Y
allí estaba ella. Sometida como una muñeca de trapo frente a su némesis. Era
irónico como la vida en aquel mundo no era más que una ruleta rusa en la que el
valor de tus acciones ya no importaba. Mientras ella estaba entre rejas
sufriendo las violaciones de un grupo de ogros deformes sin sentimientos,
Michaela estaba construyendo un imperio. Mientras ella estaba en pleno proceso
de recuperación de un trauma que todavía seguía muy arraigado en su corazón,
Michaela se había convertido en la tirana de cientos de personas que la
consideraban una líder excepcional, una “líder” que sólo ansiaba obtener mucho
más poder del que ya de por sí poseía. Y mientras Nicole se encontraba reducida
a merced de su hermanastra, esa bruja sostenía el cuchillo en el cuello de Adán
dispuesta a rebanárselo si no aceptaba su maravillosa oferta de traición.
Si
entregaba al grupo, estaba condenando a todo el mundo, pero, ¿cuál era la otra
opción? Si se negaba, mataría al chico, ella sería la siguiente, y
probablemente utilizaría sus propios efectivos para localizar a sus amigos,
pero si aceptaba, tendría una pequeña oportunidad, aunque fuese mínimamente
remota, de jugar con su querida hermanita. La mala víbora de Michaela podía ser
una máquina muy calculadora, pero nunca había considerado demasiado las
posibles consecuencias de sus actos cuando se trataba del sufrimiento de la
rubia a la que tanto amaba. Tenía que hacerlo, debía hacerlo, pero no podía
fallar. Por todos los que habían muerto en manos de “Zodiaco” y por aquellos
vivos a los que aún continuaban acosando como carnada de dinosaurio, no podía
fallar. Y por Adán... Especialmente por él.
—Está
bien, está bien, acepto tu maldita propuesta, pero suelta a Adán de una jodida
vez —gritó Nicole invadida por el despertar de una inmensa rabia latente.
Michaela mostró su sonrisa pérfida de vanidad, muestra del mayor de los deleites
que esa zorra de mercadillo hubiese experimentado en mucho tiempo, y estampó al
pobre Adán contra el suelo sin ningún tipo de remordimiento.
—Fox,
llévate a este críajo de mi vista. Ponlo en la escuela, con todos los demás.
Oh, y asegúrate de que no se pasen mucho con él. No queremos que este adorable
chiquitín muera, ¿verdad, Nicole?
—Faltaría
más, señora. Procuraré que no haya demasiada sangre. La pobre Rachel ya limpia
demasiado durante el día.
Una
vez el perrito amaestrado de Michaela se hubo saciado con su sádico regocijo,
arrastró a Adán del brazo y lo sacó de la oficina con la misma delicadeza que
habría empleado trasladando un saco de patatas. El niño susurró el nombre de
Nicole como una plegaria a un ser superior, pero, desgraciadamente, su
protectora no se consideraba mucho más importante que una pulga bajo el yugo de
su hermanastra. Lo único que se vio capaz de hacer fue enviarle un mensaje de
ánimo al chico gesticulando con sus labios un mensaje que ni siquiera ella
misma comprendía por completo. Le prometió que iba a estar bien. Era
impresionante como Nicole se aferraba al sentimiento de esperanza como si del
borde de un precipicio se tratase. De hecho, lo era.
Pero
su fe no importaba en absoluto. Ellos no rectificaron en su decisión de reclamarlo
como suyo. La impotencia la poseía mientras contemplaba como le forzaban a
marcharse a un destino que era demasiado incierto.
Las
botas de Michaela expandieron una melodía rítmica de pasos a lo largo y ancho
de la oficina que muchos habrían denominado como eco, pero que Nicole sólo
podía relacionar con una especie de danza de la muerte realizada por un
depredador justo en el momento anterior al destripe de su presa. No había
ninguna diferencia. Y fue cuando aquella puta de ultrabarrio la agarró de su
barbilla y la obligó a mantener su mirada repleta de ira, rencor y odio sobre
una dominada por la victoria, el gozo y la superioridad que sintió como
realmente lo estaba haciendo. Se estaba comiendo su alma, como un parásito que
la destruía poco a poco desde su interior. Eso era Michaela.
—Esto
va a ser muy, pero que muy divertido, Nicoleta.
Y
allí estaba ella. Tirada en una esquina de aquel cuartucho de mala muerte en un
asqueroso edificio abandonado con las piernas abiertas aguardando a que el profundo
dolor que estaba desintegrando sus órganos cesase de una jodida vez después de
ocho horas de intenso sufrimiento. Como única compañía, la colonia de hormigas
que acariciaba sus pantorrillas y el moho negruzco que revestía su espalda. Y
Margaret, por supuesto. Su improvisada matrona.
—Vamos,
empuja, empuja, sigue empujando. Ya estoy viendo la cabeza. Venga, sigue, lo
estás haciendo muy bien, sigue.
Y
ella lo intentaba. Por supuesto que lo intentaba, pero no podía. Ese puto bebé
no ponía nada de su parte para salir a su nuevo mundo, y no le extrañaba en
absoluto. Si tan sólo se muriera durante el parto. Si tan sólo no tuviera que
sentir el desprecio de una madre que no le quería. Si tan sólo no se hubiese
dejado embaucar por aquel hijo de puta, las cosas habrían sido mucho más
fáciles. Tal vez todavía podían serlo… Tal vez… Sólo tal vez.
—¡Oh,
no, no, no! ¡Tiene… tiene el cordón umbilical enrollado alrededor del cuello!
¡Aguanta, voy a cortarlo! Voy a cortarlo, sí, voy a cortarlo.
—Agh,
esto es asqueroso —exclamó Adán repugnado por la visión tan desagradable del
comic con la que se había tropezado, cerrándolo casi como en un acto reflejo.
—Venga
ya, ¿qué es lo que has visto? ¿No habrás cogido un comic de la sección de
adultos? —preguntó su hermana fingiendo hallarse escandalizada cual niña
inocente al descubrir una mentira de sus padres y tomando el libro de
historietas de dibujo en cuestión para comprobar que era exactamente la imagen
que le había asqueado tanto. Contrario a lo que su chico había pensado, Eva
sonrió con aquella escena que tan tierna parecía a sus ojos. Era una verdadera
lástima como sus sentidos jugaban con ella al despiste—. Oh, por favor, pero si
solo es un parto.
—Es
un bebé naciendo, con sangre y gritos. Una vez vi uno y no me gustó nada
—argumentó frunciendo el ceño disconforme.
—Es
algo natural. Tú también llegaste al mundo así, y no te vi quejarte tanto
entonces. Bueno, excepto por los berridos que pegabas. Aquello era inhumano.
—¿Tú
estabas cuando yo nací? —saltó repentinamente Adán con una mezcla entre
confusión e ilusión.
—Pues
claro, hombre. No me lo iba a perder. Por nada del mundo, vamos —contestó Eva
con un tono de voz tan maternal que hasta a ella misma le pareció sumamente
ridículo—. Hey, deja de reírte de mi voz de niña buena. ¿Quieres que llame al
tío de los cigarros?
Las
carcajadas retumbantes del chiquillo cesaron justo al escuchar esa última
amenaza. No quería que atrajera al hombre del saco moderno, eso desde luego.
—Presente
—anunció el temido en cuestión sorpresivamente, sobresaltando a ambos. Eva se
giró rauda hacia la entrada de la tienda de cómics en la que se hallaban sólo
para descubrir al maligno adentrándose cargando con una garrafa de agua, que
instantáneamente depositó en el mostrador, librándose de su más que molesto
peso—. Bueno, pues aquí tenéis la mercancía que ha encontrado el tío de los
cigarros. Y si no os importa, creo que voy a hacer mención a mi nombre y
echarme uno.
Y
una vez concluida la breve conversación sobre las novedades de su estado, el
tipo cumplió sin demora con su palabra, apartándose en dirección al estante de
los comics de superhéroes mientras encendía un cigarrillo con su mechero e
inspiraba toda la nicotina del ligero tabaco. Tampoco tardó demasiado en
concentrarse en la lectura de una de las historias ficticias que allí se
hallaban dispuestas, olvidando por completo la presencia de otros seres humanos
en el lugar.
—En
fin, cada zumbado con su tema —resopló Eva referenciando a ese misterioso tío
de los cigarros y su extravagante comportamiento—. Voy a guardar la garrafa que
ha traído en el almacén de ahí atrás. No tardo.
Pero
cuando la joven se estaba ya marchando con ligereza para cumplir con su
cometido, fue inesperadamente detenida por una petición del renacuajo realmente
interesante.
—No,
espera, no te vayas. Es que… quiero decirte una cosa —comenzó a hablar con
timidez—. Es que… te conozco desde hace una semana, y no sé nada de ti, y ahora
que estamos más tranquilos, bueno, yo pensaba que me ibas a hablar sobre ti, y
yo sobre mí, porque somos hermanos, y tenemos que saber sobre nosotros, porque…
es importante.
—Emmm…
Bueno, sí, vale, claro que sí. ¿Qué quieres saber sobre mí? —aceptó su
propuesta una vez Eva verificó que realmente había comprendido el significado
de aquel enredo de palabras.
—No,
mucho mejor, vamos a jugar a “yo confieso”. Yo digo una cosa sobre mí, tú otra
sobre ti, yo sobre mí, tú sobre ti, y así hasta que nos cansemos, ¿vale? —le
explicó Adán con infinita emoción. A su hermanita no le atraía demasiado
participar en aquel juego de niños, pero, ¿quién era ella para destruir su
ilusión?—. Venga, va, empiezo. Yo confieso que… me encanta comer chocolate a
escondidas, aunque no suelo hacerlo muchas veces.
—Bueno,
pues… —comenzó a meditar Eva sobre todo aquello que podía contarle sin generar
un maremoto de problemas—, yo confieso que me comía las palomitas a puñados
como una cerda cuando… iba al cine. La verdad es que no soy muy amiga del
dulce.
—Yo
confieso que me castigaban siempre en el orfanato porque me bebía el café de
los mayores. Pero no era mi culpa. Es que me gustaba mucho. Lo probé un día y
no podía parar —murmuró Adán mostrando su característica carita de niño bueno
que no ha roto un plato en su vida, recibiendo un bufido irónico por parte de
la hermana.
—Pues
entonces, yo confieso que me encantaba tomarme los cafés bien cargados que
hacía papá. Lo único que él si me dejaba. Si hasta me los preparaba cuando se
los pedía.
—Yo
confieso que… echo de menos a mis amigos del orfanato —habló el niño apenándose
repentinamente.
—Yo
confieso que también echo de menos a algunos de mis compañeros del ejército,
pero es lo que tenemos, y hay que salir adelante con ello.
—Yo
confieso que nunca he estado enfermo —comentó el chiquillo enorgullecido de sí
mismo, cambiando muy abruptamente de tema.
—Guau,
menudo sistema inmunitario. Pero seguro que has estado enfermo de pequeño. Lo
que pasa es que no te acuerdas. Bueno, yo confieso que me han operado del
apéndice y de la vesícula, con ocho y diez años. Ah, pero seguro que tú no
sabes que son. Da igual, no importa. Sigue, anda.
—Yo
confieso que… me caen bien Florr y Lucía, aunque el de los cigarros me da un
poco de miedo —murmulló dirigiendo una mirada fugaz al susodicho, que todavía
seguía encerrado en su mundo interior, fumando y leyendo como si no hubiera un
mañana.
—Pues
entonces yo confieso que el de los cigarros es un amargado y un sin sangre, y
nadie le soporta —vociferó Eva a pleno pulmón a propósito para que este la
escuchase perfectamente, asustando y sobresaltando al pobre Adán, que empezó a
rezar para que el de los cigarros no tomara represalias. Afortunadamente, el
fumador impulsivo parecía fingir que aquellas injurias no habían penetrado en
sus oídos, o sencillamente, le importaban lo mismo que ellos dos. La
provocadora refunfuñó decepcionada ante de proceder a hablar.
—Agh,
pues nada, a palabras necias, oídos sordos, ¿no? Venga, va, te toca.
—Pero…
es que… ya no sé qué decir. ¿Por qué has hecho eso? —protestó el niño con
respecto al intento de exaltación del tenebroso hombre del saco.
—Pues
nada, ya pienso algo yo. A ver… Emmm… Yo confieso que… echo mucho de menos a mi
madre.
Pero
Eva no se percató de las consecuencias de su inocente confesión hasta que ya era
muy tarde. El sentimiento de alegría y felicidad infinita de su pequeño pronto
se había tornado en uno mucho más oscuro. La depresión, el dolor, la
frustración… Todos habían emergido.
—Yo…
confieso… que… la odio… por abandonarme. No quiero odiarla, pero la odio. La
odio mucho.
Unas
amargas lágrimas resbalaron por la mejilla del chicho, consiguiendo que
aflorase en su hermana una profundo e intensa sensación de culpabilidad
absoluta. Lo había vuelto a hacer. Lo había estropeado todo. Como siempre.
—Hey,
ven aquí. Vamos, ven aquí —trató ella de animarle acurrucando su cabeza
tiernamente sobre su pecho como una madre que cuida de su pequeña cría mientras
esta desahogaba todo aquel rencor reprimido en su interior mediante el llanto.
—Porfa,
no te vayas tú otra vez… Quédate conmigo, no te vayas —suplicaba este aferrado
a las caderas de la que por momentos era el único apoyo anímico que le quedaba,
una hermana mayor surgida de la nada, con la que había compartido sólo siete
días. Pero siete días podían llegar a ser toda una eternidad cuando su
significado era muy relevante. Y en este caso, lo era.
—Hey,
¿qué estás diciendo? Yo nunca te dejaría. Te lo prometo —juró Eva solemnemente
clavando sus ojos color esmeralda resplandecientes en las pupilas dilatadas de
Adán—. Te seguiría hasta el fin del mundo si fuese necesario, cariño. Hasta el
fin del mundo.
El
fin del mundo… Allí era donde se sentía en aquellos momentos, arrodillada,
petrificada frente a la bifurcación que se abría ante su persona. Aquel lugar satánico…
Aquella carretera… La ruina y el desastre que la envolvían, una elección que
podía desembocar en una destrucción todavía peor o en su salvación. ¿No era
aquella zona del infierno de Mississauga acaso una metáfora muy precisa de su
propio alma? Tal vez. No lo sabía. Pero si de algo estaba segura era de que
debía escoger un único camino, una única vía, un único tránsito hacia su
destino, tanto física como espiritualmente, y no era otro que aquel que le
condujese hasta su hermano. No había más opciones posibles.
—Chicos,
¿qué vamos a hacer ahora? —preguntó Inma tratando de recuperar su condición
física normal tras la reciente huida efectuada.
—No
lo sé… Joder, no lo sé… Necesito sentarme dos minutos —espetó Alice
estrellándose muy bruscamente contra el arcén, completamente agotada.
—Tenemos
que volver al lugar donde nos separamos. Hay que volver. No puedo dejar a
Nicole tirada otra vez. Es que no puedo —apareció Davis presentando una idea
con firme convicción, aunque esta no fuese muy bien recibida por cierto
individuo.
—Vamos
a ver, que todo el mundo se tranquilice de una puta vez, porque me estáis
poniendo muy nervioso —regruñó M.A, imponiéndose autoritariamente ante los
presentes—. Mira, Davis, lo siento, pero por mi parte, no estoy dispuesto a
salir ahí fuera hechos una mierda después de la pelea contra ese bicho, sin
comida, sin agua, sin munición, y además, en plena puesta de sol, por no hablar
de que no tenemos elaborado el más mínimo plan. ¿Pretendes que andemos a ciegas
por si nos los cruzamos de frente hasta reventar? No, no y no, me niego. Nos
quedamos por aquí, buscamos un refugio seguro, descansamos por esta noche,
tratamos de buscar algunos suministros, y salimos mañana temprano a buscarles,
en condiciones mucho mejores. Vamos a usar la cabeza por una vez, por favor os
lo pido, que para eso está, no para pasearla de adorno.
—No
estoy de acuerdo —refunfuñó Davis con la cabeza ligeramente ladeada hacia el
arcén, el ceño fruncido y el labio retorcido. Desde luego, la insolidaridad de
su supuesto amigo no debía haberle sido muy agradable.
—Davis
tiene razón. En las desapariciones, las primeras horas son fundamentales.
Recuerdo cuando uno de nuestros niños se perdió mientras estábamos viajando, y
nuestra gente esperó demasiado para salir a buscarlo porque decían que tenían
que organizarse y prepararse bien. Para cuando quisieron encontrar al chico, ya
le habían mordido —soltó Jessica un convincente argumento que hizo a los demás
recapacitar sobre si la ignorancia de su sentido del deber era la mejor opción.
El único que no tragó demasiado bien sus palabras fue M.A, quien parecía haber
recibido un tiro en la boca del estómago.
—Nadie
te ha pedido tu opinión…
—¡M.A!
—saltó Maya veloz como una gacela, perfecta conocedora del terreno peligroso
que estaba tanteando su compañero. Además, seguro que tampoco quería que el
rubio acabase con su bonita cara partida o sin posibilidad de descendencia
futura—. Chicos, yo creo que los tres tenéis razón. Podemos separarnos, formar
dos grupos. Los que quieran salir a buscar, que vayan, y los que prefieran
esperar y descansar, que se queden por aquí. Así todos ganamos, incluidos los
desaparecidos. ¿Qué pensáis?
—Ya,
¿y qué pasa si esos dos ya están muertos o mordidos? ¿Y si por salir ahora no
logramos más que perder a otro de los nuestros? ¿Sobre quién crees que va a
caer la responsabilidad de esas muertes, eh? —arremetió M.A de nuevo,
disconforme, hundiendo el robusto pilar que la chica estaba consiguiendo
construir hasta el más mísero de los subsuelos cual potente carga explosiva. Maya
ni siquiera abría la boca. Lo cierto era que no supo cómo podría contestar a
aquella pregunta trampa—. Lo suponía.
Davis
sí tenía intención de contestarle, y no precisamente de buenas maneras por cómo
había cruzado sus brazos, pero el ruido de una corredera atrayendo su atención
se interpuso en su objetivo. Cada uno de los miembros de ese grupo tan
desintegrado contempló cómo Eva había abandonado finalmente esa extraña
posición de rezo que había mantenido prácticamente desde la noticia de la
pérdida de su hermano, y recargaba su arma a la vez que se alejaba de ellos a
gran velocidad. Se estaba marchando, por su propio pie, y sin comentar
absolutamente nada a nadie, como un auténtico lobo solitario.
—Hey,
hey, hey, ¿a dónde coño te crees que vas? —la detuvo M.A interponiéndose en ese
camino tan visible que presenciaba y empujándola ligeramente para impedir que
su avance prosiguiese. A nadie le gustó aquel movimiento. Después de casi un
mes compartiendo techo, todos sabían que cualquier mínima chispa entre esos dos
polos opuestos, les haría arder sin reserva alguna. Incluso Jessica, quien
prácticamente no conocía la historia existente entre ellos dos, se acojonó ante
tal actuación. Alice levantándose de un salto, perpleja ante la situación,
tampoco era una buena señal. Pero lo peor de todo fue la mirada de asesina
sanguinaria que Eva dirigió a aquel manco estúpido aspirante a líder. M.A la
reconoció de inmediato. Era la misma marca de desprecio con la que Florr le
había amenazado muchas veces, pero mientras que la de la niñata se percibía
demasiado falsa como para creérsela, la suya era tan real que no estaba
dispuesto a acobardarse ante ella.
—¿Qué
coño estás haciendo? ¿Te crees que eres alguien como para venirme con esos
aires de chuloputas, eh? —se cebó con él realmente furiosa por la intromisión.
El aspecto de la gruesa vena que recorría su cuello servía como un complemento
estupendo a su ira. Pensar que iba a explotar no era nada descabellado.
—¿Cómo
que qué coño hago? Estamos intentando montar un plan entre todos para buscar a
esos dos desaparecidos, y tú te piras, así, como quien no quiere la cosa. Ala,
cacho mierdas, ahí os quedáis haciendo el imbécil, que yo, la mejor del mundo,
voy a hacer lo que me salga del cimbrel, como siempre. Pues no, las cosas no
funcionan así, joder. Esto es un grupo, y si hay que hablar de algo, se habla,
no se pasa de ello como de la mierda. ¿Te ha quedado claro? —se desfogó M.A,
expulsando todo el rencor acumulado hacia esa zorra pasota.
—Igual
que tú lo hablaste cuando te fuiste al bosque dándole de ostias a quien no te
dejaba largarte, ¿no? —le atacó ella en aquel rincón de su corazón en el que
más daño podía causar, y no precisamente de manera inconsciente. Davis y Alice
expresaron simultáneamente sendos rostros de desconcierto ante la noticia. M.A
había mantenido aquel arrebato como un secreto que nadie había desvelado… hasta
entonces—. Mira, pelo Pantene, a ver si te enteras de una vez. Tú no mandas en
mí. Si quieres creer que eres el líder de este grupito, como tú dices, pues muy
bien para ti, manda sobre ellos, pero yo no soy parte de tu intento de
dictadura. Yo formo parte del grupo de Puma, del grupo de Florr y del grupo de
mi hermano. ¿Ves a alguno de ellos por aquí? ¿No, verdad? Pues cierra tu bocaza
y apártate de ahí de una vez, muy anormal —terminó la joven su apuñalamiento,
apartando de su vista a aquel tipo con un empujón mucho más violento que el
propinado anteriormente por el rubito chulito.
M.A
ya ni siquiera se molestó en volver a desplazar sus labios ni realizar un
segundo intento de detener a esa gilipollas. Si quería arriesgar su vida
inútilmente, que lo hiciera. Y si un mutante la cazaba, violaba y decapitaba,
pues mucho mejor.
—Si
alguien tiene un poquito de conciencia, puede venir conmigo. Los demás podéis
quedaros ahí —se despidió Eva con toda la cordialidad que le quedaba.
Casi
al instante de haber desplegado su peculiar ultimátum, Davis desenfundó su
pistola Glock y comprobó la munición que aún mantenía intacta. La frustración
que le envió M.A con una penetrante mirada fue indescriptible.
—Por
favor, dime que no estás pensando lo que yo creo que estás pensando…
—Lo
siento, amigo, pero sí Nicole estuviera aquí, diría que debemos cuidar los unos
de los otros, como un grupo unido, y eso es lo que voy a hacer —habló Davis
plenamente decidido sin importarle por momentos lo que sus acciones pudiesen
suponer para la fidelidad de M.A. Las prioridades eran las prioridades.
—Yo
también voy —se animó Jessica, provocando un principio de infarto a su pareja.
Todavía no se había marchado, y el primero de sus problemas ya se había
presentado.
—No,
Jess, tú no vienes. Tal y como estás no, ni borracho, vamos. Y esta vez lo digo
en serio, y voy a ser inflexible. Tienes que cuidar de ti misma y de ese bebé
—se negó en rotundo su chico como buen padre sobreprotector que pronto sería.
Pero a Jessica no le sentaba muy bien que la trataran como a una maldita muñeca
de porcelana después de haber formado parte del gobierno de un grupo de
supervivientes de un tamaño considerablemente mayor.
—Sí
que voy, Davis. Y tanto que voy. Ni tú eres mi amo ni yo tu sirviente, así que
deja de tomar decisiones por mí. Voy a ir, quieras o no, te guste o no.
—Está
bien, que todo el mundo se calme —intervino Maya enfriando aquel ambiente a
sucia pelea tabernera por segunda vez consecutiva cual dulce voz de la razón—.
Jessica, necesito que te quedes aquí y cuides de Inma por mí. A cambio, yo iré
con Davis, y vigilaré su espalda. ¿Me harías ese favor?
—Espera,
¿qué, cómo? —se sobresaltó Inma ante la decisión arriesgada por la que su prima
había optado. No quería perderla también. No, a ella no.
—No
te preocupes, estaré bien. Lo único que tenemos que hacer es salir, tratar de
buscarles por los alrededores, y luego, volver aquí mismo. Iremos con todo el
cuidado del mundo. Te lo prometo —intentó ella calmarla con una cuidadosa
selección de palabras tranquilizadoras. Pero no funcionó con todo el mundo.
—¿Así
que tú también, Maya? ¿Es que ahora vais a ir todos en mi contra, o qué pasa?
¿Por qué nunca escucháis una puta palabra de lo que digo, joder? Si vais ahora,
os estáis suicidando, y seguramente para nada. Hacedme caso por una vez
—imploró M.A, cansado de que cualquiera de sus aportaciones se empleasen como
papel higiénico.
—M.A,
te recuerdo que yo salvé tu vida por mi propia iniciativa de salir a buscarte
cuando te pusiste como un loco irracional, y no quiero recordarte lo que ello
significó para Nait y Selene, de verdad que no, pero a pesar de lo que sucedió,
no me arrepiento de la decisión que tomé, porque gracias a ello, hoy estás
aquí. Y si dos de los nuestros están perdidos ahí fuera, me da igual que sea de
día o de noche, que llueva, nieve o granice, que no tenga nada de comida, nada
de agua y nada de munición, porque mientras pueda seguir en pie, voy a
buscarlos. Y si muero intentándolo, al menos sabré que hice todo lo que estuve
en mi mano y no me quedé de brazos cruzados pensando en lo que podría haber
hecho y nunca hice.
El
discurso honorífico de Maya había dejado atónitos a todos, incluida a sí misma.
M.A agachó la cabeza cual perrito faldero buscando un contraataque, pero
aquella vez era él quien había agotado sus defensas.
—Nosotros
nos vamos. Si todo va bien, seguro que en unas horas hemos vuelto con Nicole y
Adán. Cuidaros mucho —concluyó Maya la discusión despidiéndose antes de partir
a la carrera junto con Davis para tratar de alcanzar a Eva. Jessica e Inma no
pudieron hacer mucho más en ese momento que contemplar con tristeza y
preocupación como sus seres más queridos se alejaban de su lado y transitaban
un camino hacia un destino que para ambos era ciertamente incierto, mientras lo
único que M.A distinguía era indignación, impotencia y resentimiento. Por su
parte, Alice visualizaba a unos luchadores realmente valientes con un par bien
puestos. Ella también había sentido el impulso de acompañarles, pero alguien
tenía que vigilar a su precioso rubito para que no hiciese demasiadas tonterías
en ausencia de la segunda persona que mejor sabía cómo controlarlo, pues dudaba
mucho que las otras chicas fueran a resistir sus cambios constantes de humor.
—Bueno,
chicos, será mejor que nos refugiemos en algún lugar antes de que se haga de
noche —sugirió Alice con intención de reactivar a sus compañeros.
—¡Joder!
—blasfemó M.A inesperadamente, asustando a una pobre Jessica tan inmersa en sus
pensamientos que se podría haber volatilizado junto a ellos—. ¿Pero por qué
todo el mundo pasa de mi puto culo? Siempre soy la última mierda de este grupo,
coño.
—M.A,
esto no se trata de ti, se trata de Nicole y Adán —habló Alice defendiendo con
firme decisión la noble opción por la que Maya y Davis habían optado.
—Y
un cojón. Yo nunca he dicho que los vayamos a abandonar, pero esta no es forma
de hacer las cosas, yendo a la aventura. Yo lo aprendí por las malas, y creía
que por lo menos Maya lo entendería, pero hasta ella me ha dejado con el culo
al aire. Joder, con todo lo que he hecho por este grupo, con la de veces que
lideré en el pasado y salvé a decenas de personas porque simplemente escuchaban
mis opiniones, y ahora sólo se me paga con desprecio, desprecio y más
desprecio. El puto desprecio todo el tiempo.
—Ah,
venga ya, deja de echarte rositas, so egocéntrico, que el que cortaba el
bacalao en el hospital era Puma, y seguro que antes era Nait —le lanzó Alice
una pullita en tono guasón para intentar eliminar su amargura, pero M.A no se
encontraba en un estado decente como para soportar este tipo de bromas sanas e
inocentes, por lo que no se cortó ni un pelo a la hora de enviarla a un lugar
no muy precioso.
—Vete
a la mierda, Alice —le espetó rabioso dando media vuelta y alejándose hacia un
área de servicio cercana. Allí era donde se hospedaría hasta que sus amiguitos
quisiesen regresar de su ruta turística. Los demás podían hacer lo que les
fuese más placentero. Estaba ya muy cansado de ser un excremento en su
zapato.
—Pero,
mujer, ¿cómo le dices esas cosas? —la regañó Inma, indignada por tal deleznable
trato hacia el muchacho.
—Tranquila,
lo conozco bien, y sé que no pasará nada. No es más que mi pequeña venganza por
haberme tratado como un clon desde que llegué al grupo. Hey, M.A, venga, no te
enfades. Si tu podabas muy bien las flores de los jardines en el hospital
—siguió ella jodiéndole mientras corría detrás suyo para alcanzarle. Inma se
llevó una mano a la frente mientras negaba con la cabeza.
Jessica
era la única que todavía no había participado en los acontecimientos recientes.
Ella seguía con la mirada perdida en el horizonte, allá por donde Davis se
había marchado hacía unos minutos, reflexionando sobre él, sobre ella, sobre
ellos, sobre su familia. Entrecruzó sus dedos, cerró sus ojos y deseo a nadie
ni nada en particular que el padre de su hijo regresara sano y salvo, como
nunca había deseado nada en su vida.
Y
volvió a abrirlos por enésima vez durante la noche. Un sentimiento que no podía
describir la impulsaba a ello. Era extraño, muy extraño, tan extraño que se
podría haber considerado algo bizarro. Cualquiera le habría reprochado que era
estúpida por no aprovechar la oportunidad de descanso que su saco de dormir
improvisado le otorgaba, y no era una concepción muy separada de la realidad.
Probablemente ya habrían transcurrido unas pocas semanas desde el
acontecimiento sucedido con la rubia archienemiga de Nicole, pero siempre que
Davis debía realizar la vigilancia en el exterior, siempre que él se separaba
de su lado por una sola noche, sentía como aquellos recuerdos cobraban
profundidad, y atravesaban su corazón cual lanza de su amado. ¿Era miedo
aquello que tanto sentía? ¿Miedo, ya no por Davis, sino por sí misma?
Probablemente lo era.
La
jovencita se separó finalmente de las mantas de lona que la envolvían, harta de
revolverse sobre sí misma sin fundamento, se vistió apresuradamente con algo de
ropa limpia prestada por una de las soldados con mucho cuidado de no desvelar
al resto de personas que todavía reposaban en el cuarto comunitario, y se internó
en la penumbra del pasillo exterior. Su primer pensamiento fue el de dirigirse
a la casa del árbol para acompañar a Davis en sus labores, pero cambió de
parecer cuando captó la presencia de vida al fondo del corredor, en la sala
pequeña que habían designado como almacén de recursos. Lo dudó unos segundos,
pero al final optó por encaminarse hacia allí con la esperanza de encontrar a
alguien dispuesto a compartir sus problemas personales.
Pero
cuando atravesó la puerta, se topó con una estampa que cualquiera habría jurado
ser parte de un funeral. Sólo había dos mujeres poblando el lugar además de
ella. Una era Eva, aislada en una esquina, devorando una lata de atún, la
comida predilecta en esos días. Era evidente que no era la persona a la que
estaba buscando. Ni siquiera se había molestado en darle los buenos días. La
otra era Nicole, sentada en alguna clase de posición fetal sobre un sofá. No
parecía encontrarse en muy buenas condiciones para hacer absolutamente nada,
pero aun así, Jessica optó por caminar hasta situarse prácticamente a su lado.
—Buenos
días, Nicole.
—Hey,
hola, Jessica —respondió ésta muy desanimada. Se podía denotar un ligero rasgo
de depresión en su inusual saludo.
—¿Estás
bien, Nicole? ¿Has tenido otra pesadilla? —se preocupó la chica, olvidándose de
sus propios intereses tras contemplar el rostro de aspecto tan cadavérico de su
compañera.
—Me
perseguía, Jessica, me perseguía. Había matado a todos y venía a por mí.
Atravesaba mi estómago con su machete y me dejaba desangrándome en el suelo,
como a un animal… Dios, no puedo soportar esto, de verdad que no puedo. Un día
tras otro me vienen imágenes a la cabeza, y no paran, no paran nunca. Debería
haber hecho algo más. Debería haber intentado detenerlo…
—Nicole
—la detuvo Jessica agarrándola fuertemente de las manos, tratando de transmitir
una fortaleza que en el fondo ella tampoco poseía—, tienes que dejar de
culparte por todo lo que pasó. Nadie te guarda ningún tipo de rencor. Todos
entendemos tus motivos para hacerlo, y lo más importante es que, a pesar de
todo, nadie llegó a morir. Tienes que sacarlo, Nicole, de una vez por todas.
Cógelo y sácalo.
—Lo
intento… lo intento… lo intento… lo intento, de veras, pero no es tan fácil,
tan sencillo. No pasó nada, pero podría haber pasado, y estuvo a punto de
suceder. No me niegues que lo sigues viendo cada vez que cierras los ojos. Yo
sí lo veo, como si estuviera allí mismo, como si fuese una proyección del
propio recuerdo. Se ha enraizado justo aquí —murmuró posando una mano sobre su pecho
—, y voy a necesitar tiempo hasta que pueda arrancarlo… Estoy segura de que
sangre ayudaría mucho a hacerlo… ¿No es ella la causante, acaso?
Jessica
estaba a punto de responder a su último comentario, pero se vio impedida cuando
la puerta de acceso a la estancia volvió a abrirse, revelando a una nueva
figura relativamente madrugadora, M.A. La chica no tardó ni dos segundos en
situarse junto a él para comprobar disimuladamente su estado de salud.
—Buenos
días, chicas, o noches, o lo que sea —saludó M.A con mayor desgana que pasión
por un nuevo amanecer en el bunker. Sus ojeras denotaban que tampoco había
podido soltar la pierna en toda la noche.
—Hey,
hola, M.A… Emm… ¿cómo andan tus puntos? —preguntó tímidamente en referencia a
las múltiples brechas que adornaban su demacrado rostro.
—El
médico me dijo hace unos días que pronto me los quitaría. Imagino que eso es
que van bien —respondió, casi indiferente, sin percatarse de la gigantesca
preocupación que Jessica sufría—. Bueno, yo voy a desayunar. Tengo tanta hambre
que me comería hasta mi pierna —concluyó la charla con un ligerísimo detalle de
humor negro que no provocó ningún tipo de carcajada en nadie presente y se
encaminó hacia el estante donde se guardaban las conservas. Jessica no había
encontrado nada de satisfacción en aquella breve charla, para su desgracia.
Quería volver a darle las gracias mil veces, quería mantenerse a su lado hasta
que estuviese completamente recuperado, quería recompensarle de alguna manera
por su protección, pero suponía que Davis ya era lo suficientemente pesado con
él todos los santos días. Tampoco era cuestión de agobiarle hasta explotar.
—Bueno,
yo iba a ir fuera, a la casa del árbol, a ver a Davis un rato, que está de
guardia. ¿Quieres acompañarme? Así te da un poco y te despejas. Te vendrá bien
—le ofreció Jessica amablemente a Nicole, disponiendo su mano como apoyo para
levantarse.
—Yo…
Venga, vale, tienes razón —aceptó finalmente ella empleando la ayuda prestada y
separándose de ese sofá tan incómodo que estaba perforando sus nalgas para
salir en pareja al exterior.
M.A
alcanzó el estante en el que almacenaban la mayoría de las reservas en cuestión
de segundos, al mismo tiempo que las chicas se marchaban. Las latas de atún le
desbordaron en cuanto lo examinó, pero ya estaba saturado de comer aquel
asqueroso pescado procesado, así que rebuscó entre todos los alimentos tratando
de encontrar algo diferente, hasta que al final dio con ello. Una lata de
mejillones. No era nada del otro mundo, pero menos daba una piedra.
Abrió
la lata sin contemplación, agarró un pequeño tenedor de plástico y comenzó a
servir su desayuno. Su mirada escudriñadora no tardó en cruzarse con la Eva,
quien pronto habría finalizado su atún. Parecía bastante concentrada en sus
movimientos, como si se hallase en posición de defensa para un posible ataque
inesperado. M.A ni siquiera se lo había planteado, sino más bien todo lo
contrario. Habrían pasado un par de semanas, probablemente, pero eso no
cambiaba sus actos. Le debía algo. Aunque sólo fuese una palabra.
—Sé
que seguramente llego tarde, y que te importará una mierda, pero aun así,
gracias por sacarnos de allí y por no dejar que ese hijo de puta me rebanase
—se sinceró el muchacho, sorprendiéndola gratamente—. Pero la próxima vez no
vayas tan de sobrada y prepotente, anda. Hazme ese favor.
—Bueno,
casi todo lo jodido del asunto se lo tragaron tus queridos amiguitos, pero
acepto tu agradecimiento igualmente. Y aplícate el cuento tú también dejando
hablar a los demás la próxima vez. Que parecía que no estaba, pero sí estaba, y
me enteré de todo. Más que nada porque uno no es un Dios sabelotodo, y también
se equivoca —le aconsejó ella más como un acto de buena fe que de reprimenda.
Durante aquellas semanas de trabajo comunitario y el improvisado rescate había
descubierto una parte muy oculta del rubio mal encarado que le gustaba un poco
más. Igual incluso podría llegar a caerle bien—. Y sí, me pongo muy, muy loca
cuando estoy en mis extremos. Procura no llevarme hasta ahí, ¿vale? O por lo menos,
no me toques mucho la moral cuando esté en ese estado.
La
maldita puerta volvió a abrirse de nuevo con un golpe seco. Ya era como la
tercera vez que sucedía en torno a una posible media hora, pero Nicole no podía
evitar que su corazón se revolucionase cada vez que sucedía.
—Señora,
¿me había mandado llamar? —se presentó formalmente un soldado uniformado en la
oficina. Era ese tal Braun que había conocido antes. Otro de los lameculos
falderillos de Michaela, no le cabía duda.
—Sí,
Braun. Trae a mis pequeños mosqueteros. Necesito que se encarguen de un
asuntillo. Y date prisa —ordenó con impoluta autoridad, retirando al instante
al soldado de la estancia.
Y
después de ello, el silencio. Otra vez ese maldito silencio. Estaba segura de
que lo hacía a propósito. Sentada en un sillón de cuero, con Michaela separada
sólo unos metros frente a ella, examinándola sin descanso con un desdén
intachable, sintiéndose como un cerdito dulce e inocente que aguarda
inconsciente en el matadero a la espera de un destino despiadado.
Nicole
se encontraba, en cierto modo, atrapada, pero no era estúpida. Sabía que todo
ello, ese silencio que le taladraba el cerebro, esa mirada que la perforaba
como una espada afilada, era todo parte de su elaborado plan para exaltarla,
enervarla y desmoralizarla. Conocía a su hermanastra lo suficiente como para
percatarse de sus intenciones, pero Michaela también sabía bastante sobre ella
como para darse cuenta de que lo estaba consiguiendo. Tenía que resistirse a
sus tretas baratas de distracción. Tenía que comenzar a construir una
estrategia para escapar de la trampa en la que había caído. Tenía que hacerlo.
—Estas
muy silenciosa, Nicoleta —rompió Michaela de una vez por todas la broca del
siete, prosiguiendo con sus artimañas—. ¿Qué tal si me cuentas como anda la
gente por allí, en tu nuevo grupo? Este mundo es duro, desde luego. Seguro que
no tienen unas vidas fáciles.
—Sabes
perfectamente como están. Los dejaste hechos una mierda con esa cosa que nos
soltaste. Podrás manipularme, pero no te creas que vas a reírte en mi cara —le
contestó Nicole alzando la voz descontroladamente. Casi al instante, supo que
había cometido un error fatal, pero no podía evitarlo. Le hervía la sangre con
aquella actitud cual volcán de lava fundida. Y aquella puta se aprovechaba de
su debilidad.
—Esa
no es la respuesta que estaba buscando —señaló Michaela desenfundando su
pistola y colocándola sobre la mesa, a la vista de su prisionera. Lástima que
no pudiera hacerse con ella. Si tan sólo hubiese estado un poco más cerca…—. Vamos,
Nicole, estoy tratando de ser todo lo amable que puedo. No seas así. Cuenta,
cuenta, ¿cómo están Maya y Alice? No sabes las ganas que tengo que volver a
verlas. Qué bien que vayas a traerlas, ¿no?
Nicole
apretó los labios y se mordió, literalmente, la lengua. Lo estaba haciendo.
Intentaba llevarla hasta su límite cada vez más, y más, y más… Podía verlo
perfectamente, y no se lo iba a poner tan sencillo.
—¿Y
qué me dices de tu amigo Davis o del buenazo de M.A? ¿Qué tal están ellos? Ah,
y no me puedo olvidar de mi querido Puma. ¿Qué tal crees que estará llevando lo
de su preciosa chiquilla? Dicen que murió en un tiroteo. Yo me quedé impactada
cuando me lo contaron. No me lo podía creer.
No,
aquello sí que no. Aquello ya era excesivo. Se estaba burlando de la memoria de
una jovencita a la que había asesinado, mancillándola cual vil profanador de
tumbas. Su control ya comenzaba a mermarse. La observaba concentrada,
contemplaba hasta el más mínimo de sus detalles, y sentía como en cuanto su
bocaza humilladora volviese a escupir una sola palabra más, saltaría sobre su
cuello cual pantera en celo, se lo arrancaría de un mordisco y bebería su
sangre hasta saciar su jodida sed de venganza. A todos aquel día les sonrió la
fortuna cuando un torbellino de pasos inundó las escaleras exteriores justo en
el instante en que se respiraba mayor tensión, porque si no hubiese sucedido,
Nicole estaba segura de que no habría podido dar fe de sus actos.
Fue
en el momento exacto en que había dispuesto las palabras exactas en su lengua
para responderle cuando la puerta volvió a abrirse de par en par, permitiendo
entrever otra figura que lucía preparada para el mismísimo infierno.
—¡Ley!
—saltó M.A emocionado, corriendo para abrazar con fuerza a su hermana.
—Uah,
joder, hermanito, que sólo hemos estado un par de días sin vernos. Ni que
viniera de Oriente Medio —recibió la pelirroja la muestra de afecto con tono
bromista y juguetón.
—Perdona,
perdona. Es que… Buah, ya sabes cuánto me alegro de tenerte aquí. Es que aún no
me lo creo —se excusó M.A, recuperando en cierta medida su compostura.
Ley
estaba a punto de contestar a su hermano, pero fue entonces cuando se percató
de la presencia de Eva en un rincón de la habitación, desinteresada por
completo de su reencuentro fraternal, y adoptó una postura mucho más seria y
formal.
—Verás,
estoy aquí porque voy a necesitar vuestra colaboración una vez más. Saldremos
de inmediato, así que os recomiendo prepararos cuanto antes. Ya he avisado a
los demás. Sólo quedabais vosotros dos.
—Muy
bien, me pongo a ello ahora mismo, hermana —acató el rubio su orden camuflada
terminando de zamparse la lata de mejillones y caminando en dirección al
dormitorio común—. Te veo luego.
Una
vez su hermano pequeño hubo desaparecido del lugar, Ley dirigió su atención
hacia una impasible Eva que no parecía poseer intención de inmutarse a la
espera de que efectuase su dictamen. Sin embargo, la joven en cuestión llevó a
cabo una acción que no esperaba en absoluto. Clavar sus pupilas en las suyas,
transmitiendo una sensación muy desafiante que a Ley no le agradó ni un ápice.
—¿Algún
problema? ¿No me has oído? —preguntó reafirmando su rango de liderazgo con el
tono imponente de su voz. A pesar de ello, Eva continuó inamovible ante su
advertencia antes de responder con cierto recelo bien fundado.
—No,
no hay ningún problema, en absoluto. Él ya ha tomado su decisión, y por mucho
que yo no pueda estar ni remotamente de acuerdo con ella, me toca joderme y
bailar —espetó con un notable tono de enfado mientras abandonaba la sala
apresuradamente, desentendiéndose de una Ley bastante confundida con mucha
represión respecto a haber desencadenado su lengua.
Puma asomó su cabeza por la esquina, lleno de cautela. Como de costumbre, el soldado que estaba de guardia se disponía a patrullar una vez más por los alrededores del búnker. Era su momento de actuar... Estrujó el pequeño llavero entre sus dedos y corrió como una gacela por un estrecho callejón cuando el soldado abandonó su puesto. Debía ser rápido, iba a hacer mucho ruido así que debía hacerlo mientras aquel hombre estuviese lejos. Veloz, alcanzó el estacionamiento, yendo directamente a la gran reja de la salida para abrirla. Luego, se devolvió corriendo hacia el vehículo que se llevaría. Abrió la puerta torpemente con una pequeña llave y entrando al asiento del conductor se quitó la mochila y la tiró a la parte trasera. Algo sólido hizo impacto.
Puma asomó su cabeza por la esquina, lleno de cautela. Como de costumbre, el soldado que estaba de guardia se disponía a patrullar una vez más por los alrededores del búnker. Era su momento de actuar... Estrujó el pequeño llavero entre sus dedos y corrió como una gacela por un estrecho callejón cuando el soldado abandonó su puesto. Debía ser rápido, iba a hacer mucho ruido así que debía hacerlo mientras aquel hombre estuviese lejos. Veloz, alcanzó el estacionamiento, yendo directamente a la gran reja de la salida para abrirla. Luego, se devolvió corriendo hacia el vehículo que se llevaría. Abrió la puerta torpemente con una pequeña llave y entrando al asiento del conductor se quitó la mochila y la tiró a la parte trasera. Algo sólido hizo impacto.
—Ah...
—gimió Puma mientras una persona detrás de él, en medio de toda la oscuridad,
emitía un agridulce carraspeo para afinar sus cuerdas vocales.
—Vamos
a ver... —Ley inhaló profundamente mientras abría la mochila—. Dos latas de
atún, una de conserva y una botella de... Qué sabandija, robando mi ron...
La
pelirroja negó con la cabeza antes echar la mochila a un lado e inclinarse
hacia los asientos delanteros, de una manera amenazante.
—¿A
dónde coño crees que vas? —preguntó muy molesta, acercándose al cuello de Puma
como si en cualquier momento fuese a pegarle un mordisco.
—Yo...
sólo quería saber cómo estaban los míos... —contestó apretando el volante con
ambas manos y mirando al frente.
—Pues
los tuyos estamos bien, todos muy bien, a salvo dentro del perímetro de ESTE
búnker —dijo serena, pero muy disgustada.
—Sabes
a qué me refiero, Ley —Puma montó el codo sobre su ventana y miró hacia fuera
con un gesto de fastidio. En ese momento, la pelirroja saltó hacia el asiento
del copiloto ofendida.
—No
me gusta tu comportamiento, Puma. Robas, sales por la noche, con tanto peligro
que hay fuera... y encima a mis espaldas, ¿acaso se te olvida que tienes que
rendirme cuentas? —la joven levantó las manos como si esperara una respuesta—.
Estoy un poco decepcionada...
—¿Qué?
¿Por qué? ¿Que tomé unas cuantas latas, una botella? ¿De verdad vas a darme un
sermón? Yo no me merezco esto, ni pienso aguantármelo —dijo Puma lanzándole una
mirada un tanto hostil.
—Me
vas bajando el tono... —advirtió Ley levantando un dedo hacia él.
—Pfft...
—el pelinegro abandonó el coche.
—¡Ey!
—Ley cruzó el asiento y salió también por la puerta del conductor, detrás de
él. En cuanto lo alcanzó, la pelirroja lo tomó del brazo y lo empujó devuelta
al vehículo—. ¡Esto no se trata de unas estúpidas latas de atún! ¿Tienes idea
de lo que estás haciendo? ¡Me faltas el respeto cuando es lo único que te he
pedido que no hicieras! ¡¿Sabes qué pasaría aquí si todos los demás se
comportaran como tú?!
La
mujer resopló como un toro caminando varios metros lejos de él antes de volver.
—Con
esto... estás comprometiendo la causa... —dictaminó con las manos en la
cintura, mirándole con disgusto.
—¿Cuándo
les he fallado? A ti... o a la causa, dímelo, ¿cuándo? —susurrando respondió.
Puma se recostó sobre el coche, cruzando los brazos y mirando la luna más
resplandeciente y melancólica que había visto en su vida.
—Por
eso necesito que las cosas sigan siendo así... No puedo permitir que te
descarriles, eso sería un pecado —dijo con pesar más que con ordenanza—.
Además...
—¿Qué...?
—murmuró cuando la pelirroja se había callado tan repentinamente. Ley comenzó a
acercarse muy lentamente.
—No
sé... hay algo que me dice que... —se detuvo justo enfrente de él, recorriendo
cada detalle de su rostro—. Mírame a los ojos.
—Ajá...
—Tú
no vas para allá precisamente para verlos a todos, ¿verdad...? —Ley le puso una
mano en el pecho al darse cuenta—. Es peor de lo que creí.
—No
te entiendo...
—¡Claro
que sí me entiendes! —refunfuñó. La pelirroja bajó la cabeza—. Te voy a decir
algo... Será la última vez, ¿me oyes bien? La última vez que haces esto, Puma.
—Okey...
—murmuró el pelinegro mejorando los ánimos.
—Si
no... creo que voy a tener que... decapitarte en una plaza... y... y colgaré tu
cabeza llena de gusanos en la puerta del búnker para que sirva de ejemplo —dijo
no tan segura, aunque comprendiendo que sería lo ideal mientras iba armando su
amenaza.
Puma
juntó sus pies y levantó su brazo, realizando el saludo fascista en honor a la
dama de pelos rojos.
—Déjate
de estupideces. —Ley le sujetó rápidamente la muñeca para que bajara la mano y
a empujones lo volvió a meter en el coche—. Te voy a contar los segundos. Así
que ya sabes... Vuelve temprano.
De
un trancazo cerró la puerta haciendo saltar el óxido de la carrocería y luego
golpeteó el cristal de la ventana para que el moreno lo bajara.
—Ey.
—Ley metió su mano para atrapar su oreja con los dedos y tiró de ella
violentamente—. Maneja con cuidado.
—Lo
haré...
—Es
en serio, no defraudes la confianza que te estoy dando, Puma... Si te pasa algo
ahí fuera por imprudente te juro que te cortaré tu hombría —la pelirroja lo
soltó después de zarandearlo al ritmo de su voz. El pelinegro se acarició la
oreja suavemente para verificar que no se la había arrancado.
—Ah...
No tienes que preocuparte. De todas maneras, no es la primera vez que lo hago
—confesó acelerando, dejando a la mujer con la palabra en la boca.
—Ya
vas a ver... te voy a poner a limpiar mi espada con la lengua.
Se
desplazó hasta el exterior del pasillo y permaneció inmóvil como una pequeña
estatua de piedra, esperando, aguardando su llegada, mientras el resto se
acomodaban todos los enseres dispuestos en el cuarto comunitario, obedeciendo a
la chica de pelo anaranjado con presteza y vivacidad. Pronto, su mente volvió a
volar cual negro cuervo hasta posarse en esos recuerdos oscuros que todavía no
querían desaparecer. Florr, el charco de sangre en el que se sumergía, sus
manitas empapadas, el horrible monstruo del collar, el cuchillo en su cuello,
la pelea, la chica del colgante… El colgante… Y el hambre, la sed, el
cansancio, la miseria… Pero… Aquel colgante…
—Hey,
¿qué haces?
Adán
se giró rápidamente con mucho sobresalto para ver a Inma a su lado remarcando
el interés en su rostro. No tardó en tranquilizarse.
—Espero
a mi hermana —contesto secamente, casi fríamente, un tanto desganado.
—Ah,
muy bien… ¿Cómo estás? —preguntó la jovencita tratando de hilar una
conversación.
—Yo
bien. ¿Cómo estás tú? —musitó el chiquillo fijando una curiosa mirada en ese
moratón gigantesco que embadurnaba toda su mejilla derecha—. ¿Todavía te duele?
—Un
poquito, pero no mucho. El doctor dijo que tuve mucha suerte. Era muy probable
que un golpe como ese me hubiera matado —confesó Inma, arrepintiéndose casi al
instante de ello—. Umm, igual no debería haber dicho eso.
—No,
no pasa nada…, pero no lo digas delante de Nicole —le susurró al oído,
preocupado.
—Sí,
lo sé, Nicole no está muy bien. Es que llevamos una rachita que no es normal.
Casi prefería España, que aquello no es que sea un paraíso libre de zombis,
precisamente, pero por lo menos hace un poco más de calor. Aunque, bueno, ahora
estamos mucho mejor, ¿no? Un lugar más o menos acogedor donde sólo hay que
ayudar y no preocuparse de lo que hay ahí fuera. Yo puedo estar con mi prima,
tú puedes estar con tu hermana… Es como una comunidad de supervivientes, pero
sin esclavos ni tiranos, sólo supervivientes —intentó la chica avivar los
ánimos del ambiente, consiguiendo únicamente que Adán la observara atentamente
con una mueca de desconcierto.
Obviamente, no lo había entendido muy bien—. Da igual. ¿Qué tal con el doc? Jessica me dijo que ella y tú estáis haciendo de sus aprendices, o algo así. A mí también me lo propusieron, pero yo no estoy muy hecha para la medicina, la verdad.
Obviamente, no lo había entendido muy bien—. Da igual. ¿Qué tal con el doc? Jessica me dijo que ella y tú estáis haciendo de sus aprendices, o algo así. A mí también me lo propusieron, pero yo no estoy muy hecha para la medicina, la verdad.
—Ya,
bueno, un poco rollo. Me paso casi todo el día leyendo libros aburridísimos que
no entiendo —se quejó el niño retorciendo sus labios.
—Ja,
no puede ser peor que lavar a mano una pila de ropa de diez metros. Si quieres,
un día de estos te lo cambio.
—Inma
—les interrumpió una voz femenina a sus espaldas que hasta entonces se había
mantenido distante, ensimismada en la recolección de objetos de utilidad—,
venga, tenemos que irnos. Ya sabes que a Ley le sienta peor la impuntualidad
que un tiro en el pecho.
—Sí,
sí, sin problemas —aceptó alegremente alzando su dedo pulgar en señal de
confianza, siendo esta recibida igualmente por M.A y Alice, dispuestos a su
lado—. ¿Vienes, minidoc?
—Eva
no ha venido todavía —replicó, argumentando su negativa.
—Mírala,
por ahí viene —señaló la chica hacia el rincón del corredor, donde Eva había
hecho acto de presencia caminando en dirección hacia ellos con un humor del
cual se podía discernir cierto descontento con respecto a algo que les era
totalmente desconocido.
—Bueno,
pues si ya estamos todos, creo que podemos ir saliendo. Seguro que el resto ya
están ahí fuera cuchicheando sobre lo tortugas que estamos hecho —señaló Alice,
incitando a que sus compañeros comenzasen a mover sus traseros en dirección al
exterior.
—Eva,
¿hablamos? —le preguntó su hermano pequeño en cuanto se encontraron reunidos.
La chica dudo por unos instantes, desorientada ante una petición que no habría
aguardado, pero era obvio que no podía negarse a nada de lo que el dulce
chiquillo le solicitase.
—Sí,
claro, pero, ¿tiene que ser ahora? Tenemos que irnos ya. No quiero que me
vareen por retrasar más a estos de aquí.
—Es
sólo una pregunta. No voy a tardar mucho —se excusó el muchachito, insistiendo
en ello.
—No
pasa nada. Nosotros nos adelantaremos. Así podéis hablar en privado —les
propuso Maya con esa gran amabilidad tan característica de ello.
—Estaremos
allí en seguida —informó Eva conforme con el trato expuesto, mientras los tres
restantes se disponían a abandonar el bunker encomendados por un rubio mucho
más animado que en su despertar. Ambos hermanos esperaron hasta que el trío
desapareció de su vista para comenzar con su charla—. Y bien, ¿qué es lo que
quieres, cielo?
—Emm…
No te enfades, ¿vale? —le demandó el niño un poco temeroso de las palabras que
se iba a atrever a proferir—. ¿Te vas a morir?
—¡¿Cómo?!
—clamó estupefacta ante tal cuestión, casi escupiendo la exclamación de su
garganta.
—No
te enfades. Es que me dijiste que estabas enferma y que te ibas a morir pronto,
pero como ya hace un tiempo de eso, quería saber si te has curado —explicó él
los motivos de su pregunta con el reflejo de una tristeza que habría
resquebrajado la sensibilidad de cualquier ser humano—. Es que… No me quiero
quedar solo.
Eva
cerró unos segundos sus ojos y respiró profundamente mientras intentaba
localizar la respuesta que le podría dar a su pequeño. Todavía no se creía que
tuviera que enfrentarse de nuevo a ese jodido problema, y mucho menos en el
estado anímico en el que se encontraba después de lo de Puma. Se agachó
lentamente y se situó a la altura del chiquillo.
—No
lo sé, cariño. No lo sé. No sé qué es lo que va a pasar, pero lo que sí sé es
que ya no estás solo. Tal vez antes lo estabas, tal vez lo has estado durante
mucho tiempo, pero eso no va a volver a pasar nunca. ¿Es posible que yo me vaya
también, igual que Florr? Seguro que sí, pero Puma va a seguir aquí por un
tiempo, Nicole va a seguir aquí, Inma va a seguir aquí, va a haber mucha gente
que seguirá aquí prácticamente el resto de su vida, incluido tú. Ellos te van a
proteger, van a cuidar de ti, y tú también puedes cuidar de ti mismo y de los
demás.
—No,
no puedo —se negó Adán moviendo su cabeza constantemente en horizontal con
tanto ímpetu que parecía que se despegaría de su cuello en cualquier instante.
—Sí,
sí que puedes. No digas que no, porque es mentira. Yo confío en ti.
—No,
no, no puedo. De verdad, de verdad, que no, que no puedo. Eva, no me dejes. No
puedes dejarme. No puedo estar sin ti.
—Escucha,
¡¡¡sí que puedes!!! —vociferó ella sujetando sus hombros, obligando al chico a
que adoptase una pose muy rígida de su cuerpo, como si sintiese temor de lo que
le fuese a comunicar—. La vida son etapas, cari, y la mía se está terminando.
Lo hemos pasado muy bien estos dos años, y voy a seguir aquí hasta el día que
se acabe finalmente, pero también tienes que empezar a aprender a vivir tu vida
sin mí. Necesitas a otras personas, y necesitas confiar en ti mismo más que en
nadie. Lo haremos poco a poco, ¿vale? Ya eres casi un hombrecito. No tienes que
depender continuamente de mí para todo. Venga, un abrazo de hermanos.
Sin
meditarlo dos veces siquiera, Adán se estrelló contra el pecho de Eva mientras
esta lo acurrucaba entre sus brazos de la manera más cómoda posible,
enfundándole todo el cariño, el amor y la ternura que podía darle. Confiaba en
su niño más que en sí misma, creía en las posibilidades que poseía, en todas
las capacidades que podría desarrollar, y en lo que podría llegar a convertirse
en el futuro, mucho más que en sí misma. Pero él no estaba tan seguro de sus
propias cualidades. Unas cualidades que incluso dudaba que poseyese
intrínsecamente, y el culpable de ello no era otra que la maldita experiencia
de la pelea. La pelea…, la pelea… Siempre la pelea…
Las
enormes puertas de acero color grisáceo se abrieron con un estruendo metálico
que le resultó muy similar al de una sierra mecánica oxidada cortando la carne
en cientos de pedazos, y exhibió el camino hacia un supuesto templo de la
sabiduría repleto de burda ignorancia que cualquier niño habría reconocido por
las pesadillas que en su día habían sufrido allí, pero que él jamás había
visitado.
—Venga
—imperó Fox apoyando su metralleta en la cintura del chico sin contemplación
alguna, sin que le importase siquiera estar tratando con un niño, instándole a
caminar hacia el interior de aquella cueva de la extrema doctrina consagrada
como la prisión que siempre había sido. Y aunque fuese lo último en el mundo
que Adán quería hacer, no le quedó más remedio que obedecer sin rechistar ni
oponer resistencia. Pensó en lo que su hermana habría hecho con aquella persona
tan asquerosamente inhumana si hubiese estado allí. Lo más probable es que le
hubiese arrancado la lengua con sus propias manos para obligarle a tragársela.
Él nunca había deseado el sufrimiento de nadie, pero quería que ellos
sufrieran. Que esos cerdos que habían sobornado a Nicole con su vida sufriesen.
Que el asesino de Florr sufriese, fuese quien fuese.
Subió
con algo de torpeza un par de gruesos escalones y se internó en lo que
cualquiera habría jurado que era una simple sala cuadrada embaldosada de
considerables dimensiones que servía como puente de conexión entre las
distintas instalaciones del colegio. Adán escuchó como del piso superior al que
se accedía por dos oscuros tramos de escaleras en paralelo se revelaban
murmullos, susurros, alaridos, conversaciones totalmente inaudibles en su
mayoría, que denotaban la presencia de una numerosa horda de supervivientes
allá donde su vista se perdía. Ascender hasta aquel cordón de protección era un
acto que le producía cierto temor a lo desconocido, si bien era cierto que al
mismo tiempo significaba una liberación inexpresable al alejarse de aquel cara
huevo que le apuntaba impasible con su arma. El problema principal fue que
cuando ya había dispuesto el primer paso hacia los escalones, Fox volvió a
detenerle abruptamente situando la culata de la metralleta en su pecho.
—No,
no, no, cariño, tú vas por allí. La sorpresita de bienvenida te va a encantar
—informó con entusiasmo infantil, empujándole hacia la abertura remarcada por
una puerta de cristal abierta frente a ellos dos hasta alcanzar un enorme
patio.
Lo
primero que el pequeño reo sintió cuando el óvulo de gallina le arrastró hasta
aquella inmensidad pavimentada fue aquel característico frío de la región que
atravesaba cada una de las terminaciones nerviosas mucho más sobresaliente que
de costumbre. Los anoraks debían hallarse en la lista de imprescindibles para
la supervivencia en aquel rincón de la ciudad, desde luego, y en la de objetos
que el chiquillo habría deseado tener en aquellos momentos, pues su camiseta no
le proporcionaba demasiado calor. Si no hubiese sido por las imposiciones de
Fox, estaba seguro de que no habría salido allí ni por una apuesta.
Pero
no tardó en olvidarse del gélido clima que le azotaba. Sólo bastó con que
desvelasen el regalo que le habían preparado como recibimiento para que su
propio organismo se congelase al instante. Un adolescente de voluminosa melena
rubia de alrededor de unos trece o catorce años se encontraba sentado en el
saliente de una ventana jugando a alguna clase de juego del cuchillo con
aspecto de aburrimiento. Aquella simple estampa de asesino a sueldo profesional
ya era muy capaz de infundir terror por sí sola, pero cuando el rubio les
observó y sonrió con satisfacción, Adán no supo si mantenerse firme ante él con
valentía o echar a correr mientras gritaba como una gallina cobarde.
—Hombre,
por fin has venido. Podrías haber movido un poco más rapidito tu culo, macho,
que llevo esperando media hora desde que Madre me ha enviado. A ver, ¿qué es lo
que me has traído? —se quejó mientras separaba su trasero de la ventana y se
dirigía hacia su próxima víctima.
—Bah,
sólo es un mocoso, pero es de los de Payne, ¿sabes? Esos a los que quiere
tantísimo tu mamaíta —aclaró Fox con cierto desdén deslizándose entre sus
incisivos, remarcando que Adán no era un chaval cualquiera recién llegado al
programa de Michaela, como el resto.
—Interesante…
Muy interesante… Me pregunto si Madre me recompensará si consigo que a este le
salgan pelos en los huevos —espetó aquel chulo repipi examinando cada detalle
de la carnaza a la que pronto devoraría con aires de superioridad.
—Ya,
bueno, yo te lo dejo aquí. Tengo cosas más importantes y más interesantes que
hacer —lo soltó de una vez por todas aquel horroroso feto que podría haber sido
parido incluso por una cabra, regresando a los interiores del colegio empleando
el mismo acceso utilizado en su salida al patio—. Que vaya bien. No le hagas
sangrar mucho.
El
melenas ni siquiera se molestó en responder a la ironía de Fox, pues su
concentración ya se hallaba plenamente enfocada en una profunda examinación del
chiquillo, y por las diversas muecas tan extravagantes que expresaba, estaba
claro que no le gustaba en absoluto.
—¿Cómo
te llamas? ¿Cuántos años tienes? ¿De dónde eres? ¿De dónde vienes? ¿Tienes a
alguien? ¿Qué armas sabes utilizar? ¿Te gusto? ¿Te doy miedo? Responde
rapidito. No quiero verme obligado a utilizar a mi amiga Linda. Seguro que ella
estaría encantada de probarte —le instó señalando un puñal reluciente con
empuñadura en plata que todavía descansaba en su puño.
Adán
se mantuvo verdaderamente atontado durante unos segundos ante tal torbellino de
preguntas personales, pero pronto decidió que debía responderlas con rapidez
antes de que a aquel malote se le ocurriese cortarle una mano. Quería que todo
se terminase cuanto antes.
—Adán.
10 años. Soy de… un orfanato que se llama Wester Chelson. Vengo de un hospital.
Tengo a mi hermana. Sé usar algún cuchillo, o cosas parecidas. No me gustas
nada. Te tengo un poco de miedo.
—Guau,
creo que eres el primer verde que me dice eso a la cara. No pensaba que los
fueras a tener tan cuadrados. Ten mucho cuidado con eso —exclamó el rubio con
una denotación de auténtica sorpresa —. Hugo. 13 años. Alberta. Este lugar es
mi hogar. Sólo tengo a Madre. Sé usar de todo. Me gustas menos que un cuesco
oloroso en un cuarto cerrado. Y más que miedo, me das risa. De hecho, te
pondría un gorrito de payaso estúpido y te obligaría a jugar al rescate aquí
mismo, sólo para mí. Pero… tenemos cosas que hacer, los dos. Ya dejaremos eso
para más adelante. Vamos a lo que nos interesa.
Fue
exactamente tras aquel revelador enunciado cuando el cerebro del inocente Adán
alcanzó a comprender que no iba a ser tan sencillo como el habría deseado que
fuese en un principio. Sus sospechas se confirmaron cuando un puño se precipitó
veloz hacia su mejilla, ocasionando un impacto tan potente que estampó su cara
contra el helado suelo. Lo que aquel niñato seguramente habría considerado como
una ostia bien dada.
—Joder,
pero que fácil, chaval. Mira, vampirillo, ahora perteneces a este lugar, y aquí
vas a tener que ser mucho más rápido que eso si quieres sobrevivir, tanto
dentro como fuera. Así que levanta tu culo, plántale cara a mis golpes y ni se
te ocurra lloriquearme, anda. No me seas una marica.
Y
entonces lo entendió, en cierto modo. Aquella pelea a la que le quería incitar
ese tal Hugo sólo era una especie de ritual inicial para lo que fuera que
viniese después, para amaestrarle y adoctrinarle como si fuera un perro. Pero
no iba a caer en su sucio juego. No, no, desde luego que no. Él no pertenecía
allí, como el melenas intentaba hacerle creer. Su hermana no tardaría en ir a
buscarle, y cuando lo hiciese, podría marcharse de aquella maldita casa del
terror para no regresar jamás.
—Yo
no me voy a quedar aquí. A mí me están buscando. Van a venir a rescatarme. Y me
iré —replicó el chiquillo completamente convencido de la veracidad de sus
afirmaciones.
Tal
y como se había imaginado desde antes incluso de sus rechistes, sus réplicas no
fueron acogidas con mucho respeto por el rubio, propinándole como recompensa
ante tales injurias un segundo puñetazo proveniente de su maldad más profunda
con mayor fuerza todavía que el anterior, consiguiendo por su parte un gemido
ante el dolor que comenzó a originarse cerca de su pómulo.
Justo en ese instante fue cuando confirmó todas sus sospechas anteriores. Le estaban adiestrando para que dijese e hiciese sólo lo que ellos querían que dijese e hiciese. Nada más.
Justo en ese instante fue cuando confirmó todas sus sospechas anteriores. Le estaban adiestrando para que dijese e hiciese sólo lo que ellos querían que dijese e hiciese. Nada más.
—Ah,
venga ya, ¿pero que acabo de decirte, diente rancio? Nadie va a venir a por ti.
Eso es lo que tú crees, lo que todos los pobrecitos niños rata solitos y
desamparados que os paseáis por aquí creéis, pero eso no va a pasar. Al final
se olvidarán de ti, pensarán que has muerto, que te han devorado los zombis, y
que después de tanto tiempo, ya no podrán hacer nada por ayudarte, y entonces
se marcharán para seguir con sus vidas sin ti, y cuando eso ocurra, sólo te
quedará un lugar al que tendrás que llamar hogar y unas personas a las que
tendrás que llamar familia. Así que, hazme un favor, levántate y haz algo antes
de que me quede dormido.
Y
a pesar del entusiasmo con que el melenas le había narrado aquella preciosa
historia tan predecible, Adán ni siquiera se había molestado en escucharle tras
el segundo golpe acertado. En lo único en que podía pensar era en todo lo
humillado, infravalorado y subestimado que se sentía. Sus recuerdos se ubicaron
en una fecha en concreto de su memoria de la cual había transcurrido mucho
tiempo. Uno de los entrenamientos comunitarios con su hermana, Puma y… Florr…
Florr… Florr había preguntado qué era lo más importante que uno debía
considerar a la hora del combate. Y la respuesta que recibió se presentó sin
difusión en su cabeza. Todo el mundo tiene un punto débil. Sólo es cuestión de
encontrarlo. Y el de aquel imbécil se veía con bastante claridad. Su orgullo le
sobrepasaba.
—Y
eso fue lo que te pasó a ti, ¿no? —se atrevió a ensartarle sin rodeos ni
remordimientos, aun temeroso de la reacción que pudiese desencadenar en el
niñito chulito de Madre.
Y
su pequeño temor fue completamente infundado cuando el intragable melenas
expresó con una reorganización de sus cejas el mismo asco hacia su persona que
el que le inundaría si acabase de devorar un limón entero con piel incluida,
dispuesto a destrozar su nariz de imbécil engreído de un pisotón, pero en
aquella ocasión, el supuesto orgulloso fue el más rápido de los dos,
deteniéndole con una patada rabiosa en su entrepierna.
Lo
siguiente que hizo mientras el subnormal de Hugo retrocedía con su virilidad
realmente herida, fue ponerse en pie con muchísima velocidad en sus piernas y
desplazarse con una serie de pasos lentos, graduales y cautelosos hacia un
lateral del patio sin apartar su vista del que ya había favorecido a la
humanidad con su temprana esterilidad.
—¡Serás
hijo de puta! ¡Ahora sí que me has tocado bien los cojones, puto niñato de
mierda! ¡¡¡Prepárate!!! ¡¡¡Te voy a presentar a Linda!!! —chilló con una
insondable rabia desbordando por cada uno de sus costados, agarrando su
cuchillo con tanta estabilidad que casi parecía una prolongación de su brazo. Y
cuando Adán contempló la auténtica faceta de ira del melenas, fue cuando se
arrepintió de su inconsciente arrebato de valentía. Ahí fue cuando se replanteó
de nuevo echar a correr entre chillidos de socorro, pero aquel lacayo de la
maldita Madre ya se había abalanzado encima de él… Ya no había vuelta
atrás.
El
primer pensamiento de Adán fue retroceder para tratar de esquivarle, pero no
pareció servirle de mucho debido a la vasta experiencia que poseía el otro con
su amada blanca Linda. Invadido por una furia muy intensa, arremetió con una
primera cuchillada hacia su abdomen, que realmente sería la última cuando esta
se desvió, dibujando un tajo en diagonal sobre la pierna de su pobre víctima
que le recorrió prácticamente más de medio muslo y le inmovilizó en el suelo.
Al menos había tenido suerte de que no hubiese causado ninguna hemorragia.
Aquello habría sido lo peor de lo peor. O al menos según el chico concebía su
concepto de lo peor.
—Te
voy a enseñar, cielito mío, que este no es el sitio sin leyes que hay ahí
fuera. Aquí las cosas funcionan con unas reglas. Yo soy el que manda en el
grupito de los enanos en el que vas a estar, y hay cosas que no puedes decirme
ni hacerme, como ponérteme chulito o pegarme una patada en los huevos. Ya lo aprenderás,
ya. Seguro que los golpes te vienen divinamente para hacerlo —le estampó su
superioridad con altanería mientras se arrodillaba a su lado con el puño
nuevamente preparado.
El
pobre Adán sabía cuál era el castigo que acontecería a su discursito de prepotente,
pero le era prácticamente imposible levantarse con el ardor del corte tan
reciente. Ni siquiera pensó en arrastrarse por aquel suelo tan congelado que
transformaba su piel en puro hielo como una mínima posibilidad de huida.
Simplemente, cerró los ojos e intentó evadir el pensamiento de lo que se
avecinaba.
Pero
lo sintió. No hubo manera de evitarlo. Un golpe propinado con los nudillos que
resonó por todo el patio estrepitosamente seco. Ese fue el primero de los
muchos que le proseguirían, como el segundo que le continuó, cargado con tanta
violencia que el pobre chiquillo sintió un crujido de huesecillos acompañado
por unas diminutas gotas de sangre que se resbalaron de su nariz. Y aquel
niñato agresivo continuó con un tercero, y un cuarto, y un quinto, y un sexto,
aumentando en cada uno de sus puñetazos ensañados la potencia con que los
efectuaba hasta que Adán perdió la noción del espacio y el tiempo como única
medida defensiva que le quedaba. Miles de imágenes sobrevolaban su mente.
Recuerdos de toda clase le inundaban, tal vez como un sencillo método de
evasión de su pesadilla.
—Hey,
¿qué coño estás haciendo? Para, joder. Para de una puta vez.
Una
voz celestial, como la de un ángel de infinita pureza que había realizado acto
de presencia para rescatarle de la muerte. O eso fue lo que alcanzaron a
comprender sus sentidos en mitad de su aturdimiento. En realidad sólo se
trataba de una chica. Una chica con algo más de corazón que el resto de diablos
infernales con los que se había topado.
—¡¡Cállate,
zorrita de papá!! ¡¡Pírate de aquí, y no me toques más los huevos, anda!! —le
soltó entre un griterío desenfrenado prácticamente indignado de que aquella
muchachita se hubiese atrevido a irrumpir en lo que parecía su santuario del
crimen.
—¡¡No,
no me callo, joder!! ¡¡¡Para de una puta vez!!! ¡¡Para, joder!! —imperó la
chica sin ningún tipo de respeto hacia las órdenes con las que el sucio melenas
le asestaba, asestándole una patada en la boca del estómago que lo estampó
contra ese suelo de cemento tan invernal. Por la mueca de despreció que se
esculpió en sus facciones, era evidente que el movimiento tan atrevido de su
pierna no le había agradado ni una mísera pizca, pero la impresión de rabia que
había exhibido ante el chiquillo no parecía ser la misma que remarcó con
aquella chiquilla. Habría jurado que se trataba tan sólo de incredulidad.
—¡¿Pero
qué cojones estás haciendo?! ¡¿Pero tú de qué coño vas?! ¡¿A qué ha venido eso,
eh? —le chilló el rubito ciertamente irritado mientras se levantaba intentando
forzar un gesto de fortaleza que no resultó ser de muy buena calidad.
—No,
¿de qué vas tú, chaval? Te recuerdo que podría haberte hundido como a un
barquito chiquitito, y no lo hice porque me prometiste que no ibas a volver a
hacer la iniciación a ostias. Y… vaya, sí, ya veo que bien lo has hecho —se
expresó irónica mientras examinaba a un Adán con su rostro completamente
hinchado por todos los violentos puñetazos propinados—. Igual debería llamar a
Madre o a mi padre y hablar con ellos. Seguro que les va a gustar un montón lo
que voy a decirles.
—Yo
controlo a los enanos aquí, por si no te has enterado aún, y voy a seguir
pegándoles la primera vez que me encuentre con ellos. Hay que probarlos. Madre
lo dijo. Esto no se negocia. Además, ¿quién coño te crees que eres, niñata? A
ver si te piensas que por ser el amorcito de papá no te acabaré partiendo la
cara como me toques mucho los cojones.
—Haz
lo que quieras, pero si me tocas un pelo, hablaré, Tufo —le contestó inmutable
sin signo alguno del más mínimo temor ante el chulito del colegio. Una actitud
muy impresionante si tenía en cuenta que él medía como mínimo dos cabezas más
que ella.
—Ya
lo veremos —le desafió este marchándose del patio de una vez por todas con la
colita entre las piernas y un tanto enfurecido por el mote con el que le había
insultado.
Y
fue entonces cuando a un Adán muy aturdido le pareció verla de nuevo, más
preciosa que nunca, como si hubiese resurgido de entre los muertos en forma de
un precioso ángel, como una bendita aparición celestial que se acercaba hasta
él y extendía su mano en señal de paz, perdón y armonía.
—¿Florr...?
—musitó más ilusionado que nunca en su vida. Lástima que nunca evolucionase más
allá de ello. Una mera ilusión.
—No,
no soy Florr. Me llamo Lilith. Bienvenido a nuestro hogar.
Y
allí estaba ella. Sentada junto a una de las carreteras más cercanas al bunker,
con sus piernas entrecruzadas, admirando un paisaje en la lejanía del horizonte
que era a su vez un bello y desolador atardecer. Perdida en un mar de
pensamientos, examinando su propio rostro en la hoja resplandeciente de la
tizona, navegando a través de él y despejando el rumbo de su alma hacia su ser,
su verdadera esencia. Oriente Medio, Bagdad, Esgrip, Stone City, Denise, David,
M.A, Effy, Fred, Rojo, Will, Jimmy, Johnny, Dyssidia, Puma.. Y todo lo que aún
debía vivir, los obstáculos que se interpondrían, los camaradas que se
mantendrían a su lado, los enemigos que intentarían destruirla... Al final del
renombrado camino al que se enfrentaba todo se reduciría a un único denominador
común. La construcción de un futuro mejor que poder brindar a las generaciones
venideras, nacido de su propia sangre.
Podía
verlo de manera muy patente, muy evidente, sin ningún vestigio de un manto
interpuesto entre sus ojos brillantes como preciosas joyas en la penumbra y el
que sería el final de una etapa que pronto se cumpliría, como la luz del sol en
un cielo escampado. Y aquella espada, aquella legendaria tizona cuyo acero
había sido blandido por los antepasados españoles en sus míticas batallas
medievales, le otorgaba a sí misma un valor simbólico muy importante, como una
bella flor que hubiese resurgido de sus cenizas en un jardín marchito. Aquel
arma tan delicada, tan pura, simple poseedora de miles de significados
históricos, reposando en su regazo como si fuese la nueva vitrina en la que
descansaría durante siglos y siglos, le provocaba un agradable sentimiento de
de ascenso místico, de evolución personal consigo misma. Ella estaba allí, en
aquel nuevo mundo aniquilado por la codicia y la vanidad del hombre por una
sencilla razón. La legendaria espada tizona no había terminado entre sus manos
por casualidad. El objetivo debía cumplirse. No había otra opción posible.
Y ese era su destino. Si todavía continuaba con vida, si no había muerto en Oriente Medio, si no había muerto en Bagdad, si no había muerto con Esgrip, ni en Stone City, ni esa zorra de Denise la había decapitado, ni la radiación había desintegrado hasta la más diminuta de sus moléculas, si ningún zombi la había devorado hasta entonces, ni ningún mutante la había reventado, era porque su destino, el futuro del mundo, aún se hallaba colgando en sus manos. Debía cumplirse. Sí, debía cumplirse.
Y ese era su destino. Si todavía continuaba con vida, si no había muerto en Oriente Medio, si no había muerto en Bagdad, si no había muerto con Esgrip, ni en Stone City, ni esa zorra de Denise la había decapitado, ni la radiación había desintegrado hasta la más diminuta de sus moléculas, si ningún zombi la había devorado hasta entonces, ni ningún mutante la había reventado, era porque su destino, el futuro del mundo, aún se hallaba colgando en sus manos. Debía cumplirse. Sí, debía cumplirse.
Todavía
se encontraba envuelta en una ligera capa de sus propios pensamientos sobre el
mañana que iba a construir, cuando su agudo oído escuchó una serie de pasos que
provenían de sus espaldas. Cuando giró su cuello para visualizarlo, comprobó
que el irruptor no era otro que un viejo amigo y compañero de batalla recién
incorporado a su equipo. Puma.
—Hey,
Ley, ¿qué andas haciendo por aquí? Johnny no para de preguntar por ti ahí
dentro. Te está buscando como un loco —le expuso Puma la preocupación de su
pareja bastante comprensible mientras se sentaba junto a ella. Pero Ley no
podía pensar en Johnny en ese momento. Otros asuntos en su mente requerían de
su atención.
—Nada,
Puma. Sólo estaba pensando en el gran futuro que vamos a conseguir crear todos
unidos. Volver a empezar a nuestra manera, haciendo las cosas bien, sin cometer
los errores del pasado. ¿Te lo imaginas? Va a ser lo mejor que el mundo tendrá
en mucho tiempo —afirmó la chica con ímpetu desbordando fantasía de un mañana
utópico a ojos del gatito, aunque realmente no lo fuese.
—Ley,
no vendas la piel del oso antes de haberlo cazado... —le aconsejó Puma a pesar
de que la apoyaba completamente en su causa y sus creencias de un futuro mejor.
Sólo quería evitar aquella actitud narcisista que mostraba y los problemas que
podría acarrear. Ya ni siquiera podía recordar las veces que se había jurado a
sí mismo que Florr iba a sobrevivir. Pero Ley no se planteaba desistir ni
aunque el mismo Mesías en persona hubiese bajado de entre los cielos para
rogárselo.
—Primero,
al oso ya lo cacé. Le puedes preguntar a Johnny. Segundo, lo vamos a lograr. Te
juro por mi vida que lo vamos a lograr. Y quien diga que no, es un inepto
idiota que no sabe ver lo que tiene delante de sus napias y no se merece estar
en mi equipo —soltó Ley cuidadosamente casi como una pequeña advertencia hacia
los consejos de Puma.
—¿Realmente
piensas eso? —preguntó con cierto temor ante la posibilidad de que se ofendiese
con sus palabras.
—No,
no lo pienso. Lo creo —le corrigió ella con infinita firmeza.
—Pues
entonces no hay más que hablar. Sigamos adelante, hasta el final —concluyó Puma
ya convencido totalmente de que Ley no se rendiría ante nada, por muy extremo
que fuese, tendiendo su mano en señal de férrea unión. Seguía sin estar
convencido de esa visión narcisista ante el río de su vida, pero debía empezar
a acostumbrarse a no ser el líder general que impone las decisiones.
—Vamos
a por ellos —le respaldo ella con emoción entrechocando su mano con la de su
nuevo compañero en el viaje hacia su destino. Un amanecer sin miedo.
Un
amanecer... Eso era precisamente lo que Davis aguardaba con impaciencia desde
lo alto de la casa del árbol situada en los antiguos terrenos de una granja que
se habían convertido en propiedad del bunker tras el apocalipsis. Las labores
de vigilancia eran uno de los trabajos que el muchacho consideraba más tediosos
y agotadores, pues estaba claro que él no era ni remotamente un animal
nocturno, pero era el deber que se suponía que era obligatorio realizar cada
cierto tiempo si quería conservar la comida enlatada y el suelo duro del cuarto
comunitario.
Lo
único que le reconfortaba en aquellos momentos de sueño y soledad profunda era
la garantía de que el mundo al completo le disponía todo el tiempo del que
desease para pensar, aunque no sabía exactamente si devorar su propia cabeza
era un acto positivo o negativo para sí mismo.
Cualquier
recuerdo o asunto relacionado con Jessica eran los primeros en atravesar su
mente. No podía parar de recapacitar sobre aquel estado de dependencia total
hacia él que la había transformado, como si se hubiese originado un trauma de
tal magnitud en lo más profundo de su alma que no podía permanecer separada de
su mayor apoyo emocional ni un minuto. Y así lo creía él. El hecho de que
Jessica no quisiera contarle nada sobre los sucesos acontecidos en la base de
operaciones de Michaela no era ninguna casualidad. Hasta el momento la única
información que había obtenido era que su mejor amigo M.A había salvado a su
amor de alguna manera y por alguna razón que no quiso especificar. El resto de
integrantes que habían compartido aquellas vivencias con Jessica se reservaron
su derecho a no contarle nada a pesar de que se lo había estado rogando desde
su reunión con ella, probablemente por puro respeto hacia la propia chica. Y
aquel voto de silencio , aquellos interrogantes sobre el suceso en cuestión que
merodeaban alrededor suyo, hacían enfermar su organismo hasta unos límites
inimaginables.
Nicole
era la siguiente en su interminable lista de preocupaciones. Su mejor amiga no
había variado el comportamiento de culpabilidad que arrastraba desde aquel
fatídico reencuentro con su hermanastra. Todos sus compañeros habían intentado
convencerla de que debía olvidarse de una vez por todas de su supuesta traición
hacia el grupo, que sólo le provocaría más dolor, que ni siquiera se había
tratado de una intención real, pero su voz de la razón no quería responder. No
paraba de contar que sufría unas pesadillas terribles que no podía acallar.
Había regresado a la etapa de las cavernas, y el hecho de que hubiese
retrocedido en su evolución atormentaba al pobre Davis.
Ya
se hallaba divagando sobre el visible deterioro de la salud física de M.A e
Inma cuando le pareció distinguir una diminuta luz en la carretera medianamente
oculta por el resplandor de un sol que ya había comenzado a alzarse por el
este. Agarró sus binoculares sin perder tiempo y se apresuró en comprobar de
qué se trataba aquel objeto no identificado. Y tanto por suerte como por
desgracia, muy pronto se percató de que no era más que una simple motocicleta
conducida virtuosamente por la pelirroja Ley. Su verificación personal de la
ausencia de peligro en el exterior le relajó por unos instantes, pero su calma
no tardó en desaparecer. Si ella estaba allí, era porque aquel día había un
trabajo muy importante en el que todos tendrían que colaborar, y la guardia de
la noche ya le había reventado lo suficiente como para poder controlar su lanza
con algo de destreza.
Ya
advertido finalmente de que su turno había concluido, Davis abrió la escotilla
de seguridad situada en lo alto de la casa del árbol para comenzar a descender
por cada uno de aquellos gruesos tablones de madera anclados al robusto tronco
hasta alcanzar con sus pies los áridos terrenos de la extinta granja mientras
la motorista rebelde alcanzaba la entrada del bunker y extinguía el atronador ruido
del motor que expandía su ciclomotor en cualquier ángulo de dirección. Ninguno
empleó una excesiva cantidad de tiempo en entablar su primera comunicación con
el otro.
—Buenos
días —saludó el muchacho con un denotable tono de respeto absoluto hacia la
nueva portadora de aquella noble espada española de nombre tizona.
—Buenos
días —le contestó ella con total amabilidad por su parte—. ¿Eres el único que
está despierto? ¿Los demás están aún durmiendo?
—No
sé, supongo que sí. Yo vengo ahora mismo de una guardia —esclareció Davis su
desconocimiento con respecto a la situación que se respiraba en aquellos
instantes en el interior del bunker.
—De
acuerdo… Ve preparándote cuanto antes. Vais a tener que acompañarme todos de
nuevo. Y... apresúrate en coger cualquier cosa que necesites. Johnny, Jimmy y
Will vienen detrás de mí con un par de vehículos para recogeros. Yo me encargo
de avisar a los demás.
Y
una vez dictaminada la sentencia fatal por la cual el joven Davis habría donado
incluso sus órganos más vitales para eludirla, observó decepcionado como Ley
ignoraba por completo el detalle de su reciente vigilancia y se encaminaba
hacia la entrada del bunker. De hecho, si no hubiese sido porque justo en ese
preciso instante emergieron de las profundidades de la acomodada caverna Nicole
y Jessica al unísono, no habría efectuado mayor orden que mantener una rigidez
extrema cual estatua de mármol puro.
—Muy
bien. Nos pondremos a ello en seguida —comunicó Jessica alardeando de sus
divinas dotes de obediencia hacia el escalafón de mando.
Y
mientras que una preciosa Ley inocente de la acometida tramposa a la que pronto
se enfrentaría por parte de cierta castaña con carácter, la pareja de jóvenes
mujeres presenció como un muchacho de índole muy conocida corría literalmente
hacia ellas, aunque eso le supusiese una asfixia mortal para su desmejorada
condición física.
—Hey,
para el carro, vaquero. No hemos robado vacas a ningún granjero. Lo juro—bromeó
Jessica visiblemente alegre por el reencuentro con su chico—. Me alegro de
verte.
—Sí,
yo también, la verdad. No veas como he echado de menos mis ocho o nueve horitas
de sueño. No estoy hecho para las vigilancias. Voy a tener que empezar a
pedirle a M.A que me rebele a cambio de mis raciones del fin de semana. Con tal
de comer, seguro que acepta —continuó Davis con ese pequeño juego de humor
absurdo entre enamorados felices. Pero todo ello se evadió cuando el muchacho
observó el profundo océano en el que se habían convertido las ojeras remarcadas
de Nicole. No lo dudó ni un sólo segundo. Sabía perfectamente lo que le
ocurría—. Nicole... Dime la verdad... ¿Has vuelto a tener esas pesadillas?
La
susodicha musitó durante unos breves instantes una serie de vocablos internos
inapreciables, como la filtración de un importante debate que se efectuaba en la
naturaleza de su alma, pero no tardó ni medio minuto en afirmar repetidamente
con un movimiento vertical de su cabeza, plenamente silenciosa, con una
expresión temerosa esculpiendo un rostro demolido por la víbora de la
culpabilidad.
—Nos
mataba a todos. Otra vez... Yo era la última, como siempre. Les iba viendo...
Uno a uno... —susurró Nicole al oído de su amigo Davis entre múltiples espasmos
de sus articulaciones.
La
buena voluntad del chico no permitió que prosiguiera relatando sus tormentos
más devoradores. Tan sólo se limitó a abrazar a su compañera fuertemente para
infundirle todo el ánimo que aún poseía en su delicada recuperación mental a la
vez que intercambiaba con Jessica una mueca de preocupación. Ambos sabían con
una claridad impecable que no sería una resurrección medianamente sencilla.
Nicole
habría rogado a cualquier ser al que se le hubiese descontrolado todo el jodido
planeta la eternidad más infinita bajo el amparo del aura de fortaleza que
irradiaba Davis, irónicamente, pero la llegada de un dúo automovilístico que se
detuvo en seco mediante una formación de triángulo junto a la motocicleta de
Ley interrumpió sus reconfortantes muestras de cariño filial. Fue en cuanto la
preciada fuente de alimentación de los vehículos cesó en sus retumbantes
rugidos, que del interior de sus asientos se desplegaron Johnny, Jimmy y Will
junto a un quinteto de soldados bajo sus mandos a los cuales no conocían.
Probablemente ellos eran los encargados de custodiar su elegante hogar de
ensueño aquel día mientras el grupo cumplía sus deberes en la crueldad del
exterior.
—Hey,
chavales, ¿cómo vamos? ¿Qué tal estáis? —saludó Johnny a los tres con ese
característico tono de confianza que no había tardado en adoptar hacia quienes
ya eran oficialmente los refuerzos primarios de Ley.
—Bueno, aquí estamos. Vamos tirando —contestó
mutuamente Davis estrechando su mano con la del pelirrojo, aunque la expresión
concreta de sus palabras no mostrase demasiada ambición por aquel
irreemplazable regalo que suponía para ellos su acogida.
—Venga,
va, no me seas tan seco, lanzita, que hoy es un día especial —refunfuñó en tono
satírico, aunque con cierto matiz de realidad—. ¿Y qué tal vosotras, chicas?
Por las pintas, parece que acabáis de huir de una misa de podridos.
La
aludida Nicole ya se encontraba a sí misma elaborando una respuesta en los
rincones más recónditos de su cerebro que no resultase en una intranquilidad
incontenible hacia aquel chico que tan cordialmente se había comportado con
ella durante las últimas semanas, aunque su compañero Davis demostró sus dotes
de inteligencia con mucha más velocidad que ella haciendo gala de una
distracción improvisada.
—Oye,
Johnny, ¿esto es tuyo? —preguntó extrayendo de uno de sus bolsillos un
impecable cilindro reconocido como la única opción posible hasta el momento de
ascenso divino—. Me lo he encontrado en la casa del árbol. No creo que ninguno
de los nuestros se lo dejara ahí, aunque no le he preguntado a nadie por él.
—¡Coño, un porro! —exclamó Johnny con el mismo
entusiasmo que mostraría un niño pequeño que recibe un caramelo—. ¡Este pa mí,
no te jode! ¡Que el otro día perdí uno! ¡Pa fumármelo después de la misión!
—También
había una botella de ron vacía. ¿Tú sabes algo?
—¡Que
va, tío! A lo mejor a alguien de por ahí dentro le ha dao por echar un polvo en
la caseta y le ha entrao la vena romántica. ¡Yo qué sé! —respondió el pelirrojo
sin concederle la más mínima importancia al asunto.
Jessica
había decidido aproximarse hasta su novio con disimulo para introducirse en la
conversación con Johnny, pero sus focos de atención se desviaron en esos
instantes hacia un segundo cuarteto que se presentó revelándose del único
pasillo interior del búnker compuesto por M.A, Inma, Maya y Alice. Un aburrido
Jimmy que hasta ese momento había mantenido sus hombros apoyados en uno de los
cristales del camión que conducía pareció recibir una inyección de energía tras
la aparición de la pareja de primas, aunque más en concreto por aquella
jovencita castaña de nacionalidad española. Will le observó con recelo mientras
disponía sus pasos hacia las chicas, como una muestra de desprecio hacia la
anteposición de su prepucio a su cabeza.
—Hombre,
M.A, cabronazo. Qué alegría verte —saltó Johnny con ilusión hacia su nuevo
hermano para celebrar su llegada con una ración de bastas palmadas en la
espalda—. ¿Cómo va eso de la cara? De puta madre, ¿no? Estas hecho un tío más
duro...
—Buenos días, bellas damiselas. ¿Qué tal
pasaron la noche? ¿Todo a su gusto? —se dirigió Jimmy hacia las primas de forma
completamente inesperada para ellas con ese alma antigua de caballero medieval
que parecía agradar a Inma.
—Sí,
todo muy bien, Jimmy. Gracias por preguntar —respondió la jovencita con una
amplia sonrisa que reconfortó cada una de las emociones del enamorado.
—Veo
que no sólo estamos recuperando las armas de la Edad Media, sino también las
buenas costumbres —añadió Maya feliz por el trato tan amable del soldado,
aunque realmente sabía que toda aquella cordialidad no iba dirigida
precisamente hacia ella—. Creo que voy a ir a saludar un rato a Will, que el
pobre está ahí sólo como un perrillo abandonado.
—No...
Eh, oye... Espera... —trató Inma de detener a su prima con sus mejillas
comenzando a tornarse del vivaz color de la vergüenza, pero fue en vano—.
Alice, ven conmigo, por favor.
La
adolescente en cuestión, quien había permanecido entretenida escuchando la
conversación sobre épocas de la vida de M.A muy interesantes que no conocía, ni
siquiera se inmutó cuando Maya solicitó que la acompañase a mantener una charla
agradable con Will. Todo lo que se tratase de conocer con una mayor profundidad
a cualquiera de sus compañeros era música para sus oídos.
—Hey,
Will, ¿qué tal? ¿Tú no te acercas a hablar con los demás? ¿No te apetece?
El
renombrado Will encaminó su mirada escudriñadora hacia su flanco derecho, del
cual habían provenido aquellas oraciones de cortesía por parte de una sonriente
Maya que escoltaba a Alice detrás suyo, examinando a ambas con ligera frialdad.
Las dos sabían que Will no se sentía muy agradable con la mayoría de su grupo
por el mero hecho de que él los interpretaba como a unos civiles que iban a
destruir la filosofía de su existencia. Era uno de los objetivos de Maya
durante su estancia en el lugar que Will cambiase aquella visión particular.
—No.
Volved a vuestras posiciones de inmediato. Nos marcharemos en cuanto Ley
aparezca por esa puerta.
—¿Posiciones?
¿Qué posiciones? —asaltó Alice indignada por la estupidez que aquel tipo les
acababa de espetar para librarse de su compañía.
—Oye,
Will, sé que no nos llevamos muy bien, pero un "hola" a tus
compañeros para relajarte antes de la misión, estaría bien. Ayuda a liberar
tensiones, ¿sabes?
El
soldado le respondió con una efímera carcajada que denotaba la gran cantidad de
humor absurdo que el consejo de la chica había remarcado implícitamente.
—¿Soldado?
¿Misión? ¿Acaso conoces el verdadero significado de esas palabras? Mira,
abejita, vosotros sois civiles. No tenéis ni puta idea de lo que significa ser
un soldado, o lo que significa desempeñar una misión. Sólo venís con nosotros,
con los que de verdad luchamos, porque sois los enchufados del hermanito. Ni
siquiera alcanzáis a comprender lo que el objetivo supone para nosotros y para
el mundo. La gente que no posee la verdadera filosofía de un auténtico soldado
no debería serlo nunca, y cuando por fin consiga que Ley comprenda mi punto de
vista, vosotras dos os dedicareis a lo mismo que esas muchachitas castañas, y
todos vuestros compañeros igual. Y ahora largaos, y dejadme en paz de una vez.
Una
furiosa Alice ya caminaba imponente hacia Will deseosa de asestarle cada uno de
sus insultos más viles en la cara por su intención de marginarla a una simple
civil sin ningún tipo de fortaleza ni poderío en la construcción de su futuro,
pero Maya la detuvo antes de que cometiese un grave error irreparable, acatando
la orden del soldado y marchándose en silencio hacia los demás. Ya volvería a
discutir con él en un ambiente de mayor tranquilidad. Maya no se rendiría con
facilidad.
Tras
la acalorada discusión, dos personas más se reencontraron con el numeroso grupo
exhibiéndose desde esa oscuridad lúgubre del bunker. Eva y Adán. Johnny fue el
primer testigo de su salida, por lo que, en un intento de evitar un saludo que
no le apetecía en absoluto, comenzó una conversación con Maya y Alice, quienes
acababan de introducirse en la reunión de diálogo. Ella se percató a la
perfección de la ignorancia del pelo zanahoria, pero la importancia que le
concedió fue invisible. El malencarado Will, por otra parte, fue el único que
se molestó en enviarle desde la lejanía un cariñoso saludo militar que ella le
devolvió instantáneamente. Ni Maya ni Alice obviaron ese comportamiento tan
radicalmente diferente.
Y
tras poco menos de un minuto desde la aparición de los hermanos, resurgió de
entre el tenebroso corredor la auténtica joya de la corona. Una mujer de
cabello pelirrojo, con mirada mortífera y atuendo antiradiactivo respetable,
portando tizona y katana al unísono en espalda y cintura, produciendo temblores
de temor en el suelo árido con cada uno de sus pasos. El silencio reinó en
aquel antiguo campo de cultivo por su simple presencia. Cada uno de los
soldados a los que ella capitaneaba se cuadraron ante su poderosa líder, fruto
de la demostración de autoridad con la que se había engalardonado las últimas
semanas. Tales muestras de obediencia y lealtad eran como un sagrado ritual de
paz, valentía y fortaleza para Ley.
—Muy
bien. Veo que ya estáis todos aquí. Subid a los coches. Regresamos a nuestro
bunker.
Y
mientras contemplaba como todas las personas que la rodeaban se apresuraban en
acatar su orden sin rechistar como si de un mandamiento bíblico se tratase, Ley
se convenció nuevamente a sí misma de que lo iba a conseguir. Era demasiado
evidente como para no percatarse de ello. Lo iba a conseguir. Estaba dispuesta
a conseguirlo. Y lo conseguiría.
Y
la jodida puerta volvió a abrirse con un tumulto de sonidos infernales,
anotando su cuarto lanzamiento en diana, aunque aquella vez el sonido de las
escaleras ya había amortiguado su sobresalto. Quien se introdujo en la
brillante sala no pudo ser otro más que Braun, ejerciendo como fornido
guardaespaldas de un peculiar trío de adolescentes que probablemente serían los
mosqueteros a los que había mencionado Michaela. Una morena con una enorme cola
de caballo que cubría su espalda hasta el final de la cintura digna de
pertenecer a cualquier prostíbulo de carretera, un chaval castaño con el pelo
rapado repleto de cicatrices imponiendo su chulería con una simple mirada de
sus lúgubres pupilas y un melenas rubio que parecía haber recibido algún
contrato de asesinato en el tugurio tabernero más cercano antes de reunirse con
ellos. Nicole se lamentó consigo misma por los horribles monstruos en los que
Michaela había transformado a aquellos inocentes chicos al aprovecharse de sus
debilidades. Desde lo más profundo de su corazón habría deseado que le fuese
concedida la posibilidad de reeducar a los muchachos en una familia real,
exactamente como lo estaban haciendo con Adán, pero sabía que no podía ser su
prioridad.
Si algo era evidente entre todo el jodido tumulto de desconocimiento que les embargaba era que aquellos adolescentes iban a ser sus enemigos. Nicole lo sabía. Y Michaela también lo sabía. Su hermanastra no se había reservado ni un ápice a la hora de desplegar sus tácticas más ingeniosas. Debía sentirse plenamente segura de sí misma. Quizá incluso demasiado...
Si algo era evidente entre todo el jodido tumulto de desconocimiento que les embargaba era que aquellos adolescentes iban a ser sus enemigos. Nicole lo sabía. Y Michaela también lo sabía. Su hermanastra no se había reservado ni un ápice a la hora de desplegar sus tácticas más ingeniosas. Debía sentirse plenamente segura de sí misma. Quizá incluso demasiado...
—Chicos,
os presento a la persona de la que vais a tener que cuidar unas horas por mí,
Nicole. Saludadla, por favor. No seáis maleducados. Nicole, estos son Barbie,
Daniel y Hugo, aunque yo los prefiero llamar mis pequeños mosqueteros. Cuida
bien de ellos. Son como mis hijos. Yo les enseñé personalmente a cortar un
cuello como es debido, ¿sabes? Los pobres eran muy ignorantes.
El
comentario de Michaela produjo una nueva sesión de arcadas en el estómago de
Nicole que era incapaz de reprimir, pero se forzó a sí misma a hacerlo. Sólo
estaba continuando con su maldito juego. Debía olvidarse de sus provocaciones
antes de que terminase estallando en una orgía extrema de sangre y vísceras.
—Así
que vas a ponerme a unos chavales a vigilarme. ¿Es que no te fías de mí?
—contraatacó Nicole alardeando de sus penosas cualidades como actriz al tratar
de fingir la decepción en su enunciado.
—No
es que no me fíe de ti, mi pequeña Nicoleta. Por supuesto que me fío. Pero en
quienes no confío tanto es en los dos señores que te seguirán durante toda tu
ruta con un par de rifles de francotirador apuntando en dirección a tu cabeza.
No queremos que ninguno de ellos apriete el gatillo por error y desparrame tus
bonitos sesos por una carretera mugrienta. Mis mosqueteros se encargarán de que
eso no suceda.
Y
una vez más, le había asestado la que era considerada como la amenaza limpia de
pecado. Sutil, pero a su vez imponente, cual don mafioso de una familia. Nicole
no pudo continuar con la guerra verbal tras aquel majestuoso relato, por lo que
finalmente se rindió al silencio. Aquella era la única modalidad de batalla en
la que todavía no había podido derrotar a su hermanastra, desgraciadamente.
Consciente
de que había logrado alzarse con la victoria, Michaela se puso en pie
separándose de su silla, e ignorando cada mínimo detalle del nerviosismo
revelado en el organismo de su mayor enemiga, se dirigió hacia sus niños y les
susurró una serie de oraciones imperceptibles para el oído de Nicole, aunque
podía suponer con certeza que no les estaba suplicando que la mimaran.
—Muy
bien. Lo vas a hacer exactamente como yo te lo ordene, Nicoleta, y si se te ocurre
desviarte en cualquier punto del plan, te ejecutaré sin dudarlo, le cortaré la
cabeza a ese niñato para colgarla en la entrada de mi ciudad, y me aseguraré de
que tus amigos sean recompensados con una muerte lenta y dolorosa. ¿Está claro?
Nicole
se apresuró en responder con un deslizamiento afirmativo de su cabeza. Lo único
por lo que rogaba era porque su humillación finalizase pronto, pero sabía que
Michaela iba a disfrutar cada segundo de su sufrimiento como un vampiro ávido
de sangre humana fresca.
—Así me gusta. Escucha con atención. Mi fiel
aliado Braun, presente aquí a mi lado, te proporcionará un vehículo con el que
podrás desplazarte rápidamente, y a su vez, lo conducirá personalmente hasta el
último punto en que mis chicos avistaron a tu grupo. Como no queremos que algún
zombi malo te pille desprevenida y acabe contigo antes de lo previsto, también
se te devolverá tu ridícula pistolita, pero con la mitad de la munición que
trajiste contigo, y según el recuento de Fox, deben de ser como unas cuatro
balas. Siento dejarte con tan poco, querida Nicoleta, pero todo el mundo tiene
que contribuir para que este barco no se hunda.
—¿Qué
hay del traje? ¿Me lo vas a dar? —preguntó Nicole con un mal presagio en su
propia cuestión. Michaela era de esa clase de personas sin remordimientos que
no dudaría en arrojar a cualquiera al yermo radiactivo en pelota picada. Sabía
que la respuesta era bastante deducible. Ni siquiera lo recapacitó cuando le
habló mostrando de nuevo su sonrisa pérfida de bruja portadora de manzanas.
—Creo que no. Ya sabes, todo el mundo necesita
un pequeño aliciente para seguir adelante con sus planes, Nicoleta. Cada vez
que sientas como la radiación te está consumiendo hasta convertirte en un saco
de huesos con dos brazos extra, te darás más prisa en traerme a tus amigos. Va
a ser genial estar todos juntos.
El
mínimo atisbo de esperanza se evadió de su mente cuando Michaela confirmó sus
sospechas con tal frialdad inhumana. Quería matarla por encima de cualquier
otro deseo. Estaba dispuesta a matarla. Sólo necesitaba una oportunidad. Sólo
una maldita oportunidad.
—Oh, venga, Nicole, no me pongas esa carita de
enfado. Piensa que vas a tener chófer personal por un día —se mofó de la
representación de una ley que ella misma se había encargado de extinguir con
sus viles maldades, rebasando finalmente el punto máximo de presión que la
joven podía soportar—. Muy bien. Braun, creo que ya podemos empezar. Saca a
todo el mundo de aquí. Necesito relajarme un poco, aunque sólo sea por una
tarde. Este trabajo es agotador.
La
iba a matar. Perforaría su cerebro con un sacacorchos, ensartaría su corazón
con su propio machete, reventaría su cráneo con un martillo o incluso
arrebataría su vida a golpes con sus manos desnudas, pero la mataría. La iba a
matar, aunque fuese lo último que hiciese en su vida.
Quince
minutos... Aquel fue el período de tiempo aproximado en que la retahíla de
vehículos comandada por Ley y Johnny se detuvo junto a los límites del terreno
que señalaban la entrada principal del bunker mayor. La general considerada de
mayor rango en su propio ejército fue la primera que desembarcó de su hermosa
reliquia de dos ruedas, acompañada por uno de los ajetreos de pasos
multitudinarios más enriquecedores que hubiese escuchado jamás. La motivación
producida por ello la instó a reubicarse junto a su pelotón civil con mayor
rapidez para continuar con la saciedad de su sed de liderazgo.
—Así
me gusta, que os mováis con sangre en las venas. Y ahora, escuchadme todos
atentamente, chicos. Esa mujer a la que capturamos hace unas semanas, cuando
vosotros llegasteis, ha cantado por fin, y ahora conocemos la ubicación de uno
de los lugares que sirve a esas sanguijuelas como escondite. Sólo se trata de
entrar allí y repartir una pequeña dosis de acero entre los mercenarios que
anden por la zona custodiándoles. Y con un poco de suerte, es posible que nos
tropecemos con alguno de sus maletines. Johnny, Will y Jimmy, venid dentro
conmigo. Todavía necesitamos prepararnos antes de salir como es debido. Inma, Jessica,
vosotras ya sabéis cuales son las labores para el día. Los soldados os están
esperando. Y... Max me ha dicho que hoy vais a pasar la mañana en la enfermería
—comentó con la conclusión de su boletín informativo dirigiéndose a Adán—. El
resto esperad aquí. No tardaremos mucho.
Y
una vez hubo finalizado su discurso de honestidad comunicativo, Ley, junto con
Johnny, Jimmy y Will, desapareció más allá de las sombras que enmarcaban el
acceso primario a la edificación mientras el grupo principal observaba curiosos
sus movimientos.
Sólo
se hubieron adentrado unos metros hasta el primer corredor de su protector
hogar cuando la señorita pelirroja volvió a desplazar sus labios con cierto
interés en concreto.
—Johnny,
adelántate. Tengo que hablar en privado con Jimmy y Will.
—No
tardes demasiado, ¿vale? No quiero tener que echarte de menos —aceptó este
despidiéndose cariñosamente de su chica con un apasionado beso en los labios y
dirigiéndose en dirección a su dormitorio. Ambos sujetos nombrados presenciaron
como Johnny se evadía en la bifurcación más cercana del pasillo al mismo tiempo
que se aproximaban hacia su superior con interés por la información que
necesitaba transmitirles en privado.
—¿Y
bien? ¿Qué es lo que nos tienes que decir, Ley? —preguntó Will impaciente.
—Chicos,
sé que vosotros dos siempre habéis sido fundamentales en cualquiera de mis
misiones, pero esta vez necesito que os quedéis aquí, dirigiendo el búnker en
mi ausencia. Los soldados enviados al norte para la recolección de provisiones
regresarán pronto, y sería preferible que alguno de nosotros esté por aquí
cuando lo hagan, para que no haya ningún tipo de problema o estos zoquetes se
empiecen a descontrolar al ver que están todos solos, sin nadie al mando. No
quiero que vuelva a ocurrir lo que pasó hace unas semanas.
—Espera,
espera, espera, ¿lo que estás intentando decirnos es que te vas a llevar a la
misión de limpieza a esos tipos que a duras penas saben sujetar un arma y nos
vas a dejar a nosotros dos tirados en la estacada? —la asaltó Will visiblemente
ofendido por la decisión impuesta. Para un soldado considerado a sí mismo como
un hombre de honor indudable dispuesto a cualquier clase de sacrificio propio,
el hecho de que le excluyesen de una misión que se consideraba de vital importancia
para debilitar a su enemigo era como una vil traición, una puñalada rastrera en
su corazón, una ofensa que nunca habría aguardado por parte de Ley.
—Will,
baja el puto tono antes de que me enfade —le reprendió ella molesta por su
rebelión ingrata, pese a que ya hubiese supuesto precedentemente su reacción—.
No os estoy excluyendo a ninguno de los dos de nada. No estoy echándote fuera
de mi vista a patadas, Will. Lo único que he dicho es que os necesito aquí,
ejerciendo como responsables del bunker, y no como dos soldados más en esa
iglesia a la que vamos a ir. Y, además, había pensado en tomar a Marco y Puma
para que cumplan esos dos puestos que quedarían libres. ¿Hay algún problema por
ser los amos del tinglado mientras yo no estoy? ¿Acaso es tan horrible como
para que te ofendas de esa manera, Will?
—Ley...
No, perdón, general Ley... Sabes perfectamente que no estoy hecho para mandar,
y aun así, me dejas aquí. ¿Es que ya no confías en mí? ¿Es eso? ¿Es por qué he
estado intentando convencerte de que los amiguitos de tu hermano no deberían
venir a nuestras misiones? ¿Es algún tipo de lección o algo por el estilo? —se
lanzó Will al ataque cual animal salvaje siendo juzgado con sendas miradas
estupefactas por parte de Jimmy y Ley. Conocían lo suficiente a aquel terco de
campeonato como para ser plenamente conscientes de que sólo estaba jugando con
la mente de su líder, presionando sus puntos débiles para que recapacitara en
su decisión. Al fin y al cabo, los tres habían sido buenos amigos desde el
inicio de su juventud, por lo que sabían perfectamente cómo podían manipularse
mutuamente hasta cierto punto. Pero aquella nueva Ley resurgida de las cenizas
de un alma muy distinta era incorruptible. No iba a permitir que nadie la
manipulase ni aunque le entregase el secreto de la eterna juventud.
—Will,
para de decir gilipolleces de una puta vez —le interrumpió Ley mostrando la
división más déspota de su ser—. Nada de lo que digas o de lo que intentes
hacer te va a funcionar. Te recuerdo que aquí mando yo, y si digo que hoy no
puedes venir, no vas a venir. Punto y final. Y esta vez voy a ser inflexible. Y
lo siento, Will, pero por el amor de Dios bendito, trata de relajarte un poco,
que últimamente estás más pendiente por tonterías propias de un niñato que por
nuestro objetivo. Y sí, eres una de las personas en las que más confío. ¿O es
que te crees que yo dejaría mi búnker a cargo de cualquiera? Joder, es que pareces
estúpido sintiéndote celoso de los civiles. Necesitamos gente que nos apoye si
queremos conseguirlo, sean de la clase que sean. Nosotros solos no somos
suficientes. Además, el futuro que vamos a construir es para todos, tanto
soldados como civiles, y si son lo suficientemente capaces para luchar con un
arma por su propio futuro, por supuesto que seguiré llevándolos conmigo como
refuerzo.
Will
no se atrevió a replicar de nuevo tras haber contraatacado con los sólidos
argumentos de su discurso, por lo que se limitó a huir entre un silencio
sepulcral empleando la ruta opuesta a la utilizada por Johnny.
—Ley,
sabes que estoy contigo al cien por cien después de que me perdonaras, pero te
recuerdo que he sido vigilante muchas veces desde entonces, y habiendo visto
todas las cosas que he visto, no creo que necesites a Will. Es algo más,
¿verdad? Puedes contármelo. Seré una tumba.
La
joven soldado ninja reflexionó sobre el razonamiento de su compañero de arma
blanca con notable incredulidad. Lo cierto era que no había esperado que
discurriese hasta alcanzar ese elevado punto en que descubría sus auténticas
intenciones. Una extravagante sensación de desorientación poseyó su organismo
entero. Era como si Jimmy y Will hubiesen intercambiado sus cerebros. Dos comportamientos
que no le era posible explicar.
—Mira,
Jimmy, entre tú y yo, no quiero que Will esté en la misión —aceptó Ley tras
percatarse definitivamente de que había sido descubierta—. No es por él, sino
por Puma. No me lo estoy llevando simplemente como sustituto. Si fuera así,
tendría a otros veinte hombres entre los que elegir, como mínimo. Esta va a ser
la primera misión en la que podré ver cómo se desenvuelve Puma con su grupo, y
no quiero que Will ande por allí rondando a... rondándoles... —corrigió velozmente
siendo consciente de la tremenda errata que acababa de cometer. Pero Jimmy no
había obviado su supuesto fallo a la hora de expresarse.
—A
su novieta. No quieres que ande por allí rondando a la novieta de Puma, ¿no?
Venga, Ley, que yo también tengo ojos, y puedo ver el lío que se trae con esa
del pelo corto y lo bien que se llevan los dos con Will.
—Pues
sí, mira, has descubierto todo mi plan, genio —confesó finalmente Ley muy
asombrada por las dotes detectivescas del soldado—. Necesito comprobar si Puma
realmente estaría dispuesto a anteponer la causa a sus intereses personales,
que fue precisamente por lo que se unió a la lucha desde nuestro bando. Hasta
hace unos días pensaba que así era, pero ahora tengo mis dudas. Una prueba de
fuego será lo mejor para verificarlo. Pero si Will viene a la misión, sé
perfectamente que no se va a separar ni un segundo de Puma ni de la chica, y la
prueba de fuego se nos jode. ¿Lo entiendes ahora?
—Tiene
sentido... —lo aprobó Jimmy sin merodear excesivamente en los retos de lealtad
de su líder—. Pero hay algo que no me encaja en todo esto. ¿Por qué tengo que
quedarme yo aquí?
—Primero,
necesito a alguien que vigile realmente a toda la gente que hay aquí y la que
va a venir del norte, porque no es ningún cuento chino que no quiero que se
piensen que están de fiesta porque me he largado, y como dependamos de Will,
mal vamos. Segundo, fíjate cómo se ha puesto Will cuando os he dicho que no
veníais a la misión. Si se lo llego a decir a él sólo, se me echa directamente
al cuello. Seguro que se lo habría tomado como algo aún más personal, y lo
habría tenido todo el mes de morros. Tercero, la española va a estar aquí,
sola, sin su prima, sin nadie que la acompañe durante unas horas. ¿Te parece
eso suficiente motivación para quedarte, o tengo que seguir?
—Por
favor, si a mí Inma no me gusta —mintió éste descaradamente con un claro color
sonrojado vislumbrándose entre sus mejillas—. La única mujer a la que quiero yo
ahora mismo es a la zorra que tiene escondidos esos maletines.
—Me
gusta eso que dices, ¿sabes, Jimmy? Pero no intentes engañarme. Todos te hemos
visto tratándola como a una dama de alta cuna, oh, mi noble y fiel caballero
andante. Sólo te falta subirla a lomos de tu caballo blanco y galopar hasta
vuestro castillo, donde viviréis felices rodeados de zombis caníbales y
horribles mutantes —fantaseó Ley ironizando un estúpido y empalagoso modo de
vivir el amor que nunca jamás habría deseado para sí misma—. En fin, voy a ir a
prepararme, que ya vamos tarde. Tú ve empezando a controlar todo esto, y no
molestes mucho a tu lady. La sangre que vaya al cerebro, a pensar en esa tipa
de los maletines, ¿eh? No te me vayas por el mal camino.
—Que
vaya todo bien —le deseó Jimmy desde su posición mientras la joven se alejaba
en dirección a la enfermería del lugar.
—Bueno,
supongo que debería irme ya. Será mejor que no me retrase —comunicó Jessica a
sus compañeros con disposición a cumplir con sus acuerdos de trabajo en ese
preciso momento.
—Sí,
yo también —admitió Inma con una mayor desgana que Jessica en las tres palabras
que enmarcó, probablemente debido al hecho de que aquel día su prima volvería a
arriesgar su vida en el exterior.
—Adiós,
cari. Descansa mucho, y cuídate —advirtió Davis deslumbrando de nuevo con su obsesión
sobreprotectora antes de despedirse con un fugaz beso sembrado en sus labios.
—Que
vaya bien, Inma —la animó Maya junto con una sonrisa que hizo relucir su rostro
de pulcra simpatía. A diferencia de cierto sujeto situado a su vera, a ella sí
le agradaba que su prima construyese una serie de espacios de su vida que
fuesen independientes respecto a sí misma. Era una etapa de su camino que
necesitaría cubrir en algún momento de su vida.
Y
una vez efectuadas sus interminables muestras de amor puro hacia sus seres
queridos, ambas comenzaron a caminar en pareja en dirección al acceso interior
empleado minutos atrás por el cuarteto de soldados. Eva también se disponía a
acompañar a su hermano pequeño hasta la enfermería donde se suponía que debía
encontrarse el doctor Max, pero el ruido vibrante de unas cuerdas vocales que
fue percibido a su derecha interrumpió sus actos. Tres sujetos habían surgido
de uno de los laterales del búnker conversando entre sí sobre ciertos asuntos
banales que ellos consideraban de importancia, pero lo fundamental de la
especialidad de esta escena fue contemplar cómo uno de ellos en su reaccion de
estupefacción casi se tragó sin masticar el cigarro que estaba devorando. Y
aquel glotón de nicotina no era otro que el mismísimo Puma.
Todos
se mantuvieron expectantes tras reencontrarse con su viejo amigo y líder
después de haberse mantenido al margen de él desde su unión al grupo de Ley,
pero nadie se atrevió a despedirle un sencillo saludo de compañerismo siquiera.
Todos sabían que la atención de Puma se hallaba concentrada plenamente en ella.
En Eva.
—Yo
llevaré a Adán a la enfermería. Sé dónde está —se ofreció Inma consciente de la
ardua necesidad que sentía Eva de mantener una conversación con Puma.
—Vale,
sí, Inma. Adiós, cariño. Pásatelo bien —habló ella carente de preocupación
alguna sobre el gesto de solidaridad que la chica había expresado. Aquel minino
se encontraba invadiendo constantemente el foco de su arrepentimiento como si
fuera un jodido virus. Necesitaba hablar con él urgentemente. Aclarar la
realidad de sus actos. De su relación.
Una
vez Jessica se hubo distanciado de él nuevamente, Davis se halló a sí mismo lo
suficientemente desganado en cuanto a liberar su garganta con sus compañeros
como para regresar hasta el camión en el que les habían transportado y sentarse
en el asiento del copiloto a reposar mientras vislumbraba a tres parejas que se
habían compuesto con incalculable rapidez. M.A y Alice, Nicole y Maya, Eva y
Puma...
—¿Cómo
te encuentras, M.A? —preguntó Alice al jovencito tomando delicadamente el brazo
que todavía conservaba intacto—. Últimamente te he visto mucho mejor. Si ya
hasta sonríes y todo.
—Alice,
no empieces con tus piques, que ahora llevo las pilas recargadas —advirtió este
con cierta picaresca destacando su tono de voz.
—Ya,
seguro que sí, gran macho alfa. Si te hace ilusión creer que puedes ganarme, no
voy a ser yo tan mala perra como para quitártela. Pero aquí sigue dominando una
servidora cuando se trata de mofarse de ti —se chuleó Alice exhibiendo un par
de poses provocadoras que no podrían haber sido más falsas ni aunque hubiesen
formado parte del reparto de una película de barrio barata.
—Claro,
claro, lo que usted diga, hembra dominante —decidió concluir M.A con su
estúpido jueguito de habladurías inútiles para proseguir con un asunto en
cuestión que a ambos reclamaba su atención—. Por cierto, Alice, he estado
pensando en lo que me dijiste hace unas semanas en esa estación de servicio
detenidamente, y, bueno, creo que sí... Creo que podríamos volver a intentarlo.
—M.A...
¿Eres realmente consciente de lo que estás hablando? ¿Lo estás diciendo
totalmente en serio? —preguntó Alice con un resplandor reluciente renacido en
sus marchitas pupilas. Era como si aquella simple aceptación por parte de su rubito
hubiese retornado toda la ilusión por la vida que había desaparecido tras su
falsa muerte.
—Sí,
estoy hablando en serio, Alice. Ya va siendo hora de que vuelva a ser el que
era antes de que todo esto me dejase para el arrastre, de volver a sentir de
nuevo esa presión en el pecho y que no sea porque un zombi te está acariciando
la nuca, de que los dos lo sintamos juntos, pero eso sí, te lo pido por favor,
poco a poco. Nos precipitamos mucho en Stone City con nuestra... pequeña
relación de tres días. Esta vez quiero ir más despacio. Quiero conocer a esa
Alice que se supone que tienes encerrada ahí dentro y quiero que tú conozcas a
ese M.A que anda por aquí, oculto en algún lugar, el muy traidor. ¿Te parece
bien? ¿Quieres decir algo?
Pero
Alice no respondió ante su ofrenda de participación en las condiciones que
estaba suplicando por compartir con ella. Lo único a lo que pudo limitarse fue
a una reflexiva examinación de esas bellísimas cicatrices que M.A lucía en ese
precioso rostro tan particular como un verdadero héroe de guerra que hubiese
salvado a un centenar de personas de las pezuñas de la muerte. Después de todo
el esfuerzo que había invertido en conseguir que aquello sucediese, después de
todo el tiempo que había empleado meditando esa táctica mediante la cual podría
conseguir que M.A volviese a confiar en ella hasta ese punto, y después de
haber alcanzado el límite de su rendición, estaba ocurriendo. Era increíble,
como la visión de un ángel que desciende de las nubes entre cantos celestiales.
Aquel era, definitivamente, el mejor día de su desgraciada vida desde que los
muertos habían comenzado con su especial repoblación de la Tierra.
—Hey,
Alice, mujer, ¿qué te pasa? Te has quedado empanada —la sacudió el chico tras
cerciorarse de que Alice permanecía inmutable como una escultura tallada en
hielo, observándole con unas relucientes joyas color cielo que parecían
desprender algun tipo de sentimiento muy personal.
—No
es nada. Sólo estaba pensando en la gran felicidad que siento ahora mismo al
haber recuperado a la única persona que me quedaba —confesó la joven fundiendo
sus sensuales labios con los de su rubito en un cálido beso que reunificó sus
almas en una sola.
—Oye,
Nicole, ¿cómo te encuentras hoy? —se preocupó la bondadosa Maya por ese
malestar mental que estaba padeciendo su compañera desde el incidente. La chica
alcanzaba a comprender el intenso dolor que la devoraba interiormente en cierto
modo. Equipararlo a la destrucción que había desencadenado en sí misma la
muerte de su hermana no era ninguna idea descabellada. Tal vez podría intentar
aplacar su sufrimiento compartiendo sus propias experiencias... Tal vez... Sólo
tal vez...
—Bueno,
intento seguir adelante, pero no puedo dejar de pensar en lo que pasó y en lo
que hice. Es... como un remordimiento que vuelve cada día para atormentarme. Es
decir, sólo mira a M.A, a Alice o a tu prima. Las heridas que hay por todo su
cuerpo son en parte mi culpa. Debería haberla detenido antes, mucho antes. La
he dejado llegar demasiado lejos. Nunca debería haber existido ese jodido campo
de concentración que controla. Tendría...
—Para
—la detuvo Maya situando uno de sus dedos en vertical sobre los labios de la
chica como una solicitud de silencio—. Mira, Nicole, he tratado varias veces de
hablar contigo, pero nunca he acumulado la valentía suficiente como para
hacerlo. Al principio pensé que era porque quizás la confianza entre nosotras
no era tanta como para que hablásemos de ello. Hace unos días me di cuenta de
que solamente me estaba engañando a sí misma. Era por el miedo. Miedo a verme
reflejada en ti.
Nicole
permaneció tan impactada como estupefacta ante la repentina confesión
completamente inesperada mientras ella continuaba con el discurso de ánimo.
—Cuando
Dyssidia murió, realmente no supe qué hacer. ¿De quién era la culpa de que
aquello hubiese pasado? ¿Era de Ley, la mano ejecutora? ¿Era de ella misma, por
haber jugado con la muerte como si fuese una muñeca? ¿Era de Davis, por su
supuesta provocación? ¿O era mía, por no haber sido capaz de protegerla cuando
ya la tenía a mi lado? Y al principio, escogí la tercera, porque era la que
menos daño le hacía a los demás, a unas personas que son mis amigos, y a la
memoria de Dyss. Me lo comí todo yo sola, interiormente, sin compartirlo con
nadie más. ¿Y sabes de qué me sirvió? De nada. Lo único que conseguí fue
envenenarme a mí misma con la culpa, hasta que comprendí que debía dejarlo
atrás si quería seguir con la vida que había llevado hasta entonces, si quería
continuar recorriendo el camino con los demás. Nait me dijo una vez que no son
nuestros actos los que nos definen realmente, sino nuestros sentimientos hacia
ellos una vez realizados. Salvaste a un niño, Nicole. Eso es lo que importa.
Olvida todo lo que pasó, olvídala a ella, y sobre todo, olvida tu deseo de
inyectarte veneno en vena, como yo hacía. Tienes que mirar hacia delante. Hacia
el futuro que pronto vamos a tener. Hazlo por ti misma, por tu propia salud,
por favor.
La
antigua agente había tornado su gesto facial hacia un asombro que era todavía
más indescriptible que el anterior. Nunca habría imaginado que una jovencita
tan reservada como solía ser Maya ocultase un mundo interior tan profundo. Lo
cierto era que sus deseos de abrazarla por su tierna comprensión se hallaban en
pleno proceso de incremento imitado por su moral. Y así lo hizo. Maya lo
recibió con un sutil aturdimiento de cada uno de sus sentidos durante los
primeros segundos, pero nunca se habría atrevido a rechazar tal muestra de
férreo apoyo.
—Y
no te preocupes por ella. Caerá tarde o temprano. Ese tipo de personas nunca
serán capaces de reconstruir este mundo. Nunca...
—Hey
—saludó Puma con un movimiento casi imperceptible de su cabeza. Como de
costumbre, el silencio que prosiguió a sus palabras resultó mucho más expresivo
para Eva que una burda onomatopeya.
—¿Otra
vez con los "hey"? Creía que ya habíamos superado esa fase —refunfuñó
ella como un simple método de quiebre del compacto hielo que se había formado
entre ambos desde su último encuentro furtivo.
—Pues
buenos días, preciosa señorita. ¿Qué tal pasó usted la mañana? ¿Te gusta más
así? —le contestó Puma continuando con sus simplonas intenciones guasonas.
—Venga,
va, Puma, déjate de gilipolleces. Tengo que hablar seriamente contigo—rasgó Eva
las raíces más insondables de ese sentido del humor que tan inoportuno era
constantemente.
—Es
sobre lo que pasó el otro día en la caseta, ¿no? ¿Has cambiado de opinión?
Porque me parecería lo más normal del mundo.
—Mira,
Puma, lo que pasó ese día, pasó, y no hay más vueltas que darle. ¿Que nos
dejamos llevar por nuestros instintos en ese momento? Pues sí, es cierto, pero
no pasa nada. Creo que los dos tenemos la suficiente madurez como para saber
que no debemos volver a repetirlo. Tú ya has tomado una decisión, y por mucho
que a mí me joda, tenemos que respetarla. No podemos llegar hasta ese punto. Ya
no. Es demasiado tarde —espetó una aclaradora Eva con ligeras pinceladas de
tristeza en las palabras que emitía.
—Supongo
que lo comprendo. Nuestros caminos tienen que separarse a partir de aquí. Tú
con tu hermano, yo con mi líder. Pero que sepas que no olvidaré nuestra...
pequeña despedida. Nunca. Ni aunque me extirpen el cerebro y lo hagan filetes
rusos —aclaró el sangriento gatito con ese tono de bribón pícaro que provocaba
el enloquecimiento en cualquiera de formas radicalmente diferentes.
—Puma...
—rugió una potente voz que se ubicaba a la derecha de este. Ambos se
aventuraron a guiar sus miradas hacia esa mítica entrada al búnker por la que
miles de personas discurrían como si de una cueva prehistórica se tratase,
topándose con la imagen de un Johnny muy agitado que caminaba hacia su
posición.
—Yo
me largo. Lo último que me apetece ahora mismo es hablar con el esqueletos
—comunicó Eva con desprecio mientras comenzaba a regresar con el resto de los
miembros del grupo—. Ya nos veremos. Espero...
Johnny
no se demoró ni un segundo más del necesario en situarse a la vera de ese fiero
minino, dedicando una expresión de vómito insufrible a la pelo escoba cuando
ambos se cruzaron mucho antes de que empezase siquiera a deslizar sus cuerdas
vocales.
—Cuéntame,
Johnny. ¿Qué pasa hoy por ahí dentro? —consultó Puma exponiendo toda la
confianza que había creado con el muchacho en tan sólo unas semanas.
—¿Tú
le has dicho algo a Ley? ¿Se lo has dicho? —arremetió este con un aspecto de
auténtica molestia ante lo que le hubiese comunicado. Por unos instantes, Puma
pensó que podría haberle confesado el asunto de sus escapadas nocturnas, pero
pronto lo desechó como posibilidad. Por la impresión de Johnny, debía de
tratarse de otro tema en cuestión.
—Vas
a tener que especificar un poco más si quieres que te entienda, Johnny.
—Acabo
de tropezarme con Ley mientras salía y me ha dicho que te diga que vayas
preparándote, que hoy tú sales con todos nosotros. ¿Se lo has pedido tú? ¿Te
había dicho algo antes? —arremetió el pelirrojo con una retahíla de preguntas
de dudosa finalidad. Puma sintió por unos instantes que Johnny se estaba
sintiendo celoso o incluso rabioso, como si el gato estuviese invadiendo una
propiedad que no era de él. Cierto era que conocía con detalle ese carácter tan
posesivo del muchacho que había mostrado desde el primer día que lo había
conocido, pero ese sentimiento de recelo hacia su relación de confianza con de
Ley era simplemente... absurdo. El minino se hallaba mucho más interesado en el
hecho de que su nueva líder hubiese accedido a permitirle, sin ningún tipo de
presión externa por parte suya, compartir una misión con sus antiguos
compañeros. Los fragmentos de aquel rompecabezas misterioso no terminaban de
encajar.
—Johnny,
ahorita mismo estoy igual de sorprendido que tú. Esta es la primera vez que Ley
me deja acompañar a mi antiguo grupo en uno de sus trabajos —esclareció Puma
reflexionando sobre las intenciones ocultas que pudiese acarrear aquel acto de
benevolencia.
—No,
tío, si yo me alegro un huevo de que te vengas con nosotros, pero es que Ley me
ha dejao to rallao cuando ha venido a decírmelo, porque yo creía que no quería
que los vieses una temporada —comentó Johnny con una tranquilidad mucho más
perceptible, a pesar de que era notoria su intención de disimulo respecto a los
celos puñeteros que acababan de invadirle. No era una faceta de la que éste se
sintiese precisamente orgulloso, pero su actitud junto con el amiguismo en
exceso que se percibía entre su chica y un desconocido como lo era Puma creaban
una auténtica bomba de relojería que se veía incapaz de dominar.
Pero
el gato ni siquiera había atendido a estas últimas palabras, sino que había
permanecido en estado de absorción tras descubrir con una rapidez excepcional
la respuesta al enigma. Lo único que había sido realmente de su necesidad no
fue nada más que observarles. Observarles... de nuevo. Esa visión... Nicole
abrazando a Maya, M.A conversando con Alice, Davis reposando en el camión,
Eva... Eva... No le cabía duda de su propósito con aquella decisión. Era
evidente. Lo era demasiado después de haber descubierto el secreto de sus
escapadas nocturnas. Lo que Ley deseaba era comprobar si él continuaba
perteneciendo a esa familia. Y aún más en concreto, si todavía era su posesión.
La de Eva.
Una
doble puerta de cristal se abrió hasta que sus bisagras se retorcieron entre
unos aullidos que sólo podían indicar un arduo dolor. Dos adolescentes que rondaban
los quince años pronto se identificaron ante los pobladores de la tienda. Eran
Florr y Lucía. Eva se separó precipitadamente de las caricias amorosas de su
hermano para correr a asistir a una chiquilla que parecía un muerto viviente
por la situación en la que se encontraba. Ataques temblorosos, sudores
incontenibles, pupilas dilatadas, respiración agitada... Todos los síntomas
indicaban que el síndrome de abstinencia había vuelto a atacar
—¿Le ha vuelto a dar otro ataque? ¿Cómo se
encuentra? —preguntó tras examinar el organismo de la joven adicta con mucho
detenimiento.
—Lo
está intentando, pero ha empezado a descontrolarse. Voy a llevarla a un rincón.
Dice que quiere estar sola —informó Florr arrastrando literalmente a su amiga
de su alocado brazo a través de los corredores.
—Si
necesitas algo, dame una voz —gritó Eva ofreciendo su completa ayuda a ese
pequeño problema que sufría la chica.
—Y
ya le ha entrado otra vez el mono. A este paso, será la primera en ser comida
—comentó el imbécil de los cigarros con semejante frialdad que la oración casi
parecía haber sido emitida por una simple computadora sin ningún tipo de alma.
—Pero
bueno, niñato, ¿se puede saber de qué coño vas? —se enfrentó Eva al tipo del
pulmón cancerígeno cansada de sus estúpidas frasecitas de desprecio hacia el
resto.
—Sólo
he dicho la verdad. La gente como ella nunca sobrevive a estas mierdas del
apocalipsis. Créeme, lo sé. Al final todos acaban siempre bajo tierra si son
tipos con suerte, y si no lo son tanto, pues por ahí mordiendo cuellos. Los que
estamos aquí ahora mismo no vamos a durar más que un par de semanas, si acaso.
¿O...
—¡Cállate
de una puta vez, jodido crío de los cojones! —espetó la mujer bastante
enfurecida por la basura que ese idiota no paraba de soltar por su boca—.
¿Tengo que recordarte que estas aquí porque yo te salvé la vida en el orfanato,
y que te di la opción de marcharte, pero decidiste que te quedabas
voluntariamente? Ahora te toca rendirme cuentas. Lo que se coge prestado hay
que devolverlo, y podrías empezar por no ir diciendo que vamos a morirnos de
aquí a cuatro días, que esta última semana no ha sido horrible sólo para ti,
que los demás también la hemos vivido.
—Así
que tengo que rendirte cuentas... —repitió sus palabras el hombre del saco
denotando al mismo tiempo incredulidad y desdén—. Creo que se me pasó la parte
del contrato donde hablábamos de eso. Que yo recuerde, me quedé con vosotros
porque no me apetecía andar solito por ahí, pero vamos, que ahora mismo puedo
coger la puerta y largarme sin problema.
—Pues
ahí la tienes. Venga, hazlo. O no, espera, mucho mejor. Primero te corto los
huevos y luego te echo a la primera manada de esos bichos que pase por la calle
—le amenazó Eva percibiendo como su autocontrol se desvanecía entre aquel
arrebato de furia indomable. No podía soportar a las personas tan insolentes.
Su sangre se transformaba en una pura lava rojiza cada vez que se tropezaba con
uno de ellos—. Mira, me importan una puta mierda todas las pobres desgracias
que te pasaran antes de esto. Ahora estás aquí, y no voy a permitir que vayas
hundiendo la moral del grupo y pasando de todo como si fueras el rey del
percal, así que más te vale empezar a espabilar y a ponerte las pilas si no
quieres que prescinda de ti. ¿O prefieres que te cuente mi vida? Seguro que así
no lo ves todo tan de color negro. Esas chicas, por ejemplo. Las dos acaban de
perder lo poco que tenían, y ya sólo se tienen la una a la otra. Está claro que
van a necesitar a alguien más para poder salir adelante. ¿Qué te cuesta ir allí
y decirles que tú vas a estar ahí para cualquier cosa que necesiten?
Míster
Nicotina dirigió su mirada hacia el rincón donde se hallaban acurrucados las
dos niñitas de papá junto con el enano de aquella tía tan pesada con un
resquicio de conciencia, pero no tardó en elaborar una respuesta propia de
semejante cerebro de mosquito.
—Creo
que por ahora voy a pasar. Anda, no me seas vaga, y encárgate tú de ellas.
—Ya
veras, ya, cuando te ponga a limpiar todo el polvo de la tienda con la lengua.
Entonces ya podrás llorar, que no te va a salvar ni el superheroe ese del librito
que estás leyendo...
Indagando
en la estantería literaria de la enfermería, al acecho de un librito que le
resultase un poco más entendible que los infumables tochos de medicina general
que se repartían por el lugar, tratando de mantenerlo entretenido para
permitirse proseguír con sus labores de sanación e investigación
tranquilamente. Y acababa de encontrar la que podía ser la lectura perfecta
para un niño de diez años, pese a que no alcanzaba a comprender la forma por la
cual una sencilla novela gráfica se había infiltrado entre todos esos libros de
pesado estudio.
—¿Qué
es esto? ¿Un comic? —preguntó retóricamente el doctor examinando con rareza la
portada de semejante obra—. La increíble pero cierta historia de aquellos que
resucitaban sin motivo aparente. Ja, que irónico... A ver, número 28, volumen
5. ¿Quién habrá puesto esto aquí?
—A
ver, a ver, enséñamelo —le suplico el pequeño Adán acercándose con interés
hacia la posición del doctor.
—Emm,
va a ser mejor que no —se negó Max tras desplegar el libro de dibujitos por una
página aleatoria y contemplar la detallada figura corporal de una mujer de raza
afroamericana desnuda desde sus pies hasta la cintura atada con robustas
cuerdas a una pared—. Ya me enteraré yo de quien es el que va por ahí dejándome
esta cosas aquí, ya. Sigamos buscando.
Pero
su intrépida caza del tesoro pronto se vio abruptamente interrumpida por la
dirigente del lugar cuando está atravesó apresuradamente la puerta de entrada.
—Oh,
buenos días, señorita Ley —saludó el anciano con admirable educación sin el más
mínimo signo de sobresalto en sus facciones. Parecía ser muy consciente del
vicio insano que poseía constantemente a la pelirroja y no le permitía golpear
en la puerta antes de irrumpir en alguna de las salas en las que se encontrase.
—Buenos
días, doctor Max —devolvió ella su respetable muestra de cordialidad—. ¿Podemos
hablar un segundo en privado? No tardaré mucho. Tengo que irme ya.
—Por
supuesto. Lo que usted mande —aceptó con una obediencia ejemplar para
cualquiera disponiéndose a abandonar la enfermería para reunirse con la líder
en el corredor—. Adán, espera aquí un minuto. Y no se te ocurra tocar nada, eh,
que te estoy vigilando. Y el librito ni olerlo...
Ley
aguardó impaciente en el umbral de la puerta hasta que el doctor atravesó los
escasos metros que separaban a ambos y se situó paralela a ella mientras
cerraba delicadamente la puerta que permanecía a su izquierda tras la salida,
tratando de localizar una serie de palabras cargadas de sutileza con las que
pudiese expresar sentimentalmente sus nuevos hallazgos. Era evidente que la
chica no solicitaba su presencia por la necesidad de un puñado de aspirinas. La
gravedad de su problema era infinitamente mayor que cualquiera de los rasguños
por los que los soldados habían refunfuñando últimamente.
—Supongo
que vienes a preguntarme por el examen que le hice a tu hermano hace unos días
—dedujo Max presumiendo de su elegante don del presentimiento.
—No
he tenido tiempo de pasarme antes, y mira que no paro de comerme la cabeza con
este puto tema —expresó la general visiblemente angustiada por esa noticia tan
codiciada que pronto se revelaría—. Entonces, ¿qué pasa? ¿Notaste algo raro o
fuera de lo común? ¿Crees que M.A sufrió daño cerebral?
—Como
ya te comenté la primera vez, es prácticamente imposible determinar un posible
daño cerebral con esta tecnología tan precaria de la que disponemos ahora
mismo. Sus respuestas a las pruebas que le realicé han sido satisfactorias,
pero he notado ciertas pérdidas de sí mismo en algunas ocasiones, como si su
cerebro viajase a otro mundo por unos segundos, y también temblores muy
constantes de su brazo izquierdo cuando se le somete a una enorme presión. ¿Le
sucedía antes?
—No,
nada de eso le pasaba. Joder, Max, es que no podemos estar dos días sin que nos
pase algo gordo —se lamentó Ley por el recibimiento de un diagnóstico que era
tremendamente doloroso pese a toda esa inseguridad que acarreaba.
—Señora,
su hermano va a poder seguir haciendo vida normal como cualquiera de nosotros.
Todo lo normal que puede ser la vida en estas condiciones que tanto nos
desfavorecen, por supuesto. Cualquier daño cerebral que se produce posee una
determinada importancia que debe ser tomada en cuenta siempre, pero existen
ciertos casos en los que, incluso teniendo en cuenta sus consecuencias, un
infarto sería muchísimo más dañino. Ese chico es un luchador con espíritu, y sé
que sabrá seguir adelante. Sólo fíjate en el estado en el que me lo trajiste
cuando tenía aquella fiebre tan alta que parecía que lo estaba matando y
compáralo con el actual. Si el chaval sobrevivió a aquello, no creo que esto le
vaya a suponer un problema.
—Muchas
gracias por tu apoyo, Max —le agradeció Ley su gran optimismo médico, aunque
realmente ambos supiesen que los problemas de ese tipo nunca eran tan sencillo.
El cerebro todavía seguía siendo una temible incógnita para el ser humano que
no podían alcanzar a comprender—. Me gustaría seguir hablando con usted un poco
más de tiempo, Max, pero me tengo que ir. Ya me informarás si descubrieses algo
nuevo, ¿de acuerdo?
—Que
vaya todo bien —le deseó el doctor con honesta sinceridad.
—Sí,
seguro que sí —musitó la muchacha como un mensaje de mayor intención
comunicativa hacia sí misma que hacía el anciano doctor Max. Después de todo,
lo iba a conseguir...
Silencio...
Y silencio... Y más silencio... Y mucho más silencio... Allí, impregnado entre
los centenares de estantes vacíos, atravesando los helados cristales de esa
estación de servicio reconvertida en una insana cuadra, surgiendo de las
cenizas del atardecer arrastradas por el ocaso que adornaba el exterior. Y sin
embargo, ella no lo sentía. Ni la ausencia de sonido ni la pestilencia que se
había incrustado en el interior del hormigón de sus paredes. Ni siquiera era
consciente de la compañía de aquellos tres supervivientes que ubicaba como unos
desconocidos muy recientes. Su consciencia se había traspasado desde la
preocupación por Davis que había sido su tormento durante unas horas hasta la
época directamente anterior de su vida. Ya no solamente eran su madre, su padre
Nando y su hermano Eliot los que habían desaparecido en una eternidad inmensa.
Eli, Lori, Hernán, Norman, Miriam, todos esos niños que habían convivido con
ella, los ancianos, los enfermos, los tullidos, los más desfavorecidos, su
posición en el Consejo de tanto privilegio... Un recuerdo muy compactado que
sólo unas semanas atrás había sido una realidad, evaporada entre unos mutados
brazos mortíferos que ningún ser humano habría sido capaz de detener. Lo cierto
era que ni siquiera se había detenido a reflexionar sobre ese suceso con
profundidad, tal vez por toda la presión que la había sometido desde entonces o
por las plegarias ofrecidas a su altísimo para olvidar tal matanza, pero en
aquellos instantes el tiempo era el único elemento del que disponía sin fin
hasta el regreso de su trío aventurero. Su cerebro necesitaba evadirse de su
preocupación usando alguna vía posible de distracción, aunque esta terminase suponiéndole
un auténtico tormento.
—Hola,
Jessica —se aproximó a ella con un impecable sigilo una tímida chiquilla de
pelo castaño y nacionalidad española.
—Hey,
Inma, ¿qué te cuentas? —la saludó cordialmente con destacable desánimo al
tiempo que la muchacha decidía imitarla y acomodarse sobre el mostrador en que
descansaba.
—También
andas preocupada, ¿verdad? Yo no puedo dejar de pensar en Maya —se sinceró Inma
abordando unas técnicas deductivas bastante básicas.
—No,
no, no es eso... Bueno, sí, también, pero... Olvídalo —abrasó Jessica el tema
de todas esas personas que habían sido sus fieles amigos y compañeros durante
el cruento viaje de la supervivencia, pero Inma actuó con una rapidez asombrosa
a la hora de rescatar sus pensamientos del purificador fuego.
—No,
oye, puedes contármelo si quieres. No pasa nada.
—No,
es que... Verás... Son... temas de los que prefiero no hablar ahora mismo —se
excusó ella evasiva negándose a entablar una conversación sobre aquella
vorágine de recuerdos pasados que la consumían.
—Está
bien. No tienes por qué decírmelo. Lo entiendo. No voy a insistirte —respetó su
elección introvertida con magnánimo respeto dispuesta a recluirse de nuevo en
el estante vacío de los aperitivos.
Pero
aquella serie de palabras cordiales pronunciadas por Inma resucitaron en la
riqueza de su alma una composición de sentimiento y deseo que había nacido en
ella tan sólo unas horas antes, pero que se había disipado como un sol oculto
tras el melancólico ocaso ante la inmensurable cantidad de presión a la que se
había visto sometida desde la trampa preparada en la fábrica. La promesa
realizada a sí misma en la cual se condicionaba a aumentar su relación
voluntariamente con el resto del grupo al que Davis pertenecía se presentó ante
ella como una imagen esclarecedora de la magnitud del error que cometería si
desaprovechaba la oportunidad brindada. —No, no, espera un momento —la detuvo
agarrando velozmente su muñeca para evitar su escapada—. Yo... Yo sólo estaba
pensando en mi familia, mis compañeros, mis amigos, mi antiguo grupo... Ya sabes,
todo eso... Todo lo que perdí...
—Lo...
Lo siento, Jessica. No tendría que haber preguntado —se disculpó Inma por su
propia impertinencia en asuntos de tal privacidad—. Si sirve de algo, yo
también echo de menos a mi familia y a toda la gente que dejé atrás en España.
—¿También
murieron cuando todo esto empezó? —continuó ella con el diálogo establecido
como una indicación oculta a la española de que no debía sentir ningún tipo de
malestar ante su anterior intento de mejora anímica.
—Mi
padre sí, en un ataque al campo de refugiados en el que nos encontrábamos
mientras yo llevaba provisiones hasta allí. Se había quedado paralítico años
antes de todo esto por una patada de un elefante. Ni siquiera pudo defenderse.
—¿Una
patada de un elefante? —consultó Jessica asegurándose de que no era una
alucinación lo que acababa de escuchar.
—Sí,
era dueño de una compañía circense que viajaba en un barco alrededor de todo el
mundo haciendo espectáculos por las ciudades. Mi madre era la trapecista. Se
murió un día que estaba practicando en el trapecio. Cayó de golpe al Ártico. El
hielo no fue mortal, pero la hemorragia interna sí. Recuerdo cuando mi padre me
lo contó por primera vez, después del accidente en el que se quedó parapléjico.
Se veía que se estaba deshaciendo por dentro —relató Inma sus intimidades de
mayor carácter personal ante el asombro de la jovencita de cabello moreno. Su
incredulidad ante la confianza ciega que Inma depositaba en una persona que
apenas conocía acababa de alcanzar su punto álgido.
—Yo...
Lo siento mucho, yo... Inma, dime una cosa, ¿por qué me cuentas eso? Casi no
nos conocemos. ¿Cómo logras abrirte de esa manera?
—No
es que me abra realmente, pero sé por experiencia que compartir tu dolor con el
resto de personas ayuda a ambas a sobrellevarlo, aunque no tengas con ella un
trato especial. Es un conocimiento que aprendí de Selene. Ella vino hasta mí
sin nunca haber cruzado palabra antes, me apoyó, me animó y compartió conmigo
todo el sufrimiento que había recluido en su interior. Y aprendí una valiosa
lección. Tenemos que preocuparnos por los que se han ido, pero no podemos
llegar hasta el punto de depender emocionalmente de ellos. Hay que mirar
adelante, al futuro, a lo que tenemos, a los que siguen aquí. Es lo que intento
hacer con Nait y Dyss. Y la verdad es que hablar con los demás sobre la gente
que se ha ido ayuda, sin importar quién sea.
Jessica
permaneció impasible ante Inma durante unos segundos, meditando aquel discurso
alentador que había enunciado con firmeza impoluta. Ni siquiera conocía a los
mencionados Nait y Dyss excepto por un par de datos procedentes de varias
gargantas ajenas, pero la chica pensó que si la española se sentía liberada
hablando con el resto sobre el proceso que llevaba a cabo para su recuperación
tras la pérdida de un ser querido, era muy probable que no fuese tan dañino
para sí misma imitar ese componente tan importante dentro de su carácter.
—Mi
madre murió cuando yo tenía unos seis o siete años, más o menos, en un
accidente de tráfico. Un camionero, que encima estaba completamente borracho.
Se estampó contra su coche. No dejó nada reconocible. La destrozó,
literalmente. Y ni siquiera lo llegaron a encontrar. Se dio a la fuga, y la
policía se desentendió del asunto. Luego fueron mi padre Nando y mi hermano
Eliot, a los que reventaron los mutantes durante una de nuestras expediciones.
Y todo lo demás se ha ido derrumbando poco a poco. Davis es lo único que aún
conservo de mi vida.
Y
suspiró con tal alivio que este recorrió cada recoveco de su ser, sanando
heridas provocadas por las cuchillas de su propia mente masoquista retorcida.
Después de todo, no había sido la intención de Inma tratar de engañarla con
falsas esperanzas. Era cierto que abrir su corazón como si de una cremallera
dispusiese servía como un método infalible de crear bienestar con uno mismo. Lo
era, lo era.
—¿Te
sientes un poco mejor? —preguntó la precursora de la técnica de autoayuda,
verificando si realmente sus consejos de pura humildad habían surtido su efecto
celestial.
—Pues...
la verdad es que sí... Un poco sí. Muchas gracias, Inma. Ojalá hubiese más
gente como tú en este mundo. Ojalá...
Ya
había desaparecido, como una espesa niebla que se evade tras haber cegado la
visión de su camino durante un tiempo. Su ira se había agotado, actuando como
su sustituyente un creciente malestar por los amigos que se hallaban en el
exterior en plena labor de búsqueda arriesgando sus vidas. Pensó que quizá su
método de actuación había sido demasiado egoísta, aunque realmente fuese el más
racional. A los desaparecidos probablemente no les habría resultado muy grato
escuchar sus opiniones metodológicas durante el debate de grupo. M.A sólo
quería volver a dirigir al resto de sus compañeros como era debido. Sólo quería
que nadie muriese de nuevo por culpa de una dominancia de impulsos
irracionales. Sólo quería evitar la repetición de los trágicos sucesos que
segaron las vidas de Nait, Dyss y Florr. Sí, era lo único que quería... Aunque
tal vez fuese excesivamente exigente. Ni siquiera había logrado mantener el
control sobre sí mismo... Todavía...
—Hey,
rubio de bote polioperado, ¿estás ya más tranquilito? ¿Se puede hablar de una
jodida vez contigo? —irrumpió en su reflexión personal la destacable figura de
una adolescente de cabellos dorados a la que había ignorado tras el inicio de
sus comentarios jocosos.
—Si
no me hubieras estado puteando con tus insultitos de mierdecilla, no me habría
tenido que poner así, jodona, que no eres más que una jodona. Además, seguro
que aquí la que se iba a operar eras tú antes de todo esto. Fijo que estabas
ahorrando para ponerte tetas.
—¡Pero
que bruto que eres, chaval! ¡Más basto y no naces! —exclamó Alice con la
diversión más gratificante envolviéndola en un manto de felicidad evasiva a la
par que acompañaba el asiento de M.A junto al armario inútil donde solía
almacenarse aceite industrial de venta—. No, ahora en serio, ¿te encuentras
mejor?
—Sí,
algo sí —reveló M.A luchando por no mantener el contacto visual con la chica
debido a la vergüenza que comenzaba a inundarle el hecho de mantener contacto
físico con Alice de nuevo tras aquel beso tan inesperado como pasional—. Es
raro, pero me siento un poco mal, por todo lo que dije. Está claro que no voy a
cambiar nunca.
—M.A
en esencia pura y dura, ¿no? —fue la respuesta por su parte que evidenciaba
cuán gustosa le resultaba su personalidad volátil e inestable—. Lo importante
no es que saltases de esa manera con ellos, sino que te arrepientas realmente
de tus actos. ¿Éstas preocupado por Maya y Davis?
—Maya
sabe cuidarse sola, pero sí, estoy preocupado. Nunca se sabe que puede pasar
—respondió M.A concentrando una mayor energía en sus pensamientos que en el
intento de conversación de Alice.
—¿Y
Davis? —repitió la chica consciente de que su mención sólo se había dirigido a
su compañera de supervivencia desde Stone City.
—¿Eh...?
—murmuró repentinamente con un denotable grado de ensimismamiento ante la
cuestión.
—¿También
estás preocupado por él? ¿O tal vez no tanto? No lo has mencionado siquiera en
tu respuesta.
—Sí,
claro que estoy preocupado, pero no puedes pretender que sea lo mismo. Nait,
Maya y yo hemos estado juntos dos años. Es muchísimo tiempo compartido. Una
gran cantidad de situaciones superadas en compañía de ellos. El vínculo que
termina estableciéndose se convierte en uno que es mucho más fuerte que
cualquier otro.
—¿Eso
significa que yo misma, por poner un ejemplo cualquiera, ya no soy para ti tan
significativa porque no hemos estado juntos estos dos años? —arremetió Alice
exhibiendo sus estrategias más pérfidas. Era evidente que se estaba esforzando
al máximo por reconducir su diálogo hacia un tema que a ella le era
particularmente interesante, pero M.A se mostró mucho más inteligente cuando
desenmascaró sus auténticas intenciones.
—Oye,
creía que estábamos hablando de Davis. ¿A qué viene ahora mencionarte a ti
misma, si se puede saber? Alice, si lo que quieres es decirme algo en concreto,
déjate de rollos y hazlo.
—Es
por lo del beso que te di —se sinceró la jovencita con una velocidad tan fugaz
que consiguió efectuar su objetivo de no escuchar sus propias palabras—. Ya
está, ya lo he dicho. Se que este no es el mejor lugar ni el mejor momento,
pero quiero hablar de nosotros, de nuestra relación, o de lo que queda de ella,
al menos. Tú me dijiste hace ya un tiempo que podíamos volver a empezar de
cero, pero yo te sigo viendo demasiado distante conmigo, muy frío al dirigirte
a mí, como si continuases pensando que soy un robot o algo por el estilo. No sé
si te habrás dado cuenta o no, pero tú eres la única persona que me queda ahora
mismo, y no soporto verte ignorándome como si solamente fuese una pieza de tu
pasado que intentas dejar atrás. M.A, ya fuimos pareja una vez. Por favor,
necesito que volvamos a intentarlo. Es la única forma en que podré volver a
sentirme querida de nuevo, y... humana.
—Alice...
Yo... Ahora mismo...
Pero
su nula disposición a la petición que la adolescente había ofertado permaneció
disuelta entre su saliva cuando la puerta de entrada a la estación recibió una
serie de golpes metálicos que provocaron un estruendo ensordecedor de la
instalación. Los cuatro se alzaron al unísono mientras preparaban sus armas
para enfrentar a la posible amenaza que acecharía más allá de su refugio. M.A
fue el primero que se dispuso con cautela junto a la puerta con su puñal
enfundado al tiempo que Alice, Jessica e Inma conformaban entre sí un
semicírculo frente a ella. La ventana por la cual observó el exterior no
proporcionó ninguna información de utilidad debido a las tablas de madera que
la adornaban y la tenue luz que a este absorbía. Debían comprobar personalmente
la magnitud del riesgo a ciegas.
—¡Tened
mucho cuidado! ¡No sabemos que puede haber al otro lado, pero sea lo que sea,
no va a entrar aquí! ¡Alice, tú la abres! ¡A la de tres! ¡Estad preparados!
—susurró M.A controlando con maestría a su pequeño equipo de combate—. Una,
dos... ¡¡¡tres!!! ¡¡¡Venga, ahora, ahora!!!
Y
Alice se precipitó hacia la entrada como una ráfaga del cruento viento
huracanado alzando un machete que pronto habría atravesado algún tipo de cráneo.
O por lo menos aquella fue su creencia. Falsa, por supuesto.
Y
examinó de nuevo la atenta disposición del convoy que Ley había encomendado.
Una disposición compuesta únicamente por dos elementos motores. La famosa
motocicleta que ella gobernaba juntó con Johnny como copiloto espectador era la
encargada de encabezar un voluminoso camión guiado por uno de sus mejores
conductores en el cual se desplazarían el resto de los componentes de su equipo
durante los cincuenta kilómetros de ruta aproximados que se estipulaban hasta
su objetivo. Todo se hallaba perfectamente dispuesto. Sólo debían realizar una
última acción que concluyese el proceso. Partir rumbo a la construcción de su
futuro. Y a pesar de que Jimmy habría suplicado a cualquier santidad que le
permitiese su participación en ello, también era cierto que no le desagradaba
lo más mínimo la compartición de su propio espacio vital con la dulce señorita
Inma, situada a muy escasos metros suyos despidiendo a su prima con rostro
melancólico.
—Fiuuuu...
Hey, Jimmy —silbó Ley con el propósito de atraer una atención que ya se hallaba
plenamente focalizada en un interés muy concreto descendiente de la bella
sangre española—. Cuídame bien el recinto. Y estate a lo que tienes que estar.
Jimmy
levantó su pulgar como estrategia para evitar una nueva reprimenda de Ley, pues
después de haber convivido consigo mismo desde su nacimiento, sabía que no se
podría concentrar en mantener el buen funcionamiento en el búnker ni aunque le
emborrachasen. Y fue inmediatamente después de su piadoso engaño cuando el
equipo se marchó finalmente. Tanto la moto como el camión rugieron como si de
dos fieros leones se tratarán antes de descargar toda su basura inservible en
forma de un espeso humo negro por toda la atmósfera. Justamente en ese preciso
instante, ambas bestias se alejaron a lo largo de una carretera infinita en la
visión del horizonte, complementando cada una de ellas el inmenso poder de la
otra, tanto como toda esa desmesurada fortaleza de las personas que circulaban
con ellos con cierta nostalgia por el abandono temporal de sus seres queridos
para encaminarse en una dirección desconocida. Solamente el caprichoso destino
conocía los hechos que acontecerían en aquella iglesia.
Y
una vez su larga melena rubia se hubo apoderado con el control definitivo de su
hogar tras la inexistencia corporal de la pelirroja, su voluntad se reorientó
hacia la divinidad que se alzaba frente a él. Inma. Inmaculada. La chiquilla
española a la que conseguiría conquistar.
—¿Te
encuentras bien? ¿Necesitas algo? Sólo tienes que pedírmelo. Ahora mismo soy el
jefe —comentó a la chica debido al preocupante estado de petrificación que
había adquirido con su campo de visión en dirección a la zona por la cual
habían desaparecido ambos vehículos.
—Oh...
No, no, estoy bien. Sólo estaba... Estoy bien, de verdad —se excusó con torpeza
tras la renuncia forzada respecto a su embelesamiento—. En fin, tengo que irme.
La pila de ropa me está esperando.
—Espera,
espera —impidió este su partida tras interponerse en su camino al asirla del
hombro—. ¿Necesitas que te eche una mano con la ropa? Ahora mismo no tengo nada
que hacer por aquí.
—Emm,
no, no... Es muy amable por tu parte, pero puedo hacerlo sola. Además, tu
deberías dedicarte a vigilar el búnker para que no se vaya nada de madre, no a
lavar la ropa de los soldados. Se supone que es mi trabajo, no el tuyo.
—Aun
así, puedo ayudarte —insistió con contundente persistencia Jimmy. Parecía capaz
de enfrentarse al propio demonio encarnado para conseguir compartir su tiempo
con Inma.
—Que
no, que no, no es necesario, lo digo en serio. Si necesito algo de ayuda, puedo
pedírsela a Jessica. Tú concéntrate en tus cosas —repitió la joven con
remarcable tensión en cada sílaba que emitía de las profundidades inexploradas
de su propio organismo. Era como si el simple hecho de presencia del rubio
adormeciese sus sentidos, pero no creía que fuese por el sueño que podría
haberle inducido. Era... un sentimiento diferente... Inexplicable...
—Bueno,
pero si necesitas cualquier cosa, lo que sea, dímelo, ¿vale? Comida, agua,
ropa, utensilios, compañía incluso. No te cortes, en serio. No me importa
—asestó Jimmy la primera de todas las indirectas que le precederían con
delicada sutileza, la cual ocasionó en ella un deseo impulsivo de huida de la
situación antes de que su piel se enrojeciese hasta sus extremos.
—Vale,
vale, lo tendré en cuenta. Ya nos vemos, Jimmy.
Y
en el mismo intervalo de tiempo exacto en que la diosa desapareció en el
interior del recinto, el renombrado Jimmy ya se hallaba reforzando su orgullo
para volver a intentarlo una vez acontecido un cierto tiempo. Tal vez no había
sido el ganador absoluto de aquella batalla, pero sabía que ambos opuestos del
amor y la guerra compartían un común denominador. Era estrictamente necesaria
la perseverancia para vencer en ellos, una cualidad que le caracterizaba
precisamente por toda esa cantidad que le desbordaba como un río que ha
alcanzado su máximo caudal tras una torrencial lluvia.
Nadie
que todavía viviese en ese mundo, ni siquiera una persona que conociese su
condición especial como Davis se habría imaginado que le sería posible emplear
la suficiente potencia muscular como para lograr escalar una escalera de
incendios derruida en avanzado nivel de su proceso oxidativo, pero había
conseguido hacerlo sin despeinarse siquiera ante la mirada estupefacta de su
compañero. Y justo allí se encontraba. En la azotea de un edificio de oficinas
observando los alrededores con los prismáticos de Davis para tratar de
localizar a los desaparecidos, o en su defecto, a la temeraria Eva, quien ya se
había esfumado como un transeúnte en una espesa neblina mucho antes de que
hubiesen sido capaces de alcanzarla a la vez que el muchacho despejaba con su
lanza el callejón a sus pies de esos jodidos muertos vivientes.
—¿Ves
algo, Maya? —le preguntó Davis originando un tumulto de aullidos una vez hubo
ejecutado al último de los zombis mediante una limpia perforación de su podrido
cerebro.
—Nada
de nada. Sólo más pilas de coches hechos chatarra, otra tanda de edificios
reventados o quemados, y... zombis. Más, y más, y más zombis. Y yo que creía
que por fin estábamos empezando a librarnos de ellos. Esto me pasa por
inocentona —se replicó a sí misma mientras guardaba los binoculares y regresaba
en dirección a aquel prototipo de escalera de incendios.
—Venga,
no tardes mucho en bajar. Aún no hemos encontrado a Eva siquiera y no tardará
nada en hacerse de noche. No me apetece jugar a la gallinita ciega con una
panda de muertos. Hay que ver, ¿dónde se habrá metido esta mujer? Si solamente
salimos unos minutos después de ella.
—¡A
ver, ten cuidado, que voy! —advirtió Maya con un sonoro chillido que Davis
interpretó inmediatamente como la señal que le indicaba la inminente evacuación
de su camino progravitatorio si no quería convertirse en cemento.
La
super se ubicó en una posición ideal que le permitiría preparar su caída unos
segundos antes de comenzar a correr en dirección a la zona de la azotea
conectada con el callejón donde Davis aguardaba su llegada. Un primer impulso
la elevó por los aires junto con la ráfaga de una ligera ventisca que empleó
sus propios cabellos para entorpecer su visión y provocar que se dirigiese
hacia el amasijo metálico de la escalera. Pero La Cosa se apoderó de toda la
energía que todavía perduraba de la detención de su cuerpo para ejecutar un
segundo salto que sí consiguió finalmente encaminarla hacia el duro asfalto,
siendo su abrupto aterrizaje una composición de múltiples volteretas sin fin alguno.
Davis pensó por unos instantes que su cuello se había roto, pero sólo fue una
suposición errónea. Aquel espectáculo había sido tan sumamente increíble que
habría tachado de loco digno de manicomio a cualquiera que se lo hubiese
contado.
—Maya, Maya, ¿estás bien? Menudo golpe te has
dado... —se aproximó el muchacho hasta ella exhibiendo su preocupación al
tiempo que a ella sólo le interesaba poder incorporarse y limpiarse el maldito
polvo absorbido por su ropa cual esponja con el agua.
—Agh,
por favor, cada vez caigo peor. Me doy un seis —comentó Maya irónica ante los
cinco pisos de altura que acababa de planear sutilmente cual ágil paloma.
—Por
el amor de Dios, ¿cómo es que aún puedes seguir con ese sentido del humor
después de la ostia que te has dado? —le preguntó el joven con serias
alucinaciones internas debido al comportamiento de su acompañante.
—El
optimismo es una cualidad que nadie nunca podrá arrebatarnos. Aprende esa
lección, Davis. Bueno, bueno, bueno, así que seguimos con tres desaparecidos y
sin pistas sobre su paradero. Vale, vamos a seguir buscando. No puedo darle a
M.A el gusto de rendirme. Sigamos por aquel callejón de allí.
La
señorita Maya señaló una bifurcación a su izquierda con su dedo índice como un
indicador de la ruta que deberían escoger como siguiente opción. Tanto ella
como él reorganizaron su equipamiento veloces para hallarse plenamente
preparados en un combate cuerpo a cuerpo antes de su continuación. Y fue justo
en ese angosto y asqueroso callejón bañado por un juego de luces tenebrosas
donde Davis decidió realizar la cuestión que había martirizado a su aturdida
mente desde la discusión de grupo junto a la estación de servicio.
—Oye,
Maya, ¿qué... pasó ahí atrás?
—Me
he roto los dientes contra el suelo. Creía que lo habías visto de sobra —fue a
su vez la respuesta humorística y real de la joven, pues ni siquiera era
consciente de la escena del pasado a la que Davis se refería.
—No,
quiero decir, ahí atrás, con M.A, en la discusión. Parecía que iba a explotar.
Nunca lo había visto así, excepto cuando discutía con Puma, pero eso me parecía
más comprensible. ¿Por qué se ha puesto tan salvaje y malencarado?
—Davis,
todavía te queda muchísimo por conocer de M.A, y te lo digo yo, que me he
pasado dos años con él en las peores situaciones —comenzó mentalizándose de la
versión más oscura del muchacho que iba a revelar a su nuevo mejor amigo—.
Mira, M.A no ha sido siempre así de dictatorial con las personas. Todo nació a
raíz de un... incidente, por llamarlo así. La primera comunidad de
supervivientes en la que estuvimos era un pequeño pueblo protegido gobernado
por tres personas. M.A era una de ellas. Lo eligieron por su atrevimiento y su
valentía, o al menos eso era lo que él decía todo el día. Todo iba más o menos
bien en un principio, pero cuando llegó el misil, se derrumbó como un castillo
de naipes. El caos se apoderó del pueblo entero en cuestión de unos segundos.
Cientos de personas fueron devoradas por los muertos, y algunos de los que
sobrevivieron no soportaron las consecuencias devastadoras del misil. Y entre
toda esta tragedia, con los otros dos gobernantes muertos, M.A se quedó solo
ante una enorme decisión. Eran unas dos mil personas frente a una. ¿A quién
debía escoger como prioridad?
—Yo...
no tendría ni idea de qué hacer, la verdad —confesó el oyente con particular
interés hacia la narración de la historia.
—Pues
escogió a esa una, por encima de las otras dos mil. Arriesgó sus vidas sin ser
consciente de que todos ellos podían morir, que fue lo que finalmente pasó.
Todo por una persona. Todo... por mí. Se equivocó, claramente. Desde entonces,
no le sienta muy bien que se le comenté algo sobre arriesgar la propia vida.
Salta en seguida.
—Y...
¿realmente habrías preferido que su decisión hubiesen sido esas personas y no
tú? —cuestionó Davis la veracidad de su enunciado con el pretérito de comprobar
ese elevado nivel de humildad suyo del que tanto alardeaban sus compañeros con
su propio cuerpo presente.
—Sí,
lo habría preferido. No digo que no me valore como persona o algo parecido,
pero creo que dos mil contra uno no es una cifra discutible.
—¿Y
si hubiese sucedido al contrario? ¿Y si hubieses estado en la posición de M.A y
él hubiese estado en la tuya? ¿Seguirías pensando igual?
—No...
Pero... Sería diferente —se excusó Maya tratando de localizar una respuesta que
satisficiese a su acompañante.
—¿Y
por qué sería diferente exactamente? ¿Estás usando un doble rasero, me estás
mintiendo o realmente sabes que la ira de M.A no procede de ese suceso?
—Davis,
mira —interrumpió con rapidez la conversación para señalar en dirección hacia
un punto en concreto de una gran avenida a la que acababan de acceder. La
visión de una figura agachada en la lejanía era parcialmente borrosa, pero el
alocado pelo castaño que se mecía alrededor suyo y la postura tan particular
que adoptaba revelaban su identidad. Era Eva.
—Vamos,
rápido —la ánimo el muchacho emprendiendo una carrera hacia la chica que habían
estado tratando de encontrar. Dos más. Sólo dos más.
La
limpieza general de un determinado número de habitaciones nunca le había
resultado relativamente sencilla. Ni en aquellos tiempos en que acompañaba a su
padre en las tareas domésticas ni en el mantenimiento turnado de los refugios
que fue adquiriendo durante toda su vida de supervivencia. Un hábito de
repulsión que no iba a cambiar tampoco en aquel búnker, especialmente en la
cocina de la cual se estaba encargando en ese preciso momento donde los
asquerosos soldados engullían como cerdos su rancho diario.
—Agh,
¿pero que han tirado en el suelo? Qué asco, por Dios. ¿Es que no pueden comer
como las personas? —refunfuñó Jessica limpiando con su fregona alguna clase de
desperdicio alimenticio de color marrón dispuesto irregularmente en el suelo—.
Tengo que enseñarle a Adán a pasar la fregona y quedarme yo todos los días con
el doctor. Por favor...
Y
pese a que en un principio parecía que aquella mañana discurriría tan normal
como cualquier otra, una leve sensación repentina de mareo le informó de que se
encontraba equivocada. No pudo saber con exactitud si fue el pestilente olor,
el cansancio o simplemente un reflejo de su propio cuerpo al contener a una
pequeña vida gestándose en su interior, pero las náuseas habían vuelto a
aparecer, lo cual no le proporcionaba ningún elemento que fuese positivo si
quería proseguir con su secreto ante los soldados.
Soltó
precipitadamente la fregona para encaminarse hacia el baño mediante una
presurosa carrera, pero la fortuna volvió a ensañarse con ella cuando la puerta
por la cual podría acceder al pasillo que requería transitar se abrió con la
misma magnitud que las impiadosas paredes que recubrían su estómago. Y no podía
ser otro más que Will. Aquel maldito charlatán bocazas era la última persona a
la que Jessica habría deseado ver en tales circunstancias.
—Buenas...
Emm, ¿estás bien? —preguntó este instantáneamente tras contemplar a una Jessica
alterada retorciéndose como si le hubiesen rociado ácido sulfúrico.
Ni
siquiera le fue mínimamente posible recobrar energías para elaborar cualquier
respuesta que excusase la situación típica de su estado de embarazo. Examinó
sus alrededores vertiginosamente hasta que logró encontrar milagrosamente un
cubo vacío bajo un fregadero y precipitarse con nerviosismo hacia él suplicando
perdón a su propietario por el inminente maltrato que acarrearía su liberación.
—Hey,
¿que coño te pasa? —repitió Will con sus niveles de ansiedad elevándose
vertiginosamente ante tal extravagante comportamiento. Pero su necesidad de
información instantánea no tardaron en disiparse en el momento en que Jessica
recibió la primera de la serie de violentas sacudidas que le proseguirían, y
comenzó a expulsar abruptamente una amalgama pastosa de repulsivo olor
procedente de las cavidades de su órgano digestivo que sólo podía ser vómito.
Ante determinada visión desagradable, el chico retrocedió expectante tras
recordar la inmensurable cantidad de connotaciones negativas que tal acción
poseían en el nuevo mundo en el que vivían—. Vamos, tía, no me jodas que estas
potando. Tengo que ir a llamar al doctor cagando leches. No te muevas. Vuelvo
ahora mismo.
—¡¡¡No,
no, no, no, no, espera, espera, no, espera, por favor, espera!!! —corrió tras
él la chiquilla a pesar de que su cuerpo aún continuaba descompuesto,
consiguiendo entre llantos de agonía interponerse entre el soldado y la única
salida de la cocina—. ¡No, escucha, no me pasa nada! ¡Sólo ha sido un mareo!
¡Es que soy diabética!
—Los
diabéticos se desmayan, no echan todo lo que han comido como si fueran
aspersores. Que yo era un paquete en la escuela, pero hasta ahí llego —atrapó
Will su mentira tan escasa de estabilidad en su base más principal—. Mira, yo
lo siento por ti, y todo eso, pero ya sabes cómo va esto de la radiación. El
doc nos dijo que teníamos que contarle cualquier síntoma extraño que viésemos
entre nosotros, y me voy a quedar mucho más satisfecho cuando sepa que no es
nada de verdad. ¡¡Además, que coño!! ¡¡Que se lo quiero decir y punto!!
—No,
no, espera, por favor, no — volvió a suplicar Jessica mientras combatía con su
propio organismo traidor para que Will no se marchase de la estancia, porque si
finalmente lo lograba, le sería imposible perseguirle para impedir que desatase
su desdicha—. En serio, te lo puedo explicar. No tiene nada que ver con
radiación. Lo que pasa es que... bueno, me comí algo en mal estado hace unos
días, y por eso...
—Va,
no me cuentes más gilipolleces, que ya te he dicho que de subnormal no tengo ni
un pelo. Oye, sé que el doc parece raro la primera vez que lo ves, pero es un
tío genial. Si estás enferma, él te va a ayudar, o al menos lo intentara.
Venga, coño, no me seas así.
—¡¡Que
no, que no, de verdad que no, no!! Que estoy bien... Estoy bien... Por favor,
no lo llames —rogó esta seduciéndole con la táctica de su deslumbrante mirada
de ternura a la cual nadie había sido capaz de resistirse jamás. Will sería el
aniquilador que reventaría su impecable récord.
—Escúchame.
Tengo que hacerlo. Sí o sí. Tía, ni que te fueran a rajar la tripa, por el amor
de Dios.
—¡¡¡Que
no!!! —aulló Jessica aferrándose a la manga de sus vestiduras como método
desesperado de retención.
—¡¡¡Suéltame,
coño!! —vocifero Will entre imponentes bramidos deshaciéndose de la carga que
suponía la molesta chica con un leve empujón guiado por sus impulsos mientras
se aventuraba a salir de aquella jodida pocilga.
Y
entonces ella finalmente comprendió la magnitud del problema al que se estaba
enfrentando. Aquel fiel soldado era una persona prácticamente incorruptible que
se mantendría fiel a sus principios incluso si se ofrecía personalmente a
trasladarlo hasta una cómoda camita. El futuro de ese secreto que portaba en
sus entrañas se descolgaba de un delgadísimo hilo de sensibilidad extrema.
Tenía que tomar una decisión fundamental si aún deseaba seguir manteniéndolo.
Will o Max. Uno de los dos acabaría siendo consciente del embarazo antes de lo
previsto. Y pese a que habría sido el último ser humano en la Tierra al que se
lo habría comunicado en condiciones más normales, optó por depositar su confianza
en él. En Will.
—¡Que
no, que no, que estoy embarazada! ¡Estoy embarazada! —confesó Jessica con
desesperación agarrándole nuevamente de su brazo como evidente señal de una
patente inseguridad.
—¿Qué...?
¿Cómo...? Ya, sí, claro. Déjalo de una puta vez, anda —reaccionó Will incrédulo
contemplándolo como una más de la ración de mentiras que había usado
anteriormente como excusa.
—Oye,
lo digo en serio. De verdad, tienes que creerme. Estoy embarazada de unos dos
meses. De ahí todas esas nauseas, los mareos y los vómitos. No estoy enferma.
Si realmente pensara que lo estuviera, yo sería la primera en acudir al doctor,
pero sé que es cosa del bebé.
—Ya...
¿Y entonces quién es el padre de esa criaturita? Apuesto a que se murió o se lo
comieron o igual esta por ahí en forma de papá podrido, ¿no? —interrogó Will
sin terminar de confiar en la palabra de la joven civil.
—No,
no, Davis es el padre. El chico de la lanza —se aventuró a contestar Jessica
con indudable velocidad para demostrar que su historia era verídica—. Oye, se
que no me crees, pero no te estoy mintiendo. Lo juro por mi vida.
—Bueno,
y si tan cierto es que vas a tener un churumbel, ¿a qué viene andar por ahí
escondiéndolo? ¿No se supone que es una cosa buena? Más enanos para repoblar el
nuevo mundo, y todo eso —consultó este comenzando a alzarse levemente el grado
de creencia hacia ella.
—No
sé, me entró el pánico. Mira, no te lo tomes a mal, pero cuando llegamos, este
era un sitio desconocido para nosotros, y habiendo visto de qué va todo este
rollo, no me pareció que hubiese mucha gente con instinto maternal o paternal
por aquí, así que le pedí a mis compañeros que no dijesen nada a nadie hasta
que estuviese preparada.
—¿Y
eso lo dices por qué? ¿Por qué somos una panda de soldados brutos que sólo
sabemos ir por ahí destripando a todo el que pillemos? —le espetó él tan
molesto como enfadado por el discurso ofensivo que Jessica había dispuesto sin
intención de ocasionar ningún daño.
—No,
no era eso a lo que me refería...
—Nosotros
también tenemos un corazón, ¿sabes? ¿Creías que te íbamos a cortar la cabeza
por estar preñada, o qué pasa? Te recuerdo que aquí estamos luchando por el
futuro. Un futuro del que dependerán las siguientes generaciones, incluido tu
hijo —terminó Will de reventar todos los motivos de la chica que sustentaban su
secreto. Era evidente que su marginación con respecto a la misión en cuestión
había actuado como un factor vital en aquella explosión de disgusto que Jessica
nunca habría imaginado.
—No,
no, no es eso, de verdad, pero por favor, entiéndeme. Yo aquí no conocía a
nadie, y no me sentía lo suficientemente segura conmigo misma para contarlo. Te
juro que tenía pensado decíroslo cuando hubiese pasado un poco más de tiempo
aquí, un mes, por lo menos —contraatacó ella intentando que aumentase un grado
de convencimiento que se hallaba situado a niveles del subsuelo.
—Se
lo tengo que contar a Ley, al menos, cuando venga. No puedo tener secretos de
ninguna clase con ella. Es una promesa de honor.
—Se
lo contaré yo misma, cuando ya esté preparada para... —intentó ella escapar de
nuevo de sus supuestos deberes morales, pero Will no estaba dispuesto a
permitir que semejante ocultamiento continuase desvanecido entre sus mentes.
—No,
se lo contarás cuando regrese. Ley se merece saber la verdad, saber que hay una
vida en camino por la que tendrá que luchar... Bueno, todos aquí se lo merecen,
pero especialmente ella. Hazlo, y mi boca se mantendrá cerrada.
—Está
bien... —aceptó Jessica disgustada.
—Agh,
joder, menudo día de mierda que llevó hoy entre los unos y los otros. A ver que
hay por aquí para llenar el buche.
Y
mientras Will se olvidaba de su entera presencia en la habitación ponzoñosa de
la cocina y se dedicaba a abrir cualquier estante que encontraba sin miramiento
alguno hacia la zona del suelo empapada por la fregona, a Jessica sólo se le
cruzó un único pensamiento. El doctor habría sido mucha mejor opción, sin
ningún tipo de duda.
El
traqueteo constante del vehículo cada vez que éste era embestido por una de las
interminables irregularidades del terreno eran como una serie de cuchillos de
doble filo que se incrustaban en cada uno de los músculos de su cuerpo, como si
de alguna clase de tortura se tratase. Incluso podría haber dicho que
efectivamente así era, a pesar de que el dolor causado por ella se hallase en
un plano más psicológico que físico.
El
subordinado Braun era el conductor personal que le guiaba hasta su destino
mientras que ella se hallaba situada en el asiento trasero medio rodeada por
dos de los chavales denominados mosqueteros por su hermanastra, el cabrón
pelucas de la melena rubia y la guarrilla de puticlub de cinco estrellas. El
chulito en discordia se ubicaba de copiloto examinando una serie de papeles que
su madre les había proporcionado con mayor detenimiento. Información sobre
ellos, básicamente. El conocimiento que poseía Michaela hacia ellos era
terriblemente aterrador.
—Buah,
que pedazo de culo tiene esta —exclamó el capullo salido tras observar una de
las fotografías del informe. Nicole se inclinó ligeramente para comprobar que
la persona a la cual se refería no era otra que la dulce y mortífera Maya.
Aquel creído nunca se habría atrevido a decirle tal grosería en presencia
física una vez la hubiese conocido. De eso estaba segura. Su aparente rabito de
machito se habría ocultado entre sus piernas en milésimas de segundo.
—Dani,
deja las fotos ya —le ordenó con un tono impositivo que exigía respeto el
conductor Braun.
—¿Por
qué? —le desafío este con ese aire chulesco de crío mimado asqueroso que
reventaba a Nicole.
—Porque
lo digo yo. Deja las fotos de una puta vez —repitió con destacable molestia la
orden anteriormente dictada—. Estoy hasta las narices ya de tu falta de respeto
hacia esas personas, y creo que no soy el único en este coche. Además, ya hemos
llegado.
Y
una vez emitida aquella afirmación, el vehículo de tracción a las cuatro ruedas
se detuvo abruptamente en lo que debía ser una carretera desierta dispuesta a
cierta distancia considerable de una estación de servicio abandonada. Aunque
pudiese ser considerado extraño, Nicole no sintió el más mínimo desconcierto
tras descubrir que aquel era el último punto en el cual habían avistado al
grupo. Incluso era muy probable que todavía se encontrasen en el interior de
aquel local. Debía alejar a sus acosadores de la zona lo antes posible. Y era
una orden. Una maldita orden.
—Vamos,
abajo todo el mundo. Deprisa, deprisa —les incitó Braun a que elevasen la
velocidad de sus gráciles movimientos en el descenso al arcén de la autopista—. Y
todos obedecieron sin inmutarse como si se hubiese tratado del mandato de un
poderoso líder militar, incluyéndose a sí mismo en su propio decreto. Nicole
sólo pudo sentir como su estructura molecular se estaba desintegrando debido al
efecto de la radiación, pese a que no fuese más que la acción de una gélida
corriente de viento.
—Bueno,
si yo fuese vosotros, empezaría a buscar por esa gasolinera de ahí o lo que
quiera que sea. Te dejo aquí este coche para que podáis volver con él a la base
una vez estéis todos. A mí me tocará ir apretujado en el mini ese, pero que se
le va a hacer. Siempre será mejor que andar a patita. Por cierto, Hugo,
recuerda que tienes que cuidar de esta señorita como si te fuese la vida en
ello. No lo olvides —le advirtió Braun a la par que caminaba ya en la lejanía
en la dirección en la cual se encontraba invisible el diminuto vehículo
encargado de contener a los dos perritos francotiradores que acechaban desde
las sombras.
—No,
no se me va a olvidar —respondió él firmemente expeliendo un resplandor en ella
que parecía demasiado brillante. Ni los demonios del averno conocían el plan de
tortura que aquella bestia moldeada por Michaela debía contener preparado para
ella—. Ya lo has oído. Quédate cerca de mí, ¿vale?
Y
fue una vez Braun hubo desaparecido lo suficiente de su campo de visión como
para comenzar la ejecución de su confuso e improvisado plan de distracción que
se percató de un detalle muy importante que se había escapado de su
entendimiento debido a su nula atención hacia los niños. Los dos mosqueteros
restantes se habían escabullido sigilosamente de su cuidado irresponsable. Y
Nicole podía deducir en qué lugar se encontraban antes siquiera de haberlo
confirmado tras observar a la zorrita del grupo aporreando la puerta de entrada
a la estación de servicio. La rubia sintió como uno de sus intestinos se había
anudado a su estómago, provocando una presión en su interior indescriptible. Si
el grupo realmente estaba refugiado en ese lugar, sería el fin. Todas sus
intenciones de alejarlos lo máximo posible de ellos habrían sido totalmente en
vano. No, no podía permitirlo. No podía. No, no podía.
Y
fue precisamente por eso que corrió en dirección hacia ambos enanitos como si
se encontrase siendo desplazada por una poderosa fuerza celestial que emanaba
de su voluntad.
—¡No!
¡No llaméis! ¡Apartaros de ahí! —les chilló Nicole desde su desafortunada
posición a escasos metros de la puerta de entrada.
Y
fue exactamente en el instante en que su carrera comenzó a aminorar debido a su
excesiva aproximación a uno de los muros de la estación cuando uno de los
residentes surgió precipitadamente desde las profundidades de las instalaciones
con el machete en mano dispuesto a rebanar cualquier cuello que encontrase.
Nicole gritó desesperada ante la presencia de tal obstáculo humano inesperado
sin poder evitar colisionar contra este mediante una hostia flipante que envió
a ambos al suelo con un par de huesos doloridos.
—Alice,
Alice, ¿estás bien? —se aproximó Inma hasta la destrozada muchacha con intranquilidad
respecto al estado de los órganos internos a los que la tremenda estampida
había alcanzado.
—¿Nicole?
¿Nicole, eres tú? Oh, Dios mío, éstas bien —saltó Jessica por la alegría tan
robusta que la asaltó, corriendo hacia ella para abrazarla cuando logró
incorporarse finalmente tras haberse despegado de la pobre Alice.
Y
entonces aconteció el suceso que había supuesto como su mayor enfrentamiento
una vez se reencontrase con el grupo. La interminable lista de preguntas sobre
su situación a las que debía enfrentarse. Ya había preparado un improvisado
discurso durante el viaje que había memorizado, pero temía que alguno de los
detalles de su historia no encajasen, por lo que era imperativo que concentrase
su atención plenamente exclusivamente en lo que sus compañeros quisieran saber.
La primera fue Jessica, precediendo respectivamente a Inma, Alice y M.A.
—Dios,
no me lo puedo creer. Menos mal que no te ha pasado nada. ¿Cómo estás? ¿Te
encuentras bien? ¿Necesitas algo?
—¿Y
Adán? Estaba contigo, ¿no? ¿O no lo estaba?
—¿Y
quién demonios son esos niños?
—¿Y
dónde has metido tu traje?
Y
tras una mirada colectiva hacia M.A que le recriminaba por la gran estupidez de
la pregunta que había formulado, Nicole se dispuso a responder a cada una de
ellas con su historia ficticia.
—Bueno,
vamos por partes. Cuando nos separamos, Adán y yo estuvimos juntos caminando un
tiempo buscándoos hasta que encontramos una cabaña que no está muy lejos de
aquí, así que decidimos que nos quedaríamos descansando un ratito allí antes de
volver a salir, y al entrar, nos encontramos con estos tres niños. Son
hermanos. Perdieron a sus padres hace sólo unos días, en una horda. Lograron
esconderse en la cabaña y sobrevivir con lo poco que tenían. Me pidieron venir
a acompañarme porque no querían estar solos. Adán decidió quedarse porque aún
estaba cansado.
—Pobres
niños... —susurró una crédula Inma sintiéndose amenaza por la lástima hacia los
desafortunados chiquillos.
—Y
respecto a mi traje, M.A, se me rasgó desde el pecho hasta la pantorrilla
cuando intentaba escapar de cinco zombis que se lanzaron encima de mí. Tuve que
tirarlo porque era imposible de reparar. Ah, por cierto, también he conseguido
un coche con algo de combustible. Deberíamos ir volviendo a la cabaña cuanto
antes. No me gusta mucho que Adán esté allí sólo —concluyó Nicole velozmente y
con mucha alteración en su organismo tras haberse cerciorado de un láser rojo
señalando su hombro por unos segundos. Estaban ahí. Sólo pretendían
recordárselo.
—Pues
entonces no hay más que hablar. Vayamos a esa cabaña a recoger al chico y
después busquemos a Maya, Eva y Davis, que aún estarán por ahí fuera tratando
de encontraros —comentó M.A con júbilo en su decisión.
Y
aquellas últimas oraciones extendidas por el rubio despertaron a Nicole de esas
ensoñaciones en las que aún se hallaba en plena travesía marítima. Maya...
Davis... Eva... Ellos no estaban. Ni siquiera había sido consciente de su
ausencia hasta que fueron mencionados. Y los mosqueteros también se habían
percatado de ello de tal manera que cuando contempló como el niño chulito
agarraba al niño melenas del brazo para arrastrarlo hasta el exterior, se
sintió poseída por la creencia temerosa de que una puntiaguda bala atravesaría
el espacio en cuestión de unas milésimas de segundo para dibujar un precioso
agujero en su frente. Afortunadamente, nada de ello pasó. Los traidores de sus
sentidos no habían considerado la idea principal de que Michaela la quería viva
por encima de cualquier cosa.
—Hey,
¿a dónde van esos críos con tanta prisa? —consultó Alice aturdida por tal
método de comportamiento antes unos completos desconocidos. No le parecían los
chiquillos más educados del mundo, aunque no podía juzgarles tras todas las
desgracias que debían haber atravesado.
—No
sé, tendrán que hablar de sus cosas de hermanos. Déjalos, ya vendrán —trató
Nicole de inventar una justificación que fuese medianamente creíble para
excusar la conducta de ambos.
Hugo
se sintió prácticamente como un prisionero de alta peligrosidad cuando el tío
con cara de futuro violador le estampó contra la voluminosa fachada del recinto
tras haberlo secuestrado literalmente de su interior. En sus abruptos
movimientos se percibía una potente carga de tensión que le sometía
repentinamente. Y nadie quería estar junto al salido cuando a este le atacaban
sus locuras estresantes.
—Hugo,
ahí falta gente. Lo has oído, ¿no? Madre nos dejó bien claro que teníamos que
llevar a todo el mundo hasta allí sí o sí. Yo creía que iban a estar todos
juntos cuando los encontrásemos. ¿Y ahora qué coño vamos a hacer?
—Relax,
Dani, relax. No pasa nada. Ahora buscarán a los otros y ya está. Arreglado. No
te comas el coco, tío —trató Hugo de relajarle antes de que estallase realmente
su personalidad más irascible.
—Llevas
el walkie encima, ¿no? Llama a Braun. Dile que hable con Madre, a ver que
instrucciones nos da —imperó el tal salido con ciertas exigencias de persona
sin ningún mínimo de educación.
—Oye,
macho, no creo que sea necesario llamar a Braun...
—¡¡Que
lo llames, joder!! ¡¿O quieres que coja el walkie y lo llame yo, eh!?
—No,
no, vale, vale, ya lo llamo. Mira, lo estoy llamando —se rindió sin deseos de
oponer resistencia agarrando el aparato de su cintura y presionando el botón
rojo del lateral antes de comenzar a hablar a través de él—. Braun, hey, Braun,
somos Hugo y Dani. ¿Nos oyes? Hey, ¿nos oyes? Nada, no contesta. Voy a ir un
poco más hacia la carretera, a ver si así lo pillo. Tú espérame aquí, que ahora
vuelvo.
Y
sin perder la más mísera décima de su tiempo, el chico rubio comenzó a correr
hacia la carretera hasta que se aseguró de que aquel pesado ya no podía
escucharle, y volvió a activar el botón de color rojo.
—Braun,
ahora sí que estoy solo. ¿Puedes hablar? —preguntó este centrando todo su
interés en cualquier sonido emitido por el walkie.
—Todavía
estoy de camino al coche de los francos. Puedo hablar. ¿Qué quieres? —le
respondió una robusta voz desde el otro lado de la intercomunicación.
—Tenías
razón. Están en el lugar donde me habías dicho, pero no todos. Faltan tres que
se habían ido a buscar a los que Michaela había capturado, y ahora ellos
quieren salir para que vuelvan, pero no saben tampoco donde están, así que se
pueden tirar un buen rato. Y encima Dani se está poniendo nervioso y ha
empezado a acosarme. Yo no puedo aguantar más esta presión, Braun.
—A
ver, Hugo, cálmate, relájate, respira hondo, y ahora, dime cuales de los que te
enseñé están allí —intentó este apaciguar su alteración.
—Pues...
están el rubio, la rubia y otras dos chicas que no había visto antes. Y no
están ni el de las dos pistolas, ni las que son dos hermanas, ni el
bibliotecario, ni la médica... Y tampoco sé cuáles de los que faltan son los
que están vivos.
—Joder,
falta muchísima gente. Más de lo que me esperaba... —comentó Braun con
tonalidad de profundidad reflexiva—. Las hermanas y el de las dos pistolas
parecían ser bastante importantes.
—Igual
deberíamos dejarlo para alguna otra ocasión. El plan se está torciendo. ¿Y si
nos sale todo mal?
—No,
ahora no podemos retirarnos. Las cargas PEM ya están dispuestas, todas las
personas que están con nosotros se están movilizando, y habéis conseguido que
el chico del grupo esté con Lilith. Llevamos meses esperando a que esto suceda.
Todo está en marcha. Ya no hay vuelta atrás —comunicó Braun con inquebrantable
fe en su elaborado proyecto.
—¿Pero
entonces qué hago? ¿Qué le digo a Dani para que me deje en paz?
—Escucha,
haremos lo siguiente. Yo voy a llamar a Michaela y le diré que ya habéis
encontrado a todo el mundo. Tú dile a ese tal Dani que vuestra mami ha ordenado
llevar hasta allí a los que haya, aunque no sean todos. Ah, díselo también a la
chica rubia, y recuerda tenerla controlada. Ella es nuestra mejor baza por
ahora, pero ya sabes que no puede enterarse de nada. También tendremos que
tener algo más de cuidado con Michaela. Ella confía en nosotros, pero ten en
cuenta que estamos mintiéndole. No dejes que sospeche de ti ni lo más mínimo.
¿Lo tienes, chaval?
—Sí,
lo tengo... Braun... —musito a través del aparato un sonido cargado del más
fiero de los temores—, estoy acojonado. ¿Crees que esto va a salir bien? ¿Crees
que nos desharemos de ella? ¿Qué les ayudaremos? Me siento como una mierda
después de pegarle al chico está mañana para que Lilith se lo llevara.
—Eso
espero, chaval. Eso espero... En fin, tengo que largarme antes de que los dos
paletos esos se den cuenta de que estoy tardando demasiado. Hablamos después.
—Hablamos
después —concluyó Hugo la conversación restableciendo el walkie en su cintura y
dirigiéndose de regreso hacia la zona de la estación donde le aguardaba Dani
dispuesto a escuchar la información manipulada que hubiese obtenido—. Muy bien.
No tienes que preocuparte por nada, Hugo. Todo va a salir bien. Michaela va a
caer, la ciudad va a abrir sus puertas, y tú por fin podrás salir a buscar a tu
hermano. Todo va a salir bien... Si, todo va a salir bien...
#Naitsirc
¡¡¡¡OJO LECTOR, SIGUE BAJANDO!!!
Forma de lectura alternativa de la historia:
- Ruta 1 (Trama de Ley): Ataque Sorpresa
- Ruta 2: (Trama de Nicole y Michaela): Inmoralidad (Parte 1)
Debido a varios motivos, las tramas de Ley y la de Inmoralidad, que suceden en dos momentos distintos en el tiempo, así como las trama secuela de ambas historias, Punto Muerto, no se publicaron en un orden lineal, por eso se deja al lector la posibilidad a partir de aquí, de elegir la manera en la que quiere leer la historia hasta llegar a Punto Muerto. Bien, puede empezar leyendo primero la trama de Ley, o bien la de Inmoralidad, o como tercera opción, seguir el Anexo de capítulos de NH2 e ir leyendo en el orden en el que se publicaron todos los capítulos, pero en este caso la publicación fue algo desordenada, por lo que puede resultar un poco liosa.
Cronológicamente en el tiempo, primero tuvo lugar la trama de Inmoralidad, después la trama de Ley, y finalmente las tramas de Punto Muerto en adelante. Pero tú eliges empezar por la trama que mas interesante te parezca teniendo en cuenta lo que has leído de ambas hasta llegar a Dualidad. ¿Cómo se lee a través de las rutas? Sencillo. Elegís una, bien la primera o la segunda, haces click en el título y automáticamente te va llevando a través de enlaces a los capítulos que las componen, estos enlaces se encuentran siempre bajo la fotografía de cada capítulo. Al último capítulo de cada ruta, habrá un enlace para leerte la otra ruta que te falta, o bien si ya te la has leído, pasar a Punto Muerto y así continuar leyendo en orden cronológico. Un saludo.
-Sacedog-