Big Red Mouse Pointer

lunes, 1 de octubre de 2018

NH2: Capítulo 059 - Amoralidad (Parte 2)

El nicotínico humo que se desprendía de su calada se evadió entre la densa neblina que había decidido acompañar durante la noche al funesto ambiente de la base. El soldado deslizó el rifle que sostenía entre sus brazos para adquirir una nueva posición que no le agotase tanto durante su espera.

La silueta de un imponente hombre surgida en la lejanía le informó de que ya había finalizado su tiempo de descuento. El subordinado se recolocó para emprender firmeza en cada músculo de su cuerpo al tiempo que el otro se aproximaba revisando los alrededores para asegurarse de que nadie espiaba sus movimientos.

—Señor Fox —habló con sumo respeto el militar—, un placer volver a verle después de tanto tiempo, y más después de los momentos tan… intempestivos que nos ha tocado vivir.

—Arnold Lester —pronunció Steve con una sonrisa sagaz—, sigues siendo tan capullo como siempre. Pensé que te habrías amariconado desde que te metieron en el ejército de Anna.

—Al principio incluso planté un jardín. Luego le meé en la cara a un cadáver y se me pasó. La naturaleza es la naturaleza —bromeó sin percibir ofensa alguna—. Y bien, Steve, ¿qué va a ser esta vez?

Fox extrajo una fotografía de su bolsillo y se la cedió a Arnold, quien examinó cada píxel con la infinita curiosidad que le caracterizaba.

Si cualquier otra persona hubiese intentado posar un dedo sobre la antigua foto de sus hijas, le habría rebanado el cuello en décimas de segundo, pero Lester era una excepción especial. Se conocían desde la academia militar, y sus carreras habían transcurrido siempre a la par, tanto en el ejército como en la milicia personal de Esgrip. A pesar de que nunca había compartido con él ningún aspecto de su vida privada, era su mercenario de mayor confianza cuando se trataba del ámbito profesional. Fox era consciente de que Arnold le profesaba respeto desde hacía años, y su estricto código moral le impediría traicionarle. Era el único hombre al que podía confiarle aquella misión.

—Las dos chicas que ves en la foto aprovecharon el tumulto de anoche para escaparse de la base. Son importantes. Las necesito de vuelta.

—Steve… —expresó Arnold dubitativo—, puede que sea un experto en reconocimiento, pero no puedo empezar a buscar a estas chicas si no sé la dirección aproximada que pudieron tomar. Necesito más datos.

—La última ubicación conocida fue el supermercado oficial de la base, poco antes de que la estampida nos aplastara. También hay una gran probabilidad de que huyeran a pie.

—Ummm —meditó el hombre analizando la información—. ¿Y qué hay en esto para mí?

—Puesto que Anna está muerta, sus tropas tendrán que trasladarse al resto de los mandos. Puedo persuadir fácilmente a Michaela para que te vengas conmigo, y si me haces este pequeño favor, una vez dentro, te nombraría mi segundo al mando. Te gusta el poder, ¿verdad, querido Lester? Si quieres un trocito de pastel, solo tienes que traerme a estas chicas. Nada más.

—Si tu información es cierta, no deben haber recorrido más de diez kilómetros desde el lugar que indicas —compartió Arnold motivado por la propuesta—. Las encontraré.

—Empieza ya. Tenemos que zanjar este asunto antes de que la base empiece a reconstruirse. Michaela no debe notar tu ausencia. Aquí tienes —comunicó extendiendo entre sus dedos unas llaves—. Usa mi moto. Está en el garaje de la comisaria.

—De acuerdo. Me comunicaré por radio con usted, Fox, y le informaré de mis avances. Si no encuentro ningún rastro que me lleve a ellas para la noche de mañana, volveré a la base. No me puedo escabullir más tiempo.

—Yo he puesto mis cartas sobre la mesa, Lester —le informó el mando tratando de mostrarse inmutable frente a la advertencia—. Tú decides como quieres poner las tuyas.

Un gesto de conformidad fue la última información que intercambiaron antes de que los dos se separaran del punto de encuentro encaminados hacia los destinos que les correspondían.

Los pasos de Fox se dirigieron al edificio de oficinas para ir a encontrarse con Michaela, a quien no veía desde la mañana. El soldado a medida que se acercaba pudo ver a las puertas de la edificación a las figuras de Marcus, Serge y Victoria charlando entre ellos.

—Muy buenas noches tengan ustedes, dama y caballeros. —saludó Fox. —Intuyo que estamos aquí la élite reunida para hablar con la gobernanta, ¿no es así?

—Creo que es más que obvio, Fox —comentó Marcus cruzado de brazos—. Yo personalmente no estoy aquí por gusto. Es muy tarde y tengo ganas de irme a la cama de una vez.

—Vaya, vaya... Parece que el trabajo que has tenido entre manos te ha agobiado mucho, compañero. Supongo que es normal, llevar la administración general de todo este lugar no debe de ser fácil. Pero ten cuidado y no te agobies demasiado que se te puede caer el pelo por estrés. Cuando estés agobiado, ya sabes, inspira y espira, una y otra vez, como si estuvieras pariendo. —le recomendó colocando la mano en el hombro. —Aunque imaginar eso es algo grotesco... —Entonces el soldado miró un momento al rostro de Marcus frunciendo el ceño pensativo. —Mmmmm... Creo que acabo de tener una imagen bastante desagradable de ti pariendo por el culo. —comentó dando un par de pasos atrás alejándose mientras lo miraba de pies a cabeza con un rostro extraño.

—Ja, ja, ja, ja... Tan gracioso como de costumbre. —comentó Marcus observándolo con algo de desprecio por el comentario. —Dudo mucho que alguien como tú pudiese llevar un trabajo como el que yo he tenido que hacer.

—Tienes razón, alguien como yo no podría hacer un trabajo tan amargado. ¡¿Acaso no me ves?! —exclamó alzando los brazos y dando lentamente un giro sobre si mismo. —Soy energía pura, muchacho. ¿Cómo vas a encerrar a semejante tipo entre cuatro paredes a ocuparse de temas de organizar y calcular números? No se puede privar a la gente de aquí de mi presencia. Estoy seguro que todo sería muy aburrido si el bueno de Fox no estuviese por aquí y allá compartiendo desinteresadamente su buen humor con todos los residentes de la base. —dijo con una amplia sonrisa. —¿Me equivoco, novato? —preguntó lanzando una extraña mirada divertida a Serge.

—Sí. —respondió secamente sin mantenerle la mirada.

—Bien dicho. —respondió con una sonrisa.

Marcus, sin embargo, lejos de reírse lanzó una mirada curiosa sin pasar por alto la extraña reacción de Serge. Frunciendo el ceño se percató que desde que Fox llegó dejó inmediatamente de hablar mostrándose algo intranquilo. ¿Habría sucedido algo entre aquellos dos? Normalmente Serge era un tipo con un sentido del humor casi tan raro como el de Fox, no le pegaba ser tan seco hablando. De todos modos tampoco es que le interesara la relación entre esos dos, nunca le interesó en lo mas mínimo la absurda rivalidad entre Fox y Anna, y mucho menos lo haría ahora con Serge.

—¿Cómo lo llevas, Victoria? —preguntó Fox.

—Am, bien, supongo. —respondió ajustándose las gafas. —Sigo con los experimentos que Michaela mandó realizar. Recientemente hemos adquirido varios sujetos de prueba. Espero que las investigaciones den sus frutos pronto... Temo que Michaela se molesté con nosotros, sin embargo, en el mundo de la ciencia las cosas nunca van tan rápido como a nosotros los científicos nos gustaría.

—Ya veo.

—Creo que deberíamos de ir a ver ya a Michaela, ¿no? —propuso Serge siendo el primero en dirigirse al interior del edificio.

El trío restante lo siguió mientras continuaban charlando. El cuarteto ascendió las escaleras hasta que se encontraron con los dos soldados que vigilaban la entrada al despacho. El grupo saludó y estos les devolvieron el gesto. Los pasos del grupo se detuvieron frente a la puerta, sin darse cuenta como aquel par de “porteros” se intercambiaban una nerviosa y breve mirada de complicidad.

Los nudillos de Fox golpearon la puerta repetidamente antes de hacer girar el manillar de la puerta del despacho. Solo necesitó abrir brevemente la puerta para percatarse de un olor familiar, sangre. Fox se introdujo en el despacho con sus compañeros alarmado, escuchando como Victoria cerraba la puerta tras entrar. La sorpresa fue mayúscula. Anonadados, ninguno fue capaz de reaccionar de ninguna forma. El cadáver de su líder, la gran Michaela Evans, yacía tirado en el suelo junto a su silla de ruedas sobre un gran charco de sangre que emanaba de su abdomen. Sin embargo, lo más inquietante era aquella mirada apagada de ojos oscuro que observaba fijamente a los recién llegados, dando la impresión de que los había estado esperando. Por varios minutos nadie hizo movimiento alguno, ni siquiera articularon palabra ante la gran impresión que aquella imagen les causó. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué hacía tirada Michaela en el suelo de aquella manera? ¿Qué estaban viendo? ¿Y esa sangre? Cientos de preguntas con evidentes respuestas bombardearon sus descolocadas mentes. Marcus pasó por la vera de Fox acercándose al cadáver, habiendo logrado superar la impresión que la escena le causó. Arrodillándose, no tardó en hallar el cuchillo junto al cadáver. Los pasos de sus compañeros se acercaron a él.

—¿Qué demonios ha pasado? — susurró Victoria incrédula.

Marcus tardó unos instantes en contestar.

—Parece un suicidio... —comentó observando las circunstancias que rodeaban al cuerpo. —Debe llevar así algunas horas.

—Joder... Sabía que le estaba costando asimilar su situación, pero no esperaba que llegase a esto... —comentó Fox resoplando. —¿Y ahora qué mierdas vamos a hacer?

—No tengo ni idea. —respondió Serge cruzado de brazos. —Si la gente se entera podría haber un escándalo bien gordo. Con Michaela muerta ahora no hay nadie dirigiendo la base.

—Bueno, eso no es del todo cierto. —dijo Marcus mirando a Fox de reojo.

El soldado se percató de la mirada de su compañero entendiendo inmediatamente sus palabras.

—En teoría, si Michaela muere, yo tengo que sucederla en el trono. —Fox se quedó observando el cadáver pensativo. —Pero no sé bien que hacer una vez obtenga el puesto. No estoy del todo preparado para asumir repentinamente el liderazgo de este sitio. No esperaba esto.

—¿No te dejó ninguna orden a cumplir en el caso de que falleciera? —preguntó Marcus levantándose. —Si te nombró su sucesor, por algo sería, ¿no?

—Mmmm... —el soldado se frotó la barbilla pensativo. —Supongo que quería que siguiese adelante con el tema de la utopía de la que tanto nos habló.

—¿Utopía? —preguntó Victoria.

—¿Acaso no os informó al cuerpo científico de sus verdaderos propósitos? —preguntó Serge.

—No... La verdad es que no... —respondió sintiéndose algo excluida. —Solo nos habla para que trabajemos para ella en lo referente a los avances científicos, nada más.

—Vaya, que poca estima os tiene... —respondió el soldado soltando una leve carcajada. —Michaela quería revivir a la humanidad y gobernarla volviéndose en la dueña y señora del nuevo mundo. Cubrir a toda la raza humana bajo la sombra inmoral de Zodiaco. Extender el miedo, el sufrimiento y su poder en todas direcciones. Reventar los muros físicos de esta base y extenderla por todo el mundo predicando su credo. Un mundo gobernado por todos nosotros en los que podremos obtener el poder y el control supremo sobre la raza humana. Zodiaco se transformaría en una nueva política mundial, única e incuestionable. No habrá nada por encima de Zodiado. Poder, riquezas, lujos, toda clase de deseos habidos y por haber a nuestro total alcance sin que nada ni nadie nos lo impida. —explicó Serge con una pérfida sonrisa recordando las palabras de Michaela aquel día que unificó a todas las milicias bajo sus órdenes para conseguir aquel objetivo común. —Ya no serviremos a nadie, pues cuando ese momento llegue, nosotros seremos los soberanos del mundo, a los que el resto de humanos deberán reverenciar y servir en todo cuanto nos plazca.

—Suena todo demasiado fantástico... —contestó Victoria ajustándose las gafas. —¿Cómo hará tal cosa? Es imposible.

—Ella decía que había una manera de hacerlo. —contestó Marcus. —Empleando su poder, a Zodiaco, y esos artefactos antiguos que poseía Esgrip. Con las tres cosas juntas, Michaela defendía que aquel sueño podía hacerse realidad.

—Solo le faltaba algo. —añadió Fox en ese momento. —Algunos de los artefactos. Actualmente solo tiene dos de ellos en su poder, la baliza y la piedra, artefactos que estuvieron en manos de Esgrip. Creo que aún le faltaban otros dos que la organización no poseía. Michaela estuvo centrando sus esfuerzos en hallar los artefactos restantes empleando un radar especial.

—Entiendo... —susurró Victoria. —Por eso nos estaba haciendo trabajar con ese aparato y en su capacidad para leer la energía que desprende esa extraña piedra negra.

—Entonces, Fox, ya sabes cual es tu labor como sucesor de Michaela. Centra tus esfuerzos en lograr esa meta. —comentó Marcus. —Sin embargo, para hacer eso tendrás que proclamar tu ascenso al trono públicamente, y con ello, la muerte de Michaela. Ya no importa el tema de seguir ocultando las circunstancias por las que ha estado el día entero desaparecida. Dudo que a una muerta le importe que otros sepan cómo ha fallecido.

Fox no respondió a su compañero de inmediato. A los ojos de Marcus, Serge y Victoria, el soldado parecía meditar profundamente la situación. Una vez tomase el cargo, debía de esforzarse en cumplir los propósitos de su fallecida líder, los cuales, debían de pasar ahora a ser su objetivo primario. Sin embargo, lo único importante para él era encontrar a sus hijas, y después, todo lo demás. Sus amadas hijas... Había varias razones por las que tuvo tantos problemas en encontrarlas la primera vez, y una de ellas era la misma Michaela, pues el trabajar para ella le impedía centrarse en buscarlas entre todas las personas que convivían en aquella base militar. El soldado pensó entonces en la posibilidad de encontrar a sus hijas tomando el poder que conllevaba ascender al trono inmoral, aquello ayudaría mucho a dar con ellas.

—Busca un ataúd —encomendó Fox meditativo al soldado Serge—. Meteremos a Michaela dentro. No vamos a dejarla aquí tirada como un perro. Consigue también algunas flores. Mañana por la mañana, a primera hora, construiremos un altar y haremos un pequeño homenaje frente a toda la base antes de enterrarla. Marcus, tú te encargarás de buscar un micrófono e improvisar un estrado en la plaza. También te entrego el privilegio de informar a la ciudadanía de que esté allí. No quiero que falte nadie, ¿entendido? Es mi ceremonia de investidura.

—¿Y tú que vas a hacer, Fox? —indagó Marcus analizando la frialdad que se había incrustado en las expresiones del soldado con curiosidad.

—Me voy a mi casa. Tengo sueño y quiero dormir —esclareció con transparencia mientras se dirigía vacilante hacia la salida—. Haced lo que os he dicho. Estaremos en contacto.

—Manda cojones —ultrajó Serge una vez se hubo asegurado de que Fox no podría escuchar su queja—. ¿Quién se piensa qué es este tío?

—Ahora mismo, es nuestro líder. Tiene todo el derecho de ordenarnos lo que se le antoje —expresó Victoria recibiendo una mueca de repugnancia por parte del soldado.

—Lo que tu digas, señorita ADN. Voy a la funeraria a buscar lo que nos ha pedido —comunicó disponiéndose a ello.

—Te acompaño —le secundó Marcus—. Tú solo no vas a poder con el féretro y las flores.

Victoria aguardó impaciente a que el dúo se marchase de la oficina para cerrar con inquietud la puerta y arrodillarse junto al cuerpo sin vida de Michaela. No le resultó difícil reparar en que la sangre seca del suelo había emanado de una puñalada generada en su abdomen. Aquello no tenía sentido. La científica era consciente de que Michaela no se habría arriesgado a inyectarse una dosis del Agua Gris como medida desesperada para recuperar sus piernas si planeaba acabar con su vida horas después. Estaba convencida de que aquel cadáver procedía de un asesinato, pero no podía demostrarlo sin exponer su implicación en la infección de la difunta líder con el virus.

En cuestión de segundos, un aterido temor se apoderó de cada una de sus fibras musculares. Si descubrían que ella le había inyectado el Agua Gris a Michaela, podía ser acusada de atentado contra su vida, e incluso era posible que la nombraran culpable del asesinato. Si bien la reina era quien se lo había ordenado, ella no estaría ahí para corroborar la verdad, y ningún soldado tenía por qué creer la palabra de una científica que era poco más que una esclava.

—Si no se levanta —murmuro Victoria temerosa de que las paredes escuchasen—, nunca se sabrá.

Con sus manos temblorosas, agarró el cuchillo con el que habían asesinado a Michaela. Tras elevar ligeramente su cabeza, clavó el arma en la nuca de la mujer, segura de que traspasaría su cerebro en una zona en la que el pelo cubriría la herida. Tras ello, soltó la herramienta del crimen en el punto exacto en el que se encontraba asqueada por la salvajada que había perpetrado.

—No pasa nada, Victoria, no pasa nada. Es por tú bien, por el suyo y por el de todos —trató de convencerse a sí misma titubeante mientras se apartaba del cuerpo avergonzada.

La científica permaneció con su visión incrustada en el estrellado cielo nocturno durante todo el tiempo que esperó hasta que los enterradores regresaron, incapaz de observar nuevamente la figura sin alma de su antigua señora.

Despertó envuelto en la protección de una colcha que cubría una cama de matrimonio, con el agradable olor de una apetitosa comida que se está cocinando en una chimenea de leña. Se deslizó a través de la manta para abandonar su rincón de calor, posándose sobre unas tablas de madera que crujieron ligeramente a consecuencia de su peso. La luz que se filtraba a través de las persianas era tan maravillosa que parecía proceder del mismísimo reino de los cielos.

—El desayuno está listo, Leonard —le llamó una amistosa voz femenina desde el otro lado de la puerta de la habitación—. Date prisa. Tenemos mucho trabajo que hacer en el pueblo esta mañana.

El adolescente se conmovió ligeramente por el pánico a lo desconocido que había junto a la seguridad de aquel cuarto, pero no permitió que ello le impidiese descubrirlo. Tras girar el pomo, Leonard encontró un enorme salón esculpido en piedras rústicas y embadurnado por cuadros de preciosos paisajes de las praderas canadienses que nunca había llegado a ver durante su corta existencia. En el centro de la sala, una mujer de cabello rubio colocaba un plato sobre una mesa tallada en mármol.

—Vamos, siéntate. Hoy estás medio adormilado. ¿Has descansado bien?

—Nicole… —se escabulló de los labios de Leonard como un suspiro místico.

—Sí, ese es mi nombre —habló Nicole extrañada—. Venga, se te va a quedar todo frío.

Maravillado por la situación, Leonard se apresuró en sentarse en la silla que Nicole disponía para él. Su consciencia ya sabía que aquello no era real. La presencia de Nicole y su estancia en aquella idílica vivienda no eran más que un sueño. Sin embargo, no iba a ser él quien decidiese interrumpir su utopía personal.

—Aquí tienes. Come —le indicó ella entregándole un tenedor—. Lo he preparado con todo mi cariño. Espero que te guste.

Antes de que pudiese agarrar el cubierto, Leonard sintió como una mano sostenía su melena con violencia y tiraba de ella hacía el respaldo del asiento. La sensación de un filo rebanando su cuello fue tan efímera como dolorosa. Nicole tiró sobre la mesa un cuchillo de cocina empapado en sangre y se colocó frente al niño, inspeccionándole con un rostro de satisfacción mientras el asesinado sentía una cascada carmesí mojando su pecho.

—Pobre Leonard. Te haces el duro, pero en el fondo, no eres más que otro niño estúpido. No fue nada difícil utilizarte. Es lo que suele pasar cuando una mente inmadura piensa que una chica a la que no conoce de nada va a tomar el papel de su madre solo porque se parece a su madre. Y, ahora, mírate. Estás muerto. Eres una decepción, y una vergüenza para todo el mundo, Leo. Tienes lo que te mereces.

Leonard se precipitó muerto hacia el suelo al mismo tiempo que abría sus ojos alertado por una serie de golpes disonantes que resonaban en un cristal. La puerta del aula en la que le habían mantenido retenido se abrió con un portazo, muestra del carácter indiferente del soldado al que habían enviado.

—Levanta y ven aquí despacio. Camina delante de mí, hacia donde yo te indique, con pasos cuidadosos y sin titubeos. Si veo que haces algún movimiento raro, aunque sea para rascarte las pelotas, te meto tal culatazo que vas a comer por el culo durante dos meses. ¿Me he expresado con claridad?

—Sí.

Leonard se incorporó con cierta molestia en sus claros ojos por la luz solar de la mañana que entraba desde la ventana y caminó hasta donde se situaba el hombre armado. No se sentía con la energía suficiente como para ejecutar otro acto de rebeldía, así que optó por jugar a ser buen preso por el momento y deambuló en la dirección que su jinete le fue transmitiendo procurando no recibir ningún golpe innecesario.

Su travesía concluyó en una de las entradas laterales del colegio, donde se halló reunido con el resto de los civiles, que habían sido organizados formando hileras. El murmullo generalizado que se expandía le indicó que la congregación no auguraba ningún tipo de celebración.

—James, ¿qué ocurre? —preguntó al conocido más cercano que pudo encontrar.

—No lo sé. Nos han despertado esta mañana y nos han traído aquí. Los chiquillos están muy asustados, y más después de lo que pasó anoche con…

—¡Silencio absoluto! —gritó el militar que había escoltado a Leonard, identificándose como el cabecilla de su pelotón—. ¡Al primero que escuche soltar un soplido por la boca, le meto tal tiro en la sien que no lo va a reconocer ni su amante! ¿Queréis saber por qué estáis aquí, panda de ratas? Mantened los labios bien selladitos, y viviréis para descubrirlo.

Dispuesto a permanecer con su actitud de buen condenado, Leonard se mantuvo en silencio, observando a los soldados desplazarse atareados por la escuela mientras su mente se perdía en la concepción de un nuevo plan para escapar de aquella cárcel, indomable.

Fox terminó de ascender los últimos escalones que conducían al despacho de Michaela y se adentró en territorio ajeno. Comprobó con un vistazo su reloj de pulsera y percibió que las agujas indicaban las nueve y diez de la mañana. Marcus y Serge habían sido despertados hacía una hora por unas ordenes contundentes que sus cuerdas vocales habían transmitido desde su walkie y se encontraban en pleno desarrollo de las labores encomendadas, por lo que era consciente de que no habría nadie más en el interior.

Tras cerrar con suavidad la puerta, Steve liberó sobre la mesa una botella de vino tinto y unas copas de cristal. Con absoluta tranquilidad, retiró el corcho con su mano y se sirvió una de ellas hasta el borde. Bebió el primer trago mientras reparaba en el féretro que había aparecido en la habitación.

Fox se acercó y palpó la madera del ataúd con tanta delicadeza que era incluso respetuosa. Se percató de que la sangre del suelo había sido limpiada, pero nadie se había atrevido a cambiar de ropa a Michaela, que permanecía en su eterna morada con la sucia vestimenta con la cual había fallecido.

—Tengo que decir que eras una gran molestia para mis objetivos, Michaela —confesó antes de volver a deleitarse con el vino—, pero eras una molestia que valía la pena tener. Al menos tú sí tenías visión de futuro. Querías crear algo, ser alguien, y pongo mi mano en el fuego a que lo habrías logrado de no haber nublado tu juicio con tu venganza. Tanto tiempo hablando de cómo las emociones te conducen al fracaso y la muerte, y tú misma tropezaste con la piedra angular de tu pensamiento. No obstante, eras una gran líder, y siempre lo serás, sin importar lo que los demás opinen. Espero que aprendas de tus errores hayá donde vayas. Esta última copa de vino es en tu honor, mi señora.

Con el cierre de su discurso, Fox ingirió el alcohol que le quedaba de un único trago, posó la copa boca abajo sobre la mesa, y se aproximó más al cuerpo de Michaela para susurrarle al oído como si pudiera escuchar sus palabras.

—Los dos sabemos que no fue un suicidio. ¿Matarte de una puñalada en el estómago? No te pega nada. No es la Michaela que conozco. Si tuviese que pensar en ti suicidándote, solo te veo inmolándote en un lugar donde puedas hacer daño a más gente con tu muerte. No, no, no, esto ha sido obra de alguien, y tengo mis sospechas sobre él o los asesinos. En el fondo, a mí me han hecho un favor impagable, pero sé que a ti esta situación no te gusta demasiado, así que no te preocupes. Cuando encuentre al autor, o autores, y lo confirme, cosa que haré más tarde o más temprano, pagarán un precio que no será precisamente barato. Considéralo mi último favor, mi último regalo, para ti.

Fox se inclinó y besó la helada frente de Michaela inexpresivo ante la sensación a muerte que se impregnó en sus labios. Tras ello, decidió marcharse a la plaza para supervisar la construcción del altar.

—¿Y si pongo estas flores aquí? —consultó Serge con su propio deseo mientras cambiaba la ubicación de los tulipanes con la de las margaritas—. En fin, ¿qué más da? Nadie se va a fijar en las putas flores.

Retrocedió un par de pasos para examinar el altar que había construido. Sobre una mesa que había robado de un establecimiento cercano había ubicado todas las armas oficiales que su reina siempre portaba tras cogerlas de la oficina, pues pensaba que a Michaela le habría gustado ser enterrada con ellas, como los guerreros de las antiguas civilizaciones. También había dispuesto un crucifijo, y cinco ramos de distintos tipos de flores que había podido conseguir, alrededor de ella. No era el trabajo de un profesional, pero serviría para honorar la despedida de su señora.

Serge comenzaba a sentirse satisfecho con la tarea que había llevado a cabo cuando divisó a la víbora de Fox caminando hacia el altar con las manos encubiertas dentro de sus bolsillos. No hubieron transcurrido ni cinco segundos desde su llegada cuando le asestó la primera queja.

—Michaela no era católica, así que será mejor que retires eso —le esclareció estampando el crucifijo contra el suelo.

—¿Qué tal el resto? —preguntó Serge conteniendo su lengua.

—Me gusta lo de las armas, aunque veo el altar un poco escueto. Esperaba otra cosa… Y yo habría puesto las margaritas donde están los tulipanes.

Su último comentario habría desatado una opinión sobre Fox por parte de Serge que le habría costado un severo castigo si el nuevo dirigente no hubiera hablado casi al instante.

—Para lo que vamos a hacer, tampoco hace falta más. Ve a por el féretro. Yo me encargaré de avisar a Marcus para que traiga a los civiles. ¿Ha colocado el estrado y el micrófono?

—Ahí —indicó señalando un punto concreto de la plaza.

—Estupendo. Ve, y no tardes.

Serge evadió a Fox por el lateral y orientó su desplazamiento hacia las oficinas, mofándose de su líder cuando este ya no podía observarle. No sabía durante cuánto tiempo más soportaría la soberbia de aquel gilipollas antes de enzarzarse en un enfrentamiento con él.

—De acuerdo. Me los llevaré ya —transmitió el cabecilla desde su walkie—. ¡Todo el mundo! ¡Encended vuestras orejas!

Interesado por el despliegue de información que aquel prepotente fuese a comunicarles, Leo se distrajo unos instantes de su mente planificadora para captar cada una de sus sílabas.

—¡Vamos a caminar hacia la plaza, ordenadamente, como buenos niños! Saldréis despacio, fila por fila, y seguiréis mis instrucciones. Cada fila estará vigilada por dos soldados. A todo aquel al que se le ocurra hacerse el valiente, será ejecutado instantáneamente. ¡Y lo repito, para que luego no digáis que soy mala persona! ¡No habrá avisos! ¡Quien no siga mis instrucciones, será ejecutado! Es una orden de arriba, así que no penséis ni por un segundo que no lo haré. Os tengo más ganas que nadie.

Con un levantamiento de su cabeza casi imperceptible, el dirigente le lanzó una orden a uno de sus compañeros, que fue correctamente interpretada en cuestión de milésimas.

—Vosotros —rompió su silencio uno de los militares señalando a una de las filas—, salid por la puerta que está a vuestro lado. ¡Ya!

Fox golpeó con suavidad utilizando su índice el micrófono colocado por Marcus en el estrado para asegurar que no se encontrase estropeado.

—Un, dos, tres, probando; un dos, tres, probando —habló examinando la calidad del sonido, que no podía ser más perfecta—. Señores clientes, les informamos que, solo por hoy, ofrecemos un descuento del 30% en lencería femenina. Que las guarrillas vayan pasando ordenadamente por caja, por favor.

Su estupidez se extendió sin impedimento a lo largo de cada recoveco de la plaza, alentando un giño de aborrecimiento en un adulto que acababa de llegar al lugar y en quien Steve no había reparado.

—Nunca vas a madurar, ¿verdad?

—Madurar es para las frutas, mi querido Marcus —bromeó descendiendo del estrado con un pequeño salto—. ¿Y los civiles?

—Los están trayendo. He dejado que se encargue Bryan, el Gatillazo. Ya sabes que a ese no le tiembla el pulso a la hora de tratar con los civiles.

—Ah, sí, el Gatillazo. Siempre me he preguntado por qué le pondrían ese mote —insinuó Fox el pensamiento que había cruzado por su intelecto infantiloide—. Ah, casi se me olvida. ¿Te has encargado de informar al resto de la base? Porque a mí se me fue de la cabeza.

—Sí, lo he tenido en cuenta. De hecho, hace poco estaba dando un comunicado al resto de los militares para que acudieran aquí a la hora acordada. También le he ordenado a Victoria que se encargue de traer al equipo científico.

—¡Estupendo! —exclamó con exagerado entusiasmo—. Eres un tipejo con iniciativa, Marcus. Me gustan los tipejos con iniciativa.

—¡Marcus! —le llamó un grito desde una calle contigua—. ¿Puedes ayudarme con el ataúd? Esta mierda pesa un huevo.

—Voy.

Mientras Marcus accedía a compartir la carga del transporte de Michaela con Serge, Fox se acercó lentamente hasta su ruta saboreando el micrófono en sus labios.

—Señorito Serge, colas en caja siete. Señorito Serge, colas en caja siete.

Nuevamente reprimiendo su exasperación ante la humillación, Serge soltó el féretro con el que se desplazaba coordinado con Marcus junto a la mesa que constituía el altar.

—No, así no. Ponedlo de pie, pegado a esa pared. Quiero que todos puedan ver a Michaela en todo momento durante el acto.

Durante el cumplimiento de su dictamen por parte de los mandos, Fox reparó en un grupo de personas que surgieron desde la misma calle por la que había venido el esclavo cuyo nombre era Serge. Se trataba del comando científico, capitaneado por Victoria. Steve sintió como crecía la repulsión en su estómago por el aspecto de algunos de ellos a auténticas ratas de laboratorio, pero decidió reprimirlo por completo.

—Buenos días, Victoria —la saludó con un gesto gentil de su mano—. Espero que tu equipo esté preparado para el discurso. ¿Ya saben lo que ha ocurrido?

—Sí, se lo comuniqué anoche.

Fox fijó su atención en ellos para analizar su comportamiento. El grupo científico observaba el cadáver expuesto de Michaela con curiosidad, pero ninguno de los presentes parecía exhibir emoción de ningún tipo como consecuencia de ello. Supuso que, en realidad, era perfectamente natural. Para ellos la muerte de Michaela era como el fallecimiento de un jefe explotador.

—Os compadezco por la pérdida. Sé que teníais aprecio a la jefa —mintió con descaro siendo consciente de que tan solo les compadecía porque él sería aún más negrero que Michaela.

—Steve —atrajo Marcus su atención indicando a una comitiva que procedía de la dirección contraria—. Ya están aquí los civiles.

—Victoria, poneros al fondo —decretó Fox altivo—. La función está a punto de empezar.

—¡Ya estamos aquí! ¡Continuad caminando, y colocaros en el centro de la plaza!

Tras estudiar el mandato que les había dirigido, Leonard dedujo que el escenario del crimen de la anterior noche iba a ser su destino, así que intentó detallar el entorno en el que se hallaba. Entre los voluminosos cuerpos de los soldados que les guiaban había podido distinguir a Marcus hablando con Fox, lo que afirmaba su presencia. Segundos después, apareciendo desde su flanco izquierdo, un conjunto de personas a las que no reconoció se desveló para situarse en el mismo punto en el que ellos iban a estar.

Cuando el cabecilla comenzó a posicionarlos, Leo descubrió a otra congregación de personas que se manifestó desde su derecha luciendo un uniforme que les identificaba como otro grupo de perros falderos de Michaela. Sin embargo, no fue hasta que le hubieron ubicado a él con una orden muy específica acerca de que no debía moverse ni un puto milímetro cuando reparó en el ataúd.

—¿Pero qué co… —perjuró interrumpiéndose a sí mismo al rememorar la opinión de la mano de Nicole acerca de su último taco—. ¿Pero qué es eso?

—¿Esto es en serio? Dime que no estoy viendo visiones, Brad —escuchó la sorpresa de una mujer cercana a él, a quien reconoció como Laura.

—Silencio, mujer, o el jefe te matará —le advirtió uno de los militares refiriéndose a Gatillazo.

Fue en ese instante cuando Leonard se percató de que los semblantes de todos los civiles se debatían en su expresión desde el asombro, la paz y la alegría hasta la preocupación, el miedo y la intranquilidad. Ningún rastro permanecía en ellos de la seriedad y prudencia que había sido su característica primaria minutos atrás. Leo se asomó a través de los civiles que bloqueaban su visión y descubrió a la persona que residía en el féretro.

—¿Michaela?

Sus párpados se despegaron como un relámpago, alejados de toda letargia, retornándola de nuevo a su amada vida. Michaela observó sus manos mientras permanecía tirada sobre un suelo en el que se sentía como un ente flotante, y respiró benditas bocanadas de aire antes de decidir que deseaba sentarse.

—Así que estoy vi…

La visión que obtuvo de su mundo entumeció su garganta hasta paralizarla. Michaela siempre había considerado que su corazón era un enorme agujero negro en el que no tenía cabida ningún sentimiento de amor, y aunque renegaba por completo de la existencia de un Dios, era como si el muy cabrón hubiera decidido enviarla al interior de la roca que habitaba su pecho en forma de castigo por sus pecados.

Se puso en pie, conmovida por haber recuperado la energía de sus piernas, para examinar el espacio que la rodeaba tratando de buscar cualquier punto que fuera diferente al resto, pero no existía. Todo el paraje era negro. Densa y pura negrura.

—¿Dónde estoy?

Su distinción era indudable. El cuerpo sin vida de Michaela era el que se hallaba reposando sobre el ataúd, visible para todos los asistentes que habían sido arrastrados hasta la plaza. Desde el primer momento, Leonard pensó que aquello se trataba de otra de las macabras bromas de la malvada reina, y que despertaría en el momento menos inesperado para reírse en su cara de su ingenuidad, pero cuando comenzaron a transcurrir interminables minutos en los que el resto de los presentes cuchicheaban sin cesar y Fox subió al estrado que se había improvisado junto con un micrófono, supo que aquello era real. Michaela estaba muerta.

Una sonrisa pidió permiso para mostrarse en su rostro, pero un centenar de pensamientos que le siguieron la eclipsaron. Apartando la concepción de cómo sería la base con otro líder al mando y su pensamiento acerca de si sería más sencillo escapar de allí sin Michaela, la idea de mayor fuerza en su cerebro fue sobre Nicole. Si Michaela había perecido la noche anterior, ya fuese en sus manos o a consecuencia de la estampida, Nicole no tenía ningún motivo de riesgo para marcharse sin él. Leonard no encontraba razón lógica a que le hubiese abandonado a no ser que hubiese sido a propósito, pero aquella posibilidad no cabía ni siquiera como posibilidad.

—Buenos días a todos, damas y caballeros —resonó repentinamente desde el estrado—. Os preguntaréis que es lo qué ha sucedido y por qué estáis aquí. No os preocupéis. Voy a ser muy claro.

—¿Pero qué…

De entre aquella apagada dimensión, como brotado de la mismísima nada, una figura había aparecido a lo lejos. Michaela entornó desconfiada sus ojos, distinguiendo un cuerpo raquítico que clavaba sus pupilas en ella al tiempo que sostenía un alargado bastón de una empuñadura curva. Llamó especialmente su curiosidad el singular color malva que se reflejaba en esta.

En tan solo un pestañeo, el desconocido se había desplazado hasta donde ella se encontraba, separado a escasos metros. El susto que produjo en Michaela fue inevitable. Habría apostado su propia base a que aquel tipo acababa de teletransportarse.

—Vram esy repwe umir.

—¿Qué cojones dices? —bramó incordiada por el surrealismo de la escena que vivía—. Cierra la puta boca.

Sin embargo, no fue hasta su siguiente intención cuando derramó el caldo de cultivo de la ira que Michaela había acumulado durante su permanencia en la silla de ruedas. Aquel estrafalario anciano con la barba más prominente que los músculos hizo ademán de besarla. Tan tremendo fue el puñetazo que le propinó en la mandíbula que el bastón se escurrió de su sostén y cayó a las tinieblas, imitando el afligido su ejemplo con un seco desplome.

—Tremendo hijo de la gran puta. ¿Qué cojones haces?

Un torbellino de patadas de inmensurable brutalidad se estampó en el sobresaliente costillar del pervertido, permitiendo liberar toda la rabia contenida por el alma de la guerrera mientras este gemía agónico. La agresión únicamente cesó tras un minuto de incontables puntapiés de la perra rabiosa, cuando el extraño alcanzó a recuperar el tacto de su bastón.

Un halo del color de la empuñadura se extendió desde su superficie hacia las tinieblas que le cubrían, elevando a Michaela por los aires como una ráfaga huracanada de viento. Sin siquiera ser consciente de lo que acababa de ocurrir, la voladora aterrizó con su espalda sobre la planicie de la nada tras haber sobrevolado unos metros en el vacío espacio.

—El cadáver que estáis viendo, todos vosotros, con vuestros propios ojos, es el cadáver de Michaela, nuestra querida líder —anunció extendiendo su antebrazo hacia el ataúd—. Y quiero que todos sean plenamente conscientes de que no es ningún juego. Michaela fue hallada muerta en su despacho ayer por la noche, bajo extrañas circunstancias. Este altar, las flores, el discurso, vuestra presencia: todo ha sido cuidadosamente preparado para darle un merecido último adiós antes de que sea enterrada en el lugar de honor que le corresponde. Espero que sea respetado como es debido.

Leonard se percató de que los cuchicheos generados entre los civiles se incrementaron tras la información compartida por Fox. Pensó que probablemente estarían comentando la forma en la que iban a rellenar la tumba de Michaela con mierda, así que optó por ignorarles y continuar concentrado en las palabras del alto mando.

—Bueno, concluido este punto del día, pasemos al siguiente. Tenemos que aclarar quién va a ser el siguiente en la línea de mando. Organizaría unas elecciones, pero nunca me ha gustado la democracia, así que me voy a decantar por obedecer las instrucciones que Michaela me dejó y nombrar líder al sucesor que ella quería. ¡Atención, por favor!

Los asistentes arrugaron sus rostros conocedores del probable espectáculo que aquel payaso iba a desarrollar.

—¡Steve Fox! ¡Por favor, Steve Fox, suba al estrado! Espera… —exclamó fingiendo con gran descaro su sorpresa antes de traducirla en exaltación—. ¡Si soy yo! ¡Pues sí, muchachos, yo, a partir de ahora, señor Steve Fox, soy vuestro nuevo líder y rey de esta base!

Los murmullos evolucionaron a tal ritmo que los soldados se vieron obligados a emplear sus armas para acallar a algunos de los asistentes, implorando a sus entrañas que no les obligasen a disparar. Ya se había derramado demasiada sangre innecesaria durante la noche inmoral.

—Y vuestro nuevo líder os comunica que van a empezar a cambiar muchas cosas a partir de ahora. Yo… yo os prometo… —pronunció levantando el puño mientras remarcaba un semblante lacrimoso fruto de su actuación—, os prometo que vais a tener una vida mejor, todos la vamos a tener. Se acabaron la división de clases, las subordinaciones, la esclavitud, el sufrimiento… Se acabó todo lo que ha despedazado la unidad de esta base, toda la supremacía que quería fundar Michaela sobre vosotros. Después de la tragedia que aconteció anoche, debemos estar mucho más unidos que nunca para conseguir que este lugar renazca de sus cenizas. Juntos, sin quiebras, sin odios, sin fragmentos rotos, podemos lograrlo. Sé que podemos.

Los espectadores intercambiaron miradas de incredulidad intuyendo el asalto burlesco de su rey hacia ellos. El propio Fox lo confirmó cuando sus carcajadas resonaron por la totalidad de la plaza.

—Ay, Dios… Espero que no os lo hayáis creído, porque eso sí sería para descojonarse —habló incapaz de contener las risas que se escabullían de su laringe—. ¡Vais a estar aún mas puteados que con Michaela!

Michaela se reincorporó con su cerebro agitado e intentó localizar al anciano insolente, pero cualquier rastro de su mera presencia se había evaporado entre la oscuridad. Fue en su instante de inmersión cuando la luz regresó. La claridad de un cielo cubierto de un azul tan brillante que cegaba sus ojos sustituyó a la oscuridad de la que provenía mientras el aire matutino refrescaba sus pulmones como si hubiese provenido del paraíso. Tras su primera tentativa de movimiento, descubrió dónde se encontraba incrustada.

Fox sonrió satisfecho de que su desdén hubiese provocado el impacto colectivo que se había extendido a través de los oyentes. La conmoción que expresaban se percibía tan gigante que al propio mando le pareció excesiva, pero no se sentía en absoluto desencantado. Sin embargo, su emoción se deshizo en segundos cuando uno de sus soldados señaló con terror en su semblante el ataúd donde reposaba Michaela.

—¡¡Está viva!! ¡¡¡Está viva!!!

Los aterrados bramidos del soldado captaron la atención de todos los presentes, quienes alterados, dirigieron sus confusas miradas allá donde el dedo acusador señalaba. El júbilo que Fox había estado sintiendo hasta hacía unos meros instantes se había desvanecido en su totalidad para dar paso a una extrema confusión ante una situación que era incapaz de comprender, y entonces, siguiendo la mirada de todos los presentes, el hombre se volteó para mirar tras de si, y entonces, lo comprendió todo. Un cruce de miradas con aquellos ojos negros como el azabache fueron suficientes para dejarlo tan petrificado como cualquier otro de los allí presentes. Las botas militares sonaron sobre la superficie del escenario cuando dio los primeros pasos fuera del ataúd. El viento mecía sus alargados y oscuros cabellos mientras un silencio antinatural sumía por completo el ambiente que rodeaba la plaza. El aire llenó nuevamente sus pulmones para después exhalarlo lentamente, y entonces, separó sus labios para emitir su primera palabra tras regresar de la mismísima muerte:

—He vuelto. —anunció con orgullo.

Y ahí estaba, aquella enigmática sonrisa cargada de malicia y demencia que tanto la caracterizaba se dibujó una vez más en el rostro de Michaela Evans, sintiendo una inmensurable satisfacción al pronunciar aquellas palabras. Su anuncio no tardó en desatar una incrédula y aterradora reacción en cadena entre los espectadores:

—¡¡Imposible!!
—¡¡Esto no puede estar sucediendo!!
—¡¡Debería estar muerta!!
—¡¡¡¡Es un monstruo!!!!
—¡¡Esa mujer no es humana!!
—¡¡¡Estamos condenados!!!
—¡¡¡Ha vuelto de la muerte a por nosotros!!!
—¡¿Cómo pudo resucitar?!
—¡¡No es una zombi!!
—¡¿Qué está pasando?!
—¡¡¡¡DEMONIO!!!!

El volumen y la cantidad de murmullos aumentó progresivamente en cuestión de segundos, hasta el punto en el que ya no podían denominarse murmullos, pues ya muchos gritaban a voces sus palabras cargadas de terror e incredulidad hacia la verdad que tenían expuesta frente a sus ojos temerosos. Ni siquiera los militares estaban en facultades de recordar que debían de mantener a los civiles silenciados, pues incluso ellos estaban en pleno estado de shock. La resucitada sonrió complacida mientras cerraba los ojos deleitándose con aquellas palabras que expresaban el terror y la confusión de los presentes. Tal era el placer que casi le parecía orgásmico. Más, más, quería más expresiones de miedo hacia su figura. Lentamente abrió los ojos mirando el cielo celeste sobre ella, escuchando a la multitud de voces aterradas, sintiendo sus cabellos ondear al viento, los débiles rayos del sol acariciando su piel, y el frío aire de la mañana entrando en sus pulmones, sintiendo en si, la vida.

—jijijiji... —la mujer comenzó a reír en bajo. —Jejejejejeje...—Fox la contempló blanco como un muerto, incapaz de articular palabra alguna. —¡¡¡Jajajajajajajajajajajajaja!!!—las voces comenzaron a cesar ante su carcajada. —¡¡¡¡¡¡JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!!!!!!

Todas las voces cesaron, mientras aterradoras miradas contemplaban expectantes a la mujer riendo escandalosamente sobre el escenario mostrándose divertida hacia la situación. Aquella desagradable risa cargada de pura maldad se escuchó hasta el último rincón de la base, penetrando en los oídos de los presentes causando temor en sus corazones. Aquella era la risa de un demonio, pensaron algunos. Y entonces, cuando se sintió satisfecha, las carcajadas cesaron y miró nuevamente a la silenciosa multitud. La mujer suspiró cansada de tanto reír. Entonces, dibujando en sus labios una sonrisa cargada de soberbia y malicia, caminó con pasos seguros y elegantes adelante en el escenario, arrebatándole a Fox el micrófono de la mano sin siquiera dedicarle una mirada. Sus pasos se detuvieron al borde del escenario y echó una mirada a los presentes en total silencio antes de hablar.

—Sí, soy yo, Michaela Evans. Vuestra querida y respetada líder. —dijo con ironía. —¡¡Y he vuelto de entre los muertos más fuerte e hija de puta que nunca!! —anunció elevando la voz. —¡Mi resurrección es la prueba definitiva de que soy la elegida para alzar a la humanidad de sus cenizas y crear un nuevo orden mundial sustentado en la total amoralidad! ¡Un mundo sin políticas ni religiones! ¡Un mundo sin conceptos del bien o el mal! ¡Un mundo gobernado por Zodiaco! ¡¿No es ese un mundo perfecto?!

—Un mundo sin elecciones no es un mundo perfecto... —susurró Leo frunciendo el ceño tras lograr salir del shock inicial.

—Sé que cuesta imaginarlo y asimilarlo, pues todos procedemos de una sociedad hipócrita, injusta, egoísta, cruel e imperfecta cargada de fallos a la que nos hemos tenido que acostumbrar contra nuestra voluntad. Una sociedad que nos enfrenta a unos y a otros ante las diferentes ideologías políticas y religiosas. Una sociedad podrida que desde niños nos inculca como tenemos que actuar, como ser o en que pensar, de lo contrario, si no acatas aquello que la sociedad te impone, serás un repudiado. Una sociedad que nos ha acostumbrado a juzgar a aquellos que son distintos a lo que esta dicta, a señalarlos sin conocimiento alguno e incapaz de ver la mierda que cada uno tenemos a nuestra espalda antes de juzgar a otros. —aseguró la joven mujer elevando la voz mientra miraba a las masas de súbditos que rodeaban aquel escenario. —¡¡Los muertos purgaron las imperfecciones de esa sociedad, como lo hizo el diluvio universal, y este lugar es el arca que os salvará de la purga mundial a manos de los muertos, y yo, yo soy el mesías que os conducirá a la sociedad prometida, la que creará un mundo perfecto que corregirá las imperfecciones del viejo mundo!! ¡¡Un mundo que erradique todas las políticas y religiones!! ¡¡Un mundo donde la justicia se tomará de propia mano!! ¡¡Un mundo donde nadie te juzgará por quien seas, lo que seas o lo que tengas!! —aseguró la mujer contemplando los rostros confusos e incrédulos del público que la escuchaban. —Esa es la maravillosa sociedad que estoy gestando en mi interior y que en un futuro daré a luz. Lo garantizo, como que me llamo Michaela Evans, que si nada se interpone en mi camino, alcanzaré ese futuro. Y pobre del necio que ose a entrometerse en mis planes, pues erradicaré a semejante insolente, impuro e indigno de ese mundo perfecto que llevaré a cabo. —profetizó con extrema seguridad mirando a sus súbditos.

A Leonard todo aquello le parecía una utopía inalcanzable, afortunadamente. No se podía imponer un orden mundial así como así, aunque Michaela poseyese una organización militar, una base, personal, recursos y científicos en su poder. Era imposible. Como mucho, podía tomar el control de una ciudad, ¡¿pero el mundo?! ¡Exageraba! ¡Era sumamente absurdo e imposible que pudiese hacer algo tan grande como aquello! Y si fuese posible, cosa que dudaba demasiado por muy convencida que la propia Michaela estuviera, aquello no sería un mundo perfecto y libre, no sería más que una dictadura en la que te impondrían un modo de vivir, sin darte opción alguna a elegir, un modo carente de valores en el que como ella misma dijo, uno podía tomarse la justicia de su propia mano, y eso, eso no estaba nada bien.

Un mundo amoral que carecía de los valores éticos de la justicia y moral humana, no sería más que un infierno sumido en la anarquía más absoluta. Todo el mundo podría hacer lo que quisiese sin limitación alguna, y el hecho de que las personas se tomen la justicia por su propia mano, no ayudaba en lo más mínimo. Las reglas no están para romperse, están para asegurar un orden y equilibrio por el bien de todos, y aquella mujer deseaba destruir ese equilibrio. Aquella ideología parecía ser los pilares fundamentales de aquel nuevo orden mundial, y Zodiaco se encargaría de preservar aquel credo que regiría a los humanos en aquella devastadora sociedad que Michaela tenía en mente. Al fin y al cabo, no era más que otra dictadura, y ella otra dictadora más que buscaba lo que otros muchos dictadores de la historia.

La sociedad antigua no era perfecta, en absoluto, y perjudicaba a una minoría tal y como ella dijo, minoría a la que seguramente ella pertenecía en el pasado. La sociedad la trató mal y ella simplemente quería vengarse, eso es todo. Pero a pesar de sus imperfecciones, la antigua sociedad limitaba las libertades del ser humano bajo una justicia y un código ético que reducía en cierto modo los impulsos malignos del corazón de los humanos. Y ella simplemente quería erradicar ese limitador dejando que los humanos de esa sociedad decidan actuar bajo la moralidad o inmoralidad libremente y sin castigo de ningún tipo. Aquella sociedad sería algo totalmente demencial. Una sociedad perfecta para Michaela y la gente como ella, sin dudas, pero no para todos.

Michaela suspiró. —Sin embargo, tengo que añadir que a pesar de esa libertad que prometo en el que todo el mundo podrá ser como quiera sin temor a ser juzgado, sí que existirán unas normas y una justicia a aplicar cuando sea necesario, y Zodiaco se hará cargo de esas situaciones. —aclaró. —Al fin y al cabo, no puedo dejar que haya gente que trate de instaurar los valores de aquella sociedad podrida que dejamos atrás, o instaurar otra distinta. ¡Y entre todos, alcanzaremos ese futuro! —aseguró alzando el puño en alto escuchando la ovación de la fuerza militar, en contraparte, los civiles comenzaron a murmurar entre ellos acerca de sus palabras.

—Y bien, ahora pasemos a otra cosa. —anunció sin soltar el micrófono.

Michaela dirigió su mirada al grupo de la milicia que la ovacionaba por sus palabras.

—¡¡Silencio!! —ordenó.

Ante su orden, el cuerpo militar guardó silencio de inmediato, y los murmullos de los civiles cesaron para prestar atención a lo que Michaela estaba por decir.

—Sí, sé que estáis ahí ocultos entre vuestros compañeros, par de sabandijas. —pronunció refiriéndose a alguien entre el grupo de soldados, quienes confusos, se miraban unos a otros sin entender a quien dirigía Michaela sus palabras. —¡¡Michael Foster, Austin Cox, mostrad la cara, par de traidores!!

Ante sus palabras, los soldados comenzaron a apartarse poco a poco, hasta que finalmente los traidores fueron desvelados ante la mirada de Michaela y todos los allí presentes. Blancos como muertos, eran incapaces siquiera de pronunciar palabra alguna.

—¡Ja! ¡¿Acaso creéis que me olvidaría del par de imbéciles que me asesinaron?!

—Mi... Michaela... no... nosotros no... —Michael tartamudeaba tratando de decir algo.

—¡¡Cierra la puta boca, Foster!! —ordenó sin querer escuchar explicación alguna. —¡¡La traición es algo imperdonable!!

—¡¡¡Lo sentimos, nuestra señora!!! —exclamó Austin postrándose en el suelo.— ¡¡¡Perdónanos, te lo ruego!!!

—¡¡¡Cometimos un error!!! —exclamó Michael imitando a su compañero.

—¡¡Seréis cabrones!! —exclamó Marcus saliendo de entre el resto de la milicia para caminar a paso ligero hacia ellos. —¡¿Cómo se os ocurre traicionar a nuestra señora?! ¡¡Merecéis una muerte lenta y dolorosa por ello!! —afirmó levantando a Austin del suelo de muy malas maneras. Raudo, desenfundó su cuchillo y dirigió la punta de este a los ojos del atemorizado soldado.— ¡¡Empezaré sacandoos los ojos, y luego os cortaré los dedos, la lengua, la nariz y las orejas!!

Michael se puso en pie y retrocedió buscando alguna forma de huir, sin embargo, los que hasta hacía unos instantes habían sido sus compañeros de armas, le rodearon impidiéndole cualquier escapatoria posible. Marcus, Michael y Austin quedaron atrapados en un círculo.

—¡Marcus, detente! —exclamó en cuanto Austin gritó al sentir el frío filo del cuchillo de Marcus cortar ligeramente el párpado inferior de su ojo derecho. Un hilo de sangre brotó deslizándose por la mejilla del aterrorizado soldado. —¡No lo mates!

Marcus volteó la cabeza para mirar al escenario. —¿No desea que lo castigue como se merece, mi señora? —preguntó algo sorprendido.

—No, tú no. —respondió. —Lo harán ellos. —dijo mirando a las masas de civiles. —¡Atención! ¡Ofreceré una cuantiosa recompensa a la persona que mate a ese par de traidores con sus propias manos! —anunció provocando que los civiles comenzaran a murmurar nuevamente entre ellos. —¡Quien mate a los traidores en mi nombre, recibirá una caja llena de recursos! ¡Comida, agua, medicinas, ropa, e incluso revistas porno si queréis! —animó la mujer viendo como los civiles dudaban en manchar sus manos de sangre, así como de la tentadora oferta de Michaela. —¡¿Acaso tengo que recordaros que ese par de tarugos asesinaron también a vuestros amigos y familiares?! ¡¿Acaso algunos de vosotros no habéis sufrido abusos de algún tipo por parte de esos dos?! ¡¿No queréis venganza?! —preguntó tratando de tocar el corazón de los civiles que habían perdido a gente importante durante la matanza de aquella fatídica noche.

Leonard miró a su alrededor. Los civiles murmuraban unos con otros aún algo indecisos. ¿Serían capaces de hacerlo? Se preguntó así mismo observando las miradas de dudas de muchas de las personas que le rodeaban. Michaela suspiró algo aburrida de ver tanta duda reflejada en los rostros de los civiles. Pero entonces, entre la multitud, algo llamó su atención. Uno a uno, los civiles comenzaron a guardar silencio mientras algunos se apartaban dejando en el centro a la figura de un joven. ¡¿Tyler?! Exclamó Leonard en sus pensamientos.

—¡Vaya, esto es interesante! —dijo Michaela a través del micrófono. —¡Parece que alguien tiene pelotas entre tanto cobarde, señoras y señores!

El joven sostenía una gran roca en una de sus manos, y la miraba pensativo sin nada que decir. Entonces, alzó la mirada en dirección a la mujer que estaba de pie sobre el escenario dirigiéndole una mirada seria directamente a los ojos.

—¡Evans, si das tu palabra acerca de la recompensa, yo mismo los mataré!

—¡Lo garantizo, como que me llamo Michaela Evans! —juró la líder inmoral ante todos los civiles.

—Bien... —respondió Tyler dirigiendo sus pasos hacia el grupo de militares.

Marcus lanzó a Austin al suelo devolviendo su cuchillo a la funda.

—¡Atención, soldados! —anunció el alto mando. —¡Dejad que los civiles entren al corro, y cuando nadie más quiera entrar, cerradlo!

Velozmente, los soldados obedecieron cambiando la formación. Entonces, Leonard se percató de como más civiles comenzaron a salirse de sus posiciones siguiendo los pasos de Tyler hacia el corro militar que esperaban la llegada de los múltiples verdugos para cerrar el círculo que entre todos formaban.

—¡No! ¡Por favor! ¡¡No!! —exclamó Michael hacia sus ex compañeros de armas. —¡¡Dadme un arma para defenderme al menos!! —sin embargo, todo lo que recibió fue un puñetazo de Serge que lo lanzó al suelo.

—¡Ya eres lo suficientemente mayor como para responsabilizarte de tus actos, soldado! —le recriminó negándole toda ayuda.

—¡¡Solo queríamos vengar a nuestros seres queridos!! —gritó Austin al ver a los civiles entrar al corro. —¡¡Esa perra nos obligó a dejarnos matar en varias ocasiones!! —exclamó el soldado fuera de si señalando a Michaela en el escenario. —¡¡Muchos murieron porque no supo comandarnos!!

—¡¿Es que vosotros no sentís lo mismo que nosotros?! —gritó Michael mirando los rostros de los soldados que conformaban aquel círculo. —¡¿Vosotros no habéis perdido a amigos, parejas o familiares por culpa de los estúpidos juegos de esa bruja?!

No obtuvo respuesta alguna. Entonces el círculo se cerró cuando ningún civil más se animó al asesinato público de los traidores. Tyler trató de enfocar el rostro de Fox en la cara de aquel par de soldados. Odio y frustración. Simplemente necesitaba liberarse en parte de esos sentimientos y pagar con alguien su dolor, con alguien relacionado con la masacre de aquella trágica noche. Simplemente quería liberar los demonios que llevaba dentro, como todos los otros civiles que habían entrado con él al corro. Y entonces, con un grito de rabia, Tyler lanzó la primera piedra a la cabeza de Michael, y acto seguido, todos los demás civiles se sumaron a la lapidación.

Leonard vio aquello con espanto. Tomarse la justicia por cuenta propia, sí, básicamente era lo que trataban de hacer en cierto modo, y sin duda, aquello era uno de los pilares fundamentales de la nueva sociedad de la que Michaela hablaba. Al joven le horrorizaba escuchar el choque de las piedras, los gritos de agonía, los aullidos de rabia... Leonard apartó la mirada del corro de soldados en el que la matanza se estaba llevando a cabo, y entonces miró al escenario. Un escalofrío recorrió súbitamente su espalda cuando su mirada se topó con los ojos de Michaela, quien con una sonrisa satisfactoria en su rostro, le observaba desde la distancia. El chico, intimidado, arrojó la mirada al suelo cortando aquel escalofriante contacto visual. Tras unos instantes, elevó tímidamente la mirada para ver como Michaela había dirigido nuevamente su atención a la masacre que los civiles estaban llevando a cabo a la espera de que acabara.

—Se... señora... —la voz de Fox sonó tras Michaela.

—Ah... Estabas ahí. Me había olvidado de ti, Fox. —dijo la mujer sin haberle prestado atención desde que volvió de entre los muertos. —¿Quieres algo?

—Esto... ¿Cómo... —el soldado no sabía como decirlo.

—Te veo decepcionado de verme con vida, Steve.

—¡No! ¡En absoluto, mi señora! —mintió. —Es solo que no comprendo como puede estar viva. ¡Vi la puñalada en su vientre!

—Y estaba muerta. Sin embargo, antes de que esos dos me mataran, me inyecté una dosis del Agua Gris.

—¡¿Qué hizo qué?! —exclamó totalmente sorprendido.

—Lo que has escuchado. Victoria me proporcionó el virus de los laboratorios, y me lo inyecté horas antes de mi asesinato. Ahora, mírame, viva y andando sobre mis pies. Y lo más importante, sigo siendo yo y no un cadáver andante más. ¿Sabes qué significa eso, Fox?

—¿El qué, mi señora?

—Que yo soy una de las elegidas por el Agua Gris. Yo ya no soy un ser humano ordinario, Steve. Estoy por encima del resto de mortales en la cadena evolutiva, tal como lo están, o lo estaban, Matt, Ashley, Maya, Puma y Alice. He trascendido las limitaciones humanas. —dijo mirando la palma de su mano. —Ahora soy otro ser, algo superior. Y por ende, he de poseer unas habilidades sobrenaturales. —aseguró cerrando el puño con fuerza. —Aunque no sé cuales son esas habilidades de momento. ¿Puede que regeneración instantánea como Ashley? ¿Fuerza y velocidad sobrehumana como Maya? ¿Tal vez inmunidad a la radiación o al dolor como poseen Puma y Alice? ¿O tal vez una mejora de mis habilidades físicas y un desarrollo anormal de los sentidos tal y como Matt tenía? O quien sabe, tal vez, algo distinto a lo de ellos. —Michaela observó a Fox unos instantes. —Siento haberte aguado la fiesta cuando aún estabas proclamando tu ascenso al trono, Steve. Creo que la tuya ha sido la investidura más corta de la historia. Perdona por haberte cortado el rollo en pleno discurso.

—No... No se preocupe, mi señora... Me alegro de verla de vuelta...

—Y mejor que nunca, te lo garantizo. —afirmó antes de dirigir la mirada al linchamiento de los civiles hacia el par de traidores. —Mucho mejor que nunca...

Un sentimiento de decepción y angustia se apoderaban de Fox. En plena investidura Michaela revivió, y todos sus sueños de liderar aquel lugar a sus anchas se desvanecieron como polvo en el viento. Ni siquiera había podido permanecer un día en el trono de aquel reino inmoral. Por algún motivo, se sentía humillado. Ya no era el centro de atención, incluso, todo el mundo parecía ignorar su presencia.

El olor a sangre se esparcía por el ambiente. Los gritos de dolor y de linchamiento cesaron. Tyler jadeaba frenéticamente mientras se levantaba sobre el cadáver de Michael. La sangre del soldado manchaba su rostro, ropa y manos tras haber golpeado en repetidas ocasiones el rostro del traidor aplastándolo con la roca que aún sostenía entre sus temblorosas manos. Apenas habían sido 5 minutos de linchamiento. Los civiles participantes habían empleado las rocas para apedrear a los dos soldados a fin de herirlos y hacerles el suficiente daño como para que no pudieran defenderse de ellos, y tras conseguirlo, les propinaron una brutal paliza en grupo, algunos incluso, lejos de usar sus puños y patadas, emplearon las propias rocas ensangrentadas para continuar golpeándolos, causándoles roturas de huesos y traumatismos por todo el cuerpo. La roca ensangrentada que el joven sostenía cayó al suelo. Un silencio se volvió a levantar nuevamente tras la matanza, sin embargo, poco duró cuando unos solitarios aplausos se escucharon atrayendo las miradas de todos a la figura de Michaela sobre el escenario.

—¡Bravo! ¡Bien hecho, Tyler y compañía! —felicitó a través del micro. —Cumpliré con mi palabra y haré más tarde entrega de una caja con suministros a aquellos que acabaron con la vida de los traidores, y en este caso son, Tyler y Melanie. ¡Felicidades, chicos! —Michaela suspiró. —Esto de que solo hable yo y todo el mundo se quede callado mirándome es un tanto aburrido... Está bien, no hay nada más que decir. Todo el mundo, comiencen con sus tarea diarias. Podéis retiraros. —sentenció devolviéndole el micrófono a Fox y abandonando el escenario.

Tal como Michaela ordenó, militares y civiles comenzaron a dispersarse poco a poco para retomar las labores del día anterior. Victoria pudo ver a Michaela hablando con un soldado a lo lejos antes de que esta se marchase de nuevo dirección al edificio de oficinas en el que estaba su despacho. Se sentía tan aliviada como fascinada de verla viva de nuevo. Era curioso como en el pasado Esgrip siempre estuvo buscando personas aptas para asimilar el virus, y resultaba que todo el tiempo habían tenido a una de esas personas trabajando para la organización. Por lo demás, ya podía respirar tranquila, nadie la acusaría de nada, y las heridas que le habían causado la muerte se habían cerrado solas. Ahora, todo volvía a la normalidad. Victoria suspiró aliviada mientras se ajustaba las gafas, sin embargo, cuando se dispuso a voltearse para dirigirse nuevamente a los laboratorios subterráneos de Esgrip, la mujer chocó con alguien. Victoria alzó la mirada para encontrase de lleno con el rostro serio de Fox.

—¡Ah! —la joven se sorprendió y retrocedió. —¿Qué sucede?

Junto a él, se encontraban Marcus y Serge.

—Eso es lo que debería de preguntarte yo, señorita. —dijo cruzado de brazos. —¿Por qué nos ocultaste que Michaela se inyectó el Agua Gris horas antes de su muerte?

—Bueno, eso...

—¿Eso qué? —quiso saber Marcus. —Pudo haber revivido como una zombi y haberse fugado por ahí mordiendo a todo Dios.

—Debiste de avisarnos. —añadió Serge.

Victoria suspiró. —Sí, le inyecté el Agua Gris por orden suya. Michaela pensaba que mientras existiese una posibilidad de adaptarse al virus, por mínima que fuera, debía de arriesgarse en vez de quedarse postrada en esa silla de ruedas. —aclaró. —Cuando murió, yo podía ser sospechosa de su asesinato, ya que no tenía coartada. Podíais pensar que le inyecté el virus contra su voluntad aprovechando que estaba en silla de ruedas para deshacerme de ella. Por eso no dije nada, incluso, cuando me dejasteis a solas en su despacho con el cuerpo, atravesé su cabeza con el cuchillo para asegurarme que no se levantase como un muerto viviente a causa del virus que yo le inyecté. Sin embargo, ha revivido como una personal normal, aparentemente, y de nada ha servido que la apuñalase en la cabeza. Sus heridas se han regenerado solas.

—Comprendo. Te guardaste las espaldas haciendo eso. —comentó Serge pensativo.

—Ciertamente habríamos sospechado de ti si supiésemos lo del Agua Gris. —añadió Fox. —Al fin y al cabo, has estado mucho tiempo con Michaela en su despacho el día en el que ese par de necios la asesinaron.

Marcus resopló. —Bueno, que más da. Todo ha vuelto a la normalidad. Ahora deberíamos de continuar con las tareas que tenemos pendientes. —informó el alto mando.

Sus compañeros estuvieron de acuerdo, y sin más que debatir y entendiendo el motivo por el que Victoria les ocultó aquel hecho, cada uno se fue a ocuparse del trabajo que tenían pendiente del día anterior. A lo largo del día, todos los residentes de la base, tanto civiles como soldados, trabajaron sin apenas descanso llevando a cabo múltiples tareas en la base, como quitando los cadáveres que aún quedaban esparcidos por la base tras la matanza y la estampida, cerrando finalmente la fosa común cuando el último cuerpo fue retirado. Otros, continuaron con la reconstrucción de algunos edificios dañados y las barricadas que servían de protección a la base frente a posibles ataques del exterior, o bien, limpiando los escombros de los destrozos que la estampida provocó a su paso.

Además de los civiles y los soldados, el alto mando también pasó todo el día trabajando en sus correspondientes tareas. Marcus, al caer la noche, logró finalizar el recuento de daños en toda la base, y continuó contabilizando los recursos valiosos que aún tenía Zodiaco en su poder. Serge, tras preparar y entregar las cajas de recursos a Tyler y Melanie como premio por matar a los traidores, comenzó a planificar la organización y reclutamiento del nuevo equipo de guerrilleros que él mismo comandaría, y Victoria siguió adelante con las investigaciones que tenía pendiente de realizar junto a todo su equipo de científicos.

Y por otra parte, estaba Fox. Él fue el único que finalizó sus labores el día anterior con el recuento de personal y la búsqueda de armas ocultas entre los civiles, y actualmente, había estado ayudando a Marcus con sus labores. Sin embargo, cada vez que podía se escaqueaba cuando nadie miraba para contactar por walkie con Arnold Lester en un intento de obtener información relativa a la búsqueda de sus hijas. Todo intento de contacto con el soldado fue en vano, nunca le respondía a sus llamadas, sin importar cuantas veces tratase de hablar con él. Aquel día había sido funesto para Fox, lo que comenzó como un día glorioso con su ascenso al poder, acabó por transformarse en un auténtico suplicio cuando todas sus esperanzas e ilusiones desaparecieron con la resurrección de Michaela y la desaparición de Lester. Estaba deseando que aquel maldito día llegase ya a su fin.

La mujer suspiró complacida sentada sobre la mesa de su despacho al ver su copa llenarse ante la bebida de los dioses. Cruzada de piernas, meciendo levemente el líquido rojizo de la copa observando su reflejo en ella, escuchaba de fondo una caótica música que tomaba una vieja radiocasette como elemento emisor. Un Réquiem, la última obra de Mozart deleitaba sus oídos con el famoso Dies Irae. El día de la ira. Michaela olfateó el vino de exquisita calidad antes de saborearlo lentamente deleitando su paladar con aquel sabor dulce. Nuevamente suspiró antes de dirigir su mirada al techo sin borrar su enigmática sonrisa del rostro.

¿Qué era aquella sensación? ¿Qué era aquel poder? ¿Qué era aquella energía? ¿Qué era aquel placer? Algo extraño recorría cada fibra de su ser, un poder, una energía desconocida la hacía sentirse mejor que nunca. La mujer miró sus piernas balanceándolas levemente en el aire. Había vuelto a nacer. Una sensación magnánima la envolvía causándole una seguridad extrema. No sentía dudas, no tenía miedos, se sentía poderosa e intocable, ya ni siquiera le preocupaba que la traicionaran. La mujer se terminó de tomar aquel dulce brebaje rojizo, y de un leve salto, bajó de la mesa para dirigirse a las cristaleras de su despacho, para contemplar una vez más, todo su reino inmoral desde las alturas. Sabía que algo dentro de ella había cambiado, sentía un poder en su interior que desconocía por completo, sin embargo, estaba segura que se trataba de la habilidad que el Agua Gris le otorgó con su resurrección.

Entonces la mujer frunció el ceño al recordar aquella figura envejecida que emergió de entre las sombras, aquel ser del bastón que trató de besarla. Sin dudas, a pesar de su apariencia humanoide, podía decir con total certeza que no se trataba de algo humano. Aquel ser y aquel mundo de oscuridad... Todo era tan real... La mujer perdió su mirada en el cielo nocturno pensativa. Ahora que lo pensaba, todo aquello no le parecía más que una ilusión, un mal sueño, sin embargo, era tan real que le era imposible no dudar sobre si aquel lugar y aquel ser eran realmente unos elementos creados por su propia mente o no. Por otra parte, al tener aquel ser tan cerca de ella, sintió una extraña energía proceder de su bastón, el cual recordaba que emitía una extraña luz malva. Sin dudas, tenía la sensación de haber sentido en algún otro objeto esa misma energía extraña, ¿pero en donde? No era capaz de recordar.

—Bueno, que más da. —suspiró. —Al fin y al cabo, tengo la sensación de que tarde o temprano lo descubriré.

La mujer contempló con excesiva curiosidad su reflejó en el cristal. Por fuera nada parecía haber cambiado, más allá de que el virus regenerase su columna vertebral permitiéndole usar nuevamente las piernas y cerrase sus heridas. Pero por dentro era distinta y sentía una inmensa necesidad de descubrir aquel poder latente que sentía en su interior. La mujer movió sus pasos a su mesa para rebuscar algo entre sus cajones, una pequeña navaja. Tras desenvainarla, sus ojos oscuros se reflejaron en el acero plateado del filo. Era hora de empezar a buscar cual era su nuevo poder. La mujer, ni corta ni perezosa, dibujó un tajo diagonal en la palma de su mano. Un dolor instantáneo desató un breve espasmo en su mano. La sangre no tardó en emanar y escurrir por su muñeca y parte de su antebrazo antes de caer algunas gotas al suelo. La mujer contempló la herida observándola con interés por unos instantes, sin embargo, acabó por fruncir el ceño y suspirar. No se cerraba, y además, le había dolido.

La mujer se demostró a sí misma que no poseía ni la inmunidad al dolor de Puma, ni la regeneración instantánea de Ashley. Entonces, pasó a la siguiente prueba. Michaela agarró la gran mesa por uno de los dos laterales con ambas manos, e inútilmente trato de levantarla. La mujer resopló ante el resultado. Tras eso, trató de correr de una punta a otra de su amplia oficina lo más rápido que pudo. Mismo resultado.

—Tampoco la fuerza y velocidad sobrehumanas de Maya... —suspiró. —Entonces solo me queda...

Unos nudillos golpearon su puerta sorprendiéndola. Aquello fue suficiente para dar la siguiente prueba por fallida mucho antes de empezarla. No poseía tampoco aquel gran desarrollo de los cinco sentidos que tenía Matt, quien era capaz incluso de escuchar los latidos del corazón de una criatura con apenas concentrarse un poco en ello, sin embargo, ella no había sido capaz de escuchar a la persona al otro lado de la puerta subir las escaleras hacia su despacho antes de llamar a la puerta, y la música del radiocasette no estaba tan alta. La mujer avanzó hacia el aparato de música para apagarla. Ya solo se quedaba descubrir si era inmune a la radiación, tal y como lo era Alice.

—Adelante. —respondió al llamado.

La puerta no tardó en abrirse, y las figuras de Fox, Marcus y Serge entraron a la estancia. Michaela se encaminó sin decirles nada hacia su mesa para sentarse y atenderles. Los recién llegados se acercaron a la mesa, y apenas llegó Fox a abrir la boca cuando Michaela soltó un pesado suspiro. Aquella reacción se sintió como si un dardo se acabara de clavar en el pecho de cada uno de ellos. Por algún motivo sentían que acababan de molestarla mientras hacía algo importante solo para incordiarla con sus problemas. Los tres no pudieron evitar sentirse pequeñitos al ser blanco de aquella mirada de ojos oscuros que expresaban una absoluta indiferencia hacia ellos.

—¿Y bien? —preguntó la mujer con un tono de voz neutral.

Fox carraspeó un momento antes de disponerse a informar.

—Esto... Hemos estado debatiendo acerca de su orden para buscar a un nuevo equipo para formar a los tres mosqueteros.—dijo el soldado mostrando una cordial sonrisa a su superior.

—Ajam.

Aquella respuesta provocó un breve intercambio de nerviosas miradas entre los tres hombres. Estaba aburrida, y aparentemente, molesta.

—Estuvimos al menos un par de horas revisando los expedientes de todos los menores de edad residentes en la base para encontrar a los mejores candidatos. —añadió Marcus presentando unas marcadas ojeras bajo sus párpados.

—Ajam.

Aquello era malo, pensaron. Sea como sea, no querían que se enfadase, pero sin dudas, creían haber llegado en el momento equivocado. Esperaban que al menos la elección que tomaron en conjunto le agradase.

—Sí, es como dice Marcus. —habló Serge esta vez— Tras buscar y comparar una y otra vez los expedientes de los candidatos según sus evaluaciones en los entrenamientos, sus personalidades, intereses personales, e incluso el pasado de cada uno, finalmente encontramos a los mejores. —dijo orgulloso acercándose dispuesto a depositar una carpeta con documentos sobre la mesa de Michaela, sin embargo...

—Ya tengo a los candidatos escogidos. —reveló antes de que Serge colocase su carpeta sobre su mesa.

—¡¿Eh?!

El interrogante de Serge se reprodujo al mismo instante en las mentes de Marcus y Fox. El soldado se retractó en su acción de dejar la carpeta sobre la mesa de sus superior.

—Leonard y Tyler. —anunció colocando las botas sobre la mesa mientras se recostaba en su asiento. —Sé que no son tres mosqueteros al ser solo dos chicos, pero bueno, me ha dado por ahí. Un capricho, podríamos decir. No sé, simplemente no se me ocurrió un tercer integrante y me quedé con ese par. Eso es todo.

Fue sincera, bastante, pensó el trío masculino. Sin embargo, sentían como si les acabasen de dar una soberana patada en los huevos a cada uno al escuchar aquella respuesta simple por parte de Michaela. ¿Leonard? ¿Tyler? ¿Por qué ellos? ¿Y que había de las dos horas de trabajo que se habían pegado a aquellas horas de la noche para buscar a los candidatos perfectos? ¿Ni siquiera iba a mirar la carpeta con los tres mejores candidatos? ¿Para qué demonios les mandó a hacer aquel trabajo si luego ella escogió a los candidatos sin previo aviso? Desde luego, era un hecho que aquella mujer era la mismísima Michaela Evans que conocían de siempre, tan toca huevos como de costumbre.

Los tres tuvieron un pensamiento similar, sin embargo, no pudieron hacer más que tragarse aquella opinión y frustración. Espera... ¿Acaso sería una venganza? Los tres intercambiaron una breve mirada entre ellos, casi como si sus mentes estuviesen sincronizadas al momento de surgir aquella pregunta en sus mentes. ¿No sería que por molestarla mientras hacía lo que fuese en el despacho había decidido tomar de candidatos a los primeros que se les pasó por la mente solo para joderles? La verdad, no les extrañaría en lo más mínimo.

—¿Realmente no quiere echarle ni un pequeño vistazo a la carpeta? —trató de insistir Serge—. Podría ser una buena idea, al menos para buscar a ese tercer integrante...

—No será necesario. —se rehusó. —Creo que esos dos son buenos candidatos y pueden complementarse bien el uno con el otro. No es necesario un tercer integrante. Dos son pareja, y tres son multitud, ¿nunca lo habéis escuchado?

—Mi señora... —habló Fox tratando de forzar una sonrisa—. ¿A qué se debe su elección, si puedo preguntar? Aunque fuese por mero capricho, supongo que pensó en ellos dos por algo, ¿no? —quiso saber el soldado.

—Mmmm...

¡¿Se lo estaba pensando?! ¡¿Acaso realmente acababa de elegirlos al azar solo para joderles?! A los tres les costó un poco no ocultar la impresión en sus rostros, sin embargo, solo necesitaron mirar un breve instante a Michaela a los ojos para recobrar la compostura.

—Bueno... —suspiró la mujer. —Considero que es bastante fácil manipular tanto a uno como a otro, además de que las habilidades que demuestran en los entrenamientos, o cuando salen de misión fuera de la base, son bastante decentes. Por otra parte, Tyler perdió cruelmente a sus padres y muchos de sus conocidos durante el fallido golpe de Estado de Braun, y con ello, todos sus sueños y esperanzas sobre un futuro mejor en el que yo estaría muerta y Braun en el poder, se fueron a la mierda. Ya lo visteis hoy, no le importó matar a dos soldados por una caja de recursos, sin siquiera saber si aquellos dos eran los responsables directos de la muerte de sus padres o algún conocido suyo en particular. —comentó mirando a los tres hombres frente a ella. —Y Leonard, bueno, él llegó sin nada ni nadie a mis dominios. Es un asocial que apenas se relaciona con otros, salvo cuando lo considera necesario, y ha tenido problemas con otros supervivientes que le han pegado o le han metido en problemas. Ese chico solo piensa en sí mismo, únicamente se mueve por interés. Todo lo que hace ese muchacho es en busca de su propio beneficio, no le importa nadie más que él mismo. Eso lo demostró al tratar originalmente de largarse de aquí él solo, sin decirle nada a nadie a pesar de que sabía que morirían muchas personas durante el golpe de Estado. Por otra parte, Nicole le ha abandonado. Según tengo entendido, huyó con su grupo dejándolo atrás, aunque no sé si él es consciente de ese hecho. Está además acusado de traición, y ya vio en la plaza lo que hacemos con los traidores. No tiene elección si quiere seguir con vida. —argumentó. —Además, tengo que reconocer que lo he subestimado, tiene los huevos bien gordos como para aliarse con Nicole y tratar de traicionarme, y ha sido lo suficientemente astuto como para planear con mucha antelación fugarse de la base llevándose recursos consigo sin que nadie se percatase. Bueno, esas son mis razones, ¿contentos?

—Totalmente de acuerdo, mi señora. —contestó Fox de inmediato.

—Claro, muy bien pensado, Michaela. —siguió Serge el peloteó de Fox.

—Comprendo. —se limitó simplemente Marcus a contestar.

En cierto modo comprendían el argumento de Michaela, y no era malo, sin embargo, pensaban que podrían haber mejores candidatos que ellos dos, y además... Tenían la extraña sensación de que había estado diciendo aquello sobre la marcha solo para contentarlos. Igualmente, no contaba con un factor, y era que se sabía, o mejor dicho, habían escuchado, que Leonard y Tyler no tenían muy buena relación, no obstante, decidieron no continuar cuestionando sus órdenes para no seguir molestándola. Temían que les castigase con algún extraño poder vudú ahora que había resucitado con el Agua Gris.

—Bien, ¿y cuando comenzará el adiestramiento de ese par? —quiso saber Marcus cruzándose de brazos.—Porque teniendo en cuenta los antecedentes de ambos aquella noche, algo de resistencia opondrán.

—No te preocupes por eso, lo tengo todo planeado. Mañana nos ocupamos de ese tema, ahora será mejor que vayamos todos a dormir, ya es tarde. —aconsejó la mujer tratando de echarlos educadamente de su despacho.

A la mañana siguiente, mientras los civiles y militares cooperaban nuevamente en las labores de reconstrucción de la base, Leonard y Tyler fueron conducidos por un par de guardias hacia el edificio de oficinas en el que Michaela los esperaba. Ambos chicos no cruzaron palabra o mirada alguna el uno con el otro. Era más que evidente que no se soportaban. Leonard y Tyler, con 14 y 16 años respectivamente, eran un par de huérfanos con vidas muy distintas, lo que causaba que ambos no pudieran entenderse mutuamente.

Leonard era alguien que en el pasado había estado demasiado apegado a sus padres, lo que generó en una actitud de chico consentido y dependiente a la figura de sus progenitores. Debida a la sobreprotección de sus padres, Leonard creció como un chico muy querido, sí, pero también como alguien inseguro y miedoso que buscaba en todo momento la mirada o respuesta de sus padres, y cuando no obtenía estas cosas al sentirse solo o amenazado, recurría a los llantos y pataletas. Aquella forma de ser le generó varios problemas de bullying en el colegio, lo que afianzó aún más sus miedos e inseguridades.

Tyler por otra parte tenía una relación más distante con sus padres, lo que permitió que el chico creciera siendo alguien más independiente, fuerte y seguro de sí mismo, dispuesto a afrontar sus propios problemas sin recurrir a sus progenitores para que le ayudasen. A diferencia de Leonard, era un chico popular en el colegio que no tenía problema alguno en enfrentarse a alguien o relacionarse con cualquier desconocido. De hecho, solía ayudar a otros chicos como Leonard cuando tenían problemas con los típicos abusones del colegio.

En la base de Michaela, todos los menores de edad se habían visto forzados a despojarse de su inocencia manchando sus manos con la inmoralidad, a fin de madurar antes de tiempo y ser de utilidad a Michaela. Sin embargo, hubo una excepción que se negó a mancharse las manos, y no fue otro que Leonard. Sus continuos actos de rebeldía hacia las órdenes de Michaela para hacer cosas como matar, robar, o pelear entre otras, generó que la propia líder suprema tuviese que inventar alguna clase de castigo para doblegar su voluntad. Para Michaela, aquella clase de resistencia podía ser un problema si el resto de civiles decidían llevarla también a cabo.

Aquellos castigos no iban dirigidos únicamente hacia el propio Leonard, también hacia el resto de civiles inocentes. Su finalidad era cargar a Leonard con la culpa del sufrimiento de los inocentes a causa de su actitud. Aquellos castigos eran varios, e iban desde entregar una menor cantidad de recursos a repartir entre los civiles, hasta torturas y humillaciones públicas. El objetivo de Michaela no era simplemente doblegar su voluntad, también, erradicar cualquier rayo de esperanza de los corazones de aquellos que osasen siquiera a pensar en imitar a Leonard.

Los continuos castigos llegaron a ocasionar al grupo suficientes problemas como para que este comenzara a odiar al joven. Al principio, algo a regañadientes, aceptaban aquellos castigos por pena hacia el chico, quien no hacía mucho había perdido a su madre antes de que Michaela lo encontrase, comprendiendo que era normal que no quisiese al principio manchar sus manos de inmoralidad cuando aún estaba superando la muerte de su madre, sin embargo, con el tiempo, la gente se cansó de sentir la ira de Michaela sobre ellos por las acciones de aquel chico. En venganza, otros chicos de la base le hacían bullying de todo tipo. A veces simplemente le insultaban, otras le escondían o le quitaban sus cosas, en otras incluso, le metían en problemas con otros civiles, acusándolo a él de cosas que no había hecho, y en otras muchas ocasiones, le pegaban entre varios.

Tyler, aunque molesto como el resto por las acciones del chico, veía aquellos abusos excesivos, y trató de pararlos. En varias ocasiones habló con Leonard tratando de hacerlo entrar en razón para que cediera en su ímpetu de ir contra la voluntad de Michaela, sin embargo, no lo logró. Colmada su paciencia, el joven comenzó a comprender el odio de aquellas personas que abusaban de él, incluso, llegó a justificar sus acciones como razonables, dejando que continuasen metiéndose con el chico. A veces incluso, él también participaba en el bullying hacia Leonard en un intento no solo de pagar su odio y frustración con él, también de forzarlo a ceder a los deseos de Michaela. Tyler se sentía insultado. Lo odiaba. Era un cobarde, un llorica, y un maldito egoísta que solo pensaba en si mismo. Ninguno de ellos habían tenido elección, ninguno quiso manchar sus manos de inmoralidad, sin embargo, lo hicieron por el bien de todos. Pero aquella actitud de Leonard daba a entender lo poco que le importaba aquellos que le rodeaban, pisoteando los sentimientos de todos aquellos que cedieron ante la voluntad de Michaela, como si él fuese especial o distinto al resto, teniendo derecho a negarse cuando otros no pudieron.

Leonard, ante los abusos y el odio de aquellos que le rodeaban, decidió distanciarse de todos para evitarlos, limitando la interacción con aquella gente solo cuando fuese estrictamente necesario. Los odiaba, a la mayoría, eran gente mala que querían forzarlo a cambiar, aunque eso significase obligarlo por las malas. Todas esas personas que le rodeaban eran malas personas, gente que había hecho maldades y querían volverlo a él también en alguien malo presionándolo de distintas maneras, así lo veía él. Sus padres le habían inculcado unos valores, enseñándole que ciertos actos eran malos, y que llevarlos a cabo te hacían una mala persona, y él era un buen chico, o eso le decían siempre sus padres. Con tiempo y dedicación, le inculcaron aquellas ideas a fin de que creciese como un hombre de bien, y él no quería defraudar la memoria de sus padres y volverse una mala persona, quería que estuviesen orgullosos de él como hijo. Ceder a la voluntad de Michaela era como si le forzasen a traicionar a sus padres, a lo que estos esperaban de él. Ahora estaba solo, sin embargo, quería seguir honrando sus memorias manteniéndose fiel a lo que sus progenitores esperaban de él.

No obstante, con el tiempo, la presión, y los abusos, Leonard cedió. Peleó, robó, y mató siguiendo órdenes de Michaela. El joven ensució finalmente sus manos con la inmoralidad deshonrando la memoria y los deseos de sus padres. Se sentía sucio. Tras eso, la tensa relación entre él y el resto de civiles se calmó, aunque no mejoró mucho, Una y otra vez lo hizo, más y más, ensuciar sus manos de inmoralidad, hasta el punto en el que comenzó a no sentir nada hacia las cosas que hacía. Aquello lo asustó. Tenía miedo de en lo que se estaba transformando. No quería volverse alguien como Michaela o cualquiera de aquellos sanguinarios militares que la seguían. Temía perder los pocos valores que aún le quedaban, aquellos valores que lo unían a sus padres.

Leonard y Tyler eran muy distintos, por lo que ambos fueron incapaces de comprenderse el uno al otro. Simplemente, uno juzgaba al otro como el villano de aquella historia. Aquel odio y desprecio mutuo se acrecentó con el golpe de Estado de Braun. Unos apoyaban al soldado traidor en su intento de derrocar a Michaela del trono, otros no, aunque aquello no significaba que apoyasen a Michaela, simplemente tenían sus dudas, y luego estaba Leonard, quien sentía absoluta indiferencia en apoyar a uno u otro, únicamente estaría del lado del que más le beneficiase. Aquello hizo que Tyler viera a Leonard como un posible traidor, sintiéndose asqueado ante la idea de que muchos darían su vida por un futuro mejor tras la muerte de Michaela, un futuro en el que también entraba él.

Y era verdad, le daba igual tanto uno como otro, ya que ambos eran iguales. Por algún motivo, Leonard siempre había visto algo perverso oculto tras las acciones de Braun respecto al golpe de Estado, y no le hubiese extrañado que aquel hombre hubiese implementado otra clase de dictadura una vez llegase al poder tras asesinar a Michaela. Braun no era trigo limpio, estaba seguro de ello. Sin embargo, a él le daba todo aquello igual, quienes muriesen o quienes ganasen, ya que él huiría por el sistema de alcantarillados durante la batalla, o al menos, eso planeó, pero las cosas acabaron muy diferente para él.

Ambos jóvenes entraron al despacho de Michaela una vez fueron guiados hasta allí y la gobernanta les dio el permiso de entrar. Los jóvenes caminaron solos hacia la mesa del despacho, tras la que Michaela esperaba sentada en la silla observando al dúo con una sonrisa en los labios. Tyler y Leonard, sin embargo, presentaban un semblante serio al desconocer lo que aquella mujer les tenían preparado a ambos. Nada bueno, seguro.

—Buenos días, niños. —saludó cordialmente.

—Buenos días, mi señora. —contestó Tyler algo tenso.

—Hola. —respondió Leonard simplemente.

Las miradas de Leonard y Michaela se cruzaron entonces.

—Leonard Lewis. —pronunció. —¿Sabes por qué estás aquí?

—Lo sé. —contestó. —Por traicionarte.

Ante aquella afirmación, Tyler miró brevemente a su compañero por primera vez desde que ambos fueron reunidos por aquel par de soldados para escoltarlos ante la presencia de Michaela. ¿Leonard la había traicionado? ¿Eso era cierto? Le sorprendía, lo único que podía esperar de alguien como él durante el golpe de Estado era que se hubiese escondido en algún sitio hasta que todo acabase.

—Sí, me traicionaste. —suspiró la mujer apoyando la barbilla sobre su mano derecha. —¿Quién lo diría? Jamás hubiese esperado que alguien como tú me traicionase, y menos aún, que cooperases con mi querida hermanastra, Nicole. —Michaela observó al joven por unos instantes en silencio mientras daba pequeños golpecitos con el dedo índice de su mano izquierda sobre la superficie de la mesa. —Me robaste recursos, mataste a algunos de mis soldados, dañaste algunas instalaciones de la base, trataste de huir de mis dominios, y ayudaste a Nicole a huir de mis soldados mientras buscaba a sus compañeros. Lo sé todo, Leonard. El castigo mínimo por todo eso no es otra cosa que la propia muerte. —aseguró la mujer clavando una intensa mirada en los ojos de Leonard. —Me sorprende que no me supliques ni muestres miedo. —dijo observando como el chico no le desviaba la mirada ni cambiaba su semblante serio. —Supongo que eras plenamente consciente de esto, y has tenido tiempo para pensar en ello durante el tiempo que estuviste encerrado en aquel aula del colegio.

—No te voy a suplicar. Sé lo que he hecho, y asumiré las consecuencias. —Leonard estaba aterrado, no quería morir. Trataba de esforzarse para que su miedo no se exteriorizara. Aunque fuese a morir, no quería complacer a Michaela demostrándole su miedo. —Pero antes quiero saber que ha...

—Pasado con Nicole. —se adelantó la mujer leyendo sus pensamientos. —¿Acaso no lo sabes? ¿Es que no puedes intuirlo?

—No. —respondió el joven cerrando sus puños. —Por eso te pregunto.

Por algún motivo, un extraño calor comenzó a subir por su cuerpo y sus latidos empezaron a acelerarse. El joven tragó saliva mientras respiraba con algo más de profundidad. Michaela detectó aquellos pequeños detalles. La mujer sonrió con extrema malicia, lo que hizo que Leonard sintiera su corazón detenerse bruscamente por un instante. Se ha dado cuenta, pensó el joven. Ha olido el miedo. Tyler, sintiéndose algo excluido, miró a aquel dúo con extremo interés sintiendo que algo escapaba a su comprensión. ¿Quién era esa Nicole? ¿Cómo era posible que Leonard hubiese traicionado a Michaela? ¿Cómo es posible que alguien como Leonard cooperara y ayudara a esa mujer? ¿Por qué a la líder suprema se la veía tan interesada en Leonard? ¿Qué había sucedido exactamente aquella noche? Sabía más o menos lo que sucedió, sin embargo, era consciente que hubo un tercer bando implicado, los invitados especiales de Michaela, o eso le dijo Marcus, pero no sabía nada más de ellos ni el papel que jugaron en la base. Esa tal Nicole, la hermanastra de Michaela, debía de ser uno de esos invitados especiales.

—Está bien. —pronunció Michaela levantándose de su asiento. —Te lo diré. —la mujer se colocó frente a Leonard arrodillándose para estar a su altura mirándole directamente a los ojos. —Ella vino a mi despacho y ambas charlamos durante un tiempo, y después, tratamos de matarnos la una a la otra. Nicole logró escapar de mi despacho y yo la perseguí para asesinarla. La estampida nos interrumpió. Y a pesar de que una bestia trató de incordiarnos, ambas continuamos peleando. —Michaela posó sus manos sobre los hombros del chico apretándolos suavemente mientras acercaba más su rostro al de Leonard.— Los amigos de Nicole la llamaron por walkie, y no dudó ni un instante para huir con ellos. —Michaela acercó sus labios a la oreja del chico dibujando una perversa sonrisa. —Leonard, Nicole te abandonó. —le susurró sintiendo el escalofrío que recorrió la espalda del joven ante sus palabras. —No miró atrás. No pronunció tu nombre en ningún momento. Huyó tan rápido como supo de sus compañeros y se libró de mi. Te dejó atrás a tu suerte, cielo. —lentamente, Michaela alejó sus labios de la oreja del chico para depositar un beso envenenado en su mejilla, sintiendo la calidez de las lágrimas que surcaban silenciosamente las mejillas de Leonard.

Michaela se separó un poco de él para mirarlo complacida. Los ojos azules del joven se abrían de par en par, incapaces de cesar en su silencioso llanto. Su mirada, incrédula, miraba la sonrisa satisfactoria que enmarcaba el rostro de aquella perversa mujer. Michaela se puso en pie borrando su sonrisa del rostro, y durante unos instantes, observó con seriedad al chico, quien cabizbajo y en completo silencio, dirigía una mirada ausente a la nada. Michaela colocó la mano en el hombro derecho del chico.

—Podrás pensar que te estoy mintiendo, o incluso que te lo he dicho para herirte. —dijo optando por una actitud más seria. —Sin embargo, chico, no es ninguna de las dos opciones. —confesó.— No te estoy mintiendo, eso fue lo que pasó realmente. Y más que herirte, lo que quiero realmente es que aprendas una lección. No confíes en nadie más que en ti mismo. La gente como tú y como yo, o como muchos otros de los que vivimos en este sitio, hemos sido castigados por la sociedad por ser diferentes de algún modo, por cosas como nuestros miedos, debilidades, creencias, pasado, gustos, comportamientos, posesiones o color de piel, entre otras tantas... Esa sociedad nos juzga, nos maltrata y nos quita importancia por ser distintos a la mayoría. Somos prescindibles, Leonard. Para esa clase de sociedad, los que no somos como el resto del rebaño, somos una amenaza. —Michaela suspiró.— Nicole es una mujer que defiende esa clase de sociedad. Ella es parte de ese rebaño. En el pasado, como policía, contribuía al sostenimiento de esa sociedad trabajando para la justicia, ejecutando todas las órdenes que le daban sin rechistar. Ella se opone totalmente a un mundo como el que yo quiero crear, un mundo para personas como tú y como yo. Un mundo, una sociedad, en la que por primera vez, los incomprendidos como nosotros podamos ser felices y vivir sin miedo y sin el odio de los que son diferentes a nosotros.

Leonard reaccionó levemente ante sus palabras alzando su mirada perdida de ojos azules hacia la figura de Michaela. Así que era eso a lo que se refería con la sociedad que quería montar cuando dio aquel discurso, pensó. Él había sufrido bullying en el colegio, siempre se habían metido con él por ser físicamente débil, algo tímido, y un niño mimado, durante muchos años había sido así, e incluso en la propia base de Michaela. Ciertamente, pensaba que todas aquellas personas eran basura, deshechos humanos sin valor alguno. Los odiaba, odiaba a todos los que le habían hecho daño por no ser o no actuar como los demás querían que lo hiciese. Michaela debió de pasar por alguna experiencia parecida en algún momento de su vida. Tal vez, como a él, la sociedad la había tratado mal por no ser lo que esta esperaba de ella en algún aspecto. No tenía ni idea del pasado de Michaela, pero sin dudas, algo debió de pasarle para sentir aquel odio. Puede que esa sociedad nueva que Michaela quiere levantar no fuese tan mala después de todo, se dijo así mismo. Tal vez no estaría mal que por una vez, las personas como él o Michaela pudieran ser felices.

—¿Lo comprendes, Leonard? —preguntó la mujer. —Nicole es parte de ese rebaño, parte de esa sociedad. Las personas como nosotros no le importamos nada, por eso te utilizó para poder encontrar a sus amigos sin morir en el intento, y luego, te abandonó. ¿Por qué preocuparse por la vida de un chico que conoció aquella misma noche y que ha manchado sus manos con la inmoralidad? Alguien que ha golpeado, robado e incluso matado a otros. Alguien que mira por sí mismo y estuvo dispuesto a huir dejando atrás al resto de civiles inocentes sin importarle en lo más mínimo lo que les pasara. A sus ojos, no eres más que otro villano, Leonard. Como policía encerraba y mataba a otras personas por no actuar de acuerdo a las reglas que regían la sociedad. Ella misma me lo confesó una vez en Stone, que se arrepintió de matar a un hombre con problemas en una ocasión, y que tal vez si hubiese hablado con él, aquella muerte no tendría porque haber sucedido. Sin embargo, lo hizo. La volvieron una heroína pública por acabar con la vida de aquel tipo, y al pobre hombre, el villano de la historia. La familia del asesinado sufrió la perdida, mientras que alrededor de ella todo eran reconocimientos y felicitaciones. No dudo que siguió haciendo lo mismo con el tiempo. Matar y encarcelar sin ver más allá de las acciones de las personas, actuando de aquel modo simplemente porque la sociedad así quería, y así se lo exigía. —opinó la mujer dirigiendo la mirada a las cristaleras por las que se podían ver las edificaciones que conformaban su base. —Alguien como ella, jamás podrá comprendernos, Leo. Solo somos villanos a los que odiar, encarcelar o asesinar. Simplemente escoria.

—Disculpad que os interrumpa. —emergió la voz de Tyler atrayendo la mirada del dúo.

—Ah... Pero si estabas aquí. —contestó Michaela algo sorprendida. —Me había olvidado completamente de tu existencia, chico. —confesó alejándose de Leonard para acercarse a él. —¿Cómo llevas lo de tus padres?

—¿Tú como crees? —respondió frunciendo el ceño molesto por la pregunta. —Tú fuiste la que ordenaste sus muertes a tus soldados.

—Exacto. ¿Y estás enfadado?

Tyler se sorprendió ante aquella pregunta tan absurda y de evidente respuesta.

—¡¿Acaso tú no estarías enfadada si matasen a tu padres?! —preguntó alzando algo la voz.

—No. —contestó con total sinceridad sorprendiendo al par de adolescentes. —Mi madre me odiaba y me abandonó. Mi padre, el verdadero, jamás lo pude conocer en persona. Y mi padre, el de mentira, a pesar de que se quedó con mi custodia, por pena posiblemente, me desatendió durante algunos años durante mi infancia, supongo que porque no era su hija real, o tal vez porque le recordaba demasiado a mi madre. ¿Por qué debería de estar triste si muriesen? ¿Acaso ellos lo estarían si yo lo hiciese?

El dúo no podía evitar sorprenderse ante aquellas palabras. Ellos habían sentido el amor de sus padres, por lo que era natural que sintiesen odio hacia la figura de quien les arrebatase la vida, aunque este solo fuese el caso de Tyler. Sin embargo, si Michaela no había recibido nunca aquel cariño, tal vez no tenía nada de extraño su respuesta. La mirada de Michaela, tan serena como sincera, dejaba algo anonadados a ambos. Normalmente Michaela solía mostrarse como una mujer demente, excéntrica y perversa, pero en aquel preciso momento parecía otra persona muy distinta.

Sus palabras, su tono de voz, e incluso aquella mirada transmitían algo a los chicos, un sentimiento de dolor. Michaela era alguien que se movía por odio, y el odio, solía tener origen muchas veces en el dolor. Después de decir aquello, y de contarle a Leonard que las personas como Nicole no podían comprender a personas como ella, era bastante claro que dentro de aquel corazón de piedra había, o hubo en algún momento un corazón humano que sentía y padecía como cualquier otro. ¿Acaso Michaela podía sentir algo más que odio? ¿Podía un demonio llorar? ¿Acaso una persona como ella podía tener algo como un corazón realmente? Michaela suspiró.

—Bien. Tyler, tus padres eran unos traidores y sé que tú les apoyabas a participar en el golpe de Estado. De hecho, apuesto a que tú mismo hubieses salido a combatir contra mis soldados si no te lo hubiesen impedido. —dijo mirando al chico.

—¡Por supuesto!

—Je... Tan osado como estúpido. De haberlo hecho hubieses muerto junto a tus padres y toda esa gente. No teníais posibilidad alguna de ganar. Desde el inicio ya estabais condenados. —le contestó la mujer cruzándose de brazos. —Solo por haberme confirmado eso ya estarías condenado a la muerte. Braun no era más que un lobo vestido con piel de oveja, un mero oportunista que trataba de utilizaros para hacerse con el poder y gobernaros a todos a su manera. Se muestra a veces como un hombre amable, pero es un tipo despiadado que solo utiliza a la gente, ese es el verdadero hombre al que seguíais, Tyler. Todos los que han muerto lo han hecho sin saber que el verdadero fin de aquel golpe de Estado era quitarme a mi del trono para poner a otro dictador distinto en el poder. Conozco a todos los miembros que componen mis unidades militares, Tyler, y te garantizo que Braun era esa clase de hombre.

El joven se quedó unos instantes en silencio mirándola con duda en su mirada.

—No gano nada mintiéndote, Tyler. Que me quieras creer o no es cosa tuya, pero esa es la verdad. —suspiró antes de volver a su asiento tras la mesa.

Tyler arrojó la mirada al suelo cerrando los puños en señal de rabia. Leonard lo miró con curiosidad. Habían sido engañados y utilizados para que aquel hombre llegase al poder. La finalidad de todo aquello, como bien dijo Michaela, no era más que quitar a un dictador para poner a otro distinto en su lugar y continuar con aquel imperio inmoral. Tyler no pudo evitar sentirse decepcionado, había creído en aquel hombre para que al final le engañase a él y a todos. Y aquellos que habían muerto arriesgando su vida, lo habían hecho sin saber el verdadero fin de toda aquella masacre. No había ninguna libertad garantizada incluso aunque hubiesen logrado acabar con Michaela. Todos habían muerto en vano luchando por una libertad inexistente. Tyler sentía tristeza por todos aquellos que murieron sin saber la verdad siguiendo a aquel hombre en su batalla personal por el poder.

—Sobre ambos recae la pena de muerte. —mencionó Michaela desde su asiento mirando a ambos chicos. —Sin embargo, he decidido daros otra oportunidad.

—¿Otra oportunidad? —preguntó Leonard.

—¿Qué quieres decir? —quiso saber Tyler aún algo a la defensiva.

—Hugo, Dani y Barbie han muerto. Perdí a mis mosqueteros con los sucesos de aquella fatídica noche. Mi propuesta, no, mi orden, es que seáis sus sucesores, y a cambio, os perdonaré la vida. —reveló Michaela el motivo por el que llamó a ambos muchachos a su despacho. —¿Qué me decís?

Ambos chicos cruzaron una mirada. Estaban solos, no tenían ya nada por lo que luchar, y la negación a su oferta conllevaba la pena de muerte. No es que tuvieran muchas opciones. Finalmente, ambos asintieron en silencio, no del todo convencidos de lo que estaban haciendo, pero no había otra opción.

—Sabía que no erais tan tontos como para negaros a ello. —contestó con una sonrisa. —Bien, como los guerrilleros, los civiles, y los mosqueteros, habéis recibido ambos una formación básica en distintos ámbitos a manos de Fox, Anna y Marcus, pero esta vez, seré yo quien os entrene. No quiero que seáis unos incompetentes como Hugo, Barbie y Dani, que cayeron como moscas aquella noche sin ofrecer especial resistencia. Es por eso que decidí daros un entrenamiento intensivo en los ámbitos que ya manejáis, llevándoos un paso más allá de una simple formación básica. Vuestros conocimientos en combate cuerpo a cuerpo, en superviviencia, y en el manejo de armas blancas y armas de fuego, no solo mejoraran, también se expandirán. Incluso os enseñaré algunos conocimientos extras que toquen un poco los primeros auxilios, la infiltración, o la tortura como medio para conseguir información del enemigo. Os entrenaré, no como a civiles, sino como a soldados de Zodiaco. —aseguró Michaela mirando a ambos desde el otro lado de la mesa. —Dispondréis de un equipamiento exclusivo. A ti te tendré que buscar uno, Tyler. Y a ti, Leonard, te entregaré tu navaja y tu mochila, y como soy tan buena, te voy a regalar la pistola y la espada que me robaste de la armería. Aunque la pistola estará descargada, solo te daré munición cuando salgas de misión, ¿queda claro?

—De acuerdo. —contestó el joven.

—Bien. Debido a las necesidades de la base teniendo en cuenta lo sucedido aquella noche, la pirámide jerárquica ha cambiado. Yo estoy en la cima, como es evidente, por debajo de mi, Fox, Serge y Marcus, después Victoria, luego vosotros dos, y más abajo están las milicias, el cuerpo científico, y los guerrilleros. Los civiles como grupo ya no existen, ya que ahora todos sin excepción entrarán a formar parte del cuerpo de los guerrilleros.

—¡¿Estamos por encima de los soldados?! —exclamó Tyler algo asombrado.

—¿Por qué? —preguntó Leonard. —Los antiguos mosqueteros estaban por debajo de ellos.

—Ahora sois mis pupilos, y estáis bajo mi mando. Por lo tanto, que mínimo que los soldados os tengan algo de respeto. Además, quiero que saboreéis un poco el poder y el respeto de aquellos que en el pasado abusaban de vosotros.

—En otras palabras... —pronunció Leonard. —Quieres corrompernos con el poder y el respeto de la gente.

—Exacto. —confirmó Michaela con absoluta sinceridad. —¿Qué hay de malo? ¿Acaso no es lo que queréis en el fondo?

Tanto Leonard como Tyler no podían negar que realmente querían ese poder, así como el respeto por parte de aquellos que los trataban mal, ya fuesen soldados o guerrilleros. ¿Estaba mal corromperse? ¿Era realmente malo querer por una vez sentirse poderosos y estar por encima de aquellos que les pisoteaban? Ambos se miraron en silencio unos instantes. Michaela los contempló con extrema curiosidad mientras dibujaba una perversa sonrisa en su rostro. Estaba siendo realmente fácil corromper el corazón de aquellos muchachos. La inmoralidad a la que habían estado expuestos había facilitado que la moral de ambos chicos se debilitara. Aquello estaba bien, para poder crear una nueva sociedad, era necesario dejar los valores del viejo mundo atrás.

—No os negáis. Interpretaré vuestro silencio como un sí. Bien, los entrenamientos serán de 6:00 a 9:00, de 12:00 a 15:00, de 17:00 a 19:00, y por último de 21:00 a 23:00. Serán 10 horas de entrenamiento al día. La primera clase será de manejo de armas blancas y de fuego, la segunda será de combate cuerpo a cuerpo, en la tercera clase daremos supervivencia, y la última será la clase de conocimientos extras. Estáis exentos de trabajar en las tareas diarias de la base, las horas libres que tengáis podéis hacer lo que os de la gana. Vuestra principal prioridad es entrenar para superar vuestras limitaciones lo antes posible a través de estos entrenamientos intensivos que os daré. Quiero competitividad, quiero que uno vea al otro como un rival al que deba superar. —aclaró Michaela. —¿Queda claro, Leonard y Tyler?

El dúo asintió con la cabeza.

—Bien. Ya me ocuparé de avisar al personal de vuestro cargo. Ahora, —dijo poniéndose en pie. —iniciemos la primera clase. Vamos a la planta baja, al área de entrenamiento de Zodiaco. Os volveré una mejor versión de vosotros mismos. Os lo garantizo, mis queridos pupilos. Aunque he de advertir de algo, y es que soy una entrenadora muy estricta. —pronunció con una sonrisa en los labios saliendo de su despacho.

Leonard y Tyler se miraron un instante sin saber a ciencia cierta si lo que hacían estaba bien o mal. Tampoco es que tuviesen otra opción, era eso o la muerte. Y la idea del poder, el respeto, y esa versión más poderosa de ellos mismos no era algo que les desagradara, la verdad. A aquellas alturas, solos, y habiendo perdido todo aquello que alguna vez les importó, no tenían un mejor camino que tomar. Sin nada más que hacer en aquella sala, los nuevos pupilos de Michaela abandonaron el despacho siguiendo a la líder suprema dispuestos a iniciar los entrenamientos intensivos.




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