Big Red Mouse Pointer

lunes, 26 de marzo de 2018

NH2: Capítulo 056 - Amoralidad (Parte 1)

Tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic...

El repetitivo sonido de las manecillas del reloj avanzando era el único sonido que resonaba en aquel pequeño habitáculo. Con lentitud sus párpados se abrieron mostrando una mirada azul cargada de confusión. Todo su cuerpo se estremecía de dolor al tiempo que sentía como algo lo atrapaba y aplastaba contra el suelo. El joven Leonard, aturdido, necesitó de unos minutos para reaccionar y recordar lo que había sucedido. Un temblor, extraños sonidos, un impacto, una lluvia de objetos cayendo sobre su cabeza, y oscuridad. 


A su alrededor, el interior del kiosco se mostraba caótico, pues todos los objetos de su interior se hallaban desperdigados por el suelo, algunos incluso rotos. El joven, acostado de cara al suelo, volteó parcialmente la cabeza hacia atrás para ver como una estantería yacía sobre él. No obstante, a pesar del peso que el objeto ejercía sobre él, no era tanto como para impedirle que lograra salir de allí empleando su fuerza para levantarla lo suficiente como para sacar parte del cuerpo bajo la estantería, y después, sujetando esta, lograra sacar el resto del cuerpo. La estantería cayó al suelo con un sonoro golpe cuando el cuerpo del chico ya no la sostenía.

Apretando los dientes al sentir su cuerpo resentirse por el movimiento, el joven se levantó del suelo para mirar a su alrededor. ¿Qué había sucedido? ¿Una explosión tal vez? Nicole le había comentado que alguien había empleado una granada para detener el juego del ahorcado con el que Michaela había estado asesinando a guerrilleros y torturando psicológica y físicamente a ella y a sus amigos. ¿Puede que alguien hubiese lanzado una contra el kiosco? ¿Pero con qué fin? Nadie mas que Nicole sabía que estaba allí oculto, e igualmente, ¿qué fueron aquellos extraños sonidos? 


Espera... La mente del joven dejó de inmediato de buscar alguna explicación a lo que había sucedido, y el rostro de Nicole volvió a su mente. Cierto, Nicole se había marchado para buscar a sus compañeros, la había esperado un buen rato y después quedó inconsciente a causa de aquel terremoto y el extraño impacto contra el kiosco... ¿Cuánto tiempo llevaba metido en aquel reducido espacio compuesto por cuatro paredes?

Leonard agarró el reloj que se hallaba en el suelo para percatarse de inmediato que desde que Nicole se marchó dejándolo allí hasta el momento habían transcurrido varias horas, de hecho, debía de estar a punto de amanecer. Ya no podía permanecer mas tiempo ahí encerrado, tenía que salir en busca de Nicole, mas aún tras lo de aquel terremoto. Estaba preocupado por ella. El problema era que sin ella era vulnerable, de encontrarse con alguno de los soldados de Michaela, podrían asesinarlo si lo creían necesario. 


Leo resopló, y agarrando su mochila con todo el equipamiento en su interior, abandonó el lugar con una mano en el cabezal de su espada y con el rostro parcialmente cubierto por la capucha de su sudadera. Como hasta ahora, continuaría empleando el sigilo para moverse por el territorio de Michaela hasta encontrar a Nicole. Una vez fuera, Leonard no tardó en percatarse de algo que lo rodeaba, un inusual silencio. No había gritos, ni disparos, ni voces de ningún tipo, ni siquiera el viento soplaba meciendo las ramas de los árboles cercanos, todo estaba sumido en una tranquilidad y un silencio extraño, nada habitual con lo que usualmente se escuchaba en aquel lugar. Aquello, lejos de tranquilizarle, le ponía aún mas nervioso.

El joven vio a unos metros el alto edificio de oficinas que servía de base para Michaela, una estructura plagada de cristaleras por sus cuatro caras desde las que se podía ver en todas sus plantas los alrededores que rodeaban al edificio. Pensando en la posibilidad de que alguien, o incluso la propia Michaela pudiese verle desde una de esas cristaleras, decidió rodearla moviéndose y ocultándose entre los árboles y matorrales cercanos a la cara del edificio por la que se estaba moviendo. 


Nicole jamás iría a ese edificio, sabía que ella era consciente de que era la morada de Michaela, y ella tenía como prioridad dar con sus compañeros, por lo que no haría algo tan loco como el meterse en la boca del lobo para dar con la reina de aquel lugar, mas bien lo que le venía mejor era huir de ella. El problema era... ¿Dónde estaría Nicole? ¿Por donde buscar? Podía encontrarse en cualquier parte de la base, no obstante, era consciente de que a pesar de la dificultad de dar con ella, el haberse quedado oculto en el kiosco reducía sus posibilidades de dar con ella a cero, sin embargo, mientras se movía buscándola, alguna oportunidad de dar con ella tendría.

El joven continuó rodeando el edificio hasta que finalmente una desconcertante visión apareció ante él. Muerte y destrucción se extendía hasta donde llegaba su mirada. Una larga y amplia calle se extendía frente a él con la gran mayoría de sus casas con grandes boquetes y sus ventanas reventadas, árboles derribados, cubos de basura volcados con su contenido desperdigado, vehículos estampados contra los edificios, volcados y completamente alejados de la carretera, y cuerpos, muchos cuerpos yacían desperdigados aquí y allá. 


El joven, asombrado, a la par que horrorizado, caminaba por aquella silenciosa y solitaria calle contemplando la destrucción que se extendía por todo lo amplio y largo de aquella calle. A su paso, la mayoría de las farolas a ambos lados de la carretera se encontraban tendidas en el suelo, otras, parcialmente arrancadas de este, se encontraban torcidas, fuese como fuese, ni una sola emitía luz, dejando aquella calle casi totalmente oscura, la única iluminación era aquella que emitían algunos pequeños incendios entre los escombros del lugar.

Los cadáveres tendidos eran fácilmente reconocibles por sus uniformes, eran tanto soldados a la orden de Michaela y sus altos mandos, como guerrilleros de Braun. Aquello no había sido un simple terremoto, era mas que obvio al contemplar aquellos cadáveres. Algunos habían sido enteramente o parcialmente aplastados contra el suelo, transformándolos en una especie de puré de carne, huesos y ropa, otros presentaban desde grandes dentelladas que provocaron el descuartizamiento de algunos cuerpos, hasta grandes y profundos desgarros a mano de afiladas garras que decoraban aquellos cuerpos. Los rostros de los cadáveres, aquellos que aún los conservaban intactos, expresaban un terror bastante gráfico en sus facciones. 


La sangre emanada de aquellos cuerpos salpicaban aquí y allá impregnando todo de su característica coloración carmesí. Leonard se arrodilló frente al cadáver de una guerrillera cuyo cuello presentaba una mordedura de grandes dimensiones que había dejado el tejido colgado y destrozado, a unos metros, un soldado presentaba otra mordedura de distinto tamaño en uno de sus muslos y bíceps. A juzgar por todo lo que aquellos cadáveres presentaban y aquellas peculiares mordeduras que habían dejado la carne a medio devorar, era mas que evidente que aquello no había sido provocado por zombis ni mutantes, aquello había sido obra de... ¿Animales?

Entonces, un extraño sonido agudo y repetitivo lo sobresaltó alejándolo de sus pensamientos. Rápidamente el chico se puso en pie con la mano en la empuñadura de su Gladius. A unos pocos metros de él, una criatura se alzaba observándolo, una criatura de rayas negras y blancas que tantas veces había observado en zoológicos y documentales en la televisión, una cebra. El joven comenzó a acercarse lentamente a la criatura. A decir verdad, no lucía tal como recordaba aquel extraordinario ser, pues la radiación había hecho mella en su cuerpo. 


Aglomeraciones de bultos rojizos y palpitantes se agrupaban en sus patas traseras, algunas quemaduras, arañazos, y extrañas costras adornaban el resto de su cuerpo, y en su cabeza, aun le quedaba una crin medio calva. La criatura parecía desorientada y algo asustada, pues no dejaba de observar en varias direcciones incapaz de decidirse en que dirección ir. El joven continuó acercándose al animal de manera cautelosa, en un intento de no ahuyentarla. En cierto modo, se sentía atraído por aquella imperfecta estética pulida por la radiación sobre el antiguo cuerpo de aquel exótico animal. Alzó la mano a fin de tocar su morro, estaba lo suficientemente cerca de ella para verse a sí mismo reflejándose en aquel par de grandes ojos negros.

La cebra, sin sentir miedo, pero con cautela, acercó el morro a fin de oler la mano del joven tratando de reconocer a aquel otro animal de dos patas que se encontraba tan cerca de ella. Leonard sentía cierta tristeza y empatía hacia aquel animal, el cual, perdido y asustado, no sabía donde se encontraba, donde ir, que hacer, o incluso como había acabado ahí, por no hablar de los daños que la radiación había causado en su hermoso cuerpo, así como las heridas de los depredadores que habían tratado de darle caza y decoraban múltiples zonas de su cuerpo. En cierto modo, por algún motivo, el joven se vio reflejado en aquella criatura. 


Sus dedos estaban a punto de entrar en contacto cuando el animal elevó velozmente la cabeza mirando tras él, y tras unos meros instantes alerta, la criatura dio media vuelta y salió corriendo emitiendo su característico sonido. ¿Qué había sucedido? ¿Hizo algún gesto demasiado rápido para asustarla? Miró detrás de él cuando... ¡¡¡Ah!!! Velozmente se volteó agarrando la empuñadura de la Gladius para desenfundarla, no obstante aquel acto fue completamente errado cuando una gran mano lo apresó del cuello con una fuerza brutal, alzándolo en el aire deteniendo cualquier clase de acción defensiva.

No necesitó mas que un mero vistazo de su agresor para sentir como su corazón se detenía por unos instantes. Como afilados puñales, una mirada de ojos castaños que desprendían burla y malicia, perforaba su temerosa mirada de ojos azules, mirada en la que se reflejaba una amplia sonrisa cargada de maldad y satisfacción. Aquella presencia era inconfundible, aquella mezcla de malicia y burla que desprendía su mirada y sonrisa, muy a la par con las del alto mando Fox, y aquella altura y musculatura similar a la del alto mando Marcus, hacía que todas las alarmas de Leonard saltasen de inmediato.

—Ser... ge... —susurró el chico tratando de abrir inútilmente la poderosa mano que se cerraba en torno a su cuello.

Serge Miller, el despiadado traidor. Un topo de Michaela que por mucho tiempo estuvo infiltrado como guerrillero en las filas de Braun ante las sospechas y rumores que habían llegado a esta acerca de un golpe de Estado a manos de su subordinado Braun y los guerrilleros a fin de acabar con ella y su reinado. Sin remordimientos alguno, y jactándose de ello, aquel soldado de Zodiaco sirvió la cabeza de Braun y la de todos aquellos que lo acompañaban en una bandeja de plata a su líder, saboteando la rebelión para que esta fallase incluso antes de que esta pudiese llegar a tener lugar. 


Traicionó a todos aquellos que confiaron en él, entregó la munición falsa a los guerrilleros sabiendo que no era la auténtica para que no pudieran defenderse, asesinó al que había sido su amigo durante todo aquel tiempo cuando le descubrió, Chris, y dirigió sus acciones a la muerte de Braun y a la cacería de guerrilleros, aquella persona vil y despreciable era el hombre que ahora lo estaba apresando del cuello. Por su culpa, muchas vidas inocentes se habían perdido aquella noche.

El rostro del chico se tornó a un rojo brillante cuando la mano del hombre de cabello castaño cerró aún mas si podía la mano que apresaba al muchacho. Sus pulmones estaban secos ante la ausencia de aire, y sus inútiles intentos de abrir aquella poderosa tenaza tan solo divertían al sujeto que trataba de estrangularlo sin demasiado esfuerzo. Su visión se tornaba borrosa, sus fuerzas se desvanecían, nada podía hacer...


Serge contempló como la vida del joven se apagaba, y prolongado ya lo suficiente su sufrimiento como para satisfacerle, lo lanzó como a un muñeco de trapo hacia una pila de escombros cercanos. Desgraciadamente para el chico, por si no hubiese sido poco el sentir la muerte a manos de aquel hombre, tuvo que sentir como un indescriptible dolor recorrió hasta la última fibra de su ser ante el impacto contra los escombros, los cuales además, se incrustaron en su cuerpo al caer de cara a estos, habiendo sido incapaz de no hacer nada por caer de espalda amortiguando el fuerte golpe con la mochila que colgaba de esta.

Las lágrimas no tardaron en desbordar de sus ojos en respuesta el dolor, así como la sangre comenzó a emanar de las raspaduras, arañazos y cortes que los escombros le ocasionaron en la zona afectada por el choque, en algunas zonas incluso, su piel se había desprendido ligeramente. Miedo. Dolor. Huir. Ayuda. ¡¡Nicole!! Voces internas resonaban en su cabeza al ver como aquel hombre comenzó a dirigir sus pasos hacia él tranquilamente. La gran mano del soldado nuevamente se abrió acercándose hacia él, ocupando enteramente su asustadiza visión. ¡¡¡¡¡¡CORREEEEEEEEEEE!!!!!! 


El joven se levantó tan rápido como pudo apretando con fuerzas los dientes en un intento de soportar los dolores latentes de su dolorido cuerpo y escalar aquella pila de escombros para huir, no obstante, se dio de bruces contra estos cuando la mano de Serge se aferró a su tobillo obligándole a tropezar.

—¿A donde crees que vas, Leonard? ¿Acabo de llegar y ya te quieres marchar? —preguntó con una enfermiza sonrisa enmarcada en su rostro.

Aquella sonrisa provocó que un escalofrío recorriese la espalda del muchacho. La mano del soldado tiró del tobillo del chico haciéndolo descender por la pila de escombros, hasta que...

—¡¡¡¡SUÉLTAME!!!!

Aquella orden emanada de la garganta del histérico muchacho fue acompañada de una patada al mentón de Serge. El soldado se frotó la zona golpeada mirándolo con un semblante extremadamente serio. Entonces la mano del muchacho tocó aquello que reposaba en uno de los laterales de su cintura. ¡¡La pistola!! El joven velozmente la desenfundó, y aunque al principio Serge no reaccionó al verlo hacer aquella acción, velozmente recordó como la munición de las escopetas recortadas que Nicole empleó eran munición real. 


Con una cara de espanto, Serge dio una zancada hacia adelante golpeando con el canto de la mano barriendo hacia en lateral el arma, apenas un segundo antes de que el gatillo fuese apretado liberando la bala real del arma que aquel huérfano sostenía en una de sus manos. No contento con haber evadido el disparo, velozmente agarró el cañón del arma y tiró de esta arrebatándosela al chico de las manos, quien ante aquella acción trató de desenfundar su espada Gladius, no obstante, Serge golpeó lateralmente el cráneo del joven con la culata de la pistola que acababa de arrebatarle, como si de un martillo se tratase. El joven se desmoronó entre los escombros con una herida sangrante en la sien.

—Así que tenías un arma de fuego en tu inventario con munición real... Interesante. —comentó observando el arma con curiosidad. —Tienes agallas Leonard, la verdad es que estoy bastante sorprendido. Has matado, has robado, provocaste algunos daños en la base, ayudaste a Nicole, acabas de tratar de dispararme... Todos esos actos han sido muestra de traición hacia la figura de Michaela. —sentenció con tono acusador. —¿Sabes? Lo que has hecho ha sido algo realmente estúpido. ¿Para qué has hecho todo esto? ¿Para acabar de este modo? Solo, herido, dolorido y sin escapatoria... ¿Y Nicole? ¿Qué haces solo? ¿Es que te ha abandonado? —Serge soltó una carcajada seca al ver como el joven se ponía en pie con esfuerzo. —Esforzarte y arriesgarte tanto para acabar así... Que patético.

El joven apretó los dientes y se lanzó contra él sacando su navaja de debajo de la manga, pero nuevamente fue inútil, Serge lo agarró de la muñeca y le ejecutó una dolorosa llave que obligó al joven a gritar de dolor y soltar el arma que empuñaba. Fue entonces cuando este le quitó la Gladius y encajó un potente rodillazo en el abdomen del chico que a punto estuvo de hacerle perder la conciencia. 


Agarrándolo de la sudadera, Serge lanzó al chico hacia abajo de la pila de escombros viendo como caía de cara al asfalto. De un salto, Serge descendió cayendo al lado de un debilitado Leonard, quien no tenía siquiera fuerzas para tratar de levantarse. El soldado observó al joven con cierta indiferencia cuando este, tumbado de cara al suelo, ladeó levemente la cabeza para observar al monstruo que tenía al lado. Tras unos segundos mirándose en silencio, los labios de Serge se movieron.

—Michaela lo sabe todo. Estará encantada de verte. —pronunció con cierta lentitud deleitándose con la aterradora mirada que se enmarcó en el rostro del chico. —Y Nicole no podrá ayudarte en esta ocasión, Leonard. Es hora de que seas juzgado por tus crímenes.

La bota de Serge se alzó, y sin clemencia alguna impactó contra el rostro del chico sumiéndolo en una profunda oscuridad.

  ...

Con desgana, sus párpados se abrieron con lentitud, eliminando la protección que ofrecían a sus pupilas frente a los molestos rayos del sol que penetraban por las ventanas de la oficina. Acostada sobre un sillón y cubierta por una manta, la mujer fijaba sus oscuras pupilas en el techo blanco de su despacho. Un pesado silencio reinaba en la estancia, y una inusual tranquilidad y seriedad la dominaban a ella. ¿Qué hacía en su despacho? ¿Por qué estaba acostada en el sillón cubierta por una manta? ¿Por qué el sol estaba en el cielo? ¿Dónde estaban los gritos? ¿Y los disparos? ¿Dónde se hallaba la oscuridad de la noche? ¿Qué había sucedido?

La mujer frunció silenciosamente el ceño tratando de forzarse a sí misma a recordar. Se acordaba del rapto de Nicole y Adán tras superar ellos y el resto de sus compañeros la trampa de la Chimera mientras trataban de dar con Fox y Payne para salvar a Puma y recuperar los artefactos. También el tema de la muerte de Payne, la noticia de la huida de Puma, y la manera en la que forzó a Nicole a venderle a sus compañeros y llevarlos ella misma a la base a cambio de no hacerle daño a Adán. Todo el tema de Serge saboteando el golpe de Estado del traidor de Braun y los guerrilleros. La muerte de Barbie, la ejecución de Braun, la orden que dio de llevar a la herida Jessica al carnicero, quien recordaba que había muerto, también el juego del ahorcado en el que participaron Alice, Inma, Nicole y M.A. 


La muerte de su alto mando Anna y la condenada granada que alguien lanzó le vino de inmediato a sus recuerdos junto a una sensación de desagrado. La manera en la que dirigió y planeó todo lo referente a la cacería de guerrilleros y a la captura de Nicole y sus compañeros, sí, recordaba bastante bien todo aquello, hasta los mínimos detalles. También se acordaba de la llegada de Eva, Davis y Maya a su imperio, así como la muerte de esta última a manos de un inepto francotirador, y la captura de Davis por parte de Marcus, así como la breve charla que tuvo con el muchacho. Recordaba bastante bien el detalle de que Leonard había estado cooperando a sus espaldas con Nicole... Y hablando de esta última, aún recordaba aquella partida de ajedrez, la conversación, la batalla que tuvieron, el tema de la pantera y...

Michaela sintió un dolor punzante en su corazón tras recordar algo. Su mirada incrédula descendió hasta sus piernas. No... No puede ser que... La mujer se quedó observando la silueta de sus piernas bajo la manta con temor en su mirada. Fugaz, los recuerdos de ella arrastrándose por el suelo y suplicando a Fox porque la ayudase desencadenaron de inmediato un escalofrío que recorrió hasta la última fibra de su ser. Moveos... Moveos... ¡Muévanse ahora! La mujer comenzó a palidecer mientras un rostro de espanto comenzaba a dibujarse en su rostro ante la visión de que sus piernas no se movían ni un miserable centímetro por mas que quisiese. 


La mujer se incorporó y se quitó de encima la manta de un violento tirón a fin de ver sus piernas. Tras contemplarlas durante unos instantes, el sonido de un disparo entre sus recuerdos la devolvió a la realidad. Nicole... Nicole le había disparado en la columna dejándola parapléjica. Ahora lo recordaba todo. Arrugando el rostro y apretando los dientes de rabia, las golpeó con rabia empleando el dorso de sus puños. No sintió nada, absolutamente nada. Continuó golpeándolas, pero nada, lo veía, veía como las golpeaba con todas sus fuerzas una y otra vez, viendo como estas incluso se movían involuntariamente ante sus golpes, pero no sentía sensación alguna.

—Debería parar...

Michaela se sobresaltó al escuchar una voz tras ella. Como acto reflejo, la mujer volteó la cabeza rápidamente para ver a Fox a un par de metros sentado detrás de ella en una silla. El alto mando se quedó perplejo ante el rostro sorprendido de Michaela. Era bastante obvio por su cara de... ¿asustada? que no se había percatado de su presencia en ningún momento hasta que decidió abrir la boca para advertirle que dejara de golpearse a sí misma. La había cogido totalmente desprevenida, cosa que viniendo de alguien como ella, era de lo mas inusual. Michaela no tardó en percatarse por el rostro sorprendido de Fox que había adivinado por su reacción que la había cogido con la guardia baja. 


El hombre cortó el contacto visual haciendo desvanecer aquel rostro de sorpresa para no irritar a su superior ante el descuido del que él se percató. La mujer recordó entonces la manera en la que se arrastró a sus pies, dolorida, herida, aterrada, y vulnerable suplicando a su subordinado por ayuda desesperadamente. Aquella imagen tan patética de si misma le produjo un sentimiento hiriente a su orgullo, tan hiriente como la bala que Nicole le disparó provocando que quedara en el estado actual.

—Ponte delante de mi, es incómodo tener la cabeza girada para verte. —ordenó la mujer con extrema seriedad. El soldado acató la orden en silencio, y se situó de pie frente a ella. —¿Qué ha pasado?

—Nicole y su grupo escaparon. Tras eso la encontré... —Fox hizo un breve lapsus para omitir la parte en la que se arrastró hacia él suplicándole. Michaela no pasó por alto aquel breve silencio, no obstante, no quiso decir nada tampoco—, inconsciente.—continuó tras el lapsus.—Decidí traerla a su despacho para que Victoria la tratase mientras dormía, y de paso también se ocupase de mis heridas.

—¿Victoria?

—Victoria Stroud. Una de las científicas que trabaja en los laboratorios subterráneos.

—Entiendo. ¿Qué sucedió allí fuera? —preguntó haciendo un gesto con la cabeza en dirección al imperio que se veía a través de las ventanas del despacho.

—Una estampida gigantesca de animales de todas clases penetró en vuestros dominios llevándose por delante todo lo que pillaron, desde edificios y mobiliario, hasta soldados y guerrilleros que pillaron por el trayecto. Hay varias zonas muy dañadas por la estampida, otras en cambio están en perfecto estado. Hemos tenido también varias bajas en nuestras unidades. Por lo demás, los civiles siguen retenidos en la escuela, y los guerrilleros que quedaron con vida han sido apresados en las celdas de la comisaría. El resto de soldados están descansando y recuperándose de sus heridas.

—Comprendo. —respondió pensativa.

—Am, Serge capturó a Leonard, lo tiene preso en una clase de la escuela bajo llave.

—¿Leonard? Vaya, así que ese crío no se fue con Nicole. Me pregunto por que no se marchó con ella. —comentó sintiendo curiosidad por aquel hecho.

En ese instante alguien llamó a la puerta del despacho, y un par de segundos después, Marcus abrió la puerta haciendo pasar por delante de él una silla de ruedas. Para Michaela era obvio por aquel objeto que traía consigo que era plenamente consciente de su estado físico.

—Mi señora, hemos pensado que esta silla de ruedas le será útil para moverse —comentó el hombre acercándole la silla en cuestión al sillón en el que permanecía.

—Fox, Marcus... —la mujer clavó una penetrante mirada en sus dos altos mandos. —¿Cuántos saben lo de mi condición?

—Nosotros dos, Victoria y Serge —contestó Marcus de inmediato.

—Está bien. Espero que a ninguno se le vaya de la lengua sobre este tema, no quiero que nadie mas se entere, al menos por ahora.

Michaela trató por si misma de pasarse del sillón a la silla de ruedas, no obstante, la mujer se cayó torpemente al suelo ante la mirada de Fox y Marcus.

—¡Señora! —exclamó Fox.

—Deje que la ayudemos. —le complementó Marcus.

Ambos hombres hicieron el intento de acercarse a ayudarla, pero de inmediato tuvieron que cancelar aquella acción.

—¡¡¡¡¡NO ME TOQUÉIS!!!!! —ordenó con un tono de ira y furia en su mirada.

Como si un lobo salvaje hubiese estado a punto de soltarles unas dentelladas que les hubiese arrancado la mano de cuajo, ambos hombres retrocedieron de inmediato. Fox y Marcus intercambiaron una breve mirada alejados poco mas de un metro de la mujer, quien por si misma trataba de subirse a aquella silla. Si no fuese poco el haber sentido su orgullo herirse en el momento en que tuvo que arrastrarse suplicándole a Fox, ahora, se había caído de una manera bastante estúpida delante de él y Marcus, nuevamente mostrándose vulnerable, la única diferencia esta vez, era que no le suplicaría a ninguno de los dos porque la ayudasen, suficientemente vergüenza le acababa de causar caerse delante de sus dos subordinados. 


Finalmente, con mucho esfuerzo y tomándose su tiempo, la mujer logró sentarse a la silla de ruedas ante los silenciosos Fox y Marcus. La verdad es que conociendo a Michaela como la conocían, y todo aquel orgullo del que disponía, sabían de sobra que debía de sentarle como una patada en los ovarios el mostrarse así ante ellos. Por eso mismo, sabiendo lo tremendamente susceptible que estaba, por su bien, debían de ir con cuidado con ella y medir sus palabras si no querían acabar trinchados como un pollo, aunque teniendo en cuenta su situación, difícilmente veían que ella misma pudiese hacerlo sin ayuda alguna.

—No quiero que nadie sepa de esto salvo los que ya lo sabéis. —advirtió clavando una mirada asesina en aquel par de hombres.— ¿Me habéis entendido los dos?

—Sí. —respondieron al unísono alto y claro.

—Y que Victoria y Serge no se vayan tampoco de la lengua.

—No se preocupe por eso, mi señora. —contestó Marcus. —Imaginábamos que no querría que mas gente se enterase de su condición, así que les advertimos que no hablaran con nadie del tema.

—Bien. Por ahora, solo vosotros cuatro lo sabréis. Vosotros dos seréis mis ojos, boca y oídos a partir de ahora, y también Serge. Necesito que vosotros tres me representéis.

—¿Por qué incluye también a Serge, mi señora? —preguntó Fox extrañado.

—Nombraré a Serge como nuevo miembro del alto mando, ocupará el puesto vacante que dejó Anna. Él jugó un papel vital en lo que a delatar a Braun y a los guerrilleros se refiere, así como a sabotear todo el golpe de Estado que intentaron dar. Hizo un trabajo espléndido, y me mostró una lealtad admirable, por eso le recompensaré ascendiéndolo de puesto.

—Pero mi señora, no creo que... —Fox tuvo que callarse de inmediato en cuanto Michaela se dispuso a abrir la boca.

—No he pedido tu opinión. Cierra la puta boca, Fox. Te recuerdo, os recuerdo, que vosotros dos también fuisteis en algún momento simples soldaditos de tres al cuarto hasta que os di poder. —contestó de manera tajante al soldado que osó a dudar de su criterio para darle el puesto de Anna a Serge.

—Mis disculpas —contestó Fox sin nada mas que añadir al asunto.

—Ya me ocuparé de hablar yo con Serge para ascenderlo. Por lo demás necesito que vosotros tres me representéis frente a los civiles y al resto de soldados. Por ahora, lo mejor será quedarme encerrada en este despacho mientras pienso en algo. Ahora estoy débil y vulnerable, en esta condición, y teniendo en cuenta las bajas entre los soldados y como la organización del imperio ha quedado completamente paralizada tras los sucesos de ayer, existe la posibilidad de que los civiles se revelen, a fin de cuentas, muchos de los guerrilleros que murieron eran familia y conocidos de esa gente. Por otra parte, soy consciente de que hay un traidor entre mis filas, ya que alguien tiró una granada mientras hacíamos el juego del ahorcado, y ningún guerrillero ni civil podía disponer de algo como eso. Estando en mi posición actual, no sería descabellado pensar en la idea de que esa persona trate de asesinarme. Y teniendo en cuenta que solo vosotros dos, Victoria y Serge sabéis que estoy parapléjica, las posibilidades de descubrir si el traidor es uno de vosotros aumentan bastante, bueno, vosotros tres, porque Victoria no pudo ser. Como todos los científicos, se pasa prácticamente todo el día encerrada en los laboratorios.

—Entendido. —respondió Fox.

—¿Y ahora? ¿Qué vamos a hacer? —preguntó Marcus sin saber bien como devolver todo a la normalidad.

—Tenemos que devolver todo a la normalidad lo máximo posible, y no solo eso, también debemos de fortalecernos aún mas. Habrá que tratar de reconstruir las zonas afectadas por la estampida, especialmente las defensas que rodean toda nuestra base. Nombrar a Serge como nuevo alto mando, de lo que me encargaré yo como dije antes. Formar una nueva unidad de guerrilleros, dirigidos estos por Serge, por lo que habrá que cambiar la manera en la que estructurábamos las cosas aquí en cuanto al personal se refiere, y formar a todos los civiles sin importar su edad o condición, todos sin excepción deberán pasar al grupo de guerrilleros y habrá que entrenarlos mas a fondo para tratar de suplir así las bajas de nuestros soldados. No van a estar al mismo nivel, eso es evidente, pero al menos que traten de estar cerca del nivel de un soldado estándar. También hay que encontrar a un nuevo curandero para que siga ocupándose del tema de la carne. Organizar algunas expediciones en busca de recursos y supervivientes que podamos agregar a nuestro imperio. Buscar al traidor también es importante. Habrá que rebuscar entre las pertenencias de los civiles por si tienen alguna clase de arma oculta que puedan usar en nuestra contra. Y... ¿Qué fue de Hugo y Dani?

—Hugo está muerto mi señora. Respecto a Dani, desconozco su situación actual, pero personalmente lo daría por muerto, ya que me ha resultado completamente imposible contactar con él.—contestó Fox sin querer especificar en las condiciones en las que Hugo murió.

Desconocía la situación de Daniel, pero apostaba a que había estirado la pata en algún lugar de la base. Por otra parte, sí que sabía que Hugo había tratado de traicionar a Michaela y huir de su imperio con sus hijas, el hermano de Eva y los otros muchachos que las acompañaban. Se puso algo rebelde y tuvo que asesinarlo para dar una pequeña lección de obediencia a sus hijas. 


También era consciente de que él, Lilith y el resto fueron los causantes de la granada que estropeó el juego de Michaela, mientras que el asesinato de Anna, así como lo del padre de Tyler, Dom, fueron cosa suya, aunque ya se había encargado de crear una coartada contándole a Michaela que Dom había asesinado a Anna con su rifle para así evitar que Michaela sospechase.

Durante aquella noche había tenido que excusarse en varias ocasiones a la hora de realizar las órdenes que Michaela le mandaba, por no hablar de las veces que voluntariamente estuvo incomunicado con su líder. Realmente no le extrañaría que Michaela sospechase de su lealtad, por eso le pareció conveniente crear aquella coartada en la que el francotirador asesinó a Anna antes de que él pudiese llegar a donde este se localizaba para asesinarlo. 


Sí, él era aquel traidor al que Michaela se refería, no obstante, todo lo hacía para reunirse con sus adoradas hijas y volver a ser una familiar feliz y cariñosa, y si llegar a sus hijas suponía actuar a espaldas de Michaela, lo haría. Debería de tener bastante cuidado a partir de ahora si quería descubrir que había sucedido con sus niñas. Por otra parte, si Michaela descubría que ellas fueron las causantes de aquella granada, Michaela las mataría sin dudar ni un instante, y no podía permitir que aquello pasase.

—Si Hugo, Barbie y Dani han muerto, habrá que formar a un nuevo grupo de mosqueteros. —contestó Michaela pensativa. —Hay que buscar nuevos candidatos al puesto.

—¿Y respecto al francotirador que asesinó a Maya? —preguntó Marcus.

—¿Lo asesinaste?

—No, aún no.

—Aunque me pese tener a ese incompetente entre mis filas, lo mejor será dejarlo con vida, no puedo permitirme prescindir de ni un solo soldado en la situación actual con todas las bajas que hemos tenido.

—De acuerdo mi señora. —contestó Marcus asintiendo.

—Por otra parte, necesito un recuento de las bajas totales en cuanto a guerrilleros y soldados, así como de los recursos que aún tenemos y los daños en la base. Necesito información para poder controlar la situación actual y tomar medidas para arreglar y tratar de mejorar nuestra situación.

—¿Y que hará con Leonard? ¿Y los guerrilleros encarcelados? —preguntó Fox.

—Por ahora dejadlos en donde están, ya pensaré que hacer con ellos.

—De acuerdo.

—Bien. Fox, ocúpate del recuento del personal y la inspección en busca de posibles armas entre los civiles. Marcus, tú encárgate del recuento de daños y de los recursos. Usad a las unidades que necesitéis para llevar a cabo las tareas que os he mandado, pero dejadme a un par de soldados en la entrada del edificio, y otros dos en las escaleras que llevan a mi despacho. No quiero que nadie me moleste, solo vosotros dos, Victoria y Serge sois los únicos que podéis venir a verme. Antes de poneros manos a la obra, necesito Fox que contactes con Serge y Victoria y les digas que vengan a verme. Y Marcus, ve a donde está el cuerpo de Anna y tráeme todo su inventario, asegúrate de que coges las llaves de su casa, siempre las lleva guardadas en uno de sus bolsillos.

—A sus órdenes —respondieron a la vez.

—Ahora marcharos y dejadme sola.

Sin mas que decir, los soldados abandonaron la estancia dejando a solas a la mujer en silla de ruedas. Michaela hizo avanzar la silla haciendo girar las ruedas acercándose a las ventanas fin de correr las cortinas para que ninguna mirada del exterior la viese en aquella maldita silla en la que se había visto confinada. 

 ...

Los ojos verdes del joven Tyler permanecían fijados en el techo de la escuela. Un vasto silencio reinaba en la clase. La luz de la mañana entraba por las ventanas del aula desde hacía varias horas, indicando a los guerrilleros que un nuevo día había comenzado, y como era costumbre debían de atender a sus deberes matutinos, no obstante, ni un solo civil abandonó ninguna de las dos aulas en la que todos ellos residían. Hacía al menos unas tres horas que debían de estar fuera atendiendo a sus obligaciones, pero nadie estaba por la labor de salir, y por lo que se veía, ningún soldado tenía intención de ir a la escuela a pedir explicaciones acerca de por qué no estaban trabajando. Unos dormían, y otros, como Tyler, permanecían en silencio perdiéndose entre sus pensamientos contribuyendo a conservar el silencio en aquel aula.

Gritos, disparos, explosiones... La multitud de sonidos que envolvieron la base en aquella caótica noche no dejaron apenas dormir a los civiles, que temerosos por el resultado del golpe de estado de Braun, no se atrevían siquiera a mirar por la ventana en el tiempo que aquella guerra tuvo lugar. Finalmente, todo cesó para sorpresa de los civiles con una serie de sonidos variados que acompañaron a un corto pero intenso terremoto que cubrió por completo los sonidos de aquella batalla, para posteriormente extinguirse todos en un pesado silencio que continuó las horas posteriores hasta aquella misma mañana. 

Los allí presentes sabían de sobra que aquella batalla había acabado hacía horas, sabían que si fuese una mañana normal, que no lo era, debían de abandonar la escuela para llevar a acabo sus tareas, no obstante, aún no conociendo a ciencia cierta los resultados de la batalla, temían salir de aquella escuela, pues la idea de hallar los cadáveres de sus hijos, maridos, mujeres, padres, madres, amigos... que lucharon apoyando a Braun en su batalla contra Michaela, era algo que horrorizaba a todos los que en aquel edificio permanecían confinados.

Nadie tenía intención de abandonar aquel edificio ante aquel temor hasta que algo o alguien los obligase a salir de allí y afrontar la verdad de los resultados de aquella batalla. Nadie, salvo Tyler. El joven se levantó sobre la manta en la que había permanecido tumbado durante horas incapaz de dormirse y se peinó sus oscuros cabellos con las manos. 

Lentamente se acercó a una de las ventanas para contemplar el exterior, el cual permanecía extremadamente vacío y silencioso, situación atípica que los dominios de la tirana de Michaela. El joven de mirada triste contempló su reflejo en la ventana, se veía cansado y desanimado. Hacía horas desde que Fox llegó en busca de Lilith y Beatrix, no obstante no se encontraban en aquel lugar, y el soldado se marchó no sin antes pronunciar aquellas palabras que le dedicó y se grabaron a fuego en su memoria: 
Tu padre me dejó un mensaje para ti. Me dijo que lo sentía.
Aquella horrible voz y su maliciosa sonrisa le venía a la mente cada vez que esta reproducía aquellas mismas palabras. Era obvio lo que quiso decir con ello, su padre, Dom, había caído en combate, y con toda certeza, a manos de aquel hijo de puta lameculos de Michaela. Se lo haría pagar, algún día, vengaría a su padre. Frunciendo el ceño ante aquella promesa, recordó que desconocía de la situación actual de su madre, Diana. Era plenamente consciente de que el golpe de Estado de Braun no había salido como se había planeado, pues de haber sido así, algunos guerrilleros habrían regresado para dar la buena noticia acerca de la caída de la reina de la inmoralidad. No obstante, había que tener en cuenta que los soldados de la tirana tampoco habían hecho acto de presencia en toda la mañana. ¿Qué significaba aquello? ¿Ganó Braun? ¿Acaso fue Michaela? ¿Por qué nadie se presentó en la escuela para resolver aquella duda? ¿Acaso aquel extraño terremoto tuvo algo que ver? El joven suspiró pesadamente.

Entendía perfectamente el temor de aquellos que residían junto a él en el aula, pero él ya era un hombre, a pesar de tener tan solo 16 años, vivir en aquel demente lugar había erradicado su consciencia como niño o adolescente, volviéndolo al menos mentalmente en un hombre dispuesto a aceptar toda verdad que ante sus ojos se expusiese, así como aceptar la responsabilidad de sus propios actos. Por eso, por aquel concepto de madurez prematura que se había formado en él a base de la prolongada exposición a la malicia reinante en aquel imperio, no podía simplemente esconderse, llorar y autoengañarse pensando que todo estaba bien hasta que algo o alguien le obligase a afrontar la realidad. Por eso saldría ahí fuera y buscaría respuestas, estaba preparado para encontrar si era necesario los cuerpos de sus padres en el trayecto.

El joven abandonó el aula ante la mirada curiosa de los que permanecían despiertos, por lo que se excusó con que iba a ir al baño tras toda la noche aguantándose con el objetivo de que nadie le siguiese y se metiese en sus asuntos. Tyler contempló el otro aula en el que el resto de civiles se encontraban, solo le bastó echar un vistazo para contemplar de que Leonard Lewis no había vuelto a clase. Frunciendo el ceño al recordar a aquel idiota, Tyler comenzó a descender las escaleras. No le agradaba aquel chico, en absoluto. Era un niñato egoísta que actuaba como un malcriado que miraba únicamente por si mismo, y que además, se vendía al mejor postor. Si le convenía estar con Braun se aliaría a este, si por el contrario le beneficiaba estar de parte de Michaela, se uniría a ella a pesar de que aquello significase oponerse a Braun y a los guerrilleros que luchaban por el bien de los civiles.

Aquella actitud egoísta, sumada a su estilo de chico despreocupado y chulo le sacaban de sus casillas. Pensar en que las vidas de muchos guerrilleros se tuvieron que perder aquella noche por luchar también por la vida de aquel idiota de Leonard, entre esas vidas, la de su padre, le enfermaba. La verdad, si aquel chico hubiese muerto aquella noche, no le preocupaba en absoluto, al fin y al cabo pensaba que esa clase de gente no era mas que un peligro para el bien común por el que un grupo luchaba. Chicos como esos, con el tiempo, se acaban transformando en personas como aquellos dos mosqueteros, Dani y Barbie, chicos que alguna vez estuvieron en su situación y en la del resto de civiles, chicos que tras dotarlos de poder, se volvieron del lado opresor contribuyendo a la opresión de los inocentes. No dudaba que alguien como Leonard acabase siguiendo un camino como ese.

Ya en la planta baja se acordó de Hugo, el tercer mosquetero, quien a diferencia de los otros dos, había seguido un camino algo distinto, obviamente, porque el apoyar a Braun le beneficiaba, necesitaba encontrar a su hermano, y para ello debía de escapar de la base. No obstante, a pesar de que le conviniese estar o no con Braun, en el fondo, no era un mal tipo, no era de los que disfrutaba haciendo daño a otros en nombre de Michaela, a diferencia del otro par. Pero Leonard, ¿qué haría él? Por algún motivo se lo imaginaba como al alto mando Marcus, un tipo frío que hacía las cosas sin rechistar, que a veces no parecía disfrutar de lo que hacía, pero tampoco parecía que le disgustaba, simplemente parecía no sentir nada, solo hacía lo que tenía que hacer, nada mas, cosa que a su criterio era incluso peor que seguir los pasos de Dani y Barbie.

¿Qué habrá sido también de esos tres? ¿Y de Lilith y los otros? ¿Los encontraría Fox? De ser así, ¿qué hizo con ellos? Tenía demasiadas preguntas en la cabeza, y sabía que obtendría respuestas a todas ellas en cuanto cruzase la entrada de la escuela, la cual tenía ya delante. Agarró con fuerza los manillares de las puertas doble de la escuela, y con el ceño fruncido, dispuesto a buscar aquellas respuestas, abrió ambas puertas dejando a la luz de la mañana ingresar en la planta baja. A paso firme y decidido, Tyler abandonó la escuela.

Sus pasos recorrían las silenciosas calles de la base, la cual, a medida que este avanzaba, le iba revelando los resultados de aquella trágica batalla. Con tristeza, el joven había contemplado ya los primeros cadáveres que yacían desperdigados por las calles. William, Jacob, Ethan, Emily, Madelyne, Carter, Thomas, Aria... Conocía a todos los guerrilleros muertos con los que se había cruzado, aún recordaba la última vez que los vio con vida y cuando fue la última vez que mantuvo una conversación con ellos. Ver aquellas extrañas posturas en la que estaban o los diferentes rostros que reflejaban el último sentimiento que tuvieron antes de morir era realmente desagradable de ver. 


En mayor o menor medida conocía parte de la vida de todas aquellas personas, hombre y mujeres con amigos, hijos, hermanos o padres entre el grupo de civiles, personas cuya existencias habían sido erradicadas por la maldad de una mujer, y que lo único que quedaba de ellos eran sus cuerpos tirados de manera indignas por las calles de aquel lugar. Todos ellos eran gente buena que no merecían acabar de aquella manera. No obstante, no eran solo cadáveres de guerrilleros con los que se había topado, si no también de desconocidos soldados que servían a las órdenes de Michaela, desgraciadamente para él, estos eran una minoría comparada al número de compañeros caídos.

Lo mas extraño de todos aquellos cuerpos no eran sus rostros o posiciones, sino el estado de los cuerpos. Lo lógico era pensar en que en una guerra con armas de fuego, todos los muertos tuviesen orificios en sus cuerpos, pero esto no era exactamente así. Los cadáveres de los guerrilleros si presentaban aquellos orificios, pero en el caso de los soldados, no. ¿A qué se debía aquello? Y lo mas extraño, ¿por qué muchos cadáveres presentaban mordiscos, mutilaciones o aplastamientos? ¿Y que hay de los edificios derrumbados y el mobiliario destrozado? ¡¿Qué había sucedido aquella noche?!

Sus pasos lo llevaron a la plaza, a varios metros del edificio de oficinas donde Michaela lideraba su reino. Allí, una grotesca visión le heló la sangre. Decenas de cadáveres de soldados y guerrilleros se amontonaban unos sobre otros, la gran mayoría de ellos estaban irreconocibles, pues muchos de los cuerpos estaban despedazados. Aquí y allá, multitud de miembros se yacían desperdigados en todas direcciones, como cabezas, pies, brazos, dedos, mandíbulas... Toda una carnicería que forzó a Tyler a cerrar con fuerza los ojos al sentir como las nauseas comenzaban a rondarle. 

Tras unos minutos detenido sobre su sitio como una estatua, con los ojos cerrados, lentamente comenzó a abrirlos al sentir como las nauseas desaparecían. Entre los cuerpos, se encontraba los restos del escenarios donde Michaela había celebrado en alguna que otra ocasión su famoso juego de El Ahorcado. Era obvio que aquello había sido causado por una explosión, nada mas podría haber dejado aquellos cuerpos en semejante estado.

El joven, por mucho que le pesase contemplar aquella escena, trató de buscar el rostro de su madre, Diana, entre aquellos cuerpos cuyas caras aún eran reconocibles. Finalmente se detuvo en un cadáver en particular, no era el de su madre, si no el una mujer de piel oscura que en vida fue una persona peligrosa y respetada en aquel reino, Anna, uno de los miembros del alto mando cuyo cadáver permanecía en bastante mejor estado que muchos de los cuerpos que allí había acumulados. El cadáver de la mujer presentaba un orificio en la cabeza que delataba el origen de su muerte. Ella era el primer soldado a las órdenes de Michaela que hallaba con un orificio de bala que delataban la manera en la que fue asesinada.

Cada vez las cosas tenían menos sentido para él. ¡¿Qué demonios pasó aquella noche?! Tyler alzó la mirada para contemplar a lo lejos el gran edificio de oficinas en el que Michaela solía encontrarse. Las cortinas de las cristaleras del despacho de Michaela permanecían corridas impidiendo ver a través de las ventanas.

—¡Buenos días, joven!

Una varonil y melodiosa voz tras él lo hizo girarse como acto reflejo al sobresalto que aquella voz le produjo. El corazón se le detuvo por un instante al contemplar a las figuras que se encontraban a poco mas de un metro de él. Uno con una sonrisa de oreja a oreja, Fox, y el otro, Marcus, cruzado de brazos con una mirada de indiferencia, contemplaban al sorprendido Tyler.

—¡¿Vosotros?! ¡¿Qué demon...

—¿Ah? ¿A qué viene esa cara, chico? Joder... Casi parece que te ibas a mear en los pantalones en cuanto nos has visto. —comentó Marcus arqueando una ceja mientras lo miraba de arriba a abajo.

—¿Es que ya nos dabas por muertos, chavalote? —preguntó Fox alegremente.

Marcus suspiró. —¿No deberías estar en la escuela con los demás civiles? —preguntó extrañado.

Tyler tragó saliva mientras sentía como su pulso se aceleraba ante aquella mirada fría de ojos verdes que lo examinaban minuciosamente a la espera de una respuesta.

—Vamos, Marcus, no intimides al chico así. Al final lograrás que se orine encima. —riñó en tono bromista Fox al ver la respuesta física de Tyler a la pregunta de su compañero.

—No debería estar por aquí fuera merodeando, Fox. —suspiró el alto mando.

—Vaaaaaaamos, no seas tan serio, amigo. ¿Sabes? Muchas veces parece que estas estreñido al estar tanto con el ceño fruncido. Relájate un poco. —contestó dando un leve puño en el hombro a Marcus. —Además, el chico ha perdido a sus padres, no seas tan duro con él. Intenta tener un poco de compasión a pesar de tu gélido corazón.

Marcus suspiró pesadamente un tanto harto del peculiar humor despreocupado de Fox.

—¿Padres? —susurró Tyler blanco como un muerto.

—¿Oh? Es verdad que no lo sabías. Siento darte la noticia en un momento como este y... en un sitio como este. —contestó pateando un brazo amputado para alejarlo de él. —Mira, te voy a hacer un favor. Normalmente, en el viejo mundo, se solían hacer velatorios para que una familia viese por última vez a sus muertos, ¿sabes? —Fox se puso a la vera de Tyler y se arrodilló colocando la mano sobre su hombro. —¿Ves esos edificios, chico? —preguntó alzando el dedo índice en una dirección. —Allí dejé el cadáver de tu padre. —le susurró fríamente al oído sintiendo como el cuerpo de Tyler se tensaba ante un escalofrío. —Si quieres puedes verlo una última vez antes de que limpiemos toda la basura de la base. —el soldado se levantó entonces. —¡De nada! —exclamó en alto colocándose nuevamente al lado de Marcus.

—¿Y el cruel soy yo? —preguntó Marcus con ironía.

—Oye, encima que se lo digo para que vaya a verlo por última vez. Me podría haber callado y dejar que no lo viese. Le estoy dando la opción de ir antes de que nos pongamos manos a la obra retirando los cuerpos, ya sabes que luego se descomponen y acaba la base oliendo a mierda, y una tonelada de ambientadores de pino para los coches como los que tenemos en aquel almacén no seria suficiente para eliminar semejante tufo —contestó en tono indignado cruzándose de brazos.

—Mmmm... Alguna utilidad le deberíamos de dar a todos esos ambientadores algún día.

—Yo lo uso en mi casa, tengo perfumada hasta la última habitación. —respondió alegremente.

Siguiendo aquella espontánea conversación sobre ambientadores ambos altos mandos, Tyler era incapaz de reaccionar, ya no solo por el hecho de la manera tan fría con la que Fox le había revelado el paradero del cuerpo de su padre, Dom, si no por la manera tan fría en la que aquel par de hombres hablaban del asunto y cambiaban del tema tan naturalmente, como si hablasen del tiempo para posteriormente hablar del resultado de un partido de fútbol.

—¿Qué hay de mi madre? —preguntó deteniendo la conversación entre ambos hombres.

—Am, aún estabas aquí. Pensaba que ya te habrías marchado a ver al fiambre de tu padre. —comentó Fox tratando de herir al chico. —Pues teniendo en cuenta que no está entre los presos encarcelados, sin duda, debe de haber muerto en la comisaría cuando Michaela y Serge fueron a acribillar a los guerrilleros que trataron de buscar escondite en el edificio.

El joven hizo el esfuerzo emocional de no verse afligido por aquellas palabras tratando de concentrar todo su interés en un nombre que Fox le acababa de mencionar, Serge.

—¿Serge? ¿Nos traicionó? —preguntó con escepticismo.

—En resumidas cuentas, joven. —fue a explicar en aquella ocasión Marcus. —Serge era un soldado infiltrado entre los guerrilleros por orden de Michaela para tener controlados a estos y a Braun. Asesinó a Chris, les entregó a los guerrilleros munición falsa para la rebelión, mintió con lo de las cargas PEM, y bueno... Básicamente sirvió a Braun y a los guerrilleros en una bandeja de plata a Michaela. La rebelión fracasó y se desmanteló incluso antes de que diese inicio.

—De hecho, Tyler, si vas en esa dirección, —señaló Fox de nuevo.— en dirección a la entrada, o lo que queda de ella, podrás encontraras el cadáver de Braun. Aunque... Es probable que no lo reconozcas, Michaela le voló la cabeza de un tiro con su mágnum.

Tyler comenzó a encajar rápidamente todas las piezas. Ahora todo comenzaba a tener sentido para él.

—¿Por qué me contáis todo esto? A mi, un simple civil. —preguntó ante la facilidad con la que aquel par le estaban soltando toda aquella información.

—Sencillo. —contestó Fox.—Para que le cuentes todo esto a los civiles y hagas el trabajo de informarles por mi.

—Tsk. No haces ni el huevo, Fox. —dijo Marcus molesto ante el holgazán de su compañero.

—Ha sido una noche agotadora, ¿sabes? Ya que está aquí el chiquillo, ¿que hay de malo en que me quite un poco el trabajo de encima? Yo a cambio le revelé lo que ha pasado con sus padres. Es lo justo, ¿no?

A pesar del tremendo desprecio y odio que sentía hacia la figura de Fox, Tyler decidió continuar preguntándole para poder alcanzar a entender lo que sucedió la noche anterior.

—¿Qué sucedió en este sitio? —preguntó haciendo referencia a la plaza llena de cadáveres.

—Alguien lanzó una granada al escenario durante el juego de Michaela. Y esto es lo que ha pasado. Muertos descuartizados por todas partes. —contestó Marcus. —No sé quien limpiará esto, pero yo desde luego no.

—Pues los civiles, ¿quienes si no? —contestó Fox mirando a su compañero. Tyler tuvo que morderse la lengua para no saltar ante aquel despreciable ser. —Seguro que lo hacen encantados, al fin y al cabo son sus muertos.

Una sonrisa maliciosa se dibujó en el rostro de Marcus ante la respuesta de Fox. Tanto para él como para Fox, era mas que evidente que el chico que tenía delante los estaba matando con la mirada, no obstante lejos de parecerles aquellas miradas algo amenazante, les resultaba algo de los mas divertido. Cosa que motivaba que continuasen metiendo aún mas el dedo en las heridas del chico.

—Bueno... —suspiró Marcus pasando por al lado de Tyler. —¿Dónde está el cuerpo de Anna? —preguntó mirando entre los cadáveres.

—¡¿No la ves?! —preguntó Fox con aparente sorpresa acercándose a él. —Pero si se ve a 3 kilómetros de distancia, Marcus. ¿No ves la mancha negra entre las blancas y las rojas? —preguntó soltando un comentario despectivo referente a la tonalidad de piel de la fallecida alto mando. —¿Quieres que te busque unas gafas?

El soldado de ojos verdes se agachó para rebuscar entre las pertenencias del cadáver.

—¿Sabes? Si no fuera porque dijiste que Dom asesinó a Anna con un rifle... Diría que fuiste tú, Fox. —comentó Marcus empleando un tono serio en la voz mientras le dirigía una mirada por el rabillo del ojo al soldado localizado tras él. —Y de haber sido así, eso te identificaría como el traidor, Fox. —pronunció dibujando una maliciosa sonrisa en el rostro.

Sin decir nada, Fox lo observó por unos instantes en completo silencio al no saber si aquel comentario era una simple broma o alguna clase de amenaza. Finalmente dibujó una amplia sonrisa de oreja a oreja. Marcus continuó registrando el cuerpo de Anna mientras le arrebataba sus enseres personales al ver como Fox no decía nada.

—¿Sabes, Marcus? Reconozco que la señorita lameculos me caía bastante mal, de hecho como sabes bien, era un sentimiento mutuo. — Marcus con un rostro serio observó como “accidentalmente” Fox pisó la mano de la fallecida al acercase un poco mas a él. —Siempre metiendo las narices donde no le llaman, siempre tocándome el nabo cada vez que tenía oportunidad porque era una jodida celosa, le jodía ver como Michaela tenía preferencias hacia nosotros dos antes que hacia ella, pero especialmente tenía celos hacia mi porque Michaela me nombro su sucesor si le llegaba a suceder algo. —Marcus y Fox se sostuvieron sus miradas durante varios segundos sin parpadear ni decir nada, hasta que Fox decidió seguir. —Créeme, Marcus, ojalá hubiese tenido yo ese rifle entre mis manos para acabar con su vida. Desgraciadamente no fue así. —el soldado sonrió haciendo desvanecer la seriedad de su rostro.—Aquella noche era un soldado mas, como tú, ejerciendo mis labores para sacrificar a esos perros salvajes que decidieron morder la mano que les daba de comer. Soy un profesional, mientras trabajo no dejo que mis intereses personales se interpongan en mi camino. —mintió descaradamente.

Tras unos instantes en silencio, Marcus sacó unas llaves del pantalón trasero de Anna y le dibujó una sonrisa a Fox.

—Claro, sé que eres muy profesional, Fox. No te preocupes, solo era una broma, no te lo tomes tan a pecho. —comentó soltando unas carcajadas.

—¿Yo? ¿Tomármelo a pecho? También estaba de broma, amigo. —respondió sosteniéndole la sonrisa y la mirada.

Tyler, silencioso y sin moverse de su posición, observó aquella escena extrañado. Entonces, Marcus con todo el inventario de Anna se puso nuevamente en pie junto a Fox, y ambos se giraron para ver a Tyler aún mirándolos desde su sitio.

—¿Aún sigues ahí? —preguntó Fox algo mas serio.

—Tengo una última pregunta. —dijo el chico dando un paso al frente.

—Dispara, no tenemos todo el día.

—¿Quién ganó?

—¿No es obvio? —preguntó Marcus suspirando.

—Si ganó Michaela, ¿por qué no ha aparecido ya ante nosotros para restregarnos la victoria? ¿Por qué no he visto a nadie mas que a vosotros dos por las calles? ¿Por qué no vino ningún soldado a vernos?

Fox y Marcus intercambiaron una breve mirada.

—Supongo que ya has tenido que ver los destrozos. Aquella noche la guerra se libró entre tres grupos realmente, uno fue el grupo que siguió a Braun, el otro era toda la gente que servía a Michaela, y por último fueron los invitados especiales de esta. Michaela derrotó a Braun y a los guerrilleros en la guerra, eso es un hecho. Después trató de ocuparse de los invitados, pero una estampida de animales penetró en la base arrasando todo lo que pilló, desde edificios hasta personas. Los invitados de Michaela huyeron, la mayor parte de los guerrilleros murieron, y algunos soldados cayeron también, y después de eso la base quedó como hasta ahora. Pero el resultado es que el ganador de aquella rebelión fue Michaela y no Braun. —le respondió Marcus.

—Entiendo. ¿Y quienes son esos invitados especiales?

—No necesitas saber mas, muchacho. —respondió Fox colocándose frente del joven. —Ahora márchate a extender la información que te dimos entre los civiles.

Fox y Tyler se mantuvieron las miradas por unos instantes en silencio, hasta que el chico decidió darse media vuelta y marcharse dejando a aquel par de soldados, atrás.

—¿Contactaste con Victoria y Serge? —preguntó Marcus.

—No, iba a hacerlo ahora.

—Está bien. Voy a llevar esto a la jefa y me pongo al lío con el trabajo.

—Yo igual. Mas tarde nos vemos.

El dúo masculino se separó para terminar de acatar las órdenes personales que Michaela les mandó, a fin de ponerse en cuanto antes con las tareas referentes a la base. Era aún por la mañana, pero aquel iba a ser un día largo y duro, y tan solo eran dos personas para tanto trabajo. Incluso a Fox en una situación así le hubiese convenido tener a Anna cooperando, a pesar de serle una persona tan insoportable y tan soplapollas, tenía que reconocer que al menos era de utilidad para estas cosas. A decir verdad, Fox comenzaba a arrepentirse de haberla matado, pero no mucho, solo un poquito.

...

Tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic...

El repetitivo sonido de las agujas del reloj avanzando... Era la segunda vez que escuchaba aquel sonido, era la segunda vez que despertaba, y nuevamente, acompañado con un dolor atroz recorriendo todo su cuerpo. Con pesadez, sus ojos se abrieron desvelando una mirada azul apagada y confusa, no obstante, aquella mirada no tardó en volverse a sumergir en la oscuridad cuando un fogonazo de luz natural procedente de una ventana lo forzó a cerrar los ojos con fuerza.

Vacío, débil, dolorido y vulnerable, el joven Leonard forzó a su cuerpo a levantarse del suelo de la clase en la que se hallaba, sin embargo, poco tardó en tomar una de las paredes del aula como apoyo para no caer al suelo desfallecido. Todo le daba vueltas, se sentía mareado, sentía... El joven velozmente asintió brusca e involuntariamente contra una esquina para vomitar, expulsando con aquella acción las pocas fuerzas que le quedaban. Apartándose un poco de aquel desagradable líquido expulsado desde el interior de su cuerpo, el joven pegó su espalda a la pared dejándose caer hasta sentarse en el suelo.

Su rostro se arrugó ante el fuerte dolor de cabeza que le atormentaba desde que abrió los ojos, y dirigiendo sus dedos a un dolor latente, no tardó en hallar en su sien la raíz de aquel tormento. Un dolor punzante fue la respuesta recibida en cuanto sus dedos rozaron la herida sangrante presente en su sien. Ahora lo recordaba, aquel cabronazo de Serge le había dado un paliza, golpeándole en el trayecto la sien con la culata de su propia pistola. No es que le importase mucho, no era para él una novedad sentir las marcas de la furia ajena en su cuerpo, al fin y al cabo, Serge no era el primero en darle una paliza. Estaba acostumbrado al dolor, pero lo que no soportaba, era el malestar constante como el que sentía ahora debido al dolor de cabeza y el mareo presentes. Leonard se dio cuenta de que aquel aula estaba completamente vacía, y su inventario no se encontraba por ninguna parte, Serge debió de arrebatárselo mientras se hallaba inconsciente.

El joven tomaba y expulsaba aire sonoramente, se sentía completamente abatido y sin fuerzas, no obstante, sacó fuerzas de donde no tenía con tal de inspeccionar aquella clase. Brevemente, Leo contempló su reflejo en una ventana, la verdad, preferiría no haberse visto, estaba horrible... Ojeras, pálido, agotado, con heridas sangrantes, y con sus ropas sucias y rasgadas, por no hablar también de su cabello despeinado... básicamente podría hacerse pasar por un zombi sin la necesidad de emplear maquillaje ni ninguna clase de disfraz...

Apartando la mirada de aquel lamentable reflejo, el joven avanzó hacia la puerta sin separarse de las paredes que empleaba como puntos de apoyo para moverse. Sabía que estaría cerrada, ¿qué sentido tenía que lo dejase allí con la puerta abierta para que escapase? Aún así quiso probar, y como ya sabía estaba cerrada. Leo suspiró pesadamente. Colocó la oreja en la puerta a fin de captar algún sonido, sin embargo, fue incapaz de percibir alguno. ¿Qué habrá pasado con los civiles? A decir verdad, no le importaba demasiado, tampoco pensaba que les hubiesen hecho algo, además en aquella situación lo mejor sería preocuparse por lo que le pasaría a él ahora que lo habían atrapado.

¿Qué habrá sucedido con Nicole? ¿Murió? ¿La tendrán presa en algún sitio? O tal vez... Leonard cerró los ojos ignorando la idea de que lo abandonase, como comentó Serge al encontrarlo andando solo por las calles. Por otra parte, ¿qué sucedería con sus amigos? ¿Logró encontrarlos? ¿Y qué hay de Michaela? El joven torció los labios nada satisfecho con la situación actual, así no debía de ser como todo hubiera acabado para él, si las cosas hubiesen salido como planeaba, ahora, estaría fuera de la base. Para bien o para mal, el decidir cooperar con Nicole había destruido por completo aquella posibilidad, y como resultado ahora se encontraba en la situación actual. Pero si Nicole aún permanecía viva en alguna parte de la base con sus compañeros, tal vez hubiese una posibilidad para escapar, tal vez, ella y los suyos estaban tratando de buscarle.

Leonard lentamente se dirigió a una silla que empleó para sentarse y descansar, con un pesado suspiro y sin nada que hacer, solo podía esperar.



...

Sus nudillos golpearon la puerta de madera del despacho de Michaela, y la voz de esta le concedió el permiso para entrar a la estancia en la que la mujer esperaba. Antes de entrar, Serge miró detrás de si para ver al par de soldados que hacían guardia charlar mientras vigilaban a unos metros del despacho de Michaela, que nadie no autorizado subiese por la escalera hasta la planta en el que el despacho se encontraba, tal y como Fox y Marcus les ordenaron. Procurando no abrir la puerta demasiado, y con una sonrisa de oreja a oreja, el soldado Serge ingresó siendo plenamente consciente por Fox de las intenciones de Michaela acerca de recompensarle por su papel desmantelando la rebelión de Braun. Michaela lo observó entrar desde el otro lado de su mesa.

—Siéntate. —le invitó la gobernanta señalándole el asiento frente a ella.

Serge, sin mas dilación, se sentó frente a la mujer que al otro lado de la mesa permaneció varios minutos escribiendo algo en un cuaderno. En silencio, el soldado se limitó a esperar y a mirar la estancia esperando a que su líder decidiese hablarle para proclamar su ascenso en la jerarquía que reinaba en aquel imperio. Ciertamente, era extraño ver a Michaela sentada en aquella silla de ruedas, por otra parte... Fox le comentó que estaba un tanto extraña, estaba algo mas seria y susceptible de lo habitual, probablemente porque estuviese aún asimilando lo que le había ocurrido mientras los dirigía a ellos y pensaba en como solucionar lo que había tenido lugar en la base la noche anterior. Finalmente, dejando el bolígrafo sobre una de las páginas escritas del cuaderno, elevó la mirada, y con un rostro serio lo miró a los ojos sin decir nada. Serge tragó saliva un tanto sorprendido por aquel rostro tan serio, era extraño verla así teniendo en cuenta su característico humor sádico y sarcástico que la hacían rebosar seguridad y control de todo lo que giraba en torno a ella. Aquel peculiar humor de Michaela no parecía acompañarla en aquellos precisos momentos.

—¿Sabes porque te he mandado a llamar?

—Sí. Fox me lo dijo.

—Pues enhorabuena. —suspiró.— Eres oficialmente el tercer alto mando.

—Muchas gracias, mi señora.

—A partir de ahora deberás de relacionarte mas con Fox y Marcus para trabajar en equipo. Recuerda que sigo valorando la lealtad, Serge.

—Por supuesto, jamás le fallaría, mi señora. —respondió con una sonrisa.

—Bien. —respondió sin demasiado entusiasmo retomando nuevamente la escritura en su cuaderno. —Te cederé todos los bienes de Anna como herencia suya, desde su casa hasta sus enseres personales, por si te resultan útiles. Por otra parte, me temo que no te podré dar a las unidades militares a su cargo, estas las dividiré entre mi pelotón personal, el de Marcus y el de Fox.

Aquello le resulto extraño, no obstante cuando fue a abrir la boca para preguntar, Michaela alzó nuevamente la mirada deteniendo el bolígrafo al intuir su pregunta, pregunta que el soldado decidió omitir ante aquella fría mirada.

—Tú te encargarás de tu propio ejército, quiero que entrenes a todos los civiles, sin importar su edad, sexo o condición, hasta el último de ellos, y formes una nueva tropa de guerrilleros que estarán bajo tus órdenes. Deberás entrenarlos en defensa personal, supervivencia, y en manejo de armas blancas y armas de fuego. Si necesitas ayuda para entrenarlos puedes pedirme a mi, a Marcus o Fox algunas unidades para que te ayuden instruyendo a esa gente.

—Pero mi señora, ¿acaso no estaban siendo entrenados ya por los altos mandos anteriormente?

—Sí, pero Marcus y Fox van a estar liados, y yo no voy a poder evaluar las capacidades de los civiles para aprobar que pasen a ser guerrilleros. Te cedo a ti el entrenamiento y la evaluación de todos ellos. Empieza desde cero con todos, enseña a tu estilo, pero enseña bien. Quiero que les des clases intensivas, para que sean mejores guerrilleros que los anteriores y puedan suplir en cierta medida a las unidades militares caídas en la noche anterior.

—De acuerdo, mi señora.

—Bien. Tendrás que crear un horario para impartir esa formación, porque voy a necesitar también a los civiles cooperando en la restauración de las zonas afectadas por la estampida. Cuando tenga todo mas organizado te avisaré para que tengas en cuenta mi organización y diseñes ese horario. ¿Queda claro?

—Por supuesto.

—Bien. En ese armario detrás de ti están las llaves de la casa de Anna y su equipamiento. —indicó señalando al mueble en cuestión. —Le pedí a Marcus que le quitase al cadáver de Anna lo que llevaba encima y me lo trajese a mi despacho.

—De acuerdo. —contestó levantándose de su asiento para dirigirse al armario.

—Además de las llaves encontrarás un par de cuchillos de combate, una navaja, una pistola con munición real y una mochila con varios utensilios para la supervivencia.

Serge se hizo con todo el equipamiento del alto mando caído, Anna. No era muy fan de las armas blancas, y la mochila con los utensilios para la supervivencia en el exterior tampoco le veía demasiada utilidad actualmente, aunque los guardaría por si algún día le resultaban de utilidad. La pistola, la munición de esta y las llaves de la casa de Anna era lo único de valor entre esos objetos. Si hubiesen muerto Fox o Marcus, sus equipamientos le hubiesen sido de mucha mas utilidad, la verdad, pero el destino quiso que fuera aquella mujer la primera en caer.

—Si ya lo has cogido todo márchate. —ordenó devolviendo la vista al cuaderno. —Ya te llamaré.

—A sus órdenes, mi señora.

Sin nada que añadir y viendo la actitud seria y poco habladora de la que parecía disponer Michaela en aquel momento, Serge, con una sonrisa triunfante abandonó el despacho en silencio. La puerta se cerró sumiendo la sala en un total silencio, mientras, la mujer, medio ausente, continuaba anotando en su cuaderno los planes que se le iban ocurriendo para levantar de nuevo la base y restaurar el orden tras lo sucedido en la noche anterior. Estaba demasiado concentrada en aquella labor, pero a decir la verdad, mas que por la preocupación que le causaba que la base estuviera en la situación actual, lo estaba para tratar, aunque sin demasiado éxito, para rechazar la idea de estar sentada en aquella silla de ruedas. Necesitaba calmarse, buscar un control, pensar en frío, y ya no solo con el tema de la base, sino con ella misma. En un mundo como aquel y en una posición como la que estaba, estar en esa silla era lo mismo que estar muerta.

El bolígrafo detuvo la escritura para posteriormente escurrirse entre los dedos de la mujer sobre una de las páginas del cuaderno. Su mirada se perdía entre las palabras de aquel cuaderno sumida en sus pensamientos. ¿Qué haría? ¿Qué sería de ella ahora? No era mas que un pedazo de mierda inservible, en aquello la convertía esa maldita silla de ruedas. En aquella situación sería incapaz de defenderse si trataban de asesinarla, no podría infundir miedo por si misma en los corazones de los habitantes de la base, y tampoco podría dar caza a Nicole. La mujer apretó los dientes con fuerza mientras su rostro se arrugaba de furia. Ella nació en la miseria, no económica por supuesto, si no emocional, pues desde su mas tierna infancia había tenido que sufrir el rechazo y la crueldad de muchas de las personas que la rodearon a lo largo de su vida por ser quien era o por ser diferente al resto, su existencia era ignorada por los demás, nunca fue nada para nadie.

Con el tiempo logró obtener lo que siempre quiso, aunque no duró demasiado, pues aquellos cercanos, aquellos que lograron ser algo importante para ella, la traicionaron y se lo arrebataron. A costa de vender su alma y hacer innumerables crímenes y pecados para aquella inmoral compañía, Esgrip, logró alcanzar algo en la vida y ser visible para otras personas tras volverse un alto mando dejando atrás su posición como simple soldado, y alcanzando posteriormente la gloria al recuperar los restos de la extinta Esgrip y fundar a Zodiaco, levantando aquel imperio y liderando a todas las personas que residen en su interior. Aún así, quería mas, mucho mas, no se conformaba con lo que tenía, quería no solo llegar a la gloria, la cual ya consideraba haber alcanzado, sino rozar el cielo con su proyecto para levantar a la humanidad de sus cenizas empleando a Zodiaco y los extraños artefactos de Esgrip.

Era consciente del poder que podía obtener si los reunía todos gracias a aquel viejo documento que encontró tiempo atrás de un antiguo científico que desapareció de la compañía misteriosamente, aquella persona que descubrió el Agua Gris y sus beneficios en aquellos en los que se adaptaba el virus. Revivir a la humanidad y fundar una sociedad sustentada bajo un nuevo orden y bajo su mando. Extinguir toda clase de políticas, toda clase de religiones, toda clase de moral y crear un nuevo régimen que inculcar a los habitantes del viejo mundo y a los nuevos que naciesen en su nuevo mundo. 


Destruir las diferencias ideológicas y crear una sola con la que controlar y agrupar a toda la humanidad. Eso era lo que quería hacer, eliminar las impurezas del viejo mundo, los errores de las antiguas sociedades, y crear una nueva humanidad desde cero que no cometiese los mismos errores que su antecesora. Un mundo en el que incluso gente como ella pudiesen vivir sin ser apartados o juzgados por no ser como la mayoría de individuos de la hipócrita sociedad que dominaba el antiguo mundo. Un mundo donde personas como Nicole Collins no tuvieran la verdad absoluta y el derecho a juzgar, personas que fuesen reconocidas en la nueva sociedad no como héroes de esta, sino como villanos por querer mantener viva aquella cruel e hipócrita sociedad que había estado patente en la historia del viejo mundo.

Personas como Nicole Collins, personas a las que la vida siempre les sonrió otorgándoles un destino grandioso en el que lograsen alcanzar siempre sus metas alcanzando la felicidad, eran personas realmente crueles y egoístas. Una clase de personas que tan solo querrían mantener la vieja sociedad intacta porque estas les benefició desde le momento en el que nacieron, siendo incapaces de reconocer la oscuridad con la que la vida cubría a otras personas, incapaces de ponerse en el lugar de aquellos a los que la vida había decidido despreciar injustamente predestinándoles un destino deplorable. Ella era una de esas personas que nacieron en el lado oscuro de la vida. Ella era una de esas personas a las que Dios negó su mirada. Ella fue desde el momento en el que nació sentenciada por el destino.

La mujer clavo sus uñas en sus piernas tanto como pudo en un intento de hacerse daño y sentir algo por mínimo que fuese, no obstante, ni una sola sensación se producía de aquel ataque de rabia. Odiaba ver a las personas sonriendo felizmente, odiaba ver como la gente alcanzaba sus propósitos, odiaba ver como las personas eran reconocidas y aceptadas por otros, odiaba ver a dos amigos reír juntos, odiaba ver a una pareja besándose apasionadamente o a una familia convivir felizmente en armonía. Lo odiaba, ella odiaba toda felicidad ajena que jamás pudo experimentar. 


¡¿Por qué?! ¡¡¿Por qué?!! ¡¡¡¿Por qué tuvo que nacer así?!!! ¡¡¡¡¿Por qué la vida la trató así?!!!! ¡¡¡¡¡¿Qué hizo ella para merecer tener la vida que tenía?!!!!! Hacer sufrir a otros, asesinar, destruir, erradicar la vida y la felicidad de aquellos que disponían de tal cosa era su venganza hacia la vida, hacia el destino, hacia Dios o el karma, no importaba como se llamase aquello que decidió que tuviese aquella clase de vida, ella se vengaría erradicando tanta felicidad y vida ajena como era posible en su camino hacia la creación de un nuevo orden mundial con el que reescribiría a la sociedad humana corrigiendo todos los fallos de la sociedad anterior.

El blanco y el negro. El bien y el mal. La moral y la inmoralidad. Ambos términos desaparecerían en su nuevo mundo fusionándolos en una única opción posible, la amoralidad. Términos como la moralidad y la inmoralidad serían erradicados de la consciencia de la nueva sociedad. Un mundo donde no existiese el bien ni el mal como tal sería un mundo perfecto en el que la raza humana se vería justamente juzgada a ojos de todo el mundo, destruyendo la desigualdad social originada de las diversas ideologías sociales. Sí, aquel era el objetivo que quería alcanzar. Y todo el mal que había hecho hasta día de hoy, y lo que le quedaba por hacer hasta alcanzar aquel objetivo, no eran mas que sacrificios necesarios.


E incluso, su mente avariciosa no acababa con crear aquel nuevo orden mundial, todo acabaría cuando el Agua Gris fuese perfeccionado hasta el punto en que pudiese adaptarse a los seres humanos, o al menos, a la mayor parte de estos dotándolos de los beneficios que la adaptación del virus a los humanos le otorgaba a sus huéspedes. Una evolución de la raza humana que mejorara a esta como especie, volviéndolos mas fuertes y resistentes dejando atrás las vulnerabilidades de los humanos normales y corrientes, si lograba alcanzar aquel objetivo final en el que el virus se adaptase apropiadamente y pasase de padres a hijos, acabaría por volverse en una diosa para los humanos de su nuevo mundo... Crearía un mundo perfecto, y ella sería la dueña de este. Sí, aquel era su objetivo final.

Pero ahora aquella maldita silla de rueda le impedía llegar a aquel objetivo, y no solo eso, aquel confinamiento físico que la hacía completamente vulnerable y dependiente sería el ancla que la hundiría en la mas absoluta miseria en cuanto su circunstancia fuese conocida por alguna otra persona que no fuese Victoria, Serge, Fox o Marcus, e incluso ellos mismos podían ser una amenaza, pues tenían la posibilidad de apuñalarla por la espalda ahora que era débil y dependiente. Solo pensar en la idea de que necesitaría ayuda para bañarse ya le hacía sentir como un clavo ardiente se clavaba en su nuca a presión. Estaba condenada, y lo sabía de sobra.


Su corazón latía con fuerza, y sus respiraciones se volvían cada vez mas agitadas. ¿Qué era aquello que sentía? ¡¿Miedo?! ¡¿Impotencia?! ¡¿Soledad?! ¡¿Desesperación?! Sí, aquellos sentimientos de antaño que creyó haber perdido con el paso de los años estaban volviendo causándole una fuerte ansiedad. Tenía ganas de... de llor... la mujer se sorprendió así misma al sentir como sus ojos estaban a punto de derramar el líquido de la vergüenza, y ante aquella sensación cerró los ojos conteniendo los deseos de su corazón de piedra por liberar aquello que estaba soportando.

—¡¡¡¡¡AAAAARRRRGGGHHH!!!!!

Con un grito de rabia, la mujer descargó toda su frustración de un poderoso golpe en la mesa con el dorso de sus puños, haciendo que por un breve momento todo lo que se encontraba sobre esta saltase desplazándose de sus posiciones originales. La mujer suspiró abatida clavando la mirada en la mesa. No derramaría ni una sola lágrima, aunque ello significase arrancarse los ojos ella misma. La mujer apoyó los codos sobre la mesa y se sujetó la cabeza sintiendo como comenzaba a perder el control sobre si misma.

—Tengo que hacer algo... —susurró con una demente mirada clavada en la mesa.

Sus pupilas oscuras se movían frenéticamente por la superficie de la mesa mientras concentrada, cientos de miles de pensamientos avasallaban su mente en busca de una respuesta imposible a su circunstancia. Estar encerrada de por vida en aquel despacho ocultándose no era una opción. Tal vez nombrar a uno de sus altos mandos como nuevo sub-líder de la base que compartiese con ella el poder en aquel sitio fuese una opción. Velozmente desechó la idea. Era absurdo, en el momento en que le diese mas poder a algún alto mando, podría acabar ansiando querer mas. 


Ella sabía bien que nunca se tenía tanto poder como uno quisiera, así como era consciente de la manera en la que este podía corromper a la gente. No le era difícil pensar en la posibilidad de que cualquiera de los altos mandos una vez estuviesen a la par con ella en la jerarquía, pudiesen asesinarla y tomar para si mismos el poder absoluto. Confiaba en sus altos mandos hasta cierto punto, pero no era tonta, era consciente de que Serge, Fox y Marcus, especialmente los dos primeros, eran especialmente propensos al tema de ganar poder en el sitio, sus actos así se lo confirmaban. Marcus por otra parte siempre había pensado que él era un hombre conformista que no le importaba tanto el tema del poder, no obstante, tampoco podía descartarlo. Pero de los tres, uno especialmente saldría mas beneficiado con su muerte, Fox.

Aquel hombre había sido propuesto oficialmente como su sucesor en caso de que ella muriese, y por otra parte, tuvo sus dudas acerca de sus acciones durante los acontecimientos de la noche pasada, pues le fue difícil contactar con él en varias ocasiones, por no hablar de que no dejaba de excusarse un poco de las órdenes que ella le mandaba. Sospechaba que él podía ser el auténtico traidor que asesinó a Anna y lanzó la granada, no obstante no tenía pruebas para acusarlo de aquello, al menos de momento. Debido a la desconfianza hacia este trío de soldados, tenía planeado controlar a los altos mandos de una manera peculiar. Llamaría a los tres por separado y les daría una orden a cada uno para que la llevasen en secreto. 


A Marcus le diría que vigilase a Fox ante la sospecha de que él pudiese ser el traidor, a Fox, le pediría lo mismo, pero en esta ocasión, él vigilaría a Serge, y este último, bajo el mismo pretexto, que se encargase de tenerle el ojo puesto a Marcus, y ante cualquier actitud extraña le reportasen lo que habían visto u oído. Respecto a Victoria no tenía problema, no la veía como ninguna clase de amenaza, ya que si acabase resultando una al final, podría mandar cualquiera de los tres altos mandos a asesinarla. Por lo tanto, compartir su puesto con un alto mando no era una opción. ¿Entonces que otra vía le quedaba? Formulada aquella pregunta fue cuando nuevamente el sonido de unos nudillos golpeando las puertas de su despacho la obligaron a volver en sí recobrando la compostura.

—Adelante. —contestó con calma y seriedad.

Con timidez y precaución, una mujer de dorados cabellos recogidos en un pequeño moño entró a la estancia vestida con su característica bata blanca de laboratorio. Cerrando la puerta tras de sí y ajustándose las gafas con el dedo índice, entró al despacho de su líder a paso firme, pero temeroso, siendo objetivo de la mirada de Michaela, quien la observaba minuciosamente a medida que se acercaba a su mesa.

—¿Me mandó a llamar, mi señora? —preguntó algo acongojada.

—Victoria Stroud.—pronunció su nombre. —Payne está muerto, como segunda al mando ahora asciendes de puesto ocupando el suyo, felicidades. —anunció sin el mínimo tono de emoción.

—Ah... Gracias. ¿Cómo murió?

—Los detalles de su muerte son irrelevantes. Dime, ¿qué tal van los proyectos que mandé a realizar?

—Bueno... No tan bien como nos gustaría... —respondió tímidamente ante la ira que su respuesta pudiese desencadenar en su líder.

Michaela sin embargo no pareció molestarse en absoluto, pues su rostro permanecía tan imperturbable como desde el momento que entró ella al despacho.

—Comprendo. —suspiró con desgana.

—Aunque no es que no hayamos avanzado nada, mi señora... Hemos fabricado un lote de cincuenta balas de nueve milímetros con una cápsula de cristal que contiene una pequeña dosis del Agua Gris, tal como ordenó. La baliza está en funcionamiento manteniendo a raya a los no muertos para que no se acerquen a cierta distancia de la base. Por lo demás... Aún seguimos investigando los viejos documentos del profesor Javier para alterar el Agua Gris y eliminar el factor inestable del virus a fin de reducir o eliminar la toxicidad de este favoreciendo el proceso de adaptación del virus al huésped. Respecto a los controladores mentales, tenemos fabricado ya uno.

—¿La versión mejorada? —preguntó Michaela.

—Sí. Hemos seguido los informes de Payne detalladamente acerca de la fabricación de estos y le hemos metido unas mejoras para crear otro como el que empleamos para controlar a la primera Chimera.

—No me sirve si el que vais hacer es tan frágil como el prototipo que le pusimos a la Chimera. Hay que reforzarlo de alguna forma.

—No se preocupe, trabajaremos en ello.

—Bien. ¿Algo mas?

—Tenemos un equipo trabajando para arreglar el radar y sintonizar sus ondas con la de los artefactos que tenemos para hallar los que faltan.

—Vale.

Victoria torció los labios al ver como Michaela permanecía tan seria, no sabía si lo que le decía le estaba disgustando y por lo tanto se estaba enfadando, o simplemente se conformaba con lo que llevaban hecho.

—Y... Lo de recrear algunas de las armas bio-orgánicas de Esgrip, lo vemos mas o menos viable. Estamos siguiendo las investigaciones de Lucy minuciosamente, pero como con los supersoldados, necesitamos conejillos de indias con los que experimentar, y actualmente no disponemos de especímenes...

—Los tengo en la comisaría entre rejas. —respondió de inmediato. —No te preocupes, te los haré llegar. —suspiró habiendo ya deparado el final de los guerrilleros que tenía presos.—¿Algo mas? —preguntó golpeando constantemente la superficie de la mesa con el dedo índice emitiendo un sonido intermitente que ponía a Victoria de los nervios.

La científica tragó saliva viendo aquella acción de su líder.

—Mi señora, me disculpo por no haber podido avanzar mas, pero no hemos dispuesto del tiempo ni material suficiente como para avanzar mas rápido los proyectos que tenemos entre manos. —se justificó bajando la mirada incapaz de sostenérsela a Michaela.

—Mmmm...

—Le diré al personal que se den mas prisa. Puede que en veinticuatro horas podamos realizar otra tanda de cincuentas balas modificadas si trabajamos a nuestra máxima capacidad...

—Victoria. —pronunció deteniendo los golpecitos que daba con el dedo en la mesa.

—¿Sí? —preguntó levantando tímidamente la mirada.

—Puedes marcharte. —respondió simplemente.

—Ah... De... De acuerdo... —respondió algo sorprendida por la reacción desinteresada de la mujer.

Sin nada mas que añadir, Victoria se dio la vuelta y caminó hacia la puerta dispuesta a marcharse y a continuar con su trabajo. No entendía muy bien las reacciones de Michaela ante sus informes, no parecía ni alegrarse ni molestarse, simplemente parecía conformarse con lo que había, mostrándose desinteresada hacia los avances y problemas que le comunicó.

—Victoria. —pronunció nuevamente la tirana justo cuando la mencionada agarró el pomo de la puerta.

—¿Si, mi señora? —preguntó con el corazón en un puño mientras agarraba con fuerza aquel pomo.

No obstante, Michaela no respondió rápidamente, simplemente se limitó a quedarse mirando a la mujer de bata blanca en silencio. Aquella situación desconcertaba y aterraba a Victoria por igual, pues era incapaz de adivinar que estaba pasando por la mente de aquella poderosa mujer.

—Dime... —pronunció con un suspiro.

—¿Sí? —preguntó con nerviosismo.

—¿Tenéis aún muestras del Agua Gris pura?

—Sí... Tenemos varias muestras que aún no hemos usado en ningún espécimen... ¿Por qué lo pregunta, mi señora?

Michaela cerró los ojos con pesadez meditando algo por unos minutos, sumiendo aquella estancia en un silencio que obligó a Victoria a permanecer en el sitio a la espera de la contestación de su líder. Finalmente, abrió los ojos con lentitud para dirigir nuevamente una mirada a su subordinada.

—Tráeme una muestra.—respondió con máxima seriedad en su rostro y tono de voz. —Que nadie se entere.

—¿Ah? —respondió involuntariamente ante su petición.

—Ahora.

—Sí... De acuerdo... En seguida... —respondió agachando la mirada accediendo antes de abandonar la estancia.

Nuevamente, el despacho se sumió en un silencio sepulcral. Michaela, medio ausente, permaneció con aquella mirada perdida de ojos oscuros clavada en la puerta de su despacho por la que Victoria acababa de salir. No iba a permitir que todos sus objetivos en la vida se frustrasen por su situación actual, estaba lo suficientemente desesperada como para decir fríamente que prefería morir antes que permanecer en aquella silla de ruedas. 


Por ello, estaba dispuesta a arriesgarlo todo si había una posibilidad de librarse de aquella condenada silla que la ataba y la hundía en la miseria volviéndola débil y vulnerable. Para cualquier persona, la acción que estaba por tomar era un completo suicidio, pero estaba dispuesta a apostarlo todo por esa única posibilidad entre miles para recuperarse y volver a ser la que fue en un principio, o incluso mejor a lo que fue... Para ella, la decisión estaba ya tomada. Debía apostar algo equivalente a lo que deseaba lograr, y aquello con suficiente peso para apostar no podía ser otra cosa mas que su propia vida...


...

Finalmente llegó, lo que todos los confinados en la escuela estaban esperando, la señal que pondría fin al auto cautiverio que aquellas personas se habían impuesto así mismas, a excepción de cierto joven... Cada pasillo, aula y recoveco del silencioso edificio se inundó rápidamente de una altísima y melódica canción clásica que llegó a los oídos de todos los residentes de la escuela causando toda clase de reacciones, desde sorpresa, a confusión e incluso temor, entre otras tantas. Ascendiendo por la escalera que llegaban hacia la segunda planta, el sonido de las botas militares de aquel hombre eran completamente ahogados por aquella hermosa a la par que inquietante canción. 


Una emblemática sonrisa enmarcaba su rostro mientras tarareaba aquella canción que deleitaba a sus oídos. Varios pares de ojos fijaron sus temerosas miradas a la puerta de cada aula en la que los dos grupos de civiles permanecía encerrados. Alguien iba a por ellos, ¿cual sería la primera clase en la que aquella persona decidiría hacer acto de presencia? Fuese quien fuese, debía de venir de la planta baja, pues era allí donde se encontraba aquel viejo gramófono en la que se reproducían aquellos antiguos discos de música clásica que alguna vez se hallaron en el aula de música.

Finalmente, aunque casi imperceptible, todas las miradas se centraron en la puerta de ambas clases cuando escucharon el suelo de madera crujir en el pasillo. Con un sonido rítmico, unos nudillos golpearon ambas puertas, y unos momentos después, estas se abrieron de un portazo ante la bota del militar, sobresaltando con ello a los civiles de ambas clases. Finalmente, la canción cesó, sumiendo nuevamente a la escuela en el silencio. Fox se volvió por completo el centro de las miradas, siendo objeto de algunas temerosas y otras desafiantes, sin embargo, tanto unas como otras fueron completamente ignoradas por el alto mando.

—¡Muy buenos días tengan ustedes! —exclamó animado en mitad del pasillo. Nadie respondió. —Vaya, que mal educados... Es muy descortés ignorar a alguien cuando te desea los buenos días, ¿sabéis? —comentó echando un breve vistazo al interior de ambas clases. —Bueno, supongo que Tyler os informó ya de la situación, ¿me equivoco? —El nombre del chico hizo reaccionar a algunos, haciendo que entre los civiles se produjera un intercambio de miradas confusas al no comprender lo que Fox decía tras hacer mención del joven. —¿Y el chico? —preguntó extrañado al percatarse de aquella reacción de los civiles.

—Dijo que iba al baño, pero hace mucho desde que se marchó, y no ha vuelto. —respondió James saliendo a la entrada de la clase.

—Supongo que habrá ido a buscar los cuerpos de sus padres... —suspiró. —Cuando vuelva, preguntadle sobre lo que sucedió la noche pasada, yo no tengo ganas de contar otra vez el mismo rollo. No soy un disco rallado. —se quejó el soldado cruzándose de brazos.

—¿Entonces para que está aquí si no nos va a informar de lo que ocurrió ayer? —se escuchó la voz de Catherine desde el interior de una de las clases.

—Bueno, hoy toca hacer inspección. —respondió con una sonrisa.

—¿Inspección? Aquí no hay nada para inspeccionar, al fin y al cabo sois vosotros quienes nos traéis recursos cada cierto tiempo. —se escuchó una voz masculina provenir de la otra clase.

—¡No tengo porque daros explicaciones! —respondió seriamente. —¡Obedeced! ¡Ya!

Todos los civiles quedaron en silencio ante la manera en la que respondió el alto mando, pasando de su típico tono cómico y burlón, a uno algo mas agresivo.

—Todos y cada uno de vosotros, piltrafillas, vais a salir a este pasillo y vais a poneros mirando de cara a la pared con las manos apoyadas sobre estas y las piernas separadas. —ante su orden y con extrema resignación, los civiles obedecieron. —Voy a registraros a cada uno, hasta dentro de las bragas y calzoncillos si veo que ocultáis algo. Cuando acabe, miraré el interior de cada clase, hasta el último maldito recoveco. ¡Juro por Dios que como alguien se mueva un milímetro de la puta pared lo rajo en canal! ¡¿Me habéis escuchado?!

Al unísono, todos los civiles de ambas aulas respondieron afirmativamente mientras se ponían de cara a la pared obedeciendo las órdenes de Fox. El alto mando sabía que la granada fue cosa de Hugo y el grupo con el que iba, lo había visto todo desde la mira del rifle de Dom. Probablemente el chico empleó su puesto como mosquetero para hacerse con ese arma, sin embargo no podía descartar la posibilidad de que tuviese alguna mas oculta de la que se pudiesen apoderar los civiles. Por otra parte estaba solo en aquella escuela, los civiles le superaban en número, por lo que le convenía tenerlos a todos vigilados contra la pared, y de paso, aprovecharía toda esa inspección para encontrar a sus hijas, nuevamente desaparecidas.

...

Los pasos de Victoria ascendieron por la escalera del edificio de oficinas rumbo nuevamente al despacho de Michaela. El dúo de soldados que custodiaban la planta donde se localizaba el despacho la observaron curiosos, pues para ellos, el lenguaje no verbal de la científica les revelaba el tremendo nerviosismo de esta.

—Hola... —saludó la mujer sin levantar mucho la cabeza.

—Hola.

—¿Qué hay?

La mujer paso al lado de ambos soldados colocándose un mechón de su rubio cabello tras la oreja. Ambos soldados intercambiaron una mirada extrañados, sin embargo, tenían el deber de dejarla pasar según las órdenes de Michaela. La mujer detuvo sus pasos frente a la puerta del despacho de su superior, y brevemente, echó un vistazo hacia atrás para ver que ambos soldados la observaban aún. Rozando sutilmente con los dedos el contenido que guardaba en uno de los bolsillos de su bata, entró tras golpear un par de veces la puerta con los nudillos. Su estado de nerviosismo era tal, que no se percató de que la puerta no se cerró totalmente tras pasar por esta.

—¿Lo has traído? —preguntó Michaela desde el otro lado de la mesa de su despacho.

—Sí... Lo he traído, mi señora. —contestó sacando del bolsillo de su bata una pequeña cajita metálica.

Michaela hizo mover con esfuerzo las ruedas de su silla para acercarse a Victoria y tomar la pequeña cajita. Contempló brevemente el reflejo de su rostro inexpresivo en la tapa plateada de aquella cajita, y entonces procedió a abrirla. En su interior había una pequeña jeringuilla con un líquido semitransparente.

—El Agua Gris. —mencionó la mujer mirando el contenido de la jeringuilla. —Y pensar que solo una pequeña cantidad de esto destruyó nuestro antiguo mundo... Ni todas las guerras que la humanidad ha vivido desde sus comienzos ha provocado tanto daño y tantas muertes como este líquido.

—Mi señora... —dijo Victoria tragando saliva. —¿Realmente va a hacer lo que pienso que va a hacer?

—Sí. —contestó fríamente sin dejar de contemplar el líquido dentro de la jeringuilla.

—Usted trabajó con los profesores Javier y Lucy, sabe perfectamente lo que ellos dos lograron y lo que no con ese virus. Javier empleó un sin fin de conejillos de indias solo para que cuatro personas lograsen adaptar el virus a su organismo, y Lucy logró que una quinta persona también lograse asimilarlo, a pesar de que su investigación nada tenía que ver con la de Javier. El índice de efectividad en la adaptación del Agua Gris a un organismo humano es extremadamente bajo. Si falla morirá y resucitará como un muerto viviente mas, o por el contrario, quedará en un estado como aquel par de hermanos, Allen y Riliane, que no eran ni humanos ni zombis, eran algo distinto. ¿Realmente quiere hacer eso, mi señora? —le recordó Victoria tratando de que sus palabras la hiciesen razonar.

—Maya, Ashley, Matt, Alice y Puma. —mencionó la mujer tras unos instantes en silencio. —La mera existencia de esas personas que volvieron a la vida con habilidades sobrehumanas son la viva prueba de que no es imposible que el virus se pueda adaptar a mi organismo y regenere mis piernas para poder alejarme para siempre de esta condenada silla de ruedas. —Michaela miró con indiferencia a Victoria. —Yo ya estoy muerta, Victoria. Que me levante como un muerto viviente o me transforme en algo como esos dos hermanos no cambiará nada. —la mujer de oscuros cabellos le entregó la jeringuilla a Victoria, quien la agarró de inmediato. —Mientras exista al menos un uno por ciento de probabilidad de éxito, estoy dispuesta a arriesgarme. —comentó remangándose la camiseta.—No quiero simplemente quedarme en esta silla de ruedas viendo como todo lo que he hecho todos estos años hasta llegar aquí se desvanece ante mis narices antes de que la muerte venga a llevarme con ella. Mientras haya un solo hilo de esperanza, me aferraré a este con todas mis fuerzas.

Victoria no podía evitar sorprenderse viendo la frialdad de aquella mujer ante sus palabras y la acción que estaba por llevar a cabo. Sus ojos negros, miraban al suelo con una chispa de resignación. Sin mas que decir, la mujer de bata blanca procedió a administrarle el letal virus creado por Esgrip, el Agua Gris. Mientras tanto, fuera de su despacho, el dúo de soldados no podían evitar calmar su curiosidad ante la actitud nerviosa de Victoria, quien obviamente parecía ocultar algo.

—Me pregunto que se traerá entre manos esa perra de Michaela. —escupió con desprecio uno de los soldados.

—Ni idea. No se la ha vuelto oír ladrar desde que ayer por la noche se encerró en su despacho para dirigirnos.

—¡Tsk! Mi hermano murió por su culpa... —pronunció con rabia sin levantar demasiado la voz. —¿Qué fue esa orden de mierda de no matar a la mujer y al niño en la armería? Ella podía matar a los que fueron enviados allí, pero ellos no podían hacer nada para defenderse. Básicamente, les ordenó que se dejasen matar...

—Yo perdí a mi novia y a varios de mis amigos también por sus órdenes estúpidas... —contestó con resentimiento su compañero.

—No fuimos los únicos. Muchos de nosotros perdimos amigos, parejas o familias por obedecer a esa necia. Seguramente haya más como nosotros que estén hasta los cojones de esta tía. ¡No le importamos un huevo! —comentó echando un breve vistazo a la puerta del despacho.

—Si Fox fuera quien nos liderara, estoy seguro que ayer las cosas hubiesen sido muy distintas, y muchos de nosotros no habríamos caído en combate. ¡Joder, que eran unos putos civiles! —expresó indignado. —Los superábamos en número y armamento. Y aún así, mataron a varios de los nuestros.

—Lo sé. A mi tampoco me cabe en la cabeza como la puta de Michaela nos dirigió de esa manera tan estúpida. Está loca.

—Si no fuera por su posición, entraba en ese despacho, la arrastraba por los pelos y me la cargaría de una paliza. Solo pensar en la manera tan inútil en la que murió mi hermano... —el soldado apretó los dientes con odio. —Esto no puede quedar así...

—¿Y qué vas a hacer? No podemos hacer nada, y lo sabes. No nos queda otra que jodernos.

—Lo sé... Y encima nos tenemos que quedar aquí haciendo de porteros, reventados tras todo lo que pasó la noche pasada y con nuestros muertos por ahí tirados como si fueran basura...

—Oye, cálmate, al final te acabará escuchando... —le recomendó su compañero colocando la mano en su hombro.

—Voy a tomar un vaso de agua. —suspiró resignado.

El soldado se dirigió a un dispensador de agua establecido a poca distancia de las puertas del despacho de Michaela, sin embargo, sus pasos se detuvieron cuando una conversación llegó a sus oídos, percatándose de como la puerta no estaba bien cerrada. El soldado se acercó en silencio y echó un vistazo por el pequeño hueco de la puerta. Todo lo que podía ver era a Victoria con su bata blanca encorvada hacia delante haciendo algo, sin embargo, no veía a Michaela por ninguna parte. Con un gesto, le dijo silenciosamente a su compañero que se acercase a mirar, y aunque se lo pensó un par de veces pensando que se podían meter en un lío, finalmente se acercó a echar un vistazo.

Michaela inspiró y espiró profundamente sintiendo como aquel peligroso líquido se introducía en su interior para recorrer rápidamente su organismo a través de sus venas. Victoria sacó lentamente la aguja del interior del brazo.

—Ya está, mi señora. —anunció enderezándose. —Ahora solo hay que esperar.

—Vale. —contestó con seriedad sin apartar la mirada del suelo.

Ambas quedaron en silencio. Victoria no sabía que mas hacer o decir, y por otra parte, Michaela llevaba bastante rato aparentemente ausente, sin demasiado ánimo para hablar. Victoria se preguntaba que debía de estar cociéndose en la cabeza de aquella silenciosa mujer. Nadie diría que era la misma Michaela Evans que fundó aquel imperio y orquestó la caída de Braun y los guerrilleros la noche pasada. La mujer que tenía delante, parecía alguien completamente distinta a la Michaela que conocía. Victoria se alejó de su líder incapacitada para guardar la jeringuilla vacía de nuevo en su cajita de metal, la cual descansaba sobre la mesa del despacho. Ambas mujeres permanecían en silencio, sin ser conocedoras que dos pares de ojos las observaban en silencio.

—¿Qué coño? —susurró uno de los soldados al contemplar la imagen hierática de Michaela en una silla de ruedas. —Joder... ¡¿Estás viendo lo mismo que yo?! —le preguntó a su compañero.

—Sí, lo veo. —respondió incapaz de apartar la mirada de su líder parapléjica.

—Ahora me cuadra todo... El motivo por el que estamos haciendo guardia y por el que solo Serge, Fox, Marcus y Victoria eran los únicos que podían ir a verla... Todo era para ocultar que esta atada a esa puta silla de ruedas sin poder levantarse de ella... —dijo con asombro.

—¿Quería ocultarnos su estado a todos? ¿Eso significa que ella misma se ve acabada por estar ahí sentada? ¿Por cuanto tiempo pensaba seguir ocultándose de todos?

Ambos intercambiaron una mirada larga en silencio, como si estuviesen leyendo uno la mente del otro. Con Michaela parapléjica, todo cambiaba. Aquel imperio no podría seguir sustentándose de una mujer impedida, pues en su estado actual no podría continuar infundiendo miedo ni en el corazón de los civiles ni en el de sus subordinados, ni mucho menos hacer frente a futuras amenazas para su imperio como la que tuvo lugar la noche pasada. Ahora, era una mujer vulnerable, dependiente e inservible. Estaba acabada y eso era algo que ella misma reconocía al decidir mantenerse encerrada en su despacho ocultando su estado. Unas sonrisas cargadas de malicia se dibujaron en sus rostros.

Victoria guardó la cajita nuevamente en el bolsillo de su bata blanca y se volteó para mirar a Michaela. La mujer se percató entonces de aquello que llevaba rato observando Michaela en silencio. En el suelo, cerca de una pequeña mesa y una silla tiradas en el suelo, se hallaba un tablero de ajedrez junto a decenas de piezas negras y blancas, sin embargo, su mirada permanecía fija en tres piezas. Dos de ellas eran las piezas negras del rey y la reina, la primera permanecía en pie respecto a la segunda, y en general, respecto a cualquier otra pieza negra. Y algo alejada de estas dos, la reina blanca se alzaba en pie junto a otras de su misma coloración, desafiante ante el solitario y vulnerable rey negro. 


Para ella eran solo unas piezas de ajedrez, solo podía verlas como tal, sin embargo, la manera en la que Michaela las contemplaba, daba la sensación de que para ella eran algo mas que una simple piezas de un juego de lógica. En su mirada perdida, se podían apreciar leves rastros de odio, desesperación y resignación. Jamás pensó en que alguna vez podría llegar a ver a aquella mujer tan abstraída y vulnerable. ¿Qué había sido de la Michaela Evans a las que tantos temían y respetaban? ¿Dónde estaba aquella mujer cuya seguridad y control rozaban lo demencial y lo obsesivo? Nada quedaba de aquella mujer en la Michaela actual.

—Mi señora, me retiraré si no hay nada mas que pueda hacer por usted. —dijo cabizbaja. —Si necesita cualquier cosa llámeme.

Michaela simplemente asintió en silencio. Y tras unos instantes observando a su líder, Victoria abandonó la estancia. La puerta se cerró detrás de sí, dejando a aquella antigua poderosa mujer encerrada a solas con su soledad y sus pensamientos. La mujer pasó entre los soldados que permanecían haciendo guardia, despidiéndose brevemente de estos.


...

Un silencio sepulcral envolvía el interior de aquella solitaria edificación. Las luces de la mañana penetraban a través de la ventana, bañando con su luz un pasillo en el que podía apreciarse la figura en pie de un joven Tyler cabizbajo. El joven adolescente contemplaba a sus pies el cadáver inerte de su padre. Fox... Ese cabrón lo había asesinado vilmente, jactándose de la acción que llevó a cabo frente a sus narices. 


Aquel ser miserable no merecía vivir. En un ataque de rabia, el joven gritó golpeando la pared con uno de sus puños, empleando toda la fuerza que pudo, pero en consecuencia a aquel acto, una descarga de dolor subió por su brazo haciendo que rápidamente se lamentase de haber dado ese golpe a la pared. 

Las lágrimas velozmente asomaron por aquellos ojos verdosos, sin embargo, Tyler cerró con fuerza los párpados tratando de no derramar ni una sola. Sus lágrimas no devolverían a la vida a sus padres, aquello era un hecho, por lo que derramarlas no eran necesario. Dándose media vuelta, con el ceño fruncido abandonó el edificio con una mirada cargada de odio y sed de venganza.

Ahora su siguiente destino era encontrar a su madre, necesitaba ver con sus propios ojos su cuerpo, si es que realmente había muerto asesinada la noche pasada. Necesitaba grabar a fuego en su mente el rostro de sus padres asesinados, para jamás olvidar quien era el enemigo y lo que sucedió aquella noche. El joven continuó adelante sin volver la vista hacia el cadáver de su padre, dispuesto a abandonar el edificio para ir a la comisaría.

...

Las puertas de la escuela se abrieron, y con semblante serio, Fox salió nuevamente a la calle bastante disgustado. No había encontrado absolutamente nada de lo que buscaba, ni armas ocultas, lo cual era una buena noticia, ni tampoco a sus hijas, lo cual era una noticia pésima y devastadora para él. Tras tanto tiempo buscándolas había logrado encontrarlas la noche pasada, pero por culpa de aquella puta, Paula, o Eva, como quisiera llamarse, nuevamente las había perdido, y Dios sabía en donde estarían sus queridas hijas. Todo lo que había hecho para encontrarlas había acabado por perderse, volviendo nuevamente al punto de partida.

Frente a él, Serge apareció doblando una esquina mostrando una estúpida sonrisa de superioridad y triunfo ante su ascenso. Fox le dirigió una fría mirada cargada de indiferencia y pasó por su vera justo cuando el recién nombrado alto mando se detuvo para abrir la boca y decir algo.

—¡Hey! ¡No pases de mi, Steve! —se quejó Serge ante aquel acto. —¡No me ignores, ahora estamos en el mismo barco!

Fox detuvo sus pasos en seco sin darse media vuelta.

—¡¿Qué estás haciendo?! —preguntó acercándose a su camarada. —¿No deberías estar liado con alguna orden de Michaela, Steve? —preguntó colocando la mano en el hombro del alto mando.

Velozmente, Fox se giró y con extrema brusquedad agarró a Serge del cuello para estamparlo con violencia contra la persiana metálica de un comerció cercano, produciendo un sonoro golpe metálico ante el impacto. Serge abrió los ojos de par en par sintiendo como aquella poderosa mano lo agarraba con la suficiente fuerza como para que sus pulmones no pudiesen tomar el oxígeno que necesitaban. Tan asustado como impresionado, el nuevo alto mando agarró la mano de Fox tratando inútilmente de abrirla para librarse de su mortal agarre. 


Sus pupilas se fijaron de lleno en las de Fox, pudiendo verse reflejado en estas. Fox acercó aún mas su rostro al de Serge, observándolo silencioso con una increíble frialdad que sobrecogió al propio Serge. Tal era la indiferencia de este, que Serge no dudaba en que lo mataría ahí mismo. Serge trató de abrir la boca para emitir algunas palabras, sin embargo, solo fue capaz de emitir unos sonidos de ahogo, mientras sentía como la sangre le subía a la cabeza.

—No vuelvas a tocarme, ni mucho menos llamarme Steve. —le susurró al oído sin aflojar el agarre. —Tú y yo no somos amigos, y si coopero contigo es porque Michaela me lo ordena, no porque te vea como a un igual por el simple hecho de ocupar ahora el cargo de Anna. Para mi, no sigues siendo mas que un simple soldaducho del tres al cuarto. Un mierdecillas.—pronunció con lentitud mientras veía por el rabillo del ojo como los ojos de Serge se tornaban a blanco, cesando cada vez mas sus meneos por liberarse. —Pasaré de ti tanto como me venga en gana, así que, no vuelvas a alzarme la voz, soldado. —dicho aquello, Fox lo soltó, dejando que nuevamente sus pulmones se llenasen de aire.

Serge cayó al suelo llevándose las manos al cuello mientras tosía fuerte y las lágrimas y su saliva emergían del interior de su cuerpo revelando la angustia que sufrió por unos momentos a manos de aquel hombre. Con miedo en su mirada, alzó la mirada para ver la figura de Fox a contraluz, observándole como si fuese un gusano.

—Te reconoceré como alto mando solo durante la jornada... laboral, por llamarlo de alguna forma. Por lo demás, fuera de nuestro trabajo, seguirás siendo para mi un simple soldado mas del montón. No te atrevas a hablarme con esas confianzas fuera del trabajo. Yo no estuve de acuerdo con darte el cargo de Anna, no tienes madera para ostentar ese puesto —espetó Fox su opinión mostrando un evidente desprecio hacia la figura de Serge. —¿Te ha quedado claro?

Serge asintió repetidamente con la cabeza incapaz de salir aún de su asombro.

—Bien. Ahora te pregunto yo. —enfatizó la última palabra.—¿Qué estás haciendo? ¿No te ha mandado Michaela ninguna orden?

—No... —susurró incapaz de alzar mucho la voz por la intimidación que Fox que causó.

—Bien. Pues vas a empezar a mover el culo y a ejercer como un alto mando. ¿O pensabas tocarte los huevos mientras los demás trabajábamos?

Serge negó con la cabeza.

—Quiero que dirijas a los civiles y les ordenes cavar una fosa común para enterrar a todos los muertos. Pero antes de enterrarlos, que los desnuden, les quiten las armas, y todo lo que lleven encima para guardarlo y reutilizarlo. Tras la guardería hay un parque en el que suele dar mucho el sol. Que hagan allí la fosa. Michaela dijo tiempo atrás de crear un huerto allí, y todos esos muertos serán de utilidad sirviendo como un buen fertilizante.

—De acuerdo.

Sin mas que decir, Fox se marchó tranquilamente dispuesto a reorganizar a las fuerzas militares para pasar lista. Y allí, aún en el suelo, Serge lo observaba alejarse con un mal sabor de boca por lo que acababa de suceder. El soldado elevó la mirada brevemente para ver como una de las cortinas de una de las clases se movió sutilmente, dándole a entender que alguien había visto aquella situación. Rabioso al haber sido humillado y habiendo presenciado alguien aquel momento, Serge se levantó dispuesto a pagar su frustración con los civiles, comportándose como el tirano que siempre quiso ser, disfrutando hasta el último momento de la superioridad que aquel cargo que disponía ahora le había dado.


...

El sonido del péndulo del reloj era todo lo que llegaba a sus oídos. Encerrado en la tranquilidad de su casa, Marcus se encontraba sentado en una silla, arrimado a su escritorio con un montón de papeles y anotaciones. Números, nombres, localizaciones de la base, entre otros datos que tenían en cuenta para planificar el recuento de recursos y daños en toda la base. Aquella labor era de vital importancia para poder volver a llevar a la base a lo que era antes de la noche pasada. Cuanto antes se arreglasen las cosas, mejor para todos.

Marcus observó el reloj de péndulo con aburrimiento. No le agradaba aquella labor, se le hacía muy pesada, sin embargo, Michaela jamás le daría esa labor a alguien como a Serge o Fox, aquella tarea prefería cederlas a gente mas calmada y organizada como lo fue Anna, quien era la que se ocupaba originalmente de esa labor, o como lo era ahora él. El alto mando se puso en pie para estirar las piernas un poco, llevaba ahí sentado ya unas horas. Escuchando unas voces fuera, Marcus se asomó a la ventana corriendo un poco la cortina. A lo lejos, podía verse a Fox junto a todas las unidades militares de la base, gritando varios nombres en alto mientras sostenía un cuaderno entre las manos, probablemente estuviese haciendo un recuento del personal que Michaela le encargó para saber cuantas unidades se habían perdido la noche pasada. Alejándose de la ventana, se acercó a una mesilla para abrir el cajón de esta y sacar una pequeña bolsa de plástico azul.

Marcus se sentó en un sofá, arrimándose a una mesa frente a este para depositar encima la bolsita azul. La miró durante un buen rato en silencio, con resignación en la mirada. Tras un pesado suspiro la abrió para sacar de su interior una caja de madera pequeña, la cual abrió desvelando su contenido. 


Pequeñas bolsas con un polvo blanco, jeringuillas, pequeños frascos y paquetes con porros liados se acumulaban en su interior. Marcus abrió una de las bolsitas y extendió parte de su interior sobre la mesa, y empleando su viejo carnet de identidad, comenzó a separar aquel polvo en líneas para ingerirla a través de sus fosas nasales. Tras tomar las que preparó, Marcus suspiró pesadamente echándose atrás en el sofá, clavando la mirada en el techo. 

Su mirada divagaba por toda la superficie del techo de su casa, mientras un incómodo escozor comenzaba a molestarle, sintiendo como este aumentaba cada vez mas, hasta el punto de comenzar a quemar. Un silencio inusual envolvía la estancia, siendo imperceptible ya la voz de Fox en el exterior, y entonces, lenta y paulatinamente, el llanto de un bebé comenzó a llegar a sus oídos, aumentando del mismo modo que lo hacía el sueño que lentamente le obligaba a cerrar sus párpados.

Se hizo la luz. Ante su visión, una gran casa ardía en llamas. Un Marcus algo mas joven, vestido con un atuendo mas decente, como el civil que era por aquella época, llegó corriendo a la entrada de la vivienda que compartía con su mujer, bebé y perro. Fuera, los vecinos gritaban o llamaban a los bomberos para que se dirigiesen al lugar en cuestión. Ignorando las advertencia de sus vecinos, un joven Marcus abrió la puerta de la vivienda en llamas de una sola patada. 


Agitado, sentía las llamas morder su piel con fiereza, y el humo nublar su visión a medida que iba consumiendo todo el oxígeno del ambiente. Los llantos de su bebé se escuchaban desde la segunda planta de la vivienda, sin embargo, un pilar de madera obstaculizaba el acceso a las escaleras. Desesperado y sin pensárselo, trató con su propia fuerza apartar de su camino la ardiente columna, sintiendo sus manos arder vivas ante el contacto con la madera caliente mientras su garganta se desgarraba ante sus gritos de dolor por las quemaduras que se estaban formando en las palmas de sus manos.

Gotas de sudor caían por su frente. Su blanca camisa se encontraba impregnada en aquel líquido corporal adhiriéndose a su musculado cuerpo. Entre fuertes ataques de tos, el civil ascendió tratando de cubrirse como podía la boca y la nariz de la densa capa de humo negro que flotaba sobre su cabeza. Sus cabellos rojizos se alborotaron mientras corría de un lugar a otro tratando de hallar el cuarto del infante entre las llamas, humo y escombros que incrementaban en número en aquella zona de la casa, revelando que allí fue donde se establecía el epicentro del incendio. 


Finalmente, con los ojos cargados de lágrimas ante el molesto humo, agarró el pomo ardiente de la puerta de la habitación de su hijo, y sin ni siquiera pensar en las consecuencias, abrió la puerta de golpe, y tan rápido como lo hizo, su cuerpo se vio impulsado a un par de metros contra la pared ante una potente llamarada que arrancó la puerta de cuajo.

Se asfixiaba, se quemaba, todo le dolía, necesitaba salir de inmediato, sin embargo no lo haría hasta que sacase de allí a su hijo. El techó crujió con fuerza en ese momento. Poco quedaba para que se viniese abajo. Sus párpados se cerraban lentamente cuanto se percató de algo, los llantos ya no sonaban. Marcus abrió los ojos de par en par sintiendo su corazón acelerado, y haciendo un esfuerzo sobrehumano, el joven padre luchó por mantener la consciencia.

—Char... lie... —susurró viendo como su visión se distorsionaba lentamente. —A... gu... anta... —exhaló con pesadez tratando de ponerse en pie.

Sin embargo, un dolor atronador ascendió por todo su cuerpo cuando apoyó las palmas quemadas de sus manos contra el suelo para tratar de ponerse en pie. De fondo, en la calle, se podía escuchar a los vecinos gritar su nombre, y algo mas lejos, podía comenzar a percibir el sonido de la sirena de la ambulancia y los camiones de los bomberos acercándose. 


Marcus apretó los dientes con fuerza y se puso difícilmente en pie. Su garganta estaba seca. Su piel picaba. Y el sudor bañaba hasta el último rincón de su cuerpo. Tambaleándose, se dirigió enfrente hacia la habitación, sintiendo como su visión iba nublándose mas y mas. El aire caliente y contaminado por el humo llenaba sus pulmones con cada una de sus respiraciones. Los cristales de las ventanas comenzaron a quebrarse ante la temperatura interna de la vivienda.

Una vez dentro, pudo apreciar desde la entrada una figura bajo la cuna de su hijo. El perro. Un labrador yacía inerte y carbonizado consumiéndose entre las llamas. Una gran disgusto se apoderó del hombre al ver a su fiel amigo, quien tantos años estuvo a su lado y quien solía pasar las tardes durmiendo bajo la cuna de su hijo en semejante estado. Arrugando el rostro, incapaz apenas de moverse, fijó su mirada en la cuna. Uno de los brazos inertes del pequeño se apreciaba entre los barrotes que lo mantenían allí confinado. 


Avanzó a duras penas al interior de la habitación viendo casi toda su visión oscurecida por el humo, no podía, sentía que su piel en cualquier momento iba a derretirse. Su garganta estaba demasiado seca como para poder articular palabra alguna. Tan solo un par de metros mas, pensó alargando la mano esperando a que llegase el momento en que tocase aquella cuna y sacase a su bebé de su interior. Marcus llegó moribundo a la cuna, y allí su retoño, rojo como un tomate, yacía inmóvil con sus ojitos cerrados. Sintiéndose débil, Marcus lo sacó con lentitud del interior de la cuna mientras sentía como iba perdiendo la consciencia.

Con una voluntad de hierro, casi sin poder sostenerse en pie, el joven padre trató de abandonar la estancia tan rápido como su cuerpo le permitía, cubriendo entre sus brazos a su bebé. Un sonido ensordecedor lo sorprendió. Marcus apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando parte del techo se desmoronó sobre él y su bebé dejándolo inconsciente y atrapado en aquel infierno en el que se había vuelto su antiguamente acogedora casa...

El alto mando abrió lentamente los ojos. Un par de lágrimas descendían por un rostro hierático y agotado. El soldado observó la palma de sus manos con una mirada gélida. Las secuelas de aquel día aún permanecían dibujadas en ellas. No fue capaz de hacer nada por salvar a su hijo, todo fue culpa suya. Él estuvo al borde de la muerte, en coma incluso, sin embargo, lograron salvarle la vida y despertar de aquel coma con graves secuelas de aquel día, físicas y psicológicas. Lo primero que hizo al despertar fue saltar de la cama y desconectarse de los cables del gotero. 


Saliendo al pasillo enloquecido buscando a su bebé, incapaz siquiera de percatarse en el lugar en el que estaba. Se sentía confuso y desorientado. Tras reducirle entre varias personas y atarlo a la cama hasta que se calmase, fue cuando le dieron la noticia. Su bebé había fallecido a causa del humo que entró a sus pulmones. Los esfuerzos del padre por salvarlo habían sido en vano, el bebé llevaba ya tiempo muerto para cuando sacaron los bomberos a ambos de la casa.

Todo se debió a un enchufe en mal estado y al material inflamable del que estaban hechas las cortinas de la habitación. Aún sabiendo que estaba en tal estado, lo utilizó para tener encendido un radiocasete con música relajante para tratar de que su hijo quedase dormido. Todo pasó mientras su mujer estaba en el trabajo y él se encontraba en la casa de su vecino, en frente de la suya ayudándolo con una avería mientras charlaban de sus cosas. Unas chispas saltaron hacia las cortinas dando origen al incendio. 


Fue todo tan rápido que nadie en el vecindario pudo reaccionar antes de que la casa comenzase a ser devorada por las llamas. Fue un padre irresponsable, y por su culpa perdió a su bebé, a su perro, su casa, y poco después a su mujer, quien destrozada le echó las culpas y lo abandonó al poco de despertar del coma. Nada le quedaba en aquel momento. Lo perdió todo.

Marcus cogió un porro y lo encendió llevándoselo a los labios dándole una profunda calada. Drogas y alcohol, aquellas insanas adicciones eran su forma de escapar de todo aquello. Debido a esto, se volvió alguien solitario, arruinado y conflictivo, por lo que todos le dieron de lado, incluso los que fueron sus amigos y vecinos en algún momento. Toda aquella actitud y vicios le costaron incluso el puesto de trabajo. El humo escapó entre sus labios mientras perdía su mirada de ojos verdes en el techo. Con el dorso de su puño izquierdo, y con un tanto de brusquedad, el soldado limpió aquellas lágrimas que descendían por sus mejillas. 


Marcus lanzó una mirada nostálgica y arrepentida a una foto que descansaba sobre la mesa en la que aparecía con su mujer y bebé, meses antes del incendio. ¿Quién lo diría? Una vez, en el pasado, fue un hombre corriente con familia, amigos, vida y trabajo corriente, un simple civil mas del montón, y ahora... ¿En que se había convertido? En un cruel asesino que trabajó para Esgrip, y posteriormente para Michaela en Zodiaco, todo lo que hizo y hacía era por dinero, privilegios y demás razones egoístas que pudieran seguir sustentando sus vicios malsanos. Que vueltas dan la vida, ¿verdad? Un día estás en un extremo de esta y de la sociedad, y al día siguiente estás en el extremo contrario.

Conoció a Esgrip tras robar un banco y acabar encarcelado unos años. Un día alguien se presentó a él al poco de salir de prisión y le ofreció el puesto a cambio de una serie de privilegios que alguien recién salido de la cárcel no podría tener: dinero, comida, ropa, vivienda, vehículo propio, protección, sanidad, incluso, el poder seguir disfrutando de sus adicciones, sin dudas, él, quien no tenía nada y acababa de salir de prisión, no podía dejar pasar de largo aquella oferta, por lo que accedió. No tenía nada que perder, ya lo perdió todo a raíz del incendio, ya ni siquiera era el mismo hombre.

—Y así fue mi vida hasta día de hoy. —susurró inconscientemente desviando su mirada de ojos verdes de la fotografía.

El soldado acabó con el porro y recogió el resto de su material de consumo personal para volver al trabajo, ya había descansado y divagado demasiado, no debía de retrasar aún mas las cosas, pensó el alto mando volviendo a su escritorio a proseguir con su labor.

...

Un largo pasillo finalizado en unas escaleras que ascendían a una segunda planta. Las luces anaranjadas del atardecer proyectando a través de las cristaleras incontables sombras a lo largo y ancho de aquel solitario y silencioso lugar. Sangre. Muertos. Armas. Casquillos. Unos pasos lentos resonaban por los pasillos de la comisaría, pasando entre las decenas de cadáveres de guerrilleros que allí se apelotonaban con cientos de rostros en los que se dibujaban horrendas expresiones. Finalmente, el sonido de los pasos se detuvieron. El joven descendió su apagada mirada de ojos verdes hacia un cadáver en concreto. Su madre, Diana. Tyler se arrodilló con lentitud para apartar sus cabellos del rostro.

—Mamá... —susurró mirando su rostro con tristeza.

Fox tenía razón, su madre también había caído asesinada durante aquella cruel matanza. Ahora, era un huérfano mas en aquella inmoral base militar. Era extraño, pero por alguna razón, a pesar de que se sentía destrozado por dentro, no tenía ganas alguna de llorar. No es que no debiese por sus propios motivos y por ello las contuviese, simplemente, no sentía ganas de hacerlo. El joven de mirada perdida y expresión indiferente escuchó unas conversaciones provenientes de algún lugar de aquella comisaría. Lento y desganado, Tyler se dirigió hacia el lugar en cuestión arrastrando los pies. A estas alturas, ya no sentía ninguna clase de impresión al moverse entre todos aquellos cadáveres, ni siquiera aún cuando reconocía muchos de aquellos rostros. No sentía mas que un vacío en su interior.

Uno a uno comenzó a ascender los escalones de aquella escalera, teniendo incluso que pasar por encima de varios cuerpos. Pensar en la idea de que lo habían perdido todo con aquella cruel matanza, el hecho de saber que jamás volvería a repetirse una oportunidad como aquella... Simplemente lo desanimaban por completo, pues ya no había nada que hacer, ni forma de luchar, todo había acabado, estaban condenados a sufrir la tiranía de “Madre” y vivir para siempre bajo su yugo. El joven detuvo sus pasos a la entrada de la sala de celdas. Podía escuchar a los guerrilleros supervivientes charlar entre ellos mientras se encontraban presos. Sin embargo, Tyler no sentía ni alegría ni tristeza al saber que estaban todavía algunos con vida, probablemente incluso algún conocido. Desde la entrada a la sala de las celdas, podía ver las llaves de las cerraduras sobre una mesa, si las cogiese podría liberarlos, sin embargo, aquello no iba a suceder.

El joven entró para sentarse abrazado a sus piernas tras una de las columnas de aquella sala. En silencio, Tyler comenzó a poner un mínimo de atención a aquellas conversaciones. Duda, miedo, frustración, ira, arrepentimiento... Aquel conjunto de conversaciones desprendían toda aquella clase de sentimientos por parte de aquellos que permanecían cautivos. Podría abrir las celdas y liberarlos, sin embargo, no tenía intención de eso. ¿Para qué liberarlos si los iban a fusilar en cuanto los pillaran fuera de sus celdas? No tenía sentido molestarse en ir a por las llaves y meterse en un lío gordo. 


Tyler dirigió una mirada indiferente a la entrada al escuchar un grupo de pisadas acercándose. Un grupo compuesto por una decena de personas entró a paso firme sin percatarse de la presencia oculta de Tyler tras el pilar. Nueve soldados armados y una mujer rubia con bata blanca. No sentía miedo ante la posibilidad de ser descubierto, a decir verdad, le daba exactamente igual que lo pillasen o no.

Ante una orden de la mujer de bata blanca, los soldados abrieron las celdas forzando a los guerrilleros supervivientes a salir del interior de esta. ¿Era una médica aquella mujer? Era la segunda persona que veía con aquella bata junto a Payne, a quien no había vuelto a ver desde hacía varios meses. Los presos salieron en fila atemorizados con la cabeza baja, ante la mirada impasible del joven escondido. ¿Qué haría un médico con ellos? ¿Sanar sus heridas? No entendía nada, sin embargo, tampoco le importaba. 


Ya estaban condenados desde el momento en el que se unieron a la rebelión y perdieron. La sala quedó sumida en un total silencio. El polvo del ambiente era perceptible gracias a los rayos anaranjados del atardecer que entraban por las ventanas. Y allí, bajo la sombra de aquella columna, el cuerpo de Tyler aún permanecía sin moverse de posición en la última media hora, sin apartar aquella mirada apagada de ojos verdes de la entrada de la sala por la que salió aquella mujer de bata blanca con los soldados y los guerrilleros.

¿Y ahora? ¿Qué hacía? ¿Se quedaba ahí? ¿Volvía a la escuela? ¿Qué se supone debía hacer en la actual situación? No tenía ganas de nada. Con extrema pesadez, Tyler se levantó y abandonó la estancia arrastrando sus pies, sin saber que hacer o a donde ir, simplemente se movía como un muerto andante mas, sin un lugar al que ir ni regresar, solo avanzaba sin rumbo fijo por mero capricho.

...

Las luces anaranjadas del atardecer se proyectaban a través de las cortinas del despacho de la dueña y señora de aquel lugar. La mujer había permanecido las últimas horas en silencio, en la misma posición y situación en la que había estado la última vez que Victoria había estado allí. Algo iba mal, pensó. Michaela “despertó” de su trance y con esfuerzo hizo girar las ruedas de su silla. Abrió un cajón del armario que tenía tras la mesa del despacho para sacar un espejo de su interior. Colocándolo entre sus piernas, se desplazó hacia la ventana, para iluminar su rostro con las luces anaranjadas del atardecer que se filtraban a través de las cortinas blancas del despacho. 

La mujer contempló su rostro en el espejo. Tras mirarse minuciosamente por un par de minutos, frunció el ceño. Su rostro estaba normal, ningún cambio. Michaela intuyó que al menos habían pasado cinco horas desde que Victoria le suministró la versión pura del virus en la mañana, por lo que ya debería de haber sentido algunos de los efectos del virus como la palidez de su piel, la sudoración, el agotamiento, los mareos o la caída de la temperatura corporal entre otros que irían apareciendo conforme pasaba el tiempo, empeorando además los ya existentes. Sabía que la infección por vacuna era mas lenta que si te mordía un zombi y te contagiaba.

Era consciente por las investigaciones de Lucy y Javier, que había muchas situaciones personales que hacían variar la infección, tales como la edad, altura, peso, género, salud o método de infección entre otros, incluso, el estar vivo o muerto al momento de producirse la infección. Maya, Matt y Ashley, los supersoldados originales. Matt y Ashley fueron asesinados cuando eran niños para experimentar con sus cadáveres inoculándoles el virus. Maya en cambio, le fue administrada una dosis estando viva. Matt y Ashley resucitaron como seres humanos poseyendo cualidades sobrehumanas, además de algún efecto secundario del virus. 


Maya, en cambió, jamás mostró ninguna clase de cambio, ni para bien ni para mal, hasta que posteriormente tras los sucesos de Stone City se descubrió que sus habilidades se habían activado, así le informó Marcos y el pelotón que fue enviado a encontrar a su grupo, vigilarlo y eliminarlo, aunque visto lo visto, Marcos fracasó en su labor, ya que no se volvió a saber de él y su equipo, y el grupo de Maya seguía con vida. Por otra parte estaban Puma y Alice. Ella también murió y resucitó tras administrarle la dosis con habilidades sobrehumanas estando bajo custodia de Esgrip. Lucy también le suministró una dosis del virus a Puma, quien como Alice, también volvió a la vida adquiriendo habilidades sobrehumanas. Todos habían muerto previamente a la hora de suministrarle el virus, sin embargo, Maya era la excepción.

No comprendía en absoluto porque todos tenían poderes a pesar de que compartían distintas situaciones en las que la infección tuvo lugar... ¿Tal vez era un procedimiento aleatorio? ¿Puede que realmente no hubiese ninguna clase de desencadenante que afectase a aquel proceso evolutivo que el virus otorgaba al huésped? No... No quería creer en eso. Simplemente era intuición, pero sabía que tenía que haber algo en particular, no podía ser mera coincidencia, y la pieza fundamental de aquel rompecabezas que faltaba. 


Incluso a pesar de poseer una copia de todas las investigaciones de Javier y Lucy, no pudo hallar la respuesta, ni ella ni su equipo de científicos. ¿Entonces que sucedía? Ahora mismo estaba como Maya en el momento en el que fue infectada, era como si no le hubiesen inyectado nada, ni un solo cambio se había producido ni para bien ni para mal. ¡¿Qué demonios se le estaba escapando?! ¡¿Qué cojones no era capaz de entender?! ¡¿Qué coño estaba sucediendo dentro de ella?! Con furia en la mirada, Michaela gritó lanzando el espejo contra la pared destrozándolo en varios pedazos.

Michaela sintió sus respiraciones y pulsaciones muy agitadas. Decepcionada, se llevó las manos al rostro tratando de centrarse. Hacía mucho tiempo, cuando ella era una novata que aún no había entrado oficialmente a Esgrip, había escuchado sobre la existencia de un hombre, quien se convertiría en el futuro mentor de Lucy cuando esta abandonase la rama militar de la organización, un hombre que ella nunca llegó a conocer en persona. Fue un antiguo miembro del alto mando de la rama científica, sin embargo, por motivos desconocidos, aquel tipo se marchó y la empresa volvió todo lo referente a él en material confidencial. 


Tras marcharse aquel tipo, ocupó su puesto Alyssa Warren, y posteriormente Lucy. Aquel hombre era alguien importante en Esgrip, llegando a codearse de manera habitual con los fundadores de esta. No sabía mucho de él, solo cosas que había escuchado comentar sobre él a Lucy y otros empleados de Esgrip, ni siquiera recordaba su nombre, sin embargo, sabía que tuvo algo que ver con el éxito de la compañía y el descubrimiento del Agua Gris. Ella poseía incluso algunos documentos de las investigaciones de aquel tipo que por algún motivo Javier tenía en su poder, sin embargo, no eran mas que documentos sueltos de sus investigaciones que no aportaban nada nuevo que le ayudase a avanzar con la creación de supersoldados.

Michaela se quitó las manos del rostro y contempló su reflejo en los fragmentos del espejo desperdigados por el suelo. ¿Y ahora? ¿Qué sucedería? No entendía nada, y no había cosa que mas odiase que el hecho de no comprender que estaba pasando, obligándole a no tener el control de aquello que quería. Entonces, con una mirada fugaz, la mujer fijó su despiadada mirada a la puerta en cuanto unos nudillos golpearon de manera rítmica la puerta de su despacho. La mujer no pudo evitar ponerse en guardia, pues no había nadie tan estúpido, ni siquiera Fox, que se tomase aquellas confianzas de tocar de aquella manera tan juguetona la puerta.

—¿Quién es? —preguntó con voz seria y amenazante.

La puerta se abrió de un portazo revelando la figura de los dos soldados que hacían guardia frente a su despacho.

—Muy buenas tardes tenga usted, mi señora —pronunció mirándola con superioridad y burla.

—¿Quién coño os dio permiso para entrar, par de idiotas? —quiso saber la mujer mostrándose defensiva.

La mente de Michaela comenzó a funcionar a extrema velocidad intuyendo que algo iba a suceder. Ellos no podían entrar allí, y menos aún dirigirse de aquella manera a ella. Peligro.

—No estas en facultad de insultarnos... ¿No crees, inválida de los cojones? —respondió el segundo soldado entrando tras su compañero cerrando la puerta tras de si.

Michaela, sin embargo, no contestó, obligándose así misma a morderse la lengua.

—Así que... ¿Cómo has acabado en esta situación, Mitchi? —preguntó uno colocándose tras la silla.

—Tal vez le pasó un animal por encima cuando la estampida y le partió las piernas. —contestó el otro colocándose frente a Michaela.

—¿Qué sucede Mitchi? ¿Te mordió la lengua el gato? ¡¿Eeeehhhh!? —insistió el soldado agarrando la silla por detrás y meneándola con fuerza tratando de intimidarla. —Jajajajajajaja.

—Así que... Estáis aquí para matarme por algún estúpido motivo, ¿me equivoco? —preguntó tranquilamente.

—¡Vaya! Mira que es intuitiva la jodía. —comentó el soldado frente a ella. —Sí, por venganza. Por mi hermano, por su novia, por nuestros amigos y compañeros caídos por tus estúpidas órdenes. Tú les ordenaste sutilmente que se suicidaran en la armería ante aquella civil y el crío ese. —respondió el soldado frunciendo el ceño.

—¿Y ya está? ¿Solo por eso me vais a matar? —preguntó con evidente decepción en su tono de voz. —Que motivo mas absurdo. —suspiró.— Sois soldados, vuestro deber es someteos a mi voluntad y entregar la vida por la causa si es necesario. —respondió con resignación al tener que recordarles a aquel par de soldados cuales eran su función en aquel lugar. —Esperaba que me asesinarais por arrebatarme el puesto, aunque eso hubiese sido imposible, ya que Fox me sucedería en el trono. —recordó la mujer mostrándose pasiva e indiferente ante la presencia de aquel par de idiota. —¿Pero venganza? Absurdo. —pronunció dibujando una vil sonrisa en su rostro.

La mano del soldado frente a Michaela la agarró del cuello de la camiseta y tiró hacia él elevando a la mujer levemente de la silla. Esta sin embargo no reaccionó de ninguna manera, pues su sonrisa maliciosa no se borró de su rostro aún viendo el puño alzado del soldado.

—¡¡Detente!! —exclamó su compañero cuando el puño del soldado estuvo a pocos centímetros de estamparse ante el tranquilo rostro de Michaela. —No podemos matarla a golpes, no podemos dejarle marcas, ¿recuerdas? Íbamos a vengarnos de otra forma —dijo mostrándole un cuchillo.

Con resignación, el soldado liberó a la mujer empujándola de mala gana hacia atrás devolviéndola a la silla de ruedas. Michaela soltó entonces una sonora carcajada buscando la provocación de los soldados.

—Dejadme que lo adivine. —comentó observando el arma blanca que el soldado tras ella sostenía en una de sus manos. —Vais a apuñalarme para simular un suicidio por mi estado actual. No os conviene golpearme para no dejar pruebas de que fuisteis vosotros quienes me asesinasteis, ¿no?

—Vaya, tan perspicaz como de costumbre. —pronunció con desprecio el soldado frente a ella. —Así es, tal y como has dicho.

—La gran Michaela Evans no soportó estar en aquel estado de invalidez. Herida en su orgullo por su estado actual y por lo que sucedió la noche pasada, decidió quitarse la vida antes que permanecer en el estado en el que se encontraba para que al final tarde o temprano el resto de personas de la base se enterasen de su situación y dudasen de si aún debían de seguir temiéndola. —comentó el soldado tras ella. —¿Qué te parece? ¿Creíble, no?—preguntó el hombre.

—Sí, totalmente. —respondió la mujer de inmediato. —Muy creíble tu argumento, soldado. Dime, ¿entonces Fox no está detrás de todo este numerito?

—No. Estamos aquí a voluntad para vengar a nuestra gente caída y facilitar a Fox el ascenso al trono, ya que sabemos que él sería mejor líder que tú.

Michaela esbozó una sonrisa sarcástica.

—¿Fox? ¿Mejor que yo? Lo dudo. No conocéis bien a ese hombre, créeme. Soy consciente de que es una persona que como yo, está dispuesta a todo para lograr sus objetivos. Solo un demonio puede entender como piensa otro de los suyos.—comentó sin borrar aquella sonrisa de su rostro.

—Estupideces. Conocíamos a Fox antes de alcanzar el puesto de alto mando. Él no jugaría con nuestras vidas de la misma forma que lo haces tú. —dicho aquello miró decidido a su compañero.

Asintiendo, el soldado le lanzó a su compañero el cuchillo por encima de la cabeza de Michaela. La mujer contempló el arma que segaría su vida sin el mas mínimo temor en su mirada.

—¿No temes por tu vida? —preguntó el soldado agarrando con fuerza el mango del arma.

—¿Acaso un muerto debería temer por algo que no tiene? —respondió con un semblante serio. —Hazlo.

Ambos soldados la observaron con rabia en los ojos, pues ni siquiera en un momento como aquel en el que estaba a punto de perder la vida, lograban hacer que sintiesen miedo o suplicase por su vida.

—Eres un monstruo... —susurró ante la indiferencia de la mujer.

—¿Qué me vas a contar? —se jactó deleitada por aquellas palabras cargadas de temor y odio hacia su figura. —Si tuviese miedo jamás hubiese llegado tan lejos. El miedo limita al ser humano. El miedo es mi aliado. El miedo es mi herramienta para dominaros a todos. —pronunció dibujando una amplia sonrisa en el rostro.

Ambos soldados la observaron por un momento con miedo en sus miradas. Aquella mujer no era humana. Carecía de corazón, alma y emociones, aspectos que incluso instantes antes de ser asesinada demostraba al desafiar a sus asesinos con aquella emblemática y maliciosa sonrisa en su rostro sereno, acompañada de aquella indiferencia y burla que tanto la caracterizaban en su manera de hablar. Incluso unos asesinos como ellos entendían que alguien tan demente poseyese tal poder como el que tenía aquella mujer la volvían una auténtica amenaza incluso para sus propios aliados, e incluso para personas como ella. Alguien así no debía existir.

—¡Demonio! —exclamó el soldado instantes antes de penetrar el abdomen de la mujer con el filo del arma.

Michaela hizo un breve sonido de sorpresa cuando sintió el frío metal penetrar en su cuerpo. El soldado giró un cuarto de muñeca abriendo aún mas la herida para propiciar el desangrado de la mujer. De un tirón, sacó la hoja del cuchillo del cuerpo de la mujer. El soldado alzó la cabeza esperando deleitarse con el rostro dolorido de la mujer que en aquellos momentos debía de estar sintiendo un dolor desagarrador mientras sentía la sangre fluir.

—¡¡Ah!!

El soldado retrocedió horrorizado. Lejos de la visión que esperaba contemplar, Michaela clavaba una mirada serena en las pupilas del aterrado soldado, quien no pudo evitar sentir un escalofrío recorrer su espalda al ver aquella amplia sonrisa de oreja a oreja en el rostro sereno de la mujer. Nuevamente, la mujer se mantenía desafiando a sus asesinos sin mostrar el mínimo atisbo de miedo, ni siquiera en sus últimos momentos de vida. Nos le daría ese gusto.

—¡Tsk! ¡Púdrete en el infierno, demonio! —con una patada, el soldado derribó la silla de ruedas haciendo que la mujer cayese al suelo bruscamente. —¡Tienes lo que te mereces! —escupió con desprecio lanzando el cuchillo al lado de la mujer mientras un charco de sangre comenzaba a teñir el suelo del despacho. La mirada de la mujer no se despegaba de la figura de sus asesinos, tratando de grabar en su mente la imagen de aquellos que osaron traicionarla y acabar con su vida.

—Deberíamos irnos... —recomendó el soldado a su compañero.

—De acuerdo.

A paso ligero, el dúo salió del despacho abandonado el ya cadáver inerte de la mujer. Por lo demás, simplemente debían de esperar a que alguno de los altos mandos o Victoria llegasen al despacho y hallasen el cadáver. Todo había salido perfecto, era imposible que descubriesen nunca que ellos habían sido los que dieron muerte a tirana que gobernaba  aquella base militar.

...

La noche había caído en la base, y ya todo el mundo había comenzado a cesar en sus labores para ir a descansar y proseguir a la mañana siguiente. Los civiles dirigidos por Serge habían estado durante horas y sin descanso abriendo una gran y profunda fosa común donde este indicó, en donde lanzaron los cadáveres de las víctimas de los acontecimientos de la noche anterior. Prosiguiendo con las órdenes del nuevo alto mando, todos los cadáveres yacían visibles desnudos en aquella fosa abierta, a la espera de recibir los cuerpos que aún se encontraban tirados por la base para poder cerrarla y enterrar bajo montones de tierra aquellos cadáveres apilados. Todos los enseres personales de aquellas víctimas habían sido recolectados y almacenados para su reutilización.

Tyler, por otra parte, se había ocupado de recuperar los cuerpos de sus padres y esconderse junto a estos hasta el momento en el que Serge y los civiles abandonaran el lugar donde cavaban la fosa común para poder enterrar a sus padres en esa misma zona, en un hoyo a parte a unos cuantos metros de la fosa abierta. No quería que sus cuerpos acabasen allí tirados y desnudos como si no fuesen nada mas que basura. Por no hablar de que enterrar a las víctimas y a sus asesinos juntos le parecía algo horrible, como una forma macabra de humillar a aquellos guerrilleros fallecidos.

Marcus había finalizado su administración personal habiendo podido llevar a cabo ese mismo día parte del registro de los daños y recursos en la base empleando a varias unidades de soldados. Fox, por otra parte, habiendo finalizado su labor de llevar a cabo el recuento del personal de la base para actualizar el número de bajas totales tras lo sucedido la noche anterior, e incapaz de dar con el paradero de sus hijas, pasó a ayudar a Marcus con su labor.

Algo alejada de lo referente a la base, Victoria llevó a los laboratorios subterráneos de Esgrip a los guerrilleros que sobrevivieron a la noche anterior para usarlos como conejillos de indias en los experimentos que Michaela le ordenó realizar a ella y a todo el personal científico. Por todo lo demás, un pesado silencio volvió nuevamente a reinar en la base, ajena al asesinato de la gobernanta de aquel reino inmoral...




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