hasta ella me ha dejado con el culo al aire. Joder, con todo lo que he hecho por este grupo, con la de veces que lideré en el pasado y salvé a decenas de personas porque simplemente escuchaban mis opiniones, y ahora sólo se me paga con desprecio, desprecio y más desprecio. El puto desprecio todo el tiempo. 

—Ah, venga ya, deja de echarte rositas, so egocéntrico, que el que cortaba el bacalao en el hospital era Puma, y seguro que antes era Nait —le lanzó Alice una pullita en tono guasón para intentar eliminar su amargura, pero M.A no se encontraba en un estado decente como para soportar este tipo de bromas sanas e inocentes, por lo que no se cortó ni un pelo a la hora de enviarla a un lugar no muy precioso. 

—Vete a la mierda, Alice —le espetó rabioso dando media vuelta y alejándose hacia un área de servicio cercana. Allí era donde se hospedaría hasta que sus amiguitos quisiesen regresar de su ruta turística. Los demás podían hacer lo que les fuese más placentero. Estaba ya muy cansado de ser un excremento en su zapato.  

—Pero, mujer, ¿cómo le dices esas cosas? —la regañó Inma, indignada por tal deleznable trato hacia el muchacho. 

—Tranquila, lo conozco bien, y sé que no pasará nada. No es más que mi pequeña venganza por haberme tratado como un clon desde que llegué al grupo. Hey, M.A, venga, no te enfades. Si tu podabas muy bien las flores de los jardines en el hospital —siguió ella jodiéndole mientras corría detrás suyo para alcanzarle. Inma se llevó una mano a la frente mientras negaba con la cabeza.

Jessica era la única que todavía no había participado en los acontecimientos recientes. Ella seguía con la mirada perdida en el horizonte, allá por donde Davis se había marchado hacía unos minutos, reflexionando sobre él, sobre ella, sobre ellos, sobre su familia. Entrecruzó sus dedos, cerró sus ojos y deseo a nadie ni nada en particular que el padre de su hijo regresara sano y salvo, como nunca había deseado nada en su vida. 

Y volvió a abrirlos por enésima vez durante la noche. Un sentimiento que no podía describir la impulsaba a ello. Era extraño, muy extraño, tan extraño que se podría haber considerado algo bizarro. Cualquiera le habría reprochado que era estúpida por no aprovechar la oportunidad de descanso que su saco de dormir improvisado le otorgaba, y no era una concepción muy separada de la realidad. Probablemente ya habrían transcurrido unas pocas semanas desde el acontecimiento sucedido con la rubia archienemiga de Nicole, pero siempre que Davis debía realizar la vigilancia en el exterior, siempre que él se separaba de su lado por una sola noche, sentía como aquellos recuerdos cobraban profundidad, y atravesaban su corazón cual lanza de su amado. ¿Era miedo aquello que tanto sentía? ¿Miedo, ya no por Davis, sino por sí misma? Probablemente lo era. 

La jovencita se separó finalmente de las mantas de lona que la envolvían, harta de revolverse sobre sí misma sin fundamento, se vistió apresuradamente con algo de ropa limpia prestada por una de las soldados con mucho cuidado de no desvelar al resto de personas que todavía reposaban en el cuarto comunitario, y se internó en la penumbra del pasillo exterior. Su primer pensamiento fue el de dirigirse a la casa del árbol para acompañar a Davis en sus labores, pero cambió de parecer cuando captó la presencia de vida al fondo del corredor, en la sala pequeña que habían designado como almacén de recursos. Lo dudó unos segundos, pero al final optó por encaminarse hacia allí con la esperanza de encontrar a alguien dispuesto a compartir sus problemas personales. 

Pero cuando atravesó la puerta, se topó con una estampa que cualquiera habría jurado ser parte de un funeral. Sólo había dos mujeres poblando el lugar además de ella. Una era Eva, aislada en una esquina, devorando una lata de atún, la comida predilecta en esos días. Era evidente que no era la persona a la que estaba buscando. Ni siquiera se había molestado en darle los buenos días. La otra era Nicole, sentada en alguna clase de posición fetal sobre un sofá. No parecía encontrarse en muy buenas condiciones para hacer absolutamente nada, pero aun así, Jessica optó por caminar hasta situarse prácticamente a su lado. 

—Buenos días, Nicole. 

—Hey, hola, Jessica —respondió ésta muy desanimada. Se podía denotar un ligero rasgo de depresión en su inusual saludo.   

—¿Estás bien, Nicole? ¿Has tenido otra pesadilla? —se preocupó la chica, olvidándose de sus propios intereses tras contemplar el rostro de aspecto tan cadavérico de su compañera. 

—Me perseguía, Jessica, me perseguía. Había matado a todos y venía a por mí. Atravesaba mi estómago con su machete y me dejaba desangrándome en el suelo, como a un animal… Dios, no puedo soportar esto, de verdad que no puedo. Un día tras otro me vienen imágenes a la cabeza, y no paran, no paran nunca. Debería haber hecho algo más. Debería haber intentado detenerlo… 

—Nicole —la detuvo Jessica agarrándola fuertemente de las manos, tratando de transmitir una fortaleza que en el fondo ella tampoco poseía—, tienes que dejar de culparte por todo lo que pasó. Nadie te guarda ningún tipo de rencor. Todos entendemos tus motivos para hacerlo, y lo más importante es que, a pesar de todo, nadie llegó a morir. Tienes que sacarlo, Nicole, de una vez por todas. Cógelo y sácalo. 

—Lo intento… lo intento… lo intento… lo intento, de veras, pero no es tan fácil, tan sencillo. No pasó nada, pero podría haber pasado, y estuvo a punto de suceder. No me niegues que lo sigues viendo cada vez que cierras los ojos. Yo sí lo veo, como si estuviera allí mismo, como si fuese una proyección del propio recuerdo. Se ha enraizado justo aquí —murmuró posando una mano sobre su pecho —, y voy a necesitar tiempo hasta que pueda arrancarlo… Estoy segura de que sangre ayudaría mucho a hacerlo… ¿No es ella la causante, acaso?  

Jessica estaba a punto de responder a su último comentario, pero se vio impedida cuando la puerta de acceso a la estancia volvió a abrirse, revelando a una nueva figura relativamente madrugadora, M.A. La chica no tardó ni dos segundos en situarse junto a él para comprobar disimuladamente su estado de salud. 

—Buenos días, chicas, o noches, o lo que sea —saludó M.A con mayor desgana que pasión por un nuevo amanecer en el bunker. Sus ojeras denotaban que tampoco había podido soltar la pierna en toda la noche. 

—Hey, hola, M.A… Emm… ¿cómo andan tus puntos? —preguntó tímidamente en referencia a las múltiples brechas que adornaban su demacrado rostro. 

—El médico me dijo hace unos días que pronto me los quitaría. Imagino que eso es que van bien —respondió, casi indiferente, sin percatarse de la gigantesca preocupación que Jessica sufría—. Bueno, yo voy a desayunar. Tengo tanta hambre que me comería hasta mi pierna —concluyó la charla con un ligerísimo detalle de humor negro que no provocó ningún tipo de carcajada en nadie presente y se encaminó hacia el estante donde se guardaban las conservas. Jessica no había encontrado nada de satisfacción en aquella breve charla, para su desgracia. Quería volver a darle las gracias mil veces, quería mantenerse a su lado hasta que estuviese completamente recuperado, quería recompensarle de alguna manera por su protección, pero suponía que Davis ya era lo suficientemente pesado con él todos los santos días. Tampoco era cuestión de agobiarle hasta explotar. 

—Bueno, yo iba a ir fuera, a la casa del árbol, a ver a Davis un rato, que está de guardia. ¿Quieres acompañarme? Así te da un poco y te despejas. Te vendrá bien —le ofreció Jessica amablemente a Nicole, disponiendo su mano como apoyo para levantarse.

—Yo… Venga, vale, tienes razón —aceptó finalmente ella empleando la ayuda prestada y separándose de ese sofá tan incómodo que estaba perforando sus nalgas para salir en pareja al exterior.    

M.A alcanzó el estante en el que almacenaban la mayoría de las reservas en cuestión de segundos, al mismo tiempo que las chicas se marchaban. Las latas de atún le desbordaron en cuanto lo examinó, pero ya estaba saturado de comer aquel asqueroso pescado procesado, así que rebuscó entre todos los alimentos tratando de encontrar algo diferente, hasta que al final dio con ello. Una lata de mejillones. No era nada del otro mundo, pero menos daba una piedra.

Abrió la lata sin contemplación, agarró un pequeño tenedor de plástico y comenzó a servir su desayuno. Su mirada escudriñadora no tardó en cruzarse con la Eva, quien pronto habría finalizado su atún. Parecía bastante concentrada en sus movimientos, como si se hallase en posición de defensa para un posible ataque inesperado. M.A ni siquiera se lo había planteado, sino más bien todo lo contrario. Habrían pasado un par de semanas, probablemente, pero eso no cambiaba sus actos. Le debía algo. Aunque sólo fuese una palabra. 

—Sé que seguramente llego tarde, y que te importará una mierda, pero aun así, gracias por sacarnos de allí y por no dejar que ese hijo de puta me rebanase —se sinceró el muchacho, sorprendiéndola gratamente—. Pero la próxima vez no vayas tan de sobrada y prepotente, anda. Hazme ese favor. 

—Bueno, casi todo lo jodido del asunto se lo tragaron tus queridos amiguitos, pero acepto tu agradecimiento igualmente. Y aplícate el cuento tú también dejando hablar a los demás la próxima vez. Que parecía que no estaba, pero sí estaba, y me enteré de todo. Más que nada porque uno no es un Dios sabelotodo, y también se equivoca —le aconsejó ella más como un acto de buena fe que de reprimenda. Durante aquellas semanas de trabajo comunitario y el improvisado rescate había descubierto una parte muy oculta del rubio mal encarado que le gustaba un poco más. Igual incluso podría llegar a caerle bien—. Y sí, me pongo muy, muy loca cuando estoy en mis extremos. Procura no llevarme hasta ahí, ¿vale? O por lo menos, no me toques mucho la moral cuando esté en ese estado.  

La maldita puerta volvió a abrirse de nuevo con un golpe seco. Ya era como la tercera vez que sucedía en torno a una posible media hora, pero Nicole no podía evitar que su corazón se revolucionase cada vez que sucedía. 

—Señora, ¿me había mandado llamar? —se presentó formalmente un soldado uniformado en la oficina. Era ese tal Braun que había conocido antes. Otro de los lameculos falderillos de Michaela, no le cabía duda. 

—Sí, Braun. Trae a mis pequeños mosqueteros. Necesito que se encarguen de un asuntillo. Y date prisa —ordenó con impoluta autoridad, retirando al instante al soldado de la estancia.
Y después de ello, el silencio. Otra vez ese maldito silencio. Estaba segura de que lo hacía a propósito. Sentada en un sillón de cuero, con Michaela separada sólo unos metros frente a ella, examinándola sin descanso con un desdén intachable, sintiéndose como un cerdito dulce e inocente que aguarda inconsciente en el matadero a la espera de un destino despiadado.

Nicole se encontraba, en cierto modo, atrapada, pero no era estúpida. Sabía que todo ello, ese silencio que le taladraba el cerebro, esa mirada que la perforaba como una espada afilada, era todo parte de su elaborado plan para exaltarla, enervarla y desmoralizarla. Conocía a su hermanastra lo suficiente como para percatarse de sus intenciones, pero Michaela también sabía bastante sobre ella como para darse cuenta de que lo estaba consiguiendo. Tenía que resistirse a sus tretas baratas de distracción. Tenía que comenzar a construir una estrategia para escapar de la trampa en la que había caído. Tenía que hacerlo. 

—Estas muy silenciosa, Nicoleta —rompió Michaela de una vez por todas la broca del siete, prosiguiendo con sus artimañas—. ¿Qué tal si me cuentas como anda la gente por allí, en tu nuevo grupo? Este mundo es duro, desde luego. Seguro que no tienen unas vidas fáciles.

—Sabes perfectamente como están. Los dejaste hechos una mierda con esa cosa que nos soltaste. Podrás manipularme, pero no te creas que vas a reírte en mi cara —le contestó Nicole alzando la voz descontroladamente. Casi al instante, supo que había cometido un error fatal, pero no podía evitarlo. Le hervía la sangre con aquella actitud cual volcán de lava fundida. Y aquella puta se aprovechaba de su debilidad. 

—Esa no es la respuesta que estaba buscando —señaló Michaela desenfundando su pistola y colocándola sobre la mesa, a la vista de su prisionera. Lástima que no pudiera hacerse con ella. Si tan sólo hubiese estado un poco más cerca…—. Vamos, Nicole, estoy tratando de ser todo lo amable que puedo. No seas así. Cuenta, cuenta, ¿cómo están Maya y Alice? No sabes las ganas que tengo que volver a verlas. Qué bien que vayas a traerlas, ¿no? 

Nicole apretó los labios y se mordió, literalmente, la lengua. Lo estaba haciendo. Intentaba llevarla hasta su límite cada vez más, y más, y más… Podía verlo perfectamente, y no se lo iba a poner tan sencillo.

—¿Y qué me dices de tu amigo Davis o del buenazo de M.A? ¿Qué tal están ellos? Ah, y no me puedo olvidar de mi querido Puma. ¿Qué tal crees que estará llevando lo de su preciosa chiquilla? Dicen que murió en un tiroteo. Yo me quedé impactada cuando me lo contaron. No me lo podía creer. 

No, aquello sí que no. Aquello ya era excesivo. Se estaba burlando de la memoria de una jovencita a la que había asesinado, mancillándola cual vil profanador de tumbas. Su control ya comenzaba a mermarse. La observaba concentrada, contemplaba hasta el más mínimo de sus detalles, y sentía como en cuanto su bocaza humilladora volviese a escupir una sola palabra más, saltaría sobre su cuello cual pantera en celo, se lo arrancaría de un mordisco y bebería su sangre hasta saciar su jodida sed de venganza. A todos aquel día les sonrió la fortuna cuando un torbellino de pasos inundó las escaleras exteriores justo en el instante en que se respiraba mayor tensión, porque si no hubiese sucedido, Nicole estaba segura de que no habría podido dar fe de sus actos. 

Fue en el momento exacto en que había dispuesto las palabras exactas en su lengua para responderle cuando la puerta volvió a abrirse de par en par, permitiendo entrever otra figura que lucía preparada para el mismísimo infierno. 

—¡Ley! —saltó M.A emocionado, corriendo para abrazar con fuerza a su hermana. 

—Uah, joder, hermanito, que sólo hemos estado un par de días sin vernos. Ni que viniera de Oriente Medio —recibió la pelirroja la muestra de afecto con tono bromista y juguetón. 

—Perdona, perdona. Es que… Buah, ya sabes cuánto me alegro de tenerte aquí. Es que aún no me lo creo —se excusó M.A, recuperando en cierta medida su compostura. 

Ley estaba a punto de contestar a su hermano, pero fue entonces cuando se percató de la presencia de Eva en un rincón de la habitación, desinteresada por completo de su reencuentro fraternal, y adoptó una postura mucho más seria y formal. 

—Verás, estoy aquí porque voy a necesitar vuestra colaboración una vez más. Saldremos de inmediato, así que os recomiendo prepararos cuanto antes. Ya he avisado a los demás. Sólo quedabais vosotros dos. 

—Muy bien, me pongo a ello ahora mismo, hermana —acató el rubio su orden camuflada terminando de zamparse la lata de mejillones y caminando en dirección al dormitorio común—. Te veo luego. 

Una vez su hermano pequeño hubo desaparecido del lugar, Ley dirigió su atención hacia una impasible Eva que no parecía poseer intención de inmutarse a la espera de que efectuase su dictamen. Sin embargo, la joven en cuestión llevó a cabo una acción que no esperaba en absoluto. Clavar sus pupilas en las suyas, transmitiendo una sensación muy desafiante que a Ley no le agradó ni un ápice.

—¿Algún problema? ¿No me has oído? —preguntó reafirmando su rango de liderazgo con el tono imponente de su voz. A pesar de ello, Eva continuó inamovible ante su advertencia antes de responder con cierto recelo bien fundado. 

—No, no hay ningún problema, en absoluto. Él ya ha tomado su decisión, y por mucho que yo no pueda estar ni remotamente de acuerdo con ella, me toca joderme y bailar —espetó con un notable tono de enfado mientras abandonaba la sala apresuradamente, desentendiéndose de una Ley bastante confundida con mucha represión respecto a haber desencadenado su lengua.

 Puma asomó su cabeza por la esquina, lleno de cautela. Como de costumbre, el soldado que estaba de guardia se disponía a patrullar una vez más por los alrededores del búnker. Era su momento de actuar... Estrujó el pequeño llavero entre sus dedos y corrió como una gacela por un estrecho callejón cuando el soldado abandonó su puesto. Debía ser rápido, iba a hacer mucho ruido así que debía hacerlo mientras aquel hombre estuviese lejos. Veloz, alcanzó el estacionamiento, yendo directamente a la gran reja de la salida para abrirla. Luego, se devolvió corriendo hacia el vehículo que se llevaría. Abrió la puerta torpemente con una pequeña llave y entrando al asiento del conductor se quitó la mochila y la tiró a la parte trasera. Algo sólido hizo impacto.

—Ah... —gimió Puma mientras una persona detrás de él, en medio de toda la oscuridad, emitía un agridulce carraspeo para afinar sus cuerdas vocales.

—Vamos a ver... —Ley inhaló profundamente mientras abría la mochila—. Dos latas de atún, una de conserva y una botella de... Qué sabandija, robando mi ron...

La pelirroja negó con la cabeza antes echar la mochila a un lado e inclinarse hacia los asientos delanteros, de una manera amenazante.

—¿A dónde coño crees que vas? —preguntó muy molesta, acercándose al cuello de Puma como si en cualquier momento fuese a pegarle un mordisco.

—Yo... sólo quería saber cómo estaban los míos... —contestó apretando el volante con ambas manos y mirando al frente.

—Pues los tuyos estamos bien, todos muy bien, a salvo dentro del perímetro de ESTE búnker —dijo serena, pero muy disgustada.

—Sabes a qué me refiero, Ley —Puma montó el codo sobre su ventana y miró hacia fuera con un gesto de fastidio. En ese momento, la pelirroja saltó hacia el asiento del copiloto ofendida.
—No me gusta tu comportamiento, Puma. Robas, sales por la noche, con tanto peligro que hay fuera... y encima a mis espaldas, ¿acaso se te olvida que tienes que rendirme cuentas? —la joven levantó las manos como si esperara una respuesta—. Estoy un poco decepcionada...

—¿Qué? ¿Por qué? ¿Que tomé unas cuantas latas, una botella? ¿De verdad vas a darme un sermón? Yo no me merezco esto, ni pienso aguantármelo —dijo Puma lanzándole una mirada un tanto hostil.

—Me vas bajando el tono... —advirtió Ley levantando un dedo hacia él.

—Pfft... —el pelinegro abandonó el coche.

—¡Ey! —Ley cruzó el asiento y salió también por la puerta del conductor, detrás de él. En cuanto lo alcanzó, la pelirroja lo tomó del brazo y lo empujó devuelta al vehículo—. ¡Esto no se trata de unas estúpidas latas de atún! ¿Tienes idea de lo que estás haciendo? ¡Me faltas el respeto cuando es lo único que te he pedido que no hicieras! ¡¿Sabes qué pasaría aquí si todos los demás se comportaran como tú?!

La mujer resopló como un toro caminando varios metros lejos de él antes de volver.
—Con esto... estás comprometiendo la causa... —dictaminó con las manos en la cintura, mirándole con disgusto.

—¿Cuándo les he fallado? A ti... o a la causa, dímelo, ¿cuándo? —susurrando respondió. Puma se recostó sobre el coche, cruzando los brazos y mirando la luna más resplandeciente y melancólica que había visto en su vida.

—Por eso necesito que las cosas sigan siendo así... No puedo permitir que te descarriles, eso sería un pecado —dijo con pesar más que con ordenanza—. Además...

—¿Qué...? —murmuró cuando la pelirroja se había callado tan repentinamente. Ley comenzó a acercarse muy lentamente.

—No sé... hay algo que me dice que... —se detuvo justo enfrente de él, recorriendo cada detalle de su rostro—. Mírame a los ojos.

—Ajá...

—Tú no vas para allá precisamente para verlos a todos, ¿verdad...? —Ley le puso una mano en el pecho al darse cuenta—. Es peor de lo que creí.

—No te entiendo...

—¡Claro que sí me entiendes! —refunfuñó. La pelirroja bajó la cabeza—. Te voy a decir algo... Será la última vez, ¿me oyes bien? La última vez que haces esto, Puma.

—Okey... —murmuró el pelinegro mejorando los ánimos.

—Si no... creo que voy a tener que... decapitarte en una plaza... y... y colgaré tu cabeza llena de gusanos en la puerta del búnker para que sirva de ejemplo —dijo no tan segura, aunque comprendiendo que sería lo ideal mientras iba armando su amenaza.

Puma juntó sus pies y levantó su brazo, realizando el saludo fascista en honor a la dama de pelos rojos.

—Déjate de estupideces. —Ley le sujetó rápidamente la muñeca para que bajara la mano y a empujones lo volvió a meter en el coche—. Te voy a contar los segundos. Así que ya sabes... Vuelve temprano.

De un trancazo cerró la puerta haciendo saltar el óxido de la carrocería y luego golpeteó el cristal de la ventana para que el moreno lo bajara.

—Ey. —Ley metió su mano para atrapar su oreja con los dedos y tiró de ella violentamente—. Maneja con cuidado.

—Lo haré...

—Es en serio, no defraudes la confianza que te estoy dando, Puma... Si te pasa algo ahí fuera por imprudente te juro que te cortaré tu hombría —la pelirroja lo soltó después de zarandearlo al ritmo de su voz. El pelinegro se acarició la oreja suavemente para verificar que no se la había arrancado.

—Ah... No tienes que preocuparte. De todas maneras, no es la primera vez que lo hago —confesó acelerando, dejando a la mujer con la palabra en la boca.

—Ya vas a ver... te voy a poner a limpiar mi espada con la lengua.

Se desplazó hasta el exterior del pasillo y permaneció inmóvil como una pequeña estatua de piedra, esperando, aguardando su llegada, mientras el resto se acomodaban todos los enseres dispuestos en el cuarto comunitario, obedeciendo a la chica de pelo anaranjado con presteza y vivacidad. Pronto, su mente volvió a volar cual negro cuervo hasta posarse en esos recuerdos oscuros que todavía no querían desaparecer. Florr, el charco de sangre en el que se sumergía, sus manitas empapadas, el horrible monstruo del collar, el cuchillo en su cuello, la pelea, la chica del colgante… El colgante… Y el hambre, la sed, el cansancio, la miseria… Pero… Aquel colgante…  

—Hey, ¿qué haces? 

Adán se giró rápidamente con mucho sobresalto para ver a Inma a su lado remarcando el interés en su rostro. No tardó en tranquilizarse. 

—Espero a mi hermana —contesto secamente, casi fríamente, un tanto desganado.
—Ah, muy bien… ¿Cómo estás? —preguntó la jovencita tratando de hilar una conversación.

—Yo bien. ¿Cómo estás tú? —musitó el chiquillo fijando una curiosa mirada en ese moratón gigantesco que embadurnaba toda su mejilla derecha—. ¿Todavía te duele? 

—Un poquito, pero no mucho. El doctor dijo que tuve mucha suerte. Era muy probable que un golpe como ese me hubiera matado —confesó Inma, arrepintiéndose casi al instante de ello—. Umm, igual no debería haber dicho eso. 

—No, no pasa nada…, pero no lo digas delante de Nicole —le susurró al oído, preocupado.

—Sí, lo sé, Nicole no está muy bien. Es que llevamos una rachita que no es normal. Casi prefería España, que aquello no es que sea un paraíso libre de zombis, precisamente, pero por lo menos hace un poco más de calor. Aunque, bueno, ahora estamos mucho mejor, ¿no? Un lugar más o menos acogedor donde sólo hay que ayudar y no preocuparse de lo que hay ahí fuera. Yo puedo estar con mi prima, tú puedes estar con tu hermana… Es como una comunidad de supervivientes, pero sin esclavos ni tiranos, sólo supervivientes —intentó la chica avivar los ánimos del ambiente, consiguiendo únicamente que Adán la observara atentamente con una mueca de desconcierto.  

Obviamente, no lo había entendido muy bien—. Da igual. ¿Qué tal con el doc? Jessica me dijo que ella y tú estáis haciendo de sus aprendices, o algo así. A mí también me lo propusieron, pero yo no estoy muy hecha para la medicina, la verdad. 


—Ya, bueno, un poco rollo. Me paso casi todo el día leyendo libros aburridísimos que no entiendo —se quejó el niño retorciendo sus labios. 

—Ja, no puede ser peor que lavar a mano una pila de ropa de diez metros. Si quieres, un día de estos te lo cambio. 

—Inma —les interrumpió una voz femenina a sus espaldas que hasta entonces se había mantenido distante, ensimismada en la recolección de objetos de utilidad—, venga, tenemos que irnos. Ya sabes que a Ley le sienta peor la impuntualidad que un tiro en el pecho. 

—Sí, sí, sin problemas —aceptó alegremente alzando su dedo pulgar en señal de confianza, siendo esta recibida igualmente por M.A y Alice, dispuestos a su lado—. ¿Vienes, minidoc?
 
—Eva no ha venido todavía —replicó, argumentando su negativa. 

—Mírala, por ahí viene —señaló la chica hacia el rincón del corredor, donde Eva había hecho acto de presencia caminando en dirección hacia ellos con un humor del cual se podía discernir cierto descontento con respecto a algo que les era totalmente desconocido. 

—Bueno, pues si ya estamos todos, creo que podemos ir saliendo. Seguro que el resto ya están ahí fuera cuchicheando sobre lo tortugas que estamos hecho —señaló Alice, incitando a que sus compañeros comenzasen a mover sus traseros en dirección al exterior. 

—Eva, ¿hablamos? —le preguntó su hermano pequeño en cuanto se encontraron reunidos. La chica dudo por unos instantes, desorientada ante una petición que no habría aguardado, pero era obvio que no podía negarse a nada de lo que el dulce chiquillo le solicitase. 

—Sí, claro, pero, ¿tiene que ser ahora? Tenemos que irnos ya. No quiero que me vareen por retrasar más a estos de aquí. 

—Es sólo una pregunta. No voy a tardar mucho —se excusó el muchachito, insistiendo en ello. 

—No pasa nada. Nosotros nos adelantaremos. Así podéis hablar en privado —les propuso Maya con esa gran amabilidad tan característica de ello. 

—Estaremos allí en seguida —informó Eva conforme con el trato expuesto, mientras los tres restantes se disponían a abandonar el bunker encomendados por un rubio mucho más animado que en su despertar. Ambos hermanos esperaron hasta que el trío desapareció de su vista para comenzar con su charla—. Y bien, ¿qué es lo que quieres, cielo? 

—Emm… No te enfades, ¿vale? —le demandó el niño un poco temeroso de las palabras que se iba a atrever a proferir—. ¿Te vas a morir? 

—¡¿Cómo?! —clamó estupefacta ante tal cuestión, casi escupiendo la exclamación de su garganta. 

—No te enfades. Es que me dijiste que estabas enferma y que te ibas a morir pronto, pero como ya hace un tiempo de eso, quería saber si te has curado —explicó él los motivos de su pregunta con el reflejo de una tristeza que habría resquebrajado la sensibilidad de cualquier ser humano—. Es que… No me quiero quedar solo. 

Eva cerró unos segundos sus ojos y respiró profundamente mientras intentaba localizar la respuesta que le podría dar a su pequeño. Todavía no se creía que tuviera que enfrentarse de nuevo a ese jodido problema, y mucho menos en el estado anímico en el que se encontraba después de lo de Puma. Se agachó lentamente y se situó a la altura del chiquillo.  

—No lo sé, cariño. No lo sé. No sé qué es lo que va a pasar, pero lo que sí sé es que ya no estás solo. Tal vez antes lo estabas, tal vez lo has estado durante mucho tiempo, pero eso no va a volver a pasar nunca. ¿Es posible que yo me vaya también, igual que Florr? Seguro que sí, pero Puma va a seguir aquí por un tiempo, Nicole va a seguir aquí, Inma va a seguir aquí, va a haber mucha gente que seguirá aquí prácticamente el resto de su vida, incluido tú. Ellos te van a proteger, van a cuidar de ti, y tú también puedes cuidar de ti mismo y de los demás. 

—No, no puedo —se negó Adán moviendo su cabeza constantemente en horizontal con tanto ímpetu que parecía que se despegaría de su cuello en cualquier instante. 

—Sí, sí que puedes. No digas que no, porque es mentira. Yo confío en ti. 

—No, no, no puedo. De verdad, de verdad, que no, que no puedo. Eva, no me dejes. No puedes dejarme. No puedo estar sin ti. 

—Escucha, ¡¡¡sí que puedes!!! —vociferó ella sujetando sus hombros, obligando al chico a que adoptase una pose muy rígida de su cuerpo, como si sintiese temor de lo que le fuese a comunicar—. La vida son etapas, cari, y la mía se está terminando. Lo hemos pasado muy bien estos dos años, y voy a seguir aquí hasta el día que se acabe finalmente, pero también tienes que empezar a aprender a vivir tu vida sin mí. Necesitas a otras personas, y necesitas confiar en ti mismo más que en nadie. Lo haremos poco a poco, ¿vale? Ya eres casi un hombrecito. No tienes que depender continuamente de mí para todo. Venga, un abrazo de hermanos.  

Sin meditarlo dos veces siquiera, Adán se estrelló contra el pecho de Eva mientras esta lo acurrucaba entre sus brazos de la manera más cómoda posible, enfundándole todo el cariño, el amor y la ternura que podía darle. Confiaba en su niño más que en sí misma, creía en las posibilidades que poseía, en todas las capacidades que podría desarrollar, y en lo que podría llegar a convertirse en el futuro, mucho más que en sí misma. Pero él no estaba tan seguro de sus propias cualidades. Unas cualidades que incluso dudaba que poseyese intrínsecamente, y el culpable de ello no era otra que la maldita experiencia de la pelea. La pelea…, la pelea… Siempre la pelea… 

Las enormes puertas de acero color grisáceo se abrieron con un estruendo metálico que le resultó muy similar al de una sierra mecánica oxidada cortando la carne en cientos de pedazos, y exhibió el camino hacia un supuesto templo de la sabiduría repleto de burda ignorancia que cualquier niño habría reconocido por las pesadillas que en su día habían sufrido allí, pero que él jamás había visitado.

—Venga —imperó Fox apoyando su metralleta en la cintura del chico sin contemplación alguna, sin que le importase siquiera estar tratando con un niño, instándole a caminar hacia el interior de aquella cueva de la extrema doctrina consagrada como la prisión que siempre había sido. Y aunque fuese lo último en el mundo que Adán quería hacer, no le quedó más remedio que obedecer sin rechistar ni oponer resistencia. Pensó en lo que su hermana habría hecho con aquella persona tan asquerosamente inhumana si hubiese estado allí. Lo más probable es que le hubiese arrancado la lengua con sus propias manos para obligarle a tragársela. Él nunca había deseado el sufrimiento de nadie, pero quería que ellos sufrieran. Que esos cerdos que habían sobornado a Nicole con su vida sufriesen. Que el asesino de Florr sufriese, fuese quien fuese.   

Subió con algo de torpeza un par de gruesos escalones y se internó en lo que cualquiera habría jurado que era una simple sala cuadrada embaldosada de considerables dimensiones que servía como puente de conexión entre las distintas instalaciones del colegio. Adán escuchó como del piso superior al que se accedía por dos oscuros tramos de escaleras en paralelo se revelaban murmullos, susurros, alaridos, conversaciones totalmente inaudibles en su mayoría, que denotaban la presencia de una numerosa horda de supervivientes allá donde su vista se perdía. Ascender hasta aquel cordón de protección era un acto que le producía cierto temor a lo desconocido, si bien era cierto que al mismo tiempo significaba una liberación inexpresable al alejarse de aquel cara huevo que le apuntaba impasible con su arma. El problema principal fue que cuando ya había dispuesto el primer paso hacia los escalones, Fox volvió a detenerle abruptamente situando la culata de la metralleta en su pecho. 

—No, no, no, cariño, tú vas por allí. La sorpresita de bienvenida te va a encantar —informó con entusiasmo infantil, empujándole hacia la abertura remarcada por una puerta de cristal abierta frente a ellos dos hasta alcanzar un enorme patio.

Lo primero que el pequeño reo sintió cuando el óvulo de gallina le arrastró hasta aquella inmensidad pavimentada fue aquel característico frío de la región que atravesaba cada una de las terminaciones nerviosas mucho más sobresaliente que de costumbre. Los anoraks debían hallarse en la lista de imprescindibles para la supervivencia en aquel rincón de la ciudad, desde luego, y en la de objetos que el chiquillo habría deseado tener en aquellos momentos, pues su camiseta no le proporcionaba demasiado calor. Si no hubiese sido por las imposiciones de Fox, estaba seguro de que no habría salido allí ni por una apuesta.

Pero no tardó en olvidarse del gélido clima que le azotaba. Sólo bastó con que desvelasen el regalo que le habían preparado como recibimiento para que su propio organismo se congelase al instante. Un adolescente de voluminosa melena rubia de alrededor de unos trece o catorce años se encontraba sentado en el saliente de una ventana jugando a alguna clase de juego del cuchillo con aspecto de aburrimiento. Aquella simple estampa de asesino a sueldo profesional ya era muy capaz de infundir terror por sí sola, pero cuando el rubio les observó y sonrió con satisfacción, Adán no supo si mantenerse firme ante él con valentía o echar a correr mientras gritaba como una gallina cobarde. 

—Hombre, por fin has venido. Podrías haber movido un poco más rapidito tu culo, macho, que llevo esperando media hora desde que Madre me ha enviado. A ver, ¿qué es lo que me has traído? —se quejó mientras separaba su trasero de la ventana y se dirigía hacia su próxima víctima.

—Bah, sólo es un mocoso, pero es de los de Payne, ¿sabes? Esos a los que quiere tantísimo tu mamaíta —aclaró Fox con cierto desdén deslizándose entre sus incisivos, remarcando que Adán no era un chaval cualquiera recién llegado al programa de Michaela, como el resto. 

—Interesante… Muy interesante… Me pregunto si Madre me recompensará si consigo que a este le salgan pelos en los huevos —espetó aquel chulo repipi examinando cada detalle de la carnaza a la que pronto devoraría con aires de superioridad. 

—Ya, bueno, yo te lo dejo aquí. Tengo cosas más importantes y más interesantes que hacer —lo soltó de una vez por todas aquel horroroso feto que podría haber sido parido incluso por una cabra, regresando a los interiores del colegio empleando el mismo acceso utilizado en su salida al patio—. Que vaya bien. No le hagas sangrar mucho. 

El melenas ni siquiera se molestó en responder a la ironía de Fox, pues su concentración ya se hallaba plenamente enfocada en una profunda examinación del chiquillo, y por las diversas muecas tan extravagantes que expresaba, estaba claro que no le gustaba en absoluto. 

—¿Cómo te llamas? ¿Cuántos años tienes? ¿De dónde eres? ¿De dónde vienes? ¿Tienes a alguien? ¿Qué armas sabes utilizar? ¿Te gusto? ¿Te doy miedo? Responde rapidito. No quiero verme obligado a utilizar a mi amiga Linda. Seguro que ella estaría encantada de probarte —le instó señalando un puñal reluciente con empuñadura en plata que todavía descansaba en su puño. 

Adán se mantuvo verdaderamente atontado durante unos segundos ante tal torbellino de preguntas personales, pero pronto decidió que debía responderlas con rapidez antes de que a aquel malote se le ocurriese cortarle una mano. Quería que todo se terminase cuanto antes.

—Adán. 10 años. Soy de… un orfanato que se llama Wester Chelson. Vengo de un hospital. Tengo a mi hermana. Sé usar algún cuchillo, o cosas parecidas. No me gustas nada. Te tengo un poco de miedo. 

—Guau, creo que eres el primer verde que me dice eso a la cara. No pensaba que los fueras a tener tan cuadrados. Ten mucho cuidado con eso —exclamó el rubio con una denotación de auténtica sorpresa —. Hugo. 13 años. Alberta. Este lugar es mi hogar. Sólo tengo a Madre. Sé usar de todo. Me gustas menos que un cuesco oloroso en un cuarto cerrado. Y más que miedo, me das risa. De hecho, te pondría un gorrito de payaso estúpido y te obligaría a jugar al rescate aquí mismo, sólo para mí. Pero… tenemos cosas que hacer, los dos. Ya dejaremos eso para más adelante. Vamos a lo que nos interesa. 

Fue exactamente tras aquel revelador enunciado cuando el cerebro del inocente Adán alcanzó a comprender que no iba a ser tan sencillo como el habría deseado que fuese en un principio. Sus sospechas se confirmaron cuando un puño se precipitó veloz hacia su mejilla, ocasionando un impacto tan potente que estampó su cara contra el helado suelo. Lo que aquel niñato seguramente habría considerado como una ostia bien dada. 

—Joder, pero que fácil, chaval. Mira, vampirillo, ahora perteneces a este lugar, y aquí vas a tener que ser mucho más rápido que eso si quieres sobrevivir, tanto dentro como fuera. Así que levanta tu culo, plántale cara a mis golpes y ni se te ocurra lloriquearme, anda. No me seas una marica. 

Y entonces lo entendió, en cierto modo. Aquella pelea a la que le quería incitar ese tal Hugo sólo era una especie de ritual inicial para lo que fuera que viniese después, para amaestrarle y adoctrinarle como si fuera un perro. Pero no iba a caer en su sucio juego. No, no, desde luego que no. Él no pertenecía allí, como el melenas intentaba hacerle creer. Su hermana no tardaría en ir a buscarle, y cuando lo hiciese, podría marcharse de aquella maldita casa del terror para no regresar jamás.   

—Yo no me voy a quedar aquí. A mí me están buscando. Van a venir a rescatarme. Y me iré —replicó el chiquillo completamente convencido de la veracidad de sus afirmaciones. 

Tal y como se había imaginado desde antes incluso de sus rechistes, sus réplicas no fueron acogidas con mucho respeto por el rubio, propinándole como recompensa ante tales injurias un segundo puñetazo proveniente de su maldad más profunda con mayor fuerza todavía que el anterior, consiguiendo por su parte un gemido ante el dolor que comenzó a originarse cerca de su pómulo. 

Justo en ese instante fue cuando confirmó todas sus sospechas anteriores. Le estaban adiestrando para que dijese e hiciese sólo lo que ellos querían que dijese e hiciese. Nada más. 

—Ah, venga ya, ¿pero que acabo de decirte, diente rancio? Nadie va a venir a por ti. Eso es lo que tú crees, lo que todos los pobrecitos niños rata solitos y desamparados que os paseáis por aquí creéis, pero eso no va a pasar. Al final se olvidarán de ti, pensarán que has muerto, que te han devorado los zombis, y que después de tanto tiempo, ya no podrán hacer nada por ayudarte, y entonces se marcharán para seguir con sus vidas sin ti, y cuando eso ocurra, sólo te quedará un lugar al que tendrás que llamar hogar y unas personas a las que tendrás que llamar familia. Así que, hazme un favor, levántate y haz algo antes de que me quede dormido.

Y a pesar del entusiasmo con que el melenas le había narrado aquella preciosa historia tan predecible, Adán ni siquiera se había molestado en escucharle tras el segundo golpe acertado. En lo único en que podía pensar era en todo lo humillado, infravalorado y subestimado que se sentía. Sus recuerdos se ubicaron en una fecha en concreto de su memoria de la cual había transcurrido mucho tiempo. Uno de los entrenamientos comunitarios con su hermana, Puma y… Florr… Florr… Florr había preguntado qué era lo más importante que uno debía considerar a la hora del combate. Y la respuesta que recibió se presentó sin difusión en su cabeza. Todo el mundo tiene un punto débil. Sólo es cuestión de encontrarlo. Y el de aquel imbécil se veía con bastante claridad. Su orgullo le sobrepasaba. 

—Y eso fue lo que te pasó a ti, ¿no? —se atrevió a ensartarle sin rodeos ni remordimientos, aun temeroso de la reacción que pudiese desencadenar en el niñito chulito de Madre. 

Y su pequeño temor fue completamente infundado cuando el intragable melenas expresó con una reorganización de sus cejas el mismo asco hacia su persona que el que le inundaría si acabase de devorar un limón entero con piel incluida, dispuesto a destrozar su nariz de imbécil engreído de un pisotón, pero en aquella ocasión, el supuesto orgulloso fue el más rápido de los dos, deteniéndole con una patada rabiosa en su entrepierna.

Lo siguiente que hizo mientras el subnormal de Hugo retrocedía con su virilidad realmente herida, fue ponerse en pie con muchísima velocidad en sus piernas y desplazarse con una serie de pasos lentos, graduales y cautelosos hacia un lateral del patio sin apartar su vista del que ya había favorecido a la humanidad con su temprana esterilidad. 

—¡Serás hijo de puta! ¡Ahora sí que me has tocado bien los cojones, puto niñato de mierda! ¡¡¡Prepárate!!! ¡¡¡Te voy a presentar a Linda!!! —chilló con una insondable rabia desbordando por cada uno de sus costados, agarrando su cuchillo con tanta estabilidad que casi parecía una prolongación de su brazo. Y cuando Adán contempló la auténtica faceta de ira del melenas, fue cuando se arrepintió de su inconsciente arrebato de valentía. Ahí fue cuando se replanteó de nuevo echar a correr entre chillidos de socorro, pero aquel lacayo de la maldita Madre ya se había abalanzado encima de él… Ya no había vuelta atrás.    

El primer pensamiento de Adán fue retroceder para tratar de esquivarle, pero no pareció servirle de mucho debido a la vasta experiencia que poseía el otro con su amada blanca Linda. Invadido por una furia muy intensa, arremetió con una primera cuchillada hacia su abdomen, que realmente sería la última cuando esta se desvió, dibujando un tajo en diagonal sobre la pierna de su pobre víctima que le recorrió prácticamente más de medio muslo y le inmovilizó en el suelo. Al menos había tenido suerte de que no hubiese causado ninguna hemorragia. Aquello habría sido lo peor de lo peor. O al menos según el chico concebía su concepto de lo peor.

—Te voy a enseñar, cielito mío, que este no es el sitio sin leyes que hay ahí fuera. Aquí las cosas funcionan con unas reglas. Yo soy el que manda en el grupito de los enanos en el que vas a estar, y hay cosas que no puedes decirme ni hacerme, como ponérteme chulito o pegarme una patada en los huevos. Ya lo aprenderás, ya. Seguro que los golpes te vienen divinamente para hacerlo —le estampó su superioridad con altanería mientras se arrodillaba a su lado con el puño nuevamente preparado.
El pobre Adán sabía cuál era el castigo que acontecería a su discursito de prepotente, pero le era prácticamente imposible levantarse con el ardor del corte tan reciente. Ni siquiera pensó en arrastrarse por aquel suelo tan congelado que transformaba su piel en puro hielo como una mínima posibilidad de huida. Simplemente, cerró los ojos e intentó evadir el pensamiento de lo que se avecinaba. 

Pero lo sintió. No hubo manera de evitarlo. Un golpe propinado con los nudillos que resonó por todo el patio estrepitosamente seco. Ese fue el primero de los muchos que le proseguirían, como el segundo que le continuó, cargado con tanta violencia que el pobre chiquillo sintió un crujido de huesecillos acompañado por unas diminutas gotas de sangre que se resbalaron de su nariz. Y aquel niñato agresivo continuó con un tercero, y un cuarto, y un quinto, y un sexto, aumentando en cada uno de sus puñetazos ensañados la potencia con que los efectuaba hasta que Adán perdió la noción del espacio y el tiempo como única medida defensiva que le quedaba. Miles de imágenes sobrevolaban su mente. Recuerdos de toda clase le inundaban, tal vez como un sencillo método de evasión de su pesadilla. 

—Hey, ¿qué coño estás haciendo? Para, joder. Para de una puta vez. 

Una voz celestial, como la de un ángel de infinita pureza que había realizado acto de presencia para rescatarle de la muerte. O eso fue lo que alcanzaron a comprender sus sentidos en mitad de su aturdimiento. En realidad sólo se trataba de una chica. Una chica con algo más de corazón que el resto de diablos infernales con los que se había topado. 

—¡¡Cállate, zorrita de papá!! ¡¡Pírate de aquí, y no me toques más los huevos, anda!! —le soltó entre un griterío desenfrenado prácticamente indignado de que aquella muchachita se hubiese atrevido a irrumpir en lo que parecía su santuario del crimen. 

—¡¡No, no me callo, joder!! ¡¡¡Para de una puta vez!!! ¡¡Para, joder!! —imperó la chica sin ningún tipo de respeto hacia las órdenes con las que el sucio melenas le asestaba, asestándole una patada en la boca del estómago que lo estampó contra ese suelo de cemento tan invernal. Por la mueca de despreció que se esculpió en sus facciones, era evidente que el movimiento tan atrevido de su pierna no le había agradado ni una mísera pizca, pero la impresión de rabia que había exhibido ante el chiquillo no parecía ser la misma que remarcó con aquella chiquilla. Habría jurado que se trataba tan sólo de incredulidad.

—¡¿Pero qué cojones estás haciendo?! ¡¿Pero tú de qué coño vas?! ¡¿A qué ha venido eso, eh? —le chilló el rubito ciertamente irritado mientras se levantaba intentando forzar un gesto de fortaleza que no resultó ser de muy buena calidad. 

—No, ¿de qué vas tú, chaval? Te recuerdo que podría haberte hundido como a un barquito chiquitito, y no lo hice porque me prometiste que no ibas a volver a hacer la iniciación a ostias. Y… vaya, sí, ya veo que bien lo has hecho —se expresó irónica mientras examinaba a un Adán con su rostro completamente hinchado por todos los violentos puñetazos propinados—. Igual debería llamar a Madre o a mi padre y hablar con ellos. Seguro que les va a gustar un montón lo que voy a decirles.  

—Yo controlo a los enanos aquí, por si no te has enterado aún, y voy a seguir pegándoles la primera vez que me encuentre con ellos. Hay que probarlos. Madre lo dijo. Esto no se negocia. Además, ¿quién coño te crees que eres, niñata? A ver si te piensas que por ser el amorcito de papá no te acabaré partiendo la cara como me toques mucho los cojones. 

—Haz lo que quieras, pero si me tocas un pelo, hablaré, Tufo —le contestó inmutable sin signo alguno del más mínimo temor ante el chulito del colegio. Una actitud muy impresionante si tenía en cuenta que él medía como mínimo dos cabezas más que ella. 

—Ya lo veremos —le desafió este marchándose del patio de una vez por todas con la colita entre las piernas y un tanto enfurecido por el mote con el que le había insultado. 

Y fue entonces cuando a un Adán muy aturdido le pareció verla de nuevo, más preciosa que nunca, como si hubiese resurgido de entre los muertos en forma de un precioso ángel, como una bendita aparición celestial que se acercaba hasta él y extendía su mano en señal de paz, perdón y armonía. 

—¿Florr...? —musitó más ilusionado que nunca en su vida. Lástima que nunca evolucionase más allá de ello. Una mera ilusión.    

—No, no soy Florr. Me llamo Lilith. Bienvenido a nuestro hogar.  

Y allí estaba ella. Sentada junto a una de las carreteras más cercanas al bunker, con sus piernas entrecruzadas, admirando un paisaje en la lejanía del horizonte que era a su vez un bello y desolador atardecer. Perdida en un mar de pensamientos, examinando su propio rostro en la hoja resplandeciente de la tizona, navegando a través de él y despejando el rumbo de su alma hacia su ser, su verdadera esencia. Oriente Medio, Bagdad, Esgrip, Stone City, Denise, David, M.A, Effy, Fred, Rojo, Will, Jimmy, Johnny, Dyssidia, Puma.. Y todo lo que aún debía vivir, los obstáculos que se interpondrían, los camaradas que se mantendrían a su lado, los enemigos que intentarían destruirla... Al final del renombrado camino al que se enfrentaba todo se reduciría a un único denominador común. La construcción de un futuro mejor que poder brindar a las generaciones venideras, nacido de su propia sangre. 

Podía verlo de manera muy patente, muy evidente, sin ningún vestigio de un manto interpuesto entre sus ojos brillantes como preciosas joyas en la penumbra y el que sería el final de una etapa que pronto se cumpliría, como la luz del sol en un cielo escampado. Y aquella espada, aquella legendaria tizona cuyo acero había sido blandido por los antepasados españoles en sus míticas batallas medievales, le otorgaba a sí misma un valor simbólico muy importante, como una bella flor que hubiese resurgido de sus cenizas en un jardín marchito. Aquel arma tan delicada, tan pura, simple poseedora de miles de significados históricos, reposando en su regazo como si fuese la nueva vitrina en la que descansaría durante siglos y siglos, le provocaba un agradable sentimiento de de ascenso místico, de evolución personal consigo misma. Ella estaba allí, en aquel nuevo mundo aniquilado por la codicia y la vanidad del hombre por una sencilla razón. La legendaria espada tizona no había terminado entre sus manos por casualidad. El objetivo debía cumplirse. No había otra opción posible. 

Y ese era su destino. Si todavía continuaba con vida, si no había muerto en Oriente Medio, si no había muerto en Bagdad, si no había muerto con Esgrip, ni en Stone City, ni esa zorra de Denise la había decapitado, ni la radiación había desintegrado hasta la más diminuta de sus moléculas, si ningún zombi la había devorado hasta entonces, ni ningún mutante la había reventado, era porque su destino, el futuro del mundo, aún se hallaba colgando en sus manos. Debía cumplirse. Sí, debía cumplirse. 

Todavía se encontraba envuelta en una ligera capa de sus propios pensamientos sobre el mañana que iba a construir, cuando su agudo oído escuchó una serie de pasos que provenían de sus espaldas. Cuando giró su cuello para visualizarlo, comprobó que el irruptor no era otro que un viejo amigo y compañero de batalla recién incorporado a su equipo. Puma. 

—Hey, Ley, ¿qué andas haciendo por aquí? Johnny no para de preguntar por ti ahí dentro. Te está buscando como un loco —le expuso Puma la preocupación de su pareja bastante comprensible mientras se sentaba junto a ella. Pero Ley no podía pensar en Johnny en ese momento. Otros asuntos en su mente requerían de su atención. 

—Nada, Puma. Sólo estaba pensando en el gran futuro que vamos a conseguir crear todos unidos. Volver a empezar a nuestra manera, haciendo las cosas bien, sin cometer los errores del pasado. ¿Te lo imaginas? Va a ser lo mejor que el mundo tendrá en mucho tiempo —afirmó la chica con ímpetu desbordando fantasía de un mañana utópico a ojos del gatito, aunque realmente no lo fuese. 

—Ley, no vendas la piel del oso antes de haberlo cazado... —le aconsejó Puma a pesar de que la apoyaba completamente en su causa y sus creencias de un futuro mejor. Sólo quería evitar aquella actitud narcisista que mostraba y los problemas que podría acarrear. Ya ni siquiera podía recordar las veces que se había jurado a sí mismo que Florr iba a sobrevivir. Pero Ley no se planteaba desistir ni aunque el mismo Mesías en persona hubiese bajado de entre los cielos para rogárselo. 

—Primero, al oso ya lo cacé. Le puedes preguntar a Johnny. Segundo, lo vamos a lograr. Te juro por mi vida que lo vamos a lograr. Y quien diga que no, es un inepto idiota que no sabe ver lo que tiene delante de sus napias y no se merece estar en mi equipo —soltó Ley cuidadosamente casi como una pequeña advertencia hacia los consejos de Puma. 

—¿Realmente piensas eso? —preguntó con cierto temor ante la posibilidad de que se ofendiese con sus palabras. 

—No, no lo pienso. Lo creo —le corrigió ella con infinita firmeza. 

—Pues entonces no hay más que hablar. Sigamos adelante, hasta el final —concluyó Puma ya convencido totalmente de que Ley no se rendiría ante nada, por muy extremo que fuese, tendiendo su mano en señal de férrea unión. Seguía sin estar convencido de esa visión narcisista ante el río de su vida, pero debía empezar a acostumbrarse a no ser el líder general que impone las decisiones.

—Vamos a por ellos —le respaldo ella con emoción entrechocando su mano con la de su nuevo compañero en el viaje hacia su destino. Un amanecer sin miedo. 

Un amanecer... Eso era precisamente lo que Davis aguardaba con impaciencia desde lo alto de la casa del árbol situada en los antiguos terrenos de una granja que se habían convertido en propiedad del bunker tras el apocalipsis. Las labores de vigilancia eran uno de los trabajos que el muchacho consideraba más tediosos y agotadores, pues estaba claro que él no era ni remotamente un animal nocturno, pero era el deber que se suponía que era obligatorio realizar cada cierto tiempo si quería conservar la comida enlatada y el suelo duro del cuarto comunitario. 

Lo único que le reconfortaba en aquellos momentos de sueño y soledad profunda era la garantía de que el mundo al completo le disponía todo el tiempo del que desease para pensar, aunque no sabía exactamente si devorar su propia cabeza era un acto positivo o negativo para sí mismo. 

Cualquier recuerdo o asunto relacionado con Jessica eran los primeros en atravesar su mente. No podía parar de recapacitar sobre aquel estado de dependencia total hacia él que la había transformado, como si se hubiese originado un trauma de tal magnitud en lo más profundo de su alma que no podía permanecer separada de su mayor apoyo emocional ni un minuto. Y así lo creía él. El hecho de que Jessica no quisiera contarle nada sobre los sucesos acontecidos en la base de operaciones de Michaela no era ninguna casualidad. Hasta el momento la única información que había obtenido era que su mejor amigo M.A había salvado a su amor de alguna manera y por alguna razón que no quiso especificar. El resto de integrantes que habían compartido aquellas vivencias con Jessica se reservaron su derecho a no contarle nada a pesar de que se lo había estado rogando desde su reunión con ella, probablemente por puro respeto hacia la propia chica. Y aquel voto de silencio , aquellos interrogantes sobre el suceso en cuestión que merodeaban alrededor suyo, hacían enfermar su organismo hasta unos límites inimaginables. 

Nicole era la siguiente en su interminable lista de preocupaciones. Su mejor amiga no había variado el comportamiento de culpabilidad que arrastraba desde aquel fatídico reencuentro con su hermanastra. Todos sus compañeros habían intentado convencerla de que debía olvidarse de una vez por todas de su supuesta traición hacia el grupo, que sólo le provocaría más dolor, que ni siquiera se había tratado de una intención real, pero su voz de la razón no quería responder. No paraba de contar que sufría unas pesadillas terribles que no podía acallar. Había regresado a la etapa de las cavernas, y el hecho de que hubiese retrocedido en su evolución atormentaba al pobre Davis. 

Ya se hallaba divagando sobre el visible deterioro de la salud física de M.A e Inma cuando le pareció distinguir una diminuta luz en la carretera medianamente oculta por el resplandor de un sol que ya había comenzado a alzarse por el este. Agarró sus binoculares sin perder tiempo y se apresuró en comprobar de qué se trataba aquel objeto no identificado. Y tanto por suerte como por desgracia, muy pronto se percató de que no era más que una simple motocicleta conducida virtuosamente por la pelirroja Ley. Su verificación personal de la ausencia de peligro en el exterior le relajó por unos instantes, pero su calma no tardó en desaparecer. Si ella estaba allí, era porque aquel día había un trabajo muy importante en el que todos tendrían que colaborar, y la guardia de la noche ya le había reventado lo suficiente como para poder controlar su lanza con algo de destreza.  

Ya advertido finalmente de que su turno había concluido, Davis abrió la escotilla de seguridad situada en lo alto de la casa del árbol para comenzar a descender por cada uno de aquellos gruesos tablones de madera anclados al robusto tronco hasta alcanzar con sus pies los áridos terrenos de la extinta granja mientras la motorista rebelde alcanzaba la entrada del bunker y extinguía el atronador ruido del motor que expandía su ciclomotor en cualquier ángulo de dirección. Ninguno empleó una excesiva cantidad de tiempo en entablar su primera comunicación con el otro. 

—Buenos días —saludó el muchacho con un denotable tono de respeto absoluto hacia la nueva portadora de aquella noble espada española de nombre tizona. 

—Buenos días —le contestó ella con total amabilidad por su parte—. ¿Eres el único que está despierto? ¿Los demás están aún durmiendo? 

—No sé, supongo que sí. Yo vengo ahora mismo de una guardia —esclareció Davis su desconocimiento con respecto a la situación que se respiraba en aquellos instantes en el interior del bunker. 

—De acuerdo… Ve preparándote cuanto antes. Vais a tener que acompañarme todos de nuevo. Y... apresúrate en coger cualquier cosa que necesites. Johnny, Jimmy y Will vienen detrás de mí con un par de vehículos para recogeros. Yo me encargo de avisar a los demás.

Y una vez dictaminada la sentencia fatal por la cual el joven Davis habría donado incluso sus órganos más vitales para eludirla, observó decepcionado como Ley ignoraba por completo el detalle de su reciente vigilancia y se encaminaba hacia la entrada del bunker. De hecho, si no hubiese sido porque justo en ese preciso instante emergieron de las profundidades de la acomodada caverna Nicole y Jessica al unísono, no habría efectuado mayor orden que mantener una rigidez extrema cual estatua de mármol puro.

—Muy bien. Nos pondremos a ello en seguida —comunicó Jessica alardeando de sus divinas dotes de obediencia hacia el escalafón de mando. 

Y mientras que una preciosa Ley inocente de la acometida tramposa a la que pronto se enfrentaría por parte de cierta castaña con carácter, la pareja de jóvenes mujeres presenció como un muchacho de índole muy conocida corría literalmente hacia ellas, aunque eso le supusiese una asfixia mortal para su desmejorada condición física. 

—Hey, para el carro, vaquero. No hemos robado vacas a ningún granjero. Lo juro—bromeó Jessica visiblemente alegre por el reencuentro con su chico—. Me alegro de verte. 

—Sí, yo también, la verdad. No veas como he echado de menos mis ocho o nueve horitas de sueño. No estoy hecho para las vigilancias. Voy a tener que empezar a pedirle a M.A que me rebele a cambio de mis raciones del fin de semana. Con tal de comer, seguro que acepta —continuó Davis con ese pequeño juego de humor absurdo entre enamorados felices. Pero todo ello se evadió cuando el muchacho observó el profundo océano en el que se habían convertido las ojeras remarcadas de Nicole. No lo dudó ni un sólo segundo. Sabía perfectamente lo que le ocurría—. Nicole... Dime la verdad... ¿Has vuelto a tener esas pesadillas? 

La susodicha musitó durante unos breves instantes una serie de vocablos internos inapreciables, como la filtración de un importante debate que se efectuaba en la naturaleza de su alma, pero no tardó ni medio minuto en afirmar repetidamente con un movimiento vertical de su cabeza, plenamente silenciosa, con una expresión temerosa esculpiendo un rostro demolido por la víbora de la culpabilidad.

—Nos mataba a todos. Otra vez... Yo era la última, como siempre. Les iba viendo... Uno a uno... —susurró Nicole al oído de su amigo Davis entre múltiples espasmos de sus articulaciones.
La buena voluntad del chico no permitió que prosiguiera relatando sus tormentos más devoradores. Tan sólo se limitó a abrazar a su compañera fuertemente para infundirle todo el ánimo que aún poseía en su delicada recuperación mental a la vez que intercambiaba con Jessica una mueca de preocupación. Ambos sabían con una claridad impecable que no sería una resurrección medianamente sencilla. 

Nicole habría rogado a cualquier ser al que se le hubiese descontrolado todo el jodido planeta la eternidad más infinita bajo el amparo del aura de fortaleza que irradiaba Davis, irónicamente, pero la llegada de un dúo automovilístico que se detuvo en seco mediante una formación de triángulo junto a la motocicleta de Ley interrumpió sus reconfortantes muestras de cariño filial. Fue en cuanto la preciada fuente de alimentación de los vehículos cesó en sus retumbantes rugidos, que del interior de sus asientos se desplegaron Johnny, Jimmy y Will junto a un quinteto de soldados bajo sus mandos a los cuales no conocían. Probablemente ellos eran los encargados de custodiar su elegante hogar de ensueño aquel día mientras el grupo cumplía sus deberes en la crueldad del exterior. 

—Hey, chavales, ¿cómo vamos? ¿Qué tal estáis? —saludó Johnny a los tres con ese característico tono de confianza que no había tardado en adoptar hacia quienes ya eran oficialmente los refuerzos primarios de Ley.

 —Bueno, aquí estamos. Vamos tirando —contestó mutuamente Davis estrechando su mano con la del pelirrojo, aunque la expresión concreta de sus palabras no mostrase demasiada ambición por aquel irreemplazable regalo que suponía para ellos su acogida. 

—Venga, va, no me seas tan seco, lanzita, que hoy es un día especial —refunfuñó en tono satírico, aunque con cierto matiz de realidad—. ¿Y qué tal vosotras, chicas? Por las pintas, parece que acabáis de huir de una misa de podridos. 

La aludida Nicole ya se encontraba a sí misma elaborando una respuesta en los rincones más recónditos de su cerebro que no resultase en una intranquilidad incontenible hacia aquel chico que tan cordialmente se había comportado con ella durante las últimas semanas, aunque su compañero Davis demostró sus dotes de inteligencia con mucha más velocidad que ella haciendo gala de una distracción improvisada. 

—Oye, Johnny, ¿esto es tuyo? —preguntó extrayendo de uno de sus bolsillos un impecable cilindro reconocido como la única opción posible hasta el momento de ascenso divino—. Me lo he encontrado en la casa del árbol. No creo que ninguno de los nuestros se lo dejara ahí, aunque no le he preguntado a nadie por él.

 —¡Coño, un porro! —exclamó Johnny con el mismo entusiasmo que mostraría un niño pequeño que recibe un caramelo—. ¡Este pa mí, no te jode! ¡Que el otro día perdí uno! ¡Pa fumármelo después de la misión! 
 
—También había una botella de ron vacía. ¿Tú sabes algo? 

—¡Que va, tío! A lo mejor a alguien de por ahí dentro le ha dao por echar un polvo en la caseta y le ha entrao la vena romántica. ¡Yo qué sé! —respondió el pelirrojo sin concederle la más mínima importancia al asunto. 

Jessica había decidido aproximarse hasta su novio con disimulo para introducirse en la conversación con Johnny, pero sus focos de atención se desviaron en esos instantes hacia un segundo cuarteto que se presentó revelándose del único pasillo interior del búnker compuesto por M.A, Inma, Maya y Alice. Un aburrido Jimmy que hasta ese momento había mantenido sus hombros apoyados en uno de los cristales del camión que conducía pareció recibir una inyección de energía tras la aparición de la pareja de primas, aunque más en concreto por aquella jovencita castaña de nacionalidad española. Will le observó con recelo mientras disponía sus pasos hacia las chicas, como una muestra de desprecio hacia la anteposición de su prepucio a su cabeza. 

—Hombre, M.A, cabronazo. Qué alegría verte —saltó Johnny con ilusión hacia su nuevo hermano para celebrar su llegada con una ración de bastas palmadas en la espalda—. ¿Cómo va eso de la cara? De puta madre, ¿no? Estas hecho un tío más duro... 

 —Buenos días, bellas damiselas. ¿Qué tal pasaron la noche? ¿Todo a su gusto? —se dirigió Jimmy hacia las primas de forma completamente inesperada para ellas con ese alma antigua de caballero medieval que parecía agradar a Inma. 

—Sí, todo muy bien, Jimmy. Gracias por preguntar —respondió la jovencita con una amplia sonrisa que reconfortó cada una de las emociones del enamorado. 

—Veo que no sólo estamos recuperando las armas de la Edad Media, sino también las buenas costumbres —añadió Maya feliz por el trato tan amable del soldado, aunque realmente sabía que toda aquella cordialidad no iba dirigida precisamente hacia ella—. Creo que voy a ir a saludar un rato a Will, que el pobre está ahí sólo como un perrillo abandonado. 

—No... Eh, oye... Espera... —trató Inma de detener a su prima con sus mejillas comenzando a tornarse del vivaz color de la vergüenza, pero fue en vano—. Alice, ven conmigo, por favor.
La adolescente en cuestión, quien había permanecido entretenida escuchando la conversación sobre épocas de la vida de M.A muy interesantes que no conocía, ni siquiera se inmutó cuando Maya solicitó que la acompañase a mantener una charla agradable con Will. Todo lo que se tratase de conocer con una mayor profundidad a cualquiera de sus compañeros era música para sus oídos. 

—Hey, Will, ¿qué tal? ¿Tú no te acercas a hablar con los demás? ¿No te apetece? 

El renombrado Will encaminó su mirada escudriñadora hacia su flanco derecho, del cual habían provenido aquellas oraciones de cortesía por parte de una sonriente Maya que escoltaba a Alice detrás suyo, examinando a ambas con ligera frialdad. Las dos sabían que Will no se sentía muy agradable con la mayoría de su grupo por el mero hecho de que él los interpretaba como a unos civiles que iban a destruir la filosofía de su existencia. Era uno de los objetivos de Maya durante su estancia en el lugar que Will cambiase aquella visión particular.

—No. Volved a vuestras posiciones de inmediato. Nos marcharemos en cuanto Ley aparezca por esa puerta. 

—¿Posiciones? ¿Qué posiciones? —asaltó Alice indignada por la estupidez que aquel tipo les acababa de espetar para librarse de su compañía. 

—Oye, Will, sé que no nos llevamos muy bien, pero un "hola" a tus compañeros para relajarte antes de la misión, estaría bien. Ayuda a liberar tensiones, ¿sabes? 

El soldado le respondió con una efímera carcajada que denotaba la gran cantidad de humor absurdo que el consejo de la chica había remarcado implícitamente. 

—¿Soldado? ¿Misión? ¿Acaso conoces el verdadero significado de esas palabras? Mira, abejita, vosotros sois civiles. No tenéis ni puta idea de lo que significa ser un soldado, o lo que significa desempeñar una misión. Sólo venís con nosotros, con los que de verdad luchamos, porque sois los enchufados del hermanito. Ni siquiera alcanzáis a comprender lo que el objetivo supone para nosotros y para el mundo. La gente que no posee la verdadera filosofía de un auténtico soldado no debería serlo nunca, y cuando por fin consiga que Ley comprenda mi punto de vista, vosotras dos os dedicareis a lo mismo que esas muchachitas castañas, y todos vuestros compañeros igual. Y ahora largaos, y dejadme en paz de una vez. 

Una furiosa Alice ya caminaba imponente hacia Will deseosa de asestarle cada uno de sus insultos más viles en la cara por su intención de marginarla a una simple civil sin ningún tipo de fortaleza ni poderío en la construcción de su futuro, pero Maya la detuvo antes de que cometiese un grave error irreparable, acatando la orden del soldado y marchándose en silencio hacia los demás. Ya volvería a discutir con él en un ambiente de mayor tranquilidad. Maya no se rendiría con facilidad. 

Tras la acalorada discusión, dos personas más se reencontraron con el numeroso grupo exhibiéndose desde esa oscuridad lúgubre del bunker. Eva y Adán. Johnny fue el primer testigo de su salida, por lo que, en un intento de evitar un saludo que no le apetecía en absoluto, comenzó una conversación con Maya y Alice, quienes acababan de introducirse en la reunión de diálogo. Ella se percató a la perfección de la ignorancia del pelo zanahoria, pero la importancia que le concedió fue invisible. El malencarado Will, por otra parte, fue el único que se molestó en enviarle desde la lejanía un cariñoso saludo militar que ella le devolvió instantáneamente. Ni Maya ni Alice obviaron ese comportamiento tan radicalmente diferente.

Y tras poco menos de un minuto desde la aparición de los hermanos, resurgió de entre el tenebroso corredor la auténtica joya de la corona. Una mujer de cabello pelirrojo, con mirada mortífera y atuendo antiradiactivo respetable, portando tizona y katana al unísono en espalda y cintura, produciendo temblores de temor en el suelo árido con cada uno de sus pasos. El silencio reinó en aquel antiguo campo de cultivo por su simple presencia. Cada uno de los soldados a los que ella capitaneaba se cuadraron ante su poderosa líder, fruto de la demostración de autoridad con la que se había engalardonado las últimas semanas. Tales muestras de obediencia y lealtad eran como un sagrado ritual de paz, valentía y fortaleza para Ley. 

—Muy bien. Veo que ya estáis todos aquí. Subid a los coches. Regresamos a nuestro bunker.
Y mientras contemplaba como todas las personas que la rodeaban se apresuraban en acatar su orden sin rechistar como si de un mandamiento bíblico se tratase, Ley se convenció nuevamente a sí misma de que lo iba a conseguir. Era demasiado evidente como para no percatarse de ello. Lo iba a conseguir. Estaba dispuesta a conseguirlo. Y lo conseguiría.

Y la jodida puerta volvió a abrirse con un tumulto de sonidos infernales, anotando su cuarto lanzamiento en diana, aunque aquella vez el sonido de las escaleras ya había amortiguado su sobresalto. Quien se introdujo en la brillante sala no pudo ser otro más que Braun, ejerciendo como fornido guardaespaldas de un peculiar trío de adolescentes que probablemente serían los mosqueteros a los que había mencionado Michaela. Una morena con una enorme cola de caballo que cubría su espalda hasta el final de la cintura digna de pertenecer a cualquier prostíbulo de carretera, un chaval castaño con el pelo rapado repleto de cicatrices imponiendo su chulería con una simple mirada de sus lúgubres pupilas y un melenas rubio que parecía haber recibido algún contrato de asesinato en el tugurio tabernero más cercano antes de reunirse con ellos. Nicole se lamentó consigo misma por los horribles monstruos en los que Michaela había transformado a aquellos inocentes chicos al aprovecharse de sus debilidades. Desde lo más profundo de su corazón habría deseado que le fuese concedida la posibilidad de reeducar a los muchachos en una familia real, exactamente como lo estaban haciendo con Adán, pero sabía que no podía ser su prioridad. 

Si algo era evidente entre todo el jodido tumulto de desconocimiento que les embargaba era que aquellos adolescentes iban a ser sus enemigos. Nicole lo sabía. Y Michaela también lo sabía. Su hermanastra no se había reservado ni un ápice a la hora de desplegar sus tácticas más ingeniosas. Debía sentirse plenamente segura de sí misma. Quizá incluso demasiado... 

—Chicos, os presento a la persona de la que vais a tener que cuidar unas horas por mí, Nicole. Saludadla, por favor. No seáis maleducados. Nicole, estos son Barbie, Daniel y Hugo, aunque yo los prefiero llamar mis pequeños mosqueteros. Cuida bien de ellos. Son como mis hijos. Yo les enseñé personalmente a cortar un cuello como es debido, ¿sabes? Los pobres eran muy ignorantes.

El comentario de Michaela produjo una nueva sesión de arcadas en el estómago de Nicole que era incapaz de reprimir, pero se forzó a sí misma a hacerlo. Sólo estaba continuando con su maldito juego. Debía olvidarse de sus provocaciones antes de que terminase estallando en una orgía extrema de sangre y vísceras. 

—Así que vas a ponerme a unos chavales a vigilarme. ¿Es que no te fías de mí? —contraatacó Nicole alardeando de sus penosas cualidades como actriz al tratar de fingir la decepción en su enunciado. 

—No es que no me fíe de ti, mi pequeña Nicoleta. Por supuesto que me fío. Pero en quienes no confío tanto es en los dos señores que te seguirán durante toda tu ruta con un par de rifles de francotirador apuntando en dirección a tu cabeza. No queremos que ninguno de ellos apriete el gatillo por error y desparrame tus bonitos sesos por una carretera mugrienta. Mis mosqueteros se encargarán de que eso no suceda. 

Y una vez más, le había asestado la que era considerada como la amenaza limpia de pecado. Sutil, pero a su vez imponente, cual don mafioso de una familia. Nicole no pudo continuar con la guerra verbal tras aquel majestuoso relato, por lo que finalmente se rindió al silencio. Aquella era la única modalidad de batalla en la que todavía no había podido derrotar a su hermanastra, desgraciadamente.
Consciente de que había logrado alzarse con la victoria, Michaela se puso en pie separándose de su silla, e ignorando cada mínimo detalle del nerviosismo revelado en el organismo de su mayor enemiga, se dirigió hacia sus niños y les susurró una serie de oraciones imperceptibles para el oído de Nicole, aunque podía suponer con certeza que no les estaba suplicando que la mimaran. 

—Muy bien. Lo vas a hacer exactamente como yo te lo ordene, Nicoleta, y si se te ocurre desviarte en cualquier punto del plan, te ejecutaré sin dudarlo, le cortaré la cabeza a ese niñato para colgarla en la entrada de mi ciudad, y me aseguraré de que tus amigos sean recompensados con una muerte lenta y dolorosa. ¿Está claro? 

Nicole se apresuró en responder con un deslizamiento afirmativo de su cabeza. Lo único por lo que rogaba era porque su humillación finalizase pronto, pero sabía que Michaela iba a disfrutar cada segundo de su sufrimiento como un vampiro ávido de sangre humana fresca.

 —Así me gusta. Escucha con atención. Mi fiel aliado Braun, presente aquí a mi lado, te proporcionará un vehículo con el que podrás desplazarte rápidamente, y a su vez, lo conducirá personalmente hasta el último punto en que mis chicos avistaron a tu grupo. Como no queremos que algún zombi malo te pille desprevenida y acabe contigo antes de lo previsto, también se te devolverá tu ridícula pistolita, pero con la mitad de la munición que trajiste contigo, y según el recuento de Fox, deben de ser como unas cuatro balas. Siento dejarte con tan poco, querida Nicoleta, pero todo el mundo tiene que contribuir para que este barco no se hunda. 

—¿Qué hay del traje? ¿Me lo vas a dar? —preguntó Nicole con un mal presagio en su propia cuestión. Michaela era de esa clase de personas sin remordimientos que no dudaría en arrojar a cualquiera al yermo radiactivo en pelota picada. Sabía que la respuesta era bastante deducible. Ni siquiera lo recapacitó cuando le habló mostrando de nuevo su sonrisa pérfida de bruja portadora de manzanas.

 —Creo que no. Ya sabes, todo el mundo necesita un pequeño aliciente para seguir adelante con sus planes, Nicoleta. Cada vez que sientas como la radiación te está consumiendo hasta convertirte en un saco de huesos con dos brazos extra, te darás más prisa en traerme a tus amigos. Va a ser genial estar todos juntos.

El mínimo atisbo de esperanza se evadió de su mente cuando Michaela confirmó sus sospechas con tal frialdad inhumana. Quería matarla por encima de cualquier otro deseo. Estaba dispuesta a matarla. Sólo necesitaba una oportunidad. Sólo una maldita oportunidad.

 —Oh, venga, Nicole, no me pongas esa carita de enfado. Piensa que vas a tener chófer personal por un día —se mofó de la representación de una ley que ella misma se había encargado de extinguir con sus viles maldades, rebasando finalmente el punto máximo de presión que la joven podía soportar—. Muy bien. Braun, creo que ya podemos empezar. Saca a todo el mundo de aquí. Necesito relajarme un poco, aunque sólo sea por una tarde. Este trabajo es agotador. 

La iba a matar. Perforaría su cerebro con un sacacorchos, ensartaría su corazón con su propio machete, reventaría su cráneo con un martillo o incluso arrebataría su vida a golpes con sus manos desnudas, pero la mataría. La iba a matar, aunque fuese lo último que hiciese en su vida.  

Quince minutos... Aquel fue el período de tiempo aproximado en que la retahíla de vehículos comandada por Ley y Johnny se detuvo junto a los límites del terreno que señalaban la entrada principal del bunker mayor. La general considerada de mayor rango en su propio ejército fue la primera que desembarcó de su hermosa reliquia de dos ruedas, acompañada por uno de los ajetreos de pasos multitudinarios más enriquecedores que hubiese escuchado jamás. La motivación producida por ello la instó a reubicarse junto a su pelotón civil con mayor rapidez para continuar con la saciedad de su sed de liderazgo. 

—Así me gusta, que os mováis con sangre en las venas. Y ahora, escuchadme todos atentamente, chicos. Esa mujer a la que capturamos hace unas semanas, cuando vosotros llegasteis, ha cantado por fin, y ahora conocemos la ubicación de uno de los lugares que sirve a esas sanguijuelas como escondite. Sólo se trata de entrar allí y repartir una pequeña dosis de acero entre los mercenarios que anden por la zona custodiándoles. Y con un poco de suerte, es posible que nos tropecemos con alguno de sus maletines. Johnny, Will y Jimmy, venid dentro conmigo. Todavía necesitamos prepararnos antes de salir como es debido. Inma, Jessica, vosotras ya sabéis cuales son las labores para el día. Los soldados os están esperando. Y... Max me ha dicho que hoy vais a pasar la mañana en la enfermería —comentó con la conclusión de su boletín informativo dirigiéndose a Adán—. El resto esperad aquí. No tardaremos mucho. 

Y una vez hubo finalizado su discurso de honestidad comunicativo, Ley, junto con Johnny, Jimmy y Will, desapareció más allá de las sombras que enmarcaban el acceso primario a la edificación mientras el grupo principal observaba curiosos sus movimientos. 

Sólo se hubieron adentrado unos metros hasta el primer corredor de su protector hogar cuando la señorita pelirroja volvió a desplazar sus labios con cierto interés en concreto. 

—Johnny, adelántate. Tengo que hablar en privado con Jimmy y Will.

—No tardes demasiado, ¿vale? No quiero tener que echarte de menos —aceptó este despidiéndose cariñosamente de su chica con un apasionado beso en los labios y dirigiéndose en dirección a su dormitorio. Ambos sujetos nombrados presenciaron como Johnny se evadía en la bifurcación más cercana del pasillo al mismo tiempo que se aproximaban hacia su superior con interés por la información que necesitaba transmitirles en privado. 

—¿Y bien? ¿Qué es lo que nos tienes que decir, Ley? —preguntó Will impaciente. 

—Chicos, sé que vosotros dos siempre habéis sido fundamentales en cualquiera de mis misiones, pero esta vez necesito que os quedéis aquí, dirigiendo el búnker en mi ausencia. Los soldados enviados al norte para la recolección de provisiones regresarán pronto, y sería preferible que alguno de nosotros esté por aquí cuando lo hagan, para que no haya ningún tipo de problema o estos zoquetes se empiecen a descontrolar al ver que están todos solos, sin nadie al mando. No quiero que vuelva a ocurrir lo que pasó hace unas semanas. 

—Espera, espera, espera, ¿lo que estás intentando decirnos es que te vas a llevar a la misión de limpieza a esos tipos que a duras penas saben sujetar un arma y nos vas a dejar a nosotros dos tirados en la estacada? —la asaltó Will visiblemente ofendido por la decisión impuesta. Para un soldado considerado a sí mismo como un hombre de honor indudable dispuesto a cualquier clase de sacrificio propio, el hecho de que le excluyesen de una misión que se consideraba de vital importancia para debilitar a su enemigo era como una vil traición, una puñalada rastrera en su corazón, una ofensa que nunca habría aguardado por parte de Ley. 

—Will, baja el puto tono antes de que me enfade —le reprendió ella molesta por su rebelión ingrata, pese a que ya hubiese supuesto precedentemente su reacción—. No os estoy excluyendo a ninguno de los dos de nada. No estoy echándote fuera de mi vista a patadas, Will. Lo único que he dicho es que os necesito aquí, ejerciendo como responsables del bunker, y no como dos soldados más en esa iglesia a la que vamos a ir. Y, además, había pensado en tomar a Marco y Puma para que cumplan esos dos puestos que quedarían libres. ¿Hay algún problema por ser los amos del tinglado mientras yo no estoy? ¿Acaso es tan horrible como para que te ofendas de esa manera, Will? 

—Ley... No, perdón, general Ley... Sabes perfectamente que no estoy hecho para mandar, y aun así, me dejas aquí. ¿Es que ya no confías en mí? ¿Es eso? ¿Es por qué he estado intentando convencerte de que los amiguitos de tu hermano no deberían venir a nuestras misiones? ¿Es algún tipo de lección o algo por el estilo? —se lanzó Will al ataque cual animal salvaje siendo juzgado con sendas miradas estupefactas por parte de Jimmy y Ley. Conocían lo suficiente a aquel terco de campeonato como para ser plenamente conscientes de que sólo estaba jugando con la mente de su líder, presionando sus puntos débiles para que recapacitara en su decisión. Al fin y al cabo, los tres habían sido buenos amigos desde el inicio de su juventud, por lo que sabían perfectamente cómo podían manipularse mutuamente hasta cierto punto. Pero aquella nueva Ley resurgida de las cenizas de un alma muy distinta era incorruptible. No iba a permitir que nadie la manipulase ni aunque le entregase el secreto de la eterna juventud. 

—Will, para de decir gilipolleces de una puta vez —le interrumpió Ley mostrando la división más déspota de su ser—. Nada de lo que digas o de lo que intentes hacer te va a funcionar. Te recuerdo que aquí mando yo, y si digo que hoy no puedes venir, no vas a venir. Punto y final. Y esta vez voy a ser inflexible. Y lo siento, Will, pero por el amor de Dios bendito, trata de relajarte un poco, que últimamente estás más pendiente por tonterías propias de un niñato que por nuestro objetivo. Y sí, eres una de las personas en las que más confío. ¿O es que te crees que yo dejaría mi búnker a cargo de cualquiera? Joder, es que pareces estúpido sintiéndote celoso de los civiles. Necesitamos gente que nos apoye si queremos conseguirlo, sean de la clase que sean. Nosotros solos no somos suficientes. Además, el futuro que vamos a construir es para todos, tanto soldados como civiles, y si son lo suficientemente capaces para luchar con un arma por su propio futuro, por supuesto que seguiré llevándolos conmigo como refuerzo. 

Will no se atrevió a replicar de nuevo tras haber contraatacado con los sólidos argumentos de su discurso, por lo que se limitó a huir entre un silencio sepulcral empleando la ruta opuesta a la utilizada por Johnny. 

—Ley, sabes que estoy contigo al cien por cien después de que me perdonaras, pero te recuerdo que he sido vigilante muchas veces desde entonces, y habiendo visto todas las cosas que he visto, no creo que necesites a Will. Es algo más, ¿verdad? Puedes contármelo. Seré una tumba. 

La joven soldado ninja reflexionó sobre el razonamiento de su compañero de arma blanca con notable incredulidad. Lo cierto era que no había esperado que discurriese hasta alcanzar ese elevado punto en que descubría sus auténticas intenciones. Una extravagante sensación de desorientación poseyó su organismo entero. Era como si Jimmy y Will hubiesen intercambiado sus cerebros. Dos comportamientos que no le era posible explicar. 

—Mira, Jimmy, entre tú y yo, no quiero que Will esté en la misión —aceptó Ley tras percatarse definitivamente de que había sido descubierta—. No es por él, sino por Puma. No me lo estoy llevando simplemente como sustituto. Si fuera así, tendría a otros veinte hombres entre los que elegir, como mínimo. Esta va a ser la primera misión en la que podré ver cómo se desenvuelve Puma con su grupo, y no quiero que Will ande por allí rondando a... rondándoles... —corrigió velozmente siendo consciente de la tremenda errata que acababa de cometer. Pero Jimmy no había obviado su supuesto fallo a la hora de expresarse. 

—A su novieta. No quieres que ande por allí rondando a la novieta de Puma, ¿no? Venga, Ley, que yo también tengo ojos, y puedo ver el lío que se trae con esa del pelo corto y lo bien que se llevan los dos con Will. 

—Pues sí, mira, has descubierto todo mi plan, genio —confesó finalmente Ley muy asombrada por las dotes detectivescas del soldado—. Necesito comprobar si Puma realmente estaría dispuesto a anteponer la causa a sus intereses personales, que fue precisamente por lo que se unió a la lucha desde nuestro bando. Hasta hace unos días pensaba que así era, pero ahora tengo mis dudas. Una prueba de fuego será lo mejor para verificarlo. Pero si Will viene a la misión, sé perfectamente que no se va a separar ni un segundo de Puma ni de la chica, y la prueba de fuego se nos jode. ¿Lo entiendes ahora? 

—Tiene sentido... —lo aprobó Jimmy sin merodear excesivamente en los retos de lealtad de su líder—. Pero hay algo que no me encaja en todo esto. ¿Por qué tengo que quedarme yo aquí? 

—Primero, necesito a alguien que vigile realmente a toda la gente que hay aquí y la que va a venir del norte, porque no es ningún cuento chino que no quiero que se piensen que están de fiesta porque me he largado, y como dependamos de Will, mal vamos. Segundo, fíjate cómo se ha puesto Will cuando os he dicho que no veníais a la misión. Si se lo llego a decir a él sólo, se me echa directamente al cuello. Seguro que se lo habría tomado como algo aún más personal, y lo habría tenido todo el mes de morros. Tercero, la española va a estar aquí, sola, sin su prima, sin nadie que la acompañe durante unas horas. ¿Te parece eso suficiente motivación para quedarte, o tengo que seguir?

—Por favor, si a mí Inma no me gusta —mintió éste descaradamente con un claro color sonrojado vislumbrándose entre sus mejillas—. La única mujer a la que quiero yo ahora mismo es a la zorra que tiene escondidos esos maletines. 

—Me gusta eso que dices, ¿sabes, Jimmy? Pero no intentes engañarme. Todos te hemos visto tratándola como a una dama de alta cuna, oh, mi noble y fiel caballero andante. Sólo te falta subirla a lomos de tu caballo blanco y galopar hasta vuestro castillo, donde viviréis felices rodeados de zombis caníbales y horribles mutantes —fantaseó Ley ironizando un estúpido y empalagoso modo de vivir el amor que nunca jamás habría deseado para sí misma—. En fin, voy a ir a prepararme, que ya vamos tarde. Tú ve empezando a controlar todo esto, y no molestes mucho a tu lady. La sangre que vaya al cerebro, a pensar en esa tipa de los maletines, ¿eh? No te me vayas por el mal camino. 

—Que vaya todo bien —le deseó Jimmy desde su posición mientras la joven se alejaba en dirección a la enfermería del lugar. 

—Bueno, supongo que debería irme ya. Será mejor que no me retrase —comunicó Jessica a sus compañeros con disposición a cumplir con sus acuerdos de trabajo en ese preciso momento.
—Sí, yo también —admitió Inma con una mayor desgana que Jessica en las tres palabras que enmarcó, probablemente debido al hecho de que aquel día su prima volvería a arriesgar su vida en el exterior. 

—Adiós, cari. Descansa mucho, y cuídate —advirtió Davis deslumbrando de nuevo con su obsesión sobreprotectora antes de despedirse con un fugaz beso sembrado en sus labios. 

—Que vaya bien, Inma —la animó Maya junto con una sonrisa que hizo relucir su rostro de pulcra simpatía. A diferencia de cierto sujeto situado a su vera, a ella sí le agradaba que su prima construyese una serie de espacios de su vida que fuesen independientes respecto a sí misma. Era una etapa de su camino que necesitaría cubrir en algún momento de su vida.

Y una vez efectuadas sus interminables muestras de amor puro hacia sus seres queridos, ambas comenzaron a caminar en pareja en dirección al acceso interior empleado minutos atrás por el cuarteto de soldados. Eva también se disponía a acompañar a su hermano pequeño hasta la enfermería donde se suponía que debía encontrarse el doctor Max, pero el ruido vibrante de unas cuerdas vocales que fue percibido a su derecha interrumpió sus actos. Tres sujetos habían surgido de uno de los laterales del búnker conversando entre sí sobre ciertos asuntos banales que ellos consideraban de importancia, pero lo fundamental de la especialidad de esta escena fue contemplar cómo uno de ellos en su reaccion de estupefacción casi se tragó sin masticar el cigarro que estaba devorando. Y aquel glotón de nicotina no era otro que el mismísimo Puma. 

Todos se mantuvieron expectantes tras reencontrarse con su viejo amigo y líder después de haberse mantenido al margen de él desde su unión al grupo de Ley, pero nadie se atrevió a despedirle un sencillo saludo de compañerismo siquiera. Todos sabían que la atención de Puma se hallaba concentrada plenamente en ella. En Eva. 

—Yo llevaré a Adán a la enfermería. Sé dónde está —se ofreció Inma consciente de la ardua necesidad que sentía Eva de mantener una conversación con Puma.  

—Vale, sí, Inma. Adiós, cariño. Pásatelo bien —habló ella carente de preocupación alguna sobre el gesto de solidaridad que la chica había expresado. Aquel minino se encontraba invadiendo constantemente el foco de su arrepentimiento como si fuera un jodido virus. Necesitaba hablar con él urgentemente. Aclarar la realidad de sus actos. De su relación. 

Una vez Jessica se hubo distanciado de él nuevamente, Davis se halló a sí mismo lo suficientemente desganado en cuanto a liberar su garganta con sus compañeros como para regresar hasta el camión en el que les habían transportado y sentarse en el asiento del copiloto a reposar mientras vislumbraba a tres parejas que se habían compuesto con incalculable rapidez. M.A y Alice, Nicole y Maya, Eva y Puma... 

—¿Cómo te encuentras, M.A? —preguntó Alice al jovencito tomando delicadamente el brazo que todavía conservaba intacto—. Últimamente te he visto mucho mejor. Si ya hasta sonríes y todo. 

—Alice, no empieces con tus piques, que ahora llevo las pilas recargadas —advirtió este con cierta picaresca destacando su tono de voz. 

—Ya, seguro que sí, gran macho alfa. Si te hace ilusión creer que puedes ganarme, no voy a ser yo tan mala perra como para quitártela. Pero aquí sigue dominando una servidora cuando se trata de mofarse de ti —se chuleó Alice exhibiendo un par de poses provocadoras que no podrían haber sido más falsas ni aunque hubiesen formado parte del reparto de una película de barrio barata. 

—Claro, claro, lo que usted diga, hembra dominante —decidió concluir M.A con su estúpido jueguito de habladurías inútiles para proseguir con un asunto en cuestión que a ambos reclamaba su atención—. Por cierto, Alice, he estado pensando en lo que me dijiste hace unas semanas en esa estación de servicio detenidamente, y, bueno, creo que sí... Creo que podríamos volver a intentarlo. 

—M.A... ¿Eres realmente consciente de lo que estás hablando? ¿Lo estás diciendo totalmente en serio? —preguntó Alice con un resplandor reluciente renacido en sus marchitas pupilas. Era como si aquella simple aceptación por parte de su rubito hubiese retornado toda la ilusión por la vida que había desaparecido tras su falsa muerte. 

—Sí, estoy hablando en serio, Alice. Ya va siendo hora de que vuelva a ser el que era antes de que todo esto me dejase para el arrastre, de volver a sentir de nuevo esa presión en el pecho y que no sea porque un zombi te está acariciando la nuca, de que los dos lo sintamos juntos, pero eso sí, te lo pido por favor, poco a poco. Nos precipitamos mucho en Stone City con nuestra... pequeña relación de tres días. Esta vez quiero ir más despacio. Quiero conocer a esa Alice que se supone que tienes encerrada ahí dentro y quiero que tú conozcas a ese M.A que anda por aquí, oculto en algún lugar, el muy traidor. ¿Te parece bien? ¿Quieres decir algo? 

Pero Alice no respondió ante su ofrenda de participación en las condiciones que estaba suplicando por compartir con ella. Lo único a lo que pudo limitarse fue a una reflexiva examinación de esas bellísimas cicatrices que M.A lucía en ese precioso rostro tan particular como un verdadero héroe de guerra que hubiese salvado a un centenar de personas de las pezuñas de la muerte. Después de todo el esfuerzo que había invertido en conseguir que aquello sucediese, después de todo el tiempo que había empleado meditando esa táctica mediante la cual podría conseguir que M.A volviese a confiar en ella hasta ese punto, y después de haber alcanzado el límite de su rendición, estaba ocurriendo. Era increíble, como la visión de un ángel que desciende de las nubes entre cantos celestiales. Aquel era, definitivamente, el mejor día de su desgraciada vida desde que los muertos habían comenzado con su especial repoblación de la Tierra. 

—Hey, Alice, mujer, ¿qué te pasa? Te has quedado empanada —la sacudió el chico tras cerciorarse de que Alice permanecía inmutable como una escultura tallada en hielo, observándole con unas relucientes joyas color cielo que parecían desprender algun tipo de sentimiento muy personal.

—No es nada. Sólo estaba pensando en la gran felicidad que siento ahora mismo al haber recuperado a la única persona que me quedaba —confesó la joven fundiendo sus sensuales labios con los de su rubito en un cálido beso que reunificó sus almas en una sola. 

—Oye, Nicole, ¿cómo te encuentras hoy? —se preocupó la bondadosa Maya por ese malestar mental que estaba padeciendo su compañera desde el incidente. La chica alcanzaba a comprender el intenso dolor que la devoraba interiormente en cierto modo. Equipararlo a la destrucción que había desencadenado en sí misma la muerte de su hermana no era ninguna idea descabellada. Tal vez podría intentar aplacar su sufrimiento compartiendo sus propias experiencias... Tal vez... Sólo tal vez... 

—Bueno, intento seguir adelante, pero no puedo dejar de pensar en lo que pasó y en lo que hice. Es... como un remordimiento que vuelve cada día para atormentarme. Es decir, sólo mira a M.A, a Alice o a tu prima. Las heridas que hay por todo su cuerpo son en parte mi culpa. Debería haberla detenido antes, mucho antes. La he dejado llegar demasiado lejos. Nunca debería haber existido ese jodido campo de concentración que controla. Tendría... 

—Para —la detuvo Maya situando uno de sus dedos en vertical sobre los labios de la chica como una solicitud de silencio—. Mira, Nicole, he tratado varias veces de hablar contigo, pero nunca he acumulado la valentía suficiente como para hacerlo. Al principio pensé que era porque quizás la confianza entre nosotras no era tanta como para que hablásemos de ello. Hace unos días me di cuenta de que solamente me estaba engañando a sí misma. Era por el miedo. Miedo a verme reflejada en ti. 

Nicole permaneció tan impactada como estupefacta ante la repentina confesión completamente inesperada mientras ella continuaba con el discurso de ánimo. 

—Cuando Dyssidia murió, realmente no supe qué hacer. ¿De quién era la culpa de que aquello hubiese pasado? ¿Era de Ley, la mano ejecutora? ¿Era de ella misma, por haber jugado con la muerte como si fuese una muñeca? ¿Era de Davis, por su supuesta provocación? ¿O era mía, por no haber sido capaz de protegerla cuando ya la tenía a mi lado? Y al principio, escogí la tercera, porque era la que menos daño le hacía a los demás, a unas personas que son mis amigos, y a la memoria de Dyss. Me lo comí todo yo sola, interiormente, sin compartirlo con nadie más. ¿Y sabes de qué me sirvió? De nada. Lo único que conseguí fue envenenarme a mí misma con la culpa, hasta que comprendí que debía dejarlo atrás si quería seguir con la vida que había llevado hasta entonces, si quería continuar recorriendo el camino con los demás. Nait me dijo una vez que no son nuestros actos los que nos definen realmente, sino nuestros sentimientos hacia ellos una vez realizados. Salvaste a un niño, Nicole. Eso es lo que importa. Olvida todo lo que pasó, olvídala a ella, y sobre todo, olvida tu deseo de inyectarte veneno en vena, como yo hacía. Tienes que mirar hacia delante. Hacia el futuro que pronto vamos a tener. Hazlo por ti misma, por tu propia salud, por favor. 

La antigua agente había tornado su gesto facial hacia un asombro que era todavía más indescriptible que el anterior. Nunca habría imaginado que una jovencita tan reservada como solía ser Maya ocultase un mundo interior tan profundo. Lo cierto era que sus deseos de abrazarla por su tierna comprensión se hallaban en pleno proceso de incremento imitado por su moral. Y así lo hizo. Maya lo recibió con un sutil aturdimiento de cada uno de sus sentidos durante los primeros segundos, pero nunca se habría atrevido a rechazar tal muestra de férreo apoyo. 

—Y no te preocupes por ella. Caerá tarde o temprano. Ese tipo de personas nunca serán capaces de reconstruir este mundo. Nunca... 

—Hey —saludó Puma con un movimiento casi imperceptible de su cabeza. Como de costumbre, el silencio que prosiguió a sus palabras resultó mucho más expresivo para Eva que una burda onomatopeya. 

—¿Otra vez con los "hey"? Creía que ya habíamos superado esa fase —refunfuñó ella como un simple método de quiebre del compacto hielo que se había formado entre ambos desde su último encuentro furtivo. 

—Pues buenos días, preciosa señorita. ¿Qué tal pasó usted la mañana? ¿Te gusta más así? —le contestó Puma continuando con sus simplonas intenciones guasonas.

—Venga, va, Puma, déjate de gilipolleces. Tengo que hablar seriamente contigo—rasgó Eva las raíces más insondables de ese sentido del humor que tan inoportuno era constantemente.
—Es sobre lo que pasó el otro día en la caseta, ¿no? ¿Has cambiado de opinión? Porque me parecería lo más normal del mundo. 

—Mira, Puma, lo que pasó ese día, pasó, y no hay más vueltas que darle. ¿Que nos dejamos llevar por nuestros instintos en ese momento? Pues sí, es cierto, pero no pasa nada. Creo que los dos tenemos la suficiente madurez como para saber que no debemos volver a repetirlo. Tú ya has tomado una decisión, y por mucho que a mí me joda, tenemos que respetarla. No podemos llegar hasta ese punto. Ya no. Es demasiado tarde —espetó una aclaradora Eva con ligeras pinceladas de tristeza en las palabras que emitía. 

—Supongo que lo comprendo. Nuestros caminos tienen que separarse a partir de aquí. Tú con tu hermano, yo con mi líder. Pero que sepas que no olvidaré nuestra... pequeña despedida. Nunca. Ni aunque me extirpen el cerebro y lo hagan filetes rusos —aclaró el sangriento gatito con ese tono de bribón pícaro que provocaba el enloquecimiento en cualquiera de formas radicalmente diferentes. 

—Puma... —rugió una potente voz que se ubicaba a la derecha de este. Ambos se aventuraron a guiar sus miradas hacia esa mítica entrada al búnker por la que miles de personas discurrían como si de una cueva prehistórica se tratase, topándose con la imagen de un Johnny muy agitado que caminaba hacia su posición. 

—Yo me largo. Lo último que me apetece ahora mismo es hablar con el esqueletos —comunicó Eva con desprecio mientras comenzaba a regresar con el resto de los miembros del grupo—. Ya nos veremos. Espero... 

Johnny no se demoró ni un segundo más del necesario en situarse a la vera de ese fiero minino, dedicando una expresión de vómito insufrible a la pelo escoba cuando ambos se cruzaron mucho antes de que empezase siquiera a deslizar sus cuerdas vocales. 

—Cuéntame, Johnny. ¿Qué pasa hoy por ahí dentro? —consultó Puma exponiendo toda la confianza que había creado con el muchacho en tan sólo unas semanas. 

—¿Tú le has dicho algo a Ley? ¿Se lo has dicho? —arremetió este con un aspecto de auténtica molestia ante lo que le hubiese comunicado. Por unos instantes, Puma pensó que podría haberle confesado el asunto de sus escapadas nocturnas, pero pronto lo desechó como posibilidad. Por la impresión de Johnny, debía de tratarse de otro tema en cuestión. 

—Vas a tener que especificar un poco más si quieres que te entienda, Johnny. 

—Acabo de tropezarme con Ley mientras salía y me ha dicho que te diga que vayas preparándote, que hoy tú sales con todos nosotros. ¿Se lo has pedido tú? ¿Te había dicho algo antes? —arremetió el pelirrojo con una retahíla de preguntas de dudosa finalidad. Puma sintió por unos instantes que Johnny se estaba sintiendo celoso o incluso rabioso, como si el gato estuviese invadiendo una propiedad que no era de él. Cierto era que conocía con detalle ese carácter tan posesivo del muchacho que había mostrado desde el primer día que lo había conocido, pero ese sentimiento de recelo hacia su relación de confianza con de Ley era simplemente... absurdo. El minino se hallaba mucho más interesado en el hecho de que su nueva líder hubiese accedido a permitirle, sin ningún tipo de presión externa por parte suya, compartir una misión con sus antiguos compañeros. Los fragmentos de aquel rompecabezas misterioso no terminaban de encajar. 

—Johnny, ahorita mismo estoy igual de sorprendido que tú. Esta es la primera vez que Ley me deja acompañar a mi antiguo grupo en uno de sus trabajos —esclareció Puma reflexionando sobre las intenciones ocultas que pudiese acarrear aquel acto de benevolencia. 

—No, tío, si yo me alegro un huevo de que te vengas con nosotros, pero es que Ley me ha dejao to rallao cuando ha venido a decírmelo, porque yo creía que no quería que los vieses una temporada —comentó Johnny con una tranquilidad mucho más perceptible, a pesar de que era notoria su intención de disimulo respecto a los celos puñeteros que acababan de invadirle. No era una faceta de la que éste se sintiese precisamente orgulloso, pero su actitud junto con el amiguismo en exceso que se percibía entre su chica y un desconocido como lo era Puma creaban una auténtica bomba de relojería que se veía incapaz de dominar. 

Pero el gato ni siquiera había atendido a estas últimas palabras, sino que había permanecido en estado de absorción tras descubrir con una rapidez excepcional la respuesta al enigma. Lo único que había sido realmente de su necesidad no fue nada más que observarles. Observarles... de nuevo. Esa visión... Nicole abrazando a Maya, M.A conversando con Alice, Davis reposando en el camión, Eva... Eva... No le cabía duda de su propósito con aquella decisión. Era evidente. Lo era demasiado después de haber descubierto el secreto de sus escapadas nocturnas. Lo que Ley deseaba era comprobar si él continuaba perteneciendo a esa familia. Y aún más en concreto, si todavía era su posesión. La de Eva. 

Una doble puerta de cristal se abrió hasta que sus bisagras se retorcieron entre unos aullidos que sólo podían indicar un arduo dolor. Dos adolescentes que rondaban los quince años pronto se identificaron ante los pobladores de la tienda. Eran Florr y Lucía. Eva se separó precipitadamente de las caricias amorosas de su hermano para correr a asistir a una chiquilla que parecía un muerto viviente por la situación en la que se encontraba. Ataques temblorosos, sudores incontenibles, pupilas dilatadas, respiración agitada... Todos los síntomas indicaban que el síndrome de abstinencia había vuelto a atacar

 —¿Le ha vuelto a dar otro ataque? ¿Cómo se encuentra? —preguntó tras examinar el organismo de la joven adicta con mucho detenimiento. 

—Lo está intentando, pero ha empezado a descontrolarse. Voy a llevarla a un rincón. Dice que quiere estar sola —informó Florr arrastrando literalmente a su amiga de su alocado brazo a través de los corredores. 

—Si necesitas algo, dame una voz —gritó Eva ofreciendo su completa ayuda a ese pequeño problema que sufría la chica. 

—Y ya le ha entrado otra vez el mono. A este paso, será la primera en ser comida —comentó el imbécil de los cigarros con semejante frialdad que la oración casi parecía haber sido emitida por una simple computadora sin ningún tipo de alma. 

—Pero bueno, niñato, ¿se puede saber de qué coño vas? —se enfrentó Eva al tipo del pulmón cancerígeno cansada de sus estúpidas frasecitas de desprecio hacia el resto.

—Sólo he dicho la verdad. La gente como ella nunca sobrevive a estas mierdas del apocalipsis. Créeme, lo sé. Al final todos acaban siempre bajo tierra si son tipos con suerte, y si no lo son tanto, pues por ahí mordiendo cuellos. Los que estamos aquí ahora mismo no vamos a durar más que un par de semanas, si acaso. ¿O... 

—¡Cállate de una puta vez, jodido crío de los cojones! —espetó la mujer bastante enfurecida por la basura que ese idiota no paraba de soltar por su boca—. ¿Tengo que recordarte que estas aquí porque yo te salvé la vida en el orfanato, y que te di la opción de marcharte, pero decidiste que te quedabas voluntariamente? Ahora te toca rendirme cuentas. Lo que se coge prestado hay que devolverlo, y podrías empezar por no ir diciendo que vamos a morirnos de aquí a cuatro días, que esta última semana no ha sido horrible sólo para ti, que los demás también la hemos vivido.  

—Así que tengo que rendirte cuentas... —repitió sus palabras el hombre del saco denotando al mismo tiempo incredulidad y desdén—. Creo que se me pasó la parte del contrato donde hablábamos de eso. Que yo recuerde, me quedé con vosotros porque no me apetecía andar solito por ahí, pero vamos, que ahora mismo puedo coger la puerta y largarme sin problema. 
 
—Pues ahí la tienes. Venga, hazlo. O no, espera, mucho mejor. Primero te corto los huevos y luego te echo a la primera manada de esos bichos que pase por la calle —le amenazó Eva percibiendo como su autocontrol se desvanecía entre aquel arrebato de furia indomable. No podía soportar a las personas tan insolentes. Su sangre se transformaba en una pura lava rojiza cada vez que se tropezaba con uno de ellos—. Mira, me importan una puta mierda todas las pobres desgracias que te pasaran antes de esto. Ahora estás aquí, y no voy a permitir que vayas hundiendo la moral del grupo y pasando de todo como si fueras el rey del percal, así que más te vale empezar a espabilar y a ponerte las pilas si no quieres que prescinda de ti. ¿O prefieres que te cuente mi vida? Seguro que así no lo ves todo tan de color negro. Esas chicas, por ejemplo. Las dos acaban de perder lo poco que tenían, y ya sólo se tienen la una a la otra. Está claro que van a necesitar a alguien más para poder salir adelante. ¿Qué te cuesta ir allí y decirles que tú vas a estar ahí para cualquier cosa que necesiten? 

Míster Nicotina dirigió su mirada hacia el rincón donde se hallaban acurrucados las dos niñitas de papá junto con el enano de aquella tía tan pesada con un resquicio de conciencia, pero no tardó en elaborar una respuesta propia de semejante cerebro de mosquito. 

—Creo que por ahora voy a pasar. Anda, no me seas vaga, y encárgate tú de ellas.
—Ya veras, ya, cuando te ponga a limpiar todo el polvo de la tienda con la lengua. Entonces ya podrás llorar, que no te va a salvar ni el superheroe ese del librito que estás leyendo... 

Indagando en la estantería literaria de la enfermería, al acecho de un librito que le resultase un poco más entendible que los infumables tochos de medicina general que se repartían por el lugar, tratando de mantenerlo entretenido para permitirse proseguír con sus labores de sanación e investigación tranquilamente. Y acababa de encontrar la que podía ser la lectura perfecta para un niño de diez años, pese a que no alcanzaba a comprender la forma por la cual una sencilla novela gráfica se había infiltrado entre todos esos libros de pesado estudio. 

—¿Qué es esto? ¿Un comic? —preguntó retóricamente el doctor examinando con rareza la portada de semejante obra—. La increíble pero cierta historia de aquellos que resucitaban sin motivo aparente. Ja, que irónico... A ver, número 28, volumen 5. ¿Quién habrá puesto esto aquí?

—A ver, a ver, enséñamelo —le suplico el pequeño Adán acercándose con interés hacia la posición del doctor. 

—Emm, va a ser mejor que no —se negó Max tras desplegar el libro de dibujitos por una página aleatoria y contemplar la detallada figura corporal de una mujer de raza afroamericana desnuda desde sus pies hasta la cintura atada con robustas cuerdas a una pared—. Ya me enteraré yo de quien es el que va por ahí dejándome esta cosas aquí, ya. Sigamos buscando.

Pero su intrépida caza del tesoro pronto se vio abruptamente interrumpida por la dirigente del lugar cuando está atravesó apresuradamente la puerta de entrada. 

—Oh, buenos días, señorita Ley —saludó el anciano con admirable educación sin el más mínimo signo de sobresalto en sus facciones. Parecía ser muy consciente del vicio insano que poseía constantemente a la pelirroja y no le permitía golpear en la puerta antes de irrumpir en alguna de las salas en las que se encontrase.

—Buenos días, doctor Max —devolvió ella su respetable muestra de cordialidad—. ¿Podemos hablar un segundo en privado? No tardaré mucho. Tengo que irme ya. 

—Por supuesto. Lo que usted mande —aceptó con una obediencia ejemplar para cualquiera disponiéndose a abandonar la enfermería para reunirse con la líder en el corredor—. Adán, espera aquí un minuto. Y no se te ocurra tocar nada, eh, que te estoy vigilando. Y el librito ni olerlo... 

Ley aguardó impaciente en el umbral de la puerta hasta que el doctor atravesó los escasos metros que separaban a ambos y se situó paralela a ella mientras cerraba delicadamente la puerta que permanecía a su izquierda tras la salida, tratando de localizar una serie de palabras cargadas de sutileza con las que pudiese expresar sentimentalmente sus nuevos hallazgos. Era evidente que la chica no solicitaba su presencia por la necesidad de un puñado de aspirinas. La gravedad de su problema era infinitamente mayor que cualquiera de los rasguños por los que los soldados habían refunfuñando últimamente. 

—Supongo que vienes a preguntarme por el examen que le hice a tu hermano hace unos días —dedujo Max presumiendo de su elegante don del presentimiento. 

—No he tenido tiempo de pasarme antes, y mira que no paro de comerme la cabeza con este puto tema —expresó la general visiblemente angustiada por esa noticia tan codiciada que pronto se revelaría—. Entonces, ¿qué pasa? ¿Notaste algo raro o fuera de lo común? ¿Crees que M.A sufrió daño cerebral? 

—Como ya te comenté la primera vez, es prácticamente imposible determinar un posible daño cerebral con esta tecnología tan precaria de la que disponemos ahora mismo. Sus respuestas a las pruebas que le realicé han sido satisfactorias, pero he notado ciertas pérdidas de sí mismo en algunas ocasiones, como si su cerebro viajase a otro mundo por unos segundos, y también temblores muy constantes de su brazo izquierdo cuando se le somete a una enorme presión. ¿Le sucedía antes? 

—No, nada de eso le pasaba. Joder, Max, es que no podemos estar dos días sin que nos pase algo gordo —se lamentó Ley por el recibimiento de un diagnóstico que era tremendamente doloroso pese a toda esa inseguridad que acarreaba. 

—Señora, su hermano va a poder seguir haciendo vida normal como cualquiera de nosotros. Todo lo normal que puede ser la vida en estas condiciones que tanto nos desfavorecen, por supuesto. Cualquier daño cerebral que se produce posee una determinada importancia que debe ser tomada en cuenta siempre, pero existen ciertos casos en los que, incluso teniendo en cuenta sus consecuencias, un infarto sería muchísimo más dañino. Ese chico es un luchador con espíritu, y sé que sabrá seguir adelante. Sólo fíjate en el estado en el que me lo trajiste cuando tenía aquella fiebre tan alta que parecía que lo estaba matando y compáralo con el actual. Si el chaval sobrevivió a aquello, no creo que esto le vaya a suponer un problema. 

—Muchas gracias por tu apoyo, Max —le agradeció Ley su gran optimismo médico, aunque realmente ambos supiesen que los problemas de ese tipo nunca eran tan sencillo. El cerebro todavía seguía siendo una temible incógnita para el ser humano que no podían alcanzar a comprender—. Me gustaría seguir hablando con usted un poco más de tiempo, Max, pero me tengo que ir. Ya me informarás si descubrieses algo nuevo, ¿de acuerdo? 

—Que vaya todo bien —le deseó el doctor con honesta sinceridad. 

—Sí, seguro que sí —musitó la muchacha como un mensaje de mayor intención comunicativa hacia sí misma que hacía el anciano doctor Max. Después de todo, lo iba a conseguir... 

Silencio... Y silencio... Y más silencio... Y mucho más silencio... Allí, impregnado entre los centenares de estantes vacíos, atravesando los helados cristales de esa estación de servicio reconvertida en una insana cuadra, surgiendo de las cenizas del atardecer arrastradas por el ocaso que adornaba el exterior. Y sin embargo, ella no lo sentía. Ni la ausencia de sonido ni la pestilencia que se había incrustado en el interior del hormigón de sus paredes. Ni siquiera era consciente de la compañía de aquellos tres supervivientes que ubicaba como unos desconocidos muy recientes. Su consciencia se había traspasado desde la preocupación por Davis que había sido su tormento durante unas horas hasta la época directamente anterior de su vida. Ya no solamente eran su madre, su padre Nando y su hermano Eliot los que habían desaparecido en una eternidad inmensa. Eli, Lori, Hernán, Norman, Miriam, todos esos niños que habían convivido con ella, los ancianos, los enfermos, los tullidos, los más desfavorecidos, su posición en el Consejo de tanto privilegio... Un recuerdo muy compactado que sólo unas semanas atrás había sido una realidad, evaporada entre unos mutados brazos mortíferos que ningún ser humano habría sido capaz de detener. Lo cierto era que ni siquiera se había detenido a reflexionar sobre ese suceso con profundidad, tal vez por toda la presión que la había sometido desde entonces o por las plegarias ofrecidas a su altísimo para olvidar tal matanza, pero en aquellos instantes el tiempo era el único elemento del que disponía sin fin hasta el regreso de su trío aventurero. Su cerebro necesitaba evadirse de su preocupación usando alguna vía posible de distracción, aunque esta terminase suponiéndole un auténtico tormento. 

—Hola, Jessica —se aproximó a ella con un impecable sigilo una tímida chiquilla de pelo castaño y nacionalidad española. 

—Hey, Inma, ¿qué te cuentas? —la saludó cordialmente con destacable desánimo al tiempo que la muchacha decidía imitarla y acomodarse sobre el mostrador en que descansaba. 

—También andas preocupada, ¿verdad? Yo no puedo dejar de pensar en Maya —se sinceró Inma abordando unas técnicas deductivas bastante básicas. 

—No, no, no es eso... Bueno, sí, también, pero... Olvídalo —abrasó Jessica el tema de todas esas personas que habían sido sus fieles amigos y compañeros durante el cruento viaje de la supervivencia, pero Inma actuó con una rapidez asombrosa a la hora de rescatar sus pensamientos del purificador fuego.

—No, oye, puedes contármelo si quieres. No pasa nada. 

—No, es que... Verás... Son... temas de los que prefiero no hablar ahora mismo —se excusó ella evasiva negándose a entablar una conversación sobre aquella vorágine de recuerdos pasados que la consumían. 

—Está bien. No tienes por qué decírmelo. Lo entiendo. No voy a insistirte —respetó su elección introvertida con magnánimo respeto dispuesta a recluirse de nuevo en el estante vacío de los aperitivos. 

Pero aquella serie de palabras cordiales pronunciadas por Inma resucitaron en la riqueza de su alma una composición de sentimiento y deseo que había nacido en ella tan sólo unas horas antes, pero que se había disipado como un sol oculto tras el melancólico ocaso ante la inmensurable cantidad de presión a la que se había visto sometida desde la trampa preparada en la fábrica. La promesa realizada a sí misma en la cual se condicionaba a aumentar su relación voluntariamente con el resto del grupo al que Davis pertenecía se presentó ante ella como una imagen esclarecedora de la magnitud del error que cometería si desaprovechaba la oportunidad brindada. —No, no, espera un momento —la detuvo agarrando velozmente su muñeca para evitar su escapada—. Yo... Yo sólo estaba pensando en mi familia, mis compañeros, mis amigos, mi antiguo grupo... Ya sabes, todo eso... Todo lo que perdí... 

—Lo... Lo siento, Jessica. No tendría que haber preguntado —se disculpó Inma por su propia impertinencia en asuntos de tal privacidad—. Si sirve de algo, yo también echo de menos a mi familia y a toda la gente que dejé atrás en España. 

—¿También murieron cuando todo esto empezó? —continuó ella con el diálogo establecido como una indicación oculta a la española de que no debía sentir ningún tipo de malestar ante su anterior intento de mejora anímica. 

—Mi padre sí, en un ataque al campo de refugiados en el que nos encontrábamos mientras yo llevaba provisiones hasta allí. Se había quedado paralítico años antes de todo esto por una patada de un elefante. Ni siquiera pudo defenderse.

—¿Una patada de un elefante? —consultó Jessica asegurándose de que no era una alucinación lo que acababa de escuchar. 

—Sí, era dueño de una compañía circense que viajaba en un barco alrededor de todo el mundo haciendo espectáculos por las ciudades. Mi madre era la trapecista. Se murió un día que estaba practicando en el trapecio. Cayó de golpe al Ártico. El hielo no fue mortal, pero la hemorragia interna sí. Recuerdo cuando mi padre me lo contó por primera vez, después del accidente en el que se quedó parapléjico. Se veía que se estaba deshaciendo por dentro —relató Inma sus intimidades de mayor carácter personal ante el asombro de la jovencita de cabello moreno. Su incredulidad ante la confianza ciega que Inma depositaba en una persona que apenas conocía acababa de alcanzar su punto álgido. 

—Yo... Lo siento mucho, yo... Inma, dime una cosa, ¿por qué me cuentas eso? Casi no nos conocemos. ¿Cómo logras abrirte de esa manera?

—No es que me abra realmente, pero sé por experiencia que compartir tu dolor con el resto de personas ayuda a ambas a sobrellevarlo, aunque no tengas con ella un trato especial. Es un conocimiento que aprendí de Selene. Ella vino hasta mí sin nunca haber cruzado palabra antes, me apoyó, me animó y compartió conmigo todo el sufrimiento que había recluido en su interior. Y aprendí una valiosa lección. Tenemos que preocuparnos por los que se han ido, pero no podemos llegar hasta el punto de depender emocionalmente de ellos. Hay que mirar adelante, al futuro, a lo que tenemos, a los que siguen aquí. Es lo que intento hacer con Nait y Dyss. Y la verdad es que hablar con los demás sobre la gente que se ha ido ayuda, sin importar quién sea. 

Jessica permaneció impasible ante Inma durante unos segundos, meditando aquel discurso alentador que había enunciado con firmeza impoluta. Ni siquiera conocía a los mencionados Nait y Dyss excepto por un par de datos procedentes de varias gargantas ajenas, pero la chica pensó que si la española se sentía liberada hablando con el resto sobre el proceso que llevaba a cabo para su recuperación tras la pérdida de un ser querido, era muy probable que no fuese tan dañino para sí misma imitar ese componente tan importante dentro de su carácter. 

—Mi madre murió cuando yo tenía unos seis o siete años, más o menos, en un accidente de tráfico. Un camionero, que encima estaba completamente borracho. Se estampó contra su coche. No dejó nada reconocible. La destrozó, literalmente. Y ni siquiera lo llegaron a encontrar. Se dio a la fuga, y la policía se desentendió del asunto. Luego fueron mi padre Nando y mi hermano Eliot, a los que reventaron los mutantes durante una de nuestras expediciones. Y todo lo demás se ha ido derrumbando poco a poco. Davis es lo único que aún conservo de mi vida. 

Y suspiró con tal alivio que este recorrió cada recoveco de su ser, sanando heridas provocadas por las cuchillas de su propia mente masoquista retorcida. Después de todo, no había sido la intención de Inma tratar de engañarla con falsas esperanzas. Era cierto que abrir su corazón como si de una cremallera dispusiese servía como un método infalible de crear bienestar con uno mismo. Lo era, lo era. 

—¿Te sientes un poco mejor? —preguntó la precursora de la técnica de autoayuda, verificando si realmente sus consejos de pura humildad habían surtido su efecto celestial. 

—Pues... la verdad es que sí... Un poco sí. Muchas gracias, Inma. Ojalá hubiese más gente como tú en este mundo. Ojalá... 

Ya había desaparecido, como una espesa niebla que se evade tras haber cegado la visión de su camino durante un tiempo. Su ira se había agotado, actuando como su sustituyente un creciente malestar por los amigos que se hallaban en el exterior en plena labor de búsqueda arriesgando sus vidas. Pensó que quizá su método de actuación había sido demasiado egoísta, aunque realmente fuese el más racional. A los desaparecidos probablemente no les habría resultado muy grato escuchar sus opiniones metodológicas durante el debate de grupo. M.A sólo quería volver a dirigir al resto de sus compañeros como era debido. Sólo quería que nadie muriese de nuevo por culpa de una dominancia de impulsos irracionales. Sólo quería evitar la repetición de los trágicos sucesos que segaron las vidas de Nait, Dyss y Florr. Sí, era lo único que quería... Aunque tal vez fuese excesivamente exigente. Ni siquiera había logrado mantener el control sobre sí mismo... Todavía... 

—Hey, rubio de bote polioperado, ¿estás ya más tranquilito? ¿Se puede hablar de una jodida vez contigo? —irrumpió en su reflexión personal la destacable figura de una adolescente de cabellos dorados a la que había ignorado tras el inicio de sus comentarios jocosos. 

—Si no me hubieras estado puteando con tus insultitos de mierdecilla, no me habría tenido que poner así, jodona, que no eres más que una jodona. Además, seguro que aquí la que se iba a operar eras tú antes de todo esto. Fijo que estabas ahorrando para ponerte tetas. 

—¡Pero que bruto que eres, chaval! ¡Más basto y no naces! —exclamó Alice con la diversión más gratificante envolviéndola en un manto de felicidad evasiva a la par que acompañaba el asiento de M.A junto al armario inútil donde solía almacenarse aceite industrial de venta—. No, ahora en serio, ¿te encuentras mejor? 

—Sí, algo sí —reveló M.A luchando por no mantener el contacto visual con la chica debido a la vergüenza que comenzaba a inundarle el hecho de mantener contacto físico con Alice de nuevo tras aquel beso tan inesperado como pasional—. Es raro, pero me siento un poco mal, por todo lo que dije. Está claro que no voy a cambiar nunca. 

—M.A en esencia pura y dura, ¿no? —fue la respuesta por su parte que evidenciaba cuán gustosa le resultaba su personalidad volátil e inestable—. Lo importante no es que saltases de esa manera con ellos, sino que te arrepientas realmente de tus actos. ¿Éstas preocupado por Maya y Davis? 

—Maya sabe cuidarse sola, pero sí, estoy preocupado. Nunca se sabe que puede pasar —respondió M.A concentrando una mayor energía en sus pensamientos que en el intento de conversación de Alice. 

—¿Y Davis? —repitió la chica consciente de que su mención sólo se había dirigido a su compañera de supervivencia desde Stone City. 

—¿Eh...? —murmuró repentinamente con un denotable grado de ensimismamiento ante la cuestión. 

—¿También estás preocupado por él? ¿O tal vez no tanto? No lo has mencionado siquiera en tu respuesta. 

—Sí, claro que estoy preocupado, pero no puedes pretender que sea lo mismo. Nait, Maya y yo hemos estado juntos dos años. Es muchísimo tiempo compartido. Una gran cantidad de situaciones superadas en compañía de ellos. El vínculo que termina estableciéndose se convierte en uno que es mucho más fuerte que cualquier otro. 

—¿Eso significa que yo misma, por poner un ejemplo cualquiera, ya no soy para ti tan significativa porque no hemos estado juntos estos dos años? —arremetió Alice exhibiendo sus estrategias más pérfidas. Era evidente que se estaba esforzando al máximo por reconducir su diálogo hacia un tema que a ella le era particularmente interesante, pero M.A se mostró mucho más inteligente cuando desenmascaró sus auténticas intenciones. 

—Oye, creía que estábamos hablando de Davis. ¿A qué viene ahora mencionarte a ti misma, si se puede saber? Alice, si lo que quieres es decirme algo en concreto, déjate de rollos y hazlo. 

—Es por lo del beso que te di —se sinceró la jovencita con una velocidad tan fugaz que consiguió efectuar su objetivo de no escuchar sus propias palabras—. Ya está, ya lo he dicho. Se que este no es el mejor lugar ni el mejor momento, pero quiero hablar de nosotros, de nuestra relación, o de lo que queda de ella, al menos. Tú me dijiste hace ya un tiempo que podíamos volver a empezar de cero, pero yo te sigo viendo demasiado distante conmigo, muy frío al dirigirte a mí, como si continuases pensando que soy un robot o algo por el estilo. No sé si te habrás dado cuenta o no, pero tú eres la única persona que me queda ahora mismo, y no soporto verte ignorándome como si solamente fuese una pieza de tu pasado que intentas dejar atrás. M.A, ya fuimos pareja una vez. Por favor, necesito que volvamos a intentarlo. Es la única forma en que podré volver a sentirme querida de nuevo, y... humana. 

—Alice... Yo... Ahora mismo... 

Pero su nula disposición a la petición que la adolescente había ofertado permaneció disuelta entre su saliva cuando la puerta de entrada a la estación recibió una serie de golpes metálicos que provocaron un estruendo ensordecedor de la instalación. Los cuatro se alzaron al unísono mientras preparaban sus armas para enfrentar a la posible amenaza que acecharía más allá de su refugio. M.A fue el primero que se dispuso con cautela junto a la puerta con su puñal enfundado al tiempo que Alice, Jessica e Inma conformaban entre sí un semicírculo frente a ella. La ventana por la cual observó el exterior no proporcionó ninguna información de utilidad debido a las tablas de madera que la adornaban y la tenue luz que a este absorbía. Debían comprobar personalmente la magnitud del riesgo a ciegas. 

—¡Tened mucho cuidado! ¡No sabemos que puede haber al otro lado, pero sea lo que sea, no va a entrar aquí! ¡Alice, tú la abres! ¡A la de tres! ¡Estad preparados! —susurró M.A controlando con maestría a su pequeño equipo de combate—. Una, dos... ¡¡¡tres!!! ¡¡¡Venga, ahora, ahora!!!
Y Alice se precipitó hacia la entrada como una ráfaga del cruento viento huracanado alzando un machete que pronto habría atravesado algún tipo de cráneo. O por lo menos aquella fue su creencia. Falsa, por supuesto. 

Y examinó de nuevo la atenta disposición del convoy que Ley había encomendado. Una disposición compuesta únicamente por dos elementos motores. La famosa motocicleta que ella gobernaba juntó con Johnny como copiloto espectador era la encargada de encabezar un voluminoso camión guiado por uno de sus mejores conductores en el cual se desplazarían el resto de los componentes de su equipo durante los cincuenta kilómetros de ruta aproximados que se estipulaban hasta su objetivo. Todo se hallaba perfectamente dispuesto. Sólo debían realizar una última acción que concluyese el proceso. Partir rumbo a la construcción de su futuro. Y a pesar de que Jimmy habría suplicado a cualquier santidad que le permitiese su participación en ello, también era cierto que no le desagradaba lo más mínimo la compartición de su propio espacio vital con la dulce señorita Inma, situada a muy escasos metros suyos despidiendo a su prima con rostro melancólico. 

—Fiuuuu... Hey, Jimmy —silbó Ley con el propósito de atraer una atención que ya se hallaba plenamente focalizada en un interés muy concreto descendiente de la bella sangre española—. Cuídame bien el recinto. Y estate a lo que tienes que estar. 

Jimmy levantó su pulgar como estrategia para evitar una nueva reprimenda de Ley, pues después de haber convivido consigo mismo desde su nacimiento, sabía que no se podría concentrar en mantener el buen funcionamiento en el búnker ni aunque le emborrachasen. Y fue inmediatamente después de su piadoso engaño cuando el equipo se marchó finalmente. Tanto la moto como el camión rugieron como si de dos fieros leones se tratarán antes de descargar toda su basura inservible en forma de un espeso humo negro por toda la atmósfera. Justamente en ese preciso instante, ambas bestias se alejaron a lo largo de una carretera infinita en la visión del horizonte, complementando cada una de ellas el inmenso poder de la otra, tanto como toda esa desmesurada fortaleza de las personas que circulaban con ellos con cierta nostalgia por el abandono temporal de sus seres queridos para encaminarse en una dirección desconocida. Solamente el caprichoso destino conocía los hechos que acontecerían en aquella iglesia. 

Y una vez su larga melena rubia se hubo apoderado con el control definitivo de su hogar tras la inexistencia corporal de la pelirroja, su voluntad se reorientó hacia la divinidad que se alzaba frente a él. Inma. Inmaculada. La chiquilla española a la que conseguiría conquistar. 

—¿Te encuentras bien? ¿Necesitas algo? Sólo tienes que pedírmelo. Ahora mismo soy el jefe —comentó a la chica debido al preocupante estado de petrificación que había adquirido con su campo de visión en dirección a la zona por la cual habían desaparecido ambos vehículos.

—Oh... No, no, estoy bien. Sólo estaba... Estoy bien, de verdad —se excusó con torpeza tras la renuncia forzada respecto a su embelesamiento—. En fin, tengo que irme. La pila de ropa me está esperando. 

—Espera, espera —impidió este su partida tras interponerse en su camino al asirla del hombro—. ¿Necesitas que te eche una mano con la ropa? Ahora mismo no tengo nada que hacer por aquí.
—Emm, no, no... Es muy amable por tu parte, pero puedo hacerlo sola. Además, tu deberías dedicarte a vigilar el búnker para que no se vaya nada de madre, no a lavar la ropa de los soldados. Se supone que es mi trabajo, no el tuyo. 

—Aun así, puedo ayudarte —insistió con contundente persistencia Jimmy. Parecía capaz de enfrentarse al propio demonio encarnado para conseguir compartir su tiempo con Inma. 

—Que no, que no, no es necesario, lo digo en serio. Si necesito algo de ayuda, puedo pedírsela a Jessica. Tú concéntrate en tus cosas —repitió la joven con remarcable tensión en cada sílaba que emitía de las profundidades inexploradas de su propio organismo. Era como si el simple hecho de presencia del rubio adormeciese sus sentidos, pero no creía que fuese por el sueño que podría haberle inducido. Era... un sentimiento diferente... Inexplicable... 

—Bueno, pero si necesitas cualquier cosa, lo que sea, dímelo, ¿vale? Comida, agua, ropa, utensilios, compañía incluso. No te cortes, en serio. No me importa —asestó Jimmy la primera de todas las indirectas que le precederían con delicada sutileza, la cual ocasionó en ella un deseo impulsivo de huida de la situación antes de que su piel se enrojeciese hasta sus extremos. 

—Vale, vale, lo tendré en cuenta. Ya nos vemos, Jimmy.   

Y en el mismo intervalo de tiempo exacto en que la diosa desapareció en el interior del recinto, el renombrado Jimmy ya se hallaba reforzando su orgullo para volver a intentarlo una vez acontecido un cierto tiempo. Tal vez no había sido el ganador absoluto de aquella batalla, pero sabía que ambos opuestos del amor y la guerra compartían un común denominador. Era estrictamente necesaria la perseverancia para vencer en ellos, una cualidad que le caracterizaba precisamente por toda esa cantidad que le desbordaba como un río que ha alcanzado su máximo caudal tras una torrencial lluvia. 

Nadie que todavía viviese en ese mundo, ni siquiera una persona que conociese su condición especial como Davis se habría imaginado que le sería posible emplear la suficiente potencia muscular como para lograr escalar una escalera de incendios derruida en avanzado nivel de su proceso oxidativo, pero había conseguido hacerlo sin despeinarse siquiera ante la mirada estupefacta de su compañero. Y justo allí se encontraba. En la azotea de un edificio de oficinas observando los alrededores con los prismáticos de Davis para tratar de localizar a los desaparecidos, o en su defecto, a la temeraria Eva, quien ya se había esfumado como un transeúnte en una espesa neblina mucho antes de que hubiesen sido capaces de alcanzarla a la vez que el muchacho despejaba con su lanza el callejón a sus pies de esos jodidos muertos vivientes. 

—¿Ves algo, Maya? —le preguntó Davis originando un tumulto de aullidos una vez hubo ejecutado al último de los zombis mediante una limpia perforación de su podrido cerebro. 

—Nada de nada. Sólo más pilas de coches hechos chatarra, otra tanda de edificios reventados o quemados, y... zombis. Más, y más, y más zombis. Y yo que creía que por fin estábamos empezando a librarnos de ellos. Esto me pasa por inocentona —se replicó a sí misma mientras guardaba los binoculares y regresaba en dirección a aquel prototipo de escalera de incendios. 

—Venga, no tardes mucho en bajar. Aún no hemos encontrado a Eva siquiera y no tardará nada en hacerse de noche. No me apetece jugar a la gallinita ciega con una panda de muertos. Hay que ver, ¿dónde se habrá metido esta mujer? Si solamente salimos unos minutos después de ella.
—¡A ver, ten cuidado, que voy! —advirtió Maya con un sonoro chillido que Davis interpretó inmediatamente como la señal que le indicaba la inminente evacuación de su camino progravitatorio si no quería convertirse en cemento. 

La super se ubicó en una posición ideal que le permitiría preparar su caída unos segundos antes de comenzar a correr en dirección a la zona de la azotea conectada con el callejón donde Davis aguardaba su llegada. Un primer impulso la elevó por los aires junto con la ráfaga de una ligera ventisca que empleó sus propios cabellos para entorpecer su visión y provocar que se dirigiese hacia el amasijo metálico de la escalera. Pero La Cosa se apoderó de toda la energía que todavía perduraba de la detención de su cuerpo para ejecutar un segundo salto que sí consiguió finalmente encaminarla hacia el duro asfalto, siendo su abrupto aterrizaje una composición de múltiples volteretas sin fin alguno. Davis pensó por unos instantes que su cuello se había roto, pero sólo fue una suposición errónea. Aquel espectáculo había sido tan sumamente increíble que habría tachado de loco digno de manicomio a cualquiera que se lo hubiese contado.

 —Maya, Maya, ¿estás bien? Menudo golpe te has dado... —se aproximó el muchacho hasta ella exhibiendo su preocupación al tiempo que a ella sólo le interesaba poder incorporarse y limpiarse el maldito polvo absorbido por su ropa cual esponja con el agua. 

—Agh, por favor, cada vez caigo peor. Me doy un seis —comentó Maya irónica ante los cinco pisos de altura que acababa de planear sutilmente cual ágil paloma. 

—Por el amor de Dios, ¿cómo es que aún puedes seguir con ese sentido del humor después de la ostia que te has dado? —le preguntó el joven con serias alucinaciones internas debido al comportamiento de su acompañante. 

—El optimismo es una cualidad que nadie nunca podrá arrebatarnos. Aprende esa lección, Davis. Bueno, bueno, bueno, así que seguimos con tres desaparecidos y sin pistas sobre su paradero. Vale, vamos a seguir buscando. No puedo darle a M.A el gusto de rendirme. Sigamos por aquel callejón de allí. 

La señorita Maya señaló una bifurcación a su izquierda con su dedo índice como un indicador de la ruta que deberían escoger como siguiente opción. Tanto ella como él reorganizaron su equipamiento veloces para hallarse plenamente preparados en un combate cuerpo a cuerpo antes de su continuación. Y fue justo en ese angosto y asqueroso callejón bañado por un juego de luces tenebrosas donde Davis decidió realizar la cuestión que había martirizado a su aturdida mente desde la discusión de grupo junto a la estación de servicio. 

—Oye, Maya, ¿qué... pasó ahí atrás?

—Me he roto los dientes contra el suelo. Creía que lo habías visto de sobra —fue a su vez la respuesta humorística y real de la joven, pues ni siquiera era consciente de la escena del pasado a la que Davis se refería. 

—No, quiero decir, ahí atrás, con M.A, en la discusión. Parecía que iba a explotar. Nunca lo había visto así, excepto cuando discutía con Puma, pero eso me parecía más comprensible. ¿Por qué se ha puesto tan salvaje y malencarado? 

—Davis, todavía te queda muchísimo por conocer de M.A, y te lo digo yo, que me he pasado dos años con él en las peores situaciones —comenzó mentalizándose de la versión más oscura del muchacho que iba a revelar a su nuevo mejor amigo—. Mira, M.A no ha sido siempre así de dictatorial con las personas. Todo nació a raíz de un... incidente, por llamarlo así. La primera comunidad de supervivientes en la que estuvimos era un pequeño pueblo protegido gobernado por tres personas. M.A era una de ellas. Lo eligieron por su atrevimiento y su valentía, o al menos eso era lo que él decía todo el día. Todo iba más o menos bien en un principio, pero cuando llegó el misil, se derrumbó como un castillo de naipes. El caos se apoderó del pueblo entero en cuestión de unos segundos. Cientos de personas fueron devoradas por los muertos, y algunos de los que sobrevivieron no soportaron las consecuencias devastadoras del misil. Y entre toda esta tragedia, con los otros dos gobernantes muertos, M.A se quedó solo ante una enorme decisión. Eran unas dos mil personas frente a una. ¿A quién debía escoger como prioridad? 

—Yo... no tendría ni idea de qué hacer, la verdad —confesó el oyente con particular interés hacia la narración de la historia.

—Pues escogió a esa una, por encima de las otras dos mil. Arriesgó sus vidas sin ser consciente de que todos ellos podían morir, que fue lo que finalmente pasó. Todo por una persona. Todo... por mí. Se equivocó, claramente. Desde entonces, no le sienta muy bien que se le comenté algo sobre arriesgar la propia vida. Salta en seguida.

—Y... ¿realmente habrías preferido que su decisión hubiesen sido esas personas y no tú? —cuestionó Davis la veracidad de su enunciado con el pretérito de comprobar ese elevado nivel de humildad suyo del que tanto alardeaban sus compañeros con su propio cuerpo presente. 

—Sí, lo habría preferido. No digo que no me valore como persona o algo parecido, pero creo que dos mil contra uno no es una cifra discutible. 

—¿Y si hubiese sucedido al contrario? ¿Y si hubieses estado en la posición de M.A y él hubiese estado en la tuya? ¿Seguirías pensando igual? 

—No... Pero... Sería diferente —se excusó Maya tratando de localizar una respuesta que satisficiese a su acompañante. 

—¿Y por qué sería diferente exactamente? ¿Estás usando un doble rasero, me estás mintiendo o realmente sabes que la ira de M.A no procede de ese suceso? 

—Davis, mira —interrumpió con rapidez la conversación para señalar en dirección hacia un punto en concreto de una gran avenida a la que acababan de acceder. La visión de una figura agachada en la lejanía era parcialmente borrosa, pero el alocado pelo castaño que se mecía alrededor suyo y la postura tan particular que adoptaba revelaban su identidad. Era Eva. 

—Vamos, rápido —la ánimo el muchacho emprendiendo una carrera hacia la chica que habían estado tratando de encontrar. Dos más. Sólo dos más. 

La limpieza general de un determinado número de habitaciones nunca le había resultado relativamente sencilla. Ni en aquellos tiempos en que acompañaba a su padre en las tareas domésticas ni en el mantenimiento turnado de los refugios que fue adquiriendo durante toda su vida de supervivencia. Un hábito de repulsión que no iba a cambiar tampoco en aquel búnker, especialmente en la cocina de la cual se estaba encargando en ese preciso momento donde los asquerosos soldados engullían como cerdos su rancho diario. 

—Agh, ¿pero que han tirado en el suelo? Qué asco, por Dios. ¿Es que no pueden comer como las personas? —refunfuñó Jessica limpiando con su fregona alguna clase de desperdicio alimenticio de color marrón dispuesto irregularmente en el suelo—. Tengo que enseñarle a Adán a pasar la fregona y quedarme yo todos los días con el doctor. Por favor... 

Y pese a que en un principio parecía que aquella mañana discurriría tan normal como cualquier otra, una leve sensación repentina de mareo le informó de que se encontraba equivocada. No pudo saber con exactitud si fue el pestilente olor, el cansancio o simplemente un reflejo de su propio cuerpo al contener a una pequeña vida gestándose en su interior, pero las náuseas habían vuelto a aparecer, lo cual no le proporcionaba ningún elemento que fuese positivo si quería proseguir con su secreto ante los soldados. 

Soltó precipitadamente la fregona para encaminarse hacia el baño mediante una presurosa carrera, pero la fortuna volvió a ensañarse con ella cuando la puerta por la cual podría acceder al pasillo que requería transitar se abrió con la misma magnitud que las impiadosas paredes que recubrían su estómago. Y no podía ser otro más que Will. Aquel maldito charlatán bocazas era la última persona a la que Jessica habría deseado ver en tales circunstancias. 

—Buenas... Emm, ¿estás bien? —preguntó este instantáneamente tras contemplar a una Jessica alterada retorciéndose como si le hubiesen rociado ácido sulfúrico. 

Ni siquiera le fue mínimamente posible recobrar energías para elaborar cualquier respuesta que excusase la situación típica de su estado de embarazo. Examinó sus alrededores vertiginosamente hasta que logró encontrar milagrosamente un cubo vacío bajo un fregadero y precipitarse con nerviosismo hacia él suplicando perdón a su propietario por el inminente maltrato que acarrearía su liberación. 

—Hey, ¿que coño te pasa? —repitió Will con sus niveles de ansiedad elevándose vertiginosamente ante tal extravagante comportamiento. Pero su necesidad de información instantánea no tardaron en disiparse en el momento en que Jessica recibió la primera de la serie de violentas sacudidas que le proseguirían, y comenzó a expulsar abruptamente una amalgama pastosa de repulsivo olor procedente de las cavidades de su órgano digestivo que sólo podía ser vómito. Ante determinada visión desagradable, el chico retrocedió expectante tras recordar la inmensurable cantidad de connotaciones negativas que tal acción poseían en el nuevo mundo en el que vivían—. Vamos, tía, no me jodas que estas potando. Tengo que ir a llamar al doctor cagando leches. No te muevas. Vuelvo ahora mismo. 

—¡¡¡No, no, no, no, no, espera, espera, no, espera, por favor, espera!!! —corrió tras él la chiquilla a pesar de que su cuerpo aún continuaba descompuesto, consiguiendo entre llantos de agonía interponerse entre el soldado y la única salida de la cocina—. ¡No, escucha, no me pasa nada! ¡Sólo ha sido un mareo! ¡Es que soy diabética! 

—Los diabéticos se desmayan, no echan todo lo que han comido como si fueran aspersores. Que yo era un paquete en la escuela, pero hasta ahí llego —atrapó Will su mentira tan escasa de estabilidad en su base más principal—. Mira, yo lo siento por ti, y todo eso, pero ya sabes cómo va esto de la radiación. El doc nos dijo que teníamos que contarle cualquier síntoma extraño que viésemos entre nosotros, y me voy a quedar mucho más satisfecho cuando sepa que no es nada de verdad. ¡¡Además, que coño!! ¡¡Que se lo quiero decir y punto!! 

—No, no, espera, por favor, no — volvió a suplicar Jessica mientras combatía con su propio organismo traidor para que Will no se marchase de la estancia, porque si finalmente lo lograba, le sería imposible perseguirle para impedir que desatase su desdicha—. En serio, te lo puedo explicar. No tiene nada que ver con radiación. Lo que pasa es que... bueno, me comí algo en mal estado hace unos días, y por eso... 

—Va, no me cuentes más gilipolleces, que ya te he dicho que de subnormal no tengo ni un pelo. Oye, sé que el doc parece raro la primera vez que lo ves, pero es un tío genial. Si estás enferma, él te va a ayudar, o al menos lo intentara. Venga, coño, no me seas así. 


—¡¡Que no, que no, de verdad que no, no!! Que estoy bien... Estoy bien... Por favor, no lo llames —rogó esta seduciéndole con la táctica de su deslumbrante mirada de ternura a la cual nadie había sido capaz de resistirse jamás. Will sería el aniquilador que reventaría su impecable récord. 

—Escúchame. Tengo que hacerlo. Sí o sí. Tía, ni que te fueran a rajar la tripa, por el amor de Dios. 

—¡¡¡Que no!!! —aulló Jessica aferrándose a la manga de sus vestiduras como método desesperado de retención. 

—¡¡¡Suéltame, coño!! —vocifero Will entre imponentes bramidos deshaciéndose de la carga que suponía la molesta chica con un leve empujón guiado por sus impulsos mientras se aventuraba a salir de aquella jodida pocilga. 

Y entonces ella finalmente comprendió la magnitud del problema al que se estaba enfrentando. Aquel fiel soldado era una persona prácticamente incorruptible que se mantendría fiel a sus principios incluso si se ofrecía personalmente a trasladarlo hasta una cómoda camita. El futuro de ese secreto que portaba en sus entrañas se descolgaba de un delgadísimo hilo de sensibilidad extrema. Tenía que tomar una decisión fundamental si aún deseaba seguir manteniéndolo. Will o Max. Uno de los dos acabaría siendo consciente del embarazo antes de lo previsto. Y pese a que habría sido el último ser humano en la Tierra al que se lo habría comunicado en condiciones más normales, optó por depositar su confianza en él. En Will.

—¡Que no, que no, que estoy embarazada! ¡Estoy embarazada! —confesó Jessica con desesperación agarrándole nuevamente de su brazo como evidente señal de una patente inseguridad. 

—¿Qué...? ¿Cómo...? Ya, sí, claro. Déjalo de una puta vez, anda —reaccionó Will incrédulo contemplándolo como una más de la ración de mentiras que había usado anteriormente como excusa.
—Oye, lo digo en serio. De verdad, tienes que creerme. Estoy embarazada de unos dos meses. De ahí todas esas nauseas, los mareos y los vómitos. No estoy enferma. Si realmente pensara que lo estuviera, yo sería la primera en acudir al doctor, pero sé que es cosa del bebé. 

—Ya... ¿Y entonces quién es el padre de esa criaturita? Apuesto a que se murió o se lo comieron o igual esta por ahí en forma de papá podrido, ¿no? —interrogó Will sin terminar de confiar en la palabra de la joven civil. 

—No, no, Davis es el padre. El chico de la lanza —se aventuró a contestar Jessica con indudable velocidad para demostrar que su historia era verídica—. Oye, se que no me crees, pero no te estoy mintiendo. Lo juro por mi vida. 

—Bueno, y si tan cierto es que vas a tener un churumbel, ¿a qué viene andar por ahí escondiéndolo? ¿No se supone que es una cosa buena? Más enanos para repoblar el nuevo mundo, y todo eso —consultó este comenzando a alzarse levemente el grado de creencia hacia ella. 

—No sé, me entró el pánico. Mira, no te lo tomes a mal, pero cuando llegamos, este era un sitio desconocido para nosotros, y habiendo visto de qué va todo este rollo, no me pareció que hubiese mucha gente con instinto maternal o paternal por aquí, así que le pedí a mis compañeros que no dijesen nada a nadie hasta que estuviese preparada. 

—¿Y eso lo dices por qué? ¿Por qué somos una panda de soldados brutos que sólo sabemos ir por ahí destripando a todo el que pillemos? —le espetó él tan molesto como enfadado por el discurso ofensivo que Jessica había dispuesto sin intención de ocasionar ningún daño. 

—No, no era eso a lo que me refería... 

—Nosotros también tenemos un corazón, ¿sabes? ¿Creías que te íbamos a cortar la cabeza por estar preñada, o qué pasa? Te recuerdo que aquí estamos luchando por el futuro. Un futuro del que dependerán las siguientes generaciones, incluido tu hijo —terminó Will de reventar todos los motivos de la chica que sustentaban su secreto. Era evidente que su marginación con respecto a la misión en cuestión había actuado como un factor vital en aquella explosión de disgusto que Jessica nunca habría imaginado. 

—No, no, no es eso, de verdad, pero por favor, entiéndeme. Yo aquí no conocía a nadie, y no me sentía lo suficientemente segura conmigo misma para contarlo. Te juro que tenía pensado decíroslo cuando hubiese pasado un poco más de tiempo aquí, un mes, por lo menos —contraatacó ella intentando que aumentase un grado de convencimiento que se hallaba situado a niveles del subsuelo. 

—Se lo tengo que contar a Ley, al menos, cuando venga. No puedo tener secretos de ninguna clase con ella. Es una promesa de honor. 

—Se lo contaré yo misma, cuando ya esté preparada para... —intentó ella escapar de nuevo de sus supuestos deberes morales, pero Will no estaba dispuesto a permitir que semejante ocultamiento continuase desvanecido entre sus mentes. 

—No, se lo contarás cuando regrese. Ley se merece saber la verdad, saber que hay una vida en camino por la que tendrá que luchar... Bueno, todos aquí se lo merecen, pero especialmente ella. Hazlo, y mi boca se mantendrá cerrada. 

—Está bien... —aceptó Jessica disgustada. 

—Agh, joder, menudo día de mierda que llevó hoy entre los unos y los otros. A ver que hay por aquí para llenar el buche. 

Y mientras Will se olvidaba de su entera presencia en la habitación ponzoñosa de la cocina y se dedicaba a abrir cualquier estante que encontraba sin miramiento alguno hacia la zona del suelo empapada por la fregona, a Jessica sólo se le cruzó un único pensamiento. El doctor habría sido mucha mejor opción, sin ningún tipo de duda.

El traqueteo constante del vehículo cada vez que éste era embestido por una de las interminables irregularidades del terreno eran como una serie de cuchillos de doble filo que se incrustaban en cada uno de los músculos de su cuerpo, como si de alguna clase de tortura se tratase. Incluso podría haber dicho que efectivamente así era, a pesar de que el dolor causado por ella se hallase en un plano más psicológico que físico. 

El subordinado Braun era el conductor personal que le guiaba hasta su destino mientras que ella se hallaba situada en el asiento trasero medio rodeada por dos de los chavales denominados mosqueteros por su hermanastra, el cabrón pelucas de la melena rubia y la guarrilla de puticlub de cinco estrellas. El chulito en discordia se ubicaba de copiloto examinando una serie de papeles que su madre les había proporcionado con mayor detenimiento. Información sobre ellos, básicamente. El conocimiento que poseía Michaela hacia ellos era terriblemente aterrador. 

—Buah, que pedazo de culo tiene esta —exclamó el capullo salido tras observar una de las fotografías del informe. Nicole se inclinó ligeramente para comprobar que la persona a la cual se refería no era otra que la dulce y mortífera Maya. Aquel creído nunca se habría atrevido a decirle tal grosería en presencia física una vez la hubiese conocido. De eso estaba segura. Su aparente rabito de machito se habría ocultado entre sus piernas en milésimas de segundo. 

—Dani, deja las fotos ya —le ordenó con un tono impositivo que exigía respeto el conductor Braun.
—¿Por qué? —le desafío este con ese aire chulesco de crío mimado asqueroso que reventaba a Nicole. 

—Porque lo digo yo. Deja las fotos de una puta vez —repitió con destacable molestia la orden anteriormente dictada—. Estoy hasta las narices ya de tu falta de respeto hacia esas personas, y creo que no soy el único en este coche. Además, ya hemos llegado. 

Y una vez emitida aquella afirmación, el vehículo de tracción a las cuatro ruedas se detuvo abruptamente en lo que debía ser una carretera desierta dispuesta a cierta distancia considerable de una estación de servicio abandonada. Aunque pudiese ser considerado extraño, Nicole no sintió el más mínimo desconcierto tras descubrir que aquel era el último punto en el cual habían avistado al grupo. Incluso era muy probable que todavía se encontrasen en el interior de aquel local. Debía alejar a sus acosadores de la zona lo antes posible. Y era una orden. Una maldita orden. 

—Vamos, abajo todo el mundo. Deprisa, deprisa —les incitó Braun a que elevasen la velocidad de sus gráciles movimientos en el descenso al arcén de la autopista—. Y todos obedecieron sin inmutarse como si se hubiese tratado del mandato de un poderoso líder militar, incluyéndose a sí mismo en su propio decreto. Nicole sólo pudo sentir como su estructura molecular se estaba desintegrando debido al efecto de la radiación, pese a que no fuese más que la acción de una gélida corriente de viento.

—Bueno, si yo fuese vosotros, empezaría a buscar por esa gasolinera de ahí o lo que quiera que sea. Te dejo aquí este coche para que podáis volver con él a la base una vez estéis todos. A mí me tocará ir apretujado en el mini ese, pero que se le va a hacer. Siempre será mejor que andar a patita. Por cierto, Hugo, recuerda que tienes que cuidar de esta señorita como si te fuese la vida en ello. No lo olvides —le advirtió Braun a la par que caminaba ya en la lejanía en la dirección en la cual se encontraba invisible el diminuto vehículo encargado de contener a los dos perritos francotiradores que acechaban desde las sombras. 

—No, no se me va a olvidar —respondió él firmemente expeliendo un resplandor en ella que parecía demasiado brillante. Ni los demonios del averno conocían el plan de tortura que aquella bestia moldeada por Michaela debía contener preparado para ella—. Ya lo has oído. Quédate cerca de mí, ¿vale? 

Y fue una vez Braun hubo desaparecido lo suficiente de su campo de visión como para comenzar la ejecución de su confuso e improvisado plan de distracción que se percató de un detalle muy importante que se había escapado de su entendimiento debido a su nula atención hacia los niños. Los dos mosqueteros restantes se habían escabullido sigilosamente de su cuidado irresponsable. Y Nicole podía deducir en qué lugar se encontraban antes siquiera de haberlo confirmado tras observar a la zorrita del grupo aporreando la puerta de entrada a la estación de servicio. La rubia sintió como uno de sus intestinos se había anudado a su estómago, provocando una presión en su interior indescriptible. Si el grupo realmente estaba refugiado en ese lugar, sería el fin. Todas sus intenciones de alejarlos lo máximo posible de ellos habrían sido totalmente en vano. No, no podía permitirlo. No podía. No, no podía.

Y fue precisamente por eso que corrió en dirección hacia ambos enanitos como si se encontrase siendo desplazada por una poderosa fuerza celestial que emanaba de su voluntad. 

—¡No! ¡No llaméis! ¡Apartaros de ahí! —les chilló Nicole desde su desafortunada posición a escasos metros de la puerta de entrada. 

Y fue exactamente en el instante en que su carrera comenzó a aminorar debido a su excesiva aproximación a uno de los muros de la estación cuando uno de los residentes surgió precipitadamente desde las profundidades de las instalaciones con el machete en mano dispuesto a rebanar cualquier cuello que encontrase. Nicole gritó desesperada ante la presencia de tal obstáculo humano inesperado sin poder evitar colisionar contra este mediante una hostia flipante que envió a ambos al suelo con un par de huesos doloridos. 

—Alice, Alice, ¿estás bien? —se aproximó Inma hasta la destrozada muchacha con intranquilidad respecto al estado de los órganos internos a los que la tremenda estampida había alcanzado. 

—¿Nicole? ¿Nicole, eres tú? Oh, Dios mío, éstas bien —saltó Jessica por la alegría tan robusta que la asaltó, corriendo hacia ella para abrazarla cuando logró incorporarse finalmente tras haberse despegado de la pobre Alice. 

Y entonces aconteció el suceso que había supuesto como su mayor enfrentamiento una vez se reencontrase con el grupo. La interminable lista de preguntas sobre su situación a las que debía enfrentarse. Ya había preparado un improvisado discurso durante el viaje que había memorizado, pero temía que alguno de los detalles de su historia no encajasen, por lo que era imperativo que concentrase su atención plenamente exclusivamente en lo que sus compañeros quisieran saber. La primera fue Jessica, precediendo respectivamente a Inma, Alice y M.A. 

—Dios, no me lo puedo creer. Menos mal que no te ha pasado nada. ¿Cómo estás? ¿Te encuentras bien? ¿Necesitas algo? 

—¿Y Adán? Estaba contigo, ¿no? ¿O no lo estaba? 

—¿Y quién demonios son esos niños? 

—¿Y dónde has metido tu traje? 

Y tras una mirada colectiva hacia M.A que le recriminaba por la gran estupidez de la pregunta que había formulado, Nicole se dispuso a responder a cada una de ellas con su historia ficticia. 

—Bueno, vamos por partes. Cuando nos separamos, Adán y yo estuvimos juntos caminando un tiempo buscándoos hasta que encontramos una cabaña que no está muy lejos de aquí, así que decidimos que nos quedaríamos descansando un ratito allí antes de volver a salir, y al entrar, nos encontramos con estos tres niños. Son hermanos. Perdieron a sus padres hace sólo unos días, en una horda. Lograron esconderse en la cabaña y sobrevivir con lo poco que tenían. Me pidieron venir a acompañarme porque no querían estar solos. Adán decidió quedarse porque aún estaba cansado. 

—Pobres niños... —susurró una crédula Inma sintiéndose amenaza por la lástima hacia los desafortunados chiquillos. 

—Y respecto a mi traje, M.A, se me rasgó desde el pecho hasta la pantorrilla cuando intentaba escapar de cinco zombis que se lanzaron encima de mí. Tuve que tirarlo porque era imposible de reparar. Ah, por cierto, también he conseguido un coche con algo de combustible. Deberíamos ir volviendo a la cabaña cuanto antes. No me gusta mucho que Adán esté allí sólo —concluyó Nicole velozmente y con mucha alteración en su organismo tras haberse cerciorado de un láser rojo señalando su hombro por unos segundos. Estaban ahí. Sólo pretendían recordárselo. 

—Pues entonces no hay más que hablar. Vayamos a esa cabaña a recoger al chico y después busquemos a Maya, Eva y Davis, que aún estarán por ahí fuera tratando de encontraros —comentó M.A con júbilo en su decisión. 

Y aquellas últimas oraciones extendidas por el rubio despertaron a Nicole de esas ensoñaciones en las que aún se hallaba en plena travesía marítima. Maya... Davis... Eva... Ellos no estaban. Ni siquiera había sido consciente de su ausencia hasta que fueron mencionados. Y los mosqueteros también se habían percatado de ello de tal manera que cuando contempló como el niño chulito agarraba al niño melenas del brazo para arrastrarlo hasta el exterior, se sintió poseída por la creencia temerosa de que una puntiaguda bala atravesaría el espacio en cuestión de unas milésimas de segundo para dibujar un precioso agujero en su frente. Afortunadamente, nada de ello pasó. Los traidores de sus sentidos no habían considerado la idea principal de que Michaela la quería viva por encima de cualquier cosa. 

—Hey, ¿a dónde van esos críos con tanta prisa? —consultó Alice aturdida por tal método de comportamiento antes unos completos desconocidos. No le parecían los chiquillos más educados del mundo, aunque no podía juzgarles tras todas las desgracias que debían haber atravesado. 

—No sé, tendrán que hablar de sus cosas de hermanos. Déjalos, ya vendrán —trató Nicole de inventar una justificación que fuese medianamente creíble para excusar la conducta de ambos. 

Hugo se sintió prácticamente como un prisionero de alta peligrosidad cuando el tío con cara de futuro violador le estampó contra la voluminosa fachada del recinto tras haberlo secuestrado literalmente de su interior. En sus abruptos movimientos se percibía una potente carga de tensión que le sometía repentinamente. Y nadie quería estar junto al salido cuando a este le atacaban sus locuras estresantes.
—Hugo, ahí falta gente. Lo has oído, ¿no? Madre nos dejó bien claro que teníamos que llevar a todo el mundo hasta allí sí o sí. Yo creía que iban a estar todos juntos cuando los encontrásemos. ¿Y ahora qué coño vamos a hacer? 

—Relax, Dani, relax. No pasa nada. Ahora buscarán a los otros y ya está. Arreglado. No te comas el coco, tío —trató Hugo de relajarle antes de que estallase realmente su personalidad más irascible. 

—Llevas el walkie encima, ¿no? Llama a Braun. Dile que hable con Madre, a ver que instrucciones nos da —imperó el tal salido con ciertas exigencias de persona sin ningún mínimo de educación. 

—Oye, macho, no creo que sea necesario llamar a Braun... 

—¡¡Que lo llames, joder!! ¡¿O quieres que coja el walkie y lo llame yo, eh!? 

—No, no, vale, vale, ya lo llamo. Mira, lo estoy llamando —se rindió sin deseos de oponer resistencia agarrando el aparato de su cintura y presionando el botón rojo del lateral antes de comenzar a hablar a través de él—. Braun, hey, Braun, somos Hugo y Dani. ¿Nos oyes? Hey, ¿nos oyes? Nada, no contesta. Voy a ir un poco más hacia la carretera, a ver si así lo pillo. Tú espérame aquí, que ahora vuelvo. 

Y sin perder la más mísera décima de su tiempo, el chico rubio comenzó a correr hacia la carretera hasta que se aseguró de que aquel pesado ya no podía escucharle, y volvió a activar el botón de color rojo.

—Braun, ahora sí que estoy solo. ¿Puedes hablar? —preguntó este centrando todo su interés en cualquier sonido emitido por el walkie. 

—Todavía estoy de camino al coche de los francos. Puedo hablar. ¿Qué quieres? —le respondió una robusta voz desde el otro lado de la intercomunicación. 

—Tenías razón. Están en el lugar donde me habías dicho, pero no todos. Faltan tres que se habían ido a buscar a los que Michaela había capturado, y ahora ellos quieren salir para que vuelvan, pero no saben tampoco donde están, así que se pueden tirar un buen rato. Y encima Dani se está poniendo nervioso y ha empezado a acosarme. Yo no puedo aguantar más esta presión, Braun. 

—A ver, Hugo, cálmate, relájate, respira hondo, y ahora, dime cuales de los que te enseñé están allí —intentó este apaciguar su alteración. 

—Pues... están el rubio, la rubia y otras dos chicas que no había visto antes. Y no están ni el de las dos pistolas, ni las que son dos hermanas, ni el bibliotecario, ni la médica... Y tampoco sé cuáles de los que faltan son los que están vivos.

—Joder, falta muchísima gente. Más de lo que me esperaba... —comentó Braun con tonalidad de profundidad reflexiva—. Las hermanas y el de las dos pistolas parecían ser bastante importantes.
—Igual deberíamos dejarlo para alguna otra ocasión. El plan se está torciendo. ¿Y si nos sale todo mal? 

—No, ahora no podemos retirarnos. Las cargas PEM ya están dispuestas, todas las personas que están con nosotros se están movilizando, y habéis conseguido que el chico del grupo esté con Lilith. Llevamos meses esperando a que esto suceda. Todo está en marcha. Ya no hay vuelta atrás —comunicó Braun con inquebrantable fe en su elaborado proyecto. 

—¿Pero entonces qué hago? ¿Qué le digo a Dani para que me deje en paz? 

—Escucha, haremos lo siguiente. Yo voy a llamar a Michaela y le diré que ya habéis encontrado a todo el mundo. Tú dile a ese tal Dani que vuestra mami ha ordenado llevar hasta allí a los que haya, aunque no sean todos. Ah, díselo también a la chica rubia, y recuerda tenerla controlada. Ella es nuestra mejor baza por ahora, pero ya sabes que no puede enterarse de nada. También tendremos que tener algo más de cuidado con Michaela. Ella confía en nosotros, pero ten en cuenta que estamos mintiéndole. No dejes que sospeche de ti ni lo más mínimo. ¿Lo tienes, chaval? 

—Sí, lo tengo... Braun... —musito a través del aparato un sonido cargado del más fiero de los temores—, estoy acojonado. ¿Crees que esto va a salir bien? ¿Crees que nos desharemos de ella? ¿Qué les ayudaremos? Me siento como una mierda después de pegarle al chico está mañana para que Lilith se lo llevara. 

—Eso espero, chaval. Eso espero... En fin, tengo que largarme antes de que los dos paletos esos se den cuenta de que estoy tardando demasiado. Hablamos después. 

—Hablamos después —concluyó Hugo la conversación restableciendo el walkie en su cintura y dirigiéndose de regreso hacia la zona de la estación donde le aguardaba Dani dispuesto a escuchar la información manipulada que hubiese obtenido—. Muy bien. No tienes que preocuparte por nada, Hugo. Todo va a salir bien. Michaela va a caer, la ciudad va a abrir sus puertas, y tú por fin podrás salir a buscar a tu hermano. Todo va a salir bien... Si, todo va a salir bien...


#Naitsirc

¡¡¡¡OJO LECTOR, SIGUE BAJANDO!!!

Forma de lectura alternativa de la historia:

Debido a varios motivos, las tramas de Ley y la de Inmoralidad, que suceden en dos momentos distintos en el tiempo, así como las trama secuela de ambas historias, Punto Muerto, no se publicaron en un orden lineal, por eso se deja al lector la posibilidad a partir de aquí, de elegir la manera en la que quiere leer la historia hasta llegar a Punto Muerto. Bien, puede empezar leyendo primero la trama de Ley, o bien la de Inmoralidad, o como tercera opción, seguir el Anexo de capítulos de NH2 e ir leyendo en el orden en el que se publicaron todos los capítulos, pero en este caso la publicación fue algo desordenada, por lo que puede resultar un poco liosa.

 Cronológicamente en el tiempo, primero tuvo lugar la trama de Inmoralidad, después la trama de Ley, y finalmente las tramas de Punto Muerto en adelante. Pero eliges empezar por la trama que mas interesante te parezca teniendo en cuenta lo que has leído de ambas hasta llegar a Dualidad. ¿Cómo se lee a través de las rutas? Sencillo. Elegís una, bien la primera o la segunda, haces click en el título y automáticamente te va llevando a través de enlaces a los capítulos que las componen, estos enlaces se encuentran siempre bajo la fotografía de cada capítulo. Al último capítulo de cada ruta, habrá un enlace para leerte la otra ruta que te falta, o bien si ya te la has leído, pasar a Punto Muerto y así continuar leyendo en orden cronológico. Un saludo.

-Sacedog-