Big Red Mouse Pointer

martes, 1 de enero de 2019

NH2: Capítulo 061 - Conflicto de intereses

Encabezando una caminata cautelosa, pero sin el más mínimo atisbo de inseguridad en los pasos que imprimía, Alejandro dirigía la comitiva de adolescentes que procedía a la conquista de aquel territorio pueblerino conocido como Rockrose Newville. Tras un extenso debate con el resto de sus acompañantes, el líder había decretado que accederían a través del camino agrícola que se encontraba junto al cementerio del pueblo, y ninguno se atrevió a rebatirlo.

Con sus máscaras siniestras protegiendo su identidad, los Matados alcanzaron el destino por el que se había optado sin obstáculo alguno tras media hora de caminata. Sin embargo, Alejandro se vio obligado a contener su lengua cuando un coro de chillidos lanzó quejas e insultos en torno a su persona.

—Estupendo, Alex. Nos has traído directamente a una barricada —protestó Tammy apuntando acusadora al enorme montón de enseres que bloqueaba la ruta propuesta—. ¿Me quieres decir cómo vamos a mover todos esos trastos para poder pasar sin hacer ruido? La vigía está justo al lado.

Alejandro tomó los prismáticos que portaba colgando de su cuello mediante una correa y posó las lentes sobre sus ojos para inspeccionar con mayor seguridad el perímetro. Tal y cómo Tammy había importunado, la vigilante de cabello moreno que se localizaba sobre uno de los tejados se hallaba demasiado cercana al muro de chatarra como para no descubrirles.
Alejandro se mordió el labio martirizándose a sí mismo por aquel error garrafal.

—Podemos utilizar el camino de al lado —aportó Samuel señalando hacia una vía asfaltada con una gran pendiente en ascenso—. Si vamos por ahí y pasamos junto al cementerio, llegaremos a un bar a pocos metros de donde está la casa rural. Desde ese sitio podemos esquivar a la chica fácilmente y entrar dentro.

—¿Y tú que sabrás? —importunó Alejandro mientras continuaba oteando el horizonte con sus prismáticos.

—Perdona, pero yo también he estado memorizando los caminos del pueblo cuando veníamos aquí. A ver si te crees que eres el único con cerebro.

—Esta ruta era perfecta, así que no te las des de listo conmigo, maricón.

—Sí, ya veo tu maravillosa perfección…

—¡Silencio! —les detuvo Sabrina exhibiendo una expresión de enfado que incluso se discernía a través de la máscara—. ¡Este no es momento para que os pongáis a mediros los rabos! Usaremos el camino que ha dicho Samuel. Punto.

—Aghh, vale —se resignó Alejandro tratando de evitar una confrontación tan temprana con su nueva novia.

Jessica se frotó con energía sus párpados esforzándose por disipar el sueño que luchaba contra todo su organismo para apoderarse del control. Ella misma era consciente de que deseaba estar allí, y de esa manera lo había hecho constar durante la reunión del ayuntamiento en la que Eva realizó la repartición de labores, pero todavía le resultaba duro acostumbrarse a mantenerse en vela a lo largo de una noche.

Si bien era cierto que la jornada nocturna se tornaba cansada, y ni siquiera disponían de una sola gota de café para sobrellevarla con mayor facilidad, la joven agradecía que amaneciese algo más temprano en aquella región de Canadá que en la que había vivido durante toda su vida, ya que le ahorraba al menos dos horas de trabajo en las que podía descansar con una corta cabezada. Volvió a bostezar preguntándose la hora que sería y examinó nuevamente sus alrededores. Como de costumbre, las novedades eran inexistentes, y así lo prefería.

—¿Es por allí? —consultó Piper refiriéndose a un terreno de arena y piedras a la derecha de ella.

—No, Piper. Ese camino lleva a las tierras de sembrado —contestó discerniéndose agobio en el tono de voz de Samuel.

—¿Ese? Pero si estamos en mitad del puto campo —gritó Tammy enfurecida—. ¿Se puede saber dónde está el camino que decías?

Alejandro fue el primero en percatarse de que el adolescente se había desorientado, apelando a su egocentrismo sin retrasarse un segundo.

—¿No sabes dónde estás, Samuel? ¿Tu radar mariquita se ha estropeado?

—Sé perfectamente donde estoy. Dame un minuto —contraatacó empezando a sentir molestia por las acometidas infundadas de Alex.

—¿Estás seguro? Yo creo que estamos en medio de la nada. ¿No te habías memorizado tan bien los caminos, ¿eh, marica? ¿Eh?

—Bueno, vale ya, ¿no? —intervino Roberto indignado por el comportamiento tan nefasto de su amigo—. ¿Quieres dejarle en paz de una puta vez, tío? Por lo menos Samuel aporta alternativas. Tú no has hecho más que protestar desde que llegamos al pueblo.

—Hey, cotorras —captó Sabrina su atención, quien se situaba unos metros más adelante que el resto—, esa bajada de ahí lleva a la carretera. ¿Es por ahí por dónde decías, Samuel?

—¡Sí, es por ahí! —exclamó feliz porque la chica le hubiese ayudado a concretar su ubicación en el pueblo.

—Pues venga, vamos. Ya hemos perdido demasiado tiempo —decretó Alejandro encabezando nuevamente el grupo tras asestar a Samuel una mirada paranoica de disconformidad.

—M.A, ¿estás ahí?

El rubio aludido, quien se encontraba con su visión ensimismada en un almacén de hongos en la lejanía, recupero de su cintura el walkie talkie que le correspondía por ser el vigilante de aquella noche cuando escuchó a una dulce fémina que le llamaba desde este.

—¿Qué pasa, Alice? ¿Va todo bien?

—Sí, todo perfecto, por aquí no se mueven ni los animales, y es una pena, porque tengo ganas de practicar con la Falcata.

—¿Y entonces por qué llamas? —consultó M.A sin comprender el origen de su contacto.

—Estoy caliente, cariño.

Su argumento fue tan impactante que M.A se forzó a mantener el equilibrio para no resbalarse del tejado sobre el que se hallaba.

—Emm, Alice, cielo mío, ¿tú crees que es el mejor momento para eso?

—Ya lo sé, pero es que me aburro demasiado, y el aburrimiento lleva al pensamiento, y este, al final, siempre acaba en lo guarro. Es como si estuviera predeterminado. ¿A ti no te pasa?

—¡Alice, calla un momento!

Sorprendida por su repentina petición, Alice permaneció en silencio junto al walkie aguardando a que M.A le informase del motivo que le había conducido a ella. Por su parte, el guardia había acallado a su novia tras haber distinguido una figura humana agacharse con rapidez junto a unos arbustos.

—¡Mierda! ¡Todo el mundo abajo! —ordenó Alejandro indicando con una seña de su mano a los demás que no desplegasen ni el más liviano de los suspiros.

—M.A, ¿qué pasa? —le llamó Alice impacientada por la respiración irregular que captaba en el intercomunicador.

—Me pareció haber visto algo… —murmuró sin separar su vista del área en el que había ocurrido el extraño suceso—. Escucha, Alice, permanece alerta. Quizá no sea nada, pero ya sabes, por si acaso… Mejor que estemos prevenidos.

—De acuerdo. Cambio y corto.

—Mierda, ¿qué vamos a hacer ahora, Alex? —injurió Tammy asomándose a través del arbusto segura de que no sería visible para el vigía—. Ese gilipollas ha visto algo, y no vamos a ser capaces de mover a toda la tropa carretera abajo sin que nos descubra. No quita el ojo de esta esquina.

—Déjame pensar —la calló el dirigente con agresividad—. Tiene que haber alguna forma.

—Tengo una idea —propuso Samuel adelantándose junto a ellos—. Si corro hasta el callejón de allí, y dejo que me vea, centrará mi atención en mí, y puede que incluso me persiga, dejándoos la vía libre para que lleguéis hasta la casa donde están durmiendo los demás.

—Cada vez que propones una idea, la cagas más —le disuadió Alejandro continuando firme a la oposición que combatía contra su subordinado—. ¿No te das cuenta de que si haces eso llamará a sus compañeros y todos se movilizarán? No hay manera de que podamos enfrentarnos a ellos en un cara a cara. Esta es una misión de infiltración. No lo olvides.

—¿Y entonces qué propones, querido jefe? —le retó Samuel siendo consciente de que la mente diminuta de Alejandro no sería capaz de resolver aquella enmarañada situación.

—Bueno, si no nos hubieras traído por aquí, en primer lugar, no tendría que proponer nada. No hemos hecho más que perder el tiempo para acabar en el mismo punto en el que empezamos. ¿Te has dado cuenta ya de ello, marica?

—¿Quieres dejar de llamarme marica de una puta vez? —explotó finalmente Samuel intentando controlar su garganta para que los chillidos que reprimía no se escabullesen a través de ella.

Durante el transcurso de la acalorada discusión, la atención que M.A se hallaba imprimiendo al inusual movimiento que aseguraba haber percibido fue captada por una columna de humo que se comenzaba a elevar desde la zona contraria del pueblo. Aquella fue la señal que le confirmó que la seguridad de su residencia se hallaba bajo peligro. Sin embargo, su creencia equivocada tan solo supuso una ventaja para la auténtica amenaza.

—Alice, ¿ves el humo? —consultó retomando contacto con la rubia.

—¿Qué humo? ¿De dónde?

—Alrededor de la parte suroeste del pueblo. ¿Lo ves? —insistió incapaz de apaciguar la tensión de sus agotados brazos.

—¡Ahora! —exclamó Sabrina destruyendo por tercera vez la estúpida riña en la que insistían en enzarzarse aquel par de idiotas—. ¡Está mirando hacia otro lado! ¡Se ha concentrado en alguna otra cosa! ¡Daros prisa!

Mientras M.A profundizaba en su conversación con Alice, los Matados se escaparon del lugar de cobertura en el que habían permanecido atrapados y se desplazaron descendiendo la carretera, siempre preocupados por continuar camuflados entre la vegetación y las escasas sombras de la noche que aún les apoyaban.

—Quizá intentan distraernos, M.A —sugirió Alice en referencia al oscuro humo que se sumía en el cielo—. ¿Deberíamos avisar a los demás para que vayan a investigarlo?

Fue entonces cuando la rubia giró sobre sí misma aún apoyada en su tejado y los divisó junto al asfalto. Los Matados habían logrado evadir con destreza dos vigilantes nocturnos, pero su ansia por avanzar veloces hacia el objetivo les condujo a ser descuidados. No habían podido imaginar que una tercera vigía sería su cazadora.

—Tal vez deberíamos. Está claro que eso no es muy…

—¡M.A! —le llamó exteriorizando la sensación de sofoco que la había invadido al desenmascarar al menos quince figuras desplazándose a paso ligero hacia la casa rural con sus rostros y cuerpos inundados por grotescos amuletos cárnicos—. ¡Intrusos! ¡Son los críos que nos atacaron durante la expedición! ¡Van en dirección a la casa!

—¡Hijos de la grandísima puta! ¡Sabía que había visto algo! ¡Corre, tenemos que avisar al resto!

Con el primer rayo de sol de la mañana, Jessica se deslizó por el tejado con la escasa fuerza que aún retenía en su organismo y se sentó en el borde. Un ligero salto le bastó para dejarse caer en la carretera, cercana a la entrada de la casa rural. La sesión nocturna por fin había concluido, y su estómago hambriento le suplicaba ser bendecido con algo de comida. Desayunar con la calma que se respiraba en la casa cuando el resto todavía no había despertado era con absoluta certeza el mejor pago que podía recibir por sus servicios de vigilancia.

Contrario a lo previsto, Jessica supo que aquel día no iba a disfrutar ni de un ápice de tranquilidad cuando, ya con su mano sosteniendo el tirador de la puerta del salón, observó entrar al jardín a M.A y Alice a la carrera, atravesando la robusta puerta de madera como si deseasen derribarla.

—¿Qué ocurre? ¿Qué os pasa? —les interrogó Jessica percibiendo el agotamiento que destruía sus pulmones.

—¡Los críos que nos atacaron! —chilló Alice como si estuviese hablando de un ente maligno—. ¡Han vuelto! ¡Van todos juntos, cubiertos con esas mierdas que llevaban la última vez, y vienen hacia la casa!

—Mierda —susurró Jessica aturdida por la imprevisión de la noticia—. Tenemos que avisar a los demás, y rápido.

—Interesante… Muy, muy interesante… Me pregunto quién va a morir.

Nicole se recostó sobre el colchón y paso la página del libro, ensimismada más que nunca en su lectura.

—Joder… este giro de la trama sí que no me lo esperaba para nada —señaló para sí misma con una sonrisa confortable—. No he podido resolver el acertijo. Supongo que no siempre se puede ganar.

Tres días después de que se hubiera instalado en su habitación, Nicole había encontrado un libro revisando el cajón de una mesita de noche. Aunque su título, “Cuando las gaviotas lloran”, no le había parecido interesante a primera vista, su entramado de misterio con incógnitas que podían ser resueltas por el lector si se prestaba la suficiente atención a la narrativa la habían convertido en una adicta total hasta el punto de que todos los días se despertaba media hora antes que los demás para proseguir con la historia.

Aquel día, Nicole se hallaba avanzando en la trama del libro cuando alguien abrió la puerta de su dormitorio violentamente, sobresaltándola.

—¡Nicole! ¡Estás despierta!

—¡Sí, y casi me matas del susto, por Dios! ¡No entres así al cuarto! —protestó incorporándose y soltando el libro sobre su cama—. ¿Ha pasado algo?

—¡Coge tus armas! ¡Los críos que nos atacaron en la expedición están viniendo hacia la casa!

Sin más palabras que mediar, Nicole se equipó con sus dos Kukris, su Scramasax y su Bisarma y siguió a Jessica hasta el jardín. Allí pudo apreciar que la mayoría de sus compañeros se hallaban ya en el exterior, tan conmovidos por la información que les proporcionaban los vigías como se encontraba ella. M.A surgió desde una habitación frente a ella junto con Adán, la única persona que aún no se localizaba en el círculo de reunión.

—Eva y Davis no están —comunicó Alice preocupada por la carencia de ambos—. ¿Alguien sabe dónde coño se han metido?

—Mi hermana ha estado durmiendo conmigo toda la noche —esclareció Adán convenciéndola de que el chiquillo no sabía nada acerca del paradero de la mujer.

—Bueno, es evidente que toda la noche no, o habría estado ahí dentro —puntualizó Puma con sus brazos en jarra mientras meditaba la situación—. Si tal y como dicen los rubios, esos críajos están aún bajando por la carretera, no pueden haberles hecho nada.

—A lo mejor han tenido que ocuparse de algún asunto a primera hora, antes de que el resto nos despertásemos —propuso Inma manteniendo sus opiniones en su vertiente optimista.

—No creo que esos niños supongan un problema, pero es una pena tener a dos de los mejores luchadores del grupo en paradero desconocido.

—No los subestimes, Puma —le advirtió Jessica remarcando su seriedad—. Una de ellos estuvo a punto de matarme.

—Por suerte, todavía tenemos a la señorita Nicole con nosotros —anunció él alzando sus brazos en dirección a la recién llegada—. Sin la jefa aquí, tus instrucciones son nuestras ordenes, agente Collins. ¿Qué hacemos con esos niñatos?

Nicole, consciente de que sus amigos confiaban en que cargara la responsabilidad de comandar su defensa, se permitió unos minutos de meditación para trazar una estrategia. Si Eva se hubiese hallado allí probablemente habría sugerido asesinarlos a todos para que no volviesen a sufrir ni un ataque más, pero ella no funcionaba con semejante agresividad. Al fin y al cabo, aquellos no eran más que niños en un mundo que les había obligado a ser crueles. Debía haber otra manera de resolver el conflicto.

—Jessica —rompió su silencio atrayendo a su compañera—, ve a la iglesia, sube al campanario y haz sonar las campanas. Si Eva y Davis están por el pueblo, las escucharán y vendrán alertados. Date prisa.

—Entendido —afirmó abandonando la discusión y corriendo hacia la carretera.

—En cuanto a los demás, existe la posibilidad de que los niños escuchen las campanas y huyan. Después de todo, están intentando colarse a hurtadillas en la casa. Saben que no pueden vencer contra nosotros en una pelea limpia.

—¿Y si no huyen? —consultó M.A temiendo que su suposición sería la acertada.

—Estaremos preparados —sentenció segura de su plan—. Coged todas vuestras armas. Vamos a la carretera.

—Ya casi estamos. Seguid avanzando —ordenó Alejandro al resto de Matados que continuasen desplazándose con un gesto de su mano.

Desde que habían sufrido el percance con el vigilante de la zona del bar, todos los miembros del grupo se habían dispuesto formando un rombo bajo sugerencia de Sabrina, con Alejandro en la posición más anterior y Tammy en la más posterior. Empleando esta estrategia, los adolescentes podían avanzar hacia el objetivo mientras mantenían su campo de visión en cada recoveco del pueblo, alertas de cualquier señal que brillase con peligro. Sin embargo, ello no les había salvado de ser descubiertos por Alice, que ya preparaba el contraataque con el que pronto se cruzarían.

Tammy se hallaba concentrada en permanecer correctamente en su posición cuando vislumbró en una calle cercana una figura femenina que corría apresurada hacia una construcción antigua que debía ser una iglesia. No podía adivinar de quién se trataba aquella chica, pero estaba segura de que era una de las personas relacionadas con la desaparición de su hermana.

Incapaz de contener sus sentimientos y ceñirse al plan original, Tammy abandonó su ubicación tan repentinamente que ninguno de sus compañeros lo habría podido adivinar y emprendió una carrera detrás de aquella joven. Al observarla cometiendo aquella locura, Alex intentó detenerla, pero Tammy ya había generado demasiada distancia con ellos para cuando la hubo descubierto, resultándole imposible.

—¡Joder, me cago en Dios! ¡¿Pero qué está haciendo esta gilipollas?!

—¡La van a descubrir, y se nos va a ir a la mierda el plan! —se lamentó Sabrina sintiendo cómo su odio por Tammy crecía aún más en su interior.

—¡Ya lo sé, Sabrina, ya lo sé! ¡Joder, joder, joder, joder! ¡Vamos a llegar a esa casa de una puta vez y matar a todos estos cabrones antes de que sepan que estamos aquí!

—Esto… Alejandro… —musitó Samuel con su mirada absorta en la lejanía, junto con las de varios de sus compañeros.

—¡¿Se puede saber qué cojones quieres ahora, Sa…

Alejandro enmudeció cuando la imagen de la que Samuel quería advertirle penetró inclemente en sus retinas. A unos escasos cien metros de donde se situaban, la puerta de entrada de la casa rural se había abierto y de ella habían comenzado a aparecer disponiéndose en hilera cada una de las personas a las que pensaban arrebatar la vida aquella noche equipados con armas blancas que parecían ser reliquias de algún museo.

Tras caminar con un paso tan lento y firme que podría haber sido digno de un desfile, el grupo del pueblo se organizó colocándose unos junto a otros para bloquear la carretera formando una barricada humana, y permanecieron inamovibles con sus armas en alto como si esperasen a que alguien les estuviese dando la orden de atacar.

Los miembros de los Matados no pudieron evitar sentirse intimidados ante tal despliegue. Ya no se trataba únicamente de que les habían descubierto y ninguno de ellos sabía cómo podía haber sido, sino de que aquellas personas parecían dispuestas a lanzarse hacia su posición y masacrar a todos en el instante en que menos lo esperasen. Incluso el propio Alejandro habría reconocido que se encontraba acojonado.

—No dejéis que la presión os pueda —animó Alex a su equipo decantándose por compartir una valentía demasiado imprudente—. Son personas como cualquier otra. Incluso tienen a un niño. Nosotros podemos con ellos.

—Alejandro, no sé a ti, pero a mí no me apetece que me revienten la cabeza con ese martillo —reveló Samuel sintiendo un sudor frío recorrer su espina dorsal al descubrir la potente arma que portaba Maya—. Deberíamos retirarnos. Ya hemos perdido. Están ahí parados para hacérnoslo saber.

—¡No! ¡Nadie se retira! —se negó dictando su sentencia—. ¡Mantened las posiciones! No hemos llegado tan lejos para nada.

—¿Y ahora qué, Nicole? —indagó Inma en el siguiente paso de la estrategia planteada.

—Ahora lo más probable es que reaccionen embistiéndonos o retirándose. Hagan lo que hagan, recordad. Nuestro objetivo es capturar a uno de ellos con vida, aunque todos los demás escapen. Matad solo si es estrictamente necesario.

—¿No sería mejor acabar con ellos, agente? Muerto el perro se acabó la rabia —propuso Puma sujetando con fuerza el mango de la espada mientras anhelaba atravesar con ella a algún niñato.

—¡No! ¡Mata solo si es estrictamente necesario! —le recordó molesta remarcando la seriedad con la que su orden cargaba—. Tú mismo has dicho que mis instrucciones son tus órdenes. Hoy las cosas se hacen a mi manera. Punto.

—Como usted mande, Collins.

—Y deja de llamarme Collins, por favor…

—Como usted mande, agente.

—Puma… Llámame Nicole, anda —suplicó extenuada por su formalidad.

—Vale, Nicole.

—Siguen sin moverse —examinó Piper sin retirar un segundo su atención de la fila de luchadores dispuesta frente a ella—. ¿Qué creéis que van a hacer?

—Están esperando a que nos vayamos —insistió Samuel consciente de que aquellos sujetos iban a aniquilar cada mísera fibra de su ser—. Alejandro, por favor, entra en…

—Nadie… se… retira… —exhaló con las yugulares de su cuello al límite de su explosión—. Espero no tener que volver a decirlo.

Jessica empujó con dificultad la pesada puerta de al menos tres metros de altura que custodiaba el sagrado interior de la edificación eclesiástica, sintiendo antes que nada como la pestilencia de un olor a podrido inundaba sus fosas nasales.

Al principio creyó que el origen de tan corrompida atmósfera se escondía en el propio aire de la iglesia, pero sus ideas se concretaron cuando accedió al interior. Una treintena de cadáveres se extendía por las filas de bancos, las velas apagadas y las tallas de madera que antaño adoraban. Algunos todavía deambulaban en su rincón de culto, castigados sin su anhelada vida eterna.

Una decena de retinas se clavó al instante en la intrusa que se había atrevido a perturbarles. Los zombis comenzaron a avanzar hacia ella arrastrando sus pies en un intento fútil de alcanzar una presa. Ella, ignorándoles, no tardó en localizar junto al altar la escalera de mano que conectaba con el campanario.

Empujó a un muerto endeble que se acercó por su derecha y esprintó hasta allí evadiendo a sus atacantes con sencillez. Con una mano ya sosteniendo un peldaño de la escalera, extrajo el cuchillo Bowie que portaba en su funda y perforó el cráneo del zombi que gruñó desde su izquierda. Tras ello, comenzó a subir sin aminorar su velocidad.

—Parece que no se mueven —comentó M.A mientras hacía girar su maza verticalmente.

—Ten paciencia. No pierdas la concentración —advirtió Nicole esforzándose porque el sudor de sus palmas no lograse que su Kukri blanco resbalase de su agarre—. Algunos de los que parecen más pequeños ya están retrocediendo.

—Alex, quizá deberíamos hacer caso a Samuel, y retirarnos —insistió Sabrina con la perspicacia de que ella podía ser más convincente que su compañero—. Si supiera que existe alguna mínima posibilidad de que les podamos ganar, no me importaría morir por ella, pero no tengo intención de suicidarme por tu orgullo.

—¡¿Mi orgullo?! ¡¿Te crees que esto es por mi orgullo?! —gritó Alejandro deshaciéndose de la escasa paciencia que aún retenía—. ¡Si nos vamos de aquí, y nos siguen hasta la granja, no solo estaremos muertos nosotros, sino todos los niños a los que intentamos proteger viniendo aquí! ¡¿Es que soy el único que lo entiende, joder?! ¡¿Soy el único que quiere que la gente viva?!

Sirviéndose de la distracción proporcionada por Sabrina, uno de los adolescentes huyó hacia el campo en una carrera imbuida por el pánico, desatando el desencadenante al que Nicole había estado aguardando.

—¡Ahora!

Con una exclamación de guerra, el grupo del pueblo se abalanzó perfectamente coordinado en dirección a Los Matados mientras agitaban sus armas. Distinguiendo la insaciable sed de sangre que aquellos supervivientes expresaban, todos, incluyendo Piper, Samuel y Sabrina se retiraron de la escena escabulléndose precipitados por su calle más cercana.

—¡¿Qué hacéis, putos cobardes?! ¡¡Volved aquí ahora mismo!! ¡¡¡Volved aquí!!!

Ignorado incluso por su propia novia, Alejandro echó a correr detrás de ella maldiciendo a todo aquel maldito grupo de ratas traidoras.

Una vez alcanzado su destino, Jessica se agarró a la cuerda que conectaba con las campanas y tiró con fuerza de ellas hasta que las escuchó repicar seis veces. Pensó que sería suficiente para que los desaparecidos captasen la alerta. Con su misión concluida, tan solo restaba regresar para tomar parte en la defensa del lugar. No obstante, cuando se disponía a descender, un objeto en particular atrajo su curiosidad.

Junto a un esquelético muerto ataviado con una sotana que se hallaba tirado en una esquina del campanario, Jessica reparó en la presencia de una escopeta. Rememorando algunas fotografías de un libro de bolsillo que Eva solía portar en su mochila y había empleado para varias clases, la joven reparó en que aquella arma parecía una Winchester del modelo de 1912 con capacidad para seis cartuchos. La comprobación del cargador se lo confirmó.

“Las escopetas son más complicadas de controlar de lo que parecen. Si alguna vez utilizas una, comprueba siempre el peso y ten especial cuidado con el retroceso. Es mucho más violento que el de una pistola, y puede derribarte con facilidad, dejándote expuesta a tu rival. Eso sin contar con que se descojonará de ti antes de matarte”.

Jessica agarró la Winchester y examinó su peso. Era ciertamente más ligera de lo que suponía.

“Apóyala siempre en el hombro. Nunca lo hagas en el pecho o la cadera, a no ser que tengas la intención de que Maya aprenda traumatología. Fundamental también que mantengas siempre en mente los cartuchos que hay dentro del arma, sobre todo si tienes balas de reserva. El tiempo de recarga en una escopeta es lento y tedioso. Si estás en una situación que requiera de toda tu rapidez, no puedes arriesgarte a apretar el gatillo y que no sirva para nada. He visto morir a más de uno intentando recargar una escopeta rodeado de zombis”.

Sostuvo la Winchester sobre su hombro derecho tal y como su maestra le había recomendado y posó su ojo sobre la mira para adaptarse al control del arma. Ya había averiguado que había cinco cartuchos en el cargador, y obedeciendo por segunda vez las indicaciones de Eva, cacheó el cuerpo del cura en busca de más. Para su suerte, dos proyectiles se escondían en uno de sus bolsillos.

“Sin embargo, algunas escopetas suponen una excepción. Mira esta de aquí; una Winchester del modelo 1912. Es una de mis favoritas, magnífica en el combate a corta distancia. Fue fabricada en masa hasta los años 60, así que están bastante extendidas entre la población, o por lo menos lo estaban en nuestro país. Aquí yo no he sido capaz de encontrar ninguna. La mayor ventaja de esta arma es que se eliminó la necesidad de una pieza llamada desconector de gatillo que está presente en prácticamente todas las escopetas modernas. En resumidas cuentas, puedes dejar el dedo apretado en el gatillo e ir desplazando la corredera para disparar. En cinco segundos, no mucho más, has vaciado el cargador. Es ideal para abrirse hueco entre un grupo de zombis o en caso de que necesites espantar a un oponente”.

Agotada por el súbito sprint con el que había martirizado a sus piernas, Tammy alcanzó por fin la iglesia en la que la chica se había adentrado con su cuchillo en la mano. Aquel pajarito cantaría todo lo que supiese acerca de su hermana antes de que le rebanase el cuello cinco veces.

Roberto saltó con agilidad una rama en el camino que se interponía en su escape. Otros cuatro adolescentes le imitaron mientras corrían tras él rogando porque localizasen pronto la ruta que les conduciría de vuelta hasta la granja. Aunque creían que habían aprendido por completo la organización de las calles del pueblo, no podían evitar pensar en que se habían perdido. Todos habrían deseado detenerse unos segundos y aclarar su ubicación en el terreno, pero si lo hacían, el fibrado de la maza y el enano del arco les alcanzarían.

Tras discurrir por algunas avenidas más, los cinco Matados descubrieron una plaza con una gran casa burguesa como principal atractivo turístico de su visita.

—¡Allí! —señaló su compañero Marlon hacia un kiosco en el centro del lugar—. ¡Escondámonos allí!

Obedeciendo a su petición, Roberto guío a sus camaradas hasta el interior del emplazamiento y se agachó junto a ellos tras la cobertura que les proporcionaba. Sus perseguidores se desvelaron en la plaza unos diez segundos después de haberse escondido.

—Mierda, ¿dónde están? —injurió M.A torturándose por haber permitido que aquellos niñatos de cerebro enano escapasen mientras trataba de concretar la calle por la que continuar—. ¡Por allí, Adán! ¡Sigue buscando!

Sin rechistar, el niño imitó a M.A en su carrera hacia la vía contigua con el arco preparado para asestarles una flecha en cuanto los localizase. Una de las chicas que se ocultaba en el kiosco se desplegó cuidadosa por encima del escondrijo cuando el ruido provocado por las personas que intentaban matarles hubo cesado por completo.

—Ya no están. Parece que los hemos despistado. Menos mal…

—Ten cuidado. Todavía pueden estar cerca —le advirtió Marlon retornándola a cubierto.

—Roberto —le llamó el acompañante de nombre Dylan—, aquel camino sale directo al exterior del pueblo. Mi grupo de expedición y yo lo hemos utilizado en alguna ocasión.

—Vale, pues vamos por allí —aceptó él suplicando porque su propuesta les rescatase del agujero en el que les habían capturado.

—Espera, ¿y qué hay de los demás? —consultó la adolescente llamada Mary—. ¿Vamos a dejar a todo el mundo tirado aquí?

—No dejamos a nadie tirado —negó Roberto con convicción—. Esto es un sálvese quien pueda. No podemos estar preocupándonos por los demás porque ellos no lo van a hacer por nosotros, así que vamos a salir de aquí, y ya veremos quién llega a la granja sano y salvo. Venga, a mover el culo. Y estad atentos, no sigan esos dos cabrones por aquí cerca.

—¡Sé que estás ahí arriba, hija de puta! ¡He escuchado las campanas!

Alertada por el aullido que reclamaba su presencia, Jessica se cubrió tras el cadáver que acababa de saquear con intención de evadir una posible lluvia de balas impregnando su piel. Después de casi medio minuto escuchando al intruso en cuestión atravesando cráneos de muerto con alguna especie de puñal corto, se percató de que era muy probable que no portase un arma de fuego. Jessica agarró uno de sus cuchillos lanzadores y se asomó con cautela al hueco de la escalera.

“Tus cuchillos lanzadores son de gran calidad. Practicaremos con ellos en algunas clases, pero te lo advierto, ni siquiera yo fui capaz de dominarlos cuando lo intenté hace ya bastantes años. No los utilices en combate hasta que tu control sea tal que, donde pongas el ojo, pongas el cuchillo”.

Rememorando la recomendación de su maestra, Jessica retornó el cuchillo a su funda e intentó localizar con la mirada a su oponente. Por la tonalidad aguda de la voz percibida, podía adivinar que se trataba de una chica de no más de dieciséis años que, obviamente, formaba parte de los salvajes que atacaban el pueblo.

—¡¿Qué pasa?! ¡¿Tanto miedo tienes a enfrentarte a mí?! ¡Puta cobarde! ¡Seguro que no tenías tanto miedo cuando asesinaste a mi hermana!

Confundida, Jessica trató de recordar a otras personas del grupo de los salvajes a las que hubiese podido enfrentarse con anterioridad, pero la única persona que acudió a su cerebro fue la chica a la que el zombi arrastró debajo de un coche, y aquella muerte no recaía ni remotamente sobre ella. El hecho de que aquella adolescente hubiese estado a punto de segar su propia vida transformaba la escena provocadora de la desconocida en pura ironía.

—Si tu hermana es quien creo que es, yo no tuve nada que ver con ello.

—¡¡¿Qué le paso?!! ¡¡¡¿Qué le hicisteis?!!! —chilló Tammy desatando su ira—. ¡¡¡Baja!!! ¡¡¡Baja aquí ahora mismo, puta cobarde!!! ¡¡¡Te voy a hacer taquitos y te voy a servir a los zombis como si fueras un sushi!!!

Comprendiendo que la sed de sangre de la chica evitaba que la vía del diálogo se tornase siquiera en una posibilidad, Jessica sostuvo con firmeza su nueva Winchester dispuesta a volver a desatar una faceta que a ella misma todavía le asustaba.

—Te lo advierto, no vas a querer que baje ahí. Vete de aquí. Primer aviso.

—¡¡¡Así que tienes miedo!!! ¡¡¡Es eso, tienes miedo porque sabes que te voy a abrir en canal y no vas a poder hacer nada para impedírmelo!!! ¡¡¡Baja o subiré yo!!! ¡¡¡Baja ya, joder, baja!!!

—Vete de aquí. Segundo aviso.

—¡¡¡No me voy a ninguna parte hasta que te vea atrapada en mis brazos y suplicándome para que no te mate!!! ¡¡¡Escúchame bien, porque…

Un estruendo proveniente de la escalera retumbó a los pies de Tammy. Su fachada de valiente se deshizo en milésimas cuando retrocedió suspirando sobrecogida por la agresión.

—¡Tercer aviso! —exclamó Jessica saltando por el hueco de la escalera desde el campanario—. ¡Vuela, pajarito!

Sin liberar al gatillo de la Winchester de su dedo, Jessica tiró de la corredera del arma y desplegó otro proyectil en dirección a la salvaje, quien se precipitó tras un banco para esquivar el destrozo que el cartucho habría ocasionado en sus pulmones. La poseedora del arma continuó utilizando la técnica de la corredera hasta que Tammy, superada por su inferioridad en la batalla, empleó un instante en el que la atacante cesó en sus disparos para huir con una velocidad de vértigo a su salvación en el exterior de la iglesia.

Jessica sonrió al observar que la estrategia había surtido efecto. Con una bala aún en el cargador y las dos balas de reserva robadas al cura a buen recaudo en su bolsillo, corrió tras la adolescente a la caza de su engreído pellejo.

Camuflada tras una furgoneta, Piper suplicaba porque a sus perseguidoras no se les ocurriese la brillante idea de comprobar su escondrijo y se marchasen por la calle opuesta.

—Maya… —murmuró Inma procurando que solo ella fuese capaz de escucharla—. Creo que está detrás de la furgoneta gris. Me ha dado la impresión de verla un segundo desde el retrovisor de ese otro coche.

—Vale —meditó su prima el planteamiento que iban a ejecutar—. Saca tu pistola. Iremos cada una por un lado, la pondremos de rodillas, la desarmaremos y la llevaremos a la casa. Ten mucho cuidado por si no está sola.

Con una insegura afirmación de Inma, ambas mujeres se equiparon con sus P226 y se dirigieron hacia la furgoneta por las secciones que les correspondían. A la cuenta de tres, tanto Inma como Maya se revelaron con sus armas en alto hacia el supuesto escondite, pero Piper fue más sagaz. Disponiendo de una velocidad que ni la propia Maya había podido imaginar durante su estado de superheroina, la adolescente se deslizó bajo las piernas de Inma y huyó hacía la vía más cercana que pudo encontrar.

—¿Cómo ha hecho eso? —preguntó Inma a la nada absorta en su fascinación.

—¡Síguela! ¡Que no escape!

Invadida por un sentimiento de satisfacción al haberse escabullido con tal maestría, Piper siguió corriendo sin detenerse ni por un segundo ante el agotamiento. Sabía que las chicas no se iban a rendir tan fácilmente y que conocían mejor que ella el pueblo, pero ya había planteado su ruta de escape en la granja. Aunque se esforzasen, aquellas dos no disponían de tiempo de reacción que les permitiese tenderle una emboscada para aprisionarla en el lugar. Su estrategia de escape era casi perfecta, y habría servido a su propósito si Piper no se hubiese encontrado con un chico en una de las calles bloqueando su salida.

Trató de evadirse empleando el mismo recurso que había sido útil con la anterior chica, pero no funcionó. Para cuando Piper pretendió deslizarse, el joven ya adoptaba una posición defensiva de combate y había desplegado su lanza. Si intentaba aproximarse a él, la ensartaría sin dudarlo.

Retrocedió, pero los cañones de las chicas que la habían emboscando antes la disuadieron de la tentativa de concluir con su evasión.

—¡Levanta las manos y ponte de rodillas!

Consciente de que aquel trío podría fulminarla en el momento en que lo decidiesen, Piper optó por obedecer sin oponer ninguna clase de resistencia. Una de las jóvenes comenzó a desarmarla y se deshizo de su máscara mientras la otra conversaba con el lancero culpable de su captura.

—¡Davis! —exclamó Inma aliviada por el reencuentro con el desaparecido—. ¿Dónde demonios estabas?

—Eva me pidió que fuéramos al ayuntamiento unas horas antes del desayuno para solucionar un par de problemas que había con la administración —desplegó la primera mentira que se posó sobre su pensamiento—. Al oír las campanas, hemos vuelto corriendo a la casa, y al ver que no estabais, hemos cogido nuestras armas y nos hemos separado para buscaros. ¿Estáis todos bien? ¿Qué ha pasado?

—Por el momento te adelanto que estamos todos bien, pero luego te explico qué ha pasado —comunicó Maya levantando a la salvaje con la amenazadora P226 que Inma le cedió sosteniéndose sobre la nuca de esta—. Ayúdanos a llevarla a la casa. Son ordenes de Nicole.

—De acuerdo.

Sin descender su Winchester, Jessica se precipitó hacia el exterior de la iglesia deseando expulsar del cargador del arma el último proyectil que aniquilase finalmente el pecho de aquella estúpida que se había atrevido a desafiarla. Por desgracia, su ansiedad se descontroló de tal manera ante la idea de contemplarse vencedora que no descifró la patada alta que provino desde su izquierda en cuanto se halló fuera de la edificación. La joven retrocedió dolorida por el impacto del pie, y la escopeta se resbaló de sus manos unos metros tras ella.

Tammy intentó evadir a su atacante para apoderarse de la Winchester, pero Jessica no permitiría que la salvaje le robase sin oponer resistencia.

—Eres una chica dura —confesó la agresora observándola amenazadora al tiempo que chupaba con perversión su cuchillo, generando una expresión de puro asco en el rostro de Jessica.

—Te dije que te fueras —le advirtió ella equipándose con una de sus navajas mariposa—. Ya has tenido tres oportunidades de salvarte, y eres tú la que ha venido a atacarme. No vas a tener ni una más.

—Ya… —desplegó Tammy impasible ocultando una ligera sonrisa—. Ve pensando si te gusta más pino o abeto para la caja en la que tus amigos te van a meter.

Describiendo un arco en dirección a la izquierda, Tammy se abalanzó para decorar con el filo de su puñal la garganta de su oponente, pero Jessica retrocedió veloz evadiéndola. Sin perder ni un segundo de la ventaja que la salvaje proporcionó, la chica empuñó la navaja dispuesta a penetrar en el pecho de Tammy. Ella, que ya había adivinado su pretensión, propinó una patada lateral al brazo de Jessica, forzando a que el arma huyese de sus resbaladizas manos hasta el asfalto.

—¡Puta!

Con un grito de guerra, Tammy elevó el puñal por encima de su cabeza para cosechar finalmente la vida por la que había acudido, pero Jessica se rehusó a ceder cuando la detuvo interponiendo la hoja de su cuchillo Bowie.

—Pregunta lo que les pasó a los dos últimos que me trataron como si fuera una puta —advirtió Jessica con una mueca de atrevimiento—, aunque dudo mucho que puedan decirte nada.

Motivada por sus palabras de rebeldía, Jessica clavó la suela de su calzado en el estómago de la adolescente, enviándola directa al frío suelo. Tras ello, aprovechó su incapacidad para lanzarse a recuperar la Winchester que había perdido durante el inicio del asalto. Sin apenas apuntar, la joven dirigió el cañón de la escopeta hacia la figura de su oponente y apretó el gatillo tras haber tirado de la corredera.

No obstante, pronto se arrepentiría de no haber empleado los consejos de Eva durante aquella ocasión. Justo cuando Jessica había disparado, Tammy se había precipitado hacia el cuerpo del arma y había estirado de ella con el tiempo preciso para desviar el último proyectil que mantenía el cargador. Debido a la acción de la salvaje y al hecho de que Jessica no había recordado apoyar la empuñadura sobre su hombro por la rapidez del ataque, ambas cayeron al unísono aturdidas como consecuencia del efecto del retroceso.

Tammy fue la primera que logró incorporarse. Observó sus alrededores con su visión tornándose aún borrosa tras el impacto en su cabeza. Algunos zombis habían comenzado a surgir desde las callejuelas cercanas, probablemente atraídos por el sonido de los disparos, y un par de muertos de la iglesia que habían sobrevivido a su mortal filo también reclamaban unirse al festín. Debía acabar con aquella puta antes de que dispusiese de otra oportunidad de contraatacar.

Orientó su visión hacia ella, que yacía en el suelo todavía tratando de recomponerse. Tammy no dudó cuando agarró la escopeta y apuntó con ella a la cabeza de la asesina de su hermana. Sabía que no se iba a contener en esparcir todos sus sesos por la puerta de la iglesia.

—¿Últimas palabras, pajarito? —se jactó de su victoria antes de desplazar la corredera del arma.

Contrario a lo que Tammy había imaginado, Jessica remarcó una sonrisa en sus labios mientras exteriorizaba con los brazos indiferencia frente a su inminente asesinato.

—No sé… ¿Jumanji?

Rabiosa por su burla, la salvaje deslizó su dedo sobre el gatillo dispuesta a deleitarse a través del estallido que aniquilaría su infecto cerebro, pero solo el sonido del viento mañanero acompañó a su acción.

—¿Ya? Me toca.

Sin concederle tiempo para reaccionar al fracaso de sus expectativas, Jessica agarró la escopeta por el cañón y estiró con tanta violencia que la arrancó de las garras de la carroñera que la había robado. Tammy hizo ademán de recuperar su cuchillo, pero su oponente descargó la culata del arma brutalmente en su sien, logrando que se reencontrase con el gélido suelo.

Un zombi que se aproximaba hacia Jessica gruñó ávido de arrancar cada una de las fibras de su sabrosa carne. Esta, quien ya lo había localizado por su visión periférica, agarró el Bowie y clavó el filo penetrando en su garganta justo cuando abrió la boca. Su acompañante caminó hacia ella imitando su intención, pero el cuchillo lo detuvo al atravesar su frente.
Un tercero se abalanzó en un arranque de energía. Jessica hincó el Bowie en el pecho, cerca de la zona del corazón, deteniéndole en un acto reflejo, y utilizó una de sus navajas para acabar con su zombificada existencia.

Aun respirando agotada por su defensa, Jessica reparó en que la salvaje trataba de incorporarse. Dominada por la ira que la arrogante estimulaba, le propinó una cruenta patada en el rostro que la disuadió de su tentativa. Tammy se palpó su nariz, que había comenzado a sangrar.

—¡Hija de puta! ¡Te mataré por esto! ¡¿Me oyes?! ¡¡¡Te mataré!!!

Tammy expelió su último chillido cuando Jessica la acalló, presionando su pie contra su garganta.

—Estoy harta de oírte, niñata.

Sin cesar en la asfixia que imprimía, Jessica abrió el cargador de la Winchester e introdujo el par de proyectiles que custodiaba en su bolsillo. Tammy se esforzaba por liberarse de la prisión que la chica ejercía, pero Jessica la superaba en edad, fuerza y experiencia. Era consciente de que no debía haber subestimado tanto a su oponente. Se había rendido a la irracionalidad tratando de vengar a su hermana e iba a pagarlo con su propia vida.

—Si pensabas que ibas a poder utilizar mi arma contra mí —advirtió Jessica apartando al fin su pierna del cuello de Tammy mientras la encañonaba—, es que eres más inocente de lo que creía.

Jessica se percató entonces de una acción por parte de la adolescente que cautivó por completo su atención. Tammy se agarró con fuerza a su vientre mientras aguardaba la conclusión que iba a terminar con su existencia.

“La mayoría de personas experimentadas en el combate, durante una batalla, tienden a proteger su pecho, y especialmente, su cara, pero tu caso es especial, ya que tienes una zona que es aún más débil que esas dos: tu vientre. Debes protegerlo siempre, por encima del resto de tu cuerpo. No querrás llevarte otro susto más grave que una cicatriz”.

—¡¿A qué estás esperando?! —la tentó la derrotada escupiendo toda su furia—. ¡Dispárame de una puta vez! ¡Acaba conmigo como hiciste con mi hermana, hija de la gran puta! ¡¡Venga!!

Jessica exhaló nerviosa y reacomodó la escopeta sobre su hombro, asegurándose de que no iba a errar el tiro.

“Y, sobre todo, nunca te olvides de la lección más importante, la que a mí más me costó aprender y la que Puma jamás quiso escuchar”.

—¡Venga, ¿a qué cojones estás esperando?! ¡¡¡Mátame de una puta vez!!! —chilló Tammy antes de ponerse en pie desplegando todo su empoderamiento.

“No te conviertas en un monstruo tratando de defenderte”.

Otro gruñido de un zombificado acercándose atrajo la mirada de ambas chicas. Jessica no dedicó al muerto ni una décima parte de su atención hasta que un nombre se escabulló de la garganta de la salvaje.

—Scarlett…

Confundida, la propietaria del arma se concentró en la zombi a la que se había referido. A pesar de que la mayoría de su carne se había reducido a una horrible amalgama sometida frente a los incontables mordiscos recibidos y a la pérdida de una de sus manos, Jessica reconoció a la chica de las cadenas en aquella figura tambaleante.

—Scarlett…

—Te dije que no había sido yo —remarcó Jessica sin recibir reacción alguna por parte de ella—. Última oportunidad. Vuelve al lugar de donde hayas salido, y no aparezcas más por aquí, o voy a tener que matarte.

Tammy respondió a Jessica con una triste visión de disconformidad que convenció a la segunda de que no iba a obedecer a su recomendación. Se hallaba deslizando el dedo sobre el gatillo a la espera de que su enemiga efectuase el ataque que concluiría con la batalla cuando la salvaje se desplazó hasta donde se situaba la sombra de lo que un día había sido Scarlett y la ensartó con su cuchillo.

Ignorando a Jessica y la Winchester que se mantuvo encañonándola en todo momento, Tammy se alejó de la iglesia en dirección al campo hasta que se perdió en la lejanía.

—Alex, mira.

Alejandro se asomó por encima de la ventana de la ferretería en la que se habían ocultado del enorme mastodonte que les perseguía, divisando al grupo de personas a las que la sagaz Sabrina había señalado.

—Es Roberto.

Tras comprobar que el acosador musculado no se hallaba inspeccionando los alrededores, Alex y Sabrina atravesaron la entrada principal del local. Roberto se asustó al observar a dos personas surgiendo desde el interior del edificio, pero su ansiedad se tranquilizó al instante tras distinguir a su hermano de armas dentro del dúo.

—¡Alejandro! —exclamó aliviado por descubrirle intacto—. Menos mal que estás aquí. Todo se ha vuelto una mierda.

—¡No me jodas! —recriminó Alex conteniendo un puñetazo directo al ojo de su amigo—. ¡Dije que mantuvierais la posición, y ninguno me hizo ni puto caso! ¡Ahora nos han separado, no hay forma de saber quién vive y quién ha muerto, y tenemos al mazado ese detrás de nuestro culo!

—Agradezco el cumplido, pero tampoco es para tanto.

Todos los miembros del grupo se orientaron hacia la dirección de la que había provenido la voz agarrando sus armas alarmados. El chico que se había dedicado a la caza de Alejandro y Sabrina se aproximaba desde el callejón opuesto desplegando a raudales intimidación y arrogancia.

—El secreto está en la alimentación. No importa cuánto ejercicio hagas si luego no cuidas lo que vas a comer, y eso me recuerda que todavía no he desayunado, por vuestra culpa —habló Puma apuntándoles acusador con su índice.

—Lo sentimos. No era nuestra intención… —se disculpó acobardado uno de los chicos que había acompañado a Roberto hasta el reencuentro, recibiendo una dura reprimenda por parte de Alex.

—¡Cállate, puto cobarde, y échale un par de huevos de una vez!

—Así que tú eres uno de los jefazos, ¿no? —le interrogó Puma caminando con curiosidad hacia la posición en la que se hallaba Alejandro—. Sí, incluso me atrevería a decir que eres el que está sentado en el sillón fumando puros mientras toma las decisiones que más dan por el culo a todos los demás. Dime una cosa, ¿fuiste tú el que ordenó el ataque a este pueblo?

—Si das un paso más, te mato —advirtió Sabrina amenazante mientras empuñaba con fuerza su cuchillo en defensa de Alejandro.

—Vaya, así que sois M.A y Alice en su versión de niñatos de instituto. No podría darme ni siquiera un poquito más de repelús, si soy sincero. ¿Por casualidad alguno de vosotros no tendrá por ahí un cigarro? Me muero de ganas por fumarme uno. La jefa me los confiscó, y, bueno, no es como que puedo ir a pedirle que me los devuelva. Ella sí que da miedo. Podéis dar gracias si ninguno de los vuestros se ha tropezado con ella, porque si es el caso, no lo volveréis a ver entero.

Alejandro intercambió una mirada de desconcierto con Roberto y Sabrina. La actitud del mazado resultaba despreocupada en exceso. No era solo que exhibiese una confianza abrumadora, sino que parecía no importarle en absoluto el desenlace de aquel instante.

—¡Salid de aquí! ¡Volved a la granja! ¡Nosotros os cubrimos! —ordenó Roberto a su equipo.

—Pero…

—¡Ni peros ni ostias! ¡Haced lo que os he dicho!

Sin pretensión de tentar un posible enfado de Roberto, los Matados a los que este escoltaba se escabulleron del peligroso escenario por la vía que habían empleado para llegar hasta él.

—¡No vas a hacernos nada, hijo de puta! —desafió Roberto a Puma ubicándose junto a la pareja.

Inmutable, Puma le observó compartiendo con él una ligera sonrisa en señal de agradecimiento. Con el nerviosismo sometiendo su juicio, Roberto ni se había percatado de que había revelado a su enemigo la existencia de la granja.

—A ver, creo que lo tengo por aquí… —murmuró inspeccionando sus bolsillos—. Ah, sí, aquí.

El trío de los Matados se exaltó cuando el mazado extrajo un instrumento que todos imaginaron que se trataba de un arma de fuego, pero la sorpresa impactó en sus cerebros al descubrir que solo era un rotulador. El minino utilizó el utensilio para escribir con él en su antebrazo izquierdo y lo devolvió a su cautiverio.

—¿Sabéis? Me preguntaba —les asombró Puma de nuevo avanzando un par de pasos y lanzando su espada nazarí al suelo frente a ellos—, ¿a alguno de ustedes les interesaría ser de contribución a la ciencia?

—Estás loco —afirmó Sabrina retrocediendo al sentir auténtico terror hacia aquel demente.

—¿Loco? ¿Y eso me lo dice la chica que se viste con partes de caminante? Si vieras lo que yo he visto, te sorprendería saber lo que es y lo que no es locura en este nuevo mundo. Y, te aseguro, pequeña mujer, que yo estoy más cuerdo que nadie.

—Por poco tiempo.

Cansado de su palabrería, Alejandro se apoderó de la espada que había en el asfalto y atravesó el vientre del mazado con violencia, logrando que la hoja sobresaliese por su espalda. Ninguno de los tres amigos pudo emitir palabra al contemplar un inmenso río blanquecino emanar de la herida.

—Veo que has pillado rápido lo que quería decir. Debías de ser el niñito más aventajado de toda tu clase, ¿no, jefazo? —le presionó Puma burlándose de su acción.

Alejandro, despertando su cólera, presionó más la espada hacia el interior del cuerpo de aquel capullo y le clavó su cuchillo en el corazón como muestra de desprecio a la par que liberaba un chillido de guerra. El mazado no mostró ni la más mínima reacción de dolor ante ninguna de las brutales acometidas.

—Hasta pronto, pequeño.

Alex extrajo la espada de un único tirón y Puma se derrumbó carente de energía, esperando con paciencia a que las heridas de su propia arma blanca le encaminasen a la tierra de los muertos. Sin embargo, él sabía a la perfección que su acceso a aquel mundo había sido vetado.

—¡¿Y ya está?! —exclamó Roberto aproximándose con cautela hacia el cadáver—. ¿Así de fácil?

—Era un demente —esclareció Sabrina incapaz de apartar su visión del cuerpo ya inerte—. Creo que quería que lo matáramos. Vete a saber lo que se le pasaba a este tío por la cabeza.

—¿Y qué cojones es eso blanco? ¿Es sangre? ¿Este tío tiene sangre blanca?

—Da igual. Nos hemos librado de él, que es lo realmente importante, y me quedo con su espada como compensación por lo que me ha hecho correr —anunció Alex recuperando el cuchillo que permanecía perforando su pecho.

—Vale, pues salgamos de aquí de una jodida vez —animó Roberto a sus compañeros—. A ver si podemos pillar a estos antes de que lleguen a los caminos del campo.

Samuel dobló la esquina sin aminorar la velocidad ilusionado porque acababa de reconocer uno de los letreros de un local que se ubicaba cerca de los límites del pueblo. Después de que la rubia del grupo hubiese centrado sus esfuerzos en atraparle, había protagonizado durante casi veinte minutos un juego del gato y el ratón en el que se había visto bastante perjudicado, y que todavía continuaba vigente. Tan solo le bastaba un empujón final para que huyese victorioso del pueblo, y todo habría sucedido de la manera en la que él deseaba si no hubiera aparecido desde la calle que se abría a su derecha una mujer de cabello castaño corto que le descubrió al instante.

—¡Eh, tú!

Amedrentado por la gigantesca mezcla de lanza y hacha que portaba, la cual no había distinguido durante el momento en el que el grupo de pueblo se había expuesto en hilera, Samuel corrió en dirección opuesta. Fue aquella decisión la que le condujo a ser placado profesionalmente por la rubia, que no dudó ni un segundo en posar su Kukri sobre su delicado cuello.

—No intentes hacer nada estúpido, ¿de acuerdo?

—De acuerdo, no haré nada, pero, por favor, por favor, por favor, no me rajes —suplicó Samuel sirviéndose del tono de voz más sentimental del que disponía.

—No hagas nada raro y no tendré ningún motivo para hacerte daño. Lo prometo.

—¿Qué está pasando? ¿Son los cabrones estos otra vez?

Nicole dirigió su mirada hacia Eva mientras se aseguraba de que mantenía controlado al chaval. La líder ni siquiera parecía mostrarse sorprendida por la presencia de un intruso. Supuso que ya se había acostumbrado a ello.

—Iban en dirección a la casa rural. Eran un grupo de unos quince, más o menos. Les atacamos y huyeron cuando se vieron emboscados. Nos separamos para poder atrapar a más de ellos.

—Veníais a matarnos mientras dormíamos, ¿no? —le persuadió Eva sosteniendo la punta de su alabarda contra la gruesa carótida de Samuel—. Sois repugnantes. Ni siquiera tenéis las pelotas suficientes para asesinarnos de frente. Putos niñatos cobardes.

—Déjalo —ordenó Nicole apartando el arma de Eva—, ya le tengo yo retenido.

—¿Y a qué esperas? ¿Vas a hacerlo tú o tengo que hacerlo yo?

—Ninguna va a hacer nada —la disuadió Nicole de su proposición—. Lo encerraremos en la casa rural. Te explicaré más tarde por qué.

Pese a su desacuerdo, Eva se percató de que Nicole había ideado alguna estrategia que no podía contarle delante del adolescente que habían capturado, por lo que se decantó por resignarse a ser obediente. La rubia instó a Samuel a incorporarse y sirvió de guía hasta la casa mientras Eva mantenía la alabarda en la espalda de este sofocando cualquier tentativa suicida de escapar.

—¡Vamos, no te pares! —comandó Maya a la adolescente capturada estimulándola a continuar avanzando por el camino de la ferretería.

—¡Maya, espera! —intervino Davis tras averiguar el motivo por el que Piper se había detenido.

—Santa madre de Dios… —susurró Inma cautivada por la tragedia.

—No puede ser… —la acompañó el lancero aún sin conceder crédito a lo que contemplaba.

Desorientada por sus comentarios, Maya obligó a la chica a arrodillarse para permitirse observar aquello que había estremecido a sus compañeros. Deseó haber reprimido su curiosidad. Tirado en mitad de la calzada, con una profunda herida que recorría su vientre en diagonal, el cadáver de Puma les advertía de que la fortuna de la que el grupo había dispuesto hasta entonces no era ni remotamente infinita.

—Creo que ya no les vamos a encontrar —compartió Adán su opinión con M.A después de que ambos hubiesen recorrido más de la mitad del pueblo intentando capturar a los desaparecidos.

—Sí, está claro que nos han dado esquinazo, y eso que he corrido hoy bastante más que en los últimos cinco meses.

—¿Vosotros tampoco habéis pescado a nadie?

La atención del dúo se concentró en la persona que acababa de hablarles. Era Alice, que aparecía desde la vía que se unía en perpendicular a la suya con expresión de auténtico agotamiento.

—De verdad, no imaginaba que esos paticortos pudiesen correr tanto —comentó ella mientras se reacomodaba el pelo—. Deberíamos volver a la casa rural. A lo mejor alguien ha capturado a alguno, o Eva y Davis han vuelto y no saben qué hacer. Podremos ayudar más allí que yendo por el pueblo como pollos sin cabeza.

—Tienes razón —admitió Adán sin intención de contradecirla.

—De acuerdo —accedió M.A convencido—. Volvamos a la casa.

Después de haberse concedido unos minutos de reflexión para asimilar la conclusión de la lucha que se había desarrollado y descansar su fatigado cuerpo, Jessica descendió por la colina que la había dirigido hasta la iglesia con destino a la casa rural. No era consciente de lo que ocurría en el pueblo ni de la manera en la que se habían dispuesto sus compañeros, por lo que determinó que la mejor opción sería regresar al punto de partida por si localizaba allí a alguien que la guiara.
Sus deseos fueron complacidos cuando alguien la llamó desde una ruta campestre dispuesta en diagonal a su izquierda.

—¡Jessica!

Se trataba de Nicole, que, junto con Eva, custodiaban a un chico de edad similar a la salvaje a la que se había enfrentado. Pensó que era probable que lo hubieran capturado y lo retuvieran para alguna actividad indeterminada. Viniendo de ellas, bien podía ser un interrogatorio o una paliza, respectivamente.

—Buen trabajo con lo de las campanas. Nos ha venido a pedir de boca —la felicitó Nicole con la intención de referirse a la castaña que la acompañaba.

—Así que la de las campanas has sido tú, ¿eh? Un movimiento muy ingenioso, lo reconozco.

Embriagada por el cumplido de su maestra, Jessica no reveló la verdad del origen de aquella idea al percatarse de que Nicole tampoco pretendía hacerlo para no desilusionar a ambas.

—Iba hacia la casa rural, para ver qué estaba pasando.

—Nosotras también. Tenemos que ocuparnos de una pequeña rata —anunció Eva aumentando la energía de la alabarda contra la columna de Samuel, quien se había sumergido en un sepulcral silencio.

—Nos separamos —aclaró Nicole la desinformación de Jessica—. Nos pusimos todos en posición de defensa y los críos huyeron despavoridos. Nosotras tenemos a este chico, y el resto, pues ni idea. Pronto lo sabremos.

Al escuchar su discurso, Samuel separó sus labios con disposición a hablar. No pudo ni emitir la primera silaba cuando Eva estampó el mango de la alabarda contra su mejilla, forzando al chaval a arrodillarse para aplacar el daño recibido.

—¡No hables!

—¡Eva, ya basta! —la reprendió Nicole molesta por su actitud violenta—. ¡Es nuestro rehén! ¡No le golpees más!

Resignándose por segunda vez, Eva agarró a Samuel por la axila y lo incorporó con la brusquedad que la caracterizaba.

—No hables, ¿vale, pequeñín? No hables ni para contestarme que sí. Doy por hecho que esa va a ser tu respuesta, a no ser que quieras otro alabardazo.

—Vamos, sigamos yendo hacia la casa —comandó Nicole sin intención de enzarzarse de nuevo en una batalla perdida contra los métodos de su compañera.

Tras determinar su regreso a la casa, Alice propuso emplear la carretera para evitar desviaciones innecesarias en su camino, y ninguno de sus dos acompañantes se opuso. Después de alrededor de cinco minutos descendiendo por ella, los tres alcanzaron la entrada de la casa rural. Cuando se adentraron, se hallaba completamente vacía, sin ningún signo de presencia humana en ella.

—Parece que no hay nadie —comentó M.A incomodado—. ¿Y ahora qué hacemos?

El grupo de supervivientes liderado por Nicole continuó caminando sin compartir palabra hasta cruzarse con el pub Daddy’s Moonlight. Solo necesitaban atravesar la calle en la que se hallaban para llegar a la casa. Fue entonces cuando Eva quebró el mutismo general.

—Por cierto, ¿no se os habrá ocurrido dejar a Adán solo?

—Creo que se fue con M.A —comunicó Nicole con cierto atisbo de duda en su afirmación.

—Casi prefería la primera opción…

Asegurándose de que realmente ellos eran los únicos pobladores de la vivienda durante aquella ocasión, M.A, Alice y Adán se dividieron para registrar tanto las estancias de la casa como la zona de habitaciones del exterior que se hallaba conectada al jardín. El panorama no era en absoluto distinto en ninguna de las estancias.

Alice atravesaba la puerta del comedor hacia el jardín para reunirse en él con los chicos cuando la verja que conectaba con la carretera se abrió, desvelando la entrada de Nicole, Eva y Jessica transportando a uno de los salvajes que se habían atrevido a desafiarles.

—Veo que habéis capturado a uno —expresó Alice su alivio por la detención de Samuel.

—Sí, y también veo que vosotros no habéis capturado a ninguno —les reprendió Eva reluciendo su inaptitud—. Decidme que al menos habéis matado a alguno, ¿o tampoco?

—Oye, yo iba sola, y ya es bastante difícil correr como lo hacen estos —se defendió la rubia del trío mientras señalaba al chico que ellas retenían.

Adán se percató de la visión de inculpación que su hermana asestó en sus inocentes pupilas.

—A mí no me mires, Eva. M.A se cayó de boca y tuve que ayudarle a levantarse.

—Eso no lo tenías que contar, chivato —contraatacó M.A irritado.

Sujetando al retenido por el brazo, Eva lo lanzó sin previo aviso hacia M.A, que trastabilló en el momento exacto en el que recibió el peso del adolescente contra su pecho.

—Ya tenemos voluntario para atar al rehén. Busca una cuerda, unas bridas, unos auriculares, lo que puedas utilizar, y enciérralo en una de las habitaciones. Preferiblemente, que no sea la mía.

—Usa la mía si quieres —se ofreció Jessica con amabilidad.

—Eva, ¿dónde estabas? —la asaltó repentinamente su hermano desviando la conversación.

A ella la pregunta no le supuso una sorpresa. Ya se había planteado que alguno de los miembros del grupo la interrogaría acerca de dónde se había escabullido durante el inicio del asalto. Junto con Davis, había determinado la respuesta que debían ofrecer para que las dos versiones de su historia no fuesen incoherentes entre sí.

—Estaba en el ayuntamiento, haciendo horas extras con unas gestiones. Cosas de Davis, vamos.

—¡Piper!

No había transcurrido ni un segundo desde la mención cuando el referido se adentró en el jardín junto con Maya e Inma reteniendo a la joven por la que Samuel habría recibido otro impacto de Eva si no se hubiese encontrado alejado de ella.

—Buen trabajo, Davis —le alentó Nicole con unas palmaditas en el hombro.

—En realidad es mérito de las primas —reconoció él con honestidad sin pretensión de robarles su victoria—. Yo solo aparecí en el momento oportuno en el lugar oportuno.

—Alice, encárgate de ella. Llévala a tu habitación. Y tú —agregó señalando a su hermano, quien no pudo reprimir un salto de exaltación—, no creas que te vas a librar. Ayuda a Alice, o a M.A, o a los dos, haz lo que te digan y busca lo que te pidan. Aseguraros muy bien de que nuestros dos invitados no tienen posibilidad de salir a dar un paseo turístico por el pueblo.

—Vale, vale —aceptó Adán la reprimenda agachando la cabeza.

—¿Eva?

No solo la aludida, sino prácticamente todo el grupo denotó la expresión melancólica con la cual Davis había cargado su llamada de atención.

—¿Sí, Davis?

—Oye —interrumpió súbitamente Adán en un chillido involuntario—, ¿y dónde está Puma?

—Creo que hay algo que deberíais ver...

Contrario a lo que él había imaginado, la incógnita de Davis no permitía demasiado desarrollo a la divagación de ideas tras el comentario lanzado por el niño, por lo que nadie quiso cuestionarle acerca del tema y se limitaron a seguir la ruta que el lancero les marcó hasta la ferretería. Junto con él, Maya, Inma, Nicole, Eva y Jessica marchaban al unísono. M.A, Alice y Adán habían optado por mantenerse en la casa rural para avanzar en la labor de aprisionamiento de los salvajes a la espera de que el resto les informase de lo que había sucedido una vez lo hubiesen descubierto.

Cuando se ubicaron en la esquina que conectaba con la vía en la cual se hallaba el cadáver de su compañero, Davis se detuvo abruptamente y se dirigió a Eva para compartir una advertencia.

—Quizá te impacte un poco.

—Llévanos ya a donde sea. No te preocupes por mí —respondió Eva impasible a su consejo.

—Ya casi estamos. Es ahí delante.

Davis avanzó unos metros más prosiguiendo como la cabecera del grupo hasta haber alcanzado el área de la ferretería. Tanto él como Maya e Inma permanecieron más apartadas del que iba a ser el foco de atención para permitir a los demás digerir mejor su impresión al observarle.

—Oh, joder…

Jessica desvió su mirada del musculado cuerpo perforado que yacía en el asfalto en cuanto pudo distinguirlo, sintiendo una marea de nauseas inundar su estómago. Nicole, por su parte, se forzó a reprimir el malestar que la embargó de repente para aproximarse al fallecido Puma. Tras ello, se agachó para examinarlo.

—Un gran tajo en el vientre —murmuró rozando la herida con delicadeza—, y una puñalada en el corazón. Probablemente se desangrase. Quien lo hiciese, se aseguró de que iba a morir.

—Su espada no está —informó Maya acercándose unos pasos a ellos—. Nosotros tres pensamos cuando lo vimos que es lo que utilizaron para atravesarle la barriga, antes de robarla. Tuvieron que acorralarle de alguna manera que no habíamos previsto. Si no, veo difícil que Puma hubiese caído ante los adolescentes. Al fin y al cabo, era Puma.

—No queríamos dejarle aquí. Lo habríamos llevado a la casa, pero pesa demasiado, y teníamos que vigilar también a la rehén —justificó Davis su decisión preocupado porque alguien se lanzase a cuestionarla.

Sin embargo, la única persona que se habría atrevido a recriminarle en semejante situación aún no había despegado siquiera sus retinas del cuerpo inerte de su compañero. Las palabras no se dispondrían a emanar de su lengua todavía.
Demostrando su instinto investigador, Nicole no necesitó ni medio minuto para localizar en uno de los brazos de Puma unos enormes números escritos con rotulador.

—“7, 18, 1, 14, 10, 1” —leyó meditativa—. ¿Lo habíais visto? ¿Alguien sabe lo que significa?

—Granja.

Todos orientaron su visión hacia Eva cuando destruyó al fin el amargo silencio en el cual se había mantenido.

—Los números son letras del abecedario, y ahí pone granja.

—¿Cómo estás tan segura? —consultó Jessica desorientada.

—Porque yo le enseñé esa técnica para comunicarse conmigo sin que nadie más lo supiera.

—Granja… —repitió Davis meditativo con la mano en su barbilla—. ¿Y qué significa eso?

—Está muy claro —anunció Nicole como si la deducción fuese un simple juego de niños—. Puma debió descubrir que los niños se están escondiendo en una granja, y lo apuntó en su brazo tras darse cuenta de que iba a morir desangrado utilizando la técnica que Eva le había enseñado para que ellos no supiesen que estaba delatando su hogar a todos nosotros. Bastante inteligente por su parte, debo decir.

—Puma era arrogante, no imbécil —esclareció Eva cruzándose de brazos.

—Bueno, ¿y qué hacemos ahora? —indagó Inma incapaz de concretar cuál debía ser el siguiente paso—. Tendríamos que preparar un entierro, ¿no?

—No —respondió Eva tajante—. Puma no quería ser enterrado. Siempre decía que tenía pánico a que lo metieran vivo en una tumba y despertar bajo dos kilos de tierra.

Ante el comentario tan oportuno, Maya no pudo reprimir arrojar a Davis una mirada cargada de preocupación que él ni logró identificar.

—Haremos una pira en el campo y lo incineraremos. Luego pensaré qué hacer con las cenizas. Por ahora, que alguien me ayude a llevar el cuerpo al centro médico. Lo colocaremos en una de las camillas y lo llevaremos con ella hasta donde lo quememos cuando todo el mundo haya sido reunido.

—Yo te ayudo —se ofreció Davis sin un atisbo de duda.

—De acuerdo. El resto volved a la casa y decidle a los demás que se organiza una reunión en el ayuntamiento para tratar todo lo que ha pasado esta mañana. Nosotros iremos cuando hayamos terminado con Puma.

—Chico, pásame los cables.

Obedeciendo el mandato de M.A, Adán estiró su antebrazo y le entregó el objeto solicitado, que empleó de inmediato para amarrar con un potente nudo las muñecas de Samuel al cabecero de la cama en el que había sido colocado. Adán no pudo evitar sentirse cautivado por la manera tan profesional en la que M.A lo ató pese a que uno de sus brazos no era de carne y hueso. Ya había concluido con la retención del adolescente cuando Alice atravesó la puerta semiabierta del dormitorio.

—¿Habéis terminado? —indagó apremiando sus acciones—. Los demás ya están aquí y nos han dicho que tenemos que ir al ayuntamiento para una reunión.

—Ya está. Si quieres escapar, tendrás que cortarte una mano —desafió M.A al maniatado, quien no reaccionaba ante ninguna de sus provocaciones—. Me gustaría verte intentándolo, capullo.

—¿Qué has usado tú para atar a la chica? —curioseó Adán respecto a la enigmática imaginación de la rubia—. Nosotros hemos tenido que quitar el cable de la televisión.

—Oye, pues no ha sido mala idea —habló ella analizando su atípica elección—. Yo he encontrado el mando de una videoconsola y le he cortado el cable. Era lo suficientemente largo para usarlo como cuerda.

—Para que luego digan que los videojuegos no sirven para nada —bromeó M.A siendo asestado con una estrambótica mirada de incredulidad procedente de Alice—. En fin, ¿para qué tenemos que ir al ayuntamiento?

—Ni idea. Solo sé que es una reunión oficial organizada por Eva para hablar de lo que ha pasado. Nicole ha dicho que ella nos explicara allí los detalles. —Alice realizó una pausa breve segundos antes de desatar el pensamiento que rondaba en los recovecos de su cerebro—. Puma sigue sin aparecer.

M.A emitió un suspiro de hastío con sus brazos en posición de jarra y posó uno de ellos sobre el hombro de la joven.

—Venga, será mejor no hacerles esperar.

Tras reencontrarse con el resto del equipo, Nicole apremió a todos a encaminarse rápidamente hacia el ayuntamiento. Tanto Alice como M.A intentaron lanzar a la rubia una cuestión para que resolviese las incógnitas que les martirizaban, pero ella insistió en que Eva les explicaría todo en la reunión que se iba a desarrollar en su destino.

Una vez en el interior de la edificación del ayuntamiento, se dirigieron a la sala de reuniones, la cual se hallaba vacía. Algunos de los componentes del grupo suspiraron. Esperaban que Davis y Eva hubiesen llegado allí antes que ellos para no verse forzados a apaciguar la curiosidad de los compañeros que todavía desconocían el fatal destino de Puma, pero no había sido así.

Nicole, prosiguiendo con la actitud de liderazgo que le correspondía, ordenó a sus compañeros que se sentasen alrededor de la mesa en los asientos de cuero que les habían sido designados, y fuesen pacientes con respecto a la ausencia del lancero y la dirigente. Adán, que no tenía ningún emplazamiento propio en la estancia, se vio obligado a buscar una silla en la habitación contigua y se sentó junto a Inma. Maya había tratado de impedirlo al disponerse a decirle que utilizara la silla de Puma, pero se calló súbitamente al percatarse de la revelación que ello supondría. Transcurrieron otros quince minutos hasta que Eva y Davis atravesaron la entrada de la sala de reuniones. Sus rostros de inquietud incomodaron a la mayoría de los allí presentes mientras los dos ocupaban los puestos que les pertenecían.

—Bueno, ¿nos vas a contar de qué va todo esto de una puta vez? Me estoy empezando a poner nervioso —apremió M.A hastiado por el silencio infernal que reinaba en las gargantas de todos.

—Espera, todavía falta Puma —le detuvo Alice denotando su ausencia—. ¿Se puede saber dónde está? ¿Ha desaparecido? ¿Le han secuestrado? ¿Qué sabéis de él?

M.A se cercioró de la forma disimulada en la que su amigo Davis se mordió el labio a la par que agachaba su cabeza hacia un lateral.

—Puma ha muerto.

—¿Puma ha muerto?

Todos reorientaron su foco de atención hacia la sombría imagen del niño que acababa de hablar. Parecía que en cualquier momento la primera lágrima que precedería a su llanto se despegaría de su lacrimal.

—Que poco tacto tienes —la reprendió Nicole en un susurro apenas imperceptible, recibiendo una contestación tan bruta como honesta en el mismo tono disminuido de voz.

—No le había visto. ¿Quién le ha dejado pasar?

—¿Así que es verdad? —insistió Alice observando a Eva sin despegar sus retinas del rostro de la líder—. ¿Puma ha muerto? ¿Qué le ha pasado? ¿Dónde está su cuerpo?

—Esperad.

Los asistentes a la reunión se sobresaltaron cuando Maya se puso precipitadamente en pie y se apartó de la mesa imprimiendo firmeza en sus movimientos. Incluso Adán, quien se hallaba tan solo a segundos de correr al exterior para que nadie le viese llorar, permaneció en su asiento al ser asustado por tal intervención.

—Puma podría no estar muerto.

Conmocionada por su afirmación, Eva le asestó una de sus mayores miradas de incredulidad.

—Me estás vacilando, ¿no? Todos lo hemos visto. Es imposible que esté vivo.

—Bueno, no todos lo hemos visto —apuntó M.A molesto por su generalización marginal.

—Le atravesaron el vientre con la espada. Nadie puede sobrevivir eso. Es una locura.

Rebasando el límite de su paciencia, Adán se levantó finalmente y caminó hasta la puerta que le conduciría fuera de aquella pesadilla de reunión. Su retirada no fue desapercibida para nadie, y especialmente para su hermana, pero decidió concluir con la discusión que se estaba llevando a cabo antes de salir al pasillo para consolarle.

—¿Qué es imposible hoy en día? —remarcó Davis su seriedad—. Después de todo lo que hemos visto estos años, ya no sé qué pensar.

Indagando en su comentario, Nicole apoyó los codos sobre la mesa y acorraló a su amigo antes de que Eva desplegase su respuesta.

—Davis, ¿tú sabes algo que no nos hayas contado?

—¿Yo? No, yo… Que va… ¿Qué voy a saber yo? Solo era un comentario

—Ya…

Su nerviosismo frente a la cuestión se extendió por el recinto como un eco imparable, revelando su mentira. Si el propio Davis no se había evidenciado ya lo suficiente, la réplica de Maya fulminó cualquier atisbo de duda que hubiese perdurado.

—Sí, sí lo sabe, pero no lo ha dicho porque yo le pedí que no lo dijera.

—Maya… —la advirtió el lancero preocupado—. ¿Estás segura?

—Sí, Davis, ya es hora de que sea honesta, esté o no preparada.

—Si es por lo de tu pérdida de poderes, ya lo sabemos —le espetó M.A carente de tacto—. Davis nos lo contó por necesidad cuando estuviste inconsciente, o más bien, se lo sacamos, y la verdad, no sé qué tiene eso que ver con lo que le ha pasado a Puma.

Maya frunció sus labios. El rencor en las expresiones de M.A era demasiado notorio incluso para el peor captor de indirectas.

—No, es otra cosa, y si lo supierais, probablemente no estaríamos aquí.

—¿Y qué es? —la animó Jessica a que compartiese su verdad sin más divagaciones.

—Hace unos meses —comenzó aclarando su garganta—, cuando entramos en la base en la que la hermanastra de Nicole os tenía retenidos, poco después de separarnos de Eva, Davis y yo nos topamos con uno de sus secuaces, y luchamos contra él. Estábamos a punto de vencerle cuando fui disparada por un francotirador…

—No… No te sigo… —desveló Nicole esforzándose por analizar su relato—. ¿Te disparó? Ahora mismo no recuerdo que tuvieses ninguna herida de bala por aquel entonces. ¿Dónde te disparó? ¿Qué pasó?

—El francotirador me disparó en la cabeza. La bala atravesó la cuenca del ojo y salió por detrás del cráneo.

Nicole interrumpió su investigación abrumada por semejante afirmación. No solo ella, sino que la sala entera se sumió en el más absoluto de los silencios mientras los presentes procesaban la información tan surrealista que Maya había desplegado con total naturalidad. Al final, fue Alice quien se atrevió a consultar sus dudas.

—¿No deberías haber muerto? O, al menos, tener una cicatriz, no sé, algo que todos hubiésemos podido ver. La historia es un poco… inverosímil, y estoy igual que M.A, no sé qué intentas decir.

—Murió —la apoyó Davis transformándose en el centro de atención—. Yo la vi caer al suelo, sin ojo, antes de que me secuestraran y me llevaran a un edificio, y cuando Nicole me liberó y sacó de allí, estaba con vosotros, sana y salva, perfecta, de una pieza. Hablé con ella, tuve que hacerlo, y ni siquiera recordaba lo que había sucedido, yo se lo conté. A mí también me costó digerirlo al principio, y sé que parece una locura, pero Maya resucitó aquel día, por segunda vez.

—Espera —intervino Alice para elaborar una consulta dirigida hacia Maya—, ¿intentas decir que no solo resucitaste después de que las ratas de Esgrip hubiesen metido las manos en tu cuerpo, sino que volviste a hacerlo después sin intervención de nadie? ¿Qué cojones? ¿Acaso eres inmortal? ¿Y Puma? ¿Y yo?

—Solo os he contado lo que pasó aquella noche. No sé lo que pasó conmigo ni lo que va a pasar con Puma. Lo único que intento decir es que…

—Puma podría volver a la vida —concluyó Eva su oración—. ¿Es eso lo que intentas decir?

—Sí, pero, no sé si lo hará, no sé cómo funciona, no sé cómo funcionó en mí o si funcionará con él. Lo único que tengo claro es que la posibilidad está ahí, y que no podemos deshacernos de su cadáver todavía.

Eva permaneció meditativa unos instantes. Ella era consciente de que Puma no era una persona normal. Él mismo le había contado acerca de su primera resurrección, pero le seguía resultando tan absurdo que su organismo pudiese sobreponerse a las heridas que recorrían su cuerpo inerte para regresar a la vida. Sin embargo, no hacía más de doce horas que la chica que afirmaba haber vuelto a resucitar había regenerado por completo un brazo cercenado. Sus palabras no parecían tan demenciales si pensaba en ello.

—Después de todo lo que hemos vivido, no puedo decir que no te crea. En fin, este primer punto del día estaba dirigido a informar de la muerte de Puma y la incineración que se iba a realizar en un par de horas, pero en vista de los acontecimientos, lo pospondremos unos días, a ver si ese capullo se levanta a volver a darnos por el culo.

—¿Ibais a incinerarlo? —curioseó Alice atraída por aquel detalle.

—Sí, Puma no quería ser enterrado —esclareció Eva sin pretensión en pormenorizar—. Pasemos al segundo punto del día. Tenemos que decidir qué hacemos con esos salvajes. Nicole, encárgate de ello, por favor. Quiero ir a echar un vistazo a mi hermano. Luego hablo contigo.

—Claro, ve, yo me ocupo.

Nicole ocupó la posición de comandante mientras todos contemplaban a Eva abandonar la sala de reuniones con paso acelerado.

—Y bien, ¿qué pasa con esos salvajes? —inquirió M.A interesado en la temática.

Tras su retirada de la reunión que se estaba desarrollando, Eva se topó con la figura de su dulce hermano acurrucada en una esquina del corredor. Pensó que no había podido encontrar dónde sentarse y se había derrumbado allí para llorar. Suspiró con pesadez. Aquellas últimas semanas habían sido caóticas, y se había concentrado tanto en la supervivencia del grupo, que se le había olvidado cómo actuar de hermana mayor. Eva no pudo evitar recordar por qué las agrupaciones de personas le habían resultado tan odiosas en algunas ocasiones.

Desde su propia burbuja, Adán se agarraba a sí mismo como si temiera caer al vacío mientras un manantial de lágrimas se deslizaba por sus mejillas y empapaba la alfombra del suelo. Sintió un tacto en su cuello que le sobresaltó, pero se calmó cuando descubrió quién era. Era ella. Era Eva. Por un instante, habría asegurado que no iba a aparecer.

Adán miró a su hermana a los ojos con sus párpados aún cubiertos por sus lágrimas. Solo aquello le bastó para tranquilizarlo, y, pese a que no sabía cómo, ella lo pudo percibir a través de él. Los dos se fundieron en un abrazo mientras sentían cómo sus corazones palpitaban al mismo ritmo, cómo su respiración se sincronizaba, como se fundían en uno…

Eva elevó el mentón de su hermano mientras le mantenía estrechado entre la protección de sus brazos, penetrando directamente en su alma con una inusual sonrisa.

—¿Te acuerdas de la historia de los zorritos?

Adán contestó afirmativamente con un gesto tímido de su cabeza.

—Piensa en ella, ¿vale?

—Vale.

—Bueno, como todos sabéis —comenzó a relatar Nicole—, ordené que apresarais a los chavales que pudierais durante el asalto, y ya están encerrados y retenidos. Mi idea es interrogarles para descubrir el paradero de su base.

—¿Base? —consultó Alice desorientada—. Son un atajo de vándalos que llevan orejas humanas colgando del cuello. ¿Qué tipo de base van a tener? Seguro que se mueven de un lado para otro como les da la gana.

—Tú sabes tan bien como yo, Alice, que la última vez que vinimos a explorar el pueblo estaban aquí, y esta mañana han venido a propósito para matarnos porque nos consideran una potencial amenaza. Si fueran nómadas, ni se habrían tomado la molestia de arriesgarse a venir.

—Además, tenemos otra pista —puntualizó Jessica incluyéndose en el debate—, antes de morir, Puma escribió un mensaje cifrado en su brazo en el que, según Eva, ponía “granja”.

—Granja, ¿eh? —habló M.A meditativo—. Podría haber sido un poco más específico.

—No creo que nadie pueda ser demasiado específico cuando se está desangrando, amor de mi corazón —le reprendió Alice sobrecogida por la irracionalidad que acababa de desplegar—. ¿Y a qué creéis que se refiere exactamente? ¿Están escondidos en una granja?

—Bueno, eso es lo que se nos pasó a todos por la cabeza al instante, la verdad —confesó Nicole redirigiendo su discurso—. Tenemos al chico y a la chica. Si a todo el mundo le parece bien, seré yo misma quien me encargue de interrogarlos para sonsacarles información.

—¿Y si se da el caso de que no conseguimos nada de ellos? —agregó Inma preocupada porque se desarrollase una posibilidad que la profesionalidad de Nicole ni siquiera había contemplado.

—Hoy en día, los huesos de los chavales son frágiles. Se rompen con solo mirarlos.

—Nadie va a romper nada —sentenció la rubia destruyendo la pretensión violenta de M.A—. La posibilidad de que el interrogatorio fracase es muy baja, Inma. Criminales de guerra han cantado delante de mí. No creo que dos preadolescentes se me resistan.

—¿Quiere una medalla, oficial Collins?

La dirigente alzó su mirada al compás del resto atraída por la recién incorporada voz. Se hallaban tan absortos en la conversación que ninguno había reparado en el regreso de Eva, ubicada junto al envés de la puerta acompañada por su hermano, quien se notaba mucho más calmado.

—Si Nicole no puede sacar nada de los dos salvajes, organizaré expediciones de reconocimiento. Buscaremos en todas las granjas que halla en diez kilómetros a la redonda. Antes de que acabe la semana, los habremos encontrado.

—Agradezco tu aportación, pero no creo que vaya a ser necesario —se rehusó Nicole aferrada a su planteamiento inicial.

—Nunca está de más tener un plan B, Nicole —defendió Davis la contribución—. No es que no confíe en tu capacidad, pero tampoco te cierres en banda. No sabemos lo que puede pasar.

—Y una vez los encontremos, ¿cómo lo vamos a hacer? —indagó M.A interesado—. ¿Les vamos a matar en la granja? ¿Les tenderemos una trampa? ¿Los atraeremos al pueblo? Podríamos usar a los dos que ya tenemos como cebo.

—En realidad —puntualizó Nicole aclarando su garganta—, no tenía pensado matar a nadie.

Un silencio disonante inundó el despacho.

—Scarlett… Dios, ¿cómo…?

Absorta en su pensamiento volátil, Tammy trastabilló y cayó derrumbada en la tierra tras haber tropezado con su propio pie. Se agarró a su tobillo por pura inercia, consciente de que se había doblado ligeramente en la caída.

—¡Joder! ¡Me cago en Dios! ¡Joder, joder, joder, joder!

Inundada en rabia, apretó con brutalidad los dientes y se incorporó con sus brazos envueltos en su vientre. Un par de lágrimas se atrevieron a resbalar desde sus ojos, pero Tammy las retiró de su mejilla rápidamente con brusquedad. Un poco más calmada, volvió a examinar su entorno en busca de la granja, pero fue inútil. Tan solo vislumbraba tierras de sembrado allá donde su visión alcanzaba. Lo había negado desde hacía kilómetros, pero se había perdido.

—Tengo que encontrar la granja… Tengo que…

Tammy se concentró en su respiración, esforzándose por desechar cualquier angustia que osase dominar su razonamiento. Debía encontrar el camino de regreso a la granja, y eso era lo que iba a hacer. No podía deambular sola hasta terminar desplomada por el agotamiento. No, no podía hacerle eso a su bebé.

—Nicole…

La expresión de Eva se percibió tan fría que sobrecogió a la mayoría de los reunidos. Todos eran conscientes de que la mujer no iba a ceder a aquella decisión con semejante facilidad, y ninguno quería que se iniciara otra pelea con cristales rotos como la que vivieron en el bar de la aldea.

—Si no vamos a matarlos, ¿cuál es tu intención? ¿Para qué has ordenado capturar a esos dos? ¿Para qué coño quieres saber la localización de la granja?

—A mí también me interesaría saberlo —apuntó M.A alzando su mano.

—Y a mí, la verdad —se sumó Alice a la petición.

Nicole suspiró con pesadez. Sabía que la revelación que iba a desplegar no les contentaría lo más mínimo.

—Hablar con ellos, cara a cara, y encontrar una solución alternativa, una solución que no vaya a suponer tener que fusilar a un puñado de adolescentes.

—¿Adolescentes? —escupió Eva—. ¡¿Te tengo que recordar que esos adolescentes han matado a Puma?!

—Ya he dicho que es posible que…

—Te he escuchado, Maya, pero no se trata de eso, se trata de que, si fueron capaces de acabar con él, podrían haber matado a cualquiera de nosotros. Sé que Puma os importaba a todos una puta mierda, pero pensad un poco más allá. Si en lugar de él, hubiera sido Inma, Davis o Jessica, por ejemplo, ¿cómo te lo plantearías, Nicole?

—Esto no se trata de favoritismos, Eva —le respondió acomodando sus hombros sobre la mesa visiblemente molesta.

—Nadie ha hablado de favoritismos. Te estoy hablando de que nos atacaron la primera vez que les encontramos, de que han entrado a propósito en el pueblo para asesinarnos y de que lo han conseguido con uno de nosotros, y tu propuesta es ir a su casa con una tarta de bienvenida y un mensaje de paz. Ya que estás llévales también las pistolas cargadas para que nos acribillen más cómodamente, ¿no?

—¡Cálmate!

—¡¿Cómo quieres que me calme después de la soplapollez que acabas de soltar?! ¡¿De verdad piensas que es posible negociar algún tipo de paz con esos niñatos o conseguir que se larguen y no vuelvan más?! ¡Ya nos han cogido desprevenidos dos veces, y no sé vosotros, pero no tengo intención de que haya una tercera!

—¡¡¡Suficiente!!!

Los espectadores de la batalla, y en especial, Davis, se sobresaltaron al contemplar alzándose a Jessica tras haber golpeado con fuerza la superficie de la mesa.

—¡Ya basta! No estamos hablando de lo que una de las dos pretenda hacer. Puede que el resto decidiésemos cederos el mando en su día porque pensamos que sois las más capaces para llevar este grupo a buen puerto, o por lo menos, yo lo pienso, pero eso no os da derecho a tomar una decisión que es tan importante sin tener siquiera en cuenta la opinión del resto.

Ante la expectación de todos, Alice aplaudió las palabras de Jessica al tiempo que la última volvía a recuperar su asiento. Ni siquiera Eva se atrevió a contradecir semejante lección de humildad y compañerismo que la joven acababa de asestar a las veteranas. La castaña se reincorporó sobre su silla mientras observaba a Nicole controlar su propio temperamento.

—Bien, ahora que ya estamos todos más tranquilos, ¿podemos hablar del plan que llevaremos a cabo como grupo para solucionar el problema de estos chicos?

Ignorando la petición de Jessica, Eva agarró la mochila con la cual se había equipado unas horas antes de la limpieza de la feria y sacó de ella un par de barritas energéticas que lanzó al vuelo a su hermano.

—Adán, tendrás hambre. Ve fuera y desayuna.

—Como quieras —suspiró el niño obedeciendo su orden sin rechistar.

—Bueno —se dispuso Nicole a retomar la conversación una vez Adán se hallaba en el pasillo—, tal y como ha dejado caer Jessica, deberíamos saber la opinión de todos antes de decantarnos por un plan u otro, así que, adelante…

—¡Allí, Alejandro, allí!

Todavía procesando la realidad de la que su amigo Roberto trataba de advertirle, Alex se asomó a través de unos arbustos y divisó su hogar, su anhelada granja.

—¡Por fin! —exclamó Sabrina rendida por el agotamiento.

—¡Vamos! —encabezó Alejandro a su grupo alentándoles a correr hacia su pequeño espacio de salvación.

Desde la ventana del piso más superior, Rosalie, quien había permanecido en guardia desde que la comitiva había partido en dirección al pueblo, fue la primera que advirtió al trío de figuras que se aproximaba a la carrera hacia la entrada de la granja respaldando a otros tantos chicos.

Sin intención de compartir todavía con nadie la noticia, la adolescente descendió de dos en dos las escaleras hasta el acceso principal a la estructura. Una vez en el frio exterior, trató de captar con la mirada a la persona que realmente le interesaba, pero no se hallaba entre ellos. Se trataba de Alex, Roberto y Sabrina acompañando a algunos compañeros y compañeras de los cuales no recordaba siquiera su nombre.

—¿Ya estáis aquí? —consultó Rosalie indagando en el porqué de la ausencia de Samuel—. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde están los demás?

—Rosalie, adentro —ordenó Alejandro con tanta autoridad que era incluso estremecedora.

—Pero, ¿dónde está el resto? ¿Qué ha pasado con…?

—¡Rosalie, adentro! —vociferó más enfurecido—. ¡Estamos cansados! ¡Necesitamos agua y algo de comer para recuperarnos! Ahora hablaremos de lo que ha pasado.

—Supongo que no ha llegado nadie más antes que nosotros, ¿verdad? —preguntó Sabrina pese a que ya había deducido su contestación.

—No, no ha llegado nadie más —esclareció conteniendo su lengua con respecto a la manera en la que se estaba dirigiendo Alejandro a ella—. Pasad, ahora os busco algo de beber.

Mientras el resto se resguardaba bajo el techo de la granja con destino al comedor, Roberto se acercó hasta Rosalie y la agarró por el brazo para acortar distancias entre ambos.

—Venga, vamos dentro. Hace frio y Alejandro tendrá que hablar con todos nosotros.

—Bueno, ya que nadie da el primer paso, empezaré yo —se adelantó Jessica a opinar acerca del tema candente de la mesa redonda—. Estoy de acuerdo con Nicole, pero también con Eva.

—Eso sí que es mojarse —se mofó M.A reclinándose sobre su asiento.

—Cuando estaba en la iglesia, fui asaltada por una de estas adolescentes. Me amenazó, y hubo una pelea, y sí, me apuntó con una escopeta y apretó el gatillo, y yo no estaría aquí si no hubiera estado descargada, pero siendo justos, yo le disparé primero, varias veces, y si hubiera querido, la habría podido matar, y cuando le perdoné la vida, se marchó.

—¿Y a dónde quieres llegar con eso? —la sonsacó Nicole interesada en su historia.

—A lo que voy es a que estos adolescentes no son tan diferentes de nosotros. Está claro que no podemos tomarles tan a la ligera, no podemos ir a presentarnos en su granja, en su territorio, y pretender que nos acepten de buenas a primeras. Igual esto os parece una tontería, pero si ellos estaban aquí antes, nosotros somos los invasores, y a nadie le gusta lo desconocido.

—Nosotros no hemos invadido a nadie —se exaltó Eva ofendida—. Nosotros nos asentamos en un pueblo lleno de muertos que ninguna otra persona se había molestado en limpiar. Tenemos todo el derecho a estar aquí por mucho que ellos estuvieran antes por la zona. No hay ni un solo miembro de este grupo que les haya atacado a ellos primero abiertamente, ¿y cuantas veces ya han declarado guerra esos putos niñatos? Dos, Jessica, dos. No tengo intención de quedarme de brazos cruzados mientras esa panda de repelentes hormonados viene aquí a reírse de nuestra inteligencia.

—Joder, estoy de acuerdo con ella —lo aprobó M.A sintiendo que era una de las pocas personas que parecía razonar la gravedad de la situación—. Esos críos han venido a propósito a matarnos. Nos quieren muertos, y van a seguir intentándolo hasta que les paremos los pies.

—Pero pararles los pies no supone asesinarles —se internó Davis en la polémica arrastrando su característica timidez—. No digo que no tengamos que lidiar con el problema, pero Nicole tiene mucha razón. Matar no debería ser siempre la opción número uno. O, decidme, ¿realmente vais a ser capaces de dormir por las noches después de haber acribillado a una veintena de chavales que probablemente no superen los diecisiete años?

—Dime, Davis, ¿puedes dormir después de asesinar a todos los adultos que has asesinado? —le tentó Eva inclinándose ligeramente sobre la mesa.

—No es lo mismo, Eva.

—¿Y por qué no? ¿Por qué no es lo mismo? ¿Valoráis más las vidas de este grupo porque ni uno solo de ellos pasa de los diecisiete años? Puede que parezcan adolescentes, pero están viviendo en un mundo en guerra. Saben lo que hay y saben lo que deben hacer para sobrevivir. No hay la más mínima diferencia entre ellos y un grupo de adultos.

—Ahí es donde te equivocas, y mucho —recuperó Nicole el hilo de la conversación—. Tú misma deberías saberlo, teniendo un niño a tu cargo.

—¿Qué tiene que ver Adán en todo esto?

—Los niños y los adolescentes son más moldeables. Sus mentes no son como las de un adulto.

—Puede que las de los niños, pero no las de los adolescentes.

—Las de los adolescentes también —reiteró aferrada a su rotunda afirmación—. He tratado con unos cuantos casos de crimen juvenil durante mi carrera, más de los que me hubieran gustado, y hubo algo que me quedó muy claro. Casi todas las conductas de los adolescentes se refuerzan por el ambiente. Cualquier intento de negociación con un adulto que acaba en un escupitajo en la cara suele tener un gran efecto en un chiquillo. Te lo cantan todo en cuanto les prometes que el juez será benevolente si cooperan.

—Pero eso no es moldear nada. En ese caso te estás aprovechando de la inocencia de un niñato, nada más.

—Llámalo así si quieres —cedió Nicole a su corrección—, pero eso implica que también podemos aprovecharnos de la inocencia de estos chavales para conseguir lo que queramos.

—En fin —suspiró Eva reclinándose sobre su respaldo a la par que meditaba los argumentos de su adversaria—, los que todavía no habéis opinado, hablad, y así podremos deliberar. No vamos a estar aquí todo el día.

—Yo… —musitó Inma—, prefiero mantenerme al margen, a ser posible.

—Por supuesto. ¿Maya? —le otorgó Nicole su turno de palabra.

—Sabéis que estoy en contra de cualquier tipo de violencia. Si podemos zanjar todo esto sin que haya derramamiento de sangre, sería ideal para todos.

—¿Y tú, Alice? —la llamó en este caso Eva.

—Si hay una vía alternativa a las armas, deberíamos cogerla. Vale, sí, mataron a Puma, y puedo entender tus puntos de vista, pero creo que no deberíamos seguir por ese camino. La violencia solo genera más violencia, y el odio solo genera más odio. Podríamos acabar en muy mal puerto si optamos directamente por matarles.

Eva se mordió sutilmente el labio inferior como muestra de su descontento e impotencia. Sabía que estaba en desventaja desde el instante en el que se había iniciado la deliberación, pero aún trataba de acomodarse a la idea. Si de ella hubiese dependido, ni un maldito salvaje adolescente habría podido suplicar por su miserable vida, pero no era así. Debía aprender a adaptarse o iba a terminar con todo el equipo en su contra, tal y como le había sucedido a Puma.

—Dos condiciones, Nicole.

—Dispara —aprobó ella cruzando sus piernas en señal de atención.

—La primera es que yo interrogo a uno de los dos salvajes que tenemos retenidos, y la segunda es que quiero que me expliques exactamente, paso por paso, línea por línea, y silaba por silaba, lo que vas a proponerles una vez nos plantemos delante de la granja. Así, y solo así, aceptaré tu plan. De lo contrario, comenzaré con los rastreos, aunque me tenga que recorrer sola cada puta granja desde aquí hasta la frontera.

Nicole sonrió al imaginar el dantesco escenario elaborado por su exagerada compañera.

—Te mandaría a registrar las granjas solo por pesada, pero mejor que reserves tus fuerzas para el interrogatorio.

Una vez resguardados, los recién llegados a la granja se deshicieron de todos los enseres que se habían equipado para la misión y se repartieron por los antiguos sofás y las sillas de madera que se encontraban en el comedor, refugiándose para recuperar el calor que habían perdido durante su viaje al exterior. Tal y como Alejandro había solicitado, Rosalie le sirvió a cada uno un vaso de agua y abrió un par de latas de conserva junto con las que entregó algunos tenedores de plástico. Sabrina fue la única que le dio las gracias por ello.

—Bueno, ya estamos dentro —presionó Rosalie a Alejandro, quien había comenzado a devorar una lata de mejillones junto con su amigo Roberto.

—Sí, estamos dentro, ¿y qué?

—¿Qué ha pasado? ¿Los habéis matado? ¿Por qué los demás no han vuelto?

—Los demás estarán de camino, así que no te preocupes por ellos. Simplemente, esos cabrones nos separaron y nos hemos desorientado un poco, pero vamos, que eso, que no te preocupes.

—¿Pero entonces los habéis matado?

—No exactamente, pero vamos, seguro que les ha quedado el mensaje muy claro.

Rosalie trató de generar contacto visual con otros miembros, pero todos se hallaban demasiado ensimismados en llenar sus estómagos como para percatarse de su intención. La versión repleta de humo que Alejandro trataba de vender era tan evidente que insultaba su inteligencia.

—Alejandro, ¿a qué te refieres con que les ha quedado el mensaje muy claro? ¿Qué ha pasado?

—Joder, ¿te vas a callar y me vas a dejar comer en paz de una puta vez? —chilló este despidiendo restos de comida que cayeron junto a los pies de la chica—. Ahora os reuniré a todos y contaré cómo están las cosas, pero déjame en paz, macho, tía pesada.

—Solo estoy preocupada…

—Bueno, y yo. Tammy también está ahí fuera, pero, ¿qué quieres que haga? —le espetó siendo acosado al instante por una mirada analista de Sabrina—. Venimos de una limpieza. Déjanos un rato tranquilos, recuperamos fuerzas y vemos lo que podemos hacer. Oye, hazme un favor, ve y di a los demás que estamos aquí, anda, y ya que pasas por la cocina, tráeme una servilleta.

—No paso por la cocina…

—Tráemela igualmente, va, que no te cuesta nada.

Conteniendo un suspiro, Rosalie se levantó y se marchó en dirección a su dormitorio ignorando la petición de su inepto líder. Reaccionando a su impotencia, Sabrina la siguió y la detuvo cuando todavía se encontraba en el pasillo.

—Oye, Rosalie.

—Mira, no sé cómo te puede gustar ese tío, Sabrina —arremetió la adolescente frustrada—. No es más gilipollas porque no se entrena. Llévale tú la servilleta de los cojones.

Su respuesta fue tan inesperada que Sabrina permaneció muda mientras Rosalie se alejaba con resentimiento, impidiendo que pudiese informarla sobre lo que realmente había sucedido en el pueblo. Aquel había sido el único motivo por el que había abandonado su almuerzo, y no volvió a haber otra oportunidad para que se pudiese cumplir.

Después de que Eva cediese a la resolución por la que tanto Nicole como el resto apostaban para el problema de los salvajes, la reunión se dio por finalizada.

M.A, que también se vio obligado a resignarse al pacifismo, se marchó con Davis para tomar un breve desayuno y proseguir con la gerencia, pues la carga de trabajo se había multiplicado al ser únicamente dos. Alice y Maya preguntaron a Eva dónde se encontraba el cadáver de Puma, ya que la primera quería verle para despertarse de su asombro y la segunda pretendía permanecer con él un poco más de tiempo siempre y cuando no requiriesen de ella. También fue junto con ellas Adán, con intención de darle un último adiós. Su hermana no se negó con la condición de que solo permitieran al chico estar junto a él durante unos minutos por su propia salud mental.

Así mismo, Inma decidió regresar a la casa rural para desayunar con algo de tranquilidad y Jessica limpió la Winchester y la guardó en un baúl del comedor de la casa como su nueva adquisición.

Por su parte, Eva y Nicole se organizaron para el buen abordaje de sus interrogatorios.

—¡Mierda! —maldijo Samuel estirando del nudo que retenía sus muñecas—. ¡Vamos, Samuel! ¡No es más que el cable de una tele! ¡No puede ser tan fuerte! Dita sea…

Samuel cerró sus párpados rendido por el cansancio. Sus recuerdos divagaron hasta hallarse en el instante exacto en el que había decidido embarcarse en aquella misión, arrepentido por ello. Rememoró a Rosalie. Habría sacrificado lo que fuese por haber estado junto a ella abrazados en la cama en aquellos momentos en lugar de hallarse maniatado a escasos minutos de su final.

A su oído llegó el liviano sonido de un par de voces susurrando seguido de un conjunto de pasos que procedía a perderse a medida que se alejaba. Lo sabía. Samuel sabía que, tarde o temprano, alguien aparecería en la habitación, pistola en mano, y le clavaría una bala entre ceja y ceja. Esa persona ya estaba ahí, y entraría en cuestión de segundos. Pensó que, en el fondo, se lo merecía. No debería haber aceptado que debían asesinar a un grupo de personas que no habían resultado ser hostiles contra ellos solo por la puta paranoia del puto Alejandro. Todo era su culpa.

La luz del jardín le cegó cuando la puerta se abrió de golpe. A través del sol digno de la mañana, Samuel diferenció una figura femenina en el envés con su cabello ondeando al viento. Se trataba de la chica de la alabarda.

“Estoy muerto”.

—Sabes que lo voy a hacer a mi manera, pero, dime, Nicole, ¿cómo quieres que empiece?

Junto a la entrada de la habitación de Jessica, donde se encontraba retenido el chico salvaje, Eva y Nicole concluían la conversación por la que habían estructurado los interrogatorios para lograr obtener la máxima información de cada uno de ellos antes de aventurarse a su realización.

—Empieza suave. Dale la oportunidad de colaborar con nosotros, y si ves que así no vas a llegar a ninguna parte, ve subiendo la intensidad. Eso sí, procura no pasarte. Intimídale, pero no ejerzas violencia.

—No prometo nada.

—Eva, no seas violenta —reiteró Nicole haciendo hincapié en la importancia de ello—. No pasa nada si le asustas, pero si te teme, podría jugar en nuestra contra a la hora de plantearles la paz.

—Apostaría porque ya me teme —puntualizó Eva convencida—, y mejor que sea así.

—En fin, solo eso, recuerda no pasarte. Yo iré a la otra habitación y me encargaré de la chica.

—No te preocupes —disuadió a la rubia de cualquier pensamiento de fracaso—. Este va a cantar como si fuera un ruiseñor.

Mediante un ligero arrastre con su pie, Eva cerró la puerta tras ella. Incluso aquel simple sonido sobresaltó a Samuel, quien parecía ser incapaz de despegar sus pupilas de la intimidante joven. Ella advirtió al instante que aquel chico no era ni remotamente valiente. Quizá ni siquiera tendría que hacer tanta presión como había planteado en un principio.

Haciendo resonar sus botas al impacto en el suelo de la habitación, Eva se sentó sobre la cama, ubicándose frente a donde estaba su rehén. Samuel permaneció inmóvil al tiempo que tragaba saliva con algo de dificultad. Eva pensó que al menos era lo suficientemente valiente como para no desviar su mirada. No todas las personas que se habían enfrentado a ella lo habían sido.

—¿Qué pasa? ¿Has visto algún fantasma? —expelió Eva mofándose de su rostro descompuesto por el miedo.

—Si vas a matarme, hazlo ya —habló Samuel con voz quebradiza.

Reaccionando a su súplica, Eva desenfundó su cuchillo. Una gota de sudor helado se deslizó por la frente de Samuel, quien ya había predicho que aquel filo iba a rebanar su garganta. La sorpresa le cautivó cuando descubrió que lo que la chica se dispuso a cortar fueron las retenciones de sus muñecas. Con la tranquilidad de una persona que sabe que su entorno está bajo control, aquella mujer se reacomodó sobre el cálido colchón sin apartar su mirada de él.

—¿Por qué? —expresó Samuel confuso mientras se acariciaba las marcas de las ataduras.

—Porque no las necesitas. No vas a salir de aquí si yo no te lo permito, y quiero que esa realidad se clave en tu mente. Levántate, haz cualquier movimiento brusco, y descubrirás por qué soy yo quien está aquí y no cualquiera de mis compañeros.

Sus palabras provocaron que Samuel se cerciorase de un detalle en particular. Aquellos no eran una pandilla de animales o tarados como las muchas con las que se habían tropezado. Tanto la poderosa defensa que habían organizado como la incuestionable capacidad de la castaña en sus razonamientos lo confirmaban. Aquellas personas eran auténticas supervivientes, y Alejandro le había declarado la guerra a todo el grupo.

—¿Te acuerdas de mi amiguita rubia? Sí, la de las tetazas, seguro que te has fijado. Pues resulta que fue policía, y se le da bastante bien sacar información a la gente. Ha estado hablando con la chica que venía contigo, y hemos descubierto un par de cosas interesantes. A lo mejor tú puedes ayudarnos a resolver algunas dudas que tenemos, emm, ¿cómo te llamas?

—Samuel…

—Samuel… Bien, Samuel, dime, ¿dónde está la granja?

Encerrada y retenida como si fuese un animal salvaje, Piper sollozaba anhelando su libertad. La rubia que se había encargado de su captura se había asegurado de cerrar las persianas para que el habitáculo se hallase en una absoluta penumbra. No podía ver nada. Apenas conocía cual era la disposición de los objetos allí dentro, y lo cierto era que tampoco le importaba en exceso. Su huida de la ratonera en la que había caído era la razón principal que le concernía.

La oportunidad que había aguardado se presentó súbitamente materializada en otra mujer rubia que deslizó el picaporte de la puerta y se introdujo mientras la observaba con escudriñamiento. La joven se desplazó hasta las ventanas y subió las persianas, permitiendo al cuarto empaparse con la cálida luz del día.

—Buenos días —saludó Nicole sentándose en una silla frente a la adolescente—. Mi nombre es Nicole. ¿Cuál es tu nombre?

Un escupitajo al suelo fue la respuesta que recibió hacia la formal educación mostrada. Aunque lo habría negado en cualquier situación frente a Eva, Nicole deseó estamparle el pie en la cara.

—Quizá debamos empezar de nuevo…

—Si has venido a interrogarme, puedes ir olvidándote de ello, porque no soy ninguna chivata de mierda —se engrandeció Piper retando la paciencia de su oponente—. Haz lo que te dé la gana. No voy a hablar.

—Escucha, no he venido aquí a hacerte daño. Vengo de buena fe. Ninguno de nosotros ha tenido intención de herir o matar a nadie en ningún momento, y es un detalle que deberías tener muy en cuenta, porque tú sabes perfectamente para qué habéis entrado en nuestro pueblo, y lo que habéis hecho.

—¿Vuestro? —espetó Piper ofendida—. Esto no es vuestro. Los recursos que hay aquí no son ni de coña vuestros. Nosotros encontramos la…

—No hace falta que te calles —le aclaró Nicole entusiasmada al percatarse de que ya comenzaba a dominar la pugna—. Sabemos lo de la granja, y sabemos dónde está. Si estoy aquí, es por otra cosa.

—Samuel…

—Correcto, él nos ha dicho cómo podemos llegar hasta allí. Ha hecho un trato con nosotros. Nos ha contado todo a cambio de que no hiriéramos a una persona en particular.

—Rosalie, ¿verdad?

—Correcto —afirmó la agente orgullosa de su estratagema.

—Mira, tetas operadas, me importa una puta mierda lo que le hayáis sonsacado a ese capullo y lo que sepáis. A mí no me vas a sacar una palabra ni con embudo, y no hay nada que vayas a ser capaz de hacer para conseguirlo. Estúpida, imbécil, gilipollas, puta, rubia de bote de mierda.

Piper arrojó un segundo escupitajo que impactó en la mejilla de Nicole. Irritada por ello, la rubia extrajo el Kukri de empuñadura negra y lo hincó en una mesa cercana, sobresaltando a la adolescente, quien ya no lucía tan embravecida.

Por primera vez, Samuel retiró la mirada hacia el suelo manteniéndose en silencio, acobardado.

—No te lo voy a preguntar una segunda vez, así que contéstame y nos ahorraremos todo lo que vendrá después —amenazó Eva a la par que deslizaba su dedo con suavidad a lo largo del filo de su cuchillo.

—No… no puedo…

—Ya, te entiendo —confraternizó Eva incorporándose y caminando con lentitud hacia Samuel, quien no se atrevió a despegarse de su asiento pese a contar con la libertad de sus manos—. Yo tampoco lo haría. La traición hacia tus camaradas, tus amigos, las personas que te quieren, es lo más amargo que te puedes echar al paladar, y más hoy en día, donde cualquiera te vendería por un trozo de pan, por una latita de atún o por escapar de un grupo de personas que te persiguen. Dime, Samuel, ¿te han vendido?

—Yo no…

La presión que se generó en su garganta cortó de inmediato todo flujo de aire con el que estaba cargado sus palabras. La mujer de la alabarda le había agarrado inesperadamente del cuello. La fuerza que ejercía con un único brazo era tal que, si no supiera que era ella, Samuel habría creído que se trataba de alguno de los armarios musculados del grupo.

—Te han vendido, Samuel, y ahora eres mi propiedad —le esclareció serpenteando la punta del puñal hacia uno de sus ojos—. Quiero saber dónde está la granja, y quiero saberlo ya, o te voy a sacar cada pedacito, cada tira de piel de tu cuerpo, y haremos un delicioso bacon contigo. Seguro que les encanta. Tienes una pinta deliciosa.

Aunque la actitud inhumana de la joven le había petrificado, Samuel recuperó de lo más insólito de sus entrañas la escasa valentía que le quedaba.

—Haz bacon si quieres. No te diré nada.

—Sí que lo harás.

Afianzando el mango del arma sobre sus dedos, Eva incrustó la hoja en el muslo de Samuel.

Un chillido ensordecedor alcanzó los oídos de Piper y heló su sangre mucho más de lo que había conseguido hacerlo la amenaza de la tetuda. A Nicole tampoco le pasó desapercibido aquel grito, pero pensó que debía concentrarse en su objetivo y no darle demasiadas vueltas a lo que fuese que Eva pudiese estar haciendo, porque estaba convencida de que ella era la responsable.

—Dices que vienes de buena fe, ¿no? Entonces, ¿a qué viene ese grito? —la asaltó la adolescente conmocionada.

—Te lo he dicho. Yo —recalcó señalándose—, vengo de buena fe. Mi compañera, sin embargo, tiene otro tipo de temperamento. Samuel debe haber comentado algo que no le ha gustado. O a lo mejor se ha pillado las pelotas con la cremallera, ¿quién sabe?

—Ahora te pones a vacilarme —reseñó Piper muy molesta—. Tenéis suerte de que hayáis dado con nosotros. Si hubierais capturado a Alejandro o Tammy, otro gallo cantaría.

—Eso quiere decir que sois los eslabones débiles, ¿no?

—No, yo no he dicho eso. No me llames débil, pedazo de puta —se exaltó indignada por aquella consideración—. Alex es el líder y Tammy su putita, tienen muy mala leche, y ya habrían rajado hasta tu coño si te hubieras visto con ellos cara a cara. Y, para que lo sepas, de los más de veinte que somos, soy de las más fuertes, puta imbécil.

Nicole suspiró y sonrió embriagada por una gran satisfacción. Sus dotes no se habían deteriorado ni un poco, desde luego. Recogió el kukri que aún permanecía atravesando la mesa y se puso en pie para proceder a irse del cuarto seguida por la atónita mirada de Piper.

—Gracias por todo.

—¿Gracias? ¿Cómo que gracias? —expresó la salvaje sintiendo que la estúpida rubia no paraba de burlarse de ella—. ¡Hey, vuelve aquí! ¡Desátame! ¡Dame algo de comer o de beber! ¡Vuelve, puta!

Tan solo por un instante, Samuel sintió como su aliento se enquistaba en su tráquea al notar el tacto del cuchillo en sus carnes. Lo había hecho. Sus amenazas no eran un simple juego. Y pronto iba a asegurarse de ello.

Como acto reflejo, Samuel trató de encajar un puñetazo en el rostro de la castaña. Eva le apresó con maestría por el interior de su muñeca y ejecutó una llave que estampó su cara directamente contra la pared. Palpó su nariz al denotar cierto calor cerca de ella. Estaba sangrando.

En menos de un segundo, su oponente ya le había vuelto a someter. Eva dobló la mano del chico y lo condujo sin dificultad hasta donde le convenía. Samuel acabó tirado encima del colchón con sus rodillas hincadas en el suelo y su cuello siendo presionado por la pierna de Eva.

Volvió a chillar cuando Eva sacó el cuchillo de su muslo y lo ubicó sobre su garganta.

—Como habrás podido comprobar, no tengo demasiada paciencia. Solo tienes una oportunidad más. Si no me dices nada, te mataré, y tarde o temprano, créeme, os encontraremos.

Samuel presionó sus párpados aguardando el inevitable desenlace. No iba a confesar. No podía vender de esa manera a sus compañeros. No podía convertir en carnada a Rosalie y a todos los chiquillos que tenían a su cargo en esa granja. Simplemente, no podía.

—Mátame, pero no puedo.

Eva sostuvo el cuchillo aún con más fuerza, aunque sabría que sería inútil. Había matado muchas personas, pero el chaval le estaba resultando difícil. No había imaginado que sería leal a los suyos hasta la mismísima muerte, y realmente admiraba esa dedicación en alguien tan joven. En cierto modo, se veía reflejada en él.

—¡Eva!

Ambos se sobresaltaron cuando la entrada a la habitación se abrió por acción de su compañera Inma, quien se hallaba acompañada por Nicole.

—¡Eva, joder! —la reprendió Nicole por el escenario con el que se habían topado dentro—. ¡Te dije que tuvieras autocontrol!

—¡Estoy ocupada! ¡¿Qué coño hacéis aquí?!

—¡Déjalo! ¡Tenemos que enseñarte algo! —comunicó Inma con nerviosismo.

—¡Hazle caso! ¡Inma ha encontrado algo importante! —hizo su acompañante hincapié.

Resignada, Eva guardó su cuchillo. Tras ello, incorporó a Samuel con brutalidad y se sirvió de su antebrazo para inmovilizarle al presionar alrededor de su cuello, sofocando su respiración. Tan solo requirió de unos veinte segundos para que el adolescente cayera inconsciente al suelo ante la atónita contemplación de Nicole e Inma, cuya primera opción habría sido volver a atarle.

—Bueno, ¿y qué es eso tan importante que ha encontrado Inma?

—Ven al salón.

Rindiéndose ante la petición, Eva acompañó a las chicas hasta el correspondiente salón. Una vez en el interior, se percató de que alguien, probablemente Inma, había amontonado sobre la mesa algunos periódicos de papel. De entre todos ellos, Nicole destacó uno, que le entregó al instante.

—Lee la portada.

—“La apertura de las últimas fechas festivas del pueblo de Rockrose Newville se vieron teñidas por un sombrío suceso. La famosa pirotecnia lanzada todos los años en honor a nuestra patrona ha incendiado la granja de los McEwen en un momento en que ellos no se encontraban en casa. Ha sido tras su regreso cuando toda la familia se ha percatado del horrible acontecimiento”.

Eva no necesitó continuar leyendo para comprender por qué la habían solicitado con semejante entusiasmo. Ambas debían haber pensado que aquella era la granja que estaban buscando. Para ella, sin embargo, no tenía sentido.

—¿Por qué viviría nadie en una granja que está quemada? —cuestionó Eva mientras examinaba la fotografía de la noticia en la que se mostraba un establo de madera ennegrecido—. Sé lo que estáis pensando, pero no sé…

—¿Pero has terminado de leer la noticia? —preguntó Inma extrañada.

—Pues no.

Nicole se acarició la frente emocionada por despejar las cuestiones que nublaban su mente.

—Si lo piensas, y si lees la noticia completa, tiene bastante sentido. Según el periódico, se trata de la granja más cercana al pueblo, lo cual es coherente tácticamente, y, además, era una de las más conocidas en la zona. La familia era famosa por la distribución de carne en este pueblo, en los de alrededor, e incluso en la ciudad más cercana. La mayoría de gente debía saber sobre esta granja, y eso incluye a nuestros amigos adolescentes si vivían por aquí cerca.

—Y otra cosa más —se involucró Inma—, tú misma has dicho que nadie pensaría en vivir en una granja quemada. Por eso mismo, nadie iría ahí a instalarse o a buscar suministros. Es el escondite ideal.

—Se me ha ocurrido, Eva —la interrumpió Nicole al descubrir que se aventuraba a contraatacar de nuevo—, que podríamos utilizar este periódico y las fotos de la granja para presionarles a los rehenes más, como si fuera la prueba de un crimen. Las reacciones que tengan delante mío me van a confirmar si esta es la granja que estamos buscando.

—Bueno, y si lo es, ¿cómo vamos a llegar hasta ella? —la presionó Eva carente de confianza en su estratagema—. Aquí no pone nada acerca de dónde está.

—Eso es lo que quiero descubrir, para eso es para lo que quiero presionar. Desde luego, pienso que será más efectivo que ponerle al rehén el cuchillo en la garganta para que hable.

Eva permaneció en absoluto silencio juzgando con la mirada a Nicole por la expresión con la que se había dirigido a ella.

—No me mires así, joder. Te dije que no fueras violenta. ¿Pensabas cortarle el cuello si no decía nada? —le espetó indignada por su irresponsabilidad.

—Tengo más autocontrol del que piensas. Tú usas tus técnicas, y yo uso las mías. Si pretendiera matarle, ya lo habría hecho, créeme.

La tensión en la sala se incrementó ligeramente mientras Nicole cavilaba la certeza de aquellas palabras hasta que Eva la aniquiló desviando el tema principal de la conversación.

—¿Y de dónde coño habéis sacado todos estos periódicos?

—Los he encontrado yo —reveló Inma con satisfacción—. Estaba buscando un entretenimiento para el desayuno, algo para leer, y me topé con todos estos periódicos guardados en un cajón. Hay algunos que son bastante antiguos. Parece que alguien los coleccionaba.

—Lo dudo —la contrarió Eva reparando en un detalle que se le había escabullido a Inma—. Esto es una casa rural, se alquilaba a turistas durante las vacaciones. Probablemente los tenían como parte de la historia del pueblo. Dudo mucho que alguien se dedique a guardar periódicos porque sí.

—En fin —intervino Nicole reorientando el dialogo hacia la línea que le interesaba—, puesto que acabas de dejar inconsciente al chaval, probaré lo del periódico con la chica, pero vamos, la muy perra no está nada colaborativa, así que nos tocará echarle un cubo de agua fría al otro encima.

—Suerte —le deseó Eva con sinceridad—. Mientras tanto, iré a atar al bello durmiente, no vaya a ser que le dé por confiarse y salir corriendo.

—Pedazo de puta. ¿Qué se habrá creído? ¿Piensa que puede hablarme así porque soy una niña? Pues no soy ninguna niña. Tiene suerte de seguir con vida. Tiene suerte de que no haya tenido que vérselas conmigo. Agente de policía, puff, seguro que era de las guarras esas que se dedican a chuparle la polla al jefe para ascender.

Piper, quien no había parado de insultar a su captora y estirar con brutalidad de sus retenciones desde que esta se había marchado, acumuló su mayor golpe de suerte cuando, en un ataque de rabia inesperado, consiguió partir el cable de la videoconsola que mantenía sus muñecas atadas. Casi alucinó al contemplarse al fin liberada.

Agachada y sigilosa, se parapetó junto a la puerta en escasos segundos y la abrió con delicadeza.

—¡Puta mierda!

Su escapatoria había coincidido en el instante en el que la rubia parecía encontrarse regresando al cuarto. Recordando de nuevo a sus progenitores, Piper deslizó las persianas para poder jugar con ella a las tinieblas y se ocultó agazapada en una esquina.

—Hola de…

Nicole ni siquiera pudo terminar su oración antes de que Piper esprintase hacia la puerta por la que acababa de acceder y la estampara contra ella, arrojándola al suelo tras perder el equilibrio. El instinto de supervivencia de la salvaje hizo que se olvidase de todas las brutalidades mediante las cuales pensaba vengarse de la rubia y echara a correr cual gacela malherida en dirección a la salida principal de la casa rural.

—Hija de la gran puta…

Rauda, Nicole se puso en pie, arrojó el periódico que portaba sobre la cama y corrió detrás de la rehén mientras se limpiaba una diminuta mancha de sangre que había surgido en su labio.

Cuando se halló a tan solo metros de la verja, Piper pensó que ya había logrado escapar, y habría sido cierto si Eva e Inma no hubiesen estado aún en el comedor, pero todavía permanecían allí, y para ninguna de las dos pasó desapercibido lo que estaba ocurriendo.

—¡Cogedla! ¡Se escapa! —vociferó Nicole tratando de abalanzarse hacia ella.

Inma, sin demasiado conocimiento acerca de cómo actuar, se limitó a correr tras Nicole tratando de ayudar. No obstante, Eva, más previsora, desenfundó su arma convencida de que no podían permitir que la salvaje huyera a la par que se internaba en la carretera a la que habían trasladado la persecución.

—Joder, ¡cómo corre!

Nicole se sentía ciertamente humillada mientras aceleraba sus piernas tras la adolescente. Pese a que sus entrenamientos habituales exigían una inmensurable cantidad de fuerza, resistencia y agilidad, aquella chica la superaba en creces en velocidad pura. Si continuaba así, no iba a lograr alcanzarla ni aunque corriese diez kilómetros detrás de ella. Tenía que plantear otra estrategia. No podía permitir que escapase. Alertaría a sus compañeros de que conocían la ubicación de la granja y su plan quedaría destruido en segundos.

Fue entonces cuando en su pensamiento irrumpió reverberando el sonido de un disparo.

Después de haber recuperado las energías que eran tan necesarias para Alejandro con la comida, el líder delegó en Sabrina la labor de reunir al resto del equipo para ponerles al día acerca de lo que había sucedido. Mientras ella cumplía con la orden, los demás exploradores permanecieron en los sofás recuperándose de su fatiga, excepto el propio Alex, que decidió dirigirse a su cuarto para descargar su equipaje y cambiarse de ropa.

Una vez allí, el último objeto del que se deshizo fue de la espada con la que había segado la vida del extraño tipo musculado y de la que se había apoderado. La sacó de su funda, examinándola con interés. El acero antiguo de la hoja deslumbraba con su brillantez y los grabados de colores negro y dorado de la empuñadura le advirtieron de que no era ningún arma sacada de cualquier lugar. Casi parecía que hubiese sido robada de un museo.

Tras haber extendido la noticia de la congregación, tal y cómo Alex le había pedido, Sabrina fue hasta el dormitorio del chico para comunicárselo. Sus mejillas se ruborizaron cuando se dispuso a entrar y se encontró con el susodicho sin camiseta rebuscando en el armario.

—Perdón, perdón…

—¿Qué coño? Sabrina, mujer, pasa —la instó Alejandro advirtiendo su vergüenza como una gran estupidez—. Ni que fuera la primera vez que me ves sin camiseta.

—Ya, bueno, no quiero incomodar, con lo que está pasando últimamente.

—¿Qué está pasando últimamente?

Sabrina se adentró con lentitud en la habitación meditando con extrañeza acerca de si Alejandro se estaba haciendo pasar por idiota o realmente no era consciente de lo que ocurría alrededor de ellos dos y Tammy.

—Da igual, eso no es importante ahora. Ya les he dicho a todos que vas a hablar sobre lo que ha pasado en el pueblo.

—Ajá, muy bien.

—Por curiosidad, ¿qué piensas decirles?

Sabrina permaneció a la espera de una respuesta instantánea, pero Alejandro se encontraba tan concentrado en localizar una de sus camisetas que ni siquiera la había escuchado. Durante aquel momento de tensión en el que ninguno pronunció palabra, la adolescente no pudo reprimir una mirada lasciva que inspeccionó cada recoveco del torso desnudo del chico.
Aunque era bastante delgado, sus músculos se marcaban lo suficiente como para resultarle atractivos.

—Sabrina, estás embobada —chasqueó Alex sus dedos despertándola de su ensimismamiento—. ¿Qué pasa? ¿Te gusta lo que miras?

—Estoy buscando tus abdominales, palillo.

Alejandro le respondió con una mueca de burla. Muchas chicas del grupo, y en especial, aquellas con las que no tenía una buena relación, le llamaban entre ellas palillo para burlarse de él. Alex lo había descubierto con el tiempo, pero no era un hecho que le quitase el sueño.

—A lo mejor estás buscando otra cosa más gorda que está algo más abajo.

—Sigue soñando, gilipollas.

Durante ese instante en el que intercambiaron una sonrisa y ambos sintieron que el universo se había detenido, Alejandro recordó que Tammy no estaba en la granja junto a él, por primera vez en meses. Sus pupilas se cruzaron con las de Sabrina, y de inmediato lo supo. Estaba suplicando por ello. Se lo estaba pidiendo a gritos. Sabrina se sobresaltó cuando Alejandro metió la mano por debajo de su camiseta.

—¿Alejandro? ¿Qué... qué estás haciendo?

Toda su impresión se desvaneció cuando sus suaves labios se unieron en un dulce beso. Sabrina, olvidando todos los problemas que la rodeaban, quedó sometida en simples segundos al placer de la carne.

—¡¡¡Hija de puta!!!

Sometida por su asombro, Nicole se lanzó en mitad de la carretera hacia el cuerpo derribado de la salvaje. Sin demasiado conocimiento acerca de cómo actuar, apretó con sus manos el agujero de bala que se había creado en la pierna de esta.

—¡¡¡Me habéis disparado!!! ¡¡¡Me habéis disparado!!!

—¡¡¡Joder, venid aquí, necesito ayuda!!!

Nicole continuó presionando mientras trataba de ignorar los alaridos de la joven para aclarar las ideas de su mente. Lidiar con aquella clase de emergencias no era su fortaleza, pero debía actuar de algún modo. Como mínimo, debía llevarla hasta Maya para que ella se encargase.

—Mi prima está en el centro médico. Deberíamos llevarla hasta allí —sugirió Inma continuando con la línea de pensamiento de Nicole.

Eva se demoró unos segundos más en aproximarse a la sangrienta situación de la cual se podía considerar responsable. Nicole, por su parte, no pudo controlar más su serenidad.

—¡¡¡Mira lo que has hecho!!! ¡¡¡Se está desangrando!!!

—Es un disparo no letal en una zona que está alejada de cualquier vaso principal. Le joderá, pero no se va a morir por eso. Maya le sacará la bala, y si ella no puede, yo misma lo haré, y se acabó. Además, ahora tendremos la seguridad de que no volverá a salir corriendo.

—¡¿Es una puta broma?! —se incendió la rubia al percatarse de que Eva estaba justificando su disparo con absoluta serenidad.

—No la ibas a atrapar —negó ella rotundamente—. Sabes lo que pasaría si se escapa, y entonces, a lo mejor sí que te tocaría abrir fuego, quisieras o no. No me chilles como si fuera un monstruo. Alguien se tiene que manchar las manos si nadie más está dispuesto a hacerlo.

—Ya hablaremos tú y yo de esto —le asestó Nicole resignándose tras incorporarse con la salvaje sobre sus brazos—. Yo voy a buscar a Maya que arregle el estropicio que has montado.

—Si quieres perder el tiempo, adelante. Yo iré a descubrir de una vez donde está la puta granja.

Ignorándola por completo, Nicole pasó junto a la vera de Eva seguida de Inma hacia el lugar en el que se hallaba el centro de salud. Por su parte, podía hacer lo que quisiese para conseguir la ubicación de la granja. No podía estar controlándola siempre como si fuese una niña pequeña. Sacar la bala de la pierna de aquella chica era su máxima prioridad.

—¡Hijos de puta! ¡Me habéis disparado! ¡Os voy a matar! ¡Os mataré!

Extenuada por el cansancio que la sometía tras haber recorrido kilómetros en pena tratando de encontrar la granja, Tammy suspiró cuando descubrió finalmente su hogar en la lejanía después de que hubiese conseguido reorientarse en los andrajosos caminos rurales. Al fin podría entrar y descansar, además de descubrir si Alejandro había regresado. Con ese pensamiento presente en su mente, la chica corrió hacia la entrada principal.

—¿Se puede saber por qué está tardando tanto? —criticó uno de los adolescentes apostados en el salón—. ¿Qué coño estamos haciendo aquí?

—Tened paciencia, joder. Alejandro se está cambiando de ropa. Va a bajar en nada —le disuadió Roberto, siempre dispuesto a defender a su mejor amigo.

—¿Y entonces para que nos mete tanta prisa, tío?

—Que te calles ya, joder, pesado —insistió Roberto sin demasiada paciencia.

—Iré a decirle que le estamos esperando —se ofreció Rosalie temiendo que la personalidad tan volátil del chico acabase por organizar un festival de puños en mitad del comedor.

Sin embargo, una marea de puñetazos que impactaron contra la puerta principal alertó a todos de que algún desconocido intentaba introducirse en la casa. Los adolescentes se organizaron preparados para un ataque inminente hasta que escucharon la voz que provino del exterior.

—Capullos, soy yo. Abridme.

—Falsa alarma, es Tammy —les disuadió Roberto relajando a sus aventurados compatriotas.

Adelantándose a cualquier acción del resto, Caleb pasó junto a Rosalie y desbloqueó la entrada emocionado porque hubiese regresado una persona más. Tammy, por su parte, apartó al chaval de un manotazo en cuanto entró y oteó con la mirada a las personas que se encontraban en el salón. Roberto pudo advertir a quién trataba de localizar en cuanto se dirigió como un rayo hacia su posición sin molestarse en disimular su cuerpo sumido por el agotamiento.

—Alejandro está en su habitación. Gracias por saludar. Nosotros también te hemos echado de menos.

Ignorando la provocación, Tammy se encaminó hacia las escaleras sin expresar palabra a ningún otro de sus compañeros. Desde la lejanía, el eco de una voz que no le importaba lo más mínimo se aventuró a realizarle una petición.

—Dile que baje de una puta vez. Le estamos esperando.

Decidida a sonsacar la confesión que deseaba desde hacía horas, y sin el más mínimo ápice de preocupación por la chica a la que había disparado, Eva retornó a la habitación de Jessica. Buscó con la mirada al chaval, que permanecía inconsciente tirado en el frío suelo.

—¡Levanta, capullo! —le estimuló con una serie de ligeros puntapiés directos a su hombro.

En aquel instante, Eva esperaba que el adolescente fuese despertando aletargado y con lentitud, pero no había podido imaginar el mordisco que le clavó en la pierna aprovechando el descenso de su estado de alerta.

—¡Ahh, hijo de puta!

Eva se dispuso a reventar la cara del niñato a patadas. Sin embargo, este la superó en velocidad, incorporándose antes de que pudiese hacerlo. Adivinando que el muy valiente pretendía lanzar un ataque aún con sus manos desnudas, la mujer desenfundó el cuchillo para intimidarle. Ambas intenciones fracasaron, y los dos lo supieron cuando intercambiaron una mirada de lamento.

—¿Qué has hecho? ¡¿Joder, qué has hecho?! —le gritó Eva contemplando absorta el puñal, que se había hincado entre el abdomen y el pecho del chico.

Samuel se tambaleó indefenso sintiéndose un inútil. Había tratado de agredirla para salir de allí y se había clavado el cuchillo en el proceso. Acababa de matarse solo. Apartando cualquiera de sus pensamientos, se precipitó sin fuerzas hacia los brazos de Eva, que le sostuvo temblorosa.

—¡Me cago en la puta! ¡Joder!

Aunque no poseía ningún conocimiento médico, Eva sabía que aquello sí que era una auténtica emergencia. Cargando con él, echó a correr en dirección al centro médico con la débil esperanza de que Maya pudiese encargarse del incidente. Samuel sí iba a morir si no le trataban. No podía permitirlo.

Tras haber subido los escalones de dos en dos, Tammy caminó acelerando hasta situarse junto a la entrada del cuarto de Alejandro. Ya había colocado la mano en el manillar cuando se detuvo. Un curioso sonido que provenía del interior captó su atención más maligna. Acercó más su oído a la puerta y lo identificó de inmediato. Eran gemidos. La frase que prosiguió al cántico del placer tampoco dejó demasiado a la duda.

—No, por el culo no…

—¡Sí, por el culo sí, por el culo sí!

Con el corazón sobrecogido, Tammy le propinó una patada a la puerta descargando en ella toda su ira y frustración. La chica se ahogó en su propia rabia cuando descubrió a Sabrina cabalgando sobre Alejandro como una loca poseída. Sabrina chilló al ver a Tammy entrando en la habitación como si les invadiese un comando. Tras separarse de Alejandro deseando no haber entablado nunca contacto con él, se abalanzó contra el suelo tapándose con la manta.

—¡¡¡Tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú!!! ¡Tuuuuuuuuuuu! ¡¡¡Hijo de puta!!!

Alejandro se incorporó completamente desnudo y caminó hacia Tammy pensando en la forma en que podría controlarla. Entre su enajenación mental, mientras continuaba insultando a Alex, la cornuda no tardó en localizar la espada tirada en el mueble.

—¡Tammy! ¡Tammy, relájate!

—¡¿Me estás pidiendo que me relaje?! ¡¿A esto te dedicas cuando no estoy, Alejandro García?! ¡¿A follarte a esta puta barata de barrio?! ¡Que estaba por ahí perdida, que podría estar muerta, y esto es lo que te preocupa!

Varias personas comenzaron a aparecer por el pasillo de la planta superior. Los chillidos estaban atrayendo al resto de los adolescentes.

—Yo…

Frente a la incapacidad de Alejandro para justificarse, Tammy le dio la espalda y cubrió su rostro con sus manos víctima de la impotencia. Sabía que ocurriría eventualmente, que la relación iba a terminar por quebrarse, pero el chico había elegido el peor momento para ello. Después de lo de Scarlett, la cordura de Tammy estaba bajo mínimos. Y lo hizo. Se aproximó con disimulo hacia el mueble.

Sabrina quiso intervenir, pero Alejandro la disuadió con un gesto de su cabeza.

—Tammy, escucha…

—¡Alejandro!

La desgarradora advertencia de Sabrina fue inútil. Las palabras de Alejandro se sumieron en un gorgoreo de sangre que comenzó a acumularse en su garganta. Observó los párpados de Tammy bañados en lágrimas mientras trataba de asimilar la sensación del acero ensartando su abdomen de lado a lado.

—¡¡¡Alex!!!

Sus compañeros alcanzaron la entrada al cuarto en el instante preciso para contemplar cómo la salvaje extraía una espada empapada con la sangre de su novio del estómago de este y la blandía hacia su cuello.

La cabeza de Alejandro rodó por su habitación hasta detenerse a los pies de Roberto.

                         

#Naitsirc