Big Red Mouse Pointer

domingo, 18 de noviembre de 2018

NH2 - Capítulo 060: El camino a la normalidad

—¿Un chicle?

Puma estiró su brazo hacia la posición que ocupaba Jessica caminando junto a él, ofreciendo su regalo conservado en un cuidado envoltorio.

—Te lo agradezco, pero no. Los chicles me hinchan.

—Vamos, te lo mereces —insistió indoblegable—. Quiero decir, después de lo valiente que has sido ahí atrás.

—No he sido más valiente que nadie de los que están aquí —apuntó Jessica confundida por el comportamiento del lobo solitario—, pero está bien, lo cogeré si eso te hace sentir mejor.

La sonrisa de conformidad que se reflejó en su compañero fue sincera y efímera.

—Y después de esta pequeña purga, ¿qué nos toca hacer? —se dirigió M.A a Eva carente de entusiasmo por continuar con sus labores.

—Lo que dijimos ayer. Davis os necesita a ti y a Puma para hacer su inventario. Y en cuanto al resto, nos encargaremos de preparar los edificios que van a servir de almacenes —notificó ella expresando mayor voluntad de dedicación a la acomodación del pueblo—. Aún te falta para que puedas sentar tu culo en el sofá, rubio.

—Nunca lo hará. Cuando terminemos con el pueblo, será mi asistenta personal, veinticuatro horas, ¿a que sí, cariño? —le provocó una sarcástica Alice.

Los pasos de la líder que encabezaba el grupo se clavaron bruscamente en el asfalto, forzando a detener al resto de la comitiva. Eva levantó la mano indicando que esperasen mientras divisaba una macabra escena que se estaba desarrollando en aquellos momentos junto a la casa rural.

—¿Pero qué coño…?

Aún impactada, Eva inició una apresurada carrera hacia la sangría presenciada, acompañada de los demás.

—¡¡Rápido!! ¡¡Ponla encima de la mesa!! ¡¡Encima de la mesa!! ¡¡¡Davis, venga, joder!!!

Demostrando su predisposición, Adán ya había retirado todos los objetos que se hallaban sobre la mesa del comedor cuando Davis poso allí a Maya. Los restos de su antaño brazo todavía continuaban derramando sangre. Nicole le había reclamado a gritos que detuviera la hemorragia con un torniquete, pero él jamás había realizado uno.

—Nicole, hazle tú el torniquete —reclamó angustiado por su carencia de conocimiento—. Tú eres policía. Alguna vez tienes que haber hecho alguno.

—Yo no era de la rama médica, Davis, y no es tan sencillo como parece —argumentó Nicole su rechazo—. Si se hace mal, podría incluso perder la otra parte del brazo. Sé como tratar una herida básica, pero esto…

—¡¡¡Maya!!! ¡¡¡Maya!!! —chilló Inma abalanzándose sobre su prima con ríos de lagrimas en sus mejillas.

Nicole detuvo al instante su pretensión aprisionándola por la cintura. Inma reuniéndose con Maya para intentar despertarla con zarandeos víctima de su quiebre emocional solo empeoraría el decaído estado de la inconsciente.

—¡Davis, corta la hemorragia con algún trapo! ¡Haz lo que sea, pero no la dejes así!

Su salvación apareció en forma de unas figuras que surgieron repentinas por la entrada del comedor. Sus compañeros ausentes habían regresado para enfrentarse a un hecho inesperado que impactó en sus retinas como un puñetazo ineludible.

—¿Qué cojones ha pasado? —interrogó Eva a Nicole incapaz de retirar su vista del miembro desgarrado de la chica.

—Os lo contaremos después. Ahora, necesitamos que nos ayudéis a estabilizar a Maya —les suplicó ella—. Está perdiendo mucha sangre, y no tenemos muy claro qué hacer.

—Dejadme alguna camiseta. Selene me enseñó a hacer torniquetes. Bueno, más o menos —comunicó Puma dispuesto a servir de ayuda. M.A prestó su prenda en milésimas de segundo sin reproche alguno.

—Apartad. Dejad hueco —ordenó Jessica despejando su camino hasta el cuerpo de Maya.

Mientras Puma aplicaba el rudimentario torniquete que había improvisado con la camiseta de M.A, Jessica posó sus dedos índice y corazón sobre el cuello de la chica. Todos dedujeron al unísono que intentaba percibir las pulsaciones de su corazón.

—Tiene pulso —comunicó aliviando a los ansiados espectadores—, pero es bastante ligero, y su respiración es superficial.

—Maya… —suspiraba Inma inmersa en su conmoción.

—Tenemos que hacer algo —insistió Nicole, consciente de que aquellas actuaciones no eran más que un pasatiempo ante la encrucijada a la que Maya se enfrentaba—. Ese torniquete no puede ser una solución definitiva. ¿Alguna propuesta, Jessica?

—Lo siento, pero no tengo ni idea —declaró impotente por su incapacidad de resolución—. Maya no me preparó para esto. Dudo mucho que ella estuviese preparada para esto.

—Maya…

La posterior intervención del lisiado oficial del grupo no fue ninguna sorpresa.

—Cuando me corté el brazo, recuerdo que desperté y me habían vendado el muñón. Mi corte fue más limpio y no creo que perdiera tanta sangre, pero podría funcionar.

—Jessica —se unió Puma a su debate—, ¿no dijiste que había libros sobre medicina en ese ambulatorio que registrasteis? Podría haber un libro sobre urgencias que nos indique qué hacer, como algún tipo de guía.

—Maya…

—Eso estaría genial, pero tenemos un problema —rebatió ella decepcionada—. El lugar en el que se encuentra el centro médico está lleno de zombis. Hay por lo menos treinta, y es una calle muy estrecha.

—Maya…

—Podemos hacerlo —emitió Eva convencida de su rotunda afirmación—. Treinta zombis de esos lentos contra cinco o seis personas no tendrán nada que hacer. Nos desharemos de ellos antes de que se den cuenta de que estamos ahí.

—¿Estás segura?

—Estoy segura. Mi intención era limpiar esa zona con más tiempo y planificación entre hoy y mañana, pero situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas.

—Maya…

—Después de lo que hemos enfrentado aquí, será casi como un entrenamiento —compartió Davis la reflexión que vagaba en su mente.

—Maya…

Eva inspeccionó a Inma tras su enésima llamada a su prima. Su atención se había concentrado tanto en la inconsciente que no había reparado en una adolescente que sollozaba rodeando las piernas de Nicole con sus brazos.

—Cariño, toma, te quedas de encargado —le indicó a Adán entregándole uno de los walkies que portaba—. Cuida de Inma y de Maya mientras estamos fuera. Puma, quédate tú también, y ve vendando el muñón como puedas. Tenemos unas cuantas vendas entre nuestros recursos. Úsalas bien.

—A sus órdenes —aceptó encaminándose hacia la habitación en la que se hallaba su material de curas.

—El resto, conmigo —señaló a los demás—. Vamos a entrar en ese centro médico y a salvar a Maya.

—Maya… Oh, Dios…

Durante la apresurada travesía que recorrieron entre la casa y el centro médico, Eva se ocupó de estructurar el ataque imprevisto que ejecutarían. La comandante acordó que la organización más adecuada sería que sus cuerpos formasen un triángulo en el que la base se abriese hacia la callejuela infestada. Empleando aquella técnica, podrían exterminarlos sin riesgo a que ninguno de ellos fuese mordido.

Y todos cumplieron con lo prometido cuando alcanzaron su destino. Antes de que incluso el primero de los aletargados zombis se alertara con su presencia, los seis ya se habían posicionado según las indicaciones de la líder. El primer podrido mostró su asquerosa dentadura advirtiendo de sus intenciones a Jessica, quien le asestó una puñalada en la frente con uno de sus cuchillos sin ningún signo de temor.

El impacto de un mazazo acompañó a la perforación acometida por Jessica, junto con el corte de una lanza y el cercenamiento de unos machetes. Una partitura de sonidos armamentísticos se dibujó en la travesía tras aquellos ataques introductorios, indicando la implicación de todo el equipo en el asalto. En menos de dos minutos, la horda que les bloqueaba el paso había perecido ante su dulce compás.

—Ha sido más fácil de lo que esperaba —comentó Alice cautivada por la sorpresa.

—¡Vamos! ¡No podemos perder más tiempo! ¡Hay que encontrar ese libro! —les advirtió Eva inquieta.

Ella fue la primera persona que atravesó el hall y penetró en una de las consultas del edificio, puesto que era la única que conocía con exactitud la ubicación de los libros. Después de señalar a sus acompañantes los estantes en los que estos se repartían, los seis organizaron sus esfuerzos para revisar los títulos con la mayor rapidez posible.

Puma deslizó su palma sobre la frente de Maya para comprobar su temperatura corporal una vez finalizado el vendaje rudimentario que su escasa experiencia le había permitido generar en el desgarrado brazo.

—No está muy caliente. Creo que se recuperará —apuntó para su propia persona, ya que el resto de los asistentes de la sala no le prestaban ni el más mísero signo de atención—. De todas formas, es muy probable que no muera aunque se desangre. A ver si encuentran algún libro y le podemos hacer algo más.

—Puma… —le llamó un tono de voz tan agudo que casi era imperceptible—, me siento mal. Quiero salir de aquí.

—Nadie te obliga a que te quedes, Inma —aclaró esforzándose porque no le percibiese rudo en su expresión—. Adán, ¿por qué no acompañas a Inma fuera un rato?

—¿Y qué hago con…

—Déjamelo a mí. Yo me encargo —se adelantó consciente de que se refería al walkie que le habían encomendado resguardar.

—Vale —aceptó el chico entregándoselo.

Acatando su recomendación, Inma y Adán abandonaron en conjunto el salón y se dirigieron hacia el exterior para descansar tanto sus agotados cuerpos como sus destrozadas mentes.

—Más nos vale que vuelvas pronto, Maya, o necesitaremos también un libro de Psicología para tu prima —habló mientras rebuscaba entre sus bolsillos en busca de su preciado tabaco hasta recordar que Eva se lo había confiscado—. Agh, puta mierda.

—¡Aquí! —comunicó M.A con un chillido a los buscadores restantes mientras señalaba una oración del índice escrito en un manual de urgencias que se hallaba examinando—. Amputación traumática de extremidades. Esto nos servirá.

Raudo, colocó el libro sobre la mesa de la consulta y rebuscó entre las paginas para localizar la sección en cuestión. El grupo se posicionó alrededor de él al tiempo que Eva recuperaba su walkie de su cintura.

—Adán, ¿estás ahí? Hemos encontrado lo que estábamos buscando.

—Aquí Puma —respondió él con cierto consuelo—. Tu hermano no está aquí. Inma se estaba encontrando bastante mal, y con razón, así que le he pedido que la sacara del salón. Me alegro de que hayáis encontrado lo que necesitamos.

—De acuerdo, escucha con atención —le alertó con solemne serenidad—. Vamos a leer esto y te diré si hay algo que puedas hacer por tu propia cuenta. No te separes del walkie. ¿Está claro?

—Clarísimo, jefa —confirmó con una subordinación en sus palabras que no había ofrecido en meses.

—Según esto —comenzó a exponer M.A—, la herida debe contenerse con un vendaje de tipo compresivo, y en absolutamente ningún caso se debe aplicar un torniquete, ya que es probable que agrave la lesión.

Davis y Nicole intercambiaron una silenciosa mirada de responsabilidad. Ambos sabían que ella ya conocía ese detalle, pero no lo habían compartido con los demás por miedo a que fuese erróneo. Un atisbo de culpa germinó en ellos.

—Pues empezamos bien… —apuntó Alice decepcionada por su desastrosa actuación.

—Puma, ¿has vendado a Maya?

—Afirmativo. Le he quitado el torniquete y he apretado las vendas con fuerza para que no sangre. ¿Está bien hecho?

—Perfecto —corroboró antes de añadir su puntualización—. No deberíamos haberle hecho el torniquete. Según el libro, suele empeorar la herida.

—No te preocupes por eso —la disuadió convencido—. Seguro que mi torniquete estaba mal hecho.

—No sé si debería alegrarme —señaló Eva apelando a su ironía.

—Vale, aquí también dice que hay que cubrir al herido con una manta para evitar pérdidas de calor corporal —prosiguió el lector colectivo.

—En realidad, tiene sentido —comentó Jessica decepcionada por semejante descuido—. No sé como no hemos pensado en eso, con el frío que hace.

—Creo que nadie podía pensar en ese momento, Jessica —argumentó su pareja.

—Puma, escucha —retornó Eva al walkie—, tienes que tapar a Maya con una manta para que no pierda calor.

—Voy a mi cuarto a por la mía —enunció encaminándose apresurado hacia su habitación.

—Está bien. No tardes —le advirtió cesando la comunicación—. Continúa, M.A.

Una fría brisa veraniega acariciaba sus cabellos mientras estremecía cada nervio de su piel expuesta en aquel apagado jardín, pero su consciencia ni siquiera era capaz de sentir el vello de sus brazos erizándose como respuesta a la temperatura. Inma no sentía nada que no fuese todo el dolor que expresaba hacia su querida prima.

Su respuesta emocional no podía mitigarse para permitir que su racionalidad ahondase en la forma de resultar de ayuda para que la vida de Maya no se extinguiese. Su mente no contenía ni el más remoto pensamiento de cómo debía ser su comportamiento frente a la situación, por lo que se había conformado con desahogarse en un baño de lágrimas.

Y permaneció estupefacta contemplando la sangre decolorada que había brotado del brazo desgarrado oculta entre la hierba hasta que Puma se deslizó apresurado junto a ella en dirección al que había designado como su cuarto.

—¿Pasa algo? —le interrogó Adán al observar su inquietud.

—Me han mandado tapar a Maya con una manta para que no coja frío —vociferó él desde el dormitorio al tiempo que retiraba el edredón de su cama—. No te preocupes. No es nada serio.

—Puma —brotó de nuevo desde su walkie—, ¿estás ahí?

—Estoy aquí —confirmó él tras abandonar la habitación cargado con el cobertor que le había sido solicitado—. ¿Algo nuevo por el horizonte?

—Según el libro, hay una cosa más que podemos hacer para ayudar a que Maya reponga el líquido que ha perdido, pero va a ser bastante jodido —advirtió Eva meditativa sobre la auténtica viabilidad de la intervención.

—No puede ser nada peor que lo que hayamos enfrentado ya. Dispara.

—Tenemos que ponerle un gotero con suero por vía intravenosa.

—¿Un gotero? Espera, ¿te refieres a la bolsita con líquido que los enfermos de los hospitales llevaban pinchados en un brazo? —consultó el gato desconcertado—. ¿Es eso un gotero?

—Sí, eso es, pero aquí solo habla de colocar la vía intravenosa. M.A está revisando el manual entero y no parece que haya nada que nos diga qué poner o cómo ponerlo. Supongo que estaría dirigido a personas que sabían del tema, pero aquí…

—Aquí no sabemos ni limarnos los callos —bromeó tratando de suavizar su pesimismo—. Escucha, Eva, aunque nadie sepa poner el gotero, intentad buscar más información en otro libro o traed lo que consideréis. Siempre será mejor intentar algo que no hacer nada.

Gratificando a Puma por el optimismo que se esforzaba en transmitir a sus camaradas, unas sutiles palabras surgieron de entre el viento para socorrerle en su iniciativa.

—Yo sé…

—¿Qué? —expelió él aturdido—. No te he oído bien.

—Yo sé poner goteros, Puma —comunicó en aquella ocasión Inma mediante un lenguaje tan cristalino e imprevisto que el semblante del joven se petrificó sorprendido.

—Todo tuyo —expresó estirando su brazo para cederle la responsabilidad que suponía hablar por aquel walkie.

—Está bien —Inma trató de despejarse, de relajar su mente y dejar que se sumergiera en lo más profundo de su memoria, justo allí se encontraba la información que necesitaban ahora para salvar a su prima—. A ver, tenéis que buscar una bolsa, una bolsa de suero, era… Ringer Lactato, sí —asintió convencida antes de fruncir el ceño mientras acompañaba a Puma junto a Maya para que este pudiera taparla con el edredón que había cogido—, aunque ese a lo mejor os cuesta más encontrarlo, es más común el suero fisiológico, que es un suero salino si mal no recuerdo.

—De acuerdo, empezaremos por ahí, te avisaré con lo que demos.

No había mucho tiempo para ceremonias, Eva cortó la comunicación con Inma y puso al corriente al grupo de lo que tendrían que buscar a continuación. M.A. cerró el manual con presteza y se dispuso a abandonar la estancia para iniciar la búsqueda, pero Alice le frenó en seco. Debían decidir el modo de actuar, si dividirse y cubrir más terreno o ir juntos y registrar a fondo cada una de las salas del centro, Eva atajó rápidamente optando por un término medio, se dividieron en parejas y se separaron, tenían tres minutos para reunirse en el hall y esperaban que al menos alguno de ellos hubiera encontrado algo para entonces.

No podían deambular cada uno por su cuenta, no tenía sentido ponerse todos en riesgo para salvaguardar la vida de otra persona, estuvo de acuerdo Nicole con Eva, aquella historia solo terminaría bien si conseguían lo que habían venido a buscar y volvían todos sanos y salvos, aunque pareciera que más de uno hubiera perdido la cabeza por el impacto de los recientes acontecimientos. Además, según lo que había leído por encima del manual, la parte más importante que era el vendaje que ejerciera compresión en la zona damnificada para que detuviera la hemorragia, estaba ya hecha, confiaba en que Puma había hecho su parte a conciencia.

El centro médico no tenía demasiado que ofrecer, quedaba a la vista que había quedado expuesto a un saqueo bastante exhaustivo. Sin embargo, cosas que habitualmente se considerarían inservibles por ser su uso para situaciones muy específicas, de esas sí quedaban en los armarios, cajones y vitrinas. Buscaron a conciencia en cada sitio, pero fue Jessica, la que al abrir uno de los armarios de la última sala del pasillo halló lo que ansiaban. Se trataba de varas bolsas con un contenido líquido transparente, había varias de ellas, no le dio tiempo a contarlas, avisó enseguida a Davis que registraba los cajones de un mueble en la pared opuesta y juntos decidieron que debían poner al corriente al resto de sus compañeros.

Eva comprobó con sus propios ojos las bolsas cuando fue guiada por la pareja a frente al armario. Comprendía que una solución intravenosa no era algo que necesitara uno todos los días, pero no le dejó de sorprender que realmente hubieran conseguido justo lo que necesitaban.

—Inma, aquí Eva, ¿me oyes? —Esperó unos segundos con el intercomunicador junto al rostro a que se produjera la respuesta.

—Sí, Eva, ¿lo habéis encontrado?

—Estamos de suerte, hay del Lactato ese, aunque una sola bolsa, hay más del suero fisiológico y, las demás, ni idea.

—Gracias a Dios… Está bien, traeros las que podáis de las que os dije y ahora os digo qué más.

—Ahí hay de esos tubos que se cuelgan de la bolsa, justo en ese mueble —señaló Davis—, pregúntale si nos llevamos alguno.

No solo el conducto por el que discurriera el suero, sino también se hicieron con el catéter. Inma mencionó un par de cosas más, pero no las habían hallado en su anterior barrido de las instalaciones y las consideraron prescindibles. Disponían de lo esencial, ahora solo tenían que regresar.

—¿Cómo que sabes tanto? —Le preguntó Puma a Inma una vez esta le devolvió el walkie soltando un suspiro, como si hasta entonces se hubiera olvidado de respirar—. Podrías haber estado ayudando a Maya todo este tiempo —le dijo sin reproche, tan solo intrigado.

—En realidad, es todo lo que sé, cuidados paliativos y tratar una gran hemorragia con suero —la chica sonrió, pero sus ojos denotaban tristeza—. Entonces lo aprendí como una forma de evadir una realidad que no me gustaba, nunca pensé que podría llegar a ser útil, y menos aún en este mundo patas arriba…

Volviendo del jardín, Inma entró al salón y miró a Maya. Solo si uno se quedaba un tiempo observando atentamente, podía percibir la leve subida y bajada de la manta que demostraba que la joven seguía respirando. No era del todo cierto lo que acababa de decir, de hecho, sabía más acerca de los goteros por experiencia propia, había tenido que aprender en aquel entonces, en aquella época en la que ni siquiera había llegado aún a la pubertad. Volvió entonces sus irises castaños hacia su compañero.

—¿Te hablaron de mí?

—Sobre todo cuando llegó Maya —respondió él pausadamente por el repentino giro de la conversación—. Dyss era muy reservada cuando se trataba de hablar de ella o su familia, pero a Maya se le escapaban las cosas, aunque quisiera evitarlo. Sé que te echaban de menos.

—Yo también las eché de menos… —sacudió la cabeza, no quería ponerse sentimental precisamente en ese momento—. Mi padre fue varias veces al hospital, tuvo algunas complicaciones después del accidente que ocurrió y lo dejó parapléjico. Eso significaba que, cada vez que lo ingresaban, yo estaba allí con él, pero no me gustaba fijarme en cómo se encontraba porque, en ese entonces, cada vez que pisaba un hospital pensaba que él ya no saldría vivo y, por eso, empecé a interesarme por los compañeros de habitación con los que le tocaba, hablaba con ellos, con los enfermeros… Fue así como me enteré de esto, concretamente gracias a la última compañera con quien compartió habitación y el enfermero, quitando la vista de mi padre cuando a lo mejor él más me necesitaba, para ponerla en cualquier otra cosa con la que tener ocupada la mente. Es cierto que también tuve que cuidarlo a él en casa, es decir, a veces mi padre se encontraría mal con sus dolores, entonces llamábamos al enfermero con el botón y él le ponía sueros con analgésicos, no fue difícil de aprender cuando ya lo habías visto varias veces...

—Ahora que sabes que gracias a eso salvaste a tu prima, ¿te sientes igual? —Murmuró Puma alzando una ceja.

—Eso aún está por ver —respondió ella simplemente poco convencida.

—Ahora nos lo demostrarás, Inma —añadió animado Adán entrando a la carrera en donde se encontraban los dos—: ya están aquí.

Con paso apresurado, los miembros del grupo que había salido de expedición regresaban portando el material sanitario que la castaña les había indicado. Con diligencia, le facilitaron las bolsas de suero y demás a Inma, quien se puso con presteza a comprobar en primer lugar que el contenido de las bolsas fuera uniforme, sin ningún grumo o alteración que indicara que estaban en mal estado, de ser así, de poco habría servido aquel viaje, por suerte, se conservaba perfectamente.

—Bien, voy a buscar la vena —comunicó Inma mientras palpaba el antebrazo sano de Maya con el catéter ya preparado—. Si alguien es aprensivo, este es el momento de que se vaya.

Ninguno de los presentes se sintió aludido. Todos parecían disponerse a permanecer allí para ayudar en caso de que su asistencia fuese necesaria. Un aura de tensión les envolvió durante el tiempo que Inma requirió para realizar la técnica e informarles de que su desarrollo había sido el correcto.

—Esto es todo lo que podemos hacer por ahora —concluyó su prima con satisfacción pese a la sensación de inquietud que aún la asaltaba—. Por el momento, deberíamos esperar para ver cómo pasa el día.

—Va a sufrir un shock importante cuando despierte —compartió Alice con el resto—. Quizá deberíamos valorar tener a alguien en todo momento vigilándola. Así también sabremos si algo va mal con el gotero de repente.

—No podría estar más de acuerdo —confirmó Eva conforme con su pensamiento—. Si nadie tiene ninguna objeción, nos repartiremos en turnos para vigilar a Maya. El resto continuaremos con las labores que habíamos acordado. No podemos dejar que este accidente nos retrase. Hay demasiado que hacer.

—Yo haré el primer turno —se ofreció Inma mientras sostenía con firmeza la mano de Maya.

—De acuerdo —aceptó su líder con infinita seriedad en su semblante—. Ah, y una cosa más. Hasta que sepamos qué cojones son estas cosas que nos atacaron y cómo eliminarlas fácilmente, no quiero que nadie deambule solo por el pueblo. Con una persona desmembrada tenemos más que suficiente.

Tras una aceptación global, cada uno de los asistentes abandonó la improvisada enfermería para comenzar con las responsabilidades que Eva les había encomendado, excepto Inma, quien se sentó junto a su querida prima sin apartar su mirada de ella ni una décima de segundo.

Durante los días posteriores al ataque, la rutina, tan soporífera como anhelada, se apoderó de cada recoveco del pueblo. Según había sido dispuesto, cada miembro del equipo debía estar en pie a las seis de la madrugada, hora en la que Eva se aseguraba de que ningún rezagado fuese a intentar robar unos míseros minutos de sueño. Tras el desayuno, cada persona se disponía en el almacén del que se había responsabilizado y se encargaban de cualquier clase de dirección o gestión que le correspondiese.

Por su parte, M.A y Puma eran capitaneados por Davis para dirigir a buen puerto la mano de obra dual que este último había sugerido.

A partir del mediodía, después de la comida, las tareas se suspendían por orden de Eva para enfocar a todos en el refuerzo de las barricadas. Ella había afirmado rotundamente que el ataque de los enemigos que desencajaban la mandíbula se había tratado de un descomunal error que no podían permitirse volver a cometer. Con este argumento, dictaminó que debían fortalecerse las barreras construidas a lo largo de la semana y elaborar una nueva que sirviese para bloquear el camino junto a la carretera del que los extraños zombis habían surgido.

Cuando el sol caía, el grupo regresaba a su vivienda para cenar y descansar, exceptuando a aquellos a quienes se les había asignado la vigilancia del pueblo durante la correspondiente noche, según la disposición de turnos que Eva y Nicole habían establecido conjuntamente.

En lo referente a Maya, todos acordaron tras un intenso debate improvisar una enfermería en una de las habitaciones de la casa rural con los enseres del centro médico el día posterior a la colocación del gotero para prevenir complicaciones. Así mismo, pactaron que cada día una persona distinta descansaría de sus labores habituales para dedicarse al cuidado de la chica hasta que esta despertase. A Eva no le agradó especialmente la propuesta, pero se vio forzada a aceptar por la presión de los demás, aguardando a que Maya retornase al mundo de los vivos antes de que finalizase la semana.

Fue durante la noche del sexto día cuando la dirigente reunió al grupo en torno a la mesa del salón de la casa rural para tratar un asunto en el que ninguno había reparado hasta el momento. Tan solo Puma, quien debía ocuparse de la supervisión de Maya, y Adán, que se había refugiado en su cuarto para proseguir con sus escritos, se habían permitido ausentarse de la reunión.

—Bueno, pues ya estamos todos —expresó M.A desde su asiento apoyado en su brazo en el instante en que observó a Alice apareciendo por la entrada—. ¿Nos vas a contar qué es eso que teníamos que hablar, Eva?

—Sí —afirmó con calma aguardando a que la recién llegada ocupara su puesto en la silla que le correspondía—. Os he mandado llamar antes de cenar porque se me había olvidado comentar un tema con vosotros, y es importante que lo solucionemos. Tenemos que ponerle un nombre a los zombis que nos atacaron hace unos días.

Los residentes permanecieron inmutables compartiendo unos con otros visiones de perfecto desconcierto. Ninguno de ellos parecía entender el motivo que Eva les estaba exponiendo.

—¿Cómo que ponerles un nombre? —se atrevió finalmente a erigir palabra Nicole—. Quizá soy yo la tonta aquí, pero no lo entiendo.

—No pretenderás adoptarlos como mascota, ¿no? Hace días que los quemamos —prosiguió M.A haciendo gala de su atrofiado sentido del humor.

—En mitad de una batalla, es importante poder designar lo que sea con una sola palabra que sea corta y comprendida por todos al instante, y aún más si hablamos de un enemigo. Si uno de esos zombis te ataca, y tú tienes un término para nombrarlo y comunicar a tus camaradas lo que estás enfrentando, puedes ganar unos segundos que te separen de la vida y la muerte, así que menos hacerse el gracioso. Tómate esto en serio.

Resignado, M.A decidió no enzarzarse en un combate verbal en el que su oponente disponía de todos los ases y guardó silencio para permitir a sus amigos compartir sus pensamientos.

—Me parece una gran idea. Podría haber salvado a mi prima de lo que le pasó, y podría salvar otras vidas en el futuro —compartió Inma convencida con la propuesta—. Lo que más me llamó la atención cuando me enfrenté a ellos fue la forma en la que abrían la mandíbula. Los podríamos llamar, no sé, “los Mandíbulas” o algo por el estilo.

—Parece el nombre de un grupo de rock de pueblo —comentó Alice insatisfecha con aquella sugerencia—. Creo que será mejor seguir pensando.

—¿Y si les llamamos “los Negros”? —intervino Davis pensativo, recibiendo un coro de pupilas extrañadas en dirección a su rostro—. Lo digo por lo de sus huesos, que son negros.

—¿Propones que les llamemos los zombis negros? —se introdujo Jessica en el debate para contradecir la opinión de su pareja, el cual parecía ser el único del salón que no comprendía la connotación negativa de esta—. Cariño, eso suena muy racista.

—¿Y qué más da? —protestó el chico indignado por semejante relación sin sentido—. No es más que un nombre, una forma de llamarles, como ha dicho Eva.

—Hombre, si por cosas del destino acabase compartiendo vivienda con un superviviente de color negro, no me agradaría que se enterase que llamo “negro” a un zombi —razonó Alice con absoluta tranquilidad—. Como bien has dicho, es solo un nombre, así que pongámosle otro.

—Te escucho protestar todo el rato, pero no aportar nada, rubia. Eres una jodida quejica —la presionó M.A burlón intentando generar una reacción irritante en su compañera. Su objetivo se cumplió con satisfacción cuando ella contestó a su intromisión.

—Estoy pensando, medio brazo, pensando… ¿Sabes lo qué es eso? Deberías probar a hacerlo, aunque sea solo por una vez en tu vida.

—Eva —atrajo Inma su atención ignorando la ridícula pugna de enamorados—, ¿qué opinas? ¿Cuál te gusta más?

—Los dos me parecen una puta mierda.

—Gracias por tu sinceridad —reprochó Davis molesto por su actitud de soberbia—. ¿Por qué no nos demuestras cómo se hace y nos dices qué nombre le pondrías tú?

—Mi imaginación voló hace años —se excusó impasible ante la influencia del lancero—. Por eso os he preguntado a vosotros, pero veo que aquí no ha nacido ningún artista. Debería haberlo consultado con Adán.

—¡Lo tengo! —exclamó Alice chasqueando sus dedos con enérgica satisfacción.

—¡Silencio todo el mundo! —ordenó M.A extendiendo su mano hacia el resto como si fuera su presentador en un escenario—. Proyecto Alice va a hablar.

—¿Alguno de aquí sabe lo que es el bruxismo?

—Sí —sorprendió M.A a todos los presentes con su afirmación—, Ley lo tenía cuando era una niña. Imaginad a una persona arañando una pizarra al lado de tu oído toda la noche. Era horrible dormir con ella en el mismo cuarto.

—Pero, ¿qué es exactamente eso? Iluminadnos, por favor —insistió Nicole sintiéndose como si aquellos dos hablasen constantemente en otro idioma.

—Bruxismo es la palabra médica que se le dio a las personas que castañean los dientes en la noche, mientras duermen, de forma inconsciente. Lo conozco porque mi mejor amiga lo tenía, y como dice M.A, era un infierno. Sus dientes rechinaban tanto que, prácticamente, se los comía. Incluso le tuvieron que poner un aparato para que no lo hiciera.

—Y estos zombis hacen lo mismo —la interrumpió Davis alcanzando a comprender su punto de vista—. Y de bruxismo, bruxista, ¿no? ¿Propones llamarles bruxistas por el castañeteo de sus dientes?

—Ni yo misma lo podría haber explicado mejor —admitió ella complacida porque se hubiese entendido a la perfección el concepto transmitido—. ¿Qué te parece, Eva?

La dirigente comprobó que ningún miembro de la mesa parecía oponerse a la idea de Alice y reflexionó la proposición ensimismada unos segundos antes de dictar la sentencia definitiva.

—Me vale. Nos quedamos con bruxistas. Se lo diré a Puma cuando le vea. Os podéis retirar. Ya va siendo hora de cenar.

Otorgada su libertad, uno a uno los participantes de la discusión se escabulleron del comedor para complacer a su cuerpo con un merecido descanso. Su tiempo de descuento fue escaso, ya que Nicole no se demoró en llamar a la cocina a sus pinches para la preparación de la cena y en alentar a los vigilantes de aquella noche en que prepararan todos los enseres que necesitarían. Mientras tanto, Davis permaneció inquieto en su asiento, aguardando el momento en el que el último de ellos se marchase para abordar a Eva con su más reciente descubrimiento.

Fue Inma, cuando se encaminó hacia la habitación en la que mantenían a su desolada prima, quien le complació con su deseo. Eva ya se levantaba para disponerse a compartir el destino del resto cuando se tropezó con Davis incorporándose con torpeza y precipitándose hacia ella.

—Eva, espera —la detuvo con voz titubeante—, necesito hablar contigo.

—Adelante, pero date prisa. Tengo que ir a revisar los turnos de vigilancia antes de cenar —le alentó visiblemente angustiada por su sobrecarga de trabajo.

—Estaba caminando cerca del perímetro del ayuntamiento, un par de calles junto a él, nada más, y me topé con la feria que venía en el folleto que Puma utilizó para hacer nuestros mapas.

—Voy a ignorar que te saltaste mi regla de no deambular solo por el pueblo —le reprendió sin demasiado ánimo adoptando una posición de jarra con sus brazos—. ¿Qué pasa con la feria? Ya comprobamos en el mapa que no había nada útil en esa zona.

—Quizá no, pero…

—¿Qué ocurre? ¡Dilo de una vez! —le espetó percibiendo cómo su impaciencia comenzaba a fluir a través de su organismo.

—Hay muertos… —desveló finalmente con un atisbo de cohibición en su rostro—. Bastantes muertos, de hecho, y pues, ya sabes, no quiero que los cadáveres nos hagan enfermar, así que deberíamos ir a quemarlos.

—Davis… —pronunció Eva examinándole con curiosidad—, si algo he aprendido de ti durante estos meses es que mientes como el culo, así que dime, ¿qué pasa con los cadáveres de la feria?

—Pues… Ya sabes… Es una feria… —insistió con impaciencia al observar que ella no lograba entenderle.

—Sí, vale, es una feria. ¿Qué me quieres decir con eso? Sé más claro, por Dios.

Davis suspiró esforzándose por concebir una frase que esclareciese el motivo de su ansiedad.

—Vale, mira, he estado allí, y he visto carruseles, camas elásticas, puestos de dulces, puestos de juguetes… ¿Quién va normalmente a una feria de ese estilo?

La expresión neutral de Eva se retorció en una desagradable mueca cuando adivinó aquello que el lancero no cesaba en sugerirle.

—Son niños, ¿no?

Antes de que Davis pudiera responder, la puerta del salón se abrió, desvelando la presencia de un desmarañado Puma al que ambos captaron mucho más exaltado que de costumbre.

—¡Joder, aquí estáis! ¡Venid, rápido! ¡Maya ha despertado!

—¡M.A! ¡Ayúdame! ¡Sujétala por ese lado! —decretó Nicole al tiempo que concentraba todas sus fuerzas en mantener a la recién despertada tumbada en la camilla.

Ambos se hallaban junto a la habitación que habían acomodado para el cuidado de la herida cuando unos chillidos de auxilio brotados de la garganta de Puma les había imperado a irrumpir en esta preparados para confrontar cualquier tipo de peligro. Lo que ninguno de los dos podría haber imaginado era que tendrían que enfrentarse a la propia accidentada.

El organismo de Maya había retornado a la existencia, pero su mente todavía se encontraba desconectada de sí misma. Su amiga no les reconocía, y había interpretado que las personas que la rodeaban eran secuestradores que la mantenían en contra de su voluntad. Si aquella situación se hubiera producido con una persona corriente, el propio Puma habría bastado para retenerla, pero ella no lo era, y los tres eran conscientes.

—¿Qué es lo que ha pasado? ¿Por qué está así? —interrogó Nicole a M.A esforzándose por contraatacar contra las brutales sacudidas de la chica presionando con su brazo en el cuello de esta.

—Seguramente es porque no ha tomado sus pastillas en una semana. Ya hacía meses que no tenía un ataque así.

Nicole pretendía protestar por su falta de previsión cuando fue silenciada por una patada en el estómago que la lanzó hacia una de las paredes de la habitación. Su columna vertebral crujió como si acabase de defenderse del puntapié de un elefante. M.A levantó sus brazos intentando comunicarle a Maya que él no suponía ninguna amenaza, pero la mano de la chica le elevó por su garganta y le hizo sobrevolar la camilla describiendo un arco sobre su cabeza hasta terminar aterrizando junto a su acompañante.

—Cabrones… No sabéis con quien os la estáis jugando… —les amenazó arrancándose la vía del brazo y corriendo hacia la salida de su cautiverio.

Desafortunadamente, Eva, Davis y Puma ya habían alcanzado la zona del jardín colindante a la habitación cuando ella salió, alterando aún más su trastornado cerebro al detectarlos.

—¡¡Socorro!! ¡¡M.A, Puma, Nicole, Eva, Davis, Jessica!! ¡¡¡Inma!!! ¡¡¡Socorro!!! ¡¡¡Que alguien me ayude!!! ¡¡¡Socorro!!! ¡¡¡Inma!!! ¡¡¡Dyssidia!!!

Aún recomponiéndose por los impactos recibidos, Nicole y M.A se unieron a sus compañeros surgiendo desde el interior del cuarto. La desequilibrada Maya se sintió tan acorralada que trató de defenderse emitiendo un desgarrador chillido similar al de un animal salvaje. Eva encomendó una orden a Puma a través de la conexión de una fugaz mirada. Ambos extrajeron su Scramasax y prepararon su cuerpo para una inminente maniobra defensiva.

La amnésica oteó colmada de ansiedad sus alrededores tratando de localizar una salida de la pesadilla en la que se hallaba sumergida. La verja que conectaba con la carretera del pueblo se encuadró en sus ojos como si se tratase de un prodigio de la arquitectura. Al contemplar a Maya precipitándose como una demente hacia la salida, Davis se interpuso intentando detenerla, pero terminó derribado cuando un puño impactó lateralmente en su mejilla.

—¡¡¡Maya!!!

Aquella voz femenina resonó en sus oídos como un borroso recuerdo de épocas mejores. Era lo único que le había resultado familiar desde que había despertado en su mundo desconocido.

Sus inocentes secuestradores rotaron sus cuerpos al compás de Maya hacia el origen del que provenía la llamada y descubrieron a Inma adoptando una posición de entereza y un semblante que se debatía entre la fascinación y la felicidad.

—Inma…

Tras ello, su visión recorrió la distancia que la separaba de aquellos que había interpretado como desconocidos, reconociendo las consecuencias de su lapso mental en los gestos doloridos expresados por algunos de los presentes. Maya supo de inmediato que acababa de atacar a sus únicos amigos.

—Yo… Lo… lo siento… No sé qué decir… Lo siento, de verdad… —titubeó incapaz de transmitir su sensación de arrepentimiento verbalmente. Hacía demasiado tiempo que la chica no se sumía en tal impresión de vergüenza. Después de todos sus avances, se había descontrolado de nuevo. Maya se agradeció a sí misma no haber rebasado una línea que no pudiese retroceder.

—Maya… —susurró su prima con dulzura descubriendo en la palma de su mano un diminuto bote de color blanco que todos reconocieron—, creo que es la hora de tu medicación.

Maya negó enérgicamente con su cabeza mientras se esforzaba todavía por recuperarse del shock en el que su propio cerebro la había encadenado.

—Ya no quedan… Hace más de un mes que no tomo esas pastillas. Creía que podía ser capaz de controlarlo, creía…

Inma caminó con lentitud hasta posarse junto a su querida Maya y la agarró de sus muñecas aspirando a compartir la serenidad que la estaba controlando durante la situación.

—Tranquila, lo solucionaremos. Podemos hacerlo. Estamos juntas, y eso es lo que importa. Pase lo que pase, te quiero, Maya, y estoy muy feliz de que hayas vuelto.

Las dos se sumieron en un abrazo tan profundo que Inma no se percató de un hecho insólito que acababa de hacer vacilar a M.A sobre la realidad de aquella escena.

—Cuando decíais que se volvía salvaje si no tomaba esas pastillas, desde luego, no imaginaba eso —profirió Eva retornando el Scramasax a su funda aliviada por no haber requerido su uso.

—¿Soy el único que se ha dado cuenta? —consultó M.A atrayendo el completo desconcierto de sus compañeros.

—¿De qué tenemos que darnos cuenta? —interpeló Nicole carente del más mínimo signo de su característica deducción.

—Mirad bien a Maya —expresó señalándola como si se tratase de un ente fantasmal—. Tiene los dos brazos.

—¿Qué pasó, Inma? —la interrogó Maya sujetándola por los hombros intentando apremiar una contestación que le urgía—. No recuerdo nada después de que placase al zombi que intentó atacar a Nicole. ¿Qué me pasó? ¿Por qué he estado inconsciente? ¿Por cuánto tiempo?

Inma se bloqueó ante el asalto. No sabía cómo informar a su prima de todos los sucesos que habían acontecido sin generarle un trauma. Fue durante la cavilación de su respuesta cuando lo vio. Su brazo, aquel que había sido arrancado y devorado, lucía en el cuerpo de Maya con mejor color que el suyo propio.

—Emm… Yo…

—Te golpeaste la cabeza —intervino Puma, quien se había aproximado furtivamente a ellas para rescatar a Inma de su tormento—. Caíste con el bruxista y te golpeaste bastante fuerte en la nuca, o al menos eso es lo que me contaron Davis y Nicole. Has estado inconsciente durante toda la semana. Hemos estado cuidando de ti desde entonces, e Inma se encargó de ponerte un gotero para que no te deshidrataras. Y mira como nos lo pagas, guapa. Vamos a ir al médico con tu cartera.

—Yo… Lo siento, de verdad —se lamentó tomando por autentico el comentario de Puma.

—Hey, ni lo pienses, solo estaba jodiendo contigo. Son gajes del oficio —la disuadió con una sonrisa.

—Espera, ¿bruxista? —preguntó sin comprender siquiera el término.

—Los zombis que os atacaron en el jardín. Así es como los llamamos ahora. Ha sido idea de nuestra querida Proyecto Alice —comunicó referenciándola burlón—. Nosotros también fuimos atacados por ellos en el campo de fútbol mientras lo estábamos limpiando. Parece que hay más de los que creíamos.

—Chicos —elevó Maya su voz para atraer al resto de sus amigos—, siento lo que ha pasado. De verdad que lo siento. Gracias por cuidar de mí.

Reaccionando a su disculpa, M.A se acercó hasta encontrarse junto a la chica y posó su mano en su hombro. Aquel gesto la reconfortó. Maya supo al instante que ni siquiera el irascible M.A se había enfadado con ella por lo que había ocurrido.

—Te ves agotada. Deberías ir a descansar. Te llevaré algo de cena dentro de un rato.
Procurando no continuar resultando una molestia, Maya acató la recomendación que M.A le había sugerido y se despidió de sus amigos con una sonrisa para retirarse a su dormitorio. Todos se mantuvieron en un silencio impenetrable hasta que se aseguraron de que la susodicha ya no podría escucharles ni remotamente.

—¿Tú sabes qué ha pasado? —interrogó Nicole a Puma sumiéndose en su estado de mayor perspicacia—. ¿Por qué le ha crecido el brazo?

—No tengo ni idea, rubia. Lo único que tengo claro es que el semen que llevo dentro no para de sorprenderme.

—Yo lo único que sé es que me estoy planteando meterme un chute del virus —vaciló M.A haciendo alusión a su propio brazo cercenado.

—Reservaré una bala para cuando tenga que volarte los sesos —continuó el minino su juego remarcando una seña de picardía en su semblante.

—¿Y qué hay de su superfuerza? Creía que la había perdido —intervino Inma ocasionando el desastre inminente en el debate.

—Espera, ¿cómo que la había perdido? ¿Cuándo?

Un cuarteto de miradas indiscretas reprendió a Inma, que se cercioró del gran error que acababa de cometer cuando M.A habló con exaltación. Él era el único que no había sido conocedor de la pérdida de su antiguo poder hasta que a la prima se le había escabullido de sus labios.

—Fue poco antes de llegar a la aldea —relató Davis a sabiendas de que no podrían remediar ya la equivocación—. Solo lo contó a su círculo de confianza. Todavía no estaba preparada para contárselo al resto. Creo que es porque se sentía útil en el grupo únicamente por su fuerza.

—Ah, ¿sí? ¿Quién de aquí no lo sabía? —habló con más decepción que enfado en su tono.

—M.A…

—Podría entender que se lo haya contado a su prima, a Puma o incluso a Alice antes que a mí, pero tú, Davis, y tú, Nicole —resaltó señalándoles—, lleváis con ella un par de meses. Yo he pasado con ella dos años. Pensaba que tendría más confianza para contarme algo tan importante, pero ya veo que no.

Davis se mordió con fuerza el labio. No pretendía que su amigo se sintiese discriminado por Maya cuando había expuesto los hechos acaecidos, pero no podía revelar el motivo por el que conocía la desaparición de sus poderes. Tan solo empeoraría la situación. Trató de expresar un sentimiento incierto, pero M.A fue más veloz que él.

—Será mejor que vaya a prepararme para la vigilancia —concluyó retirándose sin que nadie opusiese resistencia.

—Bueno, no hay muchas más vueltas que darle a este tema. Deberíamos regresar al trabajo —movilizó Eva al resto de los presentes—. Cuando Maya se encuentre en mejores condiciones, hablaremos con ella sobre todo esto.

Sin nada más que dialogar, los miembros se dispersaron para retornar a los quehaceres que desarrollaban antes de que se produjese el incidente, excepto por dos personas específicas que se mantuvieron en el exterior hasta que se encontraron juntos en la soledad del atardecer.

—Tú y yo tenemos una conversación pendiente —recordó Eva a Davis tras haberle concedido un minuto de tregua en el que este ni siquiera había abierto su boca.

—No quiero que los demás lo sepan —comunicó con tanta tristeza en sus gestos que casi se podía palpar—. He visto de todo durante estos años, y me he topado con tantos muertos que ni recuerdo el número, pero eso… es demasiado. Jamás había visto algo así. Me gustaría retirar los cuerpos de esos niños y quemarlos, por ellos y porque no quiero que los demás vayan allí y los vean, especialmente Jessica, pero yo solo no puedo hacerlo. Estoy pidiéndote ayuda, como favor personal.

—¿Por qué yo? ¿Por qué me lo pides a mí? ¿Qué hay de Nicole? ¿M.A?

—Tengo mis motivos —expuso oponiéndose a revelar el intrigante enigma—. ¿Me ayudarás o no?

La aludida inspeccionó sus alrededores para cerciorarse de que nadie les estaba escuchando furtivamente y emitió un sonoro suspiro de rendición.

—Nos vemos a las cuatro en la entrada de la casa. Iremos mientras los demás están dormidos y nos encargaremos de ello sin que nadie se entere. Con dos horas tendremos más que suficiente para retirar los cadáveres, o al menos eso espero.

—Creo que sí —afirmó Davis rememorando la cantidad de muertos inertes que poblaban el recinto ferial.

—Bien. Recuerda llevar la linterna, la mochila y tus armas. En el caso de que nos encontremos con un bruxista, nos volveremos inmediatamente, ¿de acuerdo?

—Sin problema.

—Nos vemos a las cuatro —se despidió Eva alejándose en dirección a la cocina.

Se desveló de su plácido sueño aletargada por un inusual olor que había invadido sus fosas nasales durante unos minutos tan interminables que parecían haberse fundido en la mismísima eternidad. Acompañó su bostezo con un enérgico frote de sus ojos que le permitiese aclarar la visión legañosa de su habitación infantil y se deshizo de la sábana adornada con tiernos ositos que la protegía, aventurándose al mayor de los peligros sin ser consciente de ello.

Caminó hasta la puerta que conectaba con el pasillo principal de la segunda planta anhelando descubrir el origen de la extravagante sustancia que estaba perforando su sentido del olfato. Sin embargo, esta se abrió con una ráfaga de viento huracanada reverberando en cada recoveco del lugar justo cuando posó su mano sobre el pomo. Con aquella acción involuntaria, la pesadilla se desató.

La niña empezó a girar sobre sí misma convencida de que tendría que haber una explicación a aquella locura, pero esta no existía. Todo su cuarto, desde las paredes de papel azulado hasta el armario decorado con bonitas pegatinas de princesas, comenzó a arder. Sus lápices de colores desaparecieron en una marea de cenizas, sus juguetes se impregnaron con el aroma del plástico quemado y su alfombra con figuras de vehículos sonrientes se convirtió en la mayor llamarada que hubiese visto jamás.

Intentó correr, pero los músculos de sus delgadas piernas habían decidido que no iba a poder huir de su temor. Fue entonces cuando sus brazos se fundieron con el ambiente y comenzaron a arder. En cuestión de segundos, el fuego se había extendido a todo su cuerpo con tanta rapidez que era como si se hubiese embadurnado en gasolina, y sus dedos habían tornado su coloración en un brillante negro chamuscado. Dominada por el pánico, Eva chilló.

Su respiración agitada fue lo primero que la cautivó cuando Eva retornó forzadamente de su mundo interno de pesadilla. Se retiró unas gotas de sudor de la frente con el dorso de su mano e invirtió un par de segundos en recordar que se hallaba en su dormitorio de la casa rural. Casi al instante, comprobó el estado de Adán, quien dormía plácidamente en la cama ubicada en el otro extremo sin siquiera haber escuchado su grito.

Comprobó el reloj de la mesita y descubrió que eran las tres y diez de la mañana. La alarma que había programado debía sonar a las tres y media, pero no tenía el más mínimo interés por regresar al universo del fuego, así que la apagó y se levantó para prepararse y fumar algún que otro cigarrillo hasta que Davis se encontrase con ella en la entrada.

Procurando no provocar ningún ruido, se equipó con su linterna, su Scramasax y una mochila cargada con suministros varios que podrían ser útiles. También se aseguró de que no se olvidaba del paquete de tabaco que había confiscado a Puma.

Concluida la recolección, Eva se fugó de la estancia y encendió un primer cigarro mientras se dirigía al punto de reunión. Ni dos caladas había podido disfrutar cuando descubrió sorprendida que el lancero ya se encontraba allí. Resignada, arrojó la colilla al suelo, la pisó y se colocó junto al que iba a ser su acompañante exclusivo durante el viaje nocturno.

—Veo que tú tampoco puedes dormir.

Asustado, el rostro de Davis se transformó en un vendaval de ansiedad al captar un susurro inesperado junto a su persona, pero se calmó en cuanto descubrió de quién se trataba.

—¡Joder, que susto! ¡No aparezcas de esa manera! —la reprendió agarrándose la región del corazón como si temiera que fuera a escaparse de su pecho.

—Si quieres salir en mitad de la noche sin que te descubran, deberías aprender a ser un poco más sigiloso. Cualquiera que hubiera salido a tomar el aire te habría visto —contraatacó ella con cierta decepción en su consejo al cazar a Davis cometiendo el error de ser tan descuidado—. Lo llevas todo, ¿no?

—Llevo mi mochila, la Scramasax y la linterna. He decidido dejar la lanza porque creo que va a ser más molestia que ayuda, teniendo en cuenta que tendremos que estar moviendo muertos. Imagino que tú has hecho lo mismo con la alabarda.

—Correcto. Pongámonos en marcha.

Linternas en mano, Davis, quien conocía con mayor exactitud la ruta que debían recorrer en dirección a la feria, guío a su camarada a través de las estrechas callejuelas que conformaban el pueblo. Ambos permanecieron inseparables mientras centraban su atención en toda posibilidad de amenaza que pudiera brotar de entre las sombras hasta que se encontraron en su destino. Atravesando un callejón cuya pendiente descendía, Eva y Davis se cruzaron con el primer signo de un pasado más feliz.

Tras investigar cautelosa con su luz artificial, Eva descubrió repartidos por la calle un puesto de venta de juguetes y algodón de azúcar, otro que ofertaba gofres y crepes, diversos locales de juegos pertenecientes a antiguos timadores y una atracción similar a un rally. Desorientada por la ausencia de cualquier vestigio de vida, buscó a Davis con una mirada de desconfianza. Este la comprendió sin necesidad de mediar palabra, señalando con su linterna a unas viejas escaleras desconchadas que se abrían en mitad de la travesía.

Eva ascendió los escalones alerta ante la impresión de la que Davis ya le había advertido. Ni siquiera su preparación previa pudo salvaguardarla de la necesidad de vomitar la cena cuando comprobó la primera de las atracciones, un carrusel. Contemplar ríos de sangre seca adornando la madera de los caballos no fue sencillo, pero no era siquiera comparable a la visión de al menos una quincena de esqueletos que habían pertenecido a niños de no más de cinco años. Algunos incluso permanecían todavía sobre los animales falsos.

Tras avanzar unos pasos, Eva se percató de que se localizaba en una diminuta plaza en la que acompañaban a los artefactos de la feria algunos puestos de venta de comida. Tanto sus mesas como sus sillas habían sido volcadas. No era descabellado deducir que aquellas personas habían sido atacadas de improvisto por zombis y se habían visto forzadas a correr en cualquier dirección tratando de alcanzar su salvación.

Continuó recorriendo la zona tan apresuradamente que Davis se cercioró de que la tenebrosa feria estaba generando estragos en ella. Allá donde iba, los cuerpos casi descompuestos de los menores adornaban el recinto como una decoración macabra.

Su viaje finalizó cuando se encontró con la pista de autos de coche, derrumbando una moral que ella creía inquebrantable. Alrededor de sesenta cadáveres descompuestos de adolescentes y niños se repartían por esta, causando una horrible escena digna de una cruenta guerra. Davis se aproximó a Eva y procuró ser cauteloso en las palabras que iba a desplegar.

—Por eso te dije que quería mantenerlo en secreto. Cuando lo vi fue… arrollador. Me sentí como si me abrieran en canal y me devoraran el alma.

—En esto es en lo que se ha convertido el mundo —habló Eva con un susurro liviano—. Niños que solo vinieron aquí a disfrutar de su tiempo libre se convirtieron en la comida de monstruos caníbales simplemente porque a cuatro iluminados se les ocurrió jugar a ser dioses. Que en paz descansen.

Davis consultó el reloj de su pulsera, que indicaba casi las cuatro de la mañana, la hora en la que habían acordado reunirse en un principio. Trató de no ser rudo cuando apremió a Eva a que iniciasen el cometido de limpieza para el que habían acudido.

—Deberíamos empezar a apilar a los muertos. Hay un descampado junto al final de la feria. Lo veremos si continuamos bajando. Podemos quemarlos allí. He traído algo de gasolina en una botella. Creo que nos servirá.

—Sinceramente, no esperaba que fuesen tantos. Vamos a tener que hacer unas cuantas pilas de cuerpos para poder quemarlos con más facilidad —meditó Eva incomodada por tal cantidad de trabajo extra imprevisto—. Está bien, pongámonos manos a la obra.

La estrategia que emplearon para la recolección de los muertos fue simple. Cada uno de ellos se encargaba de cargar a sus espaldas con uno o dos cadáveres, en función del tamaño de estos, y los depositaban sobre el terreno baldío que había señalado el lancero. En aproximadamente media hora ya no había ningún rastro esquelético de la masacre en la pista de autos, y tras haber transcurrido casi una hora y cuarto desde su comienzo, el recinto había sido liberado de todos sus cuerpos putrefactos.

Eva se decantó por organizar la repartición de los muertos en cinco grupos que no superasen la cifra de treinta. Tras ello, los roció con la gasolina que Davis le proporcionó, los quemó usando su mechero y esperó a que ardieran por completo para apagar las hogueras, argumentando que no debían permitir que cualquier posible atacante del exterior les localizase a través del fuego.

Para cuando el dúo extinguió las llamas que habían calcinado a los restos de huesos carentes de alma, las dos horas originales destinadas para ello ya se habían consumido. Agotado, Davis le solicitó a Eva descansar sus fatigados músculos durante unos minutos en la vieja escalera de la feria que conectaba con su parte superior. Lejos de negarse, ella se unió a su petición sentándose al lado de su acompañante al tiempo que se encendía su tan ansiado cigarro.

—Gracias, de verdad —expresó Davis mientras se frotaba las palmas de las manos tratando de evitar su congelación en la intemperie—. No habría podido hacerlo sin ti.

—Nada de gracias. Me debes una —le aclaró expulsando el humo que insistía en adentrarse en sus pulmones.

—Te debo una, lo sé. No te preocupes, te lo pagaré.

—Era una broma —confesó captando la mirada de un par de pupilas desagradadas—. Ahora, si quieres pagarlo, adelante. No seré yo quien te detenga.

Davis contuvo unos segundos el atrevimiento que iba a posar sobre su lengua y meditó con frialdad si podría desplegarlo sin que Eva se ofendiese, pero se conocía demasiado a sí mismo. Sabía que le sería imposible mantenerlo encarcelado en su garganta.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

—Si vas a preguntar algo personal de antes de que toda esta mierda empezara, te lo puedes ahorrar. Si no, eres libre de hacerlo —le espetó tras retirar el tabaco de sus labios.

—¿Cómo… cómo es ser padre? —preguntó embriagando a Eva con su consulta, quien había imaginado que su cuestión se trataría de una absoluta estupidez—. Quiero decir, sé que no eres padre ni madre, pero eres la única persona cercana que conozco que está a cargo de un niño. A veces veo todo lo que haces con Adán y no sé si voy a poder enfrentarme a ello.

—Se parece mucho a que se te caiga un rascacielos en llamas encima —espetó sin separar su visión del horizonte mientras proseguía exhalando nicotina.

—Gracias por los ánimos —ironizó Davis decepcionado por haber considerado que obtendría consejos de crianza valiosos por parte de la mujer—. Si lo llego a saber, me quedo callado.

—Si lo que querías era que te diese palmaditas en la espalda, deberías haberle preguntado a otra persona. Yo te cuento cómo es la realidad —le esclareció anonadada frente a la actitud de defensa de su compañero cuando este no escuchó las palabras que deseaba oír—. La paternidad no es sencilla, si es lo que quieres saber, pero creo que eso ya te lo imaginas. Si piensas que en algún momento de tu vida has tenido auténtica dedicación por algo, que te has comprometido realmente o que has amado a alguien, espera a sujetar a ese bebé en tus brazos, y descubrirás en un segundo lo equivocado que estabas. Eso es ser padre.

—Vaya… —musitó Davis digiriendo su contestación—, eso es… bastante profundo.

—Sé que no soy lo más expresivo del mundo, pero déjame decirte una cosa —cautivó Eva su concentración—. Sois unos inconscientes por no haber tomado preocupaciones en su momento para que no pasase lo que ha pasado, pero al menos sois unos inconscientes valientes. No mucha gente valora la valentía hoy en día. Estoy segura de que la mayoría habrían abortado.

—Suenas como Ley —expresó asqueado casi como si hubiera proferido un insulto.

—Un poco, quizá —admitió arrojando su cigarro ya consumido al pavimento—. Sé que no te caía bien esa chica. Le costaba tratar con gente cuya vida no se basase en un campo de batalla, pero tenía razón en lo que decía en la mayoría de las ocasiones.

—¿También cuando estuvo a punto de crucificarme por retirarme del ataque?

—Como he dicho, le costaba tratar con civiles, pero ella se suicidó por el futuro de todos, y eso incluye a tu bebé. Dudo que fuese tan horrible como quieres imaginarla.

—¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué tú sí avanzaste? —se interesó Davis sin comprender ni el más ligero ápice el motivo de sus acciones en la pasada situación—. ¿No te preocupaba dejar a Adán solo?

—Si dejas que el miedo te domine, nunca harás nada con tu vida. Algún día, puede que más tarde o puede que más temprano, yo moriré. Cuando eso pase, mi hermano tendrá que cuidar de sí mismo, y confío plenamente en que sabrá cómo hacerlo.

—No puedo estar más de acuerdo contigo. Si no llega a ser por él y su arco, los bruxistas nos habrían destrozado, pero aun así… ¿no te asusta morir o que Adán descubra que has muerto? ¿No te asusta la pérdida, la incertidumbre?

—Ya te lo he dicho —insistió impasible a su tentativa de remover sus emociones—, en algún momento moriré, y puede ser cualquiera. Ni el miedo ni la pérdida ni la incertidumbre me van a detener de hacer lo que creo que es necesario para mejorar el mundo.

Davis permaneció cabizbajo sumido en un silencio sepulcral mientras meditaba la respuesta que Eva le había concedido. Aunque realmente podía empatizar con aquel punto de vista, pensó que nunca podría compartirlo. Él no había podido liberarse de las cadenas del miedo desde que había vivido en sus propias carnes el accidente de Sara.

—¿Me permites darte un consejo, Davis? —habló la mujer adoptando la mayor posición de seriedad que hubiese podido advertirse durante la conversación.

—Claro, ¿por qué no?

—Criar a un hijo ahora es muy diferente a hacerlo en el pasado. No se trata solo de los zombis y todas esas mierdas que nos amenazan. Antes, la sociedad hacía gran parte del trabajo, lo cual tenía sus pequeñas ventajas y sus grandes inconvenientes. Hoy en día, esa sociedad ya no existe, y con su desaparición, murieron todos los valores que nos inculcaron como los únicos, reales y auténticos. Todos los niños que nazcan a partir de ahora van a ser lo que sus padres les enseñen a ser. Las personas más cercanas también influirán, pero, al fin y al cabo, lo aprenderán todo de aquellos que les van a criar. El mundo está empezando de cero, y podemos ser mejores o peores de lo que fuimos antes. Todo depende de nosotros.

—Entiendo…

—No, no lo entiendes como tú crees —rebatió con convencimiento—. Si no trabajas en ese miedo que te incapacita, tu hijo o hija lo aprenderá de ti, y lo heredará. Dudo mucho que quieras eso para él o ella.

—Yo…

Un retumbante y repetitivo sonido penetró en los oídos de ambos, forzando al lancero a que interrumpiese su diálogo. Davis y Eva se incorporaron mientras escuchaban inmersos el repicar de una campana. Era evidente que el estruendo provenía de la iglesia, pero ninguno de ellos era consciente del motivo por el que se estaba produciendo. Sin embargo, sí podían deducir que no se trataba de una señal en absoluto positiva.

—¡Vamos, tenemos que volver a la casa! —imperó Eva a Davis corriendo pendiente arriba.



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