6. ¿Cara o cruz?
—¡Vamos, cariño, es
hora de cenar!
Hawk se despertó
sobresaltado escuchando la llamada de una voz casi angelical. Se hallaba
tumbado en un sofá antiguo, y aunque en un principio pensó que se trataba de su
propia casa y de su ya fallecida esposa atendiendo a Bella, lo cierto era que
no reconocía el más insignificante elemento de los que conformaban aquel hogar.
La cerradura de la
puerta principal, compuesta por madera, crujió al permitir el acceso a una
anciana canosa con moño que muy probablemente rondaría su edad.
—Margaret, ya estoy
en casa.
—¿Lo has
encontrado?
Desde la cocina
apareció una señora de mediana edad cargando con una niña en brazos.
—No, pero he traído
canela, que es parecida.
—Mamá, Jane no
puede comer canela. Es alérgica.
—Vale, tú eres Jane
—musitó Hawk para sí mismo poniéndose en pie—. ¿Y Paula?
—Hija, deberías
habérmelo dicho.
—Pero si te lo
dije.
—Bueno, no pasa
nada.
Un llanto vigoroso
puso en alerta tanto al anciano como a las dos mujeres. Esforzándose por no
desorientarse, Hawk siguió a Margaret hasta un pasillo con unas escaleras que
conectaban a la segunda planta.
—Paula, cielo, los
mellizos quieren mamar.
Otra chica salió
molesta del baño superior. Se ató en una coleta su cabello rubio tintado y se
apoyó sobre el manillar de la escalera.
—¿La madre de
Paula? ¿Paula también? ¿Y… mellizos?
—Mamá, iba a darme
una ducha.
—No deberías
hacerles esperar si tienen hambre. Ya lo sabes.
—Está bien…
—¿Mamá?
Hawk retrocedió con
su cerebro martilleándole el cráneo. Aquella escena no tenía sentido si la
comparaba con lo que había presenciado hasta entonces. Se le estaba escapando
algún detalle que ordenase todo el desastre que había en su mente, pero era
incapaz de deducir cuál.
Cuando la chica
llegó a la primera planta y se dirigió hacia la habitación a su izquierda, Hawk
se desubicó todavía más. Era evidente que no podía conocerla, pero había algo
en su rostro que le resultaba familiar. Quizá solo fuese la similitud con su
hija, aunque no podía asegurarlo.
El anciano siguió a
la joven Paula al dormitorio. La decoración del interior le recordó de forma
vaga a un cuarto infantil, pero no se parecía en nada al que habían compuesto
él y su mujer para Bella antes de su nacimiento. Aquel rincón rebosaba tristeza
por todas sus esquinas.
Sin embargo, lo que
más destacaban eran las dos cestas de color rojo y amarillo que estaban sobre
una cama de matrimonio. Hawk se asomó por encima de ellas. Dos bebés lloraban a
pleno pulmón en un coro irregular de chillidos.
—Sois unos jodidos
tragones, ¿eh? No me dejáis tranquila ni un momento.
El timbre de la
entrada sonó con estrépito. Hawk miró un reloj de pared cercano. No parecía la
hora ideal para que se presentase una visita. El inesperado ruido le distrajo
tanto que no captó a la joven cogiendo una moneda de encima de una mesita de noche.
—A ver a qué
demonio le toca primero —expresó lanzándola para agarrarla al vuelo—. Cruz.
Bien, el que me muerde.
El escandaloso
timbre reclamó asistencia tres veces seguidas más mientras Paula agarraba la
cesta roja.
—Ya voy, ya voy.
Que poquita paciencia.
Hawk regresó al
pasillo con un pálpito abrasador en su pecho. Quiso gritarle a la anciana que
observaba por la mirilla que no abriese esa puerta bajo ningún concepto, aunque
sabía que sería inútil.
—¡Mama, no abras!
—No, hija, si no
lo…
Con un estruendo,
la puerta se abrió de una brutal patada. La anciana cayó de espaldas como una
rama seca, quebrándose la cadera en el proceso. Su dolor inmovilizador se
apaciguó cuando un encapuchado entró y le clavó una bala en el cráneo. Hawk
retrocedió incluso temiendo que él fuese a ser el siguiente, pero el extraño ya
había notado a la mujer que chillaba y huía hacía la cocina.
Hawk corrió tras
ella a la par que el encapuchado. Deseó haber permanecido quieto después de
presenciar cómo el arma con silenciador estampó dos tiros susurrantes en su
pecho. Una vez eliminada, el individuo captó a su siguiente objetivo junto a la
asesinada.
—¡Mamá! ¡Mamá! ¡No!
¡Levántate! ¡Mamá!
—¡No, cabrón,
déjala!
Hawk continuaba
siendo consciente de que su intervención era inútil, pero no pudo sentirse más
impotente cuando el hombre agarró a la pequeña Jane de la cintura y se la llevó
con él. En el recibidor, otros dos enmascarados se habían adentrado en el
domicilio. El anciano reconoció a uno de ellos. Era su padre.
Fox sujetó a Jane
por la barbilla y la forzó a mantenerle la mirada mientras lloraba sin ningún
consuelo.
—Llévala al coche.
—¡No, mamá! ¡Mamá!
¡¡Mamá!! ¡¡Te odio!! ¡¡¡Te odio!!! ¡¡¡Te odio!!!
Con un chasquido,
Steve atrajo la atención de la soldado que le acompañaba.
—Registra toda la
casa. La chica y el bebé tienen que estar por aquí.
No pasaron más de
unos segundos hasta que el llanto invadió sus oídos. Hawk distinguió una
sonrisa de victoria en el semblante de Fox.
—Oh, mierda…
—¡Hawk! ¡Hawk,
vamos, viejo, levántate! ¡Te necesitamos aquí!
—¡No te esfuerces! —aulló
Lilith arrastrando a Vega de nuevo a su cobertura—. ¡Volverá en sí, pero no
sabemos cuándo!
Hawk corrió hacia
el cuarto infantil y entró con tal velocidad que hasta percibió un imposible
signo de fatiga en su cuerpo. Paula había apagado las luces y se hallaba junto
a la ventana abierta del cuarto. Había arrojado la cesta roja al jardín trasero
de la vivienda, y se disponía a recuperar la cesta amarilla cuando escuchó los
pasos de los intrusos dirigiéndose hacia la habitación.
Los músculos de la
joven se tensaron. Hawk adivinó lo que la chica quería hacer, pero podía ser
consciente de lo que realmente haría. Con rostro de terror, se lanzó al jardín.
El anciano fue hacia la ventana y se asomó para contemplarla huyendo con la
cesta roja hasta que se perdió a través de un callejón.
Hawk suspiró con
pesar cuando Fox entró en el cuarto y encendió la luz.
Leo se deslizó a su
izquierda, evadiendo una flecha que podría haber reventado sin dificultad su
corazón. Recargó su arma y continuó disparando a los arqueros, quienes se
habían apostado tras unos coches ruinosos después del primer tiro. Desde su
posición le resultaba complejo tratar de acertar y controlar el retroceso de la
pistola, pero servía como fuego de supresión para evitar que se aproximasen a
rematarlos.
—Joder, B, tendrías
que haberte asegurado de que no tenían armas de fuego antes de iniciar el
combate —le recriminó uno de sus subordinados acurrucado junto a su coche—.
Mira en que lío nos has metido.
—Y yo qué sabía,
coño. Hoy en día ya casi ningún nómada tiene balas funcionales.
—¿En serio? ¿Esa es
tu excusa? Pues mira, ¡sorpresa! Los procedimientos de actuación de R se
crearon por un motivo.
—¡Cállate,
joder!
—¡Leonard! —chilló
Vega desde la zona derecha del jardín—. Voy a abrir fuego contra ellos.
Aprovecha para venir aquí.
—¡Vale!
Tal y como había
indicado, Vega descargó su revólver contra los vehículos. Leonard corrió un par
de metros y saltó hacia el césped para esquivar otra flecha que habría
atravesado su pierna de lado a lado.
—Vale, vale…
El rubio se
parapetó junto a la espadachina mientras respiraba intentando tranquilizarse.
No podía ser tan complicado averiguar una estrategia para segar las
insignificantes vidas de aquellos arqueros. Michaela le había entrenado durante
semanas para ser capaz de resolver situaciones mucho más complejas. Solo tenía
que concentrarse.
—Vega —la llamó
Lilith, que se hallaba justo detrás de ella—, tenemos que traer a Mike aquí.
Quizá todavía podamos salvarle la vida.
—Me preocupa más
que podamos salvarnos nosotros —le aclaró Leonard pese a lo cruel que sonó.
—Vega, se está
desangrando ahí fuera, solo. ¿Y si fuera tu yegua?
—Mi yegua está ahí
fuera, atada, expuesta a las flechas.
—Pero no se está
muriendo.
Vega la sostuvo por
el hombro y la empujó lejos de la verja tras cerciorarse de que se estaba
obstinando en avanzar hacia ella con cada dialogo que emitía.
—Estos tipos no son
simples arqueros. Es como si hubieran nacido con un arco bajo su brazo. En el
momento que pongas un pie fuera, estarás muerta. Piensa en tu hermana.
Lilith observó
apenada a Paula, inconsciente. Al menos ella se hallaba ajena a lo que sucedía,
tan calmada, tan… inocente.
—Tienes razón. No
debería pensar en Mike ahora mismo.
Vega retrocedió
satisfecha por haberla convencido. Lo que no imaginaba es que la joven iba a
robarle el revólver y esprintaría hacia la carretera.
—¡Lilith, no!
—¡Sacad a mi
hermana de aquí! ¡Llevadla a un lugar seguro! ¡Y decidle que la quiero!
—¡Leonard, párala!
Para cuando el
rubio recibió la orden, Lilith ya había abandonado la casa rural. Tres arqueros
surgieron de sus posiciones dispuestos a cazar a la inconsciente. Esta descargó
las balas que aún permanecían en el tambor sin ningún objetivo claro. Agotar la
munición fue suficiente para que la primera flecha volase hasta perforar su
costado.
Una arquera más
apareció para ayudar a sus compañeros. Leonard aprovechó la distracción para
aumentar la concentración de sus disparos. Uno de ellos atravesó un hombro,
otro rozó un cuádriceps y el tercero erró. Sus rivales se ocultaron de nuevo
amedrentados por su puntería.
—Joder…
Leonard no salía de
su asombro cuando vio a Lilith, que había sido derribada por el impacto,
incorporarse contra todo pronóstico. Chillando como una demente y sin
importarle en absoluto tener una flecha clavada, echó a correr en dirección a
los vehículos. Una de las arqueras se reveló por tercera vez desde su cobertura
para detenerla definitivamente. Lilith arrojó el revólver vacío a su rostro,
obteniendo el tiempo suficiente para lanzarse encima y evitar que la ensartase.
—¡Vamos, vamos!
Vega no quiso
desperdiciar ni un segundo del sacrificio de la pobre chica. Cogió a Paula
entre sus brazos y ordenó a Leonard que continuase disparando. Una vez fuera,
subió a la niña encima de Estrella, la desató del poste en que la mantenía
retenida y montó.
—¡Leonard, vamos!
¡Ahora! ¡Sube!
—Espera, ¿y Hawk?
—¡No hay tiempo ni
espacio! ¡Vamos!
Lilith se sujetó
con fuerza inhumana al arco y estiró de él para arrebatárselo a su propietaria.
Su fútil intento de contraatacar se desvaneció al instante. Cinco flechas se
clavaron una tras otra en el cuerpo de Lilith. La chica cayó de espaldas,
aceptando sin resentimiento su final.
Entre el mar de
flechas, uno de los arqueros atacó a Estrella, consciente de que sus objetivos
podrían escapar con su velocidad. La yegua relinchó al sentir la punta de metal
hincándose en el lomo y aceleró sus patas en sentido contrario al pueblo antes
de que Leo pudiese subir. El chico corrió desesperado tras el animal mientras
Vega la espoleaba para detenerla sin éxito.
—¡Vamos, Leo,
corre! ¡Vamos, corre! ¡Ya casi lo tienes! ¡Corre!
Pero él sabía, pese
a su tormentoso sprint, que no lo conseguiría. Leonard trastabilló después de
que una flecha se colase entre sus piernas y cayó en el asfalto a merced de sus
asesinos.
—Que preciosidad —expresó
Fox deleitándose con el olor de la recién nacida—. Me pregunto qué sexo
tendrás. Tu mamá es tan cutre que te ha puesto en una cesta amarilla. No sé de
quién lo habrá aprendido.
—Eres… eres un ser
despreciable —le escupió Hawk furioso—. Todo esto para robar un bebé.
—Capitán Fox —le
llamó con respeto la soldado que había entrado en la casa junto a él—. Mi
compañero y yo no hemos encontrado ningún rastro de la chica. No está aquí.
—No puede estar muy
lejos —afirmó Steve examinando con sumo interés la ventana abierta del
dormitorio—. Peinad la zona. Si la veis, eliminadla con discreción, y si no, no
importa; es solo una cría que, tarde o temprano, se morirá de hambre ahí fuera.
Yo tengo un avión que coger.
Fox cogió la cesta
amarilla a la par que Hawk se acercaba hasta ubicarse a menos de un palmo de
distancia de él. Si el cuerpo de aquella alimaña no hubiese sido solo una
representación de la mente de Paula, lo habría asado vivo allí mismo.
—Reza para que
nunca lleguemos a vernos, si es que todavía estás vivo, puto cabrón, porque ese
día, te arrepentirás de haber nacido.
Hawk chilló
dominado por la rabia mientras su padre se la llevaba. Justo antes de
despertar, sintió que sus nervios ardían y sus venas explotaban rebosantes de
ira.
Estrella frenó de
improviso y alzó sus patas delanteras reaccionando a una explosión cercana.
Leonard y los arqueros también se cubrieron los cuerpos cuando tres estallidos
más amenazaron con reventar sus tímpanos. Incapaz de sostenerse, Vega cayó al
asfalto víctima de la gravedad, arrastrando consigo la mochila de la niña.
Estrella, asustada por el dantesco espectáculo que se cernía alrededor,
continuó huyendo con Paula encima sin importarle dejar a su jinete atrás.
Vega se puso en pie
con la espalda dolorida. Una porción de lo que antaño había sido un bar de
copas había reventado como si alguien hubiese colocado una bomba y parte de la
pared se había desplomado, obligando a sus enemigos a salir de su zona de
confort.
Ni siquiera eso fue
suficiente para detenerles. Vega maldijo a su mala suerte cuando visualizó a
cinco de ellos levantándose entre los escombros.
—¡Leo! ¡Corre hacia
el rio! ¡Hay que llegar al coche!
—¡Hawk tiene las
llaves!
Vega examinó a los
arqueros. En el estado en el que se hallaban, tratar de alcanzar la mochila de
Hawk sería otro suicidio como el de Lilith.
—¡Da igual! ¡Corre!
—¡Vamos, id tras
ellos! —comandó B exaltada a su equipo—. ¡Que no huyan! ¡Venga, venga!
Aunque Vega fue la
primera en precipitarse hacia el camino que había marcado, Leonard no necesitó
ni un minuto para rebasarla, pues él la superaba con creces en velocidad. Ambos
habían suplicado casi al unísono que los arqueros no fueran veloces, pero
resultó ser todo lo contrario. Parecían tan acostumbrados a ello que incluso
infundía respeto.
Vega le señalaba a
Leo rutas alternativas por las que podrían despistarlos, pero ni empleando su
táctica podían deshacerse de su hostigamiento. Fue poco antes de atravesar el
puente cuando una de las múltiples flechas con las que arremetían alcanzó una
de las ya malheridas piernas de la joven. Leonard se detuvo para acudir en su
ayuda.
—¡Vega! ¡Vega,
vamos, levántate!
—No puedo… ¡Leo,
vete!
—No voy a…
—¡No puedo correr
con una flecha en la pierna! ¡¡Vete!! ¡¡Ahora!! ¡¡¡Corre!!!
—¡Ahí están!
—¡Mierda!
Presa del pánico,
Leo agarró la mochila de Paula y echó a correr otra vez hacia el exterior del
pueblo. Pese a que un impulso en su interior le atormentaba para que mirase atrás,
él sabía que no quería ser testigo del asesinato de Vega bajo ningún concepto,
por lo que siguió adelante con su mirada fija en el horizonte.
Lejos de rendirse,
la espadachina utilizó su sable para incorporarse soportando la tortura a la
que su gemelo estaba siendo sometido y se arrojó sin pensarlo al río.
Sorprendidos, los arqueros se asomaron por el puente, alcanzando a discernirle
en la lejanía mientras era arrastrada por las sucias corrientes de agua.
—¡Joder!
—Tranquila, G. Ese
ya no va volver a venir aquí. Vamos a por el que queda.
Aún después de
haber despertado, Hawk se mantuvo unos diez minutos atrapado en el limbo de la
somnolencia hasta que su conciencia retornó al jardín. Se incorporó con más
presión en su cráneo, si es que era posible, que en su último viaje. Esperaba
que sus acompañantes le hubiesen trasladado hasta un espacio más cómodo e
íntimo y que los desconocedores de su condición le interrogasen acerca de lo
que había ocurrido, pero en su lugar, nada ni nadie se presentó. Había
regresado con exactitud en la misma coordenada en la que se había ido.
—¡Hey! ¡Gente!
¿Dónde demonios os habéis metido?
No fue hasta que
arrastró los pies hacia la verja que descubrió las múltiples flechas clavadas
junto a esta, y un poco más allá, a un cuerpo inerte desangrado en la
carretera.
—Dios…
Con su pecho en el
límite de un infarto, se acercó hasta este para comprobar que no se había
equivocado en su creencia de primera mano. Se maldijo a sí mismo por tener
razón al confirmar que se trataba de Mike.
—¿Qué ha pasado
aquí? ¡Vega! ¡Lilith! ¡Paula!
Durante su
inspección desesperada del entorno, Hawk se cruzó con un hilo de sangre que se
dibujaba desde la carretera hasta unos vehículos cercanos. Sin siquiera
meditarlo, caminó hacia ellos sintiendo como la angustia escalaba hasta su
garganta.
Leonard tropezó con
su propio pie. Apretó la mochila de Paula contra su abdomen intentando contener
el impacto cuando cayó, pero no pudo evitar el imperioso ardor que le recorrió
desde el codo hasta el hombro.
—¡Ahí está!
—Joder…
El rubio se
incorporó en milésimas de segundo y continuó corriendo con resiliencia haciendo
acopio de la escasa energía que le quedaba. Se había escabullido de los
arqueros durante más de veinte minutos esprintando como nunca lo había hecho.
Sentía que las válvulas de su corazón reventarían de un momento a otro, pero no
podía detenerse. No había sobrevivido a la base del terror para permitir que le
mataran unos idiotas con arcos.
Entre los chillidos
de movilización del equipo que trataba de asesinarle, Leo creyó distinguir el
sonido de un motor. Su presagio se hizo cierto cuando un jeep apareció a toda
velocidad desde un camino de tierra a su izquierda y frenó en seco junto a él.
La copiloto bajó rauda la ventanilla y se asomó a su través.
—¡Cúbrete detrás
del jeep! ¡Rápido!
Ni siquiera se
detuvo a reflexionar sobre quién podría ser aquella mujer. Leonard se precipitó
hacia la cobertura que le proporcionaban y comprobó la munición de su pistola,
listo para volver a abrir fuego si era necesario.
—No… No, no es
posible…
Hawk se abrió paso
entre innumerables trozos de piedra al divisar un segundo cuerpo sobre el arcén
adornado con múltiples heridas punzantes. Con un quejido de lamento, se apoyó
en un vehículo cercano sintiendo que podría hiperventilar en cualquier
instante.
—Y yo que la quería
ver muerta… ¿Cómo puede ser tan irónica la puta vida?
El anciano estaba
pensando en cuántas desdichas más aguardaban a ser descubiertas cuando un
torbellino de balas ahorcó el silencio latente.
La copiloto se bajó
del jeep en cuanto vio que el chaval se hallaba protegido y disparó al cielo
con la ametralladora que poseía. Los arqueros se detuvieron estrepitosamente
mientras uno de ellos les hacía indicaciones llamativas con los brazos. La
mujer caminó hacia el punto en el cual se habían apostado con el arma preparada
pese a que sabía que no necesitaría utilizarla.
—¿Quién es esa? —consultó
uno de los más despistados.
—¡Idiota, es la
ministra! —le chilló B alarmada—. ¡Que a nadie se le ocurra apuntarle con el
arco! ¡Esta zorra es capaz de empapelarnos!
Leo se asomó desde
su posición como reacción al silencio generado tras el torrente de la
ametralladora. La chica del jeep se detuvo junto a los arqueros, se colgó su
poderosa arma en el brazo y recogió su cabello tintado de naranja en una coleta
con absoluta normalidad.
—Podríais quitaros
las máscaras. Yo sé quiénes sois y vosotros sabéis quien soy, ¿no, Betty? No
hay ninguna necesidad.
Uno de sus
subordinados se dispuso a quejarse por la orden, pero Betty le detuvo empleando
un gesto casi amenazante.
—Yo hablo. Vosotros
no despeguéis el pico, por la cuenta que nos trae. Quitaros las máscaras.
—Sinceramente, no
sé a quién pensáis que engañáis poniéndoos esa cutrez en la cara.
La mujer de pelo
naranja se encendió un cigarro mientras los arqueros retiraban la protección de
sus rostros.
—¿Qué estás
haciendo aquí, Ada?
—No, la pregunta es
qué estáis haciendo vosotros aquí. Este no es vuestro pueblo.
—Estamos… buscando
recursos.
Ada exhaló con
suavidad una de sus caladas y miró a Betty con expresión de decepción.
—Betty, querida,
¿crees que soy estúpida? Contesta honestamente, por favor.
—No, por supuesto
que no.
—¿Entonces por qué
me cuentas una estupidez?
—No es ninguna…
—Os lo dije.
Tenemos ojos y oídos en todas partes. No os oculté esa información en ningún
momento, y, sin embargo, me da la sensación de que no ha terminado de calar en
alguna mente iluminada de vuestro gremio.
—Nosotros no…
—Sé que habéis
estado matando gente sin razón de peso. Tenéis suerte de que no viváis en la
Sede y la ley os ampare en ese aspecto, pero de lo de la iglesia no os vais a
librar.
—No… no sé de qué
me estás hablando.
—¿Y entonces por
qué se te quiebra la voz? No se trata solo de que seas una mentirosa muy mala,
sino de que lo sé a ciencia cierta. Estáis almacenando parte de vuestro
patrimonio debajo de la basílica. No sé por qué ni quiero saberlo, pero lo que
sí sé es que la persona que tomase la decisión ha incurrido en un delito de
evasión fiscal.
—¿El qué?
—Básicamente, no
podéis utilizar ninguna instalación de este pueblo si no pagáis el impuesto que
corresponde a su alquiler, y lo estáis haciendo.
—Nosotros solo…
—Volved a casa y
decidle a vuestro Padre que requisaremos todo lo que haya en la basílica, sin
excepción. Además, el pago de su alquiler del próximo mes se verá incrementado
a un 30% sobre el patrimonio base. En caso de que no saldara la deuda en el
plazo correspondiente, sería arrestado, conducido a la Sede y juzgado por el
delito cometido según nuestra legislación.
—No puedes hacer
eso. Apenas tenemos para pagar el 10%
—Por supuesto que
puedo. ¿Quieres que revise el código? Seguro que encuentro dos o tres delitos
más que añadir a la cuenta.
Betty se mordió la
lengua nerviosa. No quería ni imaginar lo que podría llegar a hacer el Padre
por la decepción de la noticia, pero tampoco le iba a beneficiar presionar a la
ministra. Mediante un gesto de su mano y en absoluto silencio, indicó a su
equipo que se retirase, y todos corrieron al unísono hacia una senda que se
extendía a su derecha.
La ministra se
deshizo de su cigarrillo en cuanto el último de ellos hubo desaparecido. Caminó
hasta la ventanilla del jeep que había bajado y se apoyó sobre ella.
—Eres el mejor
interceptando comunicaciones, Abel.
—Ni siquiera
suponía un reto. Seguro que tienen los walkie talkies más baratos del mercado —respondió
el conductor con humildad—. Tú tampoco lo has hecho mal. Cada vez se te da
mejor eso de intimidar.
—Al final te
acostumbras.
—Oye, ¿y el chaval?
—Estoy aquí.
Ada avanzó unos
pasos hacia donde se había posicionado Leonard, ya lejos del jeep, aferrado con
energía a su pistola.
—Tranquilo, estás a
salvo ahora.
—Gracias…
—Soy Ada Lamberg —se
presentó la chica estirando su brazo en señal de respeto.
Leo meditó durante
unos segundos si debía estrecharle la mano, y finalmente lo hizo.
—Leonard Lewis.
—Encantada, Leonard
Lewis.
—Hey, Ada —la llamó
Abel desde el jeep—. Viene otro tipo por allí.
Ada y Leonard
extendieron sus campos de visión hacia la lejanía, desde la cual se aproximaba
un anciano con aspecto deteriorado.
—No lo identifico.
Mantente alerta.
—¡No! —les detuvo
Leo exaltado—. ¡Está conmigo! Se llama Hawk.
Hawk respiró un
poco más aliviado al conocer que uno de los miembros del grupo se hallaba con
vida. Notó el impulso de recorrer la distancia que les separaba en milésimas,
pero se contuvo para no ser descubierto y caminó a una velocidad apresurada,
pero adecuada, hasta encontrarse junto al chico.
—Hola, soy…
—¿Qué ha pasado,
Leonard? —le interrogó el viejo ignorando la presentación de Ada.
—Hawk, yo…
—¡¿Qué ha pasado?!
¡Dímelo! ¡¿Dónde están todos?! —inquirió implorando que hablase, sin importar
lo que fuese a contar.
—Nos hemos ido a la
mierda, Hawk. Eso ha pasado.
—¡No! ¡No, por
favor, no! ¡Para!
Sus parpados se separaron
reaccionando a los chillidos sobrecogedores que se expandían por su oído hasta
acelerar su corazón. Paula observó la habitación en la que había aparecido.
Aunque era consciente de que se había internado de nuevo en la mente de Hawk,
el entorno se hallaba tan cerrado y oscuro que no podía adivinar de qué lugar
se trataba.
—¡No, no, para! ¡Me
callaré! ¡Me callaré!
Un tipo con sucia
bata blanca e identificación antigua utilizó una porra eléctrica para acallar
los gritos que estaban columpiando en sus tímpanos. Aunque solo era un
recuerdo, la chica no pudo evitar percibir cómo un olor a quemado irrumpía en
su olfato.
—Doctor, el sujeto
está despierto. Le he administrado el sedante tal y como está indicado en el
tratamiento, pero parece estar creando resistencias. Solicito permiso para
aumentar la dosis.
Paula se acercó
hacia la cama junto a la que se situaba el desconocido hablando a través de un
aparato similar a un walkie. Retrocedió asustada al identificar a la persona
que se hallaba en el colchón esposada de manos y piernas.
—Hawk…
—Muy bien. Así se
hará.
Al menos media
docena de aparatos médicos que no sabía para qué servían se conectaban a su
cuerpo mediante cables.
—¡No! ¡Soltadme!
¡No le diré nada a nadie de lo que estáis haciendo! ¡Por favor! ¡Por favor!
—Está muerto,
doctor Webster. Nunca volverá a ver la luz del sol. Cuanto antes lo entienda,
más rápido podremos progresar.
—¡No! ¡Por favor!
—Este era su
proyecto. Debería estar orgulloso de poder contribuir a él.
—¡Puedo darte lo
que quieras! ¡Haré lo que quieras! ¡Por favor, por favor, ayúdame!
Ignorando sus
patéticas súplicas, el bateado pulsó diversos botones de una de las máquinas.
Hawk tardó menos de diez segundos en ser inducido en un profundo sueño.
—A soñar con los
angelitos. Dentro de poco vendrán los entendidos a mirar en tu cabeza.
Paula se abrazó a
sí misma. No había ningún motivo para ello, pero sentía sus brazos helados
hasta su capa más profunda.
—Pobre Hawk…
Hawk comenzó a
cubrir el agujero con la tierra que acababa de cavar tras haber depositado el
cuerpo de Mike sobre este. Después de que Leonard hubiese puesto al día al
anciano con todo lo que había sucedido, este se había presentado a Ada y Abel
pidiendo disculpas de antemano. El dúo les contó acerca de quiénes eran las
personas que les habían atacado y les propuso ir con ellos a la Sede en la que
vivía su grupo.
Tras ello, la
pareja del jeep había comunicado que debían dirigirse a la iglesia para
llevarse lo que había dentro, y que pensaran mientras tanto acerca de su
oferta. Sin embargo, Hawk había preferido aprovechar ese lapso de tiempo para
enterrar a los novios. Aunque no los conocía en profundidad, le parecía muy
inhumano dejarles a la intemperie para que los devorase cualquier zombi que
pasara por allí, y Leonard no había podido oponerse a su razonamiento.
La mente de Hawk se
encontraba inmersa en sus divagaciones cuando Leonard apareció en el jardín
arrastrando el cadáver de Lilith. Ambos habían concluido en que aquel lugar
sería ideal para acogerles por toda la eternidad, y el hecho de que hubiese una
pala en un cobertizo cercano también había servido como apoyo para la idea.
—Échala ahí.
—¿Los vas a
enterrar juntos? Cava otro agujero, hombre.
—Creo que así lo
hubiesen querido ellos —justificó Hawk su decisión—. Además, hay que ser
prácticos.
—Está bien…
Aunque un poco
dubitativo, Leo colocó a Lilith junto a Mike y se apartó para que Hawk no le
bañase con la tierra que estaba arrojando al hueco.
—Todavía no puedo
creerme lo que ha pasado. Se suponía que este pueblo sería más seguro. Hemos
viajado durante más de una semana para acabar muertos y segregados. Esto es
culpa de ese espadachín.
—No puedes culpar a
Vega por esto —salió el rubio en su defensa—. Durante el tiempo que he estado
con ella, lo único que ha hecho ha sido preocuparse por mí, por nosotros. Nadie
podía prever lo que iba a pasar.
—Quizá…
Leo se cruzó de
brazos, centrándose en el movimiento de la pala.
—¿Seguro que no la
viste cuando cruzaste el rio?
—Ya te lo he dicho.
No vi nada de nada. Igual incluso ha tenido suerte y ha escapado. La muy puta
es un hueso duro.
—¿Y qué vamos a
hacer con lo de Paula y Estrella?
—¿Qué quieres que
hagamos?
—No sé… Están ahí
fuera, en alguna parte. Deberíamos buscarlas.
—Mira, chico —se
dirigió Hawk hacia Leo adoptando una pose de seriedad—. Ninguno de los dos está
en condiciones para salir a buscar a nadie. Haremos lo que mejor convenga para
nuestra supervivencia, o al menos, yo lo haré. Tú puedes hacer lo que quieras.
—¿Ni siquiera te
importa?
Leonard asestó al
anciano con una penetrante mirada mientras este concluía su tarea. Sabía que él
no era la persona más indicada para dar lecciones acerca de relaciones
profundas con los demás, pero le resultaba inaudita una actitud tan gélida y
carente de emoción.
—Me importaba,
hasta cierto punto, pero visto lo visto, ya no voy a sacar nada de aquí.
—¿No vas a sacar
nada?
—Sí, chiquitín, en
este mundo, todas las agrupaciones van sobre conseguir algo. Tú viniste a
nosotros por el BMW, así que no te hagas el hipócrita conmigo. Al menos les
estoy enterrando. Deberían agradecerme que van a tener un nicho.
—Lilith tenía razón
en lo que decía. Eres un gilipollas y ni siquiera te molestas en ocultarlo.
Leonard sacó de su
bolsillo el anillo que Mike había usado para pedir matrimonio a su novia poco
antes de que ambos fuesen asesinados y lo arrojó en el hoyo sobre ellos.
—¿De dónde has
sacado eso?
—Lo recogí.
—¿Lo recogiste?
Hey, oye, ¡espera!
El rubio no deseaba
escuchar ni una sola insolencia más del carcamal pretencioso. Se dirigió a la
carretera maldiciéndole y esperó unos minutos hasta que el jeep de sus
salvadores apareció por la pendiente que conducía a la iglesia y paró de nuevo
a su lado.
—¿Ya lo tenéis
todo?
—Sí, esos capullos
habían llenado toda la cripta con mierdas. Había incluso máscaras de látex,
látigos y fustas. A saber qué clase de perversiones estaban llevando a cabo ahí
abajo. Casi parece sacado de una peli —expuso Ada desde su posición reiterada
de copiloto—. ¿Qué hay de ti y de tu amigo? ¿Habéis pensado en nuestra oferta?
La Sede es un lugar tranquilo y acogedor.
—¿Es… como una
base?
—Sí, es como una
base.
Leonard frunció el
ceño. Posiblemente, Ada habría pensado que su respuesta le convencería por
completo, pero resultó en un efecto contrario.
—¿Y… obligáis a la
gente a entrenar en combate y todo eso?
—No, Leonard, los
únicos que reciben entrenamiento son los que quieren ganarse un puesto dentro
de nuestra milicia, pero esa es su elección. Si no es lo que deseas, puedes
hacer cualquier otra cosa para contribuir en la Sede. Incluso puedes ir a
clases, de la materia que quieras. Todas son gratis para los niños y
adolescentes.
—Es que…
—Puedes venir por
un par de días. Si no te convence, eres completamente libre de irte.
—Dos de mis
compañeras están desaparecidas. ¿Podríais ayudarme con eso?
—Tenemos un equipo
militar especializado en búsqueda de personas. Tendría que consultar con
nuestra primera ministra, pero no creo que se oponga. Valora mucho la vida y la
aportación de cualquier ser humano.
—Vale. Entonces,
estoy con vosotros.
—Muy bien. Sube
detrás. Te llevaremos a la Sede.
Leo entró en los
asientos traseros del jeep y se acomodó un poco nervioso. En unos segundos,
Hawk atravesó la verja de la casa rural y se subió junto a él sin siquiera
hablar con Ada antes.
—Poneros el
cinturón, por precaución.
El jeep se movió.
Leo se abrochó el cinturón de seguridad, tal y como habían requerido, y fijó su
mirada en los muros de piedra que protegían la casa mientras se alejaba para
siempre, rumbo a otro destino incierto.
—Hey, oye, ¿te
encuentras bien?
Paula regresó al
sentir de manera abrupta que alguien la zarandeaba. Gritó tan sorprendida como
atemorizada cuando se percató de que estaba montada sobre Estrella, parada
junto a un terreno de siembra, y que un desconocido la había tocado.
—¡Aléjate!
¡Aléjate!
—Vale, vale, me
alejo… —aceptó el desconocido apartándose con los brazos en alto—. No es mi
intención hacerte daño, así que calma.
—¿Dónde estoy?
—Bueno… supongo que
en un camino cerca de mi pueblo. Estaba yendo hacia él con el coche y te
encontré aquí en medio, durmiendo como un tronco encima del caballo.
—Yegua… Es una
yegua.
—Yegua entonces.
Paula se cercioró
entonces del vehículo que había aparcado cerca de ellos.
—¿Puedo…?
—No te acerques.
Asustarás a Estrella.
—Estrella está
herida —apuntó el individuo perspicaz—. Tiene una flecha en su lomo. Es muy
probable que vaya a necesitar algo de asistencia médica.
—Estaba… Tengo que
volver al pueblo. Mi hermana y todos mis amigos están allí. Ni siquiera sé por
qué estamos aquí.
—No creo que tu
caba… yegua esté para muchos trotes, la verdad.
—Pero tengo que
volver. ¿Sabes dónde está un pueblo que tiene una iglesia alta?
El rostro del
hombre se tornó en uno de mayor austeridad al reconocer que la chica provenía
de Rockrose.
—Vamos a hacer una
cosa, ¿vale? Te llevaré a mi pueblo, intentaremos curar a tu yegua, nos
aseguraremos de que estés del todo bien, y te acompañaré a buscar a los tuyos,
¿te parece?
—¿Me prometes que
me llevarás?
—Sí, chica, te lo
prometo —le aseguró respirando más calmado—. Soy Gavin. ¿Y tú?
—Paula.
—Muy bien, Paula.
El joven agarró el
walkie de su cintura y lo colocó frente a sus labios.
—Base, aquí G. He
encontrado a una yegua y una niña pequeña, ambas sanas y sin mordidas. La yegua
tiene una herida de flecha en el lomo, pero creo que podremos tratarla con los
recursos de los que disponemos. Me llevaré a las dos a pie al pueblo, así que
necesito que alguien acuda al punto 4B para recoger el coche que llevaba y
llevarlo de vuelta. Cambio.
—Aquí base,
recibido. Enviaré a alguien. Cambio y corto.
—De acuerdo, vamos
a…
—No te acerques a
Estrella —le advirtió la chica de nuevo—. En serio, se va a poner agresiva si
lo haces. No te conoce.
Gavin examinó al
animal con curiosidad. Parecía respirar en exceso y con mayor profundidad a
causa de su herida, por lo que prefirió no provocarla.
—Vale… Yo iré
delante. Tú solo… sígueme.
—Vale…
Paula usó sus
piernas de la misma forma que había visto a Vega utilizarlas y, para su
sorpresa, Estrella se movió. No estaba convencida por completo de viajar con
aquel chico a su residencia, pero era lo mejor que podía hacer para encontrar
la ruta de regreso a Rockrose. Tan solo quería volver y descubrir que su
hermana estaba bien.
Se palpó su
pantalón en busca de la moneda de Hawk, pero no la encontró. Entonces recordó
su desmayo. Se había caído en el jardín de la casa rural.
Paula deseó que
hubiese sido por el lado de la cara.