Una amarga lágrima impactó en la árida tierra
junto con el palazo final. Davis retrocedió con la mirada perdida en el agujero
que acababa de rellenar, junto al que llevaba meses cubierto en el jardín.
Alrededor, sus compañeros se aunaban con las manos entrelazadas, consternados
por el desabrido destino que había vuelto a visitarles. Al menos, casi todos.
—Supongo que… si alguien quiere decir unas
palabras, este sería…
Alice arrancó en llanto y se abalanzó sobre la
tumba, abrazándose al montículo, insultando y pidiendo perdón a M.A al unísono.
Maya e Inma corrieron a ofrecerle apoyo, pero ninguna pudo separarla. Fuera de
sí, comenzó a excavar con las uñas, como si hubiese sido enterrado vivo y su
misión se basase en rescatarle de aquel tormento, pero él… él ya no estaba. No
se detuvo hasta que Nicole le puso la mano en el hombro, delicadamente.
—Tienes que parar, Alice, por tu propio bien.
La chica contrajo los brazos y sintió su
respiración ir y venir como un imparable torbellino. Se dio cuenta de que se había
convertido en el centro de las miradas, y no era para menos.
—Lo siento. No puedo estar aquí ahora mismo.
—Lo entendemos —respondió Maya con cariño—.
¿Quieres que te acompañe a tu cuarto?
—Gracias, pero quiero estar sola.
Sin compartir más palabra, Alice se tambaleó
hacia el interior de la casa hasta que se perdió de la vista de los demás.
Segundos después, Maya recuperó la propuesta de Davis.
—A mí me gustaría hablar.
Un silencio imperioso confirmó que nadie estaba
en desacuerdo. Se aclaró la garganta.
—Sé que M.A no era la persona favorita de
algunos, y que no siempre ha tomado las mejores decisiones, pero la realidad es
que no había maldad en su corazón. Siempre trató de ayudarnos, protegernos, a
su manera. Durante mucho tiempo se me había olvidado que siempre estuvo ahí
para mí cuando solo éramos Nait, él y yo. —Una sincera lágrima surcó su
mejilla—. Es bastante irónico que no pudiese ver esto, después de todo lo que
ha pasado.
—Ninguno nos podíamos imaginar que esto iba a
ocurrir —trató Jessica de consolarla.
—Pero yo podría haberlo visto, Jess… Si tan solo
hubiera sido un poco más valiente, lo habría descubierto y evitado.
La joven comprendió entonces el significado real
de su mensaje, junto con algunos de los que la acompañaban.
—Me has salvado la vida dos veces —añadió
Nicole—. No te hagas esto a ti misma. No es tu responsabilidad.
—Sí, lo era.
Todas las miradas se clavaron en Puma.
Alice atravesó como un torpedo la puerta de la
cocina y se apoyó sobre la repisa. El oxígeno se escabullía de sus pulmones, su
visión se emborronaba, sus manos se volvían extrañas, como si nunca hubiesen
sido suyas.
—Está muerto, está muerto, está muerto, está
muerto, está muerto, está muerto. —Hizo una pausa para recuperar el escaso
aliento del que disponía—. Lo he matado, lo he matado, lo he matado, lo he
matado, lo he matado, lo he matado, lo he matado.
Chilló. Se agarró con violencia la cabeza para
que no se escapase de su cuello. Chilló. Le pegó patadas a una silla hasta
desahogarse. Chilló. Golpeó la pared con los nudillos hasta que se hizo sangre.
Intentó llorar, pero no había lágrimas. Chilló, y chilló, y chilló.
—¡¿En serio?! —le asestó Davis enfurecido—. ¡¿Nos
estás jodiendo?!
—Eso, ¡¿de qué cojones vas?!
Una a una, las voces del resto se unieron a la
reprensión. Puma prosiguió con convicción.
Agarró un plato y lo hizo añicos contra el suelo.
Siguió chillando y destrozando cualquier pieza de vajilla que encontraba,
incapaz de parar, incapaz de controlarse. Su cuerpo se disipaba. Ya no era su cuerpo,
era una densa y pesada niebla que lo opacaba todo a su paso.
—Maya no se equivoca. Si me hubierais escuchado
en lugar de decidir meterme en una celda, podríamos haber descubierto todo
esto. M.A no habría disparado a esa chica y, en consecuencia, no se habría
quitado la vida. Ahora, gracias a vuestra portentosa y funcional democracia,
todos estamos senten…
—¡¡Aghhhhh!!
Un alarido le silenció. Antes de poder adivinar
lo que estaba pasando, Davis se había lanzado sobre él y le había imprimido la
lanza cerrada en la sien. Puma se desplomó como si fuera plomo.
Ya no sentía su corazón. ¿Se había detenido de
una vez por todas? ¿Finalmente se marcharía? Cogió una copa que estaba encima
de la mesa y la rompió en mil pedazos. Y voló.
—¡¡¡Estoy harto de ti!!!
Con Puma preso por el cuello, continuó
apaleándole, desatando toda la ira acumulada en su cráneo. Lejos de defenderse,
Puma echó a reír como un demente, y con cada golpe de lanza, su risa se tornaba
más y más profunda.
—¡¡¡¿De qué coño te ríes?!!!
Puma escupió. Un reguero de sangre caía de su
frente.
—¿Así es como pretendes tener la razón?
¿Matándome de una paliza? En el fondo eres igual que el cadáver que está ahí
abajo, un tipo patético con una vida patética y un hijo que será igual de
patético.
Nicole y Jessica corrieron al unísono a detener a
Davis antes de que cometiera una locura de la que se arrepentiría más tarde,
Inma retrocedió asustada y Adán fue junto a ella para calmarla, Eva desenfundó
su Scramasax y fue hacia Puma con la decepción impregnada en todo su cuerpo y
Maya…
Una punzada en el cerebro la hizo exhalar todo el
aire de sus pulmones. Alice cayó de rodillas y volvió a agarrarse la cabeza con
fuerza, pero esta vez era su mente lo que intentaba mantener en su lugar. Su
corazón volvió a ponerse en marcha como si le hubiesen inyectado adrenalina en
vena. No podía parar. Iba a explotar.
Maya expelió un grito que ensordeció a todos. Un
millar de imágenes comenzaron a discurrir por sus pupilas. Eran todos los
recuerdos de su vida, unos muy luminosos y otros casi vacíos. Vio a Inma
corriendo para sostener su cuerpo, un cuerpo que ya no era pesado. Intentó
decirle que la quería, pero no pudo.
Alice se tumbó derrotada y recordó a M.A. Quiso
traer a otras personas a su marchita mente, recordarlas, agradecerles todos sus
esfuerzos, pero él regresaba una y otra vez. Sonrió mientras sentía que se iba.
Y entonces, todo se apagó.
—Si te soy sincero, te lo has tomado con mucha
filosofía. Ley fue una de mis mejores amigas y su causa mi única razón de
existir durante meses, pero si le hubiera hecho a Florr lo que le hizo a Dyss,
no habría salido viva del hospital.
Maya expulsó una arcada. Se puso en pie, soltando
la copa de su mano como si le quemara. Su cabeza le martilleaba, como si se
estuviera adaptando a una realidad que no comprendía por completo.
—Maya, ¿estás bien?
Fue entonces cuando se percató del río, del
árbol, de la botella de vino, de las dos copas y de Puma sentado en la sombra
del abedul.
—¿Qué es esto, Puma? ¡¿Qué es esto, otro de tus
engaños de enfermo mental?!
El susodicho se incorporó con su semblante
descompuesto por el ataque.
—Uoh, tranquila, Mayita, esa agresividad no es
necesaria. Estábamos hablando…
—¡¡No me llames eso!!
—Vale, vale…
—¡¿Qué coño hacemos aquí?! ¡¿Dónde están todos?!
¡¿Qué ha pasado?!
—No ha pasado nada, Maya.
—¡¡¿Dónde están?!!
—¡En la casa! ¡Están en la casa! Pero no deberías
ir.
—Tú no tienes derecho a decirme lo que debo o no
hacer.
Con Puma más que estupefacto, Maya echó a correr
en dirección a la casa rural. Necesitaba que alguien le explicase por qué había
aparecido en el río con el bastardo del gato fingiendo que no había ocurrido
nada. Este se quedó observándola desde la lejanía como si finalmente hubiese alcanzado
su grado definitivo de locura.
—¿Qué mosca le ha picado?
Casi vomitó cuando su conciencia volvió en sí. Su
cabeza martilleaba como si estuviese siendo taladrada desde el interior. Tardo
un par de segundos en darse cuenta de que estaba en el jardín y ni siquiera
recordaba cómo o cuándo había llegado hasta allí.
—Alice, ¿estás bien? Te has puesto pálida.
Una mano muy conocida se posó sobre su hombro.
Alzó la mirada con el corazón en un puño, y allí estaba… M.A, más vivo que
nunca. Le abrazó sin pensarlo, confundiendo tanto a él como a sus acompañantes
Inma y Davis, ya que hasta hacía no poco se encontraba jodiéndole como de
costumbre. Aunque desconcertado, M.A la rodeó con cariño en sus brazos. Sentía
el vigor de su corazón palpitando en el pecho y unas lágrimas comenzaban a
surcar sus mejillas.
—Alice, ¿qué ocurre? ¿Por qué lloras? —la abordó
Inma preocupada.
La chica respiró profundamente. Sabía que había
formado un espectáculo, pero no había sido capaz de contenerse. ¿Qué podía
decirle? Ni siquiera ella misma era consciente de qué narices estaba
sucediendo.
El estruendo de una puerta abriéndose de un golpe
la salvo. Maya se adentró en el jardín a toda velocidad, sorprendiéndoles.
Parecía decidida a irrumpir en el salón hasta que se cruzó con M.A. Frenó en
seco y le señaló con la boca abierta como si hubiera visto un fantasma.
—Tú… ¿M.A?
El susodicho se separó de Alice y encogió los
hombros asombrado por la obviedad. Ella, por su parte, observó a Maya con
curiosidad.
—Sí, soy yo. ¿Por qué me miras como si estuvieses
viendo un perro verde?
Inma, consciente de que su prima iba a descubrir
el plan, se adelantó para intentar llevársela de la casa. Fue inútil, pues
Jessica apareció en el exterior sin ser consciente de su presencia.
—Gente, ya está todo listo. ¿Cuándo van a venir
estos…? —se mordió la lengua cuando vio a la castaña, pero pensó que ya era
demasiado tarde. Casi a la vez, Puma se unió al corrillo desde la carretera,
recibiendo dagas en forma de miradas por su ineptitud.
—Agh, mierda, ¿lo ha descubierto?
Los presentes se llevaron las manos a la cabeza
mientras acumulaban más inquina hacia él. Davis habló decepcionado.
—Si le quedaba algún atisbo de duda, se la acabas
de despejar, genio.
—¿Qué tengo que descubrir ahora, Puma? —se lanzó
Maya clavando su dedo en dirección a M.A—. ¡¿Qué has hecho?! ¡¡Explícate!!
—Solo quería, queríamos — corrigió—, que tuvieras
un momento de relajación. No creo que sea para que te pongas así. Lo hemos
hecho con toda nuestra mejor intención.
—¡¿Qué?!
Con la conmoción de encontrar a su novio vivo ya
superada, Alice comenzó a atar cabos. Se percató de los aceites aromáticos que
sus compañeros portaban. Zigzagueo entre los presentes y abrió las puertas del
comedor. Eva y Nicole, que charlaban en el interior, se sobresaltaron al ver a
Maya en el jardín sin previo aviso.
—¡¿Pero qué coño?! —chilló Eva apagando su
cigarro en un cenicero—. ¡¿Por qué no habéis dicho que ya estaba aquí?!
—Nos ha pillado tan por sorpresa como a vosotras
—apuntó Davis—. Además, parece que ya se olía algo, así que hemos estado
haciendo el imbécil.
—Pues qué bien…
Maya se unió a Alice con cautela, ignorando ambas
la conversación. Su atención no se podía separar de la decoración mántrica del
salón. Era milimétricamente igual que la preparada el día anterior durante la
trampa de Puma. Incluso el aroma a lavanda se sentía de la misma manera.
—¿Cómo…?
Alice la asió por la muñeca y la pellizcó con
disimulo antes de hablarle en susurros.
—Tú y yo tenemos que hablar más tarde. Hasta que
sepamos qué pasa, aparenta normalidad.
Nicole se adelantó con los brazos en jarra.
—Pues nada, se nos ha fastidiado la sorpresa; una
pena, aunque, si quieres que hagamos… lo que sea que Puma tuviera en mente,
todavía estamos a tiempo.
Alice la miró implorándole que se inventara una
excusa para no tener que soportar de nuevo la ceremonia. Maya estuvo de
acuerdo.
—Os agradezco el esfuerzo, y no quiero sonar
desagradecida, pero necesito hablaros de algo mucho más urgente. He tenido otra
visión.
Desde la mesa del comedor, con las piernas
cruzadas, Ada dio un sorbo a su café y examinó con disimulo a su compañero de
piso. Aquella era la tercera noche seguida que Leo se apartaba a leer en el
sofá. Odiaba cuando se obcecaba con aquel maldito libro.
—¿No vas a probar la lasaña, Leonard? La he hecho
aposta para ti.
—No tengo hambre —sentenció pasando la página y
prosiguiendo con su lectura.
“Las prisioneras del tiempo fueron una de las
razas más poderosas que existieron durante la época del Dios Alatharor, pero su
presencia era casi un mito entre la mayoría de la gente, e incluso se podía
tachar de loco a quien intentaba convencer a los demás de que eran una
realidad. Su desaparición de la vida pública fue debida a que Alatharor las
consideró una gran amenaza para su supremacía por poder disponer del control
del tiempo, así que ordenó llamar a todas y cada una de ellas a su palacio y
las encarceló.
Para
asegurarse de que no utilizasen su poder de ninguna de las maneras aprovechando
descuidos de su Guardia Real, les ordenó cortarles las manos, y volver a
hacerlo a medida que les crecían, como si fuesen uñas. Sin ellas, las
prisioneras no tenían forma de dominar el tiempo. Igualmente, encarceladas y
sin posibilidad de tener descendencia, era imposible que nacieran nuevas
prisioneras del tiempo”.
—¿Cuántas veces has leído ese libro del magma?
—Mrajma, se dice mrajma —corrigió un poco
molesto—. ¿Y qué más da cuántas veces lo lea? ¿Es que te molesta?
Ada frunció el ceño. Sabía perfectamente que su obsesión
con el libro se debía a qué lo había encontrado en la mochila de su amiga,
aquella a la que no habían podido localizar. Su actitud no podía ser nada sana.
—Al menos para cinco minutos y cena algo.
“El poder
principal, y más activo, de las prisioneras del tiempo era el de atrapar un
momento del tiempo en un objeto cualquiera. Cuando este objeto se rompía, el
tiempo retrocedía hasta el momento capturado. Solamente la persona que rompía
el objeto y la prisionera del tiempo que atrapó el momento serían conscientes
de lo que pasó durante la línea del tiempo deshecha. Para el resto, era como si
nunca hubiese existido”.
—Leo, ¿me estás escuchando?
“También
eran capaces de observar cualquier
momento del futuro, pasado y presente. El futuro visualizado no necesariamente
se correspondía con el real, e incluso podía ser cambiado por las acciones de
la prisionera. Incluso una servidora puede entender por qué Alasthor las temía
tanto”.
—Hey, ¿qué demonios haces?
Leonard se quejó cuando Ada le arrebató el libro
y lo tiró a un sillón cercano. Tras eso, le puso en las piernas un plato con
lasaña junto con un tenedor.
—Suficiente. Come de una vez.
—No actúes como si fueras mi madre —refunfuñó el
rubio.
—Mientras vivas bajo mi techo, harás lo que yo te
diga.
—Jaja, muy graciosa, pero a duras penas podrías
ser mi hermana.
Ada fingió un gesto hiriente y le señaló con
severidad.
—Come, ya, o te pateo el culo.
Derrotado, Leonard comenzó a comer con desgana.
Ada aprovechó para terminar su café y recoger las sobras de su propia cena.
Estaba absorta en sus pensamientos sobre la misión del día siguiente cuando el
chico la mencionó como si le hubiera leído la mente.
—Mañana vas a Rockrose, ¿verdad?
—¿Cómo lo sabes? –Ada frunció el ceño.
—Abel me lo ha contado.
Por supuesto. Abel podía ser muy bocazas cuando
se lo proponía.
—Salimos de madrugada. Hay gente viviendo allí y
tenemos que negociar el contrato por el alquiler del pueblo.
—Creía que estaba infectado por muertos y era
inhabitable, incluso escuché decir que había Akus. ¿Cómo puede haber personas?
—Estamos tan sorprendidos como tú —aclaró Ada
apoyándose en una columna—, pero los rastreadores los descubrieron, y por lo
visto, están bastante asentados. Quizá saben algo que nosotros no sabemos. Park
dijo que todos eran jóvenes y adolescentes normales y corrientes, nada fuera de
lo común. Será un trabajo fácil.
Leonard se mordió ligeramente la lengua.
—¿Cuántos soldados murieron la última vez que
Lucille intentó tomar Rockrose?
Ada suspiró con pesar, navegando en sus
recuerdos.
—Treinta y dos, más de la mitad descabezados por
esos... Akus, como tú los llamas.
—Si ese grupo pudo limpiar el pueblo, no sé si
será tan fácil como...
—¡Saldrá bien, Leonard! —El rubio lo entendió
entonces. Sus palabras no eran más que un vano intento de despreocupación. La
propia Ada no estaba muy convencida de lo que se iba a encontrar en Rockrose—.
Todo saldrá bien.
—Está bien... —Leo se olvidó del tema y estiró el
brazo para recuperar su libro.
—Me voy a dormir. No te quedes leyendo hasta
tarde. Mañana tienes clase con Anka.
—Vale, que sí.
Ada dedicó una última mirada al adolescente y se
marchó a su dormitorio. Mientras retiraba las sabanas, pensó en él, en el día
en que lo encontró siendo perseguido por los sicarios del Padre, en lo que le
costó adaptarse a vivir en la base, en las veces que le suplicó que debían
seguir buscando a sus amigas, aunque todas las expediciones habían sido
inútiles, en cuando le propuso vivir juntos, en todo el tiempo que habían
compartido... Nunca había tenido un instinto maternal ni nada de eso, y creía
que era demasiado joven para siquiera planteárselo, pero debía reconocer que le
había cogido cariño al chaval.
Un mal presentimiento le había rondado toda la
noche y continuó acompañándola hasta sus sueños más profundos. Solo esperaba
que aquella no fuese la última vez que le veía.
Todos se reunieron en torno a la alfombra de
meditación que habían preparado, tensos por lo que Maya tuviera que contarles.
Alice la vigilaba sin la más remota idea sobre cómo iba a salir del paso. Tan
solo quería conversar con ella a solas de una vez, que le dijera qué demonios
había hecho para retroceder un día en el tiempo como si nada.
—Cuando quieras. Te escuchamos —la invitó Puma a
que comenzase. Maya se aclaró la garganta nerviosa.
—Mañana, poco después de que salga el sol, dos
personas se presentarán en la barricada de esa carretera —habló apuntando hacia
la ventana—, un chico y una chica. Dirán que son de un lugar llamado la Sede, y
que vienen en representación de una tal Lucille a negociar con nosotros porque
vivir en este pueblo exige el pago de un alquiler.
—¡¿Qué?! —El coro de indignación se unió al
instante, pero Maya les detuvo con un gesto.
—No he terminado. Nos negaremos a hablar, les
presionaremos, y en mitad de la discusión, M.A disparará a la chica en el
pecho, dos veces, obligándoles a marcharse. Lo último que nos dirán es que nos
vamos a arrepentir.
Un torbellino de miradas se posó en el rubio, que
levantó sus brazos en señal de defensa.
—No me miréis así, hombre, que todavía no he
hecho nada.
—¿Has visto algo más? —curioseó Jessica.
Alice le hizo un ruego con el rostro para que
mantuviera silencio. Probablemente temía que fuese a revelarles el suicidio.
—No, pero tengo un mal presentimiento. No creo
que la historia se acabe ahí. M.A —habló dirigiéndose a él firme—, pase lo que
pase mañana, sientas lo que sientas, NO dispares. ¿Entendido? No lo hagas.
M.A se dispuso a responder, pero Puma le
interrumpió maleducadamente.
—Nos aseguraremos de que el lisiado no la cague,
como de costumbre. ¿Podemos volver a lo del alquiler?
—Sí, yo también estoy interesada —añadió Eva—.
¿Por qué se supone que tenemos que pagar a esa Lucille?
El resto se unieron uno a uno a la demanda
colectiva de información. Maya se angustió y alzó los brazos tratando de
aplacar a la masa.
—Chicos, no sé mucho más que vosotros. Mi visión
acabó justo tras los disparos. Tenemos que ser pacientes y cautos hasta mañana.
No nos precipitemos, ¿de acuerdo?
Todos compartieron una reunión de amargas miradas
ante la incertidumbre. No podían hacer mucho más que aguardar al momento
mencionado por Maya, obedecerla y esperar lo mejor.
El ambiente se había empañado. La mayoría estaban
tristes o asustados y no iban a dormir cómodos aquella noche. Maya se
incorporó, se acercó a M.A, también en pie, y le puso una mano en el hombro.
—Confío en ti, ¿vale, M.A?
El rubio sonrió complacido.
—No dejaré que esa visión horrible se cumpla.
Promesa de manco.
Maya se sumó a su sonrisa. Después de lo que
había ocurrido, se arrepentía de no haber compartido un instante así con él
desde hacía años.
Alice le hizo una mueca extraña, señalando al
exterior. Maya obedeció a su señal y fue rauda al jardín mientras los demás
recogían el salón y se preparaban para la cena con sus mentes especulativas aún
conmovidas.
La rubia se había alejado bastante para estar
plenamente segura de que nadie las oiría. Se abalanzó hacia Maya en cuanto la
tuvo al lado y la zarandeó con violencia.
—¿Me quieres explicar qué coño has hecho? ¿Por
qué hemos vuelto? ¿Por qué mi novio, al que acabo de enterrar, está ahí como si
nada?
Maya se soltó visiblemente molesta.
—Sé lo mismo que tú, así que no me presiones de
esa manera, ¿vale? —le aclaró Maya tajante—. Lo último que recuerdo es que
Davis y Puma se estaban peleando tras el entierro porque el minino la estaba
liando, como de costumbre. Entonces, sentí que me estallaba la cabeza, caí al
suelo de bruces, todo mi cuerpo se retorcía, y cuando me quise dar cuenta,
estaba en el río.
—Me pasó exactamente lo mismo. Estaba en la
cocina, comencé a tener esas sensaciones que has descrito, y de repente,
aparecí en el jardín con M.A delante mío.
—Si he sido yo, no tengo ni idea de cómo ha
sucedido, pero me alegro. M.A está de vuelta y podemos enmendar el error que
cometió. Quizá es mejor que nos olvidemos del tema y lo dejemos estar.
—¡No! —negó Alice en rotundo—. ¡No podemos
olvidarnos sin más! ¡Tiene que haber alguna explicación de por qué hemos vuelto
aquí y por qué solo nosotras dos recordamos lo que pasó! ¿No te pica la
curiosidad?
Maya chasqueó la lengua confundida.
—Sí, pero...
—Si averiguamos cómo funciona todo esto de
retroceder en el tiempo, sea un poder tuyo o mío, podríamos volver a cuando
todo empezó y desmantelar a Esgrip. El apocalipsis nunca habría existido y
nadie moriría. Joder, incluso podríamos ir aún más hacia atrás y evitar otras
muchas catástrofes: el incidente de Chernóbil, los bombardeos de Hiroshima y
Nagasaki, las Guerras Mundiales...
—Alice... —Maya imprimió en su nombre un tono que
la hizo volver de inmediato de sus fantasías.
—Vale, vale, me he puesto un poco en plan
Proyecto Alice, pero nunca se sabe.
—Escucha, de momento, vamos a centrarnos en que
M.A no dispare a esa chica. Después, si todo va sobre ruedas, indagaremos sobre
lo del viaje en el tiempo. Y, Alice, por ahora, que quede entre nosotros. No se
lo digas a nadie, ni siquiera a Puma.
Maya le extendió la mano a Alice, quien se la
estrechó con fuerza sin dudarlo.
—Por supuesto, Mayita, será nuestro pequeño
secreto de mejores amigas.
Nicole se hallaba ensimismada cortando un par de
hojas de lechuga mientras Davis hacía lo propio con unos tomates cuando Eva
surgió asaltándola por el lateral.
—Nicole, ¿tienes un momento? —le preguntó
señalando al jardín.
—Esto... ¿No puede esperar?
—Ve, yo me encargo de terminar la cena —se
responsabilizó Davis.
La rubia dejó el cuchillo y siguió a Eva hasta el
exterior. Alice y Maya, quienes se encontraban allí cuchicheando, se detuvieron
en cuanto las vieron hacer acto de presencia y caminaron al unísono hacia sus
respectivas habitaciones.
—Nos están evitando —comentó la castaña.
—Sí, yo también me he dado cuenta. ¿Es por eso
por lo que me has sacado aquí fuera?
Eva se apoyó en la verja de la entrada y se
encendió un cigarrillo antes de proseguir.
—Sospecho que hay algo que no nos están contando.
Tú eres la experta en mentiras. ¿Has notado algo que yo no podría?
Nicole se acomodó la coleta pensativa y se cruzó
de brazos.
—Alice ha estado bastante tensa durante el relato
de Maya, pero no la he percibido nada sorprendida, como si ya supiera lo que
iba a decirnos.
—Tampoco ha reprendido a M.A ni nada por el
estilo, como habría hecho en otras ocasiones.
—De hecho, el propio M.A ha dicho que tanto ella
como Maya se han sorprendido al verlo en el jardín. ¿Por qué se sorprenderían?
Alice iba con él y Maya lo había visto apenas una hora atrás.
—Aquí hay algo que no encaja en absoluto
—sentenció Eva expulsando una calada—. Creo que Maya no nos ha contado todo lo
que ha visto. Se está callando algo importante, algo que Alice sí sabe.
—¿Pero por qué? —musitó Nicole echando un vistazo
en dirección a la puerta del cuarto de Maya—. No tiene sentido que nos diga
todo lo que nos ha dicho y, al mismo tiempo, haga conspiración del silencio con
Alice. ¿Cuál es el sentido?
—Eso es algo que tendremos que averiguar, tú y
yo.
Acurrucada en el sofá, Jessica se dedicaba al
descanso personal mientras esperaba a que las ensaladas de la cena estuviesen
listas. No podía dejar de pensar en la visión que Maya les había transmitido
hasta que, de repente, sintió una patada. Jess se acarició la barriga con
cariño. Su futuro hijo ya empezaba a adoptar un volumen considerable y los
puntapiés eran cada vez más numerosos. Temía el día en que no fuese capaz de
ponerse en pie sin rodar pendiente abajo.
Vio a Adán acercarse con sigilo y detenerse junto
a ella. Eva lo había enviado al dormitorio para no tener que lidiar con su
inquietud hasta la hora de la cena y había sido demasiado ingenua como para
pensar que no se iba a escabullir. Eso o no le importaba, en realidad.
—¿Puedo? —le consultó con ojos melosos. Jess le
guiñó el ojo. Sabía perfectamente lo que le estaba pidiendo.
—Claro, todo tuyo.
Adán se arrodilló y apoyó la oreja en la tripa de
la joven. Esperó unos minutos con algo de decepción hasta que notó un fuerte
impacto.
—¡Ha dado una patada! ¡Espera, y ahora otra! ¡Y otra
más!
—Está muy revoltoso últimamente, o revoltosa. Va
a ser mucho peor que tú.
—¿Cuánto te queda de embarazo? —preguntó curioso.
—Pues menos de la mitad, creo. Es difícil llevar
la cuenta en estas condiciones. Desde que me uní a vosotros mi vida ha sido
como estar en una montaña rusa.
—Pero una montaña rusa divertida —Jessica no pudo
reprimir una cálida sonrisa.
—Y la más acogedora.
Un grito de hombre reverberó desde la cocina,
informando de que el manjar ya estaba listo. Jessica se incorporó con ayuda del
pequeño y ambos entraron a esperar al resto del grupo.
El silencio invadía el ancho de aquel verdoso
prado como un sepulcro. Solo una suave brisa irrumpía para mecer con suma
liviandad sus cabellos. Con la mirada fija en el horizonte, la joven desenvainó
el sable y ejecutó la primera estocada, espirando todo el oxígeno de sus
pulmones de un tirón. Comenzó a sentir la adrenalina creciendo en sus venas
como unas arraigadas raices, y prosiguió.
Recolocó la rodilla e inclinó la cadera rauda,
ejerciendo el segundo movimiento, un más que preciso bloqueo. Le siguió un
cuarteto de tajos que habrían desparramado las tripas de cualquiera que hubiera
estado frente a ella. En una fracción de segundo, dió una voltereta sobre la
vegetación y clavó el sable en el suelo con violencia, como si rematara a una
víctima.
Sacó el arma, giró sobre sí misma como un rayo y
fue a cercenar de nuevo a la nada, pero una mano detuvo la hoja con una fuerza
casi sobrehumana. La persona que había surgido frente a ella esbozó una
profunda sonrisa a la par que examinaba su porte entero.
—Madre... —susurró Vega sobrecogida—. Estás aquí
de nuevo...
Un chasquido irritante inundó sus tímpanos. El
acero del wakizashi se había partido por la mitad frente a sus atónitos ojos.
Lucille arrojó la punta del sable con desdén y contempló el cielo despejado con
los brazos en la espalda.
—¿De verdad pensaste que podías huir como un
animal asustado? ¿No te he mostrado ya la fortaleza que reside en mi interior?
¿No eres todavía consciente de que mis deseos llegan siempre a su
correspondiente puerto?
—Yo no soy tu deseo.
—Por supuesto que lo eres, lo has sido desde el
día que naciste. ¿Qué podría disponer de mayor importancia que mi primogénito?
Tú eres mi herencia, Nicholas.
Vega retrocedió. Un calor abrasante emanaba de la
tierra, y de repente, se cercioró de que sus botas habían desaparecido. Las
plantas de los pies le ardían. Su madre, sin embargo, ni siquiera parecía
sentir el fuego.
—Por favor, no empieces otra vez...
—¿Empezar a qué, cariño? —Lucille acarició su
mejilla, pero Vega la apartó con brusquedad.
—No mientes ese nombre.
La jueza se tensó y devolvió ambos brazos a su
espalda, observando a su hijo analítica.
—Pensé que finalmente habrías escuchado la voz de
la razón, pero parece que insistes en permanecer muerto. Esperaba mucho más de
tu intelecto, Nicholas Vega.
—¡No estoy muerta! ¡Estoy muy viva!
—Engaña a tu conciencia tanto como quieras, pero
estás muerto, y muerto permanecerás. Tus impías decisiones han cavado tu tumba.
Lucille bajó la mirada, cerró los ojos y expelió
un agudo cántico. La pradera se agitó como si hubiese invocado un terremoto y
una grieta gigantesca quebró el terreno entre Vega y su madre.
Para cuando quiso darse cuenta todo se había
derrumbado a su alrededor y Vega se hallaba cayendo en un abismo. Su cuerpo
aceleró en décimas de segundo mientras unas gélidas corrientes de viento
calaban hasta sus huesos. Intentó gritar, pero una presión invisible en su garganta
se lo impedía. Cuanto más caía, más robusta se tornaba, como una cuerda que se
ceñía a su cuello, ahogándola.
Espiró un ligero, pero pesado estertor, y al fin,
abrió los ojos. Lo primero que la joven sintió fue el desagradable sabor del
plástico en su boca. Había algo similar a un tubo introducido hasta sus
pulmones, y una mezcla de instinto y terror la llevó a morderlo. Las máquinas a
las que estaba conectada empezaron a pitar una tras otra en una asíncrona
melodía.
Miró alrededor, escrudiñando la habitación
blanca, desconchada y poco decorada en la que se encontraba. Una chica rubia
que no debía superar los treinta años estaba sentada muy cerca, vigilándola, y
al percatarse de lo que ocurría, dejó el libro en el que estaba inmersa y
corrió al exterior como si le fuera la vida en ello.
—¡Está despierto! ¡Ha despertado! ¡Avisad a la
Jueza!
Vega quiso permanecer allí, descubrir dónde se
hallaba y qué iba a suceder con ella, pero el agotamiento la venció y su
conciencia volvió a irse entre decenas de irritantes alarmas.
Habían pasado ya varias horas desde la cena y la
mayoría de sus compañeros estaban en sus dormitorios intentando fútilmente
conciliar el sueño. No les juzgaba, el anuncio de Maya les había conmovido a
todos, pero especialmente a él. Tanto era su pesar que M.A se había visto
obligado a abandonar su sofocante cuarto y salir a tumbarse en la hierba fresca
del jardín para pensar mientras contemplaba la luna.
¿Era así como se le veía desde fuera, como un
maldito monstruo ciego de ira que empuñaba un arma y disparaba a sangre fría?
Siempre se había justificado, siempre había convencido a los demás de que
actuaba por un bien común al grupo, pero, después de escucharlo a priori de la
voz de Maya, ¿lo hacía realmente o era puro egoísmo y autoengaño? ¿Cuánto
tiempo llevaba actuando así? ¿Desde lo de Naitsirc, desde Almatriche o incluso
antes?
Lágrimas se deslizaron por sus mejillas. M.A se
puso en pie. Debía ponerle un fin a sus actos, debía detenerse de una vez por
todas. Palpó su cintura y allí estaba su arma. Con decisión, cruzó la puerta a
la carretera y se dirigió hacia el río.
Llegó en poco menos de cinco minutos. Pese a que
en las últimas semanas el caudal había disminuido notablemente, el agua
preservaba todavía suficiente corriente para lo que quería hacer. El rubio
desenfundó su Walther 99 y la miró con una mezcla de desprecio y coraje. Uno a
uno, acudieron recuerdos de todos sus amigos caídos a su mente, y por último,
de su querida hermana Ley.
No había podido ayudar a ninguno, y en lugar de
esforzarse por actuar correctamente, se había dedicado a llorar y patalear como
un niño.
—Si solo voy a utilizarte para destruir vidas en
lugar de protegerlas, entonces no te necesito para nada.
Lo tenía más claro que nunca. Las visiones de
Maya no les protegerían siempre. Aunque no disparase a esa chica al día
siguiente, su rabia volvería a estallar, como había hecho cientos de veces.
Aquello era una señal. Tenían que atajar el problema de raíz, y esa raíz era
él.
—Se acabó.
Con un gutural chillido, M.A arrojó la pistola al
río.
Aquella expectante mañana Maya fue la primera en
levantarse, alrededor de las cinco. Pese a que solía ser de las que más apuraba
el sueño, ese día era una excepción. Salió de su cuarto y fue a hurtadillas
hasta la cocina para prepararse el desayuno. Mientras se lo tomaba, meditaba sobre
lo que iba a suceder. Recordaba que la reunión para encarcelar a Puma había
comenzado poco después de las seis, lo que solo les dejaba una hora aproximada
hasta que la Ministra y su lacayo se presentasen en la barricada.
Una media hora después, Eva apareció con sus
armas para prepararse un café. La joven había sustituido la guardia que le
correspondía a Maya para que esta pudiese asistir descansada a su supuesta
visión, al menos todo lo que sus cavilaciones le habían permitido.
—¿Sabes cuándo aparecerán? Dijiste que sería por
la mañana, ¿no?
—Sí, alrededor de las seis, así que no nos queda
mucho tiempo.
Maya se encontraba tan vencida por los nervios
que no se percató del error que acababa de cometer hasta que fue demasiado
tarde. ¿Cómo podía conocer la hora exacta solo con su visión cuando lo único
que había visualizado hasta el momento eran fragmentos sueltos de eventos? Eva
le echó un vistazo analítica.
—Entonces será mejor que despierte a los demás.
Ármate en cuanto puedas.
Se bebió
el café de un trago, dejó la taza en la repisa y salió al jardín a toda
velocidad. Maya respiró más aliviada sabiendo que no la había descubierto.
Ada cambió de marcha bruscamente, haciendo que el
jeep trastabillase. Abel, que observaba apoyado en la ventana el paisaje de
secarrales que les acompañaba, se río burlón.
—Estás conduciendo peor que Jackson. Deberías
haberme dejado el volante.
—Necesito hacerlo o perderé la práctica —aclaró
Ada despejando el sudor de sus manos—. Además, este camino no ayuda. No sé
cuántas veces le pedimos a la alcaldesa que lo asfaltase.
—Ah, sí, Liberty. Aún recuerdo cuando le
arrancaron medio brazo en mitad del escenario.
—No lo menciones, por favor. Acabo de desayunar.
—De todas formas, te veo nerviosa —apuntilló Abel
señalándola—. ¿Lo estás?
—Quizá… —Ada cambió nuevamente de marcha,
contoneando en exceso el vehículo.
—Hemos tratado con situaciones mucho peores. Es
extraño verte alterada. La jueza me dijo que incluso pediste traer refuerzos.
Ada se recolocó su coleta naranja visiblemente
intranquila.
—El resto de comunidades de la Sede se han
construido con nuestra intervención, en mayor o menor medida, pero esta gente
limpió Rockrose y lo hizo habitable sin ninguna ayuda cuando ni siquiera
nuestras tropas lo consiguieron. Lucille piensa que va a ser como tratar con el
resto, pero yo no estoy tan segura. Algo se nos escapa.
—No le des tantas vueltas. Ya verás como todo
sale bien.
—Eso espero.
Los siguientes veinte minutos hasta alcanzar
Rockrose permanecieron en silencio sumergidos ambos en sus pensamientos.
En la cocina de la casa rural, casi todos
desayunaban con sus armas junto a ellos preparados para el instante en que Eva
y Maya, quienes custodiaban la carretera, les indicase que el dúo de la visión
había llegado. Inma fue a morder un trozo de pan cuando las chicas irrumpieron
en la cocina como una comitiva de guerra, haciendo que casi se atragante.
—¡Un jeep acaba de aparcar en la barricada!
¡Vamos!
El grupo salió a la carrera dejando sus alimentos
a medias. Nicole detuvo a M.A cuando este se disponía a hacer lo propio.
—No pretendo desconfiar de ti, pero me sentiría
más segura si me entregases tu pistola.
—La tiré al río anoche —aclaró el rubio
chasqueando la lengua.
—¿Por qué? —Nicole frunció el ceño.
—Está mejor ahí. Puedes registrarme, si no me
crees.
—No, no será necesario. Vamos.
El jardín del parque principal resplandecía con
más belleza que nunca en aquellas matutinas horas. Ornatos de rosas con
distintos colores acompañaban a tulipanes y hortensias en la región más
septentrional, dalias y lirios adornaban el sur, y entre ellos, un pequeño
riachuelo al que ya no le quedaba el más mínimo vestigio de vida.
Todos elementos individuales, inconfundibles,
separables; todos despojándose de su esencia individual para constituir un
retrato incomparable, apolíneo, digno de ser fotografiado una y mil veces.
—¿Leonard?
Leo se despegó de la ventana, siendo empujado
fuera de su ensimismamiento. Tardó un poco en recordar que estaba en la clase
de la señorita Anka.
—¿Sí?
—Estaba preguntando sobre vuestra fotografía
favorita del arte bélico, y es tu turno.
Una sensación extravagante se apoderó de él, como
si ya hubiese vivido aquella misma clase. Se dispuso a responder, pero el
idiota de su compañero se adelantó.
Todos salieron a la carretera comandados por Eva
y Nicole. Tan solo tardaron unos segundos en adoptar la formación que ambas les
habían indicado, poco antes de que Ada saliera del coche, megáfono en mano.
—Ya están aquí. ¿Sabían que veníamos, Abel?
—Probablemente tengan puestos de vigilancia. No
te rayes.
Maya se escabulló de la línea hasta colocarse
junto a Inma, quien se notaba extremadamente tensa. Por su parte, Alice
vigilaba a M.A, aunque no había indicios de que este fuese a reproducir su
error.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Maya poniendo la
mano en su hombro.
—Más o menos… —se sinceró su prima uniendo su
mano con la de ella—. Espero que lo que viste no se cumpla.
—Ya hemos cambiado dos veces el futuro. Irá bien,
ya lo verás.
Ada se mojó los labios y se dispuso a hablar a
través del megáfono. Maya se separó de Inma y se acercó a la barricada. Los
demás habían acordado designarla como encargada para negociar por ser la única
que conocía a la perfección cómo se desarrollarían los hechos.
—Buenos días a todos. Me llamo Ada Lamberg. Este
de aquí es mi compañero, Abel. Estamos aquí para hablar con vosotros en
representación de la primera ministra de la Sede, Lucille Vega. Es posible que
hayáis oído hablar de ella como la jueza.
Maya se cruzó de brazos, esforzándose por parecer
impresionante.
—Sabemos quiénes sois. Estáis aquí para negociar
el pago del alquiler por el pueblo.
—Correcto —afirmó Ada impresionada y aliviada a
la vez.
—Negociaremos, pero no nos iremos ni cederemos a
chantajes. ¿Te queda claro, Ministra?
Maya chasqueó los dedos, invitando a sus
compañeros a desbloquear la barricada para que el dúo pudiese entrar. Nicole se
colocó rauda junto a ella.
—Lo has hecho fenomenal. Podrías unirte a Eva y a
mí como negociadora habitual.
—Qué va, no es lo mío para…
Una estocada de dolor ensartó su cráneo. Apretó
los dientes intentando disimularlo, pero el ardor crecía mucho más rápido que
en las ocasiones anteriores.
—Maya, ¿estás bien? —se preocupó Nicole por su
expresión de sufrimiento.
—Visión… otra vez… —susurró la joven—. Tengo que
irme. Volveré en cuanto pueda.
Para cuando Nicole trató de detenerla, Maya ya
había recorrido la distancia que la separaba del jardín y corría hacia su
dormitorio. Entró, cerró la puerta de un golpe y se sentó en la pared
sujetándose la cabeza. Decenas de imágenes perforaron su mente como un
inclemente taladro hasta que se detuvo en una de ellas.
—¡Para! ¡No te acerques!
Cuando el dolor se mitigó, Maya elevó la vista.
El entorno había cambiado, como aquella vez en el ritual de Puma. Se encontraba
en una calle desconocida, cerca de una gigantesca basílica. No era Rockrose,
definitivamente. Frente a ella, Inma apuntaba con su P226 a una mujer. Parecía
que defendía a Eva, quien se hallaba inconsciente en el suelo con su pierna
herida.
—Las dos sabemos que no vas a disparar,
Inmaculada. Tu Dios te castigaría, y nada hay más temible que la ira de Dios.
—¿Qué sabes tú de Dios? Solo eres una loca que
interpreta la Biblia en su propio beneficio. Una monja real nunca derramaría
sangre.
Maya observó a la desconocida. Transmitía
inestabilidad, inseguridad y perversidad por cada uno de sus poros. El cabello
rubio le caía en ondas sobre un hábito religioso y sus ojos azules se clavaban
como afiladas dagas en los de su prima. Sujetaba una larga cadena con una hoz
atada a uno de los extremos, la cual goteaba sangre.
—Eres tan pura, tan inocente —expresó la rubia
sonriendo macabramente—. Me recuerdas a mí en mis años mozos, un diamante en
bruto preparado para ser pulido.
La monja se acercó con cautela, provocando a Inma
para que disparase torpemente al suelo. La respiración de la armada se aceleró
presa de su montaña rusa de emociones.
—¿Eso es todo lo que puedes hacer? ¿En serio? Voy
a matarte, Inmaculada, voy a utilizar esta angelical hoz para abrirte el
abdomen y me voy a dar un festín con tus intestinos, ¡y lo único que eres capaz
de hacer para evitarlo es disparar al suelo! ¡Diamante en bruto,
definitivamente!
Eva intervino por primera vez conteniendo las
punzadas de dolor de su pierna maltrecha.
—Está loca, Inma. ¡Dispárale! ¡Hemos pasado meses
entrenando para esto!
—Ah, sí, Inmaculada, ¡habéis pasado meses
entrenando para esto! ¡¡Dispárame, diamante!! ¡¡¡DISPÁRAME!!!
Inma apretó con más fuerza si cabía el cañón. Su
mano sudaba y se resbalaba del arma. ¿Qué debía hacer? La rubia reinició su
acercamiento, soltando una maniaca carcajada con cada paso que imprimía en el
asfalto.
Unos golpes secos la hicieron volver en sí.
Continuaba tirada en la pared y su camiseta estaba empapada en sudor.
—Maya, estos dos nos están esperando. ¿Vas a
salir ya?
Parecía la voz de Davis. Maya se incorporó y se
cambió rápidamente su ropa rezumante. Una segunda persona intervino al otro
lado de la puerta para detener los actos de Davis. Era Nicole. Probablemente le
estaba explicando la situación. Antes de que la conversación diese pie a que
ambos se marchasen, la joven salió al jardín.
—¿Estás bien? —se preocupó su compañera—. ¿Has
visto algo?
—No, falsa alarma. Solo era una migraña. Tengo
algunas desde que me quedé sin medicinas —mintió esforzándose por sonar
convincente.
—El resto están reunidos en el salón. Será mejor
no hacerles esperar.
Nicole y Maya concordaron con Davis y los tres se
pusieron en marcha veloces.
Aquel día era más especial para la Sede de lo que
parecía a primera vista. No era solo que el destino de todos hubiese cambiado
gracias a la intervención de Maya, sino que sería el momento en el que se
presentaría uno de los proyectos en los que la jueza había invertido más
recursos materiales y humanos.
Ella, Ogechi, un pequeño grupo de seguridad y una
veintena de personas que habían decidido acudir a la exposición se repartían a
lo largo y ancho de un espacioso salón de actos. Entre todos los asistentes
voluntarios se hallaba Hawk, recluido en el fondo y observando con atención a
la par que deslizaba una moneda entre sus dedos.
Leire, una morena de pelo corto con aires de
superioridad a la que Lucille había nombrado como directora de investigación,
se subió al estrado junto a su equipo y comenzó la explicación del producto con
suma emoción. Se trataba de una bomba de proximidad que podía fabricarse con
elementos caseros y sencillos de encontrar. Se había desarrollado durante meses
y su uso se planteaba para la protección de los alrededores de la Sede y
durante las expediciones.
Tras casi una hora aburrida hablando de
especificaciones en la que la mayoría se sentían tentados a dormirse, llegó la
parte que Hawk había estado esperando impaciente. Leire repartió varios
prototipos de bombas para que las observaran más de cerca, asegurando que las
habían desactivado y que, por tanto, no corrían ningún peligro.
Hawk sonrió y alzó la mano con disimulo. Leire
continuaba hablando con el dispositivo en su mano cuando este se calentó en una
fracción de segundo. Antes de que ni ella misma notase lo que estaba
sucediendo, la bomba explotó, transformando su brazo en una amalgama de carne y
empapando de sangre a todos los de la primera fila. La chica expelió un grito
que desgarró su garganta y cayó desmayada. Una segunda bomba estalló,
incendiando la camisa y el pelo de un ciudadano.
El pánico se apoderó de la sala. Hawk se
escabulló el primero, siendo el más cercano a la salida, y se encendió un
cigarrillo al tiempo que se alejaba. El resto comenzaron a correr despavoridos,
el equipo de seguridad se encargó de evacuar a Lucille y su ayudante con
rapidez y los compañeros de Leire la condujeron al hospital esperando poder
salvarla.
Hubo muchos comentarios al respecto. Nadie sabía
qué demonios había pasado, pero sí que aquella imagen quedaría grabada en sus
retinas de por vida.
Tras adentrarse en el salón, Maya descubrió que
habían recolocado todas las sillas de la casa formando un círculo. Todos ocupaban
una a excepción de Adán, quien estaba tirado en el sofá escuchando música con
sus cascos. El trío se acomodó en sus asientos y permitió que Eva diese paso a
la Ministra. La chica se aclaró la garganta.
—Bien, para empezar, debo aclarar que entiendo
vuestra confusión acerca de por qué os pedimos un pago. Sois el grupo más
pequeño y autosuficiente que hemos encontrado y estoy segura de que os habéis
sacado las castañas del fuego solos durante mucho tiempo.
>>No quiero que sintáis nuestra presencia
como un robo, sino como un alquiler. La Sede puede hacer mucho por vosotros más
allá de prestaros el pueblo siempre y cuando aportéis vuestra contribución.
El grupo compartió miradas fugaces analizando en
silencio sus palabras, pero nadie quiso exteriorizar lo que pensaban.
—Dicho lo cual, lo que solemos hacer es aplicar
una cuantía fija con un porcentaje que varía en función del tamaño del pueblo y
del grupo que lo esté habitando.
—¿Y qué cuantía nos correspondería, exactamente?
—indagó Nicole alzando ambas cejas.
—Sois pocos, por lo que la jueza ha determinado
aplicaros el mínimo; un cinco por ciento. Si aceptáis el trato, volveremos en
unos días con un contable para que haga todos los cálculos necesarios.
—¿Y qué pasaría si decidimos no aceptar?
—preguntó Puma chasqueando los nudillos.
—Tendríais que abandonar Rockrose en el plazo
máximo de una semana.
—¡¡Eso es injusto!! —M.A se incorporó de un salto
con la cara enrojecida—. ¡Este pueblo estaba completamente infectado cuando
llegamos! ¡Nosotros lo hicimos habitable! ¡¿Dónde se había metido entonces
vuestra contribución?! ¡Venís a cobrar como si hubierais estado aquí desde el
principio, pero no habéis levantado ni una piedra de este lugar en ruinas!
—Siéntate, M.A —Alice se había incorporado y
había colocado su mano en el pecho del rubio para calmarle.
—Te lo explicaré, no hay necesidad de alterarse.
Hemos sufrido ciertos pro…
Las palabras de Ada se quebraron. La joven se
palpó el labio superior y descubrió que un hilillo de sangre se había deslizado
desde su fosa nasal. El corro la escrutinó con una mezcla de curiosidad y
preocupación.
―Necesito un minuto.
Antes de que alguien se atreviese a preguntar,
Ada se escabulló de la sala y se plantó en la carretera principal en un par de
zancadas.
―¿Está bien? ―se preocupó Adán, que mantenía un
ojo en ella a través de la ventana.
―Tranquilo, chico, se le pasará pronto.
Abel prosiguió mientras la chica se esforzaba por
controlar pacientemente su respiración.
―Como Ada estaba diciendo, hubo problemas en
Rockrose. Una horda de muertos enorme hizo de este lugar su carretera cuando se
dirigían al norte. De los casi dos mil habitantes que el pueblo tenía, solo
cincuenta sobrevivieron, y ninguno quiso quedarse, así que se trasladaron a la
Sede.
>>La noticia corrió rápido en la región, y
desde entonces, este pueblo se considera un lugar maldito. Nadie quería ni
quiere vivir aquí, por lo que la jueza consideró que era un desperdicio de
recursos seguir manteniéndolo habitable. Vuestra llegada fue imprevisible.
A Davis casi se le escapó recriminarle por la
presencia de los niños muertos en la feria, pero recordó que seguía siendo un
secreto.
―¿Por qué no mandasteis a nadie para ayudar? ―preguntó
Inma interesada.
―Nuestro ejército estaba centrado en repeler a
unos atacantes del sur conocidos por haber saqueado grandes territorios para
hacer crecer su comunidad. Fueron tiempos duros.
―¿Vuestro ejército? ―recalcó Eva con una
expresión de disconfort―. ¿Cuántos sois en esa Sede?
―Sin contar con las zonas alquiladas, nos
acercamos a una población de 7.000 habitantes censados, aunque hay gente que
viene y va, así que no es totalmente preciso. Nuestra Ministra del Interior,
Margareta, puede daros más detalles
―Sois muchas personas. ¿Podéis mantener a todos?
―Por supuesto, cada uno de los miembros aporta su
granito de arena y contribuye a que la comunidad prospere.
―O quizá os mantenéis estafando con alquileres a
personas indefensas por un pedazo de tierra que reclamáis como vuestro ―añadió
M.A a la consulta de Alice.
―No es en absoluto como piensas. La Sede os puede
pagar de la misma forma que vosotros lo hacéis. De hecho, la jueza quiere
recompensar vuestros servicios en Rockrose entregándoos esto.
Abel se sacó del bolsillo las llaves de un
vehículo y se las entregó en mano a Nicole.
―Son de un todoterreno. Ahora es de vuestra
propiedad, junto con un suministro inicial de gasolina que podría extenderse a
través de la negociación. Os está esperando a buen recaudo en un garaje de la
Sede. Lo único que debéis hacer es acompañarnos hasta allí para formalizar el
contrato de alquiler. Con un representante que firme será suficiente.
El grupo se mantuvo unos segundos absorto
examinando la llave. Quizá aquel era el golpe de buena suerte que habían estado
aguardando, pero parecía demasiado bonito para ser real.
―Esto es un soborno.
―¡Cállate un poco, M.A! ―le espetó Davis
nervioso.
―¿Y, si aceptamos, qué pasará con la aldea? ―apuntó
Nicole recordando a los Matados―. Hay unos chavales allí con los que también
tenemos un contrato.
―Esa aldea es territorio de Rockrose y se incluye
en su alquiler. Podéis hacer con ella lo que os plazca siempre y cuando no la
destruyáis. Es la única prohibición que se aplica a los terrenos exteriores a
la Sede.
Todos compartieron una mirada de indecisión,
conscientes de que la oferta era tentadora. Al final, Eva rompió el silencio.
―Tenemos que pensar sobre esto en privado.
¿Podríais concedernos unos días?
Una serie de ladridos surgió del exterior. Adán,
angustiado, señaló a la ventana. Abel fue el primero en acercarse y observar a
Ada tirada en la carretera con Niko a su lado. Echó a correr con un mal
presentimiento y el resto le siguió.
Niko se apartó y caminó hacia Jessica cuando la
ayuda llegó. Esta acarició al cachorro como recompensa mientras Abel se
arrodillaba para examinar a su compañera, la cual convulsionaba lentamente.
―¿Qué le pasa? ¿Es epiléptica? ―consultó Maya
haciendo acopio de sus conocimientos en primeros auxilios.
Abel vaciló antes de responder, justo a la vez
que Ada terminaba con sus convulsiones.
―Sí…, sí, es epiléptica. Tengo que llevarla a la
Sede para que la vea un médico.
―Iré contigo ―se ofreció Nicole dando un paso
adelante.
―No es necesario. Puedo encargarme de esto.
―Soy agente de policía, Abel, es mi deber.
Además, no es la primera vez que me enfrento a este tipo de situación.
Alice y Maya cruzaron miradas e intercambiaron el
mismo pensamiento. No les encajaba lo que le estaba sucediendo a la Ministra en
ese preciso momento. Sería mejor que la vigilaran.
―Nosotras también vamos ―comunicaron casi al
unísono junto con Eva.
―Bueno…, está bien ―se resignó Abel―. No perdamos
más tiempo.
El joven cogió a su compañera entre sus brazos y
los cinco corrieron hacia el jeep. Dejaron a Ada recostada en el asiento del
copiloto, se colocaron como pudieron en los asientos traseros y, seguidamente, Abel se posicionó como conductor y pisó el acelerador
a fondo.