Big Red Mouse Pointer

martes, 6 de agosto de 2019

NH2: Capítulo 069 - La otra cara de la moneda. 6.

6. ¿Cara o cruz?    

—¡Vamos, cariño, es hora de cenar!
Hawk se despertó sobresaltado escuchando la llamada de una voz casi angelical. Se hallaba tumbado en un sofá antiguo, y aunque en un principio pensó que se trataba de su propia casa y de su ya fallecida esposa atendiendo a Bella, lo cierto era que no reconocía el más insignificante elemento de los que conformaban aquel hogar.
La cerradura de la puerta principal, compuesta por madera, crujió al permitir el acceso a una anciana canosa con moño que muy probablemente rondaría su edad.
—Margaret, ya estoy en casa.
—¿Lo has encontrado?
Desde la cocina apareció una señora de mediana edad cargando con una niña en brazos.
—No, pero he traído canela, que es parecida.
—Mamá, Jane no puede comer canela. Es alérgica.
—Vale, tú eres Jane —musitó Hawk para sí mismo poniéndose en pie—. ¿Y Paula?
—Hija, deberías habérmelo dicho.
—Pero si te lo dije.
—Bueno, no pasa nada.
Un llanto vigoroso puso en alerta tanto al anciano como a las dos mujeres. Esforzándose por no desorientarse, Hawk siguió a Margaret hasta un pasillo con unas escaleras que conectaban a la segunda planta.
—Paula, cielo, los mellizos quieren mamar.
Otra chica salió molesta del baño superior. Se ató en una coleta su cabello rubio tintado y se apoyó sobre el manillar de la escalera.
—¿La madre de Paula? ¿Paula también? ¿Y… mellizos?  
—Mamá, iba a darme una ducha.
—No deberías hacerles esperar si tienen hambre. Ya lo sabes.
—Está bien…
—¿Mamá?
Hawk retrocedió con su cerebro martilleándole el cráneo. Aquella escena no tenía sentido si la comparaba con lo que había presenciado hasta entonces. Se le estaba escapando algún detalle que ordenase todo el desastre que había en su mente, pero era incapaz de deducir cuál.
Cuando la chica llegó a la primera planta y se dirigió hacia la habitación a su izquierda, Hawk se desubicó todavía más. Era evidente que no podía conocerla, pero había algo en su rostro que le resultaba familiar. Quizá solo fuese la similitud con su hija, aunque no podía asegurarlo.
El anciano siguió a la joven Paula al dormitorio. La decoración del interior le recordó de forma vaga a un cuarto infantil, pero no se parecía en nada al que habían compuesto él y su mujer para Bella antes de su nacimiento. Aquel rincón rebosaba tristeza por todas sus esquinas.
Sin embargo, lo que más destacaban eran las dos cestas de color rojo y amarillo que estaban sobre una cama de matrimonio. Hawk se asomó por encima de ellas. Dos bebés lloraban a pleno pulmón en un coro irregular de chillidos.
—Sois unos jodidos tragones, ¿eh? No me dejáis tranquila ni un momento.
El timbre de la entrada sonó con estrépito. Hawk miró un reloj de pared cercano. No parecía la hora ideal para que se presentase una visita. El inesperado ruido le distrajo tanto que no captó a la joven cogiendo una moneda de encima de una mesita de noche.
—A ver a qué demonio le toca primero —expresó lanzándola para agarrarla al vuelo—. Cruz. Bien, el que me muerde.
El escandaloso timbre reclamó asistencia tres veces seguidas más mientras Paula agarraba la cesta roja.
—Ya voy, ya voy. Que poquita paciencia.
Hawk regresó al pasillo con un pálpito abrasador en su pecho. Quiso gritarle a la anciana que observaba por la mirilla que no abriese esa puerta bajo ningún concepto, aunque sabía que sería inútil.
—¡Mama, no abras!
—No, hija, si no lo…
Con un estruendo, la puerta se abrió de una brutal patada. La anciana cayó de espaldas como una rama seca, quebrándose la cadera en el proceso. Su dolor inmovilizador se apaciguó cuando un encapuchado entró y le clavó una bala en el cráneo. Hawk retrocedió incluso temiendo que él fuese a ser el siguiente, pero el extraño ya había notado a la mujer que chillaba y huía hacía la cocina.
Hawk corrió tras ella a la par que el encapuchado. Deseó haber permanecido quieto después de presenciar cómo el arma con silenciador estampó dos tiros susurrantes en su pecho. Una vez eliminada, el individuo captó a su siguiente objetivo junto a la asesinada. 
—¡Mamá! ¡Mamá! ¡No! ¡Levántate! ¡Mamá!
—¡No, cabrón, déjala!
Hawk continuaba siendo consciente de que su intervención era inútil, pero no pudo sentirse más impotente cuando el hombre agarró a la pequeña Jane de la cintura y se la llevó con él. En el recibidor, otros dos enmascarados se habían adentrado en el domicilio. El anciano reconoció a uno de ellos. Era su padre.  
Fox sujetó a Jane por la barbilla y la forzó a mantenerle la mirada mientras lloraba sin ningún consuelo.
—Llévala al coche.
—¡No, mamá! ¡Mamá! ¡¡Mamá!! ¡¡Te odio!! ¡¡¡Te odio!!! ¡¡¡Te odio!!!
Con un chasquido, Steve atrajo la atención de la soldado que le acompañaba.
—Registra toda la casa. La chica y el bebé tienen que estar por aquí.
No pasaron más de unos segundos hasta que el llanto invadió sus oídos. Hawk distinguió una sonrisa de victoria en el semblante de Fox.
—Oh, mierda…

—¡Hawk! ¡Hawk, vamos, viejo, levántate! ¡Te necesitamos aquí!  
—¡No te esfuerces! —aulló Lilith arrastrando a Vega de nuevo a su cobertura—. ¡Volverá en sí, pero no sabemos cuándo!  

Hawk corrió hacia el cuarto infantil y entró con tal velocidad que hasta percibió un imposible signo de fatiga en su cuerpo. Paula había apagado las luces y se hallaba junto a la ventana abierta del cuarto. Había arrojado la cesta roja al jardín trasero de la vivienda, y se disponía a recuperar la cesta amarilla cuando escuchó los pasos de los intrusos dirigiéndose hacia la habitación.
Los músculos de la joven se tensaron. Hawk adivinó lo que la chica quería hacer, pero podía ser consciente de lo que realmente haría. Con rostro de terror, se lanzó al jardín. El anciano fue hacia la ventana y se asomó para contemplarla huyendo con la cesta roja hasta que se perdió a través de un callejón.
Hawk suspiró con pesar cuando Fox entró en el cuarto y encendió la luz.

Leo se deslizó a su izquierda, evadiendo una flecha que podría haber reventado sin dificultad su corazón. Recargó su arma y continuó disparando a los arqueros, quienes se habían apostado tras unos coches ruinosos después del primer tiro. Desde su posición le resultaba complejo tratar de acertar y controlar el retroceso de la pistola, pero servía como fuego de supresión para evitar que se aproximasen a rematarlos.
—Joder, B, tendrías que haberte asegurado de que no tenían armas de fuego antes de iniciar el combate —le recriminó uno de sus subordinados acurrucado junto a su coche—. Mira en que lío nos has metido.
—Y yo qué sabía, coño. Hoy en día ya casi ningún nómada tiene balas funcionales.
—¿En serio? ¿Esa es tu excusa? Pues mira, ¡sorpresa! Los procedimientos de actuación de R se crearon por un motivo.
—¡Cállate, joder! 
—¡Leonard! —chilló Vega desde la zona derecha del jardín—. Voy a abrir fuego contra ellos. Aprovecha para venir aquí.
—¡Vale!
Tal y como había indicado, Vega descargó su revólver contra los vehículos. Leonard corrió un par de metros y saltó hacia el césped para esquivar otra flecha que habría atravesado su pierna de lado a lado. 
—Vale, vale…
El rubio se parapetó junto a la espadachina mientras respiraba intentando tranquilizarse. No podía ser tan complicado averiguar una estrategia para segar las insignificantes vidas de aquellos arqueros. Michaela le había entrenado durante semanas para ser capaz de resolver situaciones mucho más complejas. Solo tenía que concentrarse.
—Vega —la llamó Lilith, que se hallaba justo detrás de ella—, tenemos que traer a Mike aquí. Quizá todavía podamos salvarle la vida.
—Me preocupa más que podamos salvarnos nosotros —le aclaró Leonard pese a lo cruel que sonó.
—Vega, se está desangrando ahí fuera, solo. ¿Y si fuera tu yegua?
—Mi yegua está ahí fuera, atada, expuesta a las flechas.
—Pero no se está muriendo.
Vega la sostuvo por el hombro y la empujó lejos de la verja tras cerciorarse de que se estaba obstinando en avanzar hacia ella con cada dialogo que emitía.
—Estos tipos no son simples arqueros. Es como si hubieran nacido con un arco bajo su brazo. En el momento que pongas un pie fuera, estarás muerta. Piensa en tu hermana.
Lilith observó apenada a Paula, inconsciente. Al menos ella se hallaba ajena a lo que sucedía, tan calmada, tan… inocente.
—Tienes razón. No debería pensar en Mike ahora mismo.  
Vega retrocedió satisfecha por haberla convencido. Lo que no imaginaba es que la joven iba a robarle el revólver y esprintaría hacia la carretera.
—¡Lilith, no!
—¡Sacad a mi hermana de aquí! ¡Llevadla a un lugar seguro! ¡Y decidle que la quiero!
—¡Leonard, párala!
Para cuando el rubio recibió la orden, Lilith ya había abandonado la casa rural. Tres arqueros surgieron de sus posiciones dispuestos a cazar a la inconsciente. Esta descargó las balas que aún permanecían en el tambor sin ningún objetivo claro. Agotar la munición fue suficiente para que la primera flecha volase hasta perforar su costado.
Una arquera más apareció para ayudar a sus compañeros. Leonard aprovechó la distracción para aumentar la concentración de sus disparos. Uno de ellos atravesó un hombro, otro rozó un cuádriceps y el tercero erró. Sus rivales se ocultaron de nuevo amedrentados por su puntería.
—Joder…
Leonard no salía de su asombro cuando vio a Lilith, que había sido derribada por el impacto, incorporarse contra todo pronóstico. Chillando como una demente y sin importarle en absoluto tener una flecha clavada, echó a correr en dirección a los vehículos. Una de las arqueras se reveló por tercera vez desde su cobertura para detenerla definitivamente. Lilith arrojó el revólver vacío a su rostro, obteniendo el tiempo suficiente para lanzarse encima y evitar que la ensartase.
—¡Vamos, vamos!
Vega no quiso desperdiciar ni un segundo del sacrificio de la pobre chica. Cogió a Paula entre sus brazos y ordenó a Leonard que continuase disparando. Una vez fuera, subió a la niña encima de Estrella, la desató del poste en que la mantenía retenida y montó.
—¡Leonard, vamos! ¡Ahora! ¡Sube!
—Espera, ¿y Hawk?
—¡No hay tiempo ni espacio! ¡Vamos!
Lilith se sujetó con fuerza inhumana al arco y estiró de él para arrebatárselo a su propietaria. Su fútil intento de contraatacar se desvaneció al instante. Cinco flechas se clavaron una tras otra en el cuerpo de Lilith. La chica cayó de espaldas, aceptando sin resentimiento su final.
Entre el mar de flechas, uno de los arqueros atacó a Estrella, consciente de que sus objetivos podrían escapar con su velocidad. La yegua relinchó al sentir la punta de metal hincándose en el lomo y aceleró sus patas en sentido contrario al pueblo antes de que Leo pudiese subir. El chico corrió desesperado tras el animal mientras Vega la espoleaba para detenerla sin éxito.
—¡Vamos, Leo, corre! ¡Vamos, corre! ¡Ya casi lo tienes! ¡Corre! 
Pero él sabía, pese a su tormentoso sprint, que no lo conseguiría. Leonard trastabilló después de que una flecha se colase entre sus piernas y cayó en el asfalto a merced de sus asesinos.

—Que preciosidad —expresó Fox deleitándose con el olor de la recién nacida—. Me pregunto qué sexo tendrás. Tu mamá es tan cutre que te ha puesto en una cesta amarilla. No sé de quién lo habrá aprendido.
—Eres… eres un ser despreciable —le escupió Hawk furioso—. Todo esto para robar un bebé.
—Capitán Fox —le llamó con respeto la soldado que había entrado en la casa junto a él—. Mi compañero y yo no hemos encontrado ningún rastro de la chica. No está aquí.
—No puede estar muy lejos —afirmó Steve examinando con sumo interés la ventana abierta del dormitorio—. Peinad la zona. Si la veis, eliminadla con discreción, y si no, no importa; es solo una cría que, tarde o temprano, se morirá de hambre ahí fuera. Yo tengo un avión que coger.
Fox cogió la cesta amarilla a la par que Hawk se acercaba hasta ubicarse a menos de un palmo de distancia de él. Si el cuerpo de aquella alimaña no hubiese sido solo una representación de la mente de Paula, lo habría asado vivo allí mismo.
—Reza para que nunca lleguemos a vernos, si es que todavía estás vivo, puto cabrón, porque ese día, te arrepentirás de haber nacido.
Hawk chilló dominado por la rabia mientras su padre se la llevaba. Justo antes de despertar, sintió que sus nervios ardían y sus venas explotaban rebosantes de ira.

Estrella frenó de improviso y alzó sus patas delanteras reaccionando a una explosión cercana. Leonard y los arqueros también se cubrieron los cuerpos cuando tres estallidos más amenazaron con reventar sus tímpanos. Incapaz de sostenerse, Vega cayó al asfalto víctima de la gravedad, arrastrando consigo la mochila de la niña. Estrella, asustada por el dantesco espectáculo que se cernía alrededor, continuó huyendo con Paula encima sin importarle dejar a su jinete atrás.
Vega se puso en pie con la espalda dolorida. Una porción de lo que antaño había sido un bar de copas había reventado como si alguien hubiese colocado una bomba y parte de la pared se había desplomado, obligando a sus enemigos a salir de su zona de confort.  
Ni siquiera eso fue suficiente para detenerles. Vega maldijo a su mala suerte cuando visualizó a cinco de ellos levantándose entre los escombros.
—¡Leo! ¡Corre hacia el rio! ¡Hay que llegar al coche!
—¡Hawk tiene las llaves!
Vega examinó a los arqueros. En el estado en el que se hallaban, tratar de alcanzar la mochila de Hawk sería otro suicidio como el de Lilith.
—¡Da igual! ¡Corre!
—¡Vamos, id tras ellos! —comandó B exaltada a su equipo—. ¡Que no huyan! ¡Venga, venga!

Aunque Vega fue la primera en precipitarse hacia el camino que había marcado, Leonard no necesitó ni un minuto para rebasarla, pues él la superaba con creces en velocidad. Ambos habían suplicado casi al unísono que los arqueros no fueran veloces, pero resultó ser todo lo contrario. Parecían tan acostumbrados a ello que incluso infundía respeto.
Vega le señalaba a Leo rutas alternativas por las que podrían despistarlos, pero ni empleando su táctica podían deshacerse de su hostigamiento. Fue poco antes de atravesar el puente cuando una de las múltiples flechas con las que arremetían alcanzó una de las ya malheridas piernas de la joven. Leonard se detuvo para acudir en su ayuda.
—¡Vega! ¡Vega, vamos, levántate!
—No puedo… ¡Leo, vete!
—No voy a…
—¡No puedo correr con una flecha en la pierna! ¡¡Vete!! ¡¡Ahora!! ¡¡¡Corre!!!
—¡Ahí están!
—¡Mierda!
Presa del pánico, Leo agarró la mochila de Paula y echó a correr otra vez hacia el exterior del pueblo. Pese a que un impulso en su interior le atormentaba para que mirase atrás, él sabía que no quería ser testigo del asesinato de Vega bajo ningún concepto, por lo que siguió adelante con su mirada fija en el horizonte.   
Lejos de rendirse, la espadachina utilizó su sable para incorporarse soportando la tortura a la que su gemelo estaba siendo sometido y se arrojó sin pensarlo al río. Sorprendidos, los arqueros se asomaron por el puente, alcanzando a discernirle en la lejanía mientras era arrastrada por las sucias corrientes de agua.
—¡Joder!
—Tranquila, G. Ese ya no va volver a venir aquí. Vamos a por el que queda.

Aún después de haber despertado, Hawk se mantuvo unos diez minutos atrapado en el limbo de la somnolencia hasta que su conciencia retornó al jardín. Se incorporó con más presión en su cráneo, si es que era posible, que en su último viaje. Esperaba que sus acompañantes le hubiesen trasladado hasta un espacio más cómodo e íntimo y que los desconocedores de su condición le interrogasen acerca de lo que había ocurrido, pero en su lugar, nada ni nadie se presentó. Había regresado con exactitud en la misma coordenada en la que se había ido.
—¡Hey! ¡Gente! ¿Dónde demonios os habéis metido?
No fue hasta que arrastró los pies hacia la verja que descubrió las múltiples flechas clavadas junto a esta, y un poco más allá, a un cuerpo inerte desangrado en la carretera.
—Dios…
Con su pecho en el límite de un infarto, se acercó hasta este para comprobar que no se había equivocado en su creencia de primera mano. Se maldijo a sí mismo por tener razón al confirmar que se trataba de Mike.
—¿Qué ha pasado aquí? ¡Vega! ¡Lilith! ¡Paula!
Durante su inspección desesperada del entorno, Hawk se cruzó con un hilo de sangre que se dibujaba desde la carretera hasta unos vehículos cercanos. Sin siquiera meditarlo, caminó hacia ellos sintiendo como la angustia escalaba hasta su garganta.

Leonard tropezó con su propio pie. Apretó la mochila de Paula contra su abdomen intentando contener el impacto cuando cayó, pero no pudo evitar el imperioso ardor que le recorrió desde el codo hasta el hombro.
—¡Ahí está!
—Joder…
El rubio se incorporó en milésimas de segundo y continuó corriendo con resiliencia haciendo acopio de la escasa energía que le quedaba. Se había escabullido de los arqueros durante más de veinte minutos esprintando como nunca lo había hecho. Sentía que las válvulas de su corazón reventarían de un momento a otro, pero no podía detenerse. No había sobrevivido a la base del terror para permitir que le mataran unos idiotas con arcos.
Entre los chillidos de movilización del equipo que trataba de asesinarle, Leo creyó distinguir el sonido de un motor. Su presagio se hizo cierto cuando un jeep apareció a toda velocidad desde un camino de tierra a su izquierda y frenó en seco junto a él. La copiloto bajó rauda la ventanilla y se asomó a su través.
—¡Cúbrete detrás del jeep! ¡Rápido!
Ni siquiera se detuvo a reflexionar sobre quién podría ser aquella mujer. Leonard se precipitó hacia la cobertura que le proporcionaban y comprobó la munición de su pistola, listo para volver a abrir fuego si era necesario. 

—No… No, no es posible…
Hawk se abrió paso entre innumerables trozos de piedra al divisar un segundo cuerpo sobre el arcén adornado con múltiples heridas punzantes. Con un quejido de lamento, se apoyó en un vehículo cercano sintiendo que podría hiperventilar en cualquier instante.
—Y yo que la quería ver muerta… ¿Cómo puede ser tan irónica la puta vida?
El anciano estaba pensando en cuántas desdichas más aguardaban a ser descubiertas cuando un torbellino de balas ahorcó el silencio latente.

La copiloto se bajó del jeep en cuanto vio que el chaval se hallaba protegido y disparó al cielo con la ametralladora que poseía. Los arqueros se detuvieron estrepitosamente mientras uno de ellos les hacía indicaciones llamativas con los brazos. La mujer caminó hacia el punto en el cual se habían apostado con el arma preparada pese a que sabía que no necesitaría utilizarla.
—¿Quién es esa? —consultó uno de los más despistados.
—¡Idiota, es la ministra! —le chilló B alarmada—. ¡Que a nadie se le ocurra apuntarle con el arco! ¡Esta zorra es capaz de empapelarnos!
Leo se asomó desde su posición como reacción al silencio generado tras el torrente de la ametralladora. La chica del jeep se detuvo junto a los arqueros, se colgó su poderosa arma en el brazo y recogió su cabello tintado de naranja en una coleta con absoluta normalidad.   
—Podríais quitaros las máscaras. Yo sé quiénes sois y vosotros sabéis quien soy, ¿no, Betty? No hay ninguna necesidad.
Uno de sus subordinados se dispuso a quejarse por la orden, pero Betty le detuvo empleando un gesto casi amenazante.
—Yo hablo. Vosotros no despeguéis el pico, por la cuenta que nos trae. Quitaros las máscaras.
—Sinceramente, no sé a quién pensáis que engañáis poniéndoos esa cutrez en la cara.
La mujer de pelo naranja se encendió un cigarro mientras los arqueros retiraban la protección de sus rostros.  
—¿Qué estás haciendo aquí, Ada?
—No, la pregunta es qué estáis haciendo vosotros aquí. Este no es vuestro pueblo.
—Estamos… buscando recursos.
Ada exhaló con suavidad una de sus caladas y miró a Betty con expresión de decepción.
—Betty, querida, ¿crees que soy estúpida? Contesta honestamente, por favor.
—No, por supuesto que no.
—¿Entonces por qué me cuentas una estupidez?
—No es ninguna…
—Os lo dije. Tenemos ojos y oídos en todas partes. No os oculté esa información en ningún momento, y, sin embargo, me da la sensación de que no ha terminado de calar en alguna mente iluminada de vuestro gremio.
—Nosotros no…
—Sé que habéis estado matando gente sin razón de peso. Tenéis suerte de que no viváis en la Sede y la ley os ampare en ese aspecto, pero de lo de la iglesia no os vais a librar.   
—No… no sé de qué me estás hablando.
—¿Y entonces por qué se te quiebra la voz? No se trata solo de que seas una mentirosa muy mala, sino de que lo sé a ciencia cierta. Estáis almacenando parte de vuestro patrimonio debajo de la basílica. No sé por qué ni quiero saberlo, pero lo que sí sé es que la persona que tomase la decisión ha incurrido en un delito de evasión fiscal.
—¿El qué?
—Básicamente, no podéis utilizar ninguna instalación de este pueblo si no pagáis el impuesto que corresponde a su alquiler, y lo estáis haciendo.   
—Nosotros solo…
—Volved a casa y decidle a vuestro Padre que requisaremos todo lo que haya en la basílica, sin excepción. Además, el pago de su alquiler del próximo mes se verá incrementado a un 30% sobre el patrimonio base. En caso de que no saldara la deuda en el plazo correspondiente, sería arrestado, conducido a la Sede y juzgado por el delito cometido según nuestra legislación.
—No puedes hacer eso. Apenas tenemos para pagar el 10%
—Por supuesto que puedo. ¿Quieres que revise el código? Seguro que encuentro dos o tres delitos más que añadir a la cuenta.
Betty se mordió la lengua nerviosa. No quería ni imaginar lo que podría llegar a hacer el Padre por la decepción de la noticia, pero tampoco le iba a beneficiar presionar a la ministra. Mediante un gesto de su mano y en absoluto silencio, indicó a su equipo que se retirase, y todos corrieron al unísono hacia una senda que se extendía a su derecha.
La ministra se deshizo de su cigarrillo en cuanto el último de ellos hubo desaparecido. Caminó hasta la ventanilla del jeep que había bajado y se apoyó sobre ella.
—Eres el mejor interceptando comunicaciones, Abel.
—Ni siquiera suponía un reto. Seguro que tienen los walkie talkies más baratos del mercado —respondió el conductor con humildad—. Tú tampoco lo has hecho mal. Cada vez se te da mejor eso de intimidar.
—Al final te acostumbras.
—Oye, ¿y el chaval?
—Estoy aquí.
Ada avanzó unos pasos hacia donde se había posicionado Leonard, ya lejos del jeep, aferrado con energía a su pistola.
—Tranquilo, estás a salvo ahora.
—Gracias…
—Soy Ada Lamberg —se presentó la chica estirando su brazo en señal de respeto.
Leo meditó durante unos segundos si debía estrecharle la mano, y finalmente lo hizo.
—Leonard Lewis.
—Encantada, Leonard Lewis.  
—Hey, Ada —la llamó Abel desde el jeep—. Viene otro tipo por allí.
Ada y Leonard extendieron sus campos de visión hacia la lejanía, desde la cual se aproximaba un anciano con aspecto deteriorado.
—No lo identifico. Mantente alerta.
—¡No! —les detuvo Leo exaltado—. ¡Está conmigo! Se llama Hawk.
Hawk respiró un poco más aliviado al conocer que uno de los miembros del grupo se hallaba con vida. Notó el impulso de recorrer la distancia que les separaba en milésimas, pero se contuvo para no ser descubierto y caminó a una velocidad apresurada, pero adecuada, hasta encontrarse junto al chico.
—Hola, soy…
—¿Qué ha pasado, Leonard? —le interrogó el viejo ignorando la presentación de Ada.
—Hawk, yo…
—¡¿Qué ha pasado?! ¡Dímelo! ¡¿Dónde están todos?! —inquirió implorando que hablase, sin importar lo que fuese a contar.
—Nos hemos ido a la mierda, Hawk. Eso ha pasado.

—¡No! ¡No, por favor, no! ¡Para!
Sus parpados se separaron reaccionando a los chillidos sobrecogedores que se expandían por su oído hasta acelerar su corazón. Paula observó la habitación en la que había aparecido. Aunque era consciente de que se había internado de nuevo en la mente de Hawk, el entorno se hallaba tan cerrado y oscuro que no podía adivinar de qué lugar se trataba.
—¡No, no, para! ¡Me callaré! ¡Me callaré!
Un tipo con sucia bata blanca e identificación antigua utilizó una porra eléctrica para acallar los gritos que estaban columpiando en sus tímpanos. Aunque solo era un recuerdo, la chica no pudo evitar percibir cómo un olor a quemado irrumpía en su olfato.
—Doctor, el sujeto está despierto. Le he administrado el sedante tal y como está indicado en el tratamiento, pero parece estar creando resistencias. Solicito permiso para aumentar la dosis.
Paula se acercó hacia la cama junto a la que se situaba el desconocido hablando a través de un aparato similar a un walkie. Retrocedió asustada al identificar a la persona que se hallaba en el colchón esposada de manos y piernas.
—Hawk…
—Muy bien. Así se hará.
Al menos media docena de aparatos médicos que no sabía para qué servían se conectaban a su cuerpo mediante cables.
—¡No! ¡Soltadme! ¡No le diré nada a nadie de lo que estáis haciendo! ¡Por favor! ¡Por favor!
—Está muerto, doctor Webster. Nunca volverá a ver la luz del sol. Cuanto antes lo entienda, más rápido podremos progresar.
—¡No! ¡Por favor!
—Este era su proyecto. Debería estar orgulloso de poder contribuir a él.
—¡Puedo darte lo que quieras! ¡Haré lo que quieras! ¡Por favor, por favor, ayúdame!
Ignorando sus patéticas súplicas, el bateado pulsó diversos botones de una de las máquinas. Hawk tardó menos de diez segundos en ser inducido en un profundo sueño.
—A soñar con los angelitos. Dentro de poco vendrán los entendidos a mirar en tu cabeza.
Paula se abrazó a sí misma. No había ningún motivo para ello, pero sentía sus brazos helados hasta su capa más profunda.
—Pobre Hawk…

Hawk comenzó a cubrir el agujero con la tierra que acababa de cavar tras haber depositado el cuerpo de Mike sobre este. Después de que Leonard hubiese puesto al día al anciano con todo lo que había sucedido, este se había presentado a Ada y Abel pidiendo disculpas de antemano. El dúo les contó acerca de quiénes eran las personas que les habían atacado y les propuso ir con ellos a la Sede en la que vivía su grupo.

Tras ello, la pareja del jeep había comunicado que debían dirigirse a la iglesia para llevarse lo que había dentro, y que pensaran mientras tanto acerca de su oferta. Sin embargo, Hawk había preferido aprovechar ese lapso de tiempo para enterrar a los novios. Aunque no los conocía en profundidad, le parecía muy inhumano dejarles a la intemperie para que los devorase cualquier zombi que pasara por allí, y Leonard no había podido oponerse a su razonamiento.

La mente de Hawk se encontraba inmersa en sus divagaciones cuando Leonard apareció en el jardín arrastrando el cadáver de Lilith. Ambos habían concluido en que aquel lugar sería ideal para acogerles por toda la eternidad, y el hecho de que hubiese una pala en un cobertizo cercano también había servido como apoyo para la idea.
—Échala ahí.
—¿Los vas a enterrar juntos? Cava otro agujero, hombre.
—Creo que así lo hubiesen querido ellos —justificó Hawk su decisión—. Además, hay que ser prácticos.
—Está bien…
Aunque un poco dubitativo, Leo colocó a Lilith junto a Mike y se apartó para que Hawk no le bañase con la tierra que estaba arrojando al hueco.
—Todavía no puedo creerme lo que ha pasado. Se suponía que este pueblo sería más seguro. Hemos viajado durante más de una semana para acabar muertos y segregados. Esto es culpa de ese espadachín.
—No puedes culpar a Vega por esto —salió el rubio en su defensa—. Durante el tiempo que he estado con ella, lo único que ha hecho ha sido preocuparse por mí, por nosotros. Nadie podía prever lo que iba a pasar.
—Quizá…
Leo se cruzó de brazos, centrándose en el movimiento de la pala.
—¿Seguro que no la viste cuando cruzaste el rio?
—Ya te lo he dicho. No vi nada de nada. Igual incluso ha tenido suerte y ha escapado. La muy puta es un hueso duro.
—¿Y qué vamos a hacer con lo de Paula y Estrella?
—¿Qué quieres que hagamos?
—No sé… Están ahí fuera, en alguna parte. Deberíamos buscarlas.
—Mira, chico —se dirigió Hawk hacia Leo adoptando una pose de seriedad—. Ninguno de los dos está en condiciones para salir a buscar a nadie. Haremos lo que mejor convenga para nuestra supervivencia, o al menos, yo lo haré. Tú puedes hacer lo que quieras.
—¿Ni siquiera te importa?
Leonard asestó al anciano con una penetrante mirada mientras este concluía su tarea. Sabía que él no era la persona más indicada para dar lecciones acerca de relaciones profundas con los demás, pero le resultaba inaudita una actitud tan gélida y carente de emoción.
—Me importaba, hasta cierto punto, pero visto lo visto, ya no voy a sacar nada de aquí.
—¿No vas a sacar nada?
—Sí, chiquitín, en este mundo, todas las agrupaciones van sobre conseguir algo. Tú viniste a nosotros por el BMW, así que no te hagas el hipócrita conmigo. Al menos les estoy enterrando. Deberían agradecerme que van a tener un nicho. 
—Lilith tenía razón en lo que decía. Eres un gilipollas y ni siquiera te molestas en ocultarlo.
Leonard sacó de su bolsillo el anillo que Mike había usado para pedir matrimonio a su novia poco antes de que ambos fuesen asesinados y lo arrojó en el hoyo sobre ellos.
—¿De dónde has sacado eso?
—Lo recogí.
—¿Lo recogiste? Hey, oye, ¡espera!
El rubio no deseaba escuchar ni una sola insolencia más del carcamal pretencioso. Se dirigió a la carretera maldiciéndole y esperó unos minutos hasta que el jeep de sus salvadores apareció por la pendiente que conducía a la iglesia y paró de nuevo a su lado.
—¿Ya lo tenéis todo?
—Sí, esos capullos habían llenado toda la cripta con mierdas. Había incluso máscaras de látex, látigos y fustas. A saber qué clase de perversiones estaban llevando a cabo ahí abajo. Casi parece sacado de una peli —expuso Ada desde su posición reiterada de copiloto—. ¿Qué hay de ti y de tu amigo? ¿Habéis pensado en nuestra oferta? La Sede es un lugar tranquilo y acogedor.
—¿Es… como una base?
—Sí, es como una base.
Leonard frunció el ceño. Posiblemente, Ada habría pensado que su respuesta le convencería por completo, pero resultó en un efecto contrario.
—¿Y… obligáis a la gente a entrenar en combate y todo eso?
—No, Leonard, los únicos que reciben entrenamiento son los que quieren ganarse un puesto dentro de nuestra milicia, pero esa es su elección. Si no es lo que deseas, puedes hacer cualquier otra cosa para contribuir en la Sede. Incluso puedes ir a clases, de la materia que quieras. Todas son gratis para los niños y adolescentes.
—Es que…
—Puedes venir por un par de días. Si no te convence, eres completamente libre de irte.
—Dos de mis compañeras están desaparecidas. ¿Podríais ayudarme con eso?
—Tenemos un equipo militar especializado en búsqueda de personas. Tendría que consultar con nuestra primera ministra, pero no creo que se oponga. Valora mucho la vida y la aportación de cualquier ser humano.
—Vale. Entonces, estoy con vosotros.
—Muy bien. Sube detrás. Te llevaremos a la Sede.
Leo entró en los asientos traseros del jeep y se acomodó un poco nervioso. En unos segundos, Hawk atravesó la verja de la casa rural y se subió junto a él sin siquiera hablar con Ada antes.
—Poneros el cinturón, por precaución.
El jeep se movió. Leo se abrochó el cinturón de seguridad, tal y como habían requerido, y fijó su mirada en los muros de piedra que protegían la casa mientras se alejaba para siempre, rumbo a otro destino incierto.

—Hey, oye, ¿te encuentras bien?
Paula regresó al sentir de manera abrupta que alguien la zarandeaba. Gritó tan sorprendida como atemorizada cuando se percató de que estaba montada sobre Estrella, parada junto a un terreno de siembra, y que un desconocido la había tocado.
—¡Aléjate! ¡Aléjate!
—Vale, vale, me alejo… —aceptó el desconocido apartándose con los brazos en alto—. No es mi intención hacerte daño, así que calma.
—¿Dónde estoy?
—Bueno… supongo que en un camino cerca de mi pueblo. Estaba yendo hacia él con el coche y te encontré aquí en medio, durmiendo como un tronco encima del caballo.
—Yegua… Es una yegua.
—Yegua entonces.
Paula se cercioró entonces del vehículo que había aparcado cerca de ellos.
—¿Puedo…?
—No te acerques. Asustarás a Estrella.
—Estrella está herida —apuntó el individuo perspicaz—. Tiene una flecha en su lomo. Es muy probable que vaya a necesitar algo de asistencia médica.
—Estaba… Tengo que volver al pueblo. Mi hermana y todos mis amigos están allí. Ni siquiera sé por qué estamos aquí.
—No creo que tu caba… yegua esté para muchos trotes, la verdad.
—Pero tengo que volver. ¿Sabes dónde está un pueblo que tiene una iglesia alta?
El rostro del hombre se tornó en uno de mayor austeridad al reconocer que la chica provenía de Rockrose.
—Vamos a hacer una cosa, ¿vale? Te llevaré a mi pueblo, intentaremos curar a tu yegua, nos aseguraremos de que estés del todo bien, y te acompañaré a buscar a los tuyos, ¿te parece?
—¿Me prometes que me llevarás?
—Sí, chica, te lo prometo —le aseguró respirando más calmado—. Soy Gavin. ¿Y tú?
—Paula.
—Muy bien, Paula.
El joven agarró el walkie de su cintura y lo colocó frente a sus labios.
—Base, aquí G. He encontrado a una yegua y una niña pequeña, ambas sanas y sin mordidas. La yegua tiene una herida de flecha en el lomo, pero creo que podremos tratarla con los recursos de los que disponemos. Me llevaré a las dos a pie al pueblo, así que necesito que alguien acuda al punto 4B para recoger el coche que llevaba y llevarlo de vuelta. Cambio. 
—Aquí base, recibido. Enviaré a alguien. Cambio y corto.
—De acuerdo, vamos a…
—No te acerques a Estrella —le advirtió la chica de nuevo—. En serio, se va a poner agresiva si lo haces. No te conoce.
Gavin examinó al animal con curiosidad. Parecía respirar en exceso y con mayor profundidad a causa de su herida, por lo que prefirió no provocarla.
—Vale… Yo iré delante. Tú solo… sígueme.
—Vale…
Paula usó sus piernas de la misma forma que había visto a Vega utilizarlas y, para su sorpresa, Estrella se movió. No estaba convencida por completo de viajar con aquel chico a su residencia, pero era lo mejor que podía hacer para encontrar la ruta de regreso a Rockrose. Tan solo quería volver y descubrir que su hermana estaba bien.
Se palpó su pantalón en busca de la moneda de Hawk, pero no la encontró. Entonces recordó su desmayo. Se había caído en el jardín de la casa rural.
Paula deseó que hubiese sido por el lado de la cara.