Big Red Mouse Pointer

miércoles, 13 de marzo de 2019

NH2: Capítulo 063 - Beneficio mutuo

—¡Puma!

Un susurro casi imperceptible penetró en su interior. Puma abrió los ojos bastante sobresaltado, convencido de que una voz femenina le había llamado. No tardó en advertir de que su creencia era imposible. En aquel místico y extravagante lugar no había nadie más. Ni siquiera había nada. Tan solo le acompañaba una inmersa oscuridad tan espesa como una neblina. Se incorporó con dificultad, sorprendido de que pudiese sostenerse sobre un soporte que parecía inexistente. Lo único que podía observar era negrura, allá donde alzase la vista.

—¿Pero qué cojones? ¿Dónde estoy?

Cuando más confundido se hallaba, de entre las tinieblas de aquel mundo incomprensible, una luz comenzó a centellear resplandeciente. Una luz de color malva.

Roberto mantuvo su mirada expectante en la cabeza rodante de su mejor amigo que se acababa de detener junto a él. Sintió una opresión en el pecho y varias personas a su alrededor se dieron cuenta de que estaba comenzando a hiperventilar. Todos sabían que su mente estaba tratando de procesar todas las maneras que se le ocurrían para hacer sufrir a Tammy.

Fue Rosalie, quien junto con un par de personas más, obviaron la impactante visión de Alejandro decapitado y se percataron de la mirada inyectada en sangre que la asesina le estaba dirigiendo a Sabrina mientras la sangre fresca aún goteaba de la espada.

—¡Cogedla! —gritó una de las chicas.

Roja por la ira, y dispuesta a no achantarse ante la asquerosa homicida, Sabrina salió de la manta sin importarle ir completamente desnuda. Sin nada mejor con que defenderse, la chica agarró la lámpara de la mesita de noche y la lanzó hacia el cuerpo de Tammy. El tiempo ganado por la distracción fue suficiente para que algunos de sus compañeros la placasen, lanzándola contra el armario. El impacto quebró el cristal, clavándose uno de los trozos en el brazo de Tammy, quien soltó la espada por un reflejo muscular.

—¡Asesina!

Recibió una patada de alguien que no pudo concretar en su abdomen. Tammy resopló y cayó al suelo. Rodeó con sus brazos a su bebé consciente de que iban a apalearla. No es que le importase demasiado que recibiese algún golpe, pero era casi como un acto inconsciente.

Y así habría sido, puesto que varios de sus amigos ya se preparaban para hacerlo, si Roberto no hubiera intervenido apartando a cualquier obstáculo parlante hasta llegar a ella.

—¡¡¡Te voy a matar!!!

Tras ser agarrada del cuello, Tammy se levantó involuntariamente en cuestión de segundos. Su espalda se clavó nuevamente en el espejo que ella misma había roto.

—¡¡¡Todo el mundo fuera!!!

Los dos primeros puñetazos fueron tan brutales que Tammy pensó por un segundo que uno de sus ojos había reventado. Su campo de visión fue nublándose poco a poco a medida que percibía cómo los puños de Roberto rebotaban contra su rostro. Creyó escuchar un crujido después del sexto puñetazo. Probablemente se tratase de su nariz, que se había partido.

Alguien empujó a Roberto entre toda la marea de gente, que no habían obedecido a la orden y permanecían en el interior del cuarto adornando a Tammy con insultos de toda índole. Roberto miró cegado por la rabia a la persona que le había agredido, quien no era otra que Sabrina.

—¡¿Cómo has podido?! ¡¿Cómo has podido matarle?! —chilló Sabrina agarrando a Tammy por su ya frágil cuello, tal y como había hecho Roberto.

—Si no es mío, no es tuyo, puta.

Tammy le lanzó un escupitajo a Sabrina en el ojo con la escasa energía que le quedaba. Todavía más enfurecida, la joven rechinó los dientes y arrastró a Tammy por el suelo hasta las ventanas del cuarto frente a la expectante mirada de todos sus compañeros.

—¡Sabrina, para! —gritó Rosalie desde la entrada tratando de hacerse hueco entre el vendaval de personas—. ¡Dejadla ya! ¡No os comportéis como ella!

Roberto la empujó sin miramiento cuando intentó colarse cerca de él. Nadie iba a escucharla. El gentío clamaba sangre. Después de todo, Tammy acababa de asesinar a sangre fría a su líder.

Sabrina estiró a Tammy del pelo, asegurándose de que observaba su rostro antes de disponerse a ejecutarla.

—¿Te acuerdas cuando eras la marginada del barrio, Sabrina? ¿Te acuerdas cuando todo el puto mundo te odiaba por ser la niña rara y repelente? —asestó Tammy con una amplia sonrisa—. Te contaré un secreto. Aún lo eres, aún eres una puta niña rara, repelente y odiosa. ¡El violador de tu padre debería haberte matado a pollazos!

Roberto se adelantó dispuesto a volver a liberar su ira golpeando la cara de la perra, pero Sabrina no dudó ni respondió a ninguna de sus provocaciones. Simplemente, la incorporó frente a ella y le propinó una patada lateral que la hizo trastabillar hacia la ventana. Con una segunda patada directa a su cara, Tammy atravesó la ventana. Durante milésimas de segundo, la joven se sintió como un ave que es al fin liberada de su prisión. Su bienestar se desvaneció cuando su columna se quebró contra el compacto suelo que rodeaba la casa.

—Que estas flores sirvan de ofrenda para que concedas a tu hermano Puma un lugar dentro de tu paraíso. Adán, adelántate.

Con cierto nerviosismo, Adán caminó hasta la camilla en la que descansaba el cuerpo sin vida de su antiguo amigo y depositó junto a él un ramo de margaritas que había estado recogiendo del campo con la ayuda de Alice.

Tras ello, Maya prosiguió. Alice chasqueó la lengua, deseando que la ceremonia se terminase de una vez. Nunca había sido una persona devota. Ella ni siquiera creía en la existencia de un Dios, pero su compañera había insistido en hacerle a Puma una pequeña ceremonia aun sabiendo que probablemente resucitaría, y la insistencia del niño por ella tras haberla mencionado la terminó de atrapar en el acto devoto.

Y allí estaba, agotada después de más de media hora de pie con los brazos cruzados sin parar de escuchar soplapolleces acerca del reino de los cielos y la vida eterna. Lo tenía claro. Si escuchaba una vez más la palabra “señor”, se cortaría las venas.

—En el nombre del padre, del hijo y del…

—¡¡¡Ayuda!!! ¡¡¡Maya!!!

Un chillido de socorro que reverberó desde el hall del centro médico cortó su santa oración. La primera en salir corriendo fue Alice, seguida de Maya, mientras Adán permanecía en la consulta asomándose desde el interior.

Ambas se sorprendieron al observar a Inma tan fatigada que apenas podía articular una palabra. Nicole la acompañaba cargando con una persona. No tardaron en reconocer a la rehén del grupo de los salvajes.

—¿Qué ha pasado? —la interrogó Maya percatándose de la sangre que empapaba su pierna.

—La puta loca de Eva le ha disparado. Estaba intentando escapar.

Piper volvió a gritar rabiosa de dolor, destrozando los oídos de los presentes.

—¿Puedes hacer algo? —preguntó Nicole como un ruego mientras suplicaba porque la maldita salvaje cerrase su bocaza, aunque fuese solo por un segundo.

—¡Os voy a matar! ¡Tocadme y os voy a matar! ¡¡¡Os mataré!!!

—Que amigable es —comentó Alice conteniéndose para no clavarle a la herida un puñetazo en el ojo.

—Os he dicho mil veces que no soy médica. No sé qué es lo que se hace cuando te viene alguien con una bala en la pierna. Esa era Selene —argumentó Maya contemplando cualquier actuación que se le ocurriese como una auténtica locura.

—Pero sabes algo más que nosotros. El resto no sabemos ni cómo coser. Eva ha dicho que no es mortal. Haz lo que puedas, pero haz algo, por favor.

Maya llevó una de sus manos a la cabeza esforzándose por aclarar sus ideas. No se demoró más de diez segundos en comenzar a organizar a su equipo de trabajo.

—Vale, llévala a la consulta donde está Adán. Dile al chico que te prepare una de las camillas, la ponéis sobre ella y cubrís la zona alrededor de la herida con paños verdes. Alice, tú busca unas pinzas y algo para desinfectar. Si no encontráis alguna de las cosas, mirad en el almacén, porque tiene que haber.

Sin esperar a que Maya prosiguiese, las mujeres se internaron en el lugar especificado e iniciaron la pauta de la sanitaria del grupo con toda la rapidez que pudieron.

—Inma, tú busca a los demás y diles que vengan. Cuantos más seamos, mejor. Además, si no soy capaz de encontrar un sedante, vamos a necesitar a los chicos para que la sujeten, porque tiene pinta de ser una paciente difícil.

—Voy volando.

Tras contemplar a Inma atravesando la salida del centro, Maya corrió a reunirse con las jóvenes.

—¿Qué pasa?

Antes de que pudiera fijar su atención en su paciente, Adán la asaltó. Era más que evidente que Nicole y Alice se habían ofuscado tratando de obedecer sus órdenes y no le habían explicado ni el más mísero detalle al chaval. Se notaba mucho más tenso de lo normal.

—Le han disparado, pero no te preocupes. Vamos a curarla y se recuperará.

—¿Quién? ¿Por qué?

—Adán, ahora mismo no tengo tiempo.

Realmente no podía detenerse a explicar al chico los detalles sobre lo que había sucedido, pero Maya reconoció que le servía a la perfección para evitar la tesitura de contarle que su hermana era la causante de la herida de bala.
Evadiendo al niño, Maya se dirigió hacia la camilla que habían preparado para la salvaje. Recordó que debía buscar el sedante en cuanto otro de sus alaridos retumbó dentro de su cabeza.

—No hemos encontrado los paños verdes, pero hemos puesto todo este papel alrededor de la herida —comunicó Nicole con temblor en sus dedos.

—La idea era que los paños fuesen estériles, Nicole.

—Pero eso no me lo habías dicho. Ni siquiera sé qué significa que un paño sea estéril.

—Da igual. Nos apañaremos con esto —aceptó Maya procurando concentrarse en la técnica en sí.

—He encontrado estas pinzas —entregó Alice el objeto tras extraerlo de su envoltorio—. Y aquí tienes, alcohol para desinfectar.

—No sé si el alcohol es la mejor opción, pero en fin… —musitó agarrando la pinza sin demasiada decisión—. Allá vamos. Nicole, echa el alcohol.

Después de haber caminado durante lo que parecieron kilómetros en la nada en los que el fulgor de la luz no paraba de aumentar, Puma comenzó a pensar que todo aquello era inexistente, que su cuerpo no había logrado recomponerse del daño y que se trataba de una simple alucinación de sí mismo moviéndose por un limbo creada por su cerebro.

Sus malos augurios se disiparon al localizar finalmente el ente emisor de la luz flotando en mitad de la oscuridad. Era un bastón.

Al sentir el alcohol quemando su carne, Piper aulló a sus curanderas entre insultos cada vez más originales y comenzó a agitar todo su cuerpo. Maya volvió a recordar el sedante, pero ella misma se cercioró de que realmente ni siquiera sabía cómo administrarlo.

—¡Sujetadla, por favor!

—¡No, no, no me toquéis, putas, ni se os ocurra tocarme, putas!

Alice, que fue la primera atrevida en intentar retenerla, recibió un puñetazo en el pecho que iba a recordar durante días.
Puma examinó el bastón. A primera vista habría podido parecer normal, pero era evidente que no lo era. Su madera se hallaba recorrida por una serie de grabados que reflejaban el brillo que había estado persiguiendo. Un instinto en su interior le advirtió de que no debía tocar el bastón, pero se sentía extrañamente atraído hacia él. Era como si el eco de una seductora voz le rogase que lo hiciera.

—¡Ya basta! —gritó Nicole sujetando a Piper por los hombros—. ¡Estamos intentando salvar tu miserable vida después de que hayas venido a matarnos y me mandases a tomar el culo cuando te pedí que cooperaras, así que estate quieta de una puta vez y déjanos sacarte la bala!

Puma tocó el bastón. La empuñadura se iluminó de color malva resplandeciendo como un sol.

—¡Maya, venga! ¡¿A qué esperas?!

Todo el empeño ejercido por la rubia para mantener retenida a Piper cesó al descubrir a Maya con sus brazos caídos y su mirada perdida en un punto en el horizonte.

—¿Maya? ¡¿Maya?!

—¿Qué coño le pasa? ¡Maya! ¡¡Maya, reacciona, joder!! —le gritó Alice zarandeando a la chica sin obtener resultado alguno.

El chirrido de las ruedas de una camilla al desplazarse volvió a cambiar su foco de atención. Ante la atónita expectación de los presentes, el pecho de Puma sufrió un brutal espasmo y su cuerpo se desplomó boca arriba en el suelo de la consulta.

En menos de un segundo, Puma comenzó a convulsionar.

—¿Pero qué cojones? ¿Qué coño está pasando? —aulló Nicole víctima del asombro sintiéndose superada por la situación.

Aprovechando la distracción del evento, Piper trató de escapar, pero su rodilla cedió en cuanto descargó su peso sobre sus piernas, derribándola. La salvaje recordó sin miramientos a la madre de la mujer que le había disparado. Realmente había impedido que pudiese huir de cualquier forma.

Alice trató de aproximarse cautelosa a Puma, que no paraba de agitarse con extrema violencia. Adán soltó un suspiro asustadizo cuando la pierna golpeó la camilla en una de las convulsiones, estampándola contra uno de los armarios de medicación.

—¡No! ¡No lo toques! —detuvo Nicole a Alice al adivinar sus intenciones.

—¡Nicole!

Al inservible chillido de advertencia de Adán le prosiguió el retumbante sonido de una cabeza al impactar contra el duro embaldosado. Nicole y Alice se giraron al unísono para encontrar a Maya tirada en el suelo convulsionando al compás de Puma.

—Alice, ¿qué está pasando?

—¿Y yo qué coño sé, Nicole? ¿Y yo qué coño sé?

—¿Pero qué coño les pasa? ¿Les ha poseído el demonio? —espetó Piper sintiéndose intimidada por el surrealismo de la situación—. ¡Estáis locos! ¡Estáis todos locos en este puto grupo! ¡¡¡Sois una puta panda de pirados!!!

Harta de su palabrería, Alice descargó su tensión en una patada que cerró la boca de la salvaje, lamentándose por no haberlo hecho mucho antes. Piper se colocó boca arriba esforzándose por aplacar la sangre que comenzó a deslizarse por su nariz.

—¡Una palabra más y el siguiente tiro irá directo a tu cabeza! ¡Joder con la puta adolescencia!

Nicole no podía parar de alternar su mirada entre Maya y Puma. Ya no solo tenían a una herida de bala, sino que la persona que debía estar muerta había comenzado a convulsionar sin motivo aparente, arrastrando junto a ella a su única esperanza sanitaria. Habría deseado con todas sus fuerzas haber hecho un agujero para enterrarse en aquel momento.

—Alice… —le habló nada convencida—, necesitamos a alguien más, necesitamos… Jessica, quizá ella sabe qué hacer.

La campana de la entrada extendió su sonido por todo el edificio, informándoles de la presencia de una nueva persona en el centro médico. Alice esprintó hacia el exterior imaginando que sería Inma junto con el resto del grupo, pero lo que encontró en el pasillo principal del lugar no iba a ser augurio de buenas noticias.

Tammy hincó sus uñas en la tierra seca y concentró todas sus fuerzas en incorporarse. Un grito de rabioso dolor le recordó que se había roto unos cuantos huesos tras la caída. Tan desesperada como frustrada, empezó a arrastrarse a la velocidad que su maltrecho cuerpo le permitía.

Todos la observaron desde el segundo piso intentando reptar como una patética víbora. Sabrina respiraba profundamente mientras la observaba. Una parte de sí misma se arrepentía de haber sido capaz de arrojar a Tammy por la ventana con semejante frialdad, pero no podía negar que se sentía mejor que nunca.

Al contrario que Sabrina, Roberto no había terminado con ella, y sus compañeros eran bastante conscientes de ello. Apartándoles con el mismo desdén que había mostrado hasta entonces, el chico salió de la habitación y se precipitó hacia las escaleras. Cualquiera que le hubiera visto en ese momento habría podido definir su rostro como el de un auténtico psicópata.

Cuando la puerta principal de la granja se abrió, la mayoría se agruparon en la ventana como un coro de público aguardando a ver un espectáculo. Tan solo unos pocos decidieron marcharse sin el más mínimo interés por la barbaridad que Roberto fuese a cometer.

Mientras aún continuaba arrastrándose embarrándose con el terreno, escuchó unos pasos junto a ella de un joven que clavó su zapatilla en su brazo para detenerla. Tammy alzó sus ojos con el típico gesto desafiante que Roberto conocía a la perfección.

—Después de todos estos años… ¡¡¡Después de todos estos putos años!!!

Roberto le asestó una patada en el vientre reorientándola con su mirada hacia el despejado cielo de la mañana.

—Sabía que iba detrás del culo de esa zorra, lo supe desde que la vimos por primera vez, desde que Alex…

—¡¡No lo digas!! ¡¡¡No digas su puto nombre!!! ¡¡¡No te atrevas a decir su puto nombre!!!

—¿De quién? ¿De Alejandro? —le provocó Tammy instigando su ira.

—¡¡Que no lo digas, joder!! ¡¡¡No lo digas!!!

—¡¡¡Lo diré si quiero, puto cabrón!!! —chilló totalmente dominada por la irracionalidad—. ¡¡¡Era mi puto novio, y diré su puto nombre si me da la puta gana!!!

Otra patada que impactó lateralmente en su cráneo hizo crujir algunos de sus huesos al tiempo que la silenciaba. Roberto se arrodilló sobre el cuerpo de Tammy y la agarró por el cuello. Ambos fueron notando a la par como la presión iba en aumento a cada segundo que transcurría.

—¡¡Era mi amigo, joder!! ¡¡Era mi puto amigo!! ¡¡¡Has matado a mi puto amigo solo porque te ha puesto los cuernos!!! ¡¡¡Le has cortado la puta cabeza con la puta espada, joder!!!

Desde la ventana, Sabrina contemplaba con curiosidad desde la primera fila a Tammy, quien no se esforzaba lo más mínimo en resistirse. Probablemente había aceptado que no podría escapar de su sentencia de muerte tras el acto que había perpetrado, pero le resultaba excesivamente extraño tratándose de ella.

Tras más de medio minuto sin respiración, Tammy inhaló un vestigio de aire consciente de que iba a morir en cuestión de segundos.

—Que… te… follen…

Aquello fue lo último que Roberto escucharía de Tammy.

—¿Qué… qué ha pasado?

Anonadada, Alice sintió cómo la opresión de su pecho crecía al descubrir a Eva cargando con el otro rehén exponiendo un puñal hincado en su cuerpo.

—Tengo que ver a Maya. Si no hace algo, morirá.

—No creo que este sea el mejor…

Eva no quiso escucharla. Con un sentimiento de angustia más que remarcado, esquivó a Alice y se internó en la consulta de la que su compañera rubia había salido y en la que probablemente se hallase la ayuda que necesitaba.

Su intención era entrar gritando a Maya que la situación del chico era más importante que la de la salvaje, pero se sumió en un estupefacto silencio al encontrar a Puma y Maya convulsionando.

—¿Pero qué coño?

—¡¡¡Eva!!! —chilló Nicole al ver lo que le había sucedido a Samuel—. ¡¡¿Qué has hecho, joder?!!

—¡¿Qué?! ¡No ha sido mi culpa! ¡¡Se abalanzó contra mí y se clavó el cuchillo!! ¡¡No era mi puta intención!!

—¡Ya, claro, y casualmente tu cuchillo estaba desenfundado! ¡¿No has tenido suficiente con el tiro que le has pegado a la niñata!?

—Estoy aquí, y puedo oírte, hija de puta.

—¡Cierra la puta boca! —ordenó Nicole imitando a Alice al estampar su suela en el rostro de la niñata malcriada.

—¿Le has disparado tú? —preguntó Adán impregnando sus palabras con un aura de decepción.

—Sí, Adán, no sé por qué, pero tu hermana parece estar bastante empeñada en pisotear el plan que habíamos consensuado. En serio, esto… ¿No puedes por una vez hacer lo qué te digo? ¿Es qué tienes el ego demasiado grande como para escuchar a los demás?

Comprendiendo que Nicole se hallaba en el límite de su control y que una confrontación no iba a resultar de ayuda para nadie, Eva optó por no caer en su juego.

—Mira, Nicole, ha sido un accidente. Ni quiero ni tengo intención de que muera. No me creas si no te sale del coño, pero he venido para intentar salvarle la vida, no para montar un puto circo por ello.

—Pues me parece que no has venido al lugar adecuado —expuso Nicole señalando mediante su brazo a la pareja que yacía en el suelo—. No sé qué está pasando, pero estamos jodidos. Estamos completamente jodidos.

Eva respiró procurando eliminar de su mente todas las distracciones que había en aquella sala y poder concentrarse en el chico que llevaba. Caminó hasta la camilla olvidándose de que existía cualquier otro ser humano y tumbó en ella a Samuel con delicadeza. Sin el más mínimo signo de confianza, rajó su camiseta empapada en sangre de un tirón meditando acerca de lo que podría hacer por él.

La campana de la entrada volvió a repicar, anunciando finalmente a la angustiada Alice de que el resto del grupo había llegado.

—Alice, ¿qué es lo que pasa? Inma nos contó algo de un disparo —se adelantó M.A a los demás al observar a la rubia preocupada en la sala de espera del centro.

—Bueno, es más que eso…

—¿Más que eso? —indagó Inma apareciendo junto a Davis y Jessica.

—Ha pasado algo… Tenéis que verlo con vuestros propios ojos.

Tras intercambiar miradas de desconcierto, los cuatro avanzaron junto con Alice hasta el interior de la consulta, donde el panorama no parecía mejorar.

—¿Pero qué…

Maya abrió sus párpados sintiendo sus músculos entumecidos. Lo primero en lo que pensó fue en buscar a sus compañeros a través de las tinieblas en las que se había sumergido la consulta. No tenía ni idea de lo que había sucedido, pero era evidente que algo no iba bien. Quizá tan solo fuese un apagón, pero las tinieblas que la rodeaban eran especialmente densas.

Tardó solo unos segundos en percatarse de que no se trataba de ningún problema eléctrico. Allí no había nada. Maya levitaba sobre el vacío más negro que jamás hubiese presenciado. Lo peor era que sabía perfectamente donde estaba.

—¿Otra vez aquí? ¿Vuelvo a estar muerta?

Presionada por su nerviosismo, Maya giró sobre sí misma repetidas veces tratando de localizar al individuo que la había besado en el espacio la última vez, pero no parecía hallarse visible. Sin embargo, la joven pudo percibir una sensación que no podía haber descrito en su visita anterior. Olía a lluvia.

—Joder…

—¿Pero qué coño ha pasado aquí?

Tratando de escapar del asombro que les había provocado la visión de Maya y Puma en el suelo convulsionando, M.A esquivó a las ya innumerables personas de la consulta para acercarse hasta su amiga.

—¡No, no la toques! —le detuvo Jessica impidiendo que pudiese agravar el daño producido por las violentas sacudidas—. Tienes que esperar a que pasen. Me lo dijo la propia Maya.

—¿Y se supone que tenemos que dejarla así? —protestó M.A notando la impotencia recorriendo su cuerpo—. ¿Cómo ha pasado esto?

—No lo sé. Nos estábamos preparando para atender la herida de bala de la salvaje, y de repente, pasó. Se cayeron al suelo al mismo tiempo y empezaron a tener convulsiones —relató Nicole.

—¡Jessica! —la llamó Eva con una contundente voz—. ¡Necesito que me ayudes! ¡Ahora!

En la lejanía, una luz de color malva iluminó el vacío como un gigantesco foco parpadeante. Tal era su potencia que Maya tuvo que cerrar ligeramente sus ojos para no ser deslumbrada. Con la inseguridad propia de una situación como aquella, la chica corrió hacia el reflector rogando para que allí se hallase la respuesta a lo que estaba ocurriendo.
Y la encontró, pero no era lo que ella había imaginado.

Utilizando una mesita cercana, Piper volvió a intentar incorporarse lejos de rendirse ante aquella panda de dementes. Su voluntad se sofocó cuando el capullo que la había capturado se colocó frente a ella equipado con su lanza.

—Te la tengo jurada, hijo de puta.

Samuel tosió, sintiendo una opresión en el pecho que no paraba de crecer. Hacía mucho que ya no notaba el cuchillo ensartado. Su sensación de frío era mucho más abrumadora.

—Me voy a morir… Me voy a morir… Me voy a morir…

—¿Qué ha pasado? —preguntó Jessica al contemplar el desastre provocado por el puñal.

—Ha sido un accidente. Se está desangrando. ¿Puedes hacer algo?

—¿Yo? ¿Por qué yo? —se sobresaltó consciente de que no podría atender la emergencia.

—¡No sé, quizá porque Maya está teniendo un ataque epiléptico! —chilló percatándose de que su paciencia no iba a resistir mucho más.

—¿Cuánta sangre ha perdido?

Ambas mujeres se orientaron hacia Inma, quien se había aproximado con cautela hasta la camilla pese a que nadie había solicitado su ayuda. Fue entonces cuando recordaron que ella había sido la encargada de suministrarle el suero a Maya tras el incidente de los bruxistas.

—No mucha. He venido corriendo en cuanto ha pasado, y nuestra casa está cerca de aquí.

Inma se agachó ligeramente mientras se acercaba al filo del cuchillo para examinarlo con mayor agudeza.

—No se ha clavado demasiado. Es superficial —comunicó preparándose para no errar en lo que iba a proponer—. Creo que podemos sacarlo.

—¿Puma?

Maya se cubrió la frente con el brazo tratando de discernir a la persona que se hallaba atrapada entre los incontables fogonazos malvas. Puma emitió una serie de gruñidos que a Maya le costó interpretar hasta que se ubicó junto a él.
Con el rostro absolutamente descompuesto, Puma se aferraba a un extraño bastón flotante que era el causante de la iluminación. Un nuevo estallido de luz hizo que Maya cerrase sus ojos. Una punzada de dolor se clavó en su entrecejo con tal intensidad que temió quedarse ciega si volvía a abrirlos, pero debía hacerlo. Tenía que ayudar a Puma.
Maya examinó a su compañero recordando no fijar ningún punto de su vista en el bastón. Pese a que no gritaba en absoluto, su semblante retorcido reflejaba tal punto de sufrimiento que no podía siquiera llegar a imaginarlo. También notó que el brazo por el que sujetaba aquel artilugio se había quemado desde la mano hasta la región del codo.

—Puma…

—¡Nooooooo! —aulló él sobresaltando a Maya—. ¡No toques! ¡Bastón! ¡Noooo!

—Vaya, vaya, vaya…

Maya se giró hacia la dirección de la que había provenido aquel sonido. Se trataba de una mujer que lucía un cabello moreno radiante y una bonita ropa impoluta caminando hacia ellos con una seguridad que resultaba increíble tratándose del mundo de pesadilla en el que estaban.

—Cuanto tiempo, ¿eh, querida Maya?

—¿Estás segura de que deberíamos sacarlo? —cuestionó Jessica carente de confianza—. ¿No se desangrará?

—No, no creo. Las heridas de cuchillo tienen mucho riesgo cuando estos son amplios y se clavan profundamente, y no se da ninguna de las dos condiciones.

—No tenemos tiempo. Tenemos que intentarlo —concretó Eva dispuesta a asumir el riesgo.

—¡No, espera! —la detuvo Inma al observar que ya se disponía a agarrar el mango del arma—. Vamos a hacerlo bien. Espera un momento.

En apenas una fracción de segundo, Inma se alejó de la camilla sorteando los obstáculos que se interponían en su camino y se detuvo frente a un armario con suministros médicos. Tanto Jessica como Eva permanecieron absortas contemplando a la joven rebuscar entre utensilios de las que ninguna de las dos sabía su utilidad y regresar con algunos de ellos.

—Vale, una de vosotras dos va a tener que sacar el cuchillo con delicadeza, para no dañar ningún nervio, tendón o arteria.

—Si tiene que ser con delicadeza, mejor que lo hagas tú, Jessica —puntualizó Eva segura de que ella acabaría matando al salvaje desangrado si dependía de su sutileza.

—De acuerdo, yo me ocupo.

—Eva, en cuanto Jessica saque el cuchillo del cuerpo, aprieta con estas gasas —indicó justo antes de entregarle un par de ellas—. Haz presión, tienes que estar al menos veinte minutos.

—¿Y después? —indagó Jessica confundida por el destino que trataban de alcanzar.

—Después, si hemos tenido suerte —apuntó Inma enseñando una pequeña aguja—, yo lo coso.

Eva frunció el ceño aturdida. Aunque era evidente que a Inma también la consumía la ansiedad, parecía que dominaba la situación como ninguna de ellas lo había hecho, ni siquiera quien tenía el rol de doctora del grupo.

Inma comprobó el estado de Samuel antes de proceder. El chico se había desmayado, aunque no sabía cuánto tiempo había pasado desde entonces. No era favorable que hubiese caído en la inconsciencia, pese a que les facilitaría bastante la extracción al no tener que escuchar chillidos. Los impactos causados por las convulsiones ya eran suficiente distracción.

—Jessica, adelante.

Jessica cerró su mano en torno al mango del puñal mientras notaba cómo una gota de sudor le resbalaba por la frente.

—Madre mía… —expresó la joven sacando el arma de un tirón.

—¿Qué pasa, Maya? ¿No me reconoces? ¿Tan rápido te olvidas de los que te cuidaron?

Maya intentó concentrarse en los vacíos de su memoria para evocar una imagen de la mujer que se hallaba frente a ella, pero no logró encontrar nada. Le resultaba extrañamente familiar, pero no podía decir de quién se trataba.

—¿Eres la responsable de esto? ¿Dónde estoy? ¿Qué está pasando?

—Sé lo mismo que tú, mi querida Maya.

Puma emitió otro desgarrador chillido, cayendo de rodillas incapaz de despegarse del bastón. A Maya le destrozaba verle sufrir así, pero prefería ser cautelosa y no tocar el artilugio, tal y como él había bramado.

—Puma —le llamó la morena con tono autoritario—, suelta ese bastón inmediatamente.

Como si se tratase de magia arcana, las palabras de la mujer lograron lo que el empeño de Puma no había conseguido ni remotamente. Su mano se separó del extravagante aparato. El joven se incorporó con torpeza concentrándose en contener el ardor de sus nervios chamuscados.

—Maya, no la escuches —le aconsejó Puma interponiéndose entre ella y la chica morena—. Esto no es más que una pesadilla. Tiene que serlo. Ella no es real.

—¿Eres el viejo que me besó? —se adelantó Maya ignorando la protección de su amigo—. ¿Eres la misma persona?

—Así que tú también lo has visto… ¿Qué hay de ti, Puma? ¿Has visto a nuestro chico del bastón?

—¿Chico del bastón? —murmuró asestándole a Maya una mirada de desconcierto.

—En fin, no sé qué hacemos aquí ni cómo saldremos, ni siquiera sé si sois reales, pero podríamos tener una pequeña charla productiva, ya que estamos. Por ejemplo, contadme, ¿dónde estáis?

—Que te follen.

La morena no digirió con demasiada paciencia el insulto de Puma. Avanzó unos pasos al tiempo que la pareja retrocedía intimidada.

—Bueno, al menos podríais decirme cómo se encuentra mi querida hermanita. Hace demasiado que no sé nada de ella.

Un chasquido repentino en su cerebro logró que Maya finalmente recordase de quién se trataba.

—Eres Michaela…

—Esto no termina nunca —advirtió Alice consciente de que aquello no podía ser algo tan simple como una casualidad—. Esto no son convulsiones normales. Tenemos que hacer algo.

—Ya has oído a Jessica. Tenemos que esperar a que pasen —intentó en vano evitar que su novia se acercase hasta Puma—. ¡Haz caso por una maldita vez, Alice! ¡Vas a hacer que empeoren!

Examinó concienzuda a Puma intentando adivinar como detener el temblor, pero sus ideas eran inexistentes, así que optó por patear su rodilla con fuerza. El cuerpo del joven se detuvo durante un segundo y continuó convulsionando.

—¡Ahhh!

Puma cayó sobre su rodilla derecha, sintiendo que alguien acababa de propinarle un puntapié.

—¡Al fin! ¡Después de todo lo que os he hecho sufrir, me sentía decepcionada de que te hubieses olvidado de mí, Mayita! Pero ya veo que no. Me satisface saber que sigo siendo parte de vuestra memoria. ¿Rezáis por mí antes de iros a acostar?

—Tú… —espetó Puma acosando a Michaela con sus ojos como un psicópata demente—. Tú eres la responsable de la muerte de Florr.

—Ah, eso… Bueno, ¿qué puedo decir? Steve es de gatillo fácil a veces. Pero no te lo tomes como algo personal. Yo solo quería vuestra mercancía. Todo lo demás fue daño colateral.

—¡¿Daño colateral?!

Lleno de ira, Puma se preparó para embestir a aquella puta, pero fue interrumpido cuando vio el bastón sobrevolar su cabeza hasta acoplarse en la palma de una figura que había surgido tras ellos como si hubiera aparecido de la mismísima nada.

—¡Stretvar!

Como si se hubiese enredado un lazo en su pierna, Michaela se desplomó sobre su espalda y fue arrastrada por el vacío hasta que la mano huesuda del desconocido la aferró por el cuello. Puma y Maya se fascinaron al observar cómo el raquítico anciano la elevaba por encima de sí mismo con una facilidad inhumana.

—Es el mismo que me besó, Puma, pero está… algo diferente.

—¡Maya! —aulló Michaela negándose a morir ahogada por aquel vejestorio—. ¡Atácale!

Puma sonrió con malicia ante su patética súplica sin saber que en realidad era una orden.

—¡Corre, Maya!

Pero ya hacía segundos que Maya trataba de desplazarse, sin recibir respuesta por parte de sus músculos. Puma la agarró del antebrazo para tirar de ella, aunque no alcanzó a hacerlo. Se había quedado absorto al notar que los dedos de Maya se habían enrollado en forma de garra y todo su cuerpo había adoptado tal tensión que podría haberse quebrado en cualquier momento.

—Maya, ¿qué…

De un empujón, Maya devolvió a Puma al suelo y corrió en dirección al anciano. Michaela sonrió al observar a su nueva esclava estampando un puñetazo en el pecho de su captor, quien aterrizó unos metros más adelante sin el bastón ni su presa en su poder.

Sin perder un segundo, Michaela esprintó para conseguir apoderarse del bastón.

—¡Vahnur!

Alice se deshizo de su chaqueta y se colocó sobre el cuerpo de Puma. Una idea había brotado al contemplar la reacción del joven tras el golpe, y lo peor que podía ocurrir en cualquier situación si lo intentaba era un hecho de la naturaleza con el que Puma no podía encontrarse. Alice frotó sus manos y las colocó alrededor del cuello de Puma antes de apretar.

—Alice, ¿qué coño estás haciendo? —se interpuso M.A al darse cuenta de que estaba asfixiando al minino—. ¿Se te ha ido la olla?

—Solo estoy…

Puma se levantó de improvisto, asestando a Alice un cabezazo que hizo retumbar las frentes de ambos. Desde la zona contraria de la habitación, Davis dio la espalda a sus compañeros para que nadie notase que se estaba descojonando mientras Nicole se acercaba a comprobar que ya había terminado al fin de convulsionar.

Maya necesitó de unos segundos más para regresar. Aunque no hubo ningún incidente durante su despertar, la chica comenzó a toser tanto que algunos de los que la atendieron pensaron que iba a vomitar.

Con ayuda de sus compañeros, los dos se sentaron apoyándose en una pared mientras M.A, por petición de Nicole, se dirigía a la casa para conseguirles un poco de comida y bebida.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Nicole una vez los dos parecían estar en condiciones para hablar.

Inma deslizó sobre la carne el último hilo, que cerraba definitivamente la puñalada del pecho de Samuel, y lo cortó con sus dientes, concluyendo con la pequeña operación. Eva se cercioró casi al instante de que el adolescente respiraba con bastante normalidad, aunque todavía se hallaba inconsciente.

—Démosle un par de horas para despertar —comunicó Inma impresionada por el resultado.

—¿Y qué hay de la otra? —quiso saber Jessica señalando a Piper.

Para cuando Jessica lanzó la cuestión al aire, Inma ya se había alejado de ellas para reunirse con su prima. Era evidente que iba a ocurrir. Habría abandonado su labor de curación en cuanto ella hubiera vuelto en sí de no ser por la insistencia de sus dos auxiliares.

—Nos encargaremos de ello después —informó Eva—. Quiero ver cómo está mi colega inmortal.

Maya se dispuso a esclarecer la duda de Nicole, pero Puma fue más veloz al hablar.

—Eso mismo nos gustaría saber a nosotros, Nicole. Con lo tranquilo que estaba yo muerto.

A pesar de que Nicole se incorporó con un suspiro de pesadez, la agente se había cerciorado de que Puma parecía estar ocultando deliberadamente uno de sus brazos debajo de su pierna. No sabía por qué, pero era más que evidente que le estaba mintiendo.

—¿Por qué Tammy le ha cortado la puta cabeza a Alejandro?

—Era una puta loca. No sé de qué te sorprendes.

—Sí, estaba claro que algún día se le iban a cruzar los cables y se llevaría a alguien por delante.

—Pero es que se ha cargado a su novio. ¡A su novio, chavales! ¡Hay que estar como una jodida cabra para hacer eso!

—¿Cuándo piensas contarnos lo que ha pasado en el pueblo?

Sabrina alzó su vista despertándose del ensimismamiento en el que se hallaba. Había reunido al grupo completo en el salón para compartir con ellos el resultado de la misión en el pueblo vecino tal y cómo Alejandro pretendía antes de ser asesinado. La mitad ni siquiera se habían molestado en presentarse, y la mayoría de los que se hallaban allí, tan solo cuchicheaban acerca de lo que Tammy acababa de perpetrar.

—¿Eh?

—Sabrina, ¿cuándo vas a contarnos lo que ha pasado en el pueblo?

No se sorprendió de que la insistencia proviniese de parte de Rosalie, ya que Samuel continuaba en paradero desconocido.

—Vamos a ver, es que, si vas por ahí poniendo los cuernos, no sé qué esperas.

—Ah, que ahora ves muy normal que le corten la cabeza a alguien por poner la cornamenta.

—Peores cosas he visto. Nosotros llevamos orejas de muertos en el cuello. Eso tampoco es muy normal.

—¡¡¡Callaros de una puta vez!!!

Todo se sumió en un silencio infinito cuando Sabrina gritó. Se sentía sobrepasada por la pérdida de Alejandro y su inaptitud para controlar a su propio grupo. Se conocía demasiado a sí misma como para ser consciente de que ella no era nadie que pudiese cargar con un liderazgo.

—Voy a ser directa y franca, porque yo no soy Alejandro, yo no sé engañar ni manipular al rebaño para tenerlo controladito —esclareció comenzando a caminar a lo largo del lugar—. El ataque al pueblo ha ido como el puto culo. Nos emboscaron y tuvimos que salir por patas. Solo uno murió, ensartado con la espada que Tammy ha usado para matar a Alejandro, pero el resto siguen bien vivos. Hay gente desaparecida, no sé cuántos, pero está claro que faltan más de un par, y es muy probable que no vuelvan porque habrán sido asesinados o capturados. ¿Y sabéis por qué habrán capturado a alguno de ellos? Porque los interrogarán y someterán a torturas para saber dónde está la granja, y cuando hablen, porque acabarán hablando, vendrán aquí y nos matarán a todos, como hemos intentado hacer nosotros con ellos.

—Sabrina…

—Y por si todo eso fuera poco, hemos perdido a la única persona que trató de llevar las riendas de este grupo, así que cuando queráis, sin prisa, podéis dejar de comportaros como unos putos niñatos y tomaros las cosas en serio en lugar de estar debatiendo sobre la muerte de Alejandro como si fuese una puta telenovela.

—¿Y de quién es la culpa que Alex este muerto?

Un chaval de once años con un voluminoso tupé rubio y rostro de futuro atracador de señoras mayores se levantó del sofá y se encaró con Sabrina.

—Si no te lo hubieras estado follando, Tammy no habría tenido que matarlo. ¡Guarra, que eres una guarra!

—¡Mickey! —le reprendió Rosalie impactada por atreverse a conjurar semejantes palabras.

Lo que él no adivinaba era que Sabrina no iba a consentir su falta de respeto porque fuese solo un niño, pero lo descubrió cuando esta le clavó una bofetada en el ojo que lo estampó contra la alfombra. El resto enmudeció aún más al presenciar tal acto de violencia.

—¡Si no fuera por mis consejos, Alejandro habría hecho que os mataran a todos, así que podéis dejar de tratarle como si él fuera el héroe absoluto y yo su putita! ¡¿Sabéis qué?! ¡Que os den a todos! ¡Cuando esos cabrones estén en la puerta de la granja con las ametralladoras cargadas, os acordareis de lo bien que lo ha hecho Alejandro y de lo bien que se ha portado con vosotros!

Con muchas verdades estancadas en su garganta, Sabrina se resignó y abandonó el comedor por el acceso al pasillo principal, olvidándose de todos.

Sin saber demasiado bien cómo gestionar su rabia, la adolescente se reclinó sobre la carbonizada pared de madera junto a ella y apretó sus dientes y sus puños, esforzándose por llorar, pero no pudo derramar ni una sola lagrima. Se sentía horrible por no ser capaz de hacerlo ni siquiera por la pérdida de Alex, pero hacía ya mucho tiempo que se sentía así. Vacía.
Mientras el remordimiento de conciencia la reconcomía poco a poco, captó por el rabillo del ojo a una figura que descendía las escaleras. Era Roberto, que cargaba en sus brazos con el cuerpo y la cabeza de Alejandro.

—Roberto…

Sin dignarse siquiera a mirarla, el joven pasó junto a Sabrina y se dirigió al exterior de la granja. Ella le siguió, adivinando lo que pretendía hacer. Roberto caminó hasta encontrarse unos metros separado de la casa, deteniendo su paso firme únicamente para escupir en el rostro de Tammy.

Sabrina se acercó a paso ligero mientras observaba a Roberto soltando a Alex encima del terreno de siembra y agarrando una pala que estaba allí clavada.

—Roberto…

Ignorando la presencia de Sabrina, el chico comenzó a cavar un hoyo en la tierra.

—Roberto, ¿vas a enterrarle?

Sabrina se mordió el labio ante el tercer silencio de este. Alejandro había sido el mejor amigo de Roberto desde siempre, pero no esperaba que él también la señalase como la responsable de lo que había sucedido.

—¡Joder, Rober, que no somos niños! ¡Respóndeme!

Roberto volvió a hincar la pala en el campo y penetró a Sabrina con sus pupilas. La chica notó al instante la razón por la que intentaba ocultarse. Había estado llorando. Su expresión le delataba.

—Está muerto por tu culpa. Lo sabes, ¿no?

Sabrina agachó la mirada, decepcionada porque sus presagios se hubiesen hecho realidad.

—¿También me haces responsable de ello porque me lo estaba tirando? ¿Qué pasa? ¿Es que ya se te ha olvidado que fue Tammy quién lo mató?

—Tammy nunca fue la santa que decía ser, esa pobre chica prostituida a la que nadie quería. Sí, todo muy triste, pero lo utilizaba siempre para justificar todo lo que hizo después, nada bonito, ni de coña. Ha estado zumbada desde siempre, y hace mucho que debería estar muerta. Lo único que lamento es no haber tenido oportunidad de ahogarla antes.

Sabrina se sintió muy incomoda frente a aquella revelación tan cruda, pero trató de ocultarlo.

—Alejandro se enamoró de ti desde el mismo momento en el que te vio. Yo lo sé, y creo que tan bien como tú. Y por esa puta mierda de sentimientos que tenía hemos llegado a este punto.

Roberto recuperó la pala y continuó cavando al notar que se encontraba al borde del llanto otra vez.

—No lo entiendo. Alex nunca expresó nada de…

—Alex hacía todo lo que hacía pensando en ti —le esclareció Roberto escupiendo cada palabra como si fuesen puñales que le ensartaban—. Siempre ha pensado que estabas por encima de él, que nunca lo ibas a ver como a un tío que valiese la pena, y yo le decía que cortase con Tammy y lo intentase, que en este mundo no tenía una mierda que perder, pero no, no, no, no, él decía que así no iba a conseguir nada, y se ralló la cabeza.

Roberto recuperó el contacto visual que había interrumpido con Sabrina tras asegurarse de que sus lágrimas no se escaparían delante de ella.

—Alex siempre ha sido un puto egoísta que robaba hasta las tizas del colegio y no las compartía con nadie. No estaba hecho para ser líder de nada, y aunque nunca le haya dicho nada a nadie, sé que la ha cagado muchas veces. Se metió en una mierda que ni siquiera conocía para que tú te sintieras impresionada, y esa mierda se lo ha ido comiendo poco a poco. Y, otra vez, era yo el que le decía que lo dejara, que no tenía que hacerse responsable de un grupo de críos, pero eso era ir en contra de su plan para gustarle a la maravillosa Sabrina, y se ponía violento conmigo. Me he tenido que callar muchas veces, y míranos. Alejandro se ha quedado para criar malvas, y el resto lo estaremos pronto, cuando los capullos del pueblo nos encuentren para meternos un tiro entre ceja y ceja por demostrarles que somos peligrosos. Ojalá no me hubiera callado.

Sabrina no respondió. Era demasiada información para asimilar en un instante. Permaneció en total silencio meditando acerca de ello mientras contemplaba a Roberto colocar los restos de su amigo en el agujero y taparlo de nuevo en un tiempo que pareció ser una eternidad, pero que no había sobrepasado los diez minutos.

Tras haber finalizado, Roberto se deshizo de la pala y sacó un rosario del chaleco que vestía. Con un beso, lo depositó con delicadeza sobre la improvisada tumba de su mejor amigo. Sabrina se adelantó para consultar con él cuál debía ser el siguiente paso del grupo, y fue en ese momento cuando reparó en la mochila que había apoyada junto a un árbol, y que Roberto se apresuró en recuperar.

—¿Qué haces con eso? —indagó Sabrina extrañada al ver al joven cargar con ella en su espalda.

—Me piro, Sabrina —le aclaró sin la más mínima pretensión de mostrarse evasivo—. Estoy harto de estar con tanto chiquillo. Alejandro era lo que me retenía aquí, y ya no está. Buena suerte si pretendes ocuparte de ellos. Yo no me voy a responsabilizar de ningún culo que no sea el mío.

—¿Y dónde coño vas a ir? ¿Vas a dar vueltas por ahí hasta encontrar mágicamente algún sitio?

—Cualquier lugar es mejor que esta puta granja ahora mismo, y si quieres un consejo, deberíais largaros vosotros también.

—Sabes que apenas queda comida. Los chiquillos no van a sobrevivir a la intemperie, no en estas condiciones.

—Llevo mis cosas, y mi parte de las raciones que me habrían correspondido —comunicó Roberto ignorando la apelación de Sabrina—. Haced lo que podáis con el resto. Despídete de los demás por mí, o no, haz lo que te salga del coño. Me da exactamente igual.

—Rober, tío…

—Me gustaría decir que ha sido un placer, pero ojalá nunca te hubiera conocido.

Sin más preámbulo, el chico comenzó a caminar en dirección contraria al que había sido su hogar durante meses. Sabrina le observó alejarse todavía incrédula. Por un momento había creído que le estaba vacilando, como de costumbre, pero no era así. Roberto les abandonaba.

No transcurrió más de media hora desde el retorno de Puma y Maya al mundo de los vivos hasta que ambos se sintieron completamente recuperados. Davis y M.A regresaron a su trabajo en el pueblo después de que el resto hubiese dado su aprobación, pues el primero afirmaba sin parar que había mucha labor atrasada que debían realizar. Puma aprovechó que su resurrección había sido muy reciente para descansar en el centro médico. Maya, sin embargo, se unió al trío de las sanitarias que se habían encargado de Samuel para extraer la bala de Piper tal y como planeaban en un principio, con el añadido de que Inma le administró un sedante para que no hubiese más incidentes inoportunos. Jessica, por su parte, decidió sacar a Adán de allí y llevarlo a la casa con el permiso de Eva.

Pasó una media hora más hasta que la extracción de la bala se completó con éxito. Inma, quien se encontraba agotada tanto física como mentalmente, también volvió a la casa para descansar. Nicole, Eva y Maya permanecieron en la consulta recogiendo el material utilizado.

—Sabía que podrías hacerlo —felicitó Nicole a Maya con una sonrisa—, pese a lo que ha pasado.

Maya frunció el ceño con incomodidad por forzarse a reservarse lo que había ocurrido durante su crisis convulsiva.

—¿De verdad que no tienes ni idea de por qué puede haber pasado? —insistió Nicole intentando presionarla con la sutileza de la que tan bien sabía servirse.

—Ni Puma ni yo somos epilépticos —aseguró Maya midiendo cuidadosamente lo que compartía con la rubia—. No tengo ni pajolera idea.

—Eso ahora no es importante —intervino Eva percatándose sagaz de que Nicole quería sonsacar información escondida en el cerebro de Maya—. Todavía no sabemos la ubicación de la granja, y nuestros dos testigos están en plena siestecita post cirugía.

—No sé cuánto tardará el chico en despertar, pero ella tiene un sedante, así que cuenta con que estará un par de horas fuera de servicio —informó Maya con convicción.

—Nicole

—¿Sí? —respondió sorprendida porque Eva la hubiese llamado.

—Samuel se resiste mucho, pero creo que podría hablar si alguien con labia le convence, y va a ser que esa no soy yo.

—Bien. Me vendrá de perlas intentarlo con alguien que no me vaya a escupir a la cara.

—Voy a volver a la casa para organizar el traslado hacia la granja una vez sepamos donde está, y así voy adelantando trabajo.

—De acuerdo.

Después de que él y Maya hubiesen retornado del inexplicable lugar que habían visitado, el gato había preferido mantenerse apartado de todos. Tan solo había mantenido una pequeña charla con Eva en la que le había confirmado que se encontraba relativamente bien antes de encerrarse en la consulta contigua y echarse a descansar sobre una camilla.

Durante el tiempo que permaneció allí, su mente divagaba entre la somnolencia y la realidad de lo que había visto en la oscuridad mientras examinaba su brazo constantemente. Estaba intacto. Sin embargo, Puma no podía evitar colapsar ante la amarga sensación de que todavía se estaba quemando. Aquel bastón…

Su conciencia se espabiló cuando la puerta se abrió, permitiendo el acceso a Maya. Raudo, Puma se incorporó para sentarse. Aunque no la había citado en ningún momento, sabía que acudiría. Maya echó un ligero vistazo a la sala de espera para estar segura de que nadie la rondaba y cerró de nuevo la puerta.

—Puma, deberíamos hablar de lo que ha pasado, ahora que podemos estar a solas.

—Sí, definitivamente deberíamos.

Maya se sorprendió por la carencia de cualquier ánimo de burla por parte del minino. Por norma general, aquel era el momento en el que aprovechaba para reírse de la situación, pero no era el caso. Parecía que lo estaba asimilando con la seriedad que requería.

—No… no sé ni siquiera por dónde empezar —admitió Maya sentándose sofocada en una silla.

—Analicemos los hechos. Yo estaba muerto, y tú estabas viva, pero los dos hemos estado en ese lugar, y, además, hemos convulsionado mientras estábamos en él. Sin embargo, a Alice no le ha pasado nada. ¿Por qué?

—Y yo qué sé. Todo esto es demasiado, Puma. Ya me costó aceptar que somos diferentes, pero es que la situación empieza a escaparse a mi comprensión. ¿Qué era ese bastón? ¿Quién es ese anciano? ¿Y qué hacía Michaela allí? Ella no es como nosotros.

—Lo único que tengo claro es que esto no son solo unos poderes —elucubró Puma meditativo.

—¿A qué te refieres?

—Piénsalo. ¿Nunca te has preguntado por qué nosotros, de entre todas las personas que se han convertido en muertos vivientes, resucitamos? ¿No te corroe la duda de por qué volvemos varias veces de la muerte, de por qué nuestros poderes son distintos, de por qué nuestros cuerpos se comportan como si fuesen armaduras a las que no se pueden destruir? Tiene que haber alguna explicación, un motivo que lo conecte todo, pero del que todavía no tenemos ni idea.

—¿Crees que el anciano y el bastón pueden estar relacionados?

—Es bastante posible —razonó su compañero poniéndose finalmente en pie—. Creo que nos ha llegado la hora de aceptarlo, Maya.

—¿Y qué se supone que tenemos que aceptar? —consultó envuelta por la confusión.

—Que somos seres superiores. Tú, Alice y yo. Es la única forma de poder llegar a entender esto.

Maya se esforzó por reprimir una sonrisa de burla ante la estupidez que acababa de escuchar.

—No me siento precisamente un ser superior, y muchísimo menos después de lo que ha pasado antes.

—¿Y a cuántas personas conoces que hayan regresado de la muerte? —presionó Puma tratando de convencerla.

—Regresamos de la muerte, Puma, porque experimentaron con nosotros. Tú, Alice y yo fuimos sus ratas de laboratorio, sometieron nuestros cuerpos y mentes para que nos convirtiésemos en las máquinas de matar que ellos querían crear. Resucitamos, tenemos poderes, pero eso no nos hace automáticamente seres superiores. De hecho, tú y yo somos muy inferiores dentro de este grupo.

Puma frunció el ceño sorprendido por unas declaraciones tan carentes de autoestima.

—Solo estás intentando engañarte. Tratas de esconderte tras una cortina de humo para no tener que admitir que hace mucho que dejamos de ser humanos.

—Dime una cosa, Puma —se aventuró Maya pese a ser consciente de que se arrepentiría en no más de unas horas de lo que iba a declarar—, ¿qué ves de superior en dedicarse a fumar y beber mientras los demás se ocupan del trabajo duro?

El semblante de Puma se elevó a tal grado de seriedad que Maya pensó por un segundo que iba a golpearla cuando este se aproximó haciendo retumbar su calzado con cada pisada.

—Soy un inútil, Maya, lo sé, y un desastre en todo lo que he intentado hacer. Todos los que han estado a mi cargo y confiaron su vida en mí están pudriéndose bajo tierra y todos los proyectos que he intentado llevar a buen puerto naufragaron. ¡Vaya, qué cosas, el inepto de Puma es aún peor manteniendo personas vivas que cocinando pizzas al horno!

—Puma, yo no…

—¿Sabes… sabes por qué necesito el alcohol? ¿Quieres saber por qué? Porque para mí no es tan sencillo cerrar los ojos a lo que veo, y necesito cegarme para poder olvidar toda la culpa que cae sobre mí día sí y día también. Y tú… Tú eres todo lo contrario. Se te hace enormemente sencillo tomarte una pastilla y pretender que eres como cualquier otro.

—Eso… eso no es verdad… —negó ella murmurando.

—Sí, sí lo es. Haces igual que tu prima, os ponéis una venda en los ojos cuando viene la realidad que el resto del grupo se tiene que comer, así que, si lo piensas, no somos tan diferentes. Sigue pretendiendo que nunca has destruido de un solo puñetazo tabiques que habrían soportado una bola de demolición, y sigue pretendiendo que Nicole no está viva por lo que tú viste. Adelante, no te cortes, sigue fingiendo ser esa chica que se miraba al espejo de su cuarto y se decía lo fea y horrible que era.

—¿Y eso a qué viene? —preguntó Maya con su voz entrecortada.

—A que esto es así desde siempre. Nunca te has valorado, y da igual lo que tu propio cuerpo te diga que puedes hacer; nunca lo harás. Si no quieres saber nada de este tema, no te preocupes. No necesito tu ayuda para encontrar respuestas. Quédate poniendo tiritas, y ya me encargo yo.

Pese a que el nudo que se le había formado a Maya en la garganta no pasó desapercibido para Puma, el gato se deslizó hasta la puerta y salió de la consulta sin necesidad de alargar de manera infructuosa la conversación.

La madera requemada crujió cuando la puerta de la granja se abrió. Sabrina, acurrucada junto a la ventana en el exterior, contempló a Rosalie emergiendo del interior con una pequeña riñonera en su costado.

—¿Rosalie?

—¿Sabrina? —se acercó desconcertada—. ¿Qué haces aquí?

—Roberto se ha ido. Ha enterrado a Alejandro y se ha largado. Dice que ya no quiere estar más aquí.

Rosalie acuñó todavía más la expresión de tristeza que arrastraba desde hacía horas.

—No puedo juzgarle por su decisión. Roberto estaba muy atado a Alex, pero al resto…

—Lo sé.

Consciente de que Sabrina se había percatado de su riñonera, Rosalie aguardó unos segundos a que le preguntase por su finalidad, pero no lo hizo. Apenas parecía ella misma. Era como si solo su cuerpo permaneciese en la granja y el resto de Sabrina estuviese descansando bajo el mismo montón de tierra en el que reposaba su amante.

—Sabrina, voy al pueblo a entregarme —reveló por voluntad propia—. Es una locura, lo sé, pero quizá si me arrodillo en frente de ellos y suplico piedad podamos tener una oportunidad.

—Te matarán —le espetó con frialdad.

—Probablemente —aceptó ella con resignación—, pero no puedo quedarme aquí sentada y no hacer nada sabiendo lo que nos va a pasar.

—Mucha suerte entonces.

Rosalie supo en ese instante que Sabrina no iba a mostrar mayor apego ni emoción por el riesgo al que se iba a someter, pero no lo estaba haciendo por ella, sino por los niños y niñas que habían conseguido colarse en su corazón y que iban a ser masacrados por las decisiones de una panda de adolescentes inmaduros. Sin ningún interés más en Sabrina, Rosalie reacomodó su riñonera y comenzó a caminar directa a la entrada principal del pueblo.

Eva descendía la pendiente continua a la casa rural con un plan táctico todavía estructurándose dentro de su mente cuando un sonido estridente similar a un relinche la asustó. Cuando orientó su visión hacia la fuente del ruido, más allá de la nueva barricada que aún estaba en proceso de construcción, quedó maravillada ante el imponente ser que rondaba por allí.

—¿Eso es… un caballo?

Desenfundó su Scramasax como medida de precaución y se aproximó con cautela, atravesando la barricada por una de las regiones que todavía debían reforzar.

Mientras recortaba distancia con él, Eva pensó en el gran golpe de suerte con el que se acababa de topar. No tenía ni la más remota idea de cómo podría haber sobrevivido a la intemperie, pero si lo retenían con ellos y conseguían domarlo y aprender a montarlo, ya no tendrían que volver a recorrer grandes distancias a pie. Era el medio de transporte perfecto.
Aunque el caballo parecía dócil, no pudo evitar asustarse cuando Eva pisó por accidente la rama caída de un árbol y esta crujió. Levantándose sobre sus patas traseras, el animal huyó del lugar a gran velocidad.

—¡Mierda, no, espera! —se lamentó Eva echando a correr tras él.

Apoyado sobre la ventanilla, con sus piernas recostadas sobre el asiento del copiloto y sin la más mínima intención de abrocharse el cinturón de seguridad, el joven revisaba unas fotografías que había realizado meses atrás con su antigua cámara incapaz de despegar la mirada en la niña que aparecía retratada en la mayoría de ellas.

—¿Otra vez mirando esas fotos, Leo? —le reprendió el conductor con frialdad—. Haz el favor de centrarte en la carretera. No quiero reventar otra rueda y pasarme otros dos días sin comer solo porque no te ha dado la gana vigilar si hay clavos en el camino, que es lo único para lo que estás aquí.

Molesto por su insensibilidad, Leo abrió la guantera del jeep y tiró las fotos dentro de ella antes de cerrarla con un estruendo que hizo vibrar hasta la luna trasera.

—Eres un puto viejo gruñón, ¿lo sabías, Hawk?

—Sí, mi mujer solía decir lo mismo, y tú me lo has dicho, ¿cuántas veces ya?

—No lo sé, no llevo la cuenta.

Desinteresado, Leonard se concentró en la carretera tal y como el viejo le había exigido. Después de todo, a él tampoco le interesaba que la jueza les volviese a penalizar en su trabajo por pinchar la rueda del jeep. La intervención realizada por Hawk pasado alrededor de un minuto en silencio fue completamente inesperada.

—Deberías tratar de olvidarla, chico. Probablemente la mataran. Intenta pasar página.

—No creo que seas la persona más indicada para decirme eso.

Hawk se rascó su barba humillado porque le hubiese derrotado el argumento de un adolescente de catorce años.

—Touché, Leonard, touché.

Pasaron unos cinco minutos más sin dirigirse la palabra, encerrados en sus pensamientos, hasta que Leonard gritó cuando atisbó por el espejo retrovisor a un animal apareciendo en la carretera desde un camino de tierra contiguo.

—¡¡Hawk, para!! ¡¡Para!! ¡¡¡Ya!!!

El hombre clavó sus pies en los pedales del jeep, sobresaltado. Leo ya había salido del vehículo antes de que se parase por completo.

Habiendo observado a un vehículo pararse junto al caballo que estaba persiguiendo, Eva decidió ocultarse tras la cobertura de unos matorrales secos. Solo tenía a mano su Scramasax si aquellas personas resultaban ser hostiles. No podía arriesgarse.

—¡Estrella!

La yegua miró al chico que se precipitaba hacia ella como si fuera una amenaza. Aunque Leo no se había percatado por la emoción, habían pasado meses desde la última vez que se habían visto y su relación con el animal no era tan cercana como él recordaba. Agitando su cabeza claramente incómoda, Estrella echó a galopar de nuevo huyendo de Leonard.

—¡No, espera!

Sin apagar el motor, Hawk se bajó del jeep y presenció sin separarse de la puerta como Leonard esprintaba detrás de la yegua con la absurda esperanza de atraparla. No pudo evitar de ninguna manera sentirse avergonzado al verse reflejado a sí mismo muchos años atrás. Tan inocente…

Transcurridos unos dos minutos, Leonard finalmente se dio cuenta de que a la velocidad a la que corría no iba a alcanzar a la yegua aunque la persiguiese durante kilómetros. Tendría que aceptar que se había vuelto a escapar.

—¿Qué tal la sesión de atletismo? —se burló Hawk cuando Leonard hubo regresado al jeep con sus pulmones al borde de la asfixia.

—Muy gracioso, viejo, muy gracioso. Ya veo que te importa una puta mierda.

Enfadado por la actitud del carcamal, Leo se metió en su asiento y cerró de un portazo. Hawk le imitó con más calma y serenidad en sus movimientos.

—Ni siquiera sabes si era ella, Leonard.

—Reconozco a la yegua, y si está dando vueltas por aquí, es posible que… Da igual, vámonos. No quiero que nos regañen por llegar tarde.

—Por una vez estamos de acuerdo en algo.

Eva salió de su escondite al observar alejarse al jeep con el viejales y el chaval dentro al tiempo que maldecía en la existencia de aquellos dos por haber espantado al animal. Caminó hasta estar sobre la carretera con la esperanza de atisbarle desde allí, pero ni siquiera así hubo suerte. Desde luego, la yegua era rápida. Eso había que reconocerlo.

—¡Mierda!

—Aquí —habló Davis a M.A entregándole un par de macetas—. Ya las he apuntado en el registro. Ten cuidado, según Maya, estas son plantas medicinales. Habrá que cuidarlas con empeño hasta que sepamos cómo usar sus propiedades en nuestro beneficio. ¿Seguro que puedes llevarlas sin tirarlas con tu prótesis?

—Ya manejo esto mejor que mi brazo de carne y hueso, y para dormir es más práctico —disuadió a su amigo de cualquier preocupación que pudiese tener con respecto al aparato robótico.

—Perfecto, pues déjalas en la floristería, junto con el resto.

—A mandar, jefe.

—Y deprisa, o te bajaré el sueldo, vago tocapelotas —le espetó Davis adoptando un tono de voz grave que imitaba a alguna clase de déspota viejo y gordo.

Con una sonrisa, M.A se dispuso a ir hasta la floristería. En su camino divisó a Eva, que atravesaba la barricada regresando de la ruta por la que habían aparecido los bruxistas. No tenía ni idea de por qué habría querido ir allí, pero tampoco quería arriesgarse a preguntar para que se le echase encima como un depredador.

Por algún motivo que ni siquiera él habría sabido reconocer, M.A dirigió su mirada hacia la zona por la que se habían colado los niñatos asaltantes en la madrugada. Él había sido la primera línea de defensa, pero había caído en una trampa tan simple como la del humo. No quería ni imaginar lo que habría podido ocurrir si Alice no los hubiese cazado con su vista de águila. Un fracaso más para añadir a su lista.

De repente, algo se movió.

Aunque al principio había creído que sólo se trataba de su mente jugando con él a través de una ilusión, supo que no era así cuando la figura que divisaba a lo lejos no desaparecía. Una chica, adolescente, permanecía mirándole con una expresión de resignación. M.A observó perplejo cómo se arrodillaba en mitad de la carretera con las manos en alto cuando se dio cuenta de que estaba siendo observada. Era una de ellos.

—¡Eva!

Alertada, la compañera requerida se desvió de su ruta original para colocarse junto a M.A sin demasiado ánimo.

—¿Qué coño…

De inmediato descubrió el porqué de que M.A hubiese impreso tanta fuerza en su llamada. La chiquilla en posición de rendición no pasaba precisamente desapercibida.

—Acabo de verla ahí en medio, como salida de la nada. ¿Crees que puede ser una trampa? ¿Habrán venido a por esos dos?

—No veo a nadie más —comunicó Eva tras un breve examen del entorno—, pero estos cabrones son buenos escondiéndose.

—¿Cómo procedemos?

—Por el momento deja esas macetas en el suelo. Voy a llamar a los demás para que vengan. Tú acércate para ver cómo reacciona, y captúrala si puedes.

—Entendido.

Desde su posición, Rosalie contemplaba con ansiedad cuál sería la respuesta de aquellos dos a su inesperada presencia. Durante los casi veinte minutos que había tardado en llegar al pueblo desde la granja, había estado meditando acerca de cuál sería la mejor estrategia de aproximación, y había concluido en que tendría más probabilidades de que sus enemigos no se mostrasen tan hostiles si hacía todo lo posible por no parecer una amenaza. Sin embargo, tras haber visto al dúo conversando mientras la visualizaban con ojos de venganza, comenzaba a dudar de que hubiese tomado la decisión correcta. Aun así, no sé movió, ni siquiera cuando vio al rubio empezar a desplazarse hacia ella.

M.A desenganchó la maza del utensilio que la mantenía sujeta en su cintura y se aproximó a la intrusa con cautela.

–Te lo advierto. Si mueves un solo músculo, te reventaré la cara. No pongas a prueba mi paciencia.

Aunque M.A pretendía aplacar cualquier actitud violenta, está nunca había existido. Agarró a Rosalie por la camiseta y la tumbó para controlarla con más eficiencia sin que ella opusiese resistencia, a la espera de que se presentase el resto del grupo. En apenas unos minutos, Nicole, Puma, Davis y Jessica habían llegado a la carretera atendiendo a la llamada que Eva había realizado usando su walkie.

–¿Has tenido algún problema? –consultó Eva con el captor de la muchacha tras acercarse junto con el gentío.

–En absoluto. No se ha movido ni ha dicho nada desde que la hemos visto. Tampoco parece que haya nadie por los alrededores, tal y como has mencionado tú hace un rato.

Ignorando su conversación fútil, Nicole adoptó una postura de análisis, atrayendo la atención de Davis, quien fue el primero en notar que se estaba reintroduciendo en su papel de policía.

–Levántala, por favor.

M.A cumplió en segundos la petición de Nicole, elevando la cabeza de Rosalie. Ella pensó que sólo querían ver su despreciable rostro antes de que la ejecutasen. No tenía apenas esperanzas de que su plan fuese a funcionar. Se sintió sorprendida cuando la mujer rubia se arrodilló junto a ella y le cedió unas palabras.

–Soy Nicole. Estos son mis compañeros, Puma, Jessica, Davis, Eva, y el que te está sosteniendo es M.A. ¿Cómo te llamas?

–Rosalie –contestó con voz quebradiza.

–¿Has venido sola? –la interrogó clavando sus pupilas en las de su prisionera.

–Sí, soy solo yo.

Eva hizo un ademán de hablar, pero un gesto sutil de Nicole le recordó que había prometido a la rubia que ella se encargaría por entero de la intervención.

–¿Eres consciente de la posición en la que te encuentras ahora mismo, lo que arriesgas al venir aquí? Podría chasquear los dedos, y en menos de un segundo, tendrías una bala entre ceja y ceja.

–Y lo entendería –admitió Rosalie percibiendo como la muerte la iba acorralando con cada sílaba que se desprendía de aquella mujer–. Nunca estuve de acuerdo con la decisión de mis compañeros. Nuestro líder y sus seguidores más cercanos lo veían todo como una posible amenaza, y lo eliminaban. Eran poco menos que unos salvajes sin civilizar. No… no había forma de hacerles cambiar de opinión.

–¿Por qué hablas en pasado? –intervino Davis, interrumpiendo la siguiente cuestión de Nicole.

–La… la novia del líder lo asesinó, y a ella la mataron como venganza. Otro chico nos ha abandonado sin que le importara una mierda, y otra chica… No me sorprendería que se colgase de una cuerda antes de que acabe el día.

Algunos miembros del grupo se miraron entre sí sorprendidos por semejante despliegue de brutalidad entre personas que se suponía eran camaradas. Puma y M.A no pudieron evitar recordar las antiguas disputas que mantenían constantemente.

–¿Y por qué tiene que importarnos todo eso? –se aventuró Eva sin poder soportar más estar en silencio–. Tú o los niñatos que están contigo nos habéis intentado matar dos veces. ¿Por qué tenemos que creer nada de lo que salga de tu boca? ¿Por qué deberíamos ahora perdonar todo lo que habéis hecho?

–No tenéis por qué. Podéis matarme si eso va a hacer que os sintáis mejor. Sólo he venido a pedir que, por favor, no matéis a los niños.

–¿Niños? –habló Jessica tan sobrecogida como algunos de sus compañeros llevando la mano a su barriga involuntariamente–. ¿A qué te refieres con niños?

–Niños –insistió Rosalie–. Niños y niñas. La más pequeña tiene seis años. Yo soy responsable de cuidar de la mayoría de ellos. Por favor, ellos no han tenido nada que ver con todo esto, por favor…

Todos los oyentes compartieron una sensación de malestar que parecían entender entre sí a la perfección. Incluso Eva parecía ciertamente afectada por sus lamentos. No era de extrañar. Acababa de acertar en su punto débil.

–Mira, Rosalie, nosotros solo hemos estado defendiéndonos. Nunca ha habido intención de hacer daño a nadie, y puedo prometerte que no hemos matado a ninguno de los tuyos. Es más, dos de ellos están aquí, un tal Samuel y una tal Piper. Han salido malheridos y hemos tenido que tratarlos.

–Con recursos que eran nuestros –especificó M.A haciendo hincapié en ello.

La retenida ni siquiera le estaba escuchando. Tan sólo oír el nombre de Samuel había hecho que recobrara sus ilusiones.

–Yo solía ser agente de policía. Soy perspicaz, sé cuando alguien me está mintiendo, así que no quiero descubrir que me has mentido, ¿lo entiendes, Rosalie? –aclaró Nicole convencida en el diálogo que podía ejercer desde la que era su posición de autoridad. La contestación afirmativa no se dejó esperar–. Mis amigos y yo hemos estado hablando, y creo que, con el compromiso adecuado, podemos llegar a un acuerdo que nos beneficie tanto a vosotros como a nosotros.

–¿Y… de verdad no vais a matar a nadie? –se empeñó Rosalie sorprendida por la bondad del grupo, todavía esperando el instante en el que se reirían de ella y el rubio la reventaría con la maza.

–A nadie –confirmó Nicole al tiempo que podía sentir como todas las personas a su alrededor la apoyaban internamente en la decisión–. Todos tenemos derecho a cometer errores, y a vivir, Rosalie.

Nicole le tendió la mano como señal de paz a la vez que se inclinaba hacia la joven.

–Tan sólo dinos dónde está la granja.

–A ver, aquí está el río, que está más seco que yo después de una paja, y luego está este camino de aquí, que debería juntarse con este, pero no sale por ningún sitio. ¿Donde cojones estoy?

Frustrado por su incapacidad de ubicarse, Roberto dobló el mapa que estaba consultando y se sentó junto a un árbol que parecía un pino para descansar de su fatiga mental.

–Joder, debería haber mirado la ruta antes de salir. Como acabe metiéndome en el pueblo, la habré cagado, pero bien.

Un rugido en su tripa le indicó que el hambre le empezaba a rondar. Sacó de su mochila una barrita energética y la devoró en tan sólo unos segundos. Un poco más saciado, Roberto se tumbó y comenzó a divagar en sus recuerdos. Él siempre había odiado el senderismo porque era incapaz de interpretar mapas, pero había tenido que recorrer las rutas más difíciles como compañero de Alejandro porque a él le encantaba desde que era pequeño. Gracias a él habían encontrado la granja en un lugar donde cualquier otro solo habría visto campo y tierra de cultivo. Habría sacrificado lo que fuera porque estuviese con él, diciéndole que era un inútil por no ver cuál era el camino más obvio, en vez de estar sirviendo de fertilizante a un montón de tierra. Si tan sólo hubiese sido capaz de intuir lo que Tammy iba a hacer…

El estruendo de un motor le devolvió al mundo real. Roberto se secó la lágrima que caía por su mejilla y se puso en pie, sin saber muy bien cuánto tiempo había pasado. Pronto distinguió un todoterreno que circulaba hacia la dirección en la que él estaba. Empezó a caminar con la esperanza de que el tripulante del vehículo le ignorase, pero no tendría esa suerte. Roberto se puso en estado de alerta cuando el coche se paró a su lado y alguien bajó la ventanilla. Se trataba de una mujer, pero no la recordaba como ninguna de las habitantes de Rockrose. Suspiró aliviado.

Sin pronunciar palabra, la conductora se quitó las gafas de sol que llevaba, guardándolas en la guantera, y escupió el chicle que masticaba a los pies del joven.

–Hola, zagal. ¿Cómo te llamas?

–Roberto.

–Déjame decirte que tienes unos ojos que son como dos soles, Roberto. En serio te lo digo, son una preciosidad.

–Emm, gracias –contestó Roberto empezando a sospechar que quizá se había relajado antes de tiempo–. Los tuyos también.

–Oh, qué zalamero eres. Lo siento, pero yo ya tengo… ¡Cállate!

El chico se sobresaltó cuando el chillido de la mujer perforó sin previo aviso sus tímpanos.

–¡¿Es que no ves que ahora estoy hablando con Roberto?! ¡Ah, ya sé lo que pasa! ¡Pasa que a ti también te gusta! ¡Pues que te jodan, Mary, yo lo vi primero, así que, que te jodan, que te jodan, que te jodan, que te jodan!

Roberto retrocedió en silencio al presenciar cómo la chica comenzaba a dar golpes sobre su propio asiento sin ningún sentido.

–¡Espera! ¡No te vayas! Estoy buscando a una yegua. Se me escapó del corral. El padre me va a castigar si no la encuentro. ¿La has visto?

–No, no la he visto, y debería irme, porque se me hace tarde para…

Reaccionando a la tentativa del adolescente de huir, la conductora le agarró del brazo con tanta fuerza que Rober pensó que se lo iba a arrancar en el acto.

–¡No me mientas! ¡¡Sé que la has visto!! ¡¡Yo lo sé!! ¡¡¡Ángela sabe que la has visto!!! ¡¡¡No me puedes mentir!!! ¡¡¡Ángela lo sabe!!!

–¡¡¡Suéltame, puta pirada!!!

Roberto se cercioró de que había cometido un error terrible cuando la mujer arrugó su boca y le asestó unos terroríficos ojos inyectados en sangre.

–¡¡¡Yo no estoy loca!!! ¡¡¡Ángela no está loca!!! Me quieres engañar, igual que hacen todos. El padre te castigará por decir que estoy loca, el padre te castigará por todos tus pecados.

Roberto no se lo pensó dos veces cuando vio lo que Ángela se disponía a coger del asiento trasero. Sin embargo, para cuando empezó a correr, la motosierra ya estaba rugiendo.

Ángela adoptó una sonrisa pícara al observar a aquel pecador tratando de escapar del juicio de Dios. Dejó la motosierra encendida sobre el reposapies del copiloto, se reajustó los pechos para asegurarse de que su escote no se había reducido ni un milímetro, y sacando la lengua de forma picantona, pisó el acelerador.

Cuando el todoterreno ganó velocidad, Rober trató de aventajar a aquella loca colándose entre unos árboles hacia el bosque que se abría a su izquierda, consciente de que no iba a poder entrar allí. Roberto había imaginado que la lógica de la mujer haría que detuviera el coche, pero ella no respondía ante esas leyes. Con una carcajada diabólica, Ángela estrelló el todoterreno contra un tronco, obligando a Roberto a tirarse al suelo para que el impacto no le diese de lleno. Todavía no estaba en pie cuando la pirada ya se había bajado del destrozado vehículo, motosierra en mano.

–Pues esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación.

–¿Pero qué cojones?

Aunque debería haber estado cautivado por la desgracia mental de aquella chalada, lo cierto era que su vestimenta se mostraba aún más llamativa si cabía. A unos leggings tan ajustados que se entreveían las marcas de la piel y un escote que habría cautivado cualquier mirada cargada con lascivia, le acompañaba el hábito típico de una monja.

–Una puta monja con una puta motosierra…

Con el corazón tan acelerado que podía notar cómo le oprimía el pecho, Roberto se deshizo del peso de su mochila y corrió a adentrarse en el bosque mientras escuchaba a la monja perseguirle.

–¡¿Por qué me has engañado?! ¡¿Por qué me has abandonado?! ¡¡Solo tenias que decirme la verdad!! ¡¿Por qué mentir?! ¡¿Por qué atraer la desgracia a tu propia casa, hijo mío?!

–¡¡Joder, joder, joder, joder!!

–¡¡¡Aghhhhhhhhhhhhhhhhhh!!! ¡¡¡Pecador!!!

Cuando Roberto creyó haber entrepuesto suficiente distancia para que la pirada hubiese perdido su rastro, se colocó junto a un árbol y se tumbó tratando de camuflarse entre la maleza.

–¡¿Dónde estás?! ¡Dios te observa, hijo! ¡Él te encontrará y te cortará la lengua por el pecado que emana de ella!

Con un alarido ensordecedor, Ángela cortó la rama de un árbol con su motosierra, que cayó en la tierra haciendo que retumbara. Roberto trató de contener la respiración. Fue entonces cuando un tirón en su pierna le ahogó.

Chilló al sentir como su gemelo se desprendía víctima de una brutal dentadura. Un zombi del que no se había percatado surgió a su lado tras haberse escondido de la misma forma que él.

–Oh, ahí estás… –susurró la monja casi con un ápice de dulzura–. ¡Sabía que no podías escapar de su ira! ¡Las bestias del juicio final han aparecido para imponer su sentencia! ¡¡¡Y ahora… es mi turno!!!

Intentó incorporarse, pero un putrefacto brazo se aferró a su cintura. Había dos zombis allí, y no había notado la presencia de ninguno. Se sentía estúpido, y muerto. Iba a morir. Ríos de sangre se deslizaban por su pierna mordida.

Se arrastró para lograr zafarse, y fue entonces cuando le agarraron del cuello de la camiseta y le sacaron de un empujón. Roberto lo habría agradecido de no ser porque era consciente de que la intención no era salvarle la vida.

–In nomine Patris...

–¡Por favor!

–Et Filii...

–¡Te lo diré! ¡Te diré donde está! ¡¡¡Por favor!!!

–Et Spiritus Sancti.

Mostrando sus dientes, Ángela dejó caer la motosierra sobre el cuello de Roberto. Una bandada de pájaros echó a volar horrorizados por el cántico infernal que desgarró cada una de las cuerdas vocales del chico antes de que se desmayara. Incluso después, la monja no se detuvo. Continuó cortando, atravesando la piel endeble del muchacho con la cadena, sin ser capaz de contenerse, y con cada una de las gotas de sangre que empapaban su hábito desde su carótida aún pulsátil, se sentía más y más viva.



#Naitsirc