Big Red Mouse Pointer

domingo, 5 de agosto de 2018

NH2: Capítulo 058 - Los Matados

La noche cubría con su manto estrellado las vastas, silenciosas y solitarias tierras canadienses. Solamente el sonido del viento nocturno meciendo el follaje de los árboles y arbustos era lo único que se podía escuchar en las tierras colindantes al pueblo de Rockrose Newville, el cual permanecía imperturbable a las miradas curiosas que a lo lejos lo vigilaban.

Por otra parte, en el interior de una amplia, vieja y polvorienta habitación solitaria, apenas iluminada por la luz anaranjada de una única vela, una figura yacía sentada en una silla al fondo de la estancia, muy cerca del débil campo de luz que aquella vela desprendía. Las sombras de la figura de un joven salían proyectadas en diversas direcciones a causa de la tenue luz de la llama. Apenas visible, la figura, dando la espalda a la puerta, se agitaba en su asiento. El joven se estremecía con lentitud mientras un cosquilleo recorría su cuerpo. Sus agitadas pulsaciones aumentaban más y más su temperatura corporal mientras centraba toda su atención única y exclusivamente en aquel repetitivo movimiento arriba y abajo aplicando distintas velocidades, unas veces mas rápido, y otras veces más lento.

Sus ojos castaños recorrían a la luz de las velas las páginas de aquella revista, contemplando con su mirada lasciva aquellos conjuntos de cuerpos perfectos, de piel tersa y joven cuya mera mirada dejaba entrever la suavidad de esta al tacto, aquellos cabellos cuidados y sedosos, aquellas curvas bien definidas, aquellos pechos y traseros voluminosos, labios carnosos, y miradas lascivas hacia el lector que invitaba a dejar libre su imaginación. Los distintos planos y poses dejaban al descubierto hasta el último milímetro de aquellos cuerpos de lujuria que más y más agitaban al joven.

Roces, fricción, el vapor de su aliento emanaba visiblemente en contraste con el frío del lugar.

—Aaaaahhhh...

Sus piernas se estiraban y flexionaban lentamente. Los dedos de sus pies luchaban con la cobertura de sus zapatos estirándose y doblándose agitados. Su pecho se hinchaba una y otra vez bajo su ropa...

—Aaaaahhhh... Estoy a punto... —el joven se mordió el labio.

Extasiado ante el placer del acto que estaba llevando a cabo entre las oscuras sombras del lugar, el joven seguía más y más encontrando el fin a aquella gloriosa sensación, ignorando completamente todo lo que había a su alrededor, nada importaba más que aquel preciso momento. Sus pupilas dilatadas no dejaban de ojear hasta el último detalle de aquellas páginas.

—Ya casi... —gimió.

Aquel placer divino, algo que hasta hace pocos años desconocía por completo. Un nuevo placer y necesidad que su cuerpo le comenzó a clamar con ferviente necesidad. Aún no conocía lo que era acostarse con una chica, sin embargo, el solo pensar en que tal acto le producía semejante placer, pensar en que sentiría al hacerlo con otra persona le volvía simplemente loco. Ya estaba a punto, ya iba a llegar al clímax del momento, ya iba a cerrar el satisfactorio recorrido...

—¡¡Aaaaahhhhh!!

Y la puerta se abrió de un sonoro portazo.

—¡¡¡ROBERTOOOOOOOOOO!!!

El susodicho se tambaleó cayendo de la silla ante el susto, y en apenas unos segundos, a una velocidad vertiginosa, sus pantalones y calzoncillos ya estaban arriba con la cremallera subida, cubriendo lo que hasta hace unos instantes había estado expuesto. A sus pies, la revista yacía abierta por donde iba.

—¡¡¡¿QUÉ COÑO QUIERES TOCA POLLAS DE LOS COJONES?!!! ¡¡¡¿ES QUE NO SABES LLAMAR A LA PUERTA PEDAZO DE GILIPOLLAS?!!! —gritó el muchacho fuera de si, rojo como un tomate.

—¿Oh? ¿A qué demonios huele aquí? —preguntó una joven de unos catorce años y dorada cabellera arrugando el rostro ante un fuerte olor que cubría el ambiente. —Ventilad un poco esto, no entiendo por qué todos los tíos os metéis aquí... —dijo la joven de ojos azules sin entrar demasiado al interior de la estancia.

—¡¿A ti qué coño te importa lo que hagamos aquí, Piper?!

—Se estaba haciendo una paja, Piper. —respondió una voz femenina tras ella.

Una joven de quince años ingresó a la estancia. Su cabello, rapado por el margen derecho, irradiaba ante la leve luz de la vela un tenue resplandor verde causado por lo que aún quedaba del tinte verde que impregnaba sus oscuros cabellos cortos. Con chupa de cuero, botas y vaqueros negros ajustado, la joven se paró frente a su compañera cruzada de brazos, dirigiéndole una mirada al joven que aún permanecía en el suelo tirado.

—¿Y tú que demonios quieres, Tammy?

—Te llama tu mejor amigo. —suspiró acercándose a él para recoger la revista pornográfica del suelo. —¿Dónde demonios guardáis estas cosas? Cada vez que vengo aquí no se ven por ningún lado.

Roberto indicó con el dedo índice un armario viejo en el ala derecha de la sala.

—Están detrás. En el margen izquierdo encontrarás la de los chicos, y en la derecha la de Samuel.

Una sonrisa se dibujó en el rostro de Tammy, quien no tardó en acercarse al margen derecho del armario y buscar tras él. No tardó en agarrar la revista que buscaba.

—Vaya, “Chicos calientes”... —leyó viendo en la portada a dos hombres musculosos desnudos y abrazados. —Este Samuel es el que más disfruta, ¿cierto? Entre que puede escoger entre carne y pescado...

—Si tanto te gusta puedes pedírsela, tal vez te venga bien para darle un aire nuevo a tu escasa vida sexual, ya que otra se está tirando a tu novio a tus espaldas. —comentó Roberto con burla.

—Cierra el pico, imbécil. —escupió la joven mirando con desprecio a su compañero. —Aunque puede que se la pida igualmente.

Piper se acercó a Tammy a contemplar la revista que ojeaba.

—¡¿Oh?! No sabía que un hombre podía tener tantos músculos y el cuerpo tan depilado. —dijo la joven sorprendida viendo aquellos cuerpos masculinos que se exhibían sin pudor alguno entre aquellas páginas.

—Anda que los tíos que nos rodean se parecen a estos. Por muy gays que sean yo me los follaba, fíjate que te digo.—Sin más que decir, Tammy se guardó la revista bajo la camiseta. —Samuel no echará en falta esto unas horas.

—¿Cuánto tiempo os vais a quedar aquí? —se quejó el chico sin levantarse del suelo.

Tammy lo observó durante unos instantes sin comprender, hasta que finalmente se rió a carcajadas.

—¿Por qué te ríes así? —preguntó Piper sin comprender.

—Nada, nada, vámonos. —respondió la joven saliendo de la estancia con la chica. —Si quieres unas toallitas avisa. —dijo cerrando la puerta sin dejar de reírse.

—Será hija de la gran puta... —susurró el joven avergonzado.

Roberto se levantó, y solo le bastó dar un par de pasos para sentirse incómodo. Tiró un poco hacia adelante del pantalón y el calzoncillo para ver aquello que lo incomodaba.

—Joder... Necesito unos calzoncillos limpios...

En el exterior, una gran edificación quemada se alzaba en pie aún resistiendo las adversidades del tiempo. Los restos de una vieja granja y otras edificaciones servían de refugio para un grupo de treinta chicos y chicas menores de edad, de no más de dieciséis años. Un grupo de críos y adolescentes que se denominaban así mismos Los Matados, sobrevivían moviéndose de manera constante de un lugar a otro, actuando por mero instinto sin pararse a comprender la naturaleza buena o mala de sus actos, simplemente haciendo lo que tenían que hacer y alejados de los adultos. Así era como un simple grupo de niños había logrado sobrevivir hasta día de hoy.

No muy lejos de la casa principal, en los prismáticos del líder del grupo se reflejaba las diversas estructuras que a lo lejos conformaban el pueblo de Rockrose, a muchos metros de distancia. La última vez que el grupo se internó en aquel pueblo se topó con tres chicas jóvenes, mayores que ellos. En una disputa en el que intentaron atacar a tres chicas para robarles todo lo que tenían, varios compañeros cayeron muertos o heridos en la confrontación, y todo porque una de ellas disponía de un arma de fuego, un tipo de arma que ninguno de ellos tenía entre sus recursos armamentísticos. Hacía mucho que no encontraban un arma de fuego con munición, por lo que todo su inventario se componía de elementos básicos para apuñalar, cortar o golpear principalmente.

El joven, de dieciséis años, alto, ligeramente musculado, de ojos negros y corto cabello castaño, exhibía en sus brazos algunos tatuajes tribales, a juego con los de su torso. Silencioso, apartó la mirada de los prismáticos para mirar a la chica que se encontraba tras él en silencio. Una joven de quince años, delgada, bajita, de cortos cabellos oscuros y piel pálida, quien lo miraba con seriedad. La joven se acercó al chico lentamente.

—¿Sucede algo, Sabrina? —preguntó el joven.

—¿No tienes frío? —preguntó la chica al ver a su compañero vestiendo con una camiseta sin mangas.

—No, estoy bien. —contestó ignorando el frío nocturno.

—Ya... ¿Qué vamos a hacer, Alejandro?

—Aún estoy pensando, guapa. —respondió echando un vistazo al pueblo. —No son muchos, llevamos días vigilándolos, sin embargo no podemos confiarnos. No sabemos cuantas arma de fuego pueden tener.

—Hay muchos que están molestos por no hacer nada y quedarnos simplemente aquí esperando durante días. Algunos han perdido a sus amigos o familia en aquella expedición, entre ellos Tammy. Su hermana no volvió tras salir corriendo tras aquella chica, por lo que seguramente esté muerta. —comentó sintiendo cierta indiferencia. —Ella está dividiendo al grupo, y podría ocasionar problemas. Deberías tener a tu novia bajo control por el bien de todos.

Alejandro la miró sin decir nada por un momento, acto que pareció avergonzar a Sabrina, quien apartó la mirada del muchacho. Tenía razón en lo que había dicho, últimamente había discutido bastante con su chica debido a sus impulsos salvajes para vengarse por la muerte de su hermana, sin embargo él era algo cuidadoso, no podía lanzarse sin más a internarse a ese pueblo para que les recibieran con tiros y acabasen muriendo todos en vano. Debía de haber otra solución.

El joven dio unos pasos al frente, y sin titubeo alguno elevó con sus dedos la barbilla de Sabrina, quien al toparse directamente con los ojos de Alejandro no puso evitar ponerse roja. Entonces una amplia sonrisa se dibujo en el rostro del chico.

—Sigues siendo la misma chica tomate de aquel entonces. —dijo entre risas.

—¡Idiota! —la joven apartó la mano de Alejandro de un manotazo. —¡No te burles de mi!

Alejandro, divertido por su reacción, la vio pasar por su lado caminando hacia adelante. Era como en los viejos tiempos, algo más de dos años atrás, cuando comenzó aquel apocalipsis y el pueblo en el que convivían la mayoría de los integrantes del grupo se infectó, siendo de los primeros lugares de Canadá donde aquel virus de la “rabia” apareció infectando a la gente para transformarlas en zombis. Joder, quien lo diría, los zombis eran seres de ficción que no debían de salir de aquellas películas y videojuegos que había visto y jugado en el pasado. Pero ahí estaban, caminando sobre la tierra con total libertad. Alejando se acercó a la chica tomate, como a él le gustaba llamarla a veces, dispuesto a hablar con ella al notar como desde hace días estaba molesta.

—¿Qué te pasa, Sabrina? Estás últimamente mustia.

—Ya sabes lo que me pasa...

—Vengaaaaaa, no te enfades, chica toma...

—¡Para ya, joder! —exclamó ella molesta.

—Vaya cojones que tienes, Sabrina. Te has espabilado bastante desde que estás con nosotros em... —comentó el chico frunciendo el ceño y optando por una actitud más seria. —Aunque me gusta, la verdad.

—¡Tsk! Estoy hasta las narices, ya... —comentó negándole la mirada.

Alejandro se rascó la nuca sintiéndose entre la espada y la pared, ya que sabía perfectamente a que se refería al decir eso.

—Estoy hasta las narices de que me utilices. Eres el novio de Tammy, te la follas cada dos por tres, os besáis, estáis siempre juntos, actuáis como una pareja... Pero cuando os enfadáis, está con la regla, cuando no quiere, o simplemente estás aburrido, vienes a acostarte conmigo. Estoy harta de ser el segundo plato, de verte y actuar frente a ella como si no pasase nada entre tú y yo, de tener que ver como os coméis la boca y todas esas cosas. Estoy harta de que me mire con esa cara de asco cada vez que me cruzo con ella, y de las veces que trata de hacerme la vida imposible. —se quejó la joven alterándose. —Se huele algo, lo sé. Sé que me hace putadas cada vez que puede dejándose llevar por los celos. Ya estoy harta de esta situación. Alejandro, elige, ella o yo. Ya no voy a seguir siendo tu segundo plato.

Alejandro se sintió presionado ante la situación, sin embargo no pudo responder en principio al dilema que Sabrina le estaba planteando, por lo que en busca de una posible solución a él, su mente no dejaba de buscar la respuesta correcta para darle.

Sabrina resopló.

—Maldito idiota... Al final solo eres otro más que trata de aprovecharse de mi... —negando levemente con la cabeza, Sabrina se marchó a paso ligero del lugar.

—¡Hey! ¡Espera, Sabrina! —el joven trató de correr hacia su dirección, pero entonces la puerta de la casa se abrió.

—Alex, ¿me buscabas? —preguntó la figura de Roberto bajando los escalones de la entrada de la vivienda.

Torciendo los labios, vio insatisfecho como Sabrina se alejaba del lugar.

—Am, sí, le pedí a Tammy que te llamase Rober...

—¿Y bien?

—Iba a comentar al grupo lo que vamos a hacer con el tema del pueblo y esa gente, hermano. Y quería que te ocuparas de reunir a toda la peña, ¿de acuerdo?

—Vale, yo me ocupo de avisar a todos. ¿Cuando va a ser la reunión?

—Dentro de una hora. Que todos estén en el salón para entonces.

—Perfecto hermano, yo me ocupo de todo, tú tranqui. —aseguró Roberto dándole una palmada en el hombro antes de marcharse de nuevo al interior de la casa.

Alejandro se volteó y volvió a mirar a través de los prismáticos dirección al pueblo, fijando su atención en las barricadas que se veían por varias calles.

—Buenas defensas, sí señor... —susurró. —Parece que saben organizarse bien. —comentó consigo mismo observando el interior del pueblo, hasta que algo captó su atención. —¿Ah? ¿Qué cojones es eso?

Sus ojos depararon muy a lo lejos en una figura externa al pueblo que desde la lejanía miraba en dirección a este. Una silueta grande y prominente comenzó a moverse, parecía que iba arrastrando alguna clase de objeto pesado por el suelo, y a su lado, otra figura mas pequeña y delgada, apenas visible, caminaba a su vera, casi podría asegurar que era una figura femenina, pero no estaba del todo seguro. Sin embargo, podía decir algo con total certeza, no se movían como zombis. Alejandro apartó la mirada de los prismáticos. ¿Tal vez se trataban de mutantes? Hacía bastante que no se topaba con aquella clase de criaturas, ni ganas que tenía, sin embargo, sí que había visto a grupos de estos desplazarse de las áreas altas de radiación en busca de alimentos cuando no había humanos o animales a los que cazar en las zonas en las que aquellas criaturas solían residir. Sea como sea, esperaba que aquellas presencias no supusieran ninguna clase de problema para sus planes.

Mientras tanto, en una habitación de aquella casa rural que hacía de refugio principal para todos los que residían en los restos carbonizados de aquella granja, Sabrina yacía solitaria sentada a los pies de su cama. La joven dirigía una mirada insatisfecha de aquel par de ojos verdes a través de la ventana, observando como el viento mecía el follaje de los árboles. La chica miró sus manos, las cuales reposando sobre sus piernas, sostenían una tijera muy afilada, de grandes dimensiones y de aspecto oxidada. Aquel “arma” fue con la que cortó el lazo que la ataba a su antigua, triste, y miserable vida dos años atrás. Violada, maltratada, odiada, abandonada y despreciada, todo aquello ocasionado por la figura que más debería de haberla amado y cuidado, algo que jamás hizo, no hablaba de otra persona más que su propio padre, un cerdo, borracho y degenerado que hizo su vida insufrible desde que tenía constancia de su propia existencia. Jamás supo que era tener un padre de verdad, ni siquiera una madre, quien falleció al poco de darle a luz.

Tiempo atrás, había escuchado comentarios y conversaciones entre su padre y su amigo Esteban en repetidas ocasiones, por lo que pudo deducir que su padre la odiaba a causa de que le achacaba a ella la muerte de su madre, quien tuvo que entregar su vida para que ella pudiese venir al mundo. Sin embargo, no comprendía si su padre realmente amaba a su madre o no, ya que también escuchó ciertas cosas que le hizo entrever el problema existente entre ambos, especialmente cuando su padre la acusaba de ciertas cosas de manera despectiva, comparándola con su madre. Tenía entendido que su madre había tenido una aventura amorosa con un hombre de bien, alguien que por las palabras de Esteban y su propio padre, eran totalmente lo contrario al hombre con el que estaba casada, e incluso, trató de fugarse de casa una noche para marcharse con aquel tipo.

No sabía si su madre simplemente dejó de amarle y le engañaba descaradamente, o si, como ella, era víctima de maltratos ocasionados por el monstruo con el que debía de convivir, y una vez encontró a un hombre que la valoró, trató de huir. No tenía ni la menor idea, pero cualquiera de aquellas dos posibilidades eran factibles. También era consciente de que su madre y Esteban mantuvieron relaciones sexuales a cambio de que aquel gordo peludo y despreciable no revelase a su padre aquella aventura que había descubierto entre su madre y aquel tipo, sin embargo, no debió de cumplir con su palabra, incluso, sabía que su padre libró de toda culpa a Esteban, echando toda la culpa a su esposa de embaucarle con su cuerpo y comerle la cabeza para que no hablara.

No le extrañaba incluso, que su padre la odiase por pensar que además de arrebatar la vida de su esposa, fuese además la hija de aquel tipo con el que lo engañaba. Cuando escuchó aquella conversación desde la segunda planta de su casa, recordó sentirse ciertamente aliviada, sintiendo deseos de realmente ser la hija de un hombre de bien, y no de semejante ser vil y miserable. No sabía si su padre siempre había sido así, incluso antes de conocer a su madre, un hombre violento, adicto al alcohol, un zángano que no daba a penas palo al agua, un cerdo sin modales, machista y extremadamente conservador que no permitía a su mujer trabajar ni salir con sus amigas sin informarle en donde estaba, y mucho menos con un hombre, o si quizá, había comenzado a ser así a raíz de descubrir la aventura entre su madre y aquel hombre a sus espaldas. Sea como sea, no sabía que pudo ver su madre en un hombre así. Tal vez cuando lo conoció era alguien totalmente distinto, y con el tiempo fue cambiando, quien sabe...

Sea como sea, aquella vida quedó muy atrás, y aquellas tijeras fueron la llave para iniciar una nueva vida con Alejandro y el resto. Aún recordaba con todo lujo de detalles aquella vez en la que se armó de valor y asesinó a su propio padre con aquellas mismas tijeras... La sangre caliente tiñendo su piel, el apestoso olor a alcohol de su aliento, el fuerte olor a sudor de sus ropas, la sensación de las afiladas puntas de las tijeras perforando la piel y órganos del cuerpo de aquel monstruo... Incluso la calidez de sus lágrimas y aquella embriagante sensación de satisfacción que recorrió hasta la última fibra de su ser contemplando el macabro acto que había llevado a cabo. Incluso la textura del miembro cercenado. Sabrina dirigió la mirada a una pequeña caja de madera sobre un escritorio, la cual estaba cubierta por encima con una tela roja. Ahí descansaba el último resto físico que representaba a aquel hombre, bien conservado y guardado en aquella cajita con candado. No quería perderlo, al igual que aquellas tijeras, porque aún resultándole doloroso, no quería olvidar su oscuro pasado, para evitar volver algún día a repetir aquella historia, así como para recordarse porqué hacía las cosas que hacía y como había logrado llegar ahí. Ahora, era libre.

Tiempo después, por llamamiento de Roberto, todos los integrantes que conformaban el grupo conocido como Los Matados se reunió en el salón por petición de su líder, Alejandro. La treintena de menores de edad cuyas edades comprendían entre los once y dieciséis años, esperaban expectantes al próximo movimiento del grupo. Tras lo sucedido en la expedición, Alejandro y Tammy habían discutido acaloradamente en repetidas ocasiones ante la actitud que cada uno tenía respecto a como debían de actuar ante el problema que tenían entre manos, llegando a dividir al grupo en tres partes. Unos estaban de acuerdo con la decisión de Tammy de entrar a matar sin vacilación alguna, otros en cambio decidían esperar y encontrar el momento adecuado para hacerlo, como Alejandro planeaba, y una minoría, sentía completa indiferencia acerca de que hacer para vengar a los compañeros caídos, les daba igual si debían esperar o entrar a atacar directamente.

En silencio, todos aquellos chicos y chicas permanecían esparcidos por toda la sala, tan solo el crepitar de las llamas anaranjadas de la hoguera era lo único que se escuchaba. Todas aquellas miradas se dirigieron a la entrada de la sala cuando Alejandro entró a la estancia con Tammy y Roberto. Una vez se establecieron en el centro de la sala, Alejandro comenzó a echar un vistazo rápido a los asistentes, sin embargo faltaba... ¿Ah? Sus ojos se encontraron entonces con los de Sabrina, algo oculta y alejada al fondo de la estancia. La joven le desvió la mirada.

—Bueno. —pronunció antes de bostezar. —Ya sé la hora que es, pero creía conveniente intentar zanjar toda esta mierda en cuanto antes para poder dormir todos tranquilos. —comentó mirando a la gente a su alrededor. —Vamos a atacar mañana, por la noche, cuando todos estén acostados. Nuestro objetivo va a ser tanto asesinarlos para vengar a nuestros compañeros caídos, como apoderarnos de ese pueblo que por días han estado asegurando, levantando barricadas y limpiando las calles de zombis. ¿Qué os parece el plan? —preguntó tras exponer sus cartas sobre la mesa.

—Por mi no hay problema siempre y cuando pueda vengar a mi hermana. —comentó Tammy cruzándose de brazos. —Dejadme a mi a la chica esa de pelo oscuro, estoy segura que ella es la que la asesinó.

—Toda tuya. —contestó Alejandro.

—¿Cómo entraremos, Alejandro? —preguntó uno de los jóvenes. —Porque intuyo que vigilará alguien por las noches, no creo que sean tan descuidados.

—No te preocupes, Samuel, ya he deparado en eso. —aseguró el joven. —Entraremos atravesando el campo, ya que las tres entradas principales estarán vigiladas.

—¿Y cómo nos ocuparemos de esa gente? —quiso saber Piper elevando la mano.

—Una vez dentro, iremos a la casa rural en la que se alojan y acabaremos con los que están durmiendo para después acabar con los tres que hacen guardia. Y ya está, el pueblo es nuestro. Después enterramos a los nuestros si los cuerpos aún siguen en el sitio en el que murieron. ¿Todo guay?

Nadie objetó nada.

—No me parece mala idea. —comentó Roberto pensativo. —Nos vengamos y conseguimos un lugar más seguro y grande que este. Y apuesto a que tienen bastantes recursos.

—Pues eso es todo, peña. A la puta cama todos. —sentenció el muchacho.

En cuestión de segundos, toda la sala comenzó a vaciarse entre comentarios y murmullos. Sabrina observó como Tammy le decía algo a Alejandro al oído con una sonrisa, para finalizar dándole una palmada en el trasero. La joven de ojos verdes lo observó incapaz de ocultar su disgusto ante aquella visión, y sin nada que decir se marchó a su habitación. Tammy observó aquella reacción por el rabillo del ojo, siendo incapaz de ocultar una sonrisa mezquina de oreja a oreja.

—¿De qué te ríes? —preguntó Alejandro.

—De nada, no te preocupes. —aseguró antes de besar sus labios con pasión. —Vamos... —susurró llevándoselo de la mano hasta la habitación que compartían.

Los Matados, aquel grupo de chicos y chicas menores de edad habían vivido alejados completamente de la mano de los adultos, sumado a la necesidad de sobrevivir en un mundo cruel como aquel en el que habitaban, y al oscuro pasado de muchos de sus miembros, habían teniendo que vivir de una manera completamente incivilazada. Durante algo más de dos años, todos y cada uno de los miembros de aquel grupo habían tenido que afrontar situaciones para las que no estaban preparados, viendo toda clase de males e injusticias propiciadas por el afán de la supervivencia, males e injusticias que ellos mismos habían tenido que llevar a cabo para poder sobrevivir. Cuando todo comenzó, no eran más que una panda de chicos y chicas estúpidos, inmaduros e ignorantes, que con prepotencia caminaban adelante orgullosos de poder actuar a su libre albedrío, creían que estaban mejor solos, sin nadie quien les dijese que hacer, lejos de los mayores.

Sí, en un principio pintaba genial, total libertad para hacer o decir todo lo que uno quisiera alejado de la dictadura de los adultos, sin embargo, aquella efímera felicidad se fue más rápido de lo que imaginaban, empezando con la ausencia de tres o cuatro comidas buenas, variadas y diarias con la que llenar sus estómagos, una ducha caliente bajo la que relajarse y limpiar sus sucios cuerpos, ropa limpia y planchada, una cama acogedora, un techo asegurado bajo el cual vivir, o alguien con conocimientos que te tratara las heridas o se ocupase de ti en caso de estar enfermo. Después continuó con la ausencia del orden y la monotonía del día a día al que estaban acostumbrados, siendo a veces incapaces de saber que debían hacer o como actuar con el transcurso de los días al no tener a nadie que les dijese como debían de seguir adelante, por ello, Alejandro fue elegido como líder del grupo, por ser uno de los mayores del grupo, considerado de los más valientes e influyentes de entre todos los integrantes. Finalmente, continuó con la muerte de varios miembros del equipo a causa de la radiación, las enfermedades, las heridas, los monstruos, o a causa del ataque de otros humanos, así como los problemas internos, como eran las traiciones o las discusiones.

Aquellos chicos y chicas tuvieron que afrontar toda clase de calamidades que un grupo de niños jamás debería de haber vivido en su día a día a lo largo de aquellos años de apocalipsis. Por todo ello, y por propia necesidad para sobrevivir al día a día, aquella clase de vida no solo los volvió más salvajes a la hora de actuar, además les forzó a madurar en algunos aspectos y a desarrollar más el ingenio y el trabajo en equipo. Aquella había sido la forma en la que habían logrado llegar tan lejos a pesar de sus cortas edades. El propio sufrimiento y la necesidad es lo que les había moldeado.

La gran mayoría de los integrantes del grupo ya dormían, sin embargo, un joven vestido con una camiseta blanca, un vaquero negro rasgado y unas deportivas, dirigía sus pasos en mitad de la noche a cumplir una orden de Alejandro. El chico de aspecto juvenil y físico atractivo, era junto a Alejandro, Roberto, y una compañera llamada Rosalie, los únicos de aquel grupo con dieciséis años, siendo además los próximos a cumplir los diecisiete en los tres próximos meses. El joven de ojos azules y con un gorro de tela gris sobre su corta cabellera oscura, detuvo sus pasos frente a la sala de los horrores. Lentamente la abrió echando un vistazo al interior de la estancia. Dentro, la sala estaba iluminada por un conjunto de velas, poseyendo un peculiar olor no muy agradable para la nariz del recién llegado. Samuel, el joven, ingresó para echar un vistazo al inventario del grupo. Sobre una mesa, se encontraban reunido adornos de lo más grotescos: Collares hechos de orejas humanas, botes de metal llenos de sangre, un cuenco con ojos, pulseras hechas con dientes, o incluso caretas hechas con rostros de zombis o de animales, entre otra serie de elementos grotescos procedentes de los podridos a los que asesinaban en su camino. Al fondo de la sala, varios percheros sostenían unos ponchos de piel animal repleto de manchas de sangre, así como otra serie de ponchos de tela verde con montones de hojas pegadas, cuya utilidad era meramente camuflarse entre la vegetación para vigilar a un objetivo sin ser vistos.

Los Matados con el paso del tiempo entendieron algo, eran solo unos simples adolescentes, débiles, inexpertos y un objetivo fácil para grupos de adultos que como ellos, buscaban sobrevivir a toda costa, aunque ello significase matar a otros para obtener recursos. Sin embargo, aprendieron a corregir ese problema, si nadie los tomaba enserio y los veían como una presa fácil, solo habría que cambiar la percepción que los adultos tenían de ellos para que se lo pensasen dos veces antes de intentar hacerles algo, para ello se vieron obligados a buscar la forma de fomentar el miedo hacia cualquiera que pusiese la mirada en ellos, tenían que verse mucho más intimidantes, ¿y qué mejor forma que ponerte una capa de vísceras por encima? Nadie en su sano juicio pensaría en atacar sin pensárselo un par de veces a un grupo de adolescentes que va por ahí con caretas hechas de rostros o collares de orejas.

A Samuel todo aquello le parecía desagradable, sin embargo, era consciente de que todo aquello realmente les había librado de muchos problemas con grupos de adultos que intentaron hacerles algo en el pasado. Solo por eso accedía a ponerse aquellas cosas tan desagradables encima. Aquello era un método de defensa. En otra mesa, se encontraban las diversas armas del grupo, todas sin excepción eran armas blancas de cortar, apuñalar o golpear, como picos, martillos, cuchillos, bates de béisbol, entre otras cosas, además de algunas molotovs y bombas de humo.

—Parece que todo está en orden para mañana. —comentó llevándose las manos a la cintura.

—¿Samuel?

El moreno de ojos azules se sobresaltó al escuchar su nombre.

—¿Roberto? No me asustes así, coño. Casi me da un infarto. —se quejó el joven al no haber percibido al recién llegado. —Si quieres “pillarme” por detrás lo podemos hablar tranquilamente en un sitio más discreto y agradable que este, pero no me asustes ¿vale?

—Arg... Déjate ya de mariconadas, joder. —se quejó el recién llegado acercándose a su compañero.

—Solo era broma. —respondió Samuel con una dulce sonrisa de oreja a oreja. —¿Has visto por un casual mi revista de “Chicos Calientes”? —preguntó sin borrar aquella inocente sonrisa del rostro.

Roberto suspiró. —Pregúntale a Tammy, seguro que ella sabe algo. —contestó echando un vistazo a la sala.

—Ah, bueno, si es por eso, con las otras me apaño. —comentó el joven del gorro pensativo.

—Ya... ¿Qué haces aquí? —quiso saber Roberto.

—Alejandro me pidió antes de marcharse con Tammy que comprobase que todo está bien, y... —sus ojos depararon en el rostro del joven de ojos castaños. —¡Oh! Te salió un señor grano en la barbilla. —dijo señalándole con el dedo.—Eso es por pajearte demasiado.

—¡Céntrate, joder! —exclamó algo irritado Roberto por recordarle la existencia de aquella cosa horrenda en su cara. —¿Qué te mandó a hacer Alejandro?

—Ah, pues que mirase que está todo preparado para cuando ataquemos el pueblo mañana por la noche. —contestó simplemente. —¿Y tú que haces aquí?

—Solo daba una vuelta, no podía dormir. —comentó Roberto sin querer dar demasiadas explicaciones.

—Si quieres una noche de placer hoy no estoy por la labor, me duele la cabeza. —dijo frotándose la sien.

Roberto suspiró con pesadez. Samuel solía ser el más payaso del grupo, y casi todas sus bromas iban de lo mismo, sexo. Por no hablar de que le gustaba bromear sobre su orientación sexual insinuando que todos y todas se querían acostar con él, pero no lo querían reconocer en el fondo por verguenza. Sin embargo, debía de reconocer que en los malos momentos era alguien que solía animar a sus compañeros con su peculiar humor y positividad.

—Entonces... —dijo Samuel mirándolo a los ojos. —¿Qué te sucede?

Roberto se rascó su peculiar cabello oscuro en punta, sintiendo este endurecido por la gomina que se echaba en el pelo para mantenerlo de esa forma. El joven de ojos castaños limpió con sus manos el polvo de su sudadera sin responder de inmediato. Samuel lo observó como el chico vestido enteramente de chandal parecía estar planteándose lo que contestar mientras arreglaba su ropa. Samuel se acercó a él acortando distancias e hizo ademán en ayudarle a sacudirse el polvo.

—¡Ey! ¡¿Qué haces?!

—Solo te ayudaba. —dijo mostrándole aquella sonrisa perfecta de dientes blancos.

—Pues estate quieto anda...

—Ahora que tu chandal está libre de polvo... ¿Me vas a contar que pasa por ese cabezón que tienes sobre tus hombros?

—Mmmm... —Roberto se rascó la nuca. —Solo estaba pensando en mi familia, nada más.

—Ya veo... — comentó frotándose la barbilla. —Tengo fama de ser bueno escuchando, si quieres hablar, ya sabes. Estamos los dos solitos en esta habitación medio a oscuras, sin nadie que nos escuche... —comentó bajando cada vez más la voz hasta casi susurrar.

—No lo digas de esa forma imbécil, lo haces sonar raro.

Samuel se rió.

—De acuerdo, de acuerdo, ya paro con el tema. ¿Y bien? ¿Qué estabas recordando?

—En mi familia como te dije, en que habrá sucedido con ellos, en especial con mi hermana...

Samuel borró la sonrisa de su rostro poniéndose más serio, recordando haber escuchado algo anteriormente de su hermana.

—Cierto, recuerdo que tu hermana estaba en estado vegetativo por un accidente, y tus padres divorciados. —recordó cruzándose de brazos.

—Sí... No sé que sucedió con ella cuando me llevaron al centro de menores. No sé si mejoró, si empeoró, o si continuó igual. Nos separaron, y esa gentuza de uniforme no me permitió verla a pesar de que intenté ir al hospital cuando me escapaba del colegio. Un menor de edad no puede ir sin un adulto a visitar a nadie que esté ingresado.

—¿Y por qué no hablaste con tu madre? ¿Y con tu padre? Tal vez por un motivo como ese te hubiesen ayudado.

—¿Bromeas? Mi madre solo le importaba su nuevo marido, sus nuevos hijastros, su nuevo perro, y toda su nueva vida... Tampoco es que nos hiciese mucho caso. Y mi padre se pasaba el día fuera trabajando, era camionero, por lo que se pasaba días enteros sin volver a casa. Una canguro era la que se encargaba de nosotros casi todo el tiempo que estaba fuera.

—¿Y cómo ocurrió lo de tu hermana? Si puedo preguntar, claro.

Roberto torció los labios. —Bueno, la muy puta de la canguro se trajo al novio como de costumbre para cepillárselo en la cama de mi padre. Nos desatendía bastante. Cuando no se traía al novio, se traía a los amigos y daba fiestas en mi casa. Mi hermana era una niña muy enfermiza, y hubo una temporada en la que le dio mucha fiebre, llegando a los cuarenta. Cada vez empeoraba más y más, y no paraba de llorar. No sabía bien que hacer. Traté de hablar con aquella perra para que la llevase a urgencias, pero ella le quitaba peso al asunto, decía que estaba bien, que ella se podía ocupar a base de ponerle toallas húmedas en la frente para bajar su temperatura. Pero no mejoraba. —comentó pegando la espalda en la pared.

—¿Y qué pasó? —preguntó Samuel frunciendo el ceño.

—Cogí a mi hermana y me la llevé de casa sin decir nada. Por aquel entonces tendría yo unos diez años. Estaba lloviendo, lo recuerdo bien. El agua bajaba por las calles malogradas de los barrios bajos como auténticos ríos. Era de noche. Corría por debajo de los balcones tratando de resguardarme lo máximo posible mientras me dirigía al hospital con mi hermana llorando en brazos, ya había estado allí en varias ocasiones con mi padre por el tema de mi hermana. Sin embargo, ya cerca del lugar, tropecé. Mi hermana se me escapó de las manos y se golpeó fuertemente la cabeza. —comentó arrugando el rostro al recordar aquello. —No lloraba, ni balbuceaba, no emitía sonido alguno. Todo sonido cesó en cuanto se golpeó. Aún recuerdo la pitera que se abrió en la cabeza y la sangre corriendo por aquel río de agua...

—¿No murió con un golpe así? Por como hablas era una niña muy pequeña.

—Tendría poco más de tres años. —contestó.— Un vecino cercano vio desde su ventana lo que sucedió y corrió a ayudarnos. Ingresaron a mi hermana en urgencias logrando mantenerla viva, sin embargo... Ella es como si hubiese muerto en ese momento, respiraba y abría y cerraba los ojos, pero ya no se hacía nada más. —dijo casi con un susurró.

—¿Y lo del centro de menores? ¿Por qué te metieron en uno? ¿Por eso? ¿Por ese accidente?

—No, no fue por eso. La canguro se percató de que habíamos desaparecido y me encontró en el hospital tras ir preguntando a los vecinos. Venía con el novio. Estaba completamente aterrada en cuanto se dio cuenta de lo que sucedió, pero no por mi hermana, si no por lo que le pasaría a ella a causa de su ineptitud. En una de las salas de espera ella me echó la bronca, me insultó y zarandeó culpándome de lo que le había hecho, y porque ella tendría que asumir las consecuencias. El novio llegó a amenazarme y... Bueno, supongo que por la situación enloquecí, cogí uno de los bolígrafos de recepción y se lo clavé en el cuello, después de eso intenté hacer lo mismo con esa puta, pero los médicos vinieron de inmediato al escuchar los gritos y me detuvieron... —Roberto miró a Samuel. —Por eso me metieron en un centro de menores. Supongo que también me consideraron una amenaza para mi propia hermana, por eso no me permitían verla.

—Joder... Es muy duro...

—Sí, supongo... Después de eso mi padre acabó traumatizado tras enterarse, aunque no me culpó de nada. Mi madre también se sintió afectada, pero no tanto como mi padre. Después pasó lo que pasó en el pueblo en el que vivía, y me marché de allí con Alejandro y el resto. Me marché pensando en aquel entonces que mi padre y mi hermana estarían mejor sin mi.

—Fue un accidente. No te culpes tanto, intentaste hacer lo que pudiste para llevarla al médico y que le bajase la fiebre.

—Lo sé, fue un accidente. Lo tengo asimilado. Hace ya mucho que me dejé de culpar. Y no me arrepiento en absoluto de haber apuñalado a aquel imbécil con el bolígrafo. Es solo que me estaba acordando de aquel entonces, nada más.

—Ya veo... Siento que hayas tenido que pasar por eso, tío. —dijo colocando su mano en el hombro de Roberto.

—Ya, bueno, cosas que pasan, supongo. —suspiró. —No tiene sentido continuar preocupándose por ello, probablemente estén muertos. —dijo el joven rascándose la nuca. —A todo esto, no sé de tu historia más allá de cuando te encontramos. —comentó Roberto mirando a su compañero.

—¿Mi historia? Bueno, lo mio es el típico cliché. Tenía muy buena relación con mis padres y mi hermano, hasta que se enteraron que además de las chicas también me gustan los chicos, aquello fue cuando tenía catorce años. Mientras le presté a mi hermano mi ordenador para algo de clases, descubrió en mi historial que había estado viendo porno gay, hetero y bisexual... Y mi hermano se lo contó a mis padres y ahí comenzaron los malos rollos, las tensiones, las malas miradas, malas contestaciones, que si soy un come pollas, un desviado, un pervertido, que si esto, que si lo otro... Incluso me dijeron en la cara que preferirían que hubiese tenido un cáncer o haber nacido con una malformación antes de que hubiese salido así. Ellos simplemente no concebían que su hijo, atractivo, inteligente, atlético, agradable con todo el mundo, alguien de quien estaban orgullosos por ser un hijo y estudiante modelo, hubiese acabado siendo un desviado y un vicioso. Mi hermano incluso lo comentó con sus amigos de clase y acabó llegando a mis amigos la noticia. —Samuel sonrió con amargura al recordar aquello. —¿Sabes? Es curioso lo efímero que es algo tan inconsistente como la amistad. Un día estás rodeado de gente que te dicen cosas tipo... “Siempre seremos amigos”, “Puedes confiar en mi” o “Eres mi mejor amigo”, y al día siguiente por una estupidez no quieren ni verte la cara, incluso pueden acabar volviéndose en una panda de desgraciados que te intentan hacer la vida imposible por ser... ¿Distinto?

—Es absurdo. —comentó Roberto.

—¿El qué?

—Pues eso, lo de odiar a alguien por ser diferente. ¿Qué es ser diferente exactamente? Todos los que estamos aquí somos compañeros y tenemos una buena relación por lo general, aunque a veces tengamos nuestras disputas. Sin embargo, todos somos completamente diferentes unos de otros, no hay dos personas iguales en este grupo. Cada uno tiene su propia historia personal, su propia forma de ser, gustos o creencias. E incluso tenemos cada uno una forma distinta de pensar sobre una misma situación, como Tammy o Alejandro, y aquellos que les da la razón a uno u otro con lo de atacar a ese grupo. Tampoco nos gustan los mismos colores, música o comidas. Somos todos muy distintos y no por eso nos odiamos a muerte. No somos robots o clones para que tengamos que ser todos iguales. Lo mismo pasa en las grandes familias, cada uno de sus integrantes es un mundo distinto, no todos tienen los mismos gustos, y no por ello se odian, o al menos, lógicamente, no deberían. Siendo como eres, Samuel, no le haces ningún mal a nadie, a diferencia de tus antiguos amigos y familiares que te dañaron con sus actos y palabras. Pienso que en este mundo hay cosas mucho peores que el que te guste alguien de tu mismo sexo, y sin embargo, a esas cosas no se le dan la misma relevancia ni causan la misma expectación pública que ver a dos hombres o dos mujeres besarse en la calle.

Samuel lo miró sorprendido al escuchar a Roberto decir aquellas palabras. De alguna manera, habían logrado aliviar algo en su interior. El chico de ojos azules se volteó un momento dándole la espalda a su compañero, quien lo observó en silencio cruzado de brazos sin nada que decir. Tras unos instantes, el joven del gorro gris se volteó mientras se frotaba los ojos, los cuales tomaron una coloración rojiza por el roce con sus manos.

—¿Estás bien? —preguntó Roberto con el ceño fruncido.

—Sí, no te preocupes. —contestó con una sonrisa. —Solo se me ha metido algo en el ojo, no es nada.

Roberto dibujó media sonrisa en su rostro ante aquella contestación poco honesta por parte de su compañero.

—Traté de ocultar el problema tanto como me fue posible de mi familia y amigos. Intenté autoengañarme a mi mismo. Durante mis inicios en la adolescencia me daba cuenta que me sentía atraído también por los chicos, y lo pasé mal, muy mal... No quería aceptar aquella realidad, y traté de ignorarla, y comportarme de una manera más masculina y heterosexual, pensando que si me centraba en cambiar mi forma de actuar y de ser, potenciaría más mi heterosexualidad, y mi parte gay acabaría muriendo con el tiempo. Sin embargo, acababa recayendo por mis instintos sexuales cuando accedía a la pornografía en Internet, y tras acabar con lo que veía, me sentía bastante mal psicológicamente. Al final, me escapé de casa y huí por días, alejándome de la ciudad, de mi casa, mi familia y mis antiguos amigos... Ya todo me daba igual. Y al final me topé con vosotros.

—Cierto, ahora que lo recuerdo, en tu ciudad no había tenido lugar aún ningún ataque zombi. —comentó pensativo.—Recuerdo que no nos creíste cuando te hablamos de ello.

—¿Cómo iba a creerme algo así? Había rumores por Internet de gente que decía que los zombis estaban caminando por distintas partes del mundo. Sin embargo, mucho de lo que hay por Internet es falso, no te puedes fiar de lo que lees la mayoría de veces. Así que lo tomé como simples rumores y bromas de mal gusto a raíz de lo que sucedió en aquella ciudad estadounidense en el 2012.

—Ya veo... Tuviste que ver uno con tus propios ojos para creernos.

—Sí.

Ambos quedaron en silencio unos instantes.

—A todo esto... —comentó Samuel. —¿Este lugar no es un tanto macabro para ponernos a hablar de estás cosas?—dijo echando un vistazo a las caretas. —Cada vez que veo esas cosas me hacen sentir escalofríos.

—Ya, este sitio no es un lugar muy agradable para quedarse hablando, sea de lo que sea la conversación. —respondió. —Aunque supongo que ya nos estamos acostumbrando a ver estas clases de cosas.

—Puede ser.

—Deberíamos marcharnos de aquí, es tarde.

—Bien.

El dúo se marchó de aquella sala sin nada más que hacer allí, dispuestos a conciliar el sueño. Sabiendo que aquella charla privada en la sala de los horrores les había logrado acercar aún más el uno al otro. Al fin y al cabo, por muy salvajes que fuesen y duros que pareciesen, debajo de cada una de aquellas personas, había una historia de sufrimiento y desesperación, unas historias y sentimientos que los hacían más humanos y vulnerables de lo que ellos mismos se imaginaban. Al fin y al cabo, en el fondo, solo eran niños a los que el nuevo mundo había tenido que moldear.

La luz de una vela solitaria iluminaba con su luz anaranjada la estancia de la pareja. Junto a la única ventana de la habitación, la figura de Tammy se podía ver observado silenciosa el exterior, cubriendo su cuerpo desnudo con la sábana blanca de la cama enrollada a su cuerpo. En la cama, desnudo y acostado de cara a la cama dejando visible toda su espalda, trasero y piernas, yacía Alejandro con los ojos cerrados, apoyando lateralmente su cabeza sobre sus brazos, descansando tranquilamente tras aquella frenética noche de placer con su chica. Tammy miró de reojo su cuerpo desnudo desde su posición por varios segundos antes de dirigir nuevamente la mirada al exterior.

—¿Estás despierto, verdad? —dijo la joven sin apartar la mirada de la ventana.

Alejandro abrió lentamente los ojos al escuchar su pregunta, sin embargo, no respondió ni movió su postura en la cama. No obstante, Tammy era consciente de que estaba despierto y escuchándole. Los ojos oscuros de Alejando dirigieron una mirada desde su sitio a la espalda de la joven de quince años hasta localizar aquel tatuaje con la figura macabra de un payaso sonriente. Bajo la luz de la vela, podía apreciar en su corto cabello oscuro el resplandor verdoso que los restos del tinte.

—Estaba pensando en aquella vez, cuando nos conocimos. ¿Aún lo recuerdas?

—¿A qué viene pensar en eso ahora? —contestó el joven.

—No lo sé, solo me vino a la mente.

Alejandro no apartó su mirada de ella durante unos breves minutos en el que ambos permanecieron en silencio.

—Sí. —contestó con un suspiro. —Nos presentaron unos amigos que teníamos en común por aquel entonces.

—Has cambiado mucho desde aquella época. Antes eras alguien muy violento, recuerdo aún cuando agrediste a unos de los profesores por acusarte de haber hecho unas pintadas en los baños de la escuela.

—Por aquella época solía meterme en muchos líos. Me pegaba con cualquiera por cualquier motivo estúpido. No me importaba si eran chicos o chicas de menor edad que yo, o mucho más mayores, ni siquiera si eran adultos. Simplemente era adicto a las peleas, me sentía... “liberado”. Supongo que siempre he sido bastante violento por el ambiente en el que crecí. No tenía muy buena relación con mis cinco hermanos, por lo que constantemente nos estábamos pegando, insultándonos y humillándonos tratando de demostrar cada uno su superioridad por encima del resto de hermanos. Mi madre tampoco hacía nada por detenernos, ya podía ver a mi hermano Dominic pisándole la cabeza en el suelo a mi hermano Luke, que ella ni se inmutaba.

—A tu madre no le importábais una mierda, Alejandro. —comentó Tammy.

—Lo único que le importaba a esa mujer era el dinero. —respondió. —Solía ir de casa en casa follándose a los viejos del barrio por un fajo de billetes. Ni yo ni mis hermanos hemos conocido nunca a nuestros padres. Mi madre nos tuvo a cada uno con un hombre distinto, probablemente con los viejos con los que se acostaba.

—Que desagradable... —susurró Tammy desde su posición.

—A mi madre no le importaba en absoluto nuestras notas en el colegio, si nos metíamos en problemas, o si con tan solo ocho años volvíamos a casa a las tres de la mañana tras haber estado por ahí haciendo de las nuestras. A mi sin embargo con que pusiese al menos un plato de comida sobre la mesa, todo lo demás me daba igual.

—Ya, entiendo. —respondió la chica. —Mi “padre” tampoco fue un santo, él solo se preocupaba de la imagen pública que dábamos, por lo demás, solo quería usarnos para ganar dinero...

—Sí, recuerdo a ese cerdo.

—Como otras chicas huérfanas a las que adoptó primero, a mi me acogió en su casa, y al final acabó obligándome a prostituirme con doce años junto a las demás en su casa. Hasta que apareciste tú como uno de esos clientes y todo cambió.

—Nunca pensé que te vería en una situación así. Pero en cuanto te vi comprendí aquellos golpes con los que a veces te veía en clase. —comentó Alejandro recordando los viejos tiempos.

—Ya, bueno, tampoco esperaba ver a un crío de trece años buscando servicios sexuales... Te agradezco que no te aprovechases de mi en esa situación. —comentó con total sinceridad.—¿De donde sacabas el dinero para eso?

—De algunos trabajitos que hacía de vez en cuando para algunas personas. Ya sabes, transportando y vendiendo drogas para mis jefes.

—Ya veo.

—Cuando te vi así, desnuda, y golpeada sobre esa cama sucia y maloliente, perdí los papeles y me lancé contra tu padre. Aquella fue la primera persona a la que asesiné con mi navaja. No sentí pena alguna.

—Ni yo de verlo desangrarse en el suelo como a un cerdo.

—Al poco te pedí ser mi novia, y comenzamos a vivir juntos en aquella casa abandonada junto con tu hermana. Y desde entonces hemos estado juntos. La verdad es que nos iba bastante bien, el dinero no era un problema, bien robaba cuando no me quedaba otra, o realizaba los encargos que me pedían mis jefes.

—Sí, para ser unos críos sabíamos sobrevivir por nuestra cuenta sin contar con nadie más... —Tammy apartó la mirada de la ventana para mirar al chico con seriedad a los ojos. —Alejandro, ¿aún te gusto?

El joven se quedó observándola por un momento incapaz de responder. No lo tenía claro, a decir verdad. Alejandro era incapaz de no evocar en su mente el rostro de Sabrina al pensar si realmente seguía queriendo a Tammy, o por si el contrario, seguía con ella por interés.

Alejandro sabía bien que Tammy tenía bastante influencia en el grupo, casi tanta como él, por lo que muchos la seguían a ella. Si Tammy le llevaba la contraria, no dudaría que también lo haría la mitad de los integrantes de aquel grupo. Temía que si algo le sucediese con Tammy, pudiese haber alguna clase de incidente que debilitase demasiado al grupo, o directamente, este se acabase poniendo en su contra. Sabía mejor que nadie que aunque aquella chica se viese en ese preciso momento tan calmada, era realmente una mujer bastante violenta, casi tanto como él. No le convenía tenerla como enemiga.

—¿Estás tonta? —preguntó.— Vaya pregunta más absurda. No necesita respuesta, tú deberías de saber la respuesta a eso.

Tammy continuó por unos minutos mirándole a los ojos sin decir nada, hasta que finalmente apartó la mirada del chico y contempló su propio reflejo en la ventana.

—Sí, lo sé. —respondió casi con un suspiro. —He sido tonta, ¿verdad? No debí preguntar algo tan obvio. Algo que desde hace tanto ha sido tan obvio...

La joven caminó con sus pies desnudos hacia una mesilla cercana en la que reposaba una vela para apagarla de un soplo. La sala se sumió casi en una total oscuridad, solo la tenue luz que entraba del exterior aún permitía que ambos pudiesen apreciar la figura del otro. Alejandro dirigió una mirada de tristeza y culpabilidad a la espalda de la chica que allí permanecía parada dándole la espalda, observando cabizbaja la vela recién extinta. Estaba jugando tanto con ella como con Sabrina, y era consciente de que les estaba haciendo daño a ambas. No sabía a ciencia cierta si Tammy sabía de su aventura secreta con Sabrina, sin embargo, sabía que era cuestión de tiempo que sospechase y le descubriese. Por otra parte, sabía que Sabrina se sentía bastante mal al prometerle que la quería, sin embargo, públicamente la ignoraba y la trataba como a una más. Era un hijo de puta, y lo sabía. Pero eso no significaba que estuviese orgulloso de lo que les estaba haciendo.

No comprendía sus propios sentimientos hacia ellas, no sabía si realmente amaba a las dos, o por si el contrario, solo amaba a Sabrina y continuaba con Tammy por mero interés y miedo a decirle la verdad. Realmente amó a Tammy, vivieron muchas cosas juntos, sin embargo, Sabrina era especial, desde el primer momento que se conocieron supo que ella tenía algo especial que despertaba su interés en ella. Hay algo que comprendía, y era que quería estar con Sabrina, sin embargo, tampoco quería herir a Tammy y separarse de ella. Alejandro frunció el ceño confuso. Debía hacer algo, por ellas, por él, y por el grupo. Alejandro temía que la decisión que tomase pudiese afectar a todas las personas bajo su liderazgo y el de Tammy, todos eran una familia, y no quería que esta se rompiese por sus acciones.

Entonces el sonido de la sábana cayendo al suelo lo sacó de sus pensamientos.

—¿Tammy?

La joven se volteó dejando su cuerpo desnudo visible para el chico. Sus pies se encaminaron hacia la cama, por lo que Alejandro se volteó para recibirla. La chica contempló los tatuajes que decoraban el torso y los brazos de “su” chico antes de subirse a la cama colocándose sobre él. Alejandro dudó siquiera en tocarla. Pero las manos de Tammy acariciaron su rostro con cariño atrayendo su mirada de ojos oscuros que el joven le desviaba. Alejandro se sorprendió, y entonces Tammy besó su cuello con dulzura. Por un momento, solo por un breve momento, Alejandro creyó haber vislumbrado un reflejo de tristeza en su mirada.

—Tam...

Antes de poder hablar, la chica besó sus labios con pasión mientras desplazó su mano por el cuerpo del joven, acariciándolo en su trayecto hasta detenerse en su entrepierna. Ambas figuras, tragadas por la oscuridad de la habitación, volvieron a iniciar el proceso para volverse en un solo ser, sin embargo, ambos sabían que aquella vez iba a ser distinta para ambos. Algo dejó de funcionar en aquel proceso de unión. Ambos eran conscientes de que algo acababa de desvanecerse entre ellos...

La luz de la mañana levantaba poco a poco a los residentes de aquella carbonizada casa rural. Los pasos de Samuel se dirigían a la cocina de la vivienda, en donde se topó con la figura de Sabrina, Caleb y Avery charlando entre ellos. El joven entró dando los buenos días con su típica sonrisa en el rostro, sin embargo, no fue recibido con la misma alegría.

—¿Quién se ha muerto? —preguntó el joven mirando a sus compañeros.

—A este paso, nosotros... —comentó Caleb.

—¿Has visto la despensa, Samu? —preguntó Avery.

Caleb y Avery, una pareja de hermanos pelirrojos y de ojos verdes que habían sido los últimos fichajes del grupo de Los Matados unos meses atrás. Caleb con doce años, y Avery con once, eran de los más jóvenes en aquel grupo. A diferencia de muchos de los miembros de Los Matados, ellos no tenían un pasado problemático que les hubiese marcado, tuvieron una vida bastante normal. Hará cuatro meses aproximadamente cuando Los Matados les ofreció unirse al grupo cuando los encontró a los dos sobreviviendo por su cuenta en condiciones bastantes precarias. Según sabían de boca de estos, sus padres junto con otros miembros del grupo con el que viajaban, fueron víctimas de un grupo de mutantes. Ellos a penas pudieron escapar de las manos de aquellas bestias si no fuese porque levantaron la tapa de una alcantarilla para ocultarse en su interior, del que no salieron hasta que notaron que los mutantes se marcharon llevándose secuestrados a todos los miembros de su grupo. No pudieron hacer más que permanecer allí ocultos, embriagados por el fétido y humeante olor de las alcantarillas mientras escuchaban los gritos de sus padres y de aquellos que los acompañaban.

—No, pero me imagino la situación. —respondió torciendo los labios a disgusto con la situación.

—¿Te imaginas? —preguntó Sabrina. —¿Por qué no echas un vistazo? —le propuso con una actitud un tanto derrotista.

El joven de ojos azules se acercó a la despensa para abrirla y comprobar su interior, en donde deberían de estar almacenados todos los recursos alimenticios del grupo. Sin embargo, aquella despensa brillaba ante la propia ausencia de estos, meramente un paquete de pipas, una bolsa de cecina, y tres tomates un tanto pochos era lo único que tenían, además de una botella de medio litro de agua, y al fondo, en una esquina, una araña lo observaba colgada en su tela.

—Esto es malo... —comentó el joven frotándose la barbilla.

—Ya ves, somos treinta personas, y tan solo tenemos esto... —respondió Sabrina. —Tenemos que atacar a ese grupo en cuanto antes, de lo contrario... —La joven no terminó la frase. —Deberíamos hablar con Alejandro.

—Creo que sigue aún acostado. —respondió Samuel ajustándose el gorro de tela.

—Pues me pregunto que haremos cuando los demás empiecen a levantarse y tengan hambre... —contestó la joven.

En ese momento el estómago de Caleb rugió. Sabrina, Samuel y Every lo miraron con sorpresa.

—Perdón. —respondió avergonzado.—Pero anoche tampoco es que tuviéramos una gran cena...

Ciertamente, la cena de anoche fue bastante escasa, pensaron Samuel y Sabrina intercambiando una mirada. Encontrar comida y agua últimamente estaba resultando bastante complicado, pues estaban buscando en lugares donde ya previamente otras personas habían estado saqueado. Si lograban encontrar algo, era sin dudas algún alimento en el que otras personas no hubiesen deparado, como por ejemplo, que este se hubiese caído bajo una mesa o algo así ocultándose a simple vista. Por otra parte, los muertos no lo ponían fácil, pues no era muy complicado toparse con ellos dentro de los supermercados o en los alrededores de muchas de las tiendas en las que buscaban recursos.

La puerta se abrió para dar paso a Alejandro, quien de inmediato fue blanco de miradas. El joven se quedó en la puerta mirando a los allí presente sin haberse percatado previamente de la presencia de estos. Sin camiseta, y con sus tatuajes visibles, el joven se quedó mirándolos mientras se rascaba el pecho.

—Buenos días, muchachos. —saludó el joven con un bostezo. —¿Qué hay hoy para desayunar? ¿Hiciste algo rico, Sabrina?

—¿Bromeas? —le respondió cruzándose de brazos.

Alejandro torció los labios no muy a gusto con aquellas contestaciones tan ariscas que tenía Sabrina con él desde hace ya algún tiempo. No importaba como de agradable se mostrase con ella, ya que parecía que hiciera lo que hiciera o dijera lo que dijera, siempre la estaba cagando con ella. Sin embargo, conociendo el motivo de aquella actitud hacia él, no tenía derecho a reprocharle esas maneras de hablarle.

—Alejandro... —llamó Samuel su atención. —¿No sabes nada de la situación?

El líder del grupo lo miró sin decir nada, hasta que finalmente suspiró.

—Lo sé. —respondió simplemente.

—¿Entonces por qué has dicho si Sabrina hizo algo para desayunar? —quiso saber Caleb sin entender bien a Alejandro.

—Esa no es la pregunta. —comentó Sabrina. —La pregunta es... ¿Cuánto tiempo ibas a ocultar el tema de la comida, Alejandro?

—¿Y qué demonios queréis que os diga? ¿Qué no tenemos prácticamente nada que llevarnos a la boca para que corráis como gallinas sin cabeza? He estado tratando de pensar en algo para solucionar el problema...

—¿Y ocultándonos el tema lo ibas a solucionar? —preguntó Sabrina frunciendo el ceño mirándolo con seriedad.

—Puede que lo correcto fuese comentarlo, pero si lo decía, Tammy y los que opinan como ella iban a querer atacar al grupo de inmediato para robar los recursos de los que disponen, y hacer eso hubiese sido un completo suicidio sin saber a que nos vamos a enfrentar. —dijo Alejandro mirando seriamente a sus compañeros. —Os recuerdo que esa gente tenía un arma de fuego, y nosotros no tenemos armas como esa. Una sola persona mató a varios de los nuestros con ese arma, y nosotros, a pesar de superarlas en número, no matamos a ninguna.

Todos estaban de acuerdo con lo que acababa de decir, sin embargo, eso no arreglaba la situación. Alejandro se percató por los rostros de sus compañeros del descontento de estos.

—Mirad, vosotros y los demás me hicisteis líder de este grupo, me convencisteis para comerme ese marrón y acabé aceptando por vuestra puta insistencia, y sé que no siempre tomo buenas decisiones, pero hago lo que puedo ¿queda claro? —se defendió. —Además, soy de los mayores de este grupo junto con Samuel, Rosalie, y Roberto, tengo una responsabilidad con todos, especialmente con los más pequeños del grupo, como Caleb y Every. ¡¿Acaso creéis que liderar a un grupo de personas es fácil?! —exclamó molestándose. —No, no lo es. No tenéis ni puta idea de lo que es intentar contentar a todo el mundo aún cuando cada uno quiere algo distinto al resto. Escuchar como la gente te critica a tus espaldas, o como hay compañeros que acaban perjudicados por tus decisiones... —Alejandro guardó silencio por un instante.—Ivy, Wesley, Abby, Landon, Noah, Madison... ¿Os acordáis de ellos? Porque yo sí. Todos ellos murieron por malas decisiones que tomé, y lo que intento nuevamente espiando a ese grupo durante las ultimas semanas, es conseguir nuestro objetivo sin que nadie más muera. Pero parece que muchos de vosotros sois incapaces de entender eso, al fin y al cabo, todos pensáis en vosotros mismos y no os importa nadie más, por lo que no tenéis que cargar en vuestra conciencia la muerte de otros, pero ese no es mi puto caso, como líder tengo que preocuparme que no hagáis gilipolleces y os matéis por hacer el subnormal. Cada baja perjudica al grupo, por eso tengo que asegurarme de que no perdáis la vida en vano. Si vais a mataros, que al menos sea por un motivo de peso, joder...

—Entiendo... —dijo Samuel. —No lo había visto de ese modo...

—Supongo que todo esto lo has hecho por nuestro bien...—comentó Sabrina sintiéndose algo avergonzada.

—Sí, por vuestro bien, Sabrina, por vuestro puto bien. —contestó visiblemente molesto. —He tratado de impedir que el grupo se fracture y parte de este vaya directo a suicidarse. Pero vosotros, todos, —recalcó— solo sabéis quejaros como si solo os quisiera joder con mis decisiones. Pues no es así, y estoy hasta los huevos ya, ¿sabéis? Es muy fácil quejarse y criticarme cuando no estoy delante, pero nadie mueve un puto dedo por el bien del grupo. Solo pensáis en vosotros mismos... Como Tammy y los que la siguen con la gilipollez esa de atacar de frente sin plan ni ostias, no solo matándose ellos, si no poniendo en peligro al resto que no está de acuerdo con la forma de actuar de ese grupo. Pero claro, aquí como siempre yo soy el puto malo de la película. —se quejó cruzándose de brazos.

Ninguno de los cuatro allí presentes sabía que decir, se sentían cortados ante la bronca de Alejandro, pues sabían bien que todo lo que acababa de decir era cierto. Sin embargo, no se habían parado a ver las cosas desde aquel punto de vista.

—Ya pensaré en algo. —contestó antes de marcharse de mal humor de la cocina.

Todos quedaron en silencio mirándose sin nada que decir, hasta que Sabrina salió tras Alejandro dejando allí a sus compañeros.

La luz del sol de la mañana inundaba la estancia con su luz. Bajo la fina sábana blanca, se podía apreciar el contorno del cuerpo desnudo de la joven Tammy, quien despierta, yacía tirada en la cama, clavando en el techo una mirada vacía. Hacía rato que Alejandro se había marchado, aunque aquello no era extraño, lo raro era que antiguamente, cuando se marchaba de su lado cuando se despertaba cada mañana, solía sentir como la besaba o le hacía una caricia, actos que desde hace bastante tiempo había dejado de hacerle. Tammy lo sabía, no solo por los rumores, si no por el comportamiento de su chico la noche pasada. Alejandro ya no la amaba, ahora, él estaba tras aquella mosquita muerta de Sabrina. Esa furcia le había quitado al novio tras haber estado como una mosca cojonera tras él desde él momento en el que se conocieron en aquel pueblo.

—Esa perra mal parida... —susurró con desprecio.

Había tratado de ignorar aquel hecho y confiar en que solo eran celos infundados, no obstante, con el tiempo se dio cuenta que no eran simples imaginaciones suyas, era algo que ya incluso varias personas del grupo habían percibido. Trató de luchar por él, intentado complacer todos los deseos carnales de su chico, dándole la razón en todo y obedeciéndole mientras trataba de apartar a Sabrina de él. Sin embargo, ni siquiera eso había funcionado, y tras lo que sucedió en aquel pueblo y la muerte de su hermana, habían tenido frecuentes discusiones fuertes que habían estado distanciando a ambos.

La joven se ladeó en la cama incapaz de cambiar aquella mirada triste de su rostro. Se acabó. Ya no había nada por lo que seguir luchando, aquella puta le había quitado la última cosa que aún le importaba, aquel chico que la amó y la sacó del infierno al que fue expuesta a manos de su padre adoptivo. Tammy realmente deseó que Sabrina hubiese muerto devorada por los zombis en aquel puto pueblo de mala muerte, pero Alejandro se compadeció de ella ayudándola a salir de la escuela. Siempre está ahí, dando pena, apartada, llamando la atención, mostrándose frágil e inocente ante Alejandro y el resto, como una mosquita muerta, pero realmente era una auténtica zorra. Ojalá su padre la hubiese violado y golpeado hasta matarla... Pensó la chica sintiendo un odio profundo hacia la figura de Sabrina. Realmente deseaba pegarle una paliza y desfigurarle aquel rostro estúpido que tenía, dejarla tan desfigurada e irreconocible que ningún tío por muy necesitado que estuviese quisiera tirársela. Realmente, le encantaría hacerlo.

Los pasos apresurados de Alejandro cruzaban el pasillo directo al salón, dejando la cocina atrás. Las insistentes llamadas de Sabrina a su espalda llegaban a sus oídos, sin embargo, el joven hacía caso omiso a estas.

—¡¡Alejandro!! —insistió la joven agarrándole del brazo para detenerlo.

—¡¿Qué?! —exclamó volteándose para encararla.

—Yo... —Sabrina se sintió intimidada al ver aquel rostro amenazante en Alejandro. —Lo siento... Nunca llegué a pensar que soportabas tanto... Es solo... —la joven se sentía nerviosa mientras colocaba un oscuro mechón de su cabello tras la oreja.

—¡¿Qué?! ¡¿Es que pensabas que como líder me tocaba los huevos?! —preguntó agarrándola con fuerza de los hombros tras zafarse del agarre de Sabrina. —¡¿Es que piensas que disfruto de esto?! ¡¿Qué no me importa los problemas que tenemos o los compañeros que perdemos?!

—No, en absoluto... No quise decir...

—¡¿Entonces?!

—Yo... Lo siento... —su voz comenzó a quebrarse, y un par de tímidas lágrimas surcaron sus mejillas.

—¡¿Ah?!

Alejandro deparó entonces en aquel par de lágrimas, ver aquello le impactó de algún modo. Nunca antes la había visto llorar, aquella era la primera vez que lo veía, y el motivo de aquellas lágrimas no había sido otro que la agresividad que mostró hacia ella. El rostro del joven eliminó todo rastro de ira para expresar un total desconcierto.

—Me haces daño, Alejandro... —se quejó ante la fuerza con la que el chico apretaba sus hombros.

El joven de inmediato la soltó y retrocedió.

—Lo siento... —dijo casi con un susurro mirando por un momento las palmas de sus manos. Entonces miró de nuevo a Sabrina, quien se frotaba los hombros.—No quería agarrarte con tanta fuerza... De verdad...

Sabrina limpió sus lágrimas, nunca antes Alejandro se había puesto así de agresivo con ella, y mucho menos había llegado a hacerle daño. Ambos se miraron durante unos instantes a los ojos con una expresión de duda en sus rostros, sin nada que decirse. En aquel momento estaban viendo una nueva reacción que no habían visto anteriormente del otro, y no sabían como reaccionar a ello. Alejandro dio unos pasos atrás elevando las manos en señal de rendición.

—Lo siento... Creo que lo mejor es que no te acerques a mi durante un rato. —dijo con arrepentimiento.—Necesito estar solo para pensar y tranquilizarme...

El joven le dio la espalda, y sin nada más que decir, se marchó dejando a Sabrina a solas en el pasillo, aún en pleno estado de confusión. Alejandro nunca le haría daño, ¿verdad? Pensó la joven incapaz de reprimir la imagen de su padre en su cabeza. No, él jamás haría eso. Se dijo a sí misma manteniendo aún la mirada al final del pasillo, hacia donde se había desvanecido la figura cabizbaja de Alejandro.

Los ojos castaños de Roberto se abrieron con pesadez cuando alguien tocó a la puerta de su habitación despertándolo.

—No estoy... —respondió envuelto entre las sábanas dándole la espalda a la puerta.

Esta se abrió ante aquella respuesta, y Piper entró a la estancia.

—¿Qué haces aún acostado? Tenemos trabajo que hacer, ¿recuerdas? —le informó la joven de cabellos dorados.

—Joder... Aún es muy temprano... —se quejó el joven desde su posición.—¿Qué hora es?

—Casi las doce y media. —respondió la chica cruzándose de brazos.

—Lo dicho. Todavía es muy temprano. —respondió simplemente cerrando de nuevo los ojos dispuesto a continuar con su sueño. —Llámame sobre las dos o las tres.

Piper frunció el ceño indignada, y sin nada que decir se acercó a paso ligero a la cama, hacia la figura de Roberto. Con fuerza agarró las sábanas, y de un tirón, las quitó desvelando...

—¡¡¡Aaaarrrrrgggghhhh!!!

La joven se volteó de inmediato al contemplar el cuerpo completamente desnudo del joven, quien ante la ausencia de las sábanas velozmente ocultó su entrepierna con sus manos.

—¡¿Pero a ti que pollas te pasa?! —exclamó incorporándose en la cama.

—¡¡Cerdo!! —contestó la chica tras ver por unos segundos el cuerpo desnudo del chico, así como “aquello” que desearía no haber visto .—¡¿Cómo se te ocurre dormir en bolas, marrano?!

—¡¿Y a ti qué coño te importa como yo duerma?! ¡¡Acércame la puta sábana!! —exclamó el joven furioso.

Piper, sin apartar la mirada del suelo, recuperó la sábana del suelo y se la lanzó al chico para que cubriera su cuerpo con ella.

—¿Ya estás cubierto? —preguntó sin mirarle.

—¡Sí! —respondió irritado.

La joven se volteó para mirarle. Durante unos momentos, ambos se mantuvieron la mirada sin nada que decir. Roberto se percató de que Piper parecía pensar en algo mientras lo observaba. Aquello lo ponía tenso.

—¿Qué? —preguntó el chico poniéndose rojo ante la mirada de la chica.—¿Es qué tengo monos en la cara?

—No sabía que la tenías tan pequeña. —escupió con una sincera inocencia reflejada en su rostro y palabras.

—¡¡¿Cómo que pequeña?!! ¡¡Ya te gustaría a ti que te metieran semejante tranca, muchacha!!

—La verdad es que no. —contestó con seriedad.

—Solo está en su estado normal, idiota. —escupió con despreció aquella información poniéndose cada vez más rojo ante la vergonzosa situación. —Crece cuando estoy excitado, ¿sabes? Y ahora mismo ese no es el caso. —comentó cruzándose de brazos a la par que apartaba la mirada de la chica.

—Ya veo...

—¡Tsk! ¿Qué va a saber una virgen como tú de las pollas de los tíos?

—Tú también eres virgen, ¿recuerdas?

El chico la miró sorprendido al recibir aquella pulla, siendo incapaz de decir palabra alguna u ocultar aquel rostro rojizo que hizo dibujar una sonrisa de “gané” en el rostro de Piper.

—No eres el más indicado para hablarme de esas cosas. Lo que sabes de las mujeres es lo que ves en esas revistas que tanto os gusta ver a los tíos. Seguro que no sabes ni donde tenemos las mujeres el clítoris —respondió con un suspiro. —Ponte algo encima y sal ya de la cama. Tenemos trabajo que hacer. —contestó la chica de catorce años saliendo del dormitorio de Roberto.

—Siempre tiene que salirse con la suya... —comentó por lo bajo asumiendo la derrota tras ver la puerta cerrarse.

Piper, no había demasiado que contar de ella. Superviviente del desastre de Stone City, perdió a sus padres en la ciudad tras separarse de ellos durante las evacuaciones llevadas a cabo por las fuerzas de la ley, los cascos azules y la milicia americana allí apostada para contener el avance de las criaturas y salvar a los ciudadanos. Durante una larga temporada, vivió en el búnker militar de la ciudad, completamente sola, sin familia, amigos o conocidos, los que se hacían cargo de ella no eran otros que el propio personal militar y los voluntarios que velaban por la correcta convivencia entre todos los que allí permanecieron confinados durante todo aquel tiempo. Una tarea nada fácil debido a los numerosos problemas que se dieron, siendo Piper testigo de varios ataques de rebelión y conflictos entre las unidades militares y los civiles a causa del gran número de personas que eran y la falta de recursos, entre otros problemas. Huérfana, unos parientes lejanos establecidos en un pueblo en Canadá se hicieron cargo de su custodia, sin embargo, no había una relación demasiado afectiva entre ella y sus nuevos tutores, aunque aquello no significaba que tuviesen una mala relación. En aquel pueblo conocería a Roberto, Alejandro, Tammy y al resto del grupo original con el que posteriormente escaparía de allí buscando alejarse de los muertos vivientes hasta el día de hoy.

Por otro lado, fuera de la casa rural, en el interior del establo, algunos miembros de Los Matados se encontraban dentro alimentando con lo poco que les quedaba de pienso a los animales abandonados que allí residían, un tanto desnutridos, compuestos simplemente por un cerdo y un par de gallinas, por lo demás, el resto de animales que allí habían vivido alguna vez habían muerto ante la falta de alimento y agua, o simplemente habían escapado en algún momento.

—¡¿Oh?! ¡Mira Rosalie! —clamó una infantil voz la atención de su compañera. —¡Una de las gallinas ha puesto un par de huevos!

La joven conocida como Rosalie, dirigió su mirada de ojos castaños en dirección al chico que la llamaba. Rápidamente la joven se acercó a paso ligero acercándose al chico de cabellos oscuros que la esperaba con una sonrisa de oreja a oreja ante su descubrimiento.

—¡Vaya! —exclamó la joven sorprendida.—Tal vez podamos tener pollitos si dejamos que se incuben. —comentó positivamente mientras colocaba un mechó de su largo cabello castaño tras la oreja, cabello que recogía en una larga trenza que le caía por encima del hombro. —Nos vendría de fábula que además nos saliese un macho.

—Sí...—comentó el chico de once años sin mucho ánimo.—Desde que murió el gallo semanas atrás ya no podemos hacer que las gallinas tengas crías. Pero con esos huevos tal vez la cosa cambie.

—Ojalá... Pero al menos tenemos ya una esperanza puesta en esos huevos, Riley. Intentemos ser positivos. —suspiró llevándose las manos a la cintura.

La joven de dieciséis años observó al fondo del establo, en donde Violet, una chica de trece años, alimentaba al desnutrido cerdo con las reservas de pienso que aún quedaban en una de las bolsas de comida para animales. La joven torció los labios insatisfecha ante la visión. No quedaría pienso más que para uno o dos días más, sin embargo, en el pueblo de Rockrose, era consciente de que había una tienda de animales, tal vez allí podrían encontrar algo para el cerdo y las gallinas. No obstante, hasta que no atacaran a la noche el pueblo, no sabría si la comida de animales de allí era apta para aquellos animales de granja que tenían. Tiempo atrás tenían una vieja cabra, y una vaca un tanto esquelética, sin embargo, poco duraron en aquel establo cuando decidieron matar a ambos animales para poder alimentarse de ellos. Le preocupaba el tema de las reservas de comida del grupo, sabía que Alejandro llevaba el tema, sin embargo, se había dado cuenta que con el paso de los días, las raciones iban siendo cada vez más pequeñas, especialmente ayer en la cena. Se les estaban agotando los alimentos, estaba segura de ello. Aunque aún tenían una última reserva, aquellos animales.

Riley observó a su compañera mirando a lo lejos a Violet, una mirada de preocupación ensuciaba el hermoso rostro de Rosalie. Siempre la había visto como una especie de hermana mayor para todos los del grupo, no solo por ser una de las personas con más edad, también porque era buena, maternal, positiva, cariñosa, confiable y protectora. Era querida por todos los del grupo, y se comprometía bastante con este y con cada uno de sus integrantes, siendo un miembro valioso de Los Matados.

No sabía demasiado acerca de ella, tan solo sabía cosas que ella misma le había contado o que había escuchado del resto de sus compañeros. Sabía que era hija de una familia humilde. Su madre trabajaba de camarera en un restaurante, mientras que su padre era mecánico, y trabajaba a veces de canguro para ayudar económicamente a sus padres. Tenía entendido que era una buena estudiante que solía sacar altas calificaciones entre sus notas, también que le gustaban mucho los gatos, e incluso tuvo uno, sin embargo, tuvo que sacrificarlo ante una enfermedad que hacía sufrir al animal, y además, era buena tocando el piano. Eso era lo que sabía de boca de ella misma.

Por otra parte, había escuchado de varios compañeros del grupo rumores acerca de que Rosalie y Samuel tenían relación especialmente cercana, aunque no sabía bien a que se referían con eso. También decían que era bisexual, como Samuel. ¿Tal vez se referían a que eran pareja? Aunque nunca los veía actuar como tal, solo como simples amigos. También escuchó que un grupo de personas armadas asesinaron a sus padres. Al parecer, Rosalie, sus padres, y algunos amigos que hicieron por el camino, levantaron un campamento en una vieja escuela en la que vivieron durante una temporada, hasta que un día un grupo de bandidos llegaron en caravanas y entraron a la fuerza, no solo para robar hasta el último de los recursos de los que disponían, también para disfrutar violando a las chicas más jóvenes del grupo, entre las que estaba Rosalie, y torturando al resto de personas, en especial, a los hombres, a los que mataban una vez que se aburrían de golpearlos. Sus padres evitaron que fuese violada cuando mataron a uno de aquellos bandidos durante el ataque, sin embargo, fueron descubiertos.

Ella y sus padres corrieron por los pasillos evitando los disparos de las armas de aquellos tipos. Finalmente lograron encontrar una salida, una pequeña ventana de uno de los baños en los que se encerraron. Sus padres elevaron a Rosalie para que pudiera escapar por ella, y una vez estuvo fuera, la puerta se vino abajo y aquellos tipos dispararon a matar. Ella tuvo que contemplar como sus padres fueron fusilados frente a ella. Sin embargo, no pudo pararse a lamentar sus muertes, tuvo que salir huyendo rápidamente de los alrededores de la escuela antes de que aquellos asesinos llegasen al lugar en el que se encontraba, fuera del edificio. Durante semanas vagó sola, perdida y sin recursos de ningún tipo, sobreviviendo de lo poco que encontraba y ocultándose de los muertos vivientes tanto como le era posible.

Un día, Samuel, Alejandro, Sabrina y un par de antiguos integrantes del grupo, Noah y Landon, se encontraban de expedición, y decidieron separarse para buscar recursos en los puestos de comida en un desolado parque de atracciones, allí, Samuel se topó con Rosalie, quien desde lo alto de una de las atracciones, estaba dispuesta a lanzarse y acabar con su vida. Samuel la detuvo al llamar su atención tras subir rápidamente a la atracción en la que ella se encontraba. Aquella historia se la contó Sabrina tiempo atrás. Cuando se toparon con Rosalie, se encontraba físicamente muy demacrada tras pasar días sin apenas comer o beber algo, por no hablar de sus ropas sucias y rotas, las cuales dejaban claro que los muertos habían logrado pillarla en más de una ocasión, habiendo logrado escapar de estos por los pelos.

Y ahora... Riley la observó. Sin dudas, Rosalie era una joven muy hermosa, su rostro era casi angelical, y su cuerpo, sin dudas atraería la mirada de cualquier hombre que con ella se cruzase. Realmente le costaba imaginar una visión como la que tuvo Samuel o los otros cuando se la encontraron en aquel sitio, a punto de suicidarse. Pensar en que una chica tan buena como ella había pasado por aquellas experiencias... Cuando él se unió al grupo, Rosalie ya estaba en él, siendo ella, quien como un ángel, se apareció para ayudarle y darle un hogar junto al grupo cuando lo rescató del ataque de los muertos, quienes rodeaban la gasolinera en la que se encerró mientras esperaba a que sus padres, quienes fueron a buscar recursos, volviesen a por él tras un par de días esperando en el interior del local. Nunca volvieron. No sabía si le abandonaron o si murieron a manos de los zombis. Sea como sea, hacía tiempo que dejó de preocuparse por ello.

Rosalie se fijó entonces en el chico.

—¿Sucede algo, Riley? —preguntó con una sonrisa al ver como fijaba su mirada en ella.

—Ah... Nada. —respondió negando con la cabeza.

Entonces la puerta del establo se abrió atrayendo las miradas de Riley, Violet y Rosalie. Una silueta masculina se veía a lo lejos entre las puertas que daban acceso al establo. En principio, ninguno supo de quien se trataba hasta que el recién llegado avanzó hasta el interior de la estancia.

—¿Alejandro? —pronunció Rosalie extrañada.

El eco de unos pasos ligeros se escuchaban a lo largo de aquel pasillo. Con mirada decidida y ceño fruncido, aún dándole vueltas al asunto de la noche pasada, Tammy, molesta por la conclusión a la que llegó respecto a su relación con Alejandro, se dirigía al salón. En la casa, el resto de miembros del equipo iban de aquí para allá preparando sus labores o manteniendo conversaciones entre ellos esperando a que avisase alguien cuando el desayuno estuviese listo. Tammy pensaba en que debía de hacer algo con Alejandro, con Sabrina y con ella misma, no podía simplemente callarse e ignorar el tema como si nada pasase. Era un hecho que Alejandro seguía con ella por algún motivo, tal vez por algún interés en particular que tuviese, o por simple cobardía al no ser capaz de zanjar la relación entre ambos, o incluso, por ambas cosas. Por otra parte, aquella noche atacarían el pueblo de esa gente, podría vengar a su hermana... Aunque a decir verdad, no es como si fuese su hermana realmente. Scarlett era también una chica huérfana, con un año menos que ella, ambas fueron acogidas por el mismo hombre que posteriormente las prostituiría a ella y a Scarlett.

Durante aquel periodo, ellas y otras tres chicas, fueron tratadas como mera mercancía, o incluso como animales. Salían únicamente de casa para ir al colegio, todo para tratar de crear una imagen de estabilidad familiar en el que cosas como la higiene personal, ropa, alimentos, entre otras cosas, estaban cuidadosamente controlados por su padrastro para no levantar sospecha pública de la realidad que vivían dentro de la casa de aquel hombre. Incluso los golpes de sus cuerpos se ocultaban bajo ropa, complementos, e incluso maquillaje. Por lo demás, una vez volvían a casa, eran encerradas en una habitación común y vigiladas cada hora restante del día a la espera de que algún cliente quisiese acostarse con ellas. Debían de pedir permiso para salir incluso al baño o pedir comida. Debían de pedir permiso para cualquier cosa.

Varias veces al día, multitud de hombres, adolescentes, adultos y viejos, iban a la casa de su padrastro para abusar de ellas en habitaciones individuales, no importaba en absoluto la edad, la condición social o profesión de aquellos clientes, los había de todas clases. Incluso, cuando las cinco estaban ocupadas, aquellos hombres simplemente esperaban en el salón viendo la televisión o conversando entre ellos, entre otras cosas, hasta que una de las chicas terminase con el hombre con el que estaba en aquel momento. Entre estos clientes, había incluso un par de policías, y gente de uniforme que lucían como empresarios. Personas que veías en la calle como gente normal y corriente. Aquellos clientes no tenían porque ser precisamente gente con malas pintas o vidas delictivas, podían ser también populares estudiantes universitarios de matrícula, o un trabajador de oficina con familia. Si algo aprendió de toda aquella horrible experiencia, es que las apariencias muchas veces pueden engañar.

Aquellas personas acudían tentadas ante la posibilidad de mantener relaciones sexuales con chicas menores de edad, algo ilegal y repudiado socialmente. Algo que nadie descubriría debido a la seguridad y a los contactos de aquel hombre que se beneficiaba de la explotación de los cuerpos de aquellas niñas. Por otra parte, aquel hombre era un médico que trabajaba en el centro médico del pueblo, un hombre que públicamente se mostraba cercano, servicial y con una sonrisa de oreja a oreja... ¿Quién sospecharía de un hombre con esas características y tal profesión? Al menos, aquel hombre jamás abusó sexualmente de ellas, aunque sí las golpeaba si trataban de hacer algo en su contra, empleando determinadas técnicas para que en sus cuerpos no luciesen los efectos de las palizas. El prostituirlas no era otra cosa que unos ingresos extras que fácilmente llegaban a superar su nómina como trabajador. Ellas eran obligadas a satisfacer cualquier clase de fantasía sexual de los hombres que se acostasen con ellas, fuese la que fuese y sin importar si aquello suponía alguna clase de dolor o daño a ellas dentro de lo permitido por aquel tipo a sus numerosos clientes, al fin y al cabo, solo importaba que el este saliese satisfecho y decidiese volver otro día a contratar aquellos servicios sexuales.

Durante todo aquel tiempo, Tammy y Sacarlett estuvieron muy unidas, forjando un fuerte vínculo, casi como si fueran hermanas reales. En algún momento Alejandro fue allí por recomendación de uno de los tipos para el que a veces hacía ciertos trabajos de dudosa legalidad, sabiendo que si iba en su nombre, le harían un descuento por ser amigo de aquel hombre. Alejandro por aquel entonces era virgen, y quería satisfacer sus deseos sexuales con alguien más o menos de su edad, ya que nunca llegó a interesarse en mujeres maduras o de mucha más edad que él. Y cuando estuvo allí y se encontró con Tammy y aquella situación, por mero instinto asesinó a su padrastro y amenazó a algunos de los clientes que allí había, los cuales huyeron espantados al ver el panorama en el que se vieron envueltos. Al fin y al cabo, a ninguno de aquellos clientes le convenía verse involucrados en una situación como aquella. Tras eso, las chicas huyeron y Tammy no volvió a saber de ellas.

Por otra parte, ella y Scarlett vivieron en una casa abandonada de la que Alejandro se apropió hacía varios años, en una zona de campo en los límites del pueblo en el que vivían. La verdad es que para haber estado años abandonada, no estaba en tan mal estado, y su nuevo propietario se había ocupado de limpiarla, ordenarla y arreglar algunos de los muebles allí abandonados, además de comprar algunos nuevos y otras decoraciones para hacerla algo más acogedora empleando el dinero que ganaba con sus trabajos. Aquel lugar era el santuario al que escapaba tanto tiempo como pudiese de su casa y entorno familiar. Allí, ambas chicas permanecían ocultas de la mirada de los posibles clientes de su padrastro, quienes aterrados por la posibilidad de ser descubiertos al haber mantenido relaciones con ellas a cara descubierta, pudieran querer tomar represalias de algún tipo contra ellas a fin de ocultar lo que hacían en la casa de aquel tipo. Desde entonces, ambas habían estado juntas, inseparables, hasta que en el ataque al pueblo en el que murieron varios miembros del grupo, Scarlett persiguió a aquella chica por aquel callejón. Nunca más volvió a saber de ella, sin embargo, algo era seguro, y era que ella debía de estar muerta, ya que la otra chica permanecía con vida ayudando a sus compañeros con las tareas del pueblo. Ardía en deseos de atacar aquel lugar y ocuparse de la asesina de su hermana.

Entonces Tammy chocó con alguien quien doblaba la esquina al pasillo.

—¡Auch!

—¿Ah? ¿Estás bien? —preguntó Tammy de inmediato sin deparar contra quien se chocó.

—S...

La respuesta no terminó de formularse cuando ambas chicas se miraron a la cara.

—Sabrina... —pronunció Tammy con más que evidente desprecio.

—Tú...

Tammy clavó una mirada grave en el rostro de la chica, quien por el contrario, apartó su mirada incómoda ante el encuentro sintiendo la ferviente necesidad de quitarse del medio. Durante unos eternos instantes, el silencio entre ellas se cubrió de un ambiente tenso y volátil.

—Mira por donde vas, cegata —respondió con desprecio.

Tammy con la cabeza en alta, pasó por su lado golpeando su hombro con el de Sabrina en señal de provocación mientras se disponía a doblar la esquina por la que Sabrina apareció.

—Eres tú la que deberías de mirar por donde va, estúpida... —susurró cabizabaja mientras se alejaba.

Los pasos de Tammy se detuvieron abruptamente. Una expresión de sorpresa e ira se dibujó en su rostro. Velozmente, se volteó y agarró a Sabrina del hombro obligándola a girarse para mirarle a los ojos.

—Repite lo que acabas de decir. —ordenó clavando una afilada mirada en los asustadizos ojos de Sabrina.

—Yo... No... No he dicho nada... —respondió con nerviosismo.

—Cobarde... —susurró con desprecio. —Te gusta mucho hablar entre dientes, pero a la hora de la verdad, no tienes los huevos necesarios para decir las cosas a la cara, desgraciada.

Ante el comentario, los ojos de Tammy depararon en como Sabrina cerró sus puños con fuerza, y entonces, tras mirarla al rostro, pudo ver aquel par de ojos verdes mirándola directamente a los ojos. Tammy frunció el ceño, y apretando los dientes con rabia al interpretar aquel silencioso gesto como una manera de plantarle cara, agarró a Sabrina por el cuello para estamparla con brusquedad contra la pared. Sabrina se quejó al momento al sentir como la parte trasera de su cabeza se golpeaba contra la pared.

—No me hagas reír... —pronunció la joven sin aflojar la mano con la que aún envolvía el cuello de la chica. —¿Cómo te atreves a intentar plantarme cara, pedazo de mierda?

—Yo... No soy... —intentó articular palabra sintiendo la fuerza de aquella mano cerniéndose entorno a su cuello.

—¿Dices algo? No te escucho. —respondió dibujando una sonrisa en su rostro.

—Pedazo de mier... ¡¡Argh!!

Sabrina no terminó la frase cuando su cuerpo se encorvó con violencia hacia adelante ante el inesperado rodillazo que Tammy encajó con violencia en el estómago de la joven. Por un instante, Sabrina sintió como el flujo de aire a sus pulmones se cortaba de golpe. Saliva salió despedida de la boca de la joven, cayendo en el pantalón de su agresora, quien observó aquello con asco.

—¿Quién te dio permiso para dejar que tu asquerosa y pestilente saliva cayera sobre mi pantalón? —preguntó soltando a Sabrina.

La joven cayó arrodillada al suelo abrazando su vientre dolorido. Tammy la agarró del pelo y elevó su cabeza para que la mirase. La saliva caía entre sus labios, y lágrimas emanaban de la aterradora mirada de la chica. Tammy sonrió ante aquella patética visión.

—Eres patética, Sabrina. —pronunció deleitándose de aquellos ojos verdes aterrados. —No comprendo como Alejandro pudo haberse compadecido de una mujer tan débil, vulgar y miserable cuando estábamos en aquel pueblo. Debió de dejarte a tu suerte en aquel colegio, donde deberías de haber muerto devorada por los zombis o pisoteada bajo los pies de las personas que huían despavoridas por los pasillos. O tal vez, tu padre debió de arrebatarte la vida tras violarte.

Sabrina sintió un escalofrío recorrer su espalda tras escuchar aquellas últimas palabras.

—Aún guardas aquello que le arrancaste a ese hombre en el cofre, ¿verdad? Tanto tiempo guardándolo... ¿Realmente no disfrutabas cuando te violaba? Seguro que aún te excita pensar en aquello, puede que incluso aún le des uso a esa cosa asquerosa que tienes aún guardada cada noche.

—Yo... —Sabrina fue incapaz de reprimir los recuerdos de las veces que su padre abusaba sexualmente de ella. —Ah...

—A mi no me engañas, mosquita muerta. Te has acercado a Alejandro todo este tiempo, poco a poco, mostrándote vulnerable e inocente, probablemente incluso abriéndote de piernas hasta lograr hacer que se separase de mi. Todo el mundo cree que eres frágil e inocente, pero yo no me lo trago. Solo eres una puta mal parida que esperas el momento oportuno para atacar por la espalda y aprovecharte de una situación, como hiciste ante las constantes broncas que Alejandro y yo hemos estado teniendo. Me has quitado lo único que me importaba.

Sabrina, consciente de que Tammy había descubierto la relación que tenía con Alejandro a su espalda, no se atrevía a mirarla a los ojos, le aterraba solo el imaginar la manera en la que Tammy debía de estar mirándola mientras decía aquello. Tammy la observó con indiferencia al ver que estaba lo suficientemente aterrada como para ser incapaz de articular palabra alguna. Simplemente se limitaba a estar arrodillada en el suelo temblando y lloriqueando mientras la joven aún la sujetaba del pelo.

—Deberías morir. —pronunció Tammy con extrema seriedad y sinceridad.

Los ojos de Sabrina se abrieron de par en par al escuchar aquellas frías palabras, y tras unos instantes mirando anonadada al suelo, elevó la mirada para ver a su agresora.

—¿Quién te dio permiso para mirarme, apestosa?

—¡¡Ah!!

Entonces, Tammy propinó un fuerte rodillazo al rostro de Sabrina, haciendo que la cabeza de esta saliera despedida violentamente contra la pared del pasillo golpeándose nuevamente. Tammy observó su mano por un momento.

—Que asco... —pronunció la joven.

La fuerza del rodillazo fue tal, que la cabeza de Sabrina escapó del agarre de Tammy, aún cuando esta no abrió la mano para dejar libre su cabeza. Ante la brutalidad del golpe y el agarre de la agresora, varios cabellos oscuros quedaron atrapados en el puño de Tammy.

—Me enfermas. —escupió con desprecio observando a la chica tumbada en el suelo hecha un ovillo, incapaz de dejar de temblar y lloriquear.

Entonces, Tammy reaccionó a unos pasos acercándose. Samuel dobló la esquina topándose de lleno con Tammy y Sabrina, ambas, de pie, permanecían una frente a la otra en silencio, cada una en el lado opuesto de aquel pasillo.

—¿Qué hacéis aquí? —preguntó el joven.

—Nada, solo charlábamos. —respondió Tammy con un suspiro. —¿Verdad?

Sabrina, cabizbaja, asintió en silencio.

Samuel frunció el ceño al ver que Sabrina estaba algo extraña, y colocándose frente a esta, puso una de sus manos en el hombro de la chica.

—¿Estás bien? —dijo preocupado.

Sabrina elevó lentamente la mirada, y tras Samuel, pudo ver a Tammy con una demencial sonrisa en el rostro. La joven pasó frente a su cuello su dedo índice horizontalmente, lanzándole una hostil advertencia con aquel gesto.

—Sí, estoy bien. —contestó con una falsa sonrisa en su rostro.

La joven colocó tras ella sus brazos tratando de ocultar el temblor de su cuerpo de la mirada de Samuel. Sin embargo, el joven observó los ojos enrojecidos de la joven, así como el leve temblor de sus hombros. Algo no iba bien...

—¡Ey Tamm... ¡¡Ah!! —el joven se volteó tratando de llamar la atención de su compañera, sin embargo algo lo detuvo.

Frente a él estaba Tammy, sin embargo, se encontraba tan cerca de él que tan solo unos pocos centímetros separaba el rostro de la chica del suyo, reflejándose Tammy en las pupilas azules de los ojos de Samuel. Las manos de la chica se alzaron a la cabeza del joven, y sin nada que decir colocó bien y cuidadosamente el gorro de tela gris que cubría parcialmente los oscuros cabellos del joven.

—Te dejé la revista que te cogí prestada tras el mueble en el que la guardabas. Al final no la utilicé, simplemente le eché un vistazo por encima. —comentó terminando de colocarle el gorro.

Samuel frunció el ceño.

—No sé que ha pasado entre voso...

El joven no pudo terminar cuando las manos de Tammy se colocaron sobre sus hombros apretándolos moderadamente. Ambos se miraron fijamente en silencio. Uno con una mirada sorprendida a la par que extrañada, y otra con una mirada hostil de advertencia.

—¿Nunca te han dicho que no es bueno meter las narices en donde no te llaman? —preguntó con una inocente sonrisa sin dejar de mirarle directamente a los ojos. —Creo que como muchos, tú también tendrás que prepararte para esta noche, ¿no?

Samuel se sintió amenazado en aquel momento. Él no era un chico que le agradasen precisamente los conflictos personales, de hecho, prefería evitarlos a toda costa, ya tuvo demasiados en el pasado con su familia y sus amigos... Sabía que muchos podrían llamarlo cobarde por actuar así, aunque él simplemente se definía como alguien pacífico que vivía con una filosofía de vida determinada, vive y deja vivir. Sin embargo, no le agradaba que sus compañeros se peleasen entre ellos, al fin y al cabo, todos eran una gran familia, ¿no es así? Aunque realmente él no era el más adecuado para decir eso, al fin y al cabo eso de la familia... no era más que un juego para él. Nunca podría ver aquella gente como su familia, ni quería, simplemente estaba con ellos por interés, por mejorar sus probabilidades de supervivencia. La unión de aquel grupo era vital para la supervivencia de todos, no quería que se fracturase por conflictos entre sus integrantes, aquello no le convenía a él ni a ninguno de los miembros de Los Matados. Él incluso se preocupaba de aportar su granito de arena a la convivencia de aquel grupo mostrándose cordial y servicial con todos, no sin olvidar los límites que él mismo levantaba por seguridad frente a cada uno de sus compañeros. Aquella actitud se podía describir bien con la parábola del dilema de los erizos, del filósofo alemán Arthur Schopenhauer, la cual leyó tiempo atrás en un viejo libro.

El joven fue a responder cuando sintió tras él como Sabrina le agarraba del brazo.

—Está bien... —comentó con una sonrisa. —Solo hemos tenido una pequeña disputa, nada más.

Samuel miró nuevamente a Tammy, quien se encontraba algo más alejada de él, apoyada en la pared cruzada de brazos.

—Es como dice Sabrina, todo fue una pequeña disputa, nada más que eso. —contestó suspirando.

Samuel no se lo creía del todo, pero prefirió ignorar el tema por ahora.

—Sabrina, ¿por qué no me ayudas con unas cosas que tengo entre manos?

—Está bien... —contestó marchándose de allí con él.

Silenciosa, Tammy los observó marchar.

—Te has librado, por ahora. —susurró la joven observando la espalda de Sabrina con profundo desprecio.

La silueta negra de Alejandro avanzó hacia el interior del granero, silenciosa y decidida. Rosalie frunció el ceño extrañada, ya que no era normal ver a Alejandro en un lugar como aquel. Violet se puso en pie dejando al cerdo comer el pienso que la chica le depositó en el suelo. Riley por su parte, se escondió tras Rosalie como era costumbre cuando veía a Alejandro. En ocasiones, por necesidad, el grupo solía tener la costumbre de cazar supervivientes cuando requerían de recursos inmediatos para sobrevivir, sintiendo completa indiferencia de la edad o sexo del objetivo al que iban a atacar. Ellos como grupo no preguntaban ni negociaban, simplemente cogían lo que querían, por lo que la manera más fácil de hacerse con los recursos ajenos, no era otro que matar a sus propietarios. Días atrás pasó lo mismo cuando varios compañeros, entre los que se encontraba Scarlett, fueron a Rockrose y se toparon con aquellas tres chicas, finalizando en el fracaso de la misión y la muerte de varios miembros del grupo.

Mucho tiempo atrás, durante una de esas cacerías, al poco de ingresar Riley al grupo, el chico fue testigo de un brutal asesinato perpetrado por el propio Alejandro contra un hombre, quien tratando lógicamente de defenderse, mató a una compañera del grupo, y apuñaló, aunque no de gravedad, al propio Alejandro. Desarmado, herido, y lleno de ira y desenfreno, empleó una roca del suelo para golpear hasta la muerte las cabeza de aquel tipo, sin embargo, no acabó ahí, aún muerto, continuó golpeando salvajemente la cabeza de su víctima machacándola hasta que se cansó de hacerlo, llenando en el proceso su propio rostro y ropas de la sangre del hombre fallecido.

Desafortunadamente, Riley, quien vio todo aquello oculto tras unos árboles, descubrió accidentalmente su presencia atrayendo la demencial mirada y el rostro pintado de carmesí de Alejandro. Desconocía que clase de expresión debía de estar presente en Alejandro en aquel momento, sin embargo, debía de ser lo suficientemente horrible como para hacer que Riley le temiese, e incluso, llegase algunas noches a tener pesadillas con aquel día llegando a orinarse en la cama. Ciertamente, Rosalie sabía bien que Alejandro podía ser alguien muy violento en ocasiones, teniendo problemas para contener su ira. Pero no era tan mal tipo en el fondo. No le agradaba cuando él y otros miembros del grupo salían a la caza de supervivientes o iban por ahí con aquellos adornos y disfraces tan grotescos. Muchas veces veía aquellas acciones como excesivas por parte de ellos. Aunque, ella también había tenido que participar en situaciones como esas.

No obstante, sabía bien que Alejandro y otros no lamentaban sus acciones a la hora de asesinar a otros seres humanos, estos justificaban aquellas muertes, o maneras de increpar a sus objetivos, por motivos de supervivencia, así como pensaban que en aquel mundo solo existía la ley del más fuerte, si no lo hacían ellos, si ellos no mataban y robaban cuando tenían la oportunidad y la necesidad, lo harían otros.

De todos modos, aunque no estuviese ella muy de acuerdo con ciertos actos por parte de algunos de los miembros de su grupo, tenía que reconocer que gracias a ellos continuaba viva. Sabía que no era la única en el grupo de Los Matados en pensar así, Samuel pensaba igual, por ejemplo. Sin embargo, todas esas personas con una opinión como la suya, toleraban aquellas acciones de dudosa moralidad por el simple hecho de sobrevivir. Simplemente, era algo necesario actuar de aquella manera sin vacilar. Todas las acciones del grupo se podía resumir con la expresión “ellos o nosotros”.

No todos los integrantes de aquel grupo habían matado a un ser humano antes, había algunos que por algún motivo nunca habían tenido la necesidad de hacerlo, así como tampoco tenían un pasado turbio que moldeara aquel carácter violento como el de Alejandro u otros miembros del grupo. Es por estos mismos factores, que personas como ella o Samuel, tenían aún algunos valores éticos del viejo mundo que les impedía cometer actos como aquellos con total indiferencia y naturalidad, como era el caso de los más radicales del grupo.

—Es extraño verte por aquí, Alejandro. —comentó Rosalie algo confusa.

—No estaría aquí si no fuese importante. Odio el olor a animales de granja...—respondió arrugando la nariz ante el olor que envolvía el ambiente.

—¿Entonces? —preguntó cruzada de brazos.

Alejandro deparó momentáneamente en la figura de Riley tras Rosalie, sin embargo, decidió ignorarlo. Era consciente que le temía, y no importaba como de agradable tratase de mostrarse hacia él para demostrarle que no era una amenaza, el hecho de que le temía no iba a cambiar por la impresión que se llevó de él al poco de unirse al grupo.

—No hay para desayunar, ni comer, ni nada... —comentó metiéndose las manos en los bolsillos. —Por eso estoy aquí.

Rosalie frunció el ceño ante la noticia.

—Una de las gallinas puso un par de huevos, puede que...

—No sirve. —se adelantó interrumpiéndola. —Necesitamos comer ahora y solo dos huevos no sirven de nada para treinta bocas que alimentar. Necesitamos a ese cerdo. —dijo haciendo un movimiento con la cabeza en dirección a Violet y el animal, quienes se encontraban al fondo de la estancia.

Alejandro sacó una pequeña navaja de su bolsillo trasero, y sin nada que decir, se encaminó en dirección al animal. Violet retrocedió apartándose de su camino. Era necesario, tenían que comer. El animal elevó su rostro inocentemente, reflejando en sus oscuras pupilas el rostro del chico. El animal retrocedió varios pasos mientras miraba a un lado y otro buscando una escapatoria.

—Violet, sujétalo.

—Sí... —respondió un tanto indecisa.

La joven lo rodeó hasta colocarse tras él, y con delicadeza, tratando de no asustarlo, lo agarró tratando de que no se escapara. Con el animal detenido, aunque algo agitado, Alejandro se acercó a él tranquilamente para colocar el filo de la navaja bajo el cuello del animal. Rosalie se percató de como Riley se agarraba con fuerza a su cintura, y teniendo en cuenta la imagen que estaba por ver, decidió taparle los ojos con la mano. Violet se sentía nerviosa, nunca había participado en algo como aquello, y debía de reconocer que sentía lástima por la suerte de aquel animal, sin embargo, no había otra opción, no podían tampoco morirse ellos de hambre. Alejandro pudo verse a sí mismo reflejado en la mirada nerviosa del desnutrido animal, sus respiraciones eran fuertes y agitadas. Debía de sujetarlo cuando procediese a cortarle, de lo contrario huiría de inmediato. El filo de la navaja se posó con lentitud en el cuello del animal, y entonces, un desgarrador chillido emanó de la garganta del cerdo cuando la sangre se desparramó al suelo.

—¡¡¡SUJÉTALO!!! —gritó Alejandro en cuanto la bestia trató de zafarse del agarre de Violet.

—¡¡¡LO INTENTO!!! —gritó aferrándose con los brazos al muslo del animal.

Rosalie cerró los ojos ante el macabro espectáculo. Aquellos desgarradores gritos le ponían la piel de gallina. Fue entonces cuando el animal logró zafarse del agarre de Violet, tras obligar a Alejandro a separarse cuando a punto estuvo de recibir un mordisco del alterado animal. El cerdo, sin cesar en sus horripilantes gritos de dolor, corrió por el establo confuso y asustado, dejando un reguero de sangre allá por donde pasaba. En su huida, el animal chocó contra la zona que usaban de corral, asustando a las gallinas. Rosalie se alejó inmediatamente de Riley y corrió a atrapar al animal cuando este se dirigía a las puertas del establo que Alejandro dejó abiertas al llegar.

—¡¡No dejéis que escape!! —gritó Alejandro corriendo junto con Violet en la misma dirección que Rosalie en cuanto vieron al animal escapar.

Los gritos del cerdo herido llamó la atención de los miembros que estaban en la casa rural en aquel preciso momento, quienes alertados por las voces de Alejandro, Violet y Rosalie, salieron a ver que estaba sucediendo. El animal corría en estado de pánico sorteando las vallas de madera quemada que rodeaban el exterior de la edificación. En aquel preciso momento, varios jóvenes corrieron desde la casa rural a ayudar a sus tres compañeros antes de que el animal escapara de la zona o atrajese la atención de los muertos que había por la zona, o incluso, de los que residían en Rockrose.

Varias personas corrían tras el animal confuso, asustado y herido. La sangre no cesaba, largos regueros de aquella sustancia roja dibujaban en el suelo la trayectoria del animal desangrándose. Los ojos del cerdo se movían a una y otra dirección viendo a sus cazadores correr para rodearle desde varios lados. Perdía energía, la sangre comenzaba a gotear de su hocico y boca. Le dolía al respirar.

—¡¡Atraedlo hacia mi!! —gritó Alejandro con navaja en mano.

—¡¡Piper por la izquierda!! —señaló Roberto.

—¡¡Voy!!

—¡¡William, Oliver, Mía, por aquí!! —advirtió Rosalie.

—¡¡Violet, Sienna, por detrás!! —gritó un joven a sus compañeras.

—¡¡Ya vamos, Kai!! —contestó Violet siguiendo sus órdenes.

El animal, agotado, detuvo sus pasos al ver como todas aquellas personas le rodearon impidiéndole correr a ninguna parte. Jadeando, el animal retrocedió entre gritos al ver a Alejandro entrar al círculo con la navaja en mano. Una y otra vez, el animal miraba en todas direcciones buscando como escapar.

—Kai, Roberto, —llamó Alejandro a sus compañeros.—sujetadlo para que no me muerda.

Ambos compañeros procedieron a la inmovilización del animal, quien con sus últimas fuerzas trataba de quitarse de encima a los muchachos que lo sujetaban. En sus pupilas negras se reflejó el acero de la navaja. Más y más agitado, el cerdo trató de escapar del agarre de los dos muchachos.

—¡¡Date prisa o se nos escapa!! —se quejó Kai ante la fuerza del moribundo animal.

—El cabrón, como lucha hasta el final... —comentó Roberto sintiendo las sacudidas del cerdo.

Entonces, Alejandro envolvió el cuello del cerdo con su brazo, y velozmente hundió el filo de la navaja en este. Un chillo desgarrador salió de su garganta al sentir el frío acero del arma penetrando su piel. El animal, chillando a pleno pulmón, trató con todas sus fuerzas de escapar, sin embargo, el filo penetró hasta en seis o siete ocasiones sucesivamente. El animal cayó como un peso muerto sobre su propio charco de sangre. Su cuerpo se inflaba con pesadez tomando las últimas bocanadas de aire, mientras que de sus pupilas no se desvanecía el rostro de Alejandro, quien permanecía en pie frente al animal agotado por la persecución y la resistencia que opuso. Un par de lágrimas brotaban de los ojos del animal agonizante. A veces, movía las patas como si aún intentase levantarse para escapar de allí, sin embargo, ya era demasiado tarde. Finalmente, el animal murió tirado en el suelo, con todas aquellas personas que le rodeaban acercándose a su cadáver.

—Te has puesto perdido de sangre. —comentó Sienna mirando a su líder, cuyas ropas y rostros se teñían de aquella intensa coloración.

—Pobre animal... —comentó Rosalie junto a esta. —Ha debido de pasarlo realmente mal.

—¿Por qué has querido matar al cerdo, Alejandro? —preguntó Mia cruzándose de brazos.

—¿Tú por qué crees? —respondió Alejandro limpiándose como podía la sangre de la cara con las manos. —Nos hemos quedado sin alimentos. No tenía otra opción.

—Joder, pues vamos bien... —suspiró Oliver disgustado con la respuesta. —Supongo que era necesario.

—Sí, lo era. No quería preocuparos con el tema de la escasez de alimentos, llevaba días pensando en algo para solucionar el tema, y lo único que se me pasó por la cabeza fue hacer esto. —reveló el joven cabizbajo contemplando el cadáver.

Sus compañeros intercambiaron silenciosamente varias miradas de desconfianza e insatisfacción, no solo por lo que acababa de pasar con el cerdo, también por la revelación que acababa de hacer Alejandro sobre los recursos alimenticios del grupo. Sabían que debían de estar agotándose, pero no imaginaban que estarían tan mal como para recurrir a los animales de la granja.

Alejandro, intentando no cruzar miradas con sus compañeros tras revelar lo mal que estaban, miró hacia la casa rural, en donde muchos de sus compañeros los estaban observando desde la entrada de la casa o a través de las ventanas de esta, mientras, podía ver como muchos conversaban entre ellos sin dejar de mirar en su dirección. Desde luego, había dado un espectáculo con lo del cerdo, y no para bien. Apostaría a que muchos no lo entenderían y estarían en aquellos precisos momentos criticándole por lo que acababa de pasar. Sin embargo, le daba igual. Él era el líder y sabía bien lo que hacía.

—William, Piper, traedme algunos cubos para almacenar su sangre. Nos servirá para pintarnos cuando vayamos a atacar esta noche. —ordenó Alejandro al dúo.

—De acuerdo. —contestó William dándose media vuelta para marcharse con Piper a por unos cubos.

—Roberto, trae un cuchillo grande y afilado para descuartizar al animal. Y tú, Violet, trae algo para guardar la carne. Mia, trae alguna carreta para llevar todo hasta la casa.

Los tres compañeros procedieron a las órdenes de su líder.

—¿Vas a ocuparte de él aquí? —pregunto Sienna.

—¿Y donde si no? ¿Quieres que llene la casa de sangre? —contestó el joven. —Una vez esté la carne cortada y la sangre sacada, lo llevaremos todo a la casa para cocinarlo y comer esta medio día y a la noche. Hoy no habrá desayuno, ya que llevará tiempo hacer todo esto, por lo que pasaremos directamente a la comida.

—Entiendo. Supongo que usaremos otras partes del cuerpo para nuestra táctica de increpar a los enemigos, ¿no? Algunas cosas de las que usamos para disfrazarnos se están pudriendo y empiezan a apestar.

—Sí. Además de la sangre, estaba pensando en hacer una careta con sus rostro. Los ojos, las orejas, el morro y algunas vísceras también nos servirán para cambiar el material que se nos está pudriendo por uno nuevo.

—Puede que algunos huesos también nos vengan bien.

—De acuerdo.

—Argh... Esto de vestirnos con vísceras de zombis o animales y pintarnos con sangre es realmente asqueroso... —comentó Rosalie escuchando a sus compañeros hablar.

—Lo sé, pero funciona. —respondió Alejandro. —Es gracias a esos desagradables disfraces que muchas personas se han echado atrás cuando se han topado con nosotros.

—Tiene razón. Si solo vieran que somos chicos normales, puede que esas mismas personas nos hubiesen atacado. —apoyó Sienna la opinión de su compañero.

—Ya, lo comprendo, pero no por ello me deja de parecer menos desagradable. —suspiro la joven cruzada de brazos. —Bueno, voy a volver al establo. Dejé allí a Riley.

—Va. —contestó Alejandro simplemente.

A Rosalie no le llevó mucho tiempo regresar al establo. Allá por donde pasaba, podía apreciar el rastro de sangre que el animal había ido dejando a su paso mientras huía despavorido. Una vez entró a la estructura, pudo ver a Riley arrodillado en el suelo mirando algo en la zona que usaban de corral para las gallinas.

—¿Riley?

—Rosalie...

—¿Qué sucede? —la joven se acercó para ver lo que estaba mirando el chico. —Vaya...

—Se rompió uno de los huevos. —comentó viendo este estallado en el suelo. —Debió de ser cuando el cerdo se golpeó contra el corral asustando a las gallinas.

Rosalie se arrodilló a su lado y colocó la mano sobre su cabeza atrayendo su mirada. —No te preocupes, aún queda otro huevo, y la gallina pondrá más. No pasa nada porque se haya estropeado uno. —dijo con una sonrisa en su rostro.

—Sobre eso...

El chico, lejos de animarse, se deprimió aún más.

—¿Por qué pones esa cara, Riley? ¿Qué sucede?

—Ha desaparecido una de las gallinas... —respondió casi con un susurro.

—¡¿Qué?!

Rosalie se puso en pie y buscó con la mirada a ambos animales, no tardó nada en deparar en que uno solo se encontraba picoteando el suelo en un rincón del interior del corral. Lo peor de todo, es que no tardó tampoco en darse cuenta que no era la gallina que había estado poniendo aquellos huevos.

—Maldita sea...

—Tuvo que escapar durante el revuelo, aprovechando que la puerta estaba abierta. Lo siento, no me di cuenta de que se escapó... Solo estaba concentrado en atrapar a esa para que no huyera y no me di cuenta de la otra... —se disculpó el chico sintiéndose culpable por ello.

Rosalie torció los labios ante la situación. Quedaba un huevo, sin embargo, sin la madre calentándolo, de ese huevo no saldría nada. La culpa no fue de Riley, ni de nadie. Solo fue un accidente. Podría haber echado la culpa fácilmente a Alejandro por no cerrar la puerta cuando entró, sin embargo, tanto ella como Violet, o el propio Riley, pudieron haberla cerrado antes de matar al cerdo, pero a ninguno se le ocurrió. La joven colocó su mano sobre el hombro del chico.

—No te preocupes, Riley. No ha debido de pasar demasiado tiempo desde que se escapó. Voy a avisar al resto para que me ayuden a buscarla, ¿de acuerdo? Seguro que no está muy lejos. —lo consoló.

—Yo también quiero ir.

—De acuerdo. —respondió con una sonrisa.

Ambos, tras cerrar el establo únicamente con una gallina en su interior, fueron a pedir ayuda a algunos de sus compañeros para buscarla por la zona. Por otra parte, varios miembros del grupo habían comenzado a ayudar a Alejandro a cortar la carne y coger los elementos necesarios para sus disfraces, para posteriormente transportarlo todo al interior de la casa rural. Las horas pasaron, y el día continuó avanzando. Los últimos rayos anaranjados del atardecer ya comenzaban a desvanecerse dando paso al oscuro cielo nocturno. En poco tiempo, la noche cubriría todo con su manto, dando inicio al ataque a Rockrose.

—Entonces... —habló Roberto desde el sofá en el que se encontraba sentado junto a Samuel. —¿Encontrasteis a la gallina?

—Sí, la encontramos... —respondió Rosalie sentada con Piper en un segundo sofá frente a los chicos. —Pero muerta. —aclaró colocando sobre la mesa que separaba ambos sofás una taza con manzanilla caliente.

—Cuando llegamos apenas quedaban algunas plumas... —añadió Piper.

—Me pregunto como los muertos, con lo lentos que son, pudieron cazarla. —comentó Roberto intrigado.

—No fue un zombi, eso es seguro. —le respondió Samuel. —Probablemente tuvo que ser algún animal salvaje que estuviese rondando por la zona.

Rosalie se quedó mirando a Samuel tras terminar de hablar. Piper había retomado nuevamente la conversación, pero la joven la ignoró por unos momentos. Desde hacía ya rato, se había percatado de que Samuel estaba algo serio y distraído, mostrándose bastante callado durante toda la conversación, algo inusual en él. Parecía preocupado por algo.

El moreno se percató entonces de la mirada que su compañera clavaba en él, y como respuesta a aquel acto, el joven le guiñó un ojo mientras dibujaba una sonrisa en sus labios. Rosalie le devolvió a cambio una media sonrisa en respuesta antes de atender a la conversación que Piper y Roberto habían estado manteniendo.

—Me esforzaré durante el asalto. —aseguró Roberto a Piper. —Puede que Alejandro me premie dándome la posibilidad de hacer presa a la rubia tetona esa. —dijo entre risas. —Me van más las maduras, ¿sabes? Aquí sois todas unas crías que aún estáis por desarrollar.

—¿Por desarrollar? ¿Y te atreves a decir tú algo como eso, picha corta? —respondió Piper con desdén. —No sé que puedes hacer tú con una madura cuando las chicas de aquí no tienen ni para empezar contigo. Por eso sigues solo y virgen.

Rosalie y Samuel no pudieron evitar romper a carcajadas ante su respuesta. La risas de sus compañeros hicieron enrojecer de vergüenza a Roberto, quien rápidamente trató de pensar en algo que decir para contraatacar.

—¡¡Cállate!! ¡¿Acaso no recuerdas que tú también eres virgen, Piper?!

—Porque yo quiero. —respondió la chica con total seguridad. —No hay ningún tío que me interese en el grupo.

—¡¿Ah?! ¿Qué eres ahora, bollera? —respondió intentando molestarla. —Seguro que prefieres a alguien como Rosalie antes que a un buen macho como yo.

—¡¿Cómo tú?! No me hagas reír. —respondió la chica ignorando completamente la provocación de su compañero. —Ni aunque fueras el último tío sobre la faz de la Tierra pondría mis ojos en ti. Aún estas por desarrollar en muchos sentidos como para llamarte a ti mismo macho. Por lo que sí, antes me hago bollera que estar con un crío con complejo de picha pequeña como tú.

—¡¡¡Oooooohhh!!! —exclamaron Rosalie y Samuel al mismo tiempo.

—¡¿Serás zorra?! —exclamó furioso.

Piper dibujó en su rostro una sonrisa cargada de malicia hacia Roberto, y lentamente se acercó a Rosalie en el sofá para susurrarle algo al oído que pareció divertirla. Ambas chicas se miraron con una sonrisa y mirada de complicidad mientras se tomaban de las manos.

—Ooooh... —Samuel sonrió al adivinar que tramaban de inmediato.

Piper apartó suavemente la trenza castaña de Rosalie haciendo que cayera tras su espalda. Cruzando los dedos de una de sus manos, Rosalie empezó alzando la barbilla de Piper para tener el rostro de la chica más cerca del suyo, para proceder mordiendo débilmente el labio inferior de su compañera. Samuel miró de reojo a Roberto a su lado, quien expectante no apartaba la mirada de aquella escena lésbica. Ambas chicas se besaron con dulzura, haciendo movimientos lentos y juguetones con sus labios durante un prolongado beso, el cual poco a poco comenzó a pasar de ser algo tímido, a uno más apasionado. La mano de Rosalie se colocó dulcemente en el rostro de Piper, mientras que esta deslizó su mano desde el cuello de Rosalie hasta el canalillo entre sus pechos.

Ey, esto estaba comenzando a subir un poco la temperatura en el ambiente, ¿no? Pensó para si mismo Samuel cruzándose de piernas mientras se recolocaba en el sofá. El joven echó un vistazo de reojo a Roberto, quien echado atrás en el sofá, miraba ensimismado la escena mientras que con las manos en el bolsillo parecía recolocarse “algo”. Desde luego, las chicas estaban consiguiendo lo que querían, Roberto había caído completamente en la trampa, sin embargo, él también debía de reconocer que estaba siendo cautivado por la erótica escena entre ambas chicas.

Roberto y Samuel se echaron levemente hacia adelante en el sofá mirando sorprendidos como Piper y Rosalie procedieron al beso con lengua. Ambas jugaban con estas mientras sus labios no cesaban en los besos, y entonces... Ambas chicas se separaron inmediatamente para mirar a los chicos, volviendo cada una a su posición original sin nada que decir.

—¿Ah? —fue la única expresión que salió de la boca de Roberto.

—¿Qué pasa? —preguntó Piper como si no hubiese sucedido nada importante.

—¿Có... ¿Cómo que qué pasa? —dijo el joven muy sorprendido ante la ruptura de la atmósfera que se produjo. —O sea... No... ¿No vais a seguir?

Samuel permanecía en su posición tapándose la boca con la mano tratando de no reír. Realmente era graciosa la manera en la que Piper le tomaba el pelo a Roberto cada dos por tres. Casi sentía pena por él.

—¿Oh? ¿Te excitaste? —preguntó Rosalie inocentemente con una sonrisa en el rostro. —Pensaba que éramos muy niñas para ti.

—Si te quedaste con las ganas pued... —Piper se cayó de inmediato al ver como Samuel acortó distancia con su compañero.

Roberto volteó la cabeza al sentir la mano de Samuel sobre su hombro. El joven pudo ver su rostro colorado y desconcertado reflejado en las azuladas pupilas de su compañero, cuyo rostro permanecía extremadamente cerca del suyo.

—Roberto... —pronunció Samuel su nombre con extrema seriedad.

—¿Qué pasa?... Estás muy cerca, idiota... —contestó el joven sintiéndose incómodo por la extrema cercanía con su compañero.

—Es nuestro momento. No podemos dejar que ganen. Bésame, ahora. —respondió desvelando sus intenciones. —Y no te preocupes, trataré de no meterte la lengua hasta la campanilla. —aseguró acercando aún más su rostro al de su compañero.

—¡¡¿Pero qué estás diciendo, imbécil?!! —exclamó el joven echándolo hacia atrás con un leve empujón. —¡¡Que corra el aire, macho!!

Las carcajadas de Rosalie y Piper no se hicieron esperar, y a estas, enseguida se les unió las de Samuel. Avergonzado, Roberto arrojó la mirada al suelo tratando e ocultar su rostro enrojecido de sus compañeros. Ya no solo Rosalie y Piper le tomaban el pelo, ahora también lo había hecho Samuel, siguiéndoles el rollo a aquel par de idiotas.

—Ay... —suspiró Piper cesando sus risas. —Que me meo...

—Seguro que mientras nos besábamos pensaba en hacer un trío con nosotras. —comentó Rosalie limpiándose con el dorso de sus puños un par de lágrimas que surcaban su rostro.

—Pues conmigo que no cuente, no me van esos rollos. —comentó Piper mirando al joven excesivamente rojo, aún incapaz de levantar la mirada del suelo.

—A mi no me importaría unirme, seguro que lo pasamos bien tú, yo y Rosalie. —respondió Samuel con una amplia sonrisa mirando a su avergonzado compañero.

—¡Ni lo pienses! —exclamó mirándolo con desagrado.

—¿Oh? ¿Y eso? ¿Temes que la meta por el agujero equivocado? —preguntó riendo.

—Deja de decir esas cosas tan desagradables... —contestó sintiendo un escalofrío. —Y tú Rosalie, haciendo cosas como eso de besarte con Piper, no te extrañes después de que haya personas que piensen que eres bisexual. Y tú, rubia toca pollas, seguramente acabarán pensando que eres lesbiana si te pillan haciendo eso de nuevo, aunque solo sea para calentarle la polla a alguien.

—¿Cómo a ti? —le respondió con una sonrisa.

—A mi me da igual los rumores, al fin y al cabo son solo eso, rumores. —aseguró Rosalie. —Yo sé lo que soy, y quien soy. Eso es lo único que me importa. —le respondió tranquilamente a su compañero.

—Buah, si los rumores fuesen ciertos, yo me habría tirado ya a seis o siete personas del grupo, según he escuchado comentar por ahí sobre mi. —comentó Samuel alegremente. —Pero solo he echado algún que otro polvo con Oliver y Rosalie. Sexo sin compromiso, como buenos follamigos.

—¿Seis o siete? —comentó Piper.

—Sí, bueno, si te llevas bien conmigo y pasamos tiempo juntos, hay gente que piensa que es porque nos estamos acostando. —Samuel puso la mano en el muslo de Roberto. —No te extrañes si pronto hay rumores de que te he follado el culo solo porque nos llevamos bien. —dijo con una inocente sonrisa en el rostro.

Roberto le quitó la mano de encima mientras torcía el labio en señal de desagrado.

—Espero que eso nunca pase... —contestó el joven.

—A todo esto... ¿Os sentó mal el cerdo o algo de lo que hayamos comido últimamente? —preguntó Rosalie a sus compañeros poniéndose algo más seria.

—Que va. El puto cerdo estaba de miedo. Que pena que no nos lo cargáramos antes. —le respondió Roberto. —Por lo demás estoy bien.

—Yo estoy igual que él. —comentó Samuel.

—Y yo. —respondió Piper. —¿Por qué lo preguntas?

—Bueno... Hoy he visto a Tammy en un par de ocasiones vomitando en el baño. —respondió la joven. —Y días atrás también ha estado con nauseas.

—Puede que algo que comió le sentase mal. —dijo Samuel pensativo.

—¿Pero por qué solo a ella? —preguntó Piper. —Todos hemos comido lo mismo.

—¡¿Os imaginais que está preñada?! —planteó Samuel sorprendiéndose así mismo ante la idea.

—Nah. Es imposible. —respondió Roberto.

—¿Por qué no? —preguntó Rosalie.—Hace días que se acabaron los condones.

—Ellos nunca los usan. —respondió Roberto. —Pero no hay problema, cuando Alejandro está a punto de correrse lo hace fuera. Así que es imposible que se quede embrazada. Solo te quedas embarazada si el tío echa toda la lefa dentro. —aseguró el joven.

—Mmmm... No estoy muy segura de eso. Pero si llevan tiempo así y no ha pasado nada, tal vez tengas razón. —comentó Rosalie no muy segura ante el planteamiento de su compañero.

—A todo esto, ¿la habéis visto recientemente? No la veo desde este medio día. —preguntó Piper.

—Se reunió con Alejandro para discutir los detalles sobre el asalto de esta noche. —le respondió Samuel.

—Ya veo. —contestó con un bostezo.

—Bueno, yo voy a echar una cabezada antes del ataque. —comentó Roberto levantándose del sofá.

—Yo igual. Un par de horitas de sueño no me vendrá mal. —añadió Piper levantándose también.

—Recordad que no hay condones, chicos. —les recordó Samuel con una sonrisa.

—Pufff... —fue la única respuesta de Piper al comentario de su compañero.

Roberto simplemente la ignoró y se marchó a su habitación, sabiendo que si contestaba, seguramente le avergonzaría de nuevo. Rosalie y Samuel quedaron a solas en el salón.

—Pues bueno, aquí estamos... —suspiró Samuel.

Rosalie se levantó y se sentó a su lado.

—Bueno, ¿vas a decirme que te pasa?

—¿Por qué piensas que me pasa algo?

—Porque te conozco bien, Samuel. —suspiró la joven sin dejar de mirarle a los ojos. —¿Te preocupa que esta noche muera más gente?

El joven se encogió de hombros.

—Todos tenemos que morir en algún momento, ¿no? Tú, yo, Alejandro, Roberto, Piper... Todos. —respondió evadiendo la mirada de Rosalie. —Estoy preparado para asumir pérdidas. Por lo tanto no me preocupa.

Rosalie frunció el ceño extrañada. Sentía que por algún motivo Samuel no estaba siendo del todo honesto con ella. Aquella actitud en la que se mostraba indiferente ante los sucesos que estaban por tener lugar no pegaba demasiado con él. Samuel era un chico sentimental, no le pegaba para nada ir de tipo duro e insensible. Rosalie acortó distancias con él en el sofá, apenas unos treinta centímetros los separaban al uno del otro.

—Mientes.

Aquella acusación de su compañera lo obligó a mirarla a los ojos. Aquellos hermosos ojos castaños se clavaban en sus pupilas azules tratando de descifrar lo que realmente estaba pasando por su cabeza. Samuel sabía que Rosalie era de las personas que mejor lo conocían, y por otra parte, era alguien bastante intuitiva, por lo que sabía mejor que nadie que probablemente era la única persona capaz de ver más allá de su sonrisa. La mano de la joven se posó sobre la de Samuel tratando de buscar una complicidad entre ambos. El rostro del joven se tornó serio ante la mirada directa de Rosalie.

—Te envidio, ¿sabes? —dijo el joven mirando la mano de la chica sobre la suya. —No temes los compromisos, a diferencia de mi...

—¿Los compromisos? —repitió la joven sin comprender.

—Sí... —suspiró Samuel. —Los compromisos con otras personas. Las relaciones en las que estás dispuesto a dar todo de ti por otras. A creer en alguien por encima de todo, a desvelarle tus miedos y debilidades, a sacrificarte y desgastarte física y emocionalmente cuando alguien te necesita, todo bajo la incertidumbre de si esa persona te pegará con la misma moneda, o si por el contrario, te traicionará y te dañará mientras abusa de tu confianza hasta que no necesite nada más de ti.

—Samuel...

—Pareja, amigos, familia... Trato de levantar una barrera con todas las personas con las que me relaciono para evitar que me dañen de alguna manera, ya sea directa o indirectamente. Solo me acerco a otros por simple conveniencia, estableciéndome a mi mismo límites en esas relaciones para que no me hagan daño, y para no hacer daño yo tampoco, tal como los erizos de Schopenhauer. Si no me comprometo mucho con otros, no tendré nada que lamentar cuando me fallen o simplemente desaparezcan.

—En otras palabras, utilizas a la gente. —dijo la joven sin apartar la vista de él.

Samuel sonrió tristemente antes de mirar de nuevo a su compañera.

—Dicho así suena un tanto cruel, ¿no crees? —el joven rió con desgana. —Pero sí, supongo que lo puedes poner así. Solo me acerco a otros para usarlos. Sin embargo, a diferencia de otras personas como yo, no me acerco a esas personas para después hacerles daño.

—Bueno, al menos fuiste honesto cuando tenías sexo con Oliver o conmigo. Sexo sin compromiso. Una forma de aprovecharnos mutuamente para satisfacer unas necesidades que tenemos en común... —suspiró Rosalie. —Sin embargo, si esta noche muero... ¿Eso significa que no sentirás lástima por mi? —preguntó rozando una de sus mejillas con sus cálidos dedos.

El rostro de Samuel se puso rojo ante aquella caricia de Rosalie. Por varios segundos permaneció en silencio mirándola, sintiéndose contra la espada y la pared ante su pregunta.

—Yo...

El joven no encontraba respuesta, o eso era lo que quería pensar realmente ante aquella situación. Nuevamente no estaba siendo honesto, pero esta vez, consigo mismo. Realmente tenía una respuesta que darle, pero simplemente no quería admitirla.

—Todo esto es por tus padres y tus amigos, ¿verdad? —dijo la joven atrayendo la mirada del sorprendido Samuel. —Me lo imaginaba. —respondió con una triste sonrisa en el rostro al ver aquella muda reacción. —Ellos eran las personas que más querías y las que más cercanas eran a ti. Aquellos que jamás debían de darte la espalda, y quienes se supone que debían de estar a tu lado en todo momento. Ellos te traicionaron y te dañaron por mucho tiempo por tu orientación sexual. Tras enterarse de ello es como si tú y todos los recuerdos y lazos que forjasteis con los años entre todos vosotros, hubiesen perdido para ellos todo el valor que tenían. Era como si fueses otra persona para ellos. Como si esos lazos y recuerdos jamás hubiesenexistido. O poniéndolo en peores términos, es como si el Samuel que siempre habían conocido hubiese muerto el día que se enteraron de aquello, y por lo tanto, para ellos, es como si tú fueses una persona distinta a ese Samuel que conocían y querían.

Un triste reflejo cubrió la mirada del joven. Bajo la mano de Rosalie, la joven pudo sentir como Samuel cerraba su puño sintiendo rabia al recordar aquello.

—Sí. Por eso hago lo que hago. No quiero volver a sentir nada parecido. Jamás. —confesó el joven abatido. —Esa mezcla de sentimientos tan destructivos... El que las personas a las que amas te traicionen y te hieran hasta el punto de llegar a odiarlas con todo tu ser mientras te culpas a ti mismo de ser como eres y provocar aquella situación... Es simplemente horrible, Rosalie. —se sinceró el joven. —Cada vez que recuerdo esos sentimientos, no puedo evitar sentirme incómodo por ser como soy. ¿Por qué yo de entre tantas personas? ¿Qué hice mal como para ser castigado siendo de esta manera? ¿Por qué hay gente que me tiene que odiar sin importar como de agradable me muestre a ellos? ¡Me odia gente que ni siquiera me conoce! Solo por ser distinto ya me odian como si fuese un monstruo o alguna clase de amenaza para ellos...—Samuel soltó una carcajada seca, ignorando por completo a su compañera, quien permanecía en completo silencio a su lado. —También tengo esa actitud aparentemente bromista con el tema del sexo y mi sexualidad para recordarme a mi constantemente lo que soy y luchar por seguir aceptándome a mi mismo, así como para alejar a aquellos que odien a los que son como yo y evitar así relacionarme con ellos... —Samuel cerró los puños con fuerza mientras un par de lágrimas surcaban sus mejillas.

Entonces, sin esperarlo, la mano de Rosalie le arrebató su característico gorro gris dejando sus cabellos oscuros al descubierto. Al percatarse de aquello, el joven ladeó la cabeza para mirar a su compañera.

—¿Ro...

Fue rápida. Samuel no tuvo tiempo para percibir como Rosalie acortó toda la distancia entre ambos en el sofá, cuando quiso darse cuenta de la situación, los labios de la chica ya estaban besando los suyos. El gorro de Samuel cayó al suelo, y la mano que lo había estado agarrando hasta hacía un instante, ascendió hasta la mejilla del joven para acariciarlo con ternura. Su otra mano, por otra parte, no se apartó de encima del puño del chico. Samuel era incapaz de reaccionar. Sus labios eran suaves, y su beso... Aquel beso era muy distinto a cualquier otro que le hubiese dado cuando se habían acostado, sin embargo, no sabía decir exactamente en que era diferente a los otros.

Rosalie separó lentamente sus labios de los de Samuel, siendo este aún incapaz de responder a la situación. Los dedos de la chica penetraron con delicadeza a través de los oscuros cabellos del joven, acariciándole delicadamente mientras se dirigían estos hacia la parte trasera de su cabeza. Extremadamente cerca, Samuel se vio absorbido por la intensidad de aquellos ojos castaños. Rosalie finalmente liberó el puño del joven del peso de su propia mano para limpiar las lágrimas del chico. Con lentitud, el joven sintió una leve presión tras su cabeza que lo “obligó” a enterrar su rostro en el hombro de la chica. Rosalie lo envolvió con su otro brazo procediendo a abrazar al chico mientras sus dedos jugueteaban aún entre sus oscuros cabellos.

—Yo jamás podría odiar a alguien tan maravilloso como tú, Samuel. —susurraron sus labios cerca de la oreja del chico.

Conmovido por aquellas palabras, el joven la abrazó con fuerza consolándose sobre su hombro, sintiendo como una sensación de paz y calidez envolvían todo su ser, sentimientos que evocaban hacia él aquella chica. Sentimientos que por mucho tiempo creyó que jamás volvería a sentir de una persona hacia él. Ignorantes de cualquier cosa que a su alrededor pasase, Rosalie y Samuel no se percataron de la presencia de Alejandro, quien desde la entrada del salón permanecía escondido al toparse casualmente con la escena cuando se dirigía al lugar, sin embargo, al ver aquel momento, y sintiendo curiosidad, decidió no entrar y observarlos en silencio. Ver a ambos así, aquellos sentimientos que aquel par le transmitía, y tras escuchar a Samuel hablar, fue incapaz de no recordar su relación con Sabrina y Tammy, algo debía de hacer al respecto. Con aquello en mente, el líder del grupo se alejó en silencio, sin interrumpir aquel momento entre ambos. Tras unos momentos en silencio, abrazados, Rosalie y Samuel se apartaron el uno del otro lentamente.

—Todo saldrá bien, Samuel. —aseguró la joven con una sonrisa en su rostro.

—Rosalie... Yo...

Antes de continuar con lo que el joven estaba por decirle, una figura los interrumpió entrando al salón. Ambos miraron hacia la entrada en cuanto se percataron de la presencia de la recién llegada.

—¿Tammy? —pronunció Rosalie.

—Te estaba buscando, Rosalie. —dijo la joven cruzándose de brazos mientras observaba al dúo en el sofá. —Esta noche no vas a ir a atacar el pueblo. —informó la joven con un suspiro. —Hace poco que he acabado mi reunión con Alejandro, y hemos decidido que lo mejor es que te quedes aquí con los críos.

—Ya veo...

—¿Y qué hay de mi? —preguntó Samuel.

—Tú tendrás que ir. —le respondió.

—Bien...

Samuel estaba conforme con la decisión. Prefería ser él quien se jugase la vida allí fuera en vez de Rosalie. Por lo que teniendo en mente la posibilidad de poder morir en el enfrentamiento, prefirió olvidarse de lo que tenía que decirle a su compañera. Sería lo mejor para ambos.

—Bueno... —suspiró el joven poniéndose en pie. —Creo que debería de descansar un poco antes de ir a atacar el pueblo con el resto.

Entonces, un conjunto de veloces pasos atrajo la mirada de los tres adolescentes a la entrada del salón. Los considerados críos del grupo entraron a toda prisa. No eran más que un grupo de ocho chicos y chicas de edades comprendidas entre los once y trece años. Aquel grupo era generalmente apartado de las misiones importantes debido a que eran muy pequeños aún para implicarse en misiones peligrosas, por no hablar que muchos de ellos no habían matado todavía a ningún ser humano o tan siquiera haberse enfrentado a uno en alguna pelea. Eran sin dudas los miembros más débiles del grupo.

—¡Rosalie! —exclamó Riley sentándose en el sofá junto a esta. —¡Vamos a pasar la noche contigo!

—¡¿Vamos a jugar otra vez al parchís como la última vez?! —preguntó Caleb impaciente frente a la joven adolescente.

—¡¿Qué?! ¡¿Otra vez?! —preguntó Avery molesta al lado de su hermano. —Pero si se te da fatal ese juego...

—¿Y por qué no jugamos a otra cosa? Al escondite por variar... —propuso Leah apoyada en el reposabrazos del sofá.

—El escondite es un aburrimiento. —contestó Anthony tras ella.

—Eres un quejica, Anthony. Siempre te quejas por algo. —le reprochó Arthur. —Si pierdes en un juego ya es aburrido y malo para ti. No sabes perder, ¿verdad?.

—¡Eso no es cierto, Arthur! —se defendió el chico frunciendo el ceño.

—Ah... —Tammy suspiró. —Realmente no aguantaría estar aquí con tanto crío... Te compadezco, Rosalie.

La joven de la trenza le sonrió sin saber muy bien que respondeler frente a los niños.

—¿Compadecer? —repitió una chica con gafas al lado de Tammy. —¿Qué significa compadecer?

—¿Por qué no le preguntas a la tita Rosalie, Sophie? Yo tengo algo importante que hacer. —respondió antes de dirigir sus pasos hacia la entrada al salón. —Suerte con los mocosos, compañera. —se despidió la joven abandonando la estancia.

—¿Rosalie? —preguntó Sophie esperando respuesta.

—Ah... No te preocupes por eso, Sophie. No significa nada en particular. —mintió. —Samuel, creo que deberías ir a dormir un rato. Necesitarás estar descansado para cuando vayas al asalto con el resto.

—De acuerdo. —sin más que decir fue a abandonar la estancia.

—¡Samuel! —lo llamó nuevamente cuando estaba al abandonar la estancia.

—¿Sí? —preguntó volteándose para verla rodeada de los niños.

—Ten cuidado...

El joven asintió con una sonrisa y se marchó sin nada que añadir.

Los sonidos de unos nudillos golpeando su puerta atrajo la mirada de Sabrina. Sus pies descalzos tocaron el suelo y se dirigieron hacia la puerta. Ya frente a esta, Sabrina dudó por un instante si debía abrirla, por si la persona que había tras ella era Tammy, quien iba en su busca para acabar lo que comenzaron en aquel pasillo. Tras un pesado suspiro, la joven de oscuros cabellos la abrió para toparse con la imagen de Alejandro frente a esta.

—¿Por qué has tardado tanto en abrir? —preguntó el joven extrañado.

—Ah... Por nada. —contestó. —¿Qué querías?

—¿Puedo pasar?

Sabrina lo miró durante unos instantes a los ojos, hasta que finalmente se encogió de hombros y le permitió el paso cerrando la puerta tras entrar. El joven se sentó a los pies de la cama observando a Sabrina sin decir nada.

—¿Qué? ¿A qué viene esa mirada?—preguntó la chica de pie frente a él.

—Tomé una decisión respecto a ti y Tammy.

Sabrina frunció el ceño.

—¿Y qué decisión has tomado?

—Te elijo a ti, Sabrina. —respondió.

—¿Estás seguro? ¿Realmente vas a dejar a Tammy por mi?

El joven asintió con la cabeza.

—Quiero a Tammy, pero no de la misma manera que a ti. Supongo... —Alejandro suspiró. —Supongo que solo he estado con ella todo este tiempo por pena y por conveniencia. Muchas personas la siguen, y sé que ella hubiese liderado el grupo de no haber aceptado yo cuando me lo propusieron. Teniendo en cuanta que estamos pasando por momentos difíciles como grupo, no me convenía tenerla a ella y aquellos que la siguen en mi contra. —respondió mirando a la chica a los ojos. —Tampoco sabía como decírselo, me daba lástima por el pasado que hemos tenido juntos, y por la muerte de su hermana. Por eso he seguido con esa farsa de relación de novios con ella... —el muchacho se puso en pie y se acercó a Sabrina tranquilamente para colocar sus manos sobre sus hombros. —Lo siento, Sabrina. Sé que te he hecho daño por estar con las dos al mismo tiempo. Soy un cabrón, lo sé. Pero no sabía como hacerlo, como acabar con Tammy sin que eso me perjudicase de alguna forma. Pero mañana, tras el ataque al pueblo, cortaré con ella. Te lo prometo.

La joven no respondió de inmediato. Los sucesos vividos con Tammy en el pasillo vinieron rápidamente a su cabeza. Alejandro se percató de un brillo triste cubriendo la mirada de ojos verdes de Sabrina, un brillo similar al que creyó ver la noche anterior en los ojos de Tammy.

—¿Sucede algo? —preguntó al verla distraída.

Sabrina lo miró a los ojos con seriedad.

—Lo sabe. —dijo casi con un susurro.

—¿El qué? ¿Quién?

—Tammy. Ella sabe que tú y yo estamos juntos a sus espaldas.

—¡¿Cómo qué lo sabe?! ¡¿Por qué estás tan segura de eso, Sabrina?! —respondió el joven sorprendido.

—Me la encontré en el pasillo hoy, y bueno, tuvimos una... —la joven se calló por un instante. —Una conversación, y... Bueno, me dio a entender que lo sabía de alguna manera.

—Comprendo... —respondió apartando las manos de sus hombros. —Mañana hablaré con ella, será lo mejor para todos...

Sabrina asintió sin decir nada, no muy animada con la situación.

—No te preocupes. Todo se va a solucionar, y podremos estar juntos y sin malos rollos. —aseguró el joven con media sonrisa en su rostro.

—Ya...

Un tenso silencio se hizo entre ambos. No querían admitirlo, pero ambos sabían que las cosas no iban a ser tan fáciles como Alejandro lo pintaba. Tammy era muy temperamental y rencorosa, Sabrina ya lo había comprobado en aquel pasillo, y sabía que no pararía de hacerle la vida imposible por haberle “quitado” a su novio. Sin embargo, si Alejandro la protegía de ella, quizá...

—Me voy.

—¿Ah?

—Tengo aún algunas cosas que hacer.

—De acuerdo.

Alejandro se acercó a ella para besar sus labios cogiéndola desprevenida.

—Deberías de descansar antes de que nos marchemos.

—Claro.

Sin más que decir, Alejandro abandonó la habitación dejando a Sabrina a solas. Tiempo después, todos aquellos que iban a salir a atacar Rockrose, 20 de los 30 integrantes del grupo, se reunieron en el salón de la carbonizada casa rural para escuchar el plan de ataque de Alejandro, y una vez explicado, armados y con aquellos grotescos disfraces puestos, abandonaron la residencia para invadir Rockrose a través del campo aprovechando que la noche les cubría y la mayoría de residentes del pueblo estarían dormidos. Ninguno de ellos se esperaría un ataque nocturno.


#Sacedog