1. Nos aferramos a lo que tenemos para olvidar
lo que perdimos. ¿O nos aferramos a lo que perdimos y olvidamos lo que tenemos?
—¡Corred! —chilló Mike inquieto a sus compañeras
mientras saltaba el mostrador dispuesto a escapar de aquel perturbado que les había
acosado. Compartiendo su anhelo, las hermanas se reagruparon raudas con el
chico.
—¡Que te jodan, cabronazo! —asestó a Fox su hija
mayor insultándole con su dedo corazón antes de desaparecer definitivamente del
espanto fúnebre en el que se había convertido aquel supermercado.
Concentrados en salvaguardar sus propios destinos,
el trío imprimió una acelerada velocidad a sus pasos olvidando a las personas
que se habían tornado clave en su rescate hasta alcanzar el límite que
delimitaba la base sin el más ligero contratiempo. Sirviéndose de una brecha
que se había originado misteriosamente en la barricada, escaparon para comenzar
a correr al extremo de sus energías lejos de las garras de la malvada reina
para siempre.
—¿Papá? ¡Papá!
Sus rendidas pupilas se separaron con brusquedad
tras percibir el suave susurro de una cálida niña que le llamaba.
—¡Papá, vamos! ¡Levanta de una vez! Mamá está a
punto de volver del trabajo, y todavía no hemos terminado de decorar la tarta.
¡Necesito que me ayudes!
Sostuvo su mano dominada por el temblor de sus
nervios sobre la incómoda pared en la que se acurrucaba y procedió a levantarse
con la dificultad que la edad ya imperaba en sus músculos. Una botella vacía
rodó hasta una ventana próxima cuando la golpeó accidentalmente con su pie. Ni
siquiera fue consciente de ello. Su atenta mirada no podía distanciarse ni unos
segundos de la preciosa joven que se encontraba en la sala.
—¿Bella? —la llamó su supuesto padre dudando del
juicio que aún creía conservar—. ¿Bella, eres tú?
Una horrenda visión estremeció cada uno de sus
alterados sentidos cuando el progenitor se ubicó junto a la mesa a la que la
niña se había desplazado. Empleando una manga pastelera, la pequeña decoraba
con imaginativas figuras de sangre un cerebro humano que simulaba ser una
tarta. Numerosos platos se repartían por el mantel con carteles que indicaban
la golosina o snack que contenían, pero la realidad era que se hallaban
repletos de repulsivas vísceras. Bella agarró un globo ocular que representaba
a una golosina y lo mordió con ímpetu. El hombre contuvo su estómago con una
eficacia excesiva para no vomitar cuando el humor vítreo estalló en su lengua
como el chicle de un caramelo.
—¿Quieres una barrita energética, papá? Sé que
estás intentando adelgazar —le preguntó la joven ofreciéndole una porción de
intestino.
—Oh, Dios, ¿pero qué demonios? ¿Qué es esto?
—chilló retrocediendo aterrorizado. Aquello no era real. No podía serlo.
—Pero es real, Hawk —contestó su hija absorbiendo
su razón al adivinar su pensamiento—. Esto es tu culpa.
Con una retumbante explosión, el cuerpo de Bella se
deshizo en una explosión de sangre que impregnó hasta el más oculto ángulo del
organismo de su padre. Del responsable de su muerte.
Despertó con
un tremendo sobresalto, sintiendo la asfixia del sudor que había surgido entre
semejante frío y el acelerado ritmo que dominaba su corazón. Pensaba que ya la
había superado, pero la corrompida pesadilla parecía regresar siempre para
torturarle. Deducía que el colgante que había recuperado recientemente había
influido en su retorno. Ni siquiera le importaba. Pese a ello, había merecido
la pena.
Hawk se apoyó sobre una mesita cercana para
incorporarse desde la congelada madera sobre la que se extendía y caminó hasta
una estantería cercana. Tras revisar la multitud de libros que la poblaban,
localizó con facilidad el que buscaba ayudado por el marcapáginas que
sobresalía de entre sus hojas.
—Aquí estás —reafirmó apropiándose de él—. La
interpretación de los sueños. Señor Freud, el obseso sexual.
Aunque jamás se había imaginado con un libro de
psicoanálisis entre sus manos, aquel era el único consuelo que permanecía en él
tras haber escudriñado una decena de libros de psicología que en nada le habían
apoyado en su escape del castigo en el que se envolvía cada vez que se
adentraba en el universo de los sueños. Tras encender una pequeña lámpara
táctil y acomodarse en su cama, el hombre se dispuso a proseguir con su
lectura. La noche no tardaría en extinguirse, y no deseaba regresar a su
particular mundo del terror.
Desplegó sus pestañas todavía encubierta por sus
dos protectores cuando percibió el temblor del terreno por el que caminaban
difuminarse finalmente en la lejanía. Precisó del apoyo que le tendió su
hermana Lilith a través de su brazo para estabilizarse de nuevo sobre sus
rodillas una vez ellos consiguieron ponerse en pie agitados. Bea se sentía tan
petrificada que era como si la violenta turba de animales que había surgido de
la nada la hubiese aplastado bajo sus patas. Su cuerpo se mantenía intacto,
pero sus emociones se habían quebrado atrozmente.
—La puta virgen… —perjuró Lilith divisando parte de
la destrucción que aquel agolpamiento había generado.
—Creo que esto es lo que llaman castigo divino
—comentó Mike absorto por la devastadora imagen—. Menos mal que no estábamos
ahí… Espero que la gente que vivía con nosotros esté bien y sean los lacayos de
Michaela los que han pagado el precio de su maldad.
—Yo solo espero que el elefante haya reventado a
Fox de un pisotón —añadió su pareja con su característico despliegue de rencor.
—Sí, ojalá ese cabrón esté bien muerto —la secundó
el chico antes de retornar a su liderazgo de la marcha—. Venga, chicas,
vámonos. Tenemos que encontrar algún lugar en el que podamos descansar.
La lóbrega y despoblada avenida en la que se había
adentrado se extendía infinita frente a la desamparada búsqueda que se había
cernido sobre él. Su extenuada mente era muy consciente de que aquel jadeante
cuerpo debía hallarse descansando en lugar de acumular más fatiga, pero
necesitaba encontrarla. No solo se trataba del mayor apoyo del que disponía en
el camino hacia su destino, sino también de su mejor amiga en aquel mundo
putrefacto. No permitiría que aquel maldito terremoto se la arrebatase con tal
facilidad.
—¡Estrella! ¡Estrella! ¿Dónde se habrá metido?
Un podrido apareció desde detrás de un destrozado
vehículo alertado por los gritos con la intención de transformar a aquel sujeto
en su víctima imperando en sus huesos la lentitud propia de los de su especie.
Él ni se inmutó cuando desenvainó el sable que colgaba de su cintura y lo
decapitó impío.
Testigos del asesinato, un grupo de sus acompañantes
se desveló de entre las sombras que cubrían el escenario en el que pronto iba a
desarrollarse una sangría. Cinco zombis rodearon al homicida ajenos al peligro
que se atrevían a enfrentar.
El más aventurado se abalanzó para arrancar su
dulce carne, pero lo único que encontró fue su frágil cuello rebanado por el
arma que el sujeto empleó. Otros dos atacaron su espalda. Con un tajo horizontal,
la pierna de uno de ellos voló hasta el capó de un furgón. A este le prosiguió
una estocada en diagonal que atravesó el deforme rostro del que le acompañaba. Girando
sobre sí mismo para servirse de otro movimiento en arco de su brazo, el sable
amputó las cabezas del dúo restante. Un brutal pisotón concluyó aquel patético
intento de engullirle tras despedazar el cerebro del lisiado que se arrastraba
hacia él.
Tras envainar su sable con orgullo, el luchador se
reincorporó en su caminata, obstinado en reencontrarse con su amor
desaparecido.
Alrededor de veinte minutos de exploración en las
proximidades del territorio abandonado les concedieron el descubrimiento de un
local cuyas condiciones parecían conservarse en mejor estado que el resto de
los que habían investigado. Mike leyó el letrero que introducía el edificio
para averiguar que antaño se había tratado de una papelería.
—Venga, vamos dentro —indicó Lilith presidiendo la
comitiva—. Mi culo se está congelando. Mañana tenemos que buscar una boutique
de estas pijas. Necesito un abrigo de visón.
Un relinche que reverberó entre los vientos de la
noche interrumpió su intención. Lilith se equipó rauda con el hacha preparada
para masacrar cualquier agresión que se atreviese a herir su integridad, pero
su violencia no fue necesaria. Un caballo había aparecido desde un callejón
cercano, fascinando a los tres.
—¿De dónde ha salido? —consultó Mike maravillado
mientras le observaba rebuscar en uno de los cubos de basura de la acera
contraria.
—Seguramente formaba parte de la horda que atacó la
base —dedujo su novia manteniendo su inseguridad fijada en el equino.
—No estoy segura. Parece dócil —intervino Bea
encaminando sus pasos hacia el animal. Su hermana se lo impidió aferrándola del
hombro en un acto reflejo de protección instintiva.
—Ni de coña. O sea, ni de coña. Nadie se acerca a
ese caballo. ¿Me entiendes?
—Yo hacía equitación. ¿Lo recuerdas, Jane? Sé cómo
tratar con caballos. Normalmente son amables.
—He dicho que ni de coña —insistió Lilith aplicando
su autoridad—. Tú tratabas con caballos de granja. Eso ni es de granja ni es
salvaje. Eso es jodidamente salvaje. A saber qué mierdas lleva en su cuerpo. No
quiero que te arranque la cabeza de un bocado. Bastantes desgracias hemos
tenido ya por una noche.
—Pero… Podemos darle algo de comer, y si se porta
bien, tenerlo cerca de nosotros. Si hago que me deje montarlo, nos servirá para
irnos más lejos de este sitio, antes de que papá engañe a todo el mundo para
venir a por nosotros. Y sabes que lo hará.
—Bueno, la niña tiene parte de razón —se interpuso
Mike expresando su opinión—. Puedo ir con ella si te sientes más segura. Ese
caballo nos vendría muy bien. Demasiado bien, de hecho.
—Me cago en la puta, ¡que no! ¿Es que no habéis
aprendido nada de las clases de esos putos dementes, joder? ¡Todo es peligroso!
Aprovechando la súbita distracción de Lilith,
Beatrix se escabulló en la dirección en la que el animal rebuscaba entre restos
de comida. Su hermana no dispuso del más mínimo margen para actuar. El caballo
retrocedió embravecido como respuesta evasiva al acercamiento, paralizando a
Lilith frente al miedo que había invadido sus músculos.
—Hey, hey, chico, tranquilo, no voy a hacerte daño.
Tranquilito, pequeñito.
Pretendiendo obtener su estado de calma, Bea
descolgó su mochila y abrió la cremallera con la intención de conseguir una chocolatina
que extendió hacia el animal tras haberla desenvuelto de su plástico. El
caballo la devoró con semejante ahínco que obligó a la chica a deshacerse del
dulce para poder conservar su mano.
—Uy, come, come. Que hambre tenías, ¿eh, chico? —le
susurró acariciando con suavidad su pelaje sin que el mimado opusiera
resistencia alguna.
—Parece que se llevan bien —comentó Mike aproximándose
a una Lilith encolerizada.
—Mira, que os den mucho por el culo —chilló
marchándose hacia el refugio que les otorgaba la papelería—. Y que os den a los
dos. Y hasta que reventéis. Me vais a matar de un infarto.
—Tan peliculera como siempre. En fin… —ignoró él su
enfado orientándose hacia el dúo de amistad que se estaba forjando—. Bueno, parece
que es un buen chico. Podemos atarlo a esa farola para que no se vaya.
—Yo también quiero quedármelo, pero no podemos,
Mike —se negó la niña desconcertando a su compañero en su respuesta—. Mira,
tiene silla de montar, y el pelo muy bien cepillado. Este caballo es de
alguien. Creo que se ha perdido.
—Bueno, con lo que ha pasado antes, no me extrañaría
que haya salido corriendo espantado —adivinó Mike rememorando el incidente del
terremoto—. Pero, Bea, no sabemos dónde está el dueño. ¿Y si está muerto? ¿Y si
ha tenido que salir pitando de aquí sin él? Puede que ni siquiera haya un dueño,
y el caballo lleve así desde el principio.
—Claro, y se cepilla él solito, ¿no? —le
contraatacó rechazando enérgica que la estimase por idiota—. Te digo que tiene
dueño. ¿Y si lo está buscando? No quiero robárselo.
—Vale, mira, vamos a hacer esto. Lo dejamos aquí
atado por esta noche, para que no se vaya por ahí y le pase algo malo. Si
mañana aparece el dueño, se lo devolvemos. Si no, nos quedamos con él. Como tú
dijiste, nos vendrá bien para alejarnos de este maldito lugar —propuso el mayor
una negociación factible.
—Está bien —aceptó Bea conforme—, pero déjame atar
las riendas. Cuando me enseñaron en equitación, me dijeron que la mayoría de la
gente lo hace mal, y sus caballos se escapan.
—Como quieras. Tú eres la experta. Además, no sé si
le voy a caer tan bien como tú —declaró examinando con cautela al tranquilo
animal.
—Tú ve con Jane… Lilith, e intenta calmarla, aunque
solo sea un poquito.
—Creo que preferiría que me hubiese aplastado el
elefante —bromeó desplegando una feliz sonrisa que la niña le devolvió al
instante.
—Por eso te he dicho que lo intentes, no que lo
hagas.
Concluida su discusión, Mike se dirigió hacia la
papelería preservando en su agudizado campo de visión a Bea, quien había
comenzado a caminar junto al caballo remarcando en su rostro un sentimiento que
no recordaba haber percibido durante su estancia en la base. Alegría, tan pura
como ella misma.
Hawk cerró el libro que sostenía con el primer rayo
de sol de la mañana que se reflejó en la habitación, apartándolo sobre la
mesita con infinita frustración.
—Esa basura no sirve de nada. A partir de ahora lo
usaré de pisapapeles —refunfuñó hastiado por la pérdida de tiempo que aquella
estupidez suponía.
Una vez separado de su infructuosa cama, caminó
hasta un estante del que extrajo un bol y una caja de cereales. Desanimado,
Hawk se sentó en su escritorio de trabajo y comenzó a ingerir mecánicamente su
comida perdido en sus recónditos pensamientos. En ellos se hallaba hundido
cuando su volátil memoria le recordó que debía comprobar su reloj de pulsera.
Su asombro fue mayúsculo cuando descubrió el despiste producido por el retorno
de su tormento.
—¿Hoy es día 28? ¿Ya?
Con un suspiro pesaroso, el hombre tomó de un cajón
a su derecha una grabadora que activó para disponerse a relatar mientras
continuaba saciando su estómago con el cereal.
Ya ha pasado
un mes desde la resurrección número cinco. Tengo la extraña sensación de que el
tiempo ha transcurrido mucho más rápido esta vez. No sé si es una consecuencia
de este nuevo poder o es que me estoy empezando a acostumbrar a que mi mujer no
esté por aquí. Sea como sea, mis impresiones con respecto a la hipervelocidad
no terminan de ser concluyentes. No solo se trata de la rapidez con la que mi
cuerpo puede moverse. Todo mi sistema metabólico parece estar acelerado.
Necesito comer e ir al baño con una frecuencia de hasta seis veces mayor a la
del mes pasado. Sin embargo, este poder no consigue paliar el cansancio
generado por el ejercicio. Serían necesarias más pruebas de campo para
concretar el porqué de la división, pero no las realizaré por un motivo muy
simple. Creo haber descubierto cómo funciona. Después de todo este tiempo, creo
que he conseguido darme cuenta de cómo se generan estos poderes. Mi explicación
es más pseudocientífica que cualquiera de mis investigaciones restantes, pero
si es la realidad de lo que me ha pasado, de lo que le ha pasado a todo este
mundo, es posible que la humanidad se encuentre ante el primer paso para
resurgir de sus cenizas. Si todo va tal y como debería, esta será mi sexta y
última resurrección.
Tras haber asegurado al animal y retornar al
resguardo de la papelería, Bea observó a Mike junto al mostrador del local
manteniendo una distancia prudencial de Lilith, quien se encontraba recostada
en una esquina examinando desganada los víveres de su mochila. Conocía
demasiado el respeto que aquel chico sentía hacia su hermana como para ser
consciente de que no se iba a atrever a hablar con ella por el momento, aunque
no terminara de comprender su reacción. Bea sí entendía su alteración, pero no
deseaba enfrentarse a una discusión, por lo que se marchó silenciosa a un
rincón del lugar para intentar conciliar el sueño. Se hallaba tan agotada que,
pese a la incomodidad del frio suelo, no necesitó ni diez minutos para
conseguir dormirse.
—Está empezando a amanecer —comentó Mike contemplando
desde una de las ventanas el sol despertando en el horizonte—. No imaginaba que
era ya tan tarde… o tan temprano. Voy a bajar las persianas, ¿vale?
—Haz lo que quieras —fue la impasible respuesta que
recibió.
Ignorando aquella pasividad, Mike estiró de la
cuerda situada junto a las ventanas e inundó la papelería en una completa
penumbra. Una vez sumergidos por la negrura, caminó hasta Lilith para sentarse
a su lado. Su novia detuvo en ese instante la comprobación de su mochila y
apoyó su cabeza sobre el papel de la pared dispuesta a evadirse en el mundo de las
pesadillas.
—Oye, Li…
—Ahora no. Quiero dormir. Y tú deberías de hacer lo
mismo —le interrumpió con intención de esquivar las molestas explicaciones que
debería acabar compartiendo con él.
Sirviéndose por enésima vez de su ejemplar paciencia,
el adolescente enterró el centenar de preguntas que ardían en su lengua y se
dispuso a acompañar a las chicas en su descanso.
Empujó el pesado portón de su edificio aferrado
firmemente a un ligero bate de béisbol. Una suave brisa mañanera acarició su
rostro. Solo por un segundo, Hawk sintió como desaparecía de la miseria de
aquel mundo para aterrizar en un universo completamente distinto. Un campo de béisbol
tan radiante como soleado recorrió cada recoveco de su pensamiento mientras
cruzaba la calle en dirección a dos zombis que vagaban sin rumbo fijo. La
similitud que el hombre sintió con aquellos seres de ultratumba era incluso
irónica.
—¡Vamos, papá! ¡Ni siquiera estás tirando fuerte!
—No quiero hacerte daño, Bella —se excusó el
anciano con una sonrisa de plena satisfacción por sus palabras.
Uno de los cadáveres se percató de la presencia del
enemigo a escasos metros de él. Con un único swing, el desgastado cráneo del
muerto se deshizo en mil pedazos. El que le acompañaba no se demoró en avanzar
con sus brazos alzados hacia su fresca pieza de carne. La suerte le sería
venerable. Aquel vestigio de vida iba a disfrutar de una apetecible comida.
—No vas a hacerme daño. Soy rápida. ¡Venga, tira
fuerte! —insistió la niña entre gritos a su padre desde su posición de
bateadora.
Los dedos de Hawk se despegaron de la madera del bate,
que se desplomó acompañado de un eco aturdidor. El muerto clavó sus incisivos en
el apetitoso cuello del viejo, deleitándose en los chillidos de horror que
recorrieron la inhóspita calle mientras impregnaba sus labios con la frescura
de su sangre. No opuso ni la más mínima resistencia cuando se derrumbó. Sin
embargo, la última imagen que se esforzó por concentrar en sus pupilas no fue
la del carnívoro troceando su propio cuerpo, sino la de una pequeña pelota que
volaba por el cielo hasta desaparecer en el resplandor del horizonte.
—¡Mike! ¡Mike, despierta!
Los agudos susurros acompañados de un ligero
zarandeo le desvelaron de su sueño. Se frotó los párpados sintiendo en sus
entumecidos músculos el cansancio que todavía no había logrado paliar segundos
antes de encontrar a Beatrix junto a él imprimiendo preocupación en sus gestos.
—¿Bea? ¿Qué pasa? Estaba durmiendo…
—El caballo está demasiado inquieto. Mira, escucha…
—le instó permaneciendo en silencio para que pudiese distinguir su
característica llamada, pero tan solo fueron invadidos por el canto de sus
respiraciones.
—Yo no oigo nada. ¿No te lo habrás imaginado?
El ruidoso relinchar que generó el animal a
continuación le disuadió de su pensamiento. A él se unieron una serie de resuellos
que Mike obvió, pero no Bea. Ella había aprendido a entender el lenguaje de
aquellos animales desde su niñez. Sabía que aquel caballo les estaba
advirtiendo de un peligro inminente.
—Pues no sé… Supongo que estará hambriento. Debe
llevar días sin comer.
—Que no, que cuando los caballos hacen eso es
porque…
—Agh, puto caballo de mierda.
Como instinto ante la grave y profunda voz que
atravesó sus tímpanos, Mike cubrió la boca de la chica para impedir que
continuase hablando.
—¿Estrella?
El sujeto giró raudo sobre sí mismo alertado por
los llantos de su pequeña. No podía adivinar con seguridad si se había tratado
de un producto de su agotada mente, pero habría jurado que la escuchaba
clamando auxilio cerca del lugar en el que se hallaba. Sin intención de
demorarse, se desvió por un cruce y corrió en la dirección de la que aquel
misterio parecía haber provenido.
—¡Lilith! ¡Lilith, despierta! —la zarandeó el
adolescente angustiado para desvelarla.
—¿Mike? ¿Pero qué…
Su propósito por descubrir el motivo de la
interrupción se ahogó cuando él le indicó que se mantuviera callada.
—Hay alguien ahí fuera, y no parece muy amigable.
No hagas ningún ruido.
Satisfaciendo su propia curiosidad, Beatrix subió
la persiana unos centímetros para divisar a los intrusos del exterior. Un
hombre y una mujer de aspecto demacrado cubiertos con ropas de invierno se
esforzaban inútilmente por desatar el nudo que ella había creado con las
riendas. El pobre animal intentaba defenderse tratando de zafarse de las
ataduras, pero era inútil, y Bea lo sabía. No pudo evitar sentirse mal por ser
la responsable de su cautiverio mientras Lilith y Mike se unían a su misión de
espionaje.
—Vamos, Jonathan, desata la cuerda de una puta vez
—le insultó alterada por su inaptitud.
—¿Te crees que es tan fácil? El que ha atado esta
mierda lo ha hecho bien. Ayúdame en lugar de quejarte, que no estás sirviendo
de nada.
—Tú sí que no sirves de nada, capullo. Si no
hubieras perdido el cuchillo, podríamos haber cortado la cuerda. Mira que fácil
habría sido.
—Separaros del caballo… lentamente.
Sobresaltados por la fría orden, el dúo se orientó
alerta hacia la voz de la que había emanado. Una figura misteriosa había
aparecido en la avenida como si hubiese surgido desde la mismísima nada. La
primera impresión no habría sido tan escasa de confianza si la capucha de su
sudadera no hubiera cubierto casi por completo su rostro. Lo único que ambos
pudieron captar con detalle fue la expresión de desagrado con la que les
apuñalaba.
—¿Y tú quién coño eres? —se abalanzó la mujer amenazándole
con un pequeño revolver.
—Soy la persona que te ha pedido amablemente que te
alejes del caballo. No hay necesidad de que dirijas tu ira hacia mí, y mucho
menos que me apuntes con un arma.
—¡Vete de aquí o te meto una puta bala entre ceja y
ceja! ¡Ahora!
Desobedeciendo a su advertencia, el desconocido caminó
clavando cada uno de sus pasos en el pavimento hacia la atrevida que atentaba
contra él. Ella respiró inquieta antes de asestar su segundo aviso.
—¡Un puto paso más y te mato! ¡Lo juro! —chilló
logrando que se detuviera.
—De acuerdo, analicemos la situación —propuso el
extraño cruzando sus brazos en una pose pensativa—. Tú estabas tratando de
hacerte con un caballo por un motivo que desconozco y no es de mi incumbencia.
Durante tu intento, aparece una persona con un aspecto muy sospechoso que te
pide que te alejes de él, así que, como cualquier persona con un poquito de
cerebro, te intentas proteger ante una posible amenaza, y le apuntas con tu
arma, pero no le disparas, sino que le pides que se vaya. Esta persona,
reitero, de aspecto muy sospechoso, camina hacia ti sin obedecerte y tú sigues
sin disparar, pero continúas lanzando amenazas y pidiéndole que se vaya.
Teniendo en cuenta que no pareces alguien que se asustaría fácilmente, ¿qué es
lo que impide que me dispares? Creo que es muy sencillo. No tienes balas. Estás
de farol.
—Por última vez —profirió ella sintiendo una
presión creciente en su garganta—, vete.
—No voy a irme. Estáis molestando a mi compañera, y
apuesto a que estabais tratando de secuestrarla.
—¿Secuestrarla? ¿Pero qué dices, puto pirado?
—habló el enmudecido hombre de la pareja finalmente.
—¿Ves esa silla? Se la coloqué yo. Esa chica solo
viaja conmigo, y vosotros estabais tratando de llevárosla. —Tras la aclaración,
el individuo sembró el pánico en el dúo cuando desenvainó su sable—. Sinceramente,
y siento deciros esto, no me caéis bien. Intentáis tomar lo que no es vuestro y
tratáis a un animal como si fuera un objeto. La estaba escuchando llorar desde
la otra calle. Le habéis hecho daño intencionadamente. Deberías coger tu
revolver y largarte con este vagabundo antes de que se me crucen los cables y
os rebane el cuello. Y no quiero volveros a ver cerca de ella. No dialogo dos
veces.
El dúo ni siquiera se replanteó la oportunidad que
el extraño les había brindado. Con el temor todavía impreso en sus rostros,
ambos comenzaron a correr en una dirección específica hasta que se perdieron en
la lejanía.
—Bueno, pues ya se han ido. Menos mal que al final
no ha sido nada —musitó Mike después de haber concebido como concluido el
teatro del que habían disfrutado desde su escondrijo. No obstante, el
chirriante ruido de unas bisagras le informaron de que no era así. Por alguna
razón suicida que no alcanzaba a comprender, Bea acababa de abrir la puerta del
local y se arriesgaba a abandonarlo.
—Bea, ¿qué coño haces? —se exaltó Lilith
abalanzándose hacia ella, inconsciente de que el chillido emitido no pasaría
desapercibido por aquel raro espadachín.
Sin posibilidad de previsión, las hermanas se
descubrieron siendo escrudiñadas por los ojos penetrantes de aquel individuo.
Aunque la más mayor se dispuso a retroceder con desconfianza, Bea notó que su mirada
ya no desprendía sentimiento alguno de ira. Su aura se sentía calmada.
—Bea, ¿por qué has salido? ¿En qué estabas
pensando? —le preguntó Lilith observando a la muerte aproximarse hacia ella.
—Una persona que protege a los animales no puede
ser una mala persona.
Su afirmación se expresó tan sincera que fue
inevitable discernir una sonrisa que se compuso en los delgados labios del
extraño antes de que retirara su capucha.
—Imagino que eres tú la que ha atado a Estrella
para que no se escapara —dedujo mientras acariciaba con suavidad el pelaje del
caballo—. Tengo que darte las gracias. Huyó despavorida cuando vinieron todos
esos animales. No sé qué haría sin ella. Estoy en deuda contigo, niña.
—Quizá puedas pagar esa deuda dejándonos vivir
—intervino Mike apareciendo de entre las sombras de la papelería dispuesto a
proteger a las chicas.
—Tu miedo es infundado, amigo. No tenía intención
de haceros nada. Este aspecto no es más que fachada. Puedo apostar que mi
espada ha matado menos vivos que vosotros tres juntos —les habló plenamente
convencido de la certeza de su afirmación—. Soy Vega.
Vega alargó su antebrazo ofreciendo al trío un
apretón de manos como una señal de buena voluntad hacia ellos. Tras unos
segundos de meditación, fue la hermana mayor quien la estrechó con su sospecha
todavía palpable entre sus dedos.
—Llámame Lilith.
—Yo soy Mike.
—Be…
Beatrix detuvo sus labios con un espasmo alertada
por un pensamiento perdido que regresó a su mente. Su carrera por escapar se
había tornado tan precipitada que no había sido hasta ese instante consciente
de que el peligro de la base había desaparecido de su existencia. Jane podría
continuar bajo el yugo de sus propias mentiras si lo deseaba, pero ella no
pretendía mantenerlo ni un segundo más.
—Soy Paula.
—Genial. Encantado de conoceros, chicos.
Sus robustos dedos acariciaban los suaves cabellos
de la niña al tiempo que se concentraba en usar el peine para formar sus
preciosos rizos. Arrugó la nariz captando de nuevo el néctar del perfume con el
que su madre la había rociado a pesar de su ferviente desacuerdo.
—Sigue sin gustarme que tengas ese olor, cariño. Es
de mujer mayor.
—Oye, que tengo tres años. Yo ya soy mayor
—protestó ofendida.
—Claro que sí, cielo. Lo que tú digas —le concedió
Hawk esbozando una feliz sonrisa—, pero tengo que hablar con la jefa de la casa
para que deje de ponerte eso. Otra vez…
Un incómodo silencio prosiguió a su expresión.
Padre e hija continuaron inmutables mientras el cepillo se resbalaba entre el
bonito cabello hasta que ella decidió compartir el pensamiento que la
martirizaba.
—Papá, ¿y si no me aceptan?
—¿Y por qué no te iban a aceptar?
—No lo sé… A lo mejor no quieren ser mis amigos
—musitó entristecida.
—Pues si no quieren ser tus amigos, ellos se lo
pierden —profirió Hawk contundente—. Tú eres la mejor, Bella, y que nadie te
diga lo contrario, ¿vale?
—Pero es que… No conozco mucho al niño que cumple
años y… Papá, no quiero ir.
—Está bien, se me ocurre una idea —le reveló
empático por la preocupación de la pequeña extrayendo del bolsillo de su camisa
una brillante moneda de plata.
—No, la moneda ahora no. ¡No voy a tirar la moneda!
—negó impetuosa con la cabeza.
—Bella, acuérdate de nuestro trato. Si no quieres
tirar la moneda, voy a tener que contarle a mamá que tú rompiste el jarrón de
la abuela.
—¡No, eso sí que no! ¡Por favor!
—Pues entonces ya sabes —espetó entregándole el
objeto—. Si sale cara, vas al cumpleaños y conoces amiguitos y amiguitas. Si
sale cruz, puedes quedarte en casa viendo los dibujos hasta tarde.
Con un golpe de pulgar, Bella lanzó la moneda al
aire e intentó agarrarla entre sus múltiples giros, pero esta resbaló y se
hundió en el suelo del baño en el que se encontraban.
—Bueno, ¿y que ha sali…
Un inesperado picor en su garganta interrumpió su
pregunta. Hawk no pudo evitar comenzar a toser entre violentas contracciones de
su estómago. Aunque en un principio pensó que aquel hecho no tenía mayor
relevancia, ni siquiera la presencia de su hija le pudo contener del miedo que le
invadió cuando observó su mano manchada de sangre. Su sangre.
—Papá, ¿qué pasa? ¡¡Papá!! ¡¡¡Papá!!!
Los párpados de Hawk se despegaron en un impulso
reflejo al tiempo que sus pulmones se inundaban de oxígeno como si aquella
fuese la primera respiración de su existencia. Lo primero que su garganta le
exigió fue toser hasta observar como el asfalto se revestía con la sangre que
procedía de su estómago.
El errante causante de su muerte se giró para
presenciar a su almuerzo nuevamente activo, por lo que optó por saciarse con
otro pequeño aperitivo. Sin embargo, Hawk no pretendía volver a alimentar el
ego de un podrido. Recuperó su bate y se ayudó de este para incorporarse antes
de reventar la horrenda cara de aquel ser de un potente golpe.
Neutralizada la amenaza, una punzada de dolor le
condujo a examinar el área del cuello en la que había sido mordido,
descubriendo a través del tacto que la herida todavía continuaba en su proceso
de regeneración. Incluso pudo palpar su yugular entre los desgarrados músculos.
—Este cabrón se ha cebado demasiado. En fin…
Hawk retornó sus pasos hacia la seguridad de su
portón rojo rogando internamente porque sus deducciones fuesen ciertas.
Vega accedió a la papelería detrás de los chicos
una vez estos le concedieron permiso. Pese a que ni Mike, ni especialmente
Lilith, continuaban sin depositar su confianza en el desconocido, los tres
concluyeron que era muy probable que no se mostrara hostil hacia ellos.
—Bonito sitio tenéis aquí —ironizó Vega
contemplando la mohosa humedad que adornaba el local—. Solo os hace falta
pintarlo un poco y pegarle un par de posters de bandas adolescentes para que
sea vuestro rinconcito ideal.
—Muy gracioso —se burló Lilith cruzando sus
brazos—. Ni de coña nos vamos a quedar aquí. Estamos de paso.
—Ahhh, entonces sois errantes, como yo. De aquí
para allá, sin rumbo fijo, aprovechando lo poco que queda en cualquier parte…
Bueno, en realidad, yo sí tengo un rumbo fijo, pero Estrella exige muchos
desvíos. Ya sabéis…
—¿Qué se supone que debemos saber? —consultó Mike
envuelto en la confusión.
—Me refería a la radiactividad. Estrella no podría
atravesar los puntos calientes sin morir, y en realidad, yo tampoco. Intenté
conseguir un traje de estos que llevan los pijos, pero lo único que conseguí
fue esto —anunció revelando desde el interior de su mochila un extraño aparato
electrónico—. Es un Geiger. Mide el nivel de radiación de una zona. Y esta,
para nuestra suerte, está bastante limpia.
—Ah, sí, nosotros también tenemos un chisme de esos
—mintió Lilith aturdida por la inusual información que les había proporcionado
el extraño tratando de ocultar su carencia.
—¿En serio? —exclamó Vega sorprendido—. Yo lo
conseguí de un científico. El tipo era muy bueno deletreando nombres de
compuestos químicos, pero demasiado malo intentando acertar un disparo en el
cráneo de un muerto. Pobre infeliz.
—Ajá… —musitó la adolescente angustiada por su
palabrería antes de recibir el lanzamiento de otra cuestión.
—¿Solo sois vosotros tres? Porque es la primera vez
que veo a dos adolescentes solos con un niño. No es que seáis un grupo
demasiado común, sinceramente.
—Sí, solo somos nosotros tres —respondió Mike
tajante compartiendo la intranquilidad de su novia—. Y no, no somos un trío muy
común. ¿Vas a seguir haciendo preguntas?
—Lo siento. No me he percatado de que estaba siendo
molesto, y no quiero hacer enfadar a tres errantes de no más de quince años a
los que acabo de conocer y que sobreviven solos. No quiero ni imaginar lo que
podríais hacerme…
—Yo muerdo cuellos —bromeó Paula mostrando
amenazante sus incisivos.
—Vaya, toda una vampira. Tranquila, me portaré
bien. No quiero que me hagas una sangría —comento expresando una sonrisa de
satisfacción.
Tras el incómodo silencio que prosiguió a su
comentario, Vega se concentró en explorar los recovecos de su mochila hasta que
encontró unos snacks que comenzó a devorar. Al tiempo, los tres errantes se
reunieron para debatir acerca de cuál debía ser su actuación con aquel extraño.
—No deberías haber salido, Bea —fue la primera
recriminación que brotó desde las entrañas de su hermana—. ¿No has aprendido
nada en la base? ¿No te enseñaron esos gilipollas que aquí fuera todo es
peligroso? Podría habernos matado en ese mismo instante. Vale que tienes solo
diez años, pero creía que eras más lista.
—Vale, Lilith, creo que es suficiente —la detuvo
Mike distinguiendo el sentimiento de culpa que se estaba creando en la
pequeña—. Ha salido del escondite, y eso es algo que no podemos cambiar. La
próxima vez tendremos todos más cuidado. Ahora tenemos que decidir qué vamos a
hacer con este tipo.
—¿De verdad tenemos que pensar que vamos a hacer
con él? No es nuestro rehén ni nuestro esclavo. Que coma y se pire a donde sea
que tiene que ir. Nosotros seguimos por nuestra cuenta —determinó su novia indignada
por el planteamiento que había considerado.
—Lilith, tiene un go… un gu… el trasto ese que mide
la radiación.
—Geiger —se interpuso Paula con su aclaración.
—Ya, ¿y qué? Por mí como si lleva la estampa de una
virgen, ¿sabes? Me da igual.
—¿No lo pillas? —la criticó ofuscado por su
ingenuidad—. Hemos tenido la cabeza tan metida en otros asuntos que no habíamos
tenido en cuenta lo de la radiación esa. ¿Recordáis al tipo ese que vino de
exploración con tantos bultos en carne viva que parecía que se estaba
derritiendo? Bueno, pues no quiero acabar así, y este Vega no parece para nada
una amenaza. Podemos ir con él para así tener claro que estaremos siempre en
zonas seguras. Además, parece una muy buena protección. Tiene pinta de
desenvolverse bien luchando.
—Sigue siendo un desconocido que habla muy extraño
y viste como si fuera un ninja, por no hablar de su espada —remarcó Lilith la
ansiedad que le provocaba el individuo—. Lo siento, pero no. No voy a viajar
con ese tío.
—Chicos —atrajo Vega su atención con tal sigilo que
consiguió sobresaltarles—, ha sido todo un placer conoceros, pero debería
marcharme ya. Necesito encontrar algún lugar donde Estrella pueda pastar antes
de continuar nuestro camino. De nuevo, muchas gracias por haber cuidado de
ella. Os he dejado un par de cosillas en el mostrador como compensación. Que os
vaya bien.
Con aquella fugaz despedida, el espadachín atravesó
la entrada de la papelería, se montó en la silla de Estrella y se sirvió de un
ágil movimiento de sus piernas para impulsarla por la avenida, alejándose raudo
del trío. Paula permaneció observándole a través de la ventana hasta que se
desvaneció. Apenas le conocía, pero sentía que Vega podía ser una de las extintas
personas con restos de bondad en la locura que les rodeaba. Deseó que
permaneciera a salvo allá donde fuese antes de concentrarse en una expresión de
asombro que se extendió hasta sus tímpanos.
—Ostias…
Tanto ella como su hermana orientaron su mirada
hacia el chico, quien se había preocupado por revisar los suministros que el
extraño les había regalado. Entre las latas de comida envasada y una pequeña
navaja, un utensilio con el que habían coincidido hacía escasos minutos
maravilló sus sentidos.
—Chicas —murmuró mostrándoles el aparato—, nos ha
dejado el Geiger ese…
La puerta que resguardaba los vestigios de su hogar
resonó con un portazo cuando Hawk la empujó. Todavía sosteniendo el mordisco
con su mano, se tambaleó con excesiva torpeza hasta el cuarto de baño. Pese a
que era consciente de que no sería beneficioso para su salud mental observar la
manera en la cual se habían nutrido de él, su curiosidad científica no podía
ignorarlo. Era la primera vez que la regeneración no se había completado al
despertar. Debía apuntar aquel suceso.
Fue en cuanto contempló su demacrado semblante que
comprendió el error que acababa de cometer. Presenciar la total musculatura de su
cuello clamando auxilio entre la impoluta piel de su alrededor junto con su
vena hinchándose condujo su memoria hacia un recuerdo que había conseguido
mantener encerrado en su pasado.
—¡¡Papá!! ¡¡¿Por qué me ha mordido?!! ¡¡¿Por qué me
ha mordido?!! ¡¡¡Papá!!!
Con un retumbante puñetazo, el espejo reventó en un
millar de cristales que se esparcieron desordenadamente por el lavabo.
—Bella…
Agotada su resistencia, Hawk se desplomó y apretó
fuerte sus párpados antes de avecinarse a llorar desconsolado como nunca se
había atrevido a hacerlo de nuevo desde la muerte de su hija. Se martirizó
alimentando su férrea convicción de que el cadáver putrefacto debería haber
sido el suyo. No era justo que su familia hubiese fallecido por su prepotencia
ni que el antiguo mundo se hubiese extinguido por su egoísmo. Jamás lo sería.
Sus
desolados llantos se extendieron hasta que sintió el frío del ambiente congelar
cada uno de sus huesos. La visión que se presentó ante él cuando decidió
finalmente abrir sus ojos fue tan impresionante que Hawk no pudo evitar ser
invadido por una extraña sensación de vértigo. El edificio solitario en el que
malvivía había desaparecido para reconvertirse en un enorme campo de béisbol. Le
resultó sencillo reconocerlo. Aquel era el lugar donde jugaba con Bella años
atrás.
—¿Lista, cariño?
Aún sentado en el centro de la pista, la impresión
de Hawk se tornó incluso mayor cuando descubrió a la persona que había
pronunciado aquella pregunta. Sosteniendo un bate de madera que parecía
gigantesco frente a su tamaño, una niña aguardaba desde su ubicación de
bateadora a que una versión varios años más joven de su padre lanzase la pelota
que se deslizaba entre sus manos.
—¡¡¡Bella!!!
El anciano emitió el chillido con tal potencia que
temió haber desgarrado sus cuerdas vocales, pero ninguna de las dos sombras
allí presentes atendió su llamada. No podían escucharle.
—Papa, no quiero jugar. No me gusta esto —protestó
la pequeña molesta—. Porfa, llévame al parque. Quiero ir al parque.
—Vamos, Bella, me prometiste que jugaríamos si ganaba
al juego de la moneda, y gané. Ya verás que te va a gustar. El béisbol es muy
divertido, pero primero tienes que aprender.
—Pero es que…
—Hija, al menos dale una oportunidad
—Está bien… —refunfuñó insatisfecha.
—Cariño… —susurró Hawk desprendiendo una
inmensurable ternura con cada sílaba.
Intentaba incorporarse cuando una punzada de dolor
asaltó su cabeza. Con un espasmo que no pudo contener, sus párpados se
cerraron. Se concentró en abrirlos raudo ansioso por volver a abrazar a su
hija, pero el moho ya había inundado por enésima vez sus fosas nasales cuando
su visión consiguió aclararse. Había regresado al cuarto de baño.
—¡¡¡No!!!
Hawk se levantó observando en todas las direcciones
como un demente que buscaba un fin desconocido incluso para él. Un sentimiento
de estupidez le embargó por haberse rendido una vez más ante las ilusiones de
su provocadora mente. Bella estaba jodidamente muerta. No iba a regresar. Nunca
lo haría.
—¡¡¡No, no, no, no, no, no, no!!! ¡¡¡No ha servido
de nada!!! ¡¡¡No ha servido de una putísima mierda!!! ¡¡¡Que pare ya!!!
Dominado por una ira que no podía aplacar, Hawk
lanzó el bate que todavía portaba hacia la puerta del baño, generando otra
marea de diminutos cristales que acompañó a la primera con un fuerte
estallido.
—Bella…
Su trote se detuvo abruptamente con un relinche, sobresaltando
a su jinete. Vega se asomó por encima de la crin de Estrella para contemplar el
origen de la detención de su caballo. Justo en el centro de la carretera que
transitaban, un gigantesco cráter se extendía exhibiendo como la boca de un
felino la profundidad que le habría devorado si el animal no se hubiese
detenido siguiendo su instinto.
—Madre del amor
hermoso —expresó descendiendo del lomo de Estrella sin poder dejar de observar
maravillado el impactante abismo—. Es imposible. No puedo cruzar por aquí.
Comenzó a designar una ruta alternativa que pudiese
emplear para proseguir con su camino, pero no hubieron transcurrido ni diez
segundos cuando un grito cavernícola que provenía de sus espaldas le alertó.
Vega se giró para descubrir a un joven hombre barbudo amenazándole con una
ballesta.
—Has hecho muy mal
en pasar por aquí —le advirtió con una sonrisa apuntando directo a su cabeza—.
Quiero todo lo que tengas, incluido el caballo.
—Incorrecto —negó
Vega con un gesto valentón de su dedo—. Me parece que es usted quien ha
cometido un grave error. Hoy ya no tengo más paciencia para soportar ladrones.
Tras la sentencia, desenfundó su sable con maestría
con la expectativa de infundir miedo en el asaltante para que huyese, de la
misma manera que los dos anteriores, pero el efecto resultó ser diferente. El
hombre liberó un sonoro silbido bajo su frondosa barba. Segundos después, una
marea de hombres armados surgió de los callejones cercanos. El espadachín pudo
contabilizar al menos seis enemigos.
—Y ahora —pronunció
el barbudo triunfante—, obedece si no quieres ser acribillado.
Transcurridas unas horas de la mañana que emplearon
en retornar a su descanso y organizar sus recursos junto con los que el extraño
les había gratificado, Lilith había encaminado la marcha del trío apremiándoles
con el argumento de que debían alejarse lo máximo posible de la base, y ni su
hermana ni su novio pudieron contrariar tal justificación.
Lilith y Mike caminaban a la par discutiendo sobre
las rutas por las que debían orientarse al tiempo que Paula se mantenía tras ellos
examinando con suma curiosidad el nuevo aparato del que disponían.
—¿Por qué nos habrá
dejado el cacharro este? ¿Y cómo funcionará? —preguntaba la chica a nadie en
concreto, estimulando una disuasión por parte de su hermana.
—No tengo ni idea,
pero ya lo averiguaremos cuando paremos a descansar. No te distraigas. Lo
último que necesitamos ahora mismo es que los soldados de la base nos vuelvan a
pillar.
—Seguro que la
estampida les ha jodido bastante —puntualizó Mike tratando de rebajar el
nerviosismo presente en sus actitudes—. Con un poco de suerte, ahora mismo
estarán buscando sus piernas.
Paula no se molestó
en disimular una expresión de puro asco al escuchar el comentario antes de que
Lilith continuará insistiendo férreamente en su pensamiento.
—Ya, ¿y desde
cuando hemos tenido suerte, amor de mi corazón, cariño mío? Va a ser mejor que
sigamos andando, por si las moscas. Cuando estemos lejos, nos pondremos a
pensar en qué haremos después. Ahora, hacedme caso, aunque solo sea por una vez
en vuestra vida.
—¡Mike!
¡Lilith!
Ante la
sobresaltada llamada de la pequeña del trío, la mirada de ambos se redirigió
hacia el camino que transitaban. En la lejanía, un sexteto de sujetos equipados
con armas amenazaba a un individuo solitario cuya identidad no podían
distinguir.
—¡Rápido,
esconderos! —ordenó Lilith arrastrando a sus compañeros hasta la cobertura de
un camión cercano.
—¿Así que vais a
acribillarme? —jugueteó Vega con su paciencia mientras caminaba hacia el
atacante—. ¿De verdad vais a acribillar a una dama? ¿Dónde están sus modales,
caballeros?
—Dama, dice el
capullo este —se jactó el barbudo acompañando al coro de risas que surgió de
entre sus camaradas—. Tienes lo mismo de dama que yo de magistrado, y aunque lo
fueras, me la pelaría. Deja de tocarme los cojones y dame lo que te he pedido.
—Lo siento, pero no
puedo hacer eso —se negó prosiguiendo con su intento de acercamiento al
asaltante.
Una oleada de
frustración le detuvo al escuchar el eco de un disparo que se había extendido
muy cercano a su posición. Vega examinó la zona desde la que se había originado
el sonido para descubrir a uno de los ladrones con su índice en el gatillo de
una pequeña pistola.
—¡Es él! ¡Es Vega! —exclamó
Paula avistándole parapetada desde el camión—. ¡Estoy segura de que es él!
¡Tenemos que ayudarle!
—Ni se te ocurra… —le
advirtió su hermana aprisionándola fuertemente por su brazo—. Si nos metemos en
ese jaleo, estamos muertos. Son seis contra uno.
—Seis contra cuatro
—apuntó insistente.
—Nos siguen
superando en número y, además, tienen armas. No me he jugado el pellejo en la
base para sacarte de allí con vida como para arriesgarme a que te peguen un
tiro el primer día que estamos fuera por salvar el culo a un tío que ni
siquiera conocemos —reiteró Lilith firme en su oposición.
—Lilith, estoy de
acuerdo contigo en que es arriesgado —intervino Mike con visible carácter
pensativo—, pero no podemos dejar que lo maten. Nos ha tratado bien y ha sido
muy generoso con nosotros. No se merece que ahora le demos la espalda. Además,
si hubiera querido una vida sin problemas, me habría quedado en la base. No
salí aquí fuera para ser un cobarde. Nosotros hemos recibido entrenamiento de
los mejores. Ellos no. Podemos hacerlo.
—¡Pero es que
tienen pistolas, joder! —exclamó con indignación sintiendo que era la única que
podía vislumbrar el peligro que su intromisión supondría—. Estáis los dos como
una jodida cabra.
Uno de los
asaltantes que amenazaba con destruir la existencia de Vega ubicado a la
derecha de este desvío su campo de visión unos instantes sin esperar divisar
tres figuras acurrucadas al lado de un transporte. Su alerta no aguardó ni un
segundo.
—¡Jefe, este
capullo no está solo! ¡Hay tres niños detrás del camión!
—¡Nos han visto! —chilló
Mike cubriendo a las chicas con su propio cuerpo como barrera.
Disponiendo del
fugaz instante de distracción que necesitaba, Vega desplegó un movimiento
horizontal con su sable. La cabeza rebanada del charlatán barbudo rodó a través
del pavimento, enmudecida por toda la eternidad. Aquella ejecución fue el acto
que desató los disparos.
Tras una veloz
carrera, Vega se deslizó por el terreno hasta la cobertura de un ruinoso coche,
protegiéndose de los impactos que trataban de perforar su organismo. Estrella
relinchó al sentir como una de las balas contactaba con su pata trasera. Con un
apremiado galope, la yegua huyó del tiroteo por la calle contigua, arrollando a
uno de los asaltantes en su camino.
—¡No os levantéis! —ordenó
Lilith evadiéndose de la cobertura de Mike mientras recuperaba su cuchillo de
su funda.
—¿Qué vas a hacer?
La cuestión de su
hermana se resolvió cuando Lilith lanzó el arma en dirección al agresor más
cercano a ellos. El puñal recorrió el espacio que les separaba girando sobre sí
mismo y se clavó en el pecho de su objetivo, quien cayó estrepitoso de rodillas
aturdido por el arma que acababa de penetrar en su pulmón.
—¿Cómo has hecho
eso? —exclamó Mike intentando razonar la maravilla presenciada.
Vega elevó la pernera
de su pantalón y recogió el pequeño revolver que ocultaba entre su calcetín y
su bota durante el tiempo que sus contrincantes se mantuvieron absortos por el
arma blanca que había sobrevolado los cielos desde la nada. Asomándose desde su
protección, apretó el gatillo y atravesó el cuello de uno de ellos, que se
desplomó tratando de cubrir inútilmente la fuente chorreante que brotaba de su
carótida. Otro agresor se dispuso a reaccionar, pero para cuando había
sostenido su ametralladora contra su hombro, su cerebro ya había explosionado
víctima de un segundo proyectil.
El último rebelde
en pie se percató de que estaba acorralado y sin posibilidad de sobrevivir en
un espontaneo instante y emprendió una carrera hacia uno de los callejones.
Vega encañonó a aquel cobarde e impulsó otra bala directa a su espalda,
derribándolo. Un charco color carmesí comenzó a formarse bajo su cuerpo,
sugiriéndole que no iba a sobrevivir a aquel disparo.
Libres del peligro,
tanto el espadachín como el trío de menores abandonaron sus coberturas. Mike y
Vega intercambiaron una confortante mirada de agradecimiento mutuo. Mientras
tanto, Lilith se reencontró con el capullo que había acogido su cuchillo y lo
recuperó de su cuerpo sin vida.
—¿Estás bien, Vega?
—se interesó Paula complaciéndole con una de sus sonrisas.
—Mejor que ellos,
definitivamente. A esto se arriesga uno cuando hace uso de la fuerza bruta para
alcanzar sus objetivos. Siempre le acaba golpeando de vuelta.
Sin atender ni un
ápice a su discurso, Lilith se desplazó hasta la posición en la que se hallaba
el bandido al que Estrella había arrollado en su despavorido escape. Aquel
cabrón se esforzaba por escapar arrastrándose por el suelo como una culebra
infecta, probablemente debido a que la yegua habría destrozado alguno de sus
huesos. La chica pisó con fuerza bruta la pierna que se observaba más afectada,
creando un aullido de dolor que el herido no pudo reprimir. Deleitada con su
sufrimiento, segó su existencia en un segundo cortándole el cuello de un único
tajo.
—¡Lilith! —la llamó
Mike sin que esta escuchase siquiera su requerimiento.
El desgraciado que
se desangraba en el callejón se sorprendió cuando un vigoroso brazo giró su
cuerpo y le ubicó mirando hacia el resplandeciente cielo. Consciente de su
inminente muerte, el sujeto dedicó una sonrisa a su paisaje final antes de que
el puñal se clavara en su cerebro.
—¿Ha tenido
suficiente, señorita? —la reprendió Vega aproximándose hasta ella con Mike y
Paula a su espalda.
—¿Qué? No
pretenderías dejarlos vivir, ¿no? —cuestionó extrañada mientras limpiaba el
filo del arma en su pantalón vaquero.
—Ya no eran una
amenaza para nadie. Un buen superviviente sabe distinguir la autodefensa de la
violencia injustificada, pero, sin ofender. Es solo mi opinión.
—¿Qué ha pasado?
¿Qué querían de ti? —curioseó Paula en referencia a la emboscada.
—Robarme. Es el
hobbie número uno de la mayoría de personas hoy en día. No fue personal, de
hecho. Estaban esperando a cualquiera. Solo tuve la mala suerte de encontrarme
con ellos.
—Yo diría que ellos
tuvieron la mala suerte de encontrarse contigo —comentó Mike a la par que
examinaba los disparos tan precisos que el chico había efectuado desde su
ubicación—. ¿Tú eras policía, militar o algo por el estilo, Vega? Disparas
extraordinariamente bien.
—No, yo era abogada,
y de las buenas.
Mike frunció el
ceño desconcertado. No habría sido capaz de adivinar si le había causado más
impresión el hecho de que fuese tan buen tirador habiendo desarrollado esa
profesión durante su pasado o el uso del femenino al nombrarla.
—En fin, debería ir
a buscar a Estrella. No creo que haya podido correr demasiado con la pata
herida —decretó Vega disponiéndose a separarse nuevamente de ellos tres.
—Espera —le detuvo
Paula interponiéndose en su determinación—. ¿Por qué no vamos los cuatro
juntos?
—Oh, no, no, no, no
le hagas caso a mi hermana. Estamos bien nosotros tres, yendo a nuestra bola. No
te necesitamos para nada, amigo —se abalanzó Lilith interponiéndose entre la
chica y el ninja del sable.
—Vaya, Lilith, que
rudo por tu parte. Cualquiera diría que acabas de salir de un tiroteo —se
esforzó Vega por mitigar la tensión de la adolescente a la par que compartía
con ellos una sonrisa resplandeciente—. Entonces sois hermanas. La verdad es
que os parecéis un poquito, en la nariz quizá. Ah, y no es amigo, es amiga.
Trata de recordarlo.
—Lilith… —se
adentró Mike en la conversación emergiendo desde un segundo plano—, ¿sois
hermanas? ¿Vas en serio?
—Mike… Yo… Te lo
puedo explicar, en otro sitio, a solas. Lo siento, hay muchas cosas que no te
podía contar mientras estuviéramos dentro de la base —se rebajó Lilith tratando
de no causar un enfado en su novio en aquellas condiciones.
—Uuuuuh, esto me
huele a drama adolescente, y nunca he podido con esas series de la tele. Creo
que es el momento de que vaya a buscar a Estrella.
—Espera… —le detuvo
Mike súbitamente—, te ayudaremos a buscar a tu yegua. Es lo mínimo que podemos
hacer después de que nos hayas salvado el culo ahí atrás. ¿Te parece bien,
cariño?
Sin expulsar una
sola palabra, Lilith se rindió ante la propuesta de Mike consciente de que no
iba a ser una buena idea tratar de contraatacarle en aquel instante. La chica
se maldijo a sí misma por haber sido tan despistada como para que se le
escapara aquel detalle antes de sentarse con él para hablarlo.
—Creo que sois
bastante capaces para salir adelante vosotros solos, pero si de verdad queréis
venir conmigo, no seré yo quien se vaya a oponer —se sinceró Vega compartiendo
una mirada de simpatía con la pequeña del trío—. Eso sí, no esperéis que cubra
las necesidades afectivas de nadie. No se me da muy bien.
—Esas hace tiempo
que las tiré por el váter —espetó Lilith sin tratar de ocultar al espadachín su
posición de alerta y desconfianza—. Pórtate bien con nosotros y nosotros
haremos lo mismo. Es lo único que necesitamos de ti.
—Como usted diga,
señorita, no quiero terminar igual que esas pobres almas en pena que se
encontraron con tu cuchillo rebosando furor.
—¿Qué?
Lilith no pudo evitar
sobresaltarse cuando Vega desenfundó el sable sin previo aviso y lo usó para
marcar una dirección.
—Por el momento,
iremos por allí, siempre y cuando la señorita Furor no se vaya a enfadar por
ello. Con un poco de suerte, encontraremos a Estrella antes de perder el día
entero.
Mientras Mike y
Paula comenzaban a caminar detrás de Vega, la señorita Furor permaneció
inamovible unos segundos asesinando a Vega con unas pupilas cargadas de odio.
Si hubiese sido otra persona, probablemente le habría intentado clavar un
puñetazo en la cara por burlarse de ella.
—Gilipollas…
Hawk sintió como volvía a arderle la boca del
estómago cuando otra acometida de su vómito se preparó para ensuciar el bidé
que ya se había inundado en su bilis. Tras haber vuelto del viaje tan extraño
en el que se había sumido y haber permanecido llorando durante lo que creía
haber sido más de una hora, el anciano fue sometido por sus nauseas hasta el
punto en el que no pudo soportarlo más y necesitó vaciarse.
Transcurrieron
otros quince minutos hasta que pudo levantarse. Tras ello, se lavó las manos
con un poco de agua que había en un pequeño cubo y salió del lavabo deseando no
entrar nunca jamás ahí. Su cerebro le martilleaba y su cuerpo aún temblaba,
como si acabase de recorrer mil kilómetros en dos segundos. Ni siquiera durante
las pruebas de su poder de velocidad se había encontrado en semejante estado.
Se palpó de nuevo el cuello y descubrió que las heridas de los bocados ya
habían desaparecido por completo.
El sonido de un
relinche penetrando en su cabeza aún le aturdió más. Hawk caminó hasta la
ventana. No pudo sorprenderse más cuando observó a un caballo rondando frente
al edificio. El animal dio un par de vueltas sobre sí mismo y se dejó caer en
el asfalto, rendido. Aunque no era veterinario, sabía que aquel espécimen no
estaba en muy buenas condiciones.
A través de la
persiana, Hawk empezó a atisbar a un par de zombis que se acercaban al animal
herido. Sin necesidad de repensarlo, recuperó su bate todavía empapado en la
sangre de los dos muertos que había despachado, y concentrándose para no
vomitar de nuevo, echó a correr. En menos de un segundo, el viejo recorrió todo
el camino desde su casa hasta el portón rojo. Frenó con el tiempo justo para no
estamparse contra él y lo empujó, yendo directo a por los zombis.
—Os gusta ir a por
los indefensos, ¿verdad, hijos de puta?
Dos inesperados
estruendos aniquilaron su sentido del oído al mismo tiempo que reventaban la
materia gris de los cadáveres andantes. Hawk se giró hacia el lugar del que
habían provenido los disparos aferrado con fuerza a su bate. Un revolver
apuntaba directamente a su pecho.
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