Big Red Mouse Pointer

sábado, 18 de mayo de 2013

NH2: Capítulo 009 - Abismo

Las tropas de Jericho se desplegaron con rapidez sobre el terreno, cubriendo cada palmo de tierra con fría y férrea profesionalidad. Tras dos años de guerra contra los muertos, los Tercios conocían de sobra la importancia de la formación durante un despliegue. 

No importaba que estuvieran en una zona segura. Nada era considerado seguro en el Nuevo Mundo. Era la regla básica que todo el mundo había acabado por asumir.

La columna de soldados ascendió por la pendiente más cercana con el constante oscilar de los wakizashi sujetos a sus cinturones. La incorporación de aquella espada corta al equipamiento estándar de los Tercios había sido posible gracias al viejo Nakayama, un artesano japonés que había logrado sobrevivir al apocalipsis junto a su nieto Jinsuke. La peculiar pareja consiguió mantenerse con vida durante meses con la única ayuda de un par de espadas creadas por el propio Nakayama. Aquellas hojas de acero de cincuenta centímetros habían resultado ser el arma perfecta para el enfrentamiento a corta distancia y en espacios cerrados. Tras salvar al anciano y a su nieto de una multitud de cadáveres, Jericho solicitó a Nakayama una gran producción de espadas para incorporarlas a su equipo de combate. El resultado no podía haber sido mejor. Incluso sin su arma principal, un tercio jamás quedaría indefenso si conservaba su wakizashi. Su uso había salvado incontables vidas durante el último año. Cada una de esas espadas poseía un valor incalculable en los tiempos que corrían, quizá superior al de las armas de fuego. Si no conseguían encontrar pronto una forma de elaborar sus propios proyectiles, aquellas espadas acabarían por convertirse en su único arsenal.

Los Tercios formaron una línea de ataque en lo alto de la pendiente. Desde allí podían divisar los muros exteriores y la nube de cadáveres de la lejanía. Las Furias no les distraerían eternamente. Debían darse prisa. 

–Los muertos avanzan, comandante –le recordó Falcon tras contactar con el piloto–. El equipo debe haberse refugiado en el interior del templo. 

Una arruga de preocupación marcó la frente de Jericho mientras reconocía la zona con sus binoculares.

–No han situado centinelas esperando nuestra llegada. No es estilo de Laura. Aquí pasa algo…

Falcon, que había aprendido a confiar en los instintos de Jericho desde hacía años, reconoció la posibilidad de amenaza y actuó de inmediato, poniéndose delante de sus hombres.

–Primer equipo, establezcan un perímetro de defensa sobre esta pendiente. Queda nada vivo o muerto llegue a la entrada hasta que hayamos evacuado. Segundo equipo, armas a punto. Entraremos en el templo y buscaremos a los supervivientes. El helicóptero no aterrizará hasta que hayamos evacuado a todos y cada uno de los miembros del equipo. ¿Entendido?

–¡Entendido, señor! –bramó la voz colectiva de los Tercios, desplegándose al instante para cumplir su cometido.

Jericho se situó a la cabeza mientras Falcon protegía la retaguardia, y la columna de doce hombres se internó en la oscuridad cavernosa del templo sumerio. La oscuridad habría sido total de no ser por los focos que el equipo del templo había instalado para trabajar. La luz que otorgaban los generadores era lo suficientemente potente para iluminar los pasillos principales. Al ver aquellas costosas máquinas a plena potencia, Schaefer sintió que sus preocupaciones aumentaban. Laura conocía mejor que nadie el valor y el coste que suponía mantener aquel equipo en funcionamiento. Ya deberían haberlo recogido para evacuarlo junto al resto del personal. Nunca habrían pensado en abandonarlo a no ser que algo verdaderamente importante se lo hubiera impedido.

Las respiraciones y las pisadas del grupo reverberaban en los angustiosos pasillos, delatando su posición a cada instante. Schaefer no dejaba de contemplar cada cruce del camino como una amenaza potencial. El manual ordenaba dejar al menos a un hombre para vigilar cada intersección y evitar así posibles emboscadas. Sin embargo, en el interior de semejante estructura, Jericho se habría quedado sin hombres antes de avanzar cincuenta metros. Sólo podían seguir avanzando sin dejar de vigilar sus espaldas.

No pasó demasiado tiempo hasta que el pasillo se abrió en una gigantesca estancia de techos altos y paredes cubiertas por símbolos y representaciones sumerias. Dos potentes focos situados en zonas elevadas iluminaban la inmensa antesala… bañada en sangre.

Los Tercios se desplegaron inmediatamente y tomaron posiciones de defensa frente al pasillo por el que habían llegado. Varios cadáveres mutilados estaban desperdigados por toda la zona. Parte de uno de los focos había quedado bañado en sangre, dando una iluminación parcialmente rojiza a la dantesca escena.

Jericho avanzó con su fiel Cerberus en las manos. El tacto pesado y metálico de la inmensa escopeta le otorgó la seguridad y el valor que necesitaba para buscar el rostro de su mujer entre el festival de torsos decapitados y miembros arrancados de cuajo. Alguien vomitó detrás de él. No podía reprochárselo. Habían visto muchas carnicerías desde que el infierno había llegado al mundo, pero aquello parecía la obra maestra de un maníaco demente. La violencia de aquella escena era indescriptible, fruto de la peor fantasía lovecraniana. El goteo de la sangre aún caliente brotando de los cuerpos y los rostros aterrados de las cabezas arrancadas contaban una terrible historia de violencia y maldad.

No veía a Laura por ninguna parte. Todos los cadáveres parecían hombres. Contando las cabezas pudo identificar al menos cinco cuerpos en toda la antesala. Los numerosos restos parecían aumentar el número hasta al menos una docena.

Jericho rompió la línea defensiva y avanzó delante de sus hombres. No había donde esconderse en aquel lugar. El responsable de aquella matanza no estaba allí.

El comandante sintió los cuerpos de sus hombres detrás de él, protegiéndole mientras se arrodillaba delante de uno de los cuerpos menos destrozado. Tal y como había temido, no encontró signos de mordeduras entre los restos. Un examen rápido le confirmó lo mismo en los otros cuerpos. Aquellos hombres no habían sido atacados por los no muertos, al menos no por ninguno que hubieran visto antes. 

Un recuerdo de su época como soldado acudió a su cabeza mientras contemplaba aquellos restos. Durante su época como sargento, había participado en una misión para destruir un campamento rebelde de uno de aquellos países que nunca aparecen en las noticias. Él y su equipo habían completado la misión, pero durante el registro posterior, se habían topado con los cuerpos masacrados de medio centenar de prisioneros en una fosa común. Según los testimonios de uno de los supervivientes, aún estaban vivos cuando los líderes rebeldes habían decidido descuartizarlos. La locura había variado en múltiples y horribles torturas, desde la sección de extremidades con machetes poco afilados a la rotura de huesos con el uso de enormes piedras. Los rebeldes no se habían limitado a matarlos. Les habían hecho pasar por un infierno en el que la muerte acababa siendo tan sólo una recompensa. 

Veía el mismo odio visceral en los restos de aquellas personas. Los muertos vivientes no mataban por odio. Eran víctimas de una terrible enfermedad que se había apoderado de ellos y les impulsaba a devorar toda vida que encontrasen. Pero en aquel lugar no había rastros de mordiscos. Su atacante no buscaba alimentarse, sino aniquilar de la forma más sádica posible a esas personas.

–Los cargadores de sus armas están intactos. No llegaron a apretar el gatillo –señaló Falcon a su lado–. ¿Qué ha podido hacerles esto?

–¿Mutantes? –dejó caer como posibilidad uno de los Tercios detrás de él.

–No. Esa basura les habría robado la ropa y el equipo. Esto es otra cosa –respondió Schaefer poniéndose en pie–. La misión no ha cambiado. Tenemos que encontrar al resto de supervivientes. Extremad la precaución e informad a nuestros hombres en el exterior de que tenemos una amenaza sin identificar dentro del perímetro. 

El operario de radio se dispuse a transmitir las órdenes mientras el resto de la unidad se desplazaba hacia el siguiente pasillo. Falcon se adelantó para caminar junto a Schaefer.

–Lo han encontrado, ¿verdad? –preguntó esperando una confirmación.

–Ahora mismo sabe tanto como yo, teniente. Algo en esta vieja tumba está matando a nuestra gente. Y hasta que encontremos a alguien del equipo de excavación con vida, no sabremos nada más. Procure que sus teorías no nublen su juicio hasta entonces.

Era todo lo que necesitaba oír Falcon para volver a su puesto en la retaguardia. Si el trabajo de Laura había sido el responsable de algún modo de la masacre que habían presenciado, entonces habían cometido un gravísimo error. Tendría que encontrarla para conocer las respuestas que faltaban.

La temperatura parecía haber descendido unos grados desde que habían abandonado la antesala y podría decirse lo mismo de la moral de sus hombres. Podía verlo en sus rostros. Ninguno habría esperado encontrarse con algo así en una misión de evacuación. Ése era su error. La clave residía en no esperar nada. Adaptarse ante cualquier situación era la forma más eficaz de enfrentarse al Nuevo Mundo. 

Schaefer estaba preocupado por Laura, pero no podía permitir que sus sentimientos le impidiesen cumplir con su deber. Demasiadas vidas dependían de ello.

El camino hubiera sido difícil de encontrar en aquel laberinto de pasillos de no ser por el rastro de cadáveres que encontraban a su paso. La sangre indicaba el camino. No tardaron en llegar a la entrada del subterráneo, cubierta por escombros y restos humanos. El polvo y la sangre se habían asentado a partes iguales. Tres jóvenes más que habían perdido su vida de forma inexplicable. Sus tripas bañaban los grabados de las paredes. Su atacante seguía manteniendo sus huellas en el más absoluto misterio.

Schaefer sacó su linterna y enfocó al interior del paso que conducía a los niveles inferiores. Las paredes eran demasiado estrechas y no había focos que iluminaran el camino. Tendrían que bajar uno a uno para poder pasar. Falcon apostó dos de sus mejores hombres en la entrada para asegurar el camino de vuelta y lideró el descenso con su wakizashi en la mano. 

Los muros parecían cerrarse sobre el reducido grupo. Los Tercios, obligados a caminar de lado para poder avanzar, seguían a ciegas al compañero que tenían delante sin posibilidad de defenderse en caso de ataque. Falcon lo sabía, y por eso avanzaba con precaución por el pasaje, pisando con cuidado cada escalón de aquella antiquísima escalera de piedra, sin dejar de iluminar el camino con la pequeña linterna que siempre llevaba encima.

Las diez enclaustradas figuras bajaron sin pausa por la lúgubre escalera durante lo que pareció una eternidad. A más de un centenar de metros de profundidad, sumergidos bajo toneladas de tierra, las agitadas respiraciones de los soldados parecían oscilar en las paredes del pasaje. Nadie se atrevió a pronunciar palabra alguna durante el descenso.

Una corriente de aire ponzoñoso, aunque fresco, azotó el rostro de Falcon, y supo que la salida estaba próxima. Con los nervios a flor de piel y un río de sudor atravesando su espalda, divisó un extraño fulgor más allá del haz de su propia linterna. Miró una sola vez a su espalda, distinguiendo las siluetas de sus compañeros, tan inquietos como él, y atravesó el marco de piedra que suponía la salida de aquel pozo sin fondo. 

En unos pocos pasos quedó bañado en una brillante luz violácea, proveniente de algún lugar de las alturas. Los hombres y mujeres tras él se abrieron en abanico a sus espaldas nada más abandonar la angustiosa escalera, en perfecta formación, y todos y cada uno de ellos se quedaron paralizados al contemplar lo que la singular vista del lugar les ofrecía.

A su alrededor, extendiéndose varios kilómetros a la redonda, se encontraba la que sin duda sería la mayor cámara subterránea que el ser humano hubiera visto en milenios. Los ojos de Schaefer brillaron ante el fulgor violáceo de las gigantescas lámparas artesanales situadas en lo alto de enormes torres de piedra, emplazadas en un perfecto círculo que rodeaba la salida de la escalera. No podía asegurarlo, pero habría jurado que se encontraban en el epicentro exacto de aquella caverna.

–Menudo espectáculo –susurró uno de los soldados a su lado.

Casi podía sentir cómo la enorme presión que sus soldados habían acumulado durante el descenso se disipaba ante tan magnífica visión. No parecía haber rastro de enemigos allí abajo, pero el responsable de la masacre del templo seguía sin aparecer. Hasta que eso ocurriera, no pensaba bajar la guardia por muy espléndida que fuera la vista, y con un gesto que Falcon supo interpretar a la perfección, se encargó de que sus soldados tampoco. 

–¡Espabilad, hatajo de inútiles! Ya compraréis luego una postal en la tienda de regalos. Tenemos una misión que cumplir. ¡Centraos, maldita sea! –bramó Falcon atrayendo la atención hacia él.

Schaefer volvió a dirigir la mirada hacia las extrañas lámparas que coronaban la cima de las torres. Eran formidables. Debían colgar a treinta metros de altura por lo menos. Pero lo más extraño eran sus peculiares llamas malva resplandeciendo en su superficie. Schaefer nunca había visto algo parecido. ¿Qué podía ser aquello?

–Señor, debería ver esto –le advirtió uno de sus hombres, haciendo que centrara su atención en la distancia. 

Schaefer no lo había visto por culpa de la escasa iluminación, pero a apenas unas veintena de metros de la base de las escaleras se abría un vacío negro que amenazaba con engullir a cualquiera que no mirase donde pisaba. El comandante decidió utilizar una de las pocas barras luminosas que les quedaban para trazar la frontera que les separaba del colosal barranco. Y entonces se dio cuenta de que estaban completamente rodeados por él. 

La base de las escaleras se encontraba, efectivamente, en el centro de una pequeña isla rocosa en mitad de la majestuosa caverna. El descenso por aquella pared vertical sería imposible hasta para el mejor de los escaladores. Cuando Schaefer arrojó la barra luminosa al vacío para comprobar la profundidad, su resplandor se consumió en la oscuridad hasta extinguirse en un fondo que ni siquiera llegaron a vislumbrar.

Sin embargo, no tardaron en descubrir que aquel islote rocoso no estaba totalmente aislado del resto de la caverna. Encontraron un antiquísimo y grueso puente de piedra en el polo opuesto del pedrusco. El camino estaba marcado por las mismas y extrañas lámparas de llamas violáceas, ésta vez, situadas a ras de suelo.

Falcon llamó a formación y el equipo comenzó a avanzar por el puente, vigilando cada sombra que las llamas malvas revelaban a su paso. Apenas podía distinguir el final del puente por culpa de aquella maldita iluminación. Las sombras y la oscuridad parecían tragarse los tramos de puente entre las lámparas. Los extremos de aquella arcaica construcción carecían de barandas, por lo que el terror a una caída en el vacío oscuro garantizaba que sus soldados se mantuvieran en el centro del puente en todo momento. 

Los Tercios avanzaban en dos filas de cuatro hombres, cada una encabezada por Falcon y Schaefer. Dos vigías cerraban la marcha, protegiendo la retaguardia ante los posibles ataques que la caverna podría tener preparados para ellos.

Schaefer descubrió, aunque no sin mucha sorpresa, que había perdido el contacto con el helicóptero. La situación en el exterior no era demasiado optimista para permitirse aquel problema. El piloto tenía órdenes de regresar a Hope Castle si no recibía nuevas instrucciones o viera señales que le indicaran que seguían quedando soldados vivos en la zona. Si no encontraban lo que buscaban pronto, se vería obligado a abandonar aquel lugar con las manos vacías. Y todo habría sido en vano.

Delante de él, uno de los soldados decidió dejar caer un trozo de tela rasgada sobre el misterioso fuego de las lámparas y algo extraño sucedió. La tela quedó envuelta inmediatamente entre las llamas malvas, pero al contrario de lo que pudieran haber esperado, el tejido no se consumió. Siguió ardiendo sin perder masa ni forma, aumentando su brillo a cada instante hasta convertirse en un diminuto foco de luz que brillaba desde la base de la lámpara.

No era un fuego corriente, desde luego. Ardía, si es que podía describirse así, sobre la superficie lisa de lo que parecía ser algún tipo de líquido. En otro momento hubiera tomado muestras para estudiar sus posibles aplicaciones, pero el tiempo se agotaba, y los secretos de la caverna no hacían más que incrementarse a medida que avanzaban.

Aquel lugar no era obra de la naturaleza, eso estaba claro. Era imposible que el simple paso del tiempo hubiera llegado a moldear aquella esfera de roca hueca en cuyo interior se encontraban. Veía signos de mano de obra por todas partes. No tenía la menor duda de que incluso las mismísimas y lejanas paredes de la caverna habían sido excavadas a pico y pala por seres humanos cinco mil años atrás. ¿¡Pero cómo!? ¿Qué tipo de técnicas habían utilizado para lograr algo así? Hubieran hecho falta cientos de miles de hombres para semejante trabajo. Las Pirámides de Egipto parecían un simple juego de construcción para críos en comparación. 

 –¡Contacto! –bramó un soldado de la primera línea mientras una hilera de armas se alzaba al unísono frente a la jadeante figura que se aproximaba por el puente. 

La escuálida silueta reaccionó ante la voz del soldado y se detuvo a pocos metros de ellos, recortada por el fulgor de las llamas. Su mirada oculta se paseó por la línea de soldados una y otra vez, como si estuviera evaluando la capacidad del grupo.

–¡Ya sabes cómo va esto! Alza las manos, identifícate y cuéntanos qué ha ocurrido aquí –detalló Falcon sin dejar de apuntar al recién llegado–. Si no eres un zeta, prefería no malgastar nuestra munición en ti.

Las palabras de Falcon provocaron una reacción que ninguno habría esperado. La figura arqueó su espalda hacia atrás y alzó sus brazos delgaduchos hacia el techo de la caverna antes de proferir uno de los gritos más salvajes y sanguinarios que Jericho hubiera escuchado jamás. Falcon decidió no esperar al próximo movimiento de aquel individuo. El teniente alzó su arma y disparó un solo proyectil que atravesó la corteza craneal y transformó su cerebro en una masa de pulpa gelatinosa flotante, esparciendo una nube rojiza de fragmentos de hueso en dirección opuesta. 

Aquello debería haber sido suficiente, pero por alguna razón, la figura frente a ellos permanecía en pie, mirándolos con el gesto descompuesto en una mueca de furia.

Jericho observó la escena entre fascinado y atónito. Falcon dudó durante un solo segundo y volvió a disparar. Las balas atravesaron el rostro de aquel ser y convirtieron su expresión en un cuadro abstracto de sangre y mutilación. La figura trastabilló un instante, y entonces se echó hacia delante, avanzando a grandes pasos hacia ellos. 

Jericho apretó los dientes mientras un escalofrío general recorría la espada de sus tropas. No era posible. La maldita regla básica había fallado. ¡Dos malditas veces! La única debilidad de esas cosas siempre había sido el cerebro. Si eso dejaba de ser cierto, ¿qué esperanzas podían permitirse albergar?

El comandante ya había visto suficiente y ordenó a la primera línea abrir fuego a discreción. Los proyectiles traspasaron la carne, los órganos y los huesos de aquella criatura. Su deformada cabeza quedó reducida a un colador sanguinolento, apenas distinguible. Los restos demacrados de aquella abominación cayeron al suelo y comenzaron a agitarse envueltos en charcos de sangre. Aún estaba “vivo”.

El afilado filo del machete de Jericho reflejó el fulgor del fuego malva durante el segundo que tardó en abandonar su funda y separar la cabeza de aquella cosa de su cuerpo. El sangriento esférico rodó a pocos metros de distancia y Jericho contempló atónito cómo las extremidades del torso seguían sacudiéndose intentando agarrarle. Hubiera resultado cómico de ver si no fuera por el gigantesco cubo de mierda que acababa de caerles encima. Al menos la cabeza había dejado de moverse.

–Joder –dijo una mujer tras él–. Era Timothy… ¡Esa cosa… era Timothy Jackson!

Jericho observó a la angustiada mujer llevarse la mano a la boca mientras se apartaba del grupo para poder vomitar. Después desvió su mirada hacia el descompuesto rostro de aquel monstruo. Sus rasgos era ininteligibles ahora, pero las lágrimas de aquella soldado eran prueba suficiente para él. Si aquella cosa había sido Timothy, ¿qué demonios le había convertido en el no muerto más resistente al que jamás se había enfrentado? ¿¡Y cómo infiernos podía su cuerpo seguir moviéndose después de decapitarlo!?

Schaefer no pudo evitar pensar en Laura de nuevo. Timothy había sido uno de los mejores ayudantes de su mujer, inteligente, capaz, responsable... Laura no había dejado de repetirlo desde que Timothy llegó a Hope Castle. Y ahora estaba allí, frente a él, con la cabeza reventada y el cuerpo hecho pedazos. ¿Qué había ocurrido ahí abajo? 

Laura…

–Señor… –le llamó Falcon con expresión preocupada–. Esa cosa… No estamos preparados para enfrentarnos a algo así.

Jericho abrió la boca para responder, pero un griterío encolerizado surgió del otro lado del puente y los obligó a reagruparse con sus hombres. 

–¡En formación! –vociferó Jericho con un rugido–. ¡Armas listas! ¡Primera línea, rodilla en tierra! ¡Segunda línea, preparada para disparar en cuanto de la orden!

Los Tercios respondieron de forma automática y alzaron sus fusiles hacia la horrible masa de sombras que avanzaba a toda velocidad hacia ellos.

–¡Esperad mi orden! –bramó Jericho sintiendo cómo la adrenalina comenzaba a abrirse paso por su cuerpo.

–Comandante, deberíamos retirarnos y reorganizar nuestras fuerzas –le aconsejó Falcon a su lado, oponiéndose por primera vez a la estrategia de su superior delante de sus hombres–. No sabemos contra qué estamos luchando.

El bullicio cada vez sonaba más cerca. Algunos cañones comenzaron a temblar mientras una voz rezaba un Padre Nuestro.

–Creo que estamos a punto de averiguarlo, teniente –respondió Jericho mientras las primeras figuras de aquella marea de cuerpos entraban en la luz malva de las lámparas más cercanas–. ¡¡Apuntad a sus piernas y derribadlos!! ¡¡AHORA!!

La primera línea de Tercios aseguró sus disparos y barrió el puente con múltiples proyectiles. Las criaturas cayeron al suelo unas sobre otras al perder sus articulaciones inferiores. Más avanzaron sobre ellas con las garras en alto, clamando sangre con sus guturales aullidos. Y entre aquella marea de sangre y fuego, Jericho distinguió los rostros de su gente entre los enemigos. Los jóvenes que habían formado el equipo del templo avanzaban hacia ellos, gruñendo y gritando mientras saltaban sobre los masacrados cuerpos de sus hermanos caídos. Sin piedad. Con los ojos marcados por la furia ciega de un animal salvaje y encolerizado.

Su velocidad resultaba tan aterradora como si resistencia. En pocos segundos alcanzarían la primera línea de ataque, y las balas no parecían estar causando un gran efecto en sus cuerpos. Jericho luchaba desesperadamente por encontrar una alternativa de combate.

–¡Segunda línea! ¡¡Fuego!! –bramó descargando el fuego de su Cerberus.

Era como disparar a una masa de carne uniforme. Veía cabezas destrozadas por todas partes, víctimas de tiros perfectos, pero aquellas cosas seguían avanzando hacia ellos. Arrastrándose entre los cadáveres masacrados, incansables, imparables… Jericho sintió de nuevo el miedo ante aquel enemigo invencible. El mismo miedo que había sentido cuando le había atravesado el corazón a su primer zeta sin que éste se derrumbara en el suelo. Había logrado sobrevivir entonces y no pensaba dejar que un nuevo tipo de monstruo le derrotase tan fácilmente.

–¡Falcon, llévate a la segunda línea hasta las escaleras! ¡Coloca una carga en el puente y espera mi señal! ¡Os cubriremos! 

El teniente terminó de vaciar su cargador y asintió mientras alzaba la voz para hacer retroceder a la segunda línea y dejaba a la retaguardia para apoyar a Schaefer. Jericho desenvainó su machete al darse cuenta de que no conseguiría recargar su escopeta a tiempo. Sus hombres comenzaron a tener el mismo problema y sacaron sus wakizashis para enfrentarse al enemigo. 

–¡Cortadles en pedazos! –rugió Jericho avanzando por delante de sus hombres y decapitando a la criatura más cercana. Si no podían matarlos, al menos los dejarían ciegos y mutilados–. ¡¡Aguantad!!

Los cinco hombres que le acompañaban cargaron contra el enemigo con brutal devoción. Gritaban y maldecían mientras cercenaban una cabeza tras otra, procurando alejarse de las garras de sus cuerpos decapitados. Saltaban, retrocedían y atacaban conforme el enemigo avanzaba. Pero no era suficiente. No ante aquel nuevo enemigo. 

Uno de los hombres no prestó la suficiente atención y acabó siendo apresado por una criatura sin piernas que se arrastraba por el suelo. Los compañeros de la bestia acudieron rápidamente hacia los gritos del soldado y lo destriparon en un abrir un cerrar de ojos. 

Jericho retrocedía sin dejar de combatir a las bestias. Su machete trazaba líneas mortales que separaban las cabezas de las bestias más cercanas. Su equipo se reunió con él para establecer una nueva línea de defensa, pero era inútil. Simplemente había demasiados. Una de las mujeres fue acorralada junto al borde del puente. Sus últimos momentos de lucha desesperada terminaron cuando una brutal embestida terminó por enviarles a ella y a su agresor al fondo del abismo negro. Sus gritos aterrados fueron engullidos por la oscuridad bajo el puente. 

A pesar de todo, Jericho contemplaba la batalla con cierto optimismo. Tras la marea inicial y los cuerpos que habían incapacitado con los disparos, habían reducido el número de enemigos de forma considerable. Su entrenamiento no podía haberlos preparado mejor y los wakizashis estaban demostrando todo su potencial. 

Y entonces una de aquellas criaturas saltó sobre un montón de cadáveres y cayó sobre él como un peso muerto repleto de dientes. Sólo los reflejos de años de experiencia consiguieron que Schaefer hundiera su machete en el pecho de aquella cosa y se apartara justo a tiempo para dejarlo caer a su lado. Sin perder un solo instante utilizó a Cerberus como bate improvisado para mandar a otra de aquellas cosas al abismo antes de cerrar sus dedos sobre la empuñadura de su machete y recuperar su arma con un estallido de huesos rotos. Jericho pudo sentir cómo la columna de la criatura se partía en pedazos al extraer el machete, y fue entonces, cuando aquella cosa que no había dejado de rugir desde su empalamiento, se quedó en silencio y dejó de moverse.

Jericho contempló el cadáver mientras desviaba su mirada hacia la hoja de su machete, sintiendo que una nueva oleada de energía invadía su cuerpo. Así que tenían un punto débil después de todo…

Y entonces todo acabó. Sin saber por qué, las bestias detuvieron su avance, dieron media vuelta y se marcharon por donde habían venido, no sin antes recoger los cuerpos mutilados que aún se movían. Schaefer y su equipo estaban desconcertados. Podían haberles aplastado y Schaefer hubiera tenido que ordenar retirada, pero en vez de eso habían abandonado el combate. ¿Qué clase de muerto huía de los vivos? ¿Qué coño estaba pasando?

–Comandante, esperemos sus órdenes –preguntó una joven completamente exhausta. 

Jericho no supo qué responder. Estaban ocurriendo demasiadas cosas extrañas y seguía sin comprender qué acababa de pasar delante de sus narices. 

–Era nuestra propia gente –dijo otro soldado–. No eran zetas, eran… ¡otra cosa! ¿Qué demonios les ha ocurrido aquí abajo?

–Comandante, deberíamos regresar –añadió el tercero limpiando la hoja ensangrentada de su wakizashi–. El equipo del templo está muerto. Recojamos todo el equipo útil y evacuemos cuanto antes. Los zetas están a punto de llegar al templo. ¡Debemos volver a Hope Castle!

Jericho no prestaba atención a sus palabras. Sus oídos estaban concentrados en las pisadas que avanzaban desde el otro lado del puente. Algo se aproximaba…

El equipo se percató en seguida de la nueva presencia y enfocó sus armas, ya recargadas, hacia la esbelta figura que salía de entre las sombras. El corazón de Schaefer perdió un latido. 

–¿L… Laura?

La mujer se detuvo y alzó su mirada hacia la voz que la llamaba. Sus preciosos ojos azules destellaron en la suciedad de su rostro mientras sus labios se arqueaban en una cálida sonrisa. Pero Schaefer no sonreía. Sus puños permanecían cerrados furiosamente sobre sí mismos. Se había impedido pensar en ello, pero ahora que la tenía delante, de nada servía ignorar la realidad. Laura ya no era ella. Algo su interior se lo decía.

Jericho alzó el cañón de su Cerberus hacia el bello rostro de su mujer y entrecerró los ojos. La sonrisa de Laura desapareció y su cabeza se inclinó hacia un lado.

–James, ¿qué haces? ¿Por qué quieres hacerme daño? –dijo la voz de la mujer que amaba.

Una gota de sudor atravesó la frente de Schaefer y su boca se abrió en un gesto de incredulidad. ¿Acaso estaba… viva? No. Era imposible.

–James, por favor llévame a casa. Estoy cansada.

El resto de su equipo dividía sus desconcertadas miradas entre ambos. Estaban tan confusos como él. 

–No eres Laura –espetó Jericho con más dolor que ira mientras sujetaba con más fuerza el mango de su escopeta–. Tú no eres ella.

Laura avanzó un paso más hacia él. 

–Te equivocas James, soy yo –respondió sin dejar de sonreír al tiempo que sacaba una diminuta esfera de piedra del interior de su bolsillo y la alzaba para que la viese–. Vinimos aquí a buscar esto. ¿Recuerdas?

Schaefer contempló el minúsculo trozo de roca, en apariencia inservible, mientras Laura jugaba con él pasándolo entre sus manos. 

–Estábamos tan equivocados. No sabes hasta qué punto. Este lugar jamás ha albergado la clave de la salvación de nuestra especie –siguió hablando mientras extendía los brazos hacia el techo de la caverna–. Nosotros comenzamos el Apocalipsis… Y Él se encargará de finalizarlo. 

Schaefer extendió la mano hacia ella sin dejar de apuntarla. 

–Dame la esfera, Laura. Y ven con nosotros. Quizá juntos podamos encontrar una solución. 

La mujer se quedó contemplando el pequeño trozo de piedra durante unos instantes, perdida en sus propios pensamientos. Y entonces, repentinamente, la lanzó por los aires hacia él.

Jericho atrapó la esfera al vuelo, pero antes de que pudiese entender qué había ocurrido, Laura ya había atravesado el espacio que los separaba y había hundido los dedos de su mano en el pecho de la joven soldado junto a él. La pobre desgraciada vio cómo su pecho se abría en un manantial de sangre y se derrumbó sobre el suelo en un horrible gorgoteo.

Laura esquivó con reflejos imposibles una fortuita salva de disparos y arrancó brutalmente la mandíbula del tirador con un fugaz movimiento de brazo. El hombre había muerto antes de tocar el suelo.

Jericho se había quedado paralizado al contemplar cómo el cuerpo de la que había sido su mujer, destrozaba a sus hombres. El tercer superviviente retrocedió abriendo fuego a discreción y pidiendo su ayuda a gritos. Laura rodaba y saltaba como un animal salvaje, manteniéndose lejos de los proyectiles mientras el pánico del soldado hacía el resto. 

Schaefer apretó los dientes y se lanzó a la carrera contra ella. Laura le vio venir y dio una vuelta sobre sí misma, para golpearle con el dorso de la mano, pero Jericho ya había interpuesto a Cerberus en medio del golpe. La escopeta se deformó por completo y quedó inservible, pero Schaefer aprovechó para embestir a Laura contra el borde del puente y ganar unos preciosos segundos.

–¡Cógela! –gritó Jericho lanzando la esfera hacia el soldado–. ¡Llévasela a Falcon!

El soldado la recogió y pareció dudar unos instantes antes de asentir y salir corriendo por el puente. Laura rugió de ira y golpeó a Schaefer en el costado, fracturándole varias costillas.

–¡No puedes detenerlo James! –dijo mientras lo levantaba del suelo con su mano cerrada sobre su garganta.

Jericho desenvainó su machete y lo hundió en el estómago de Laura con violencia, pero la mujer se limitó a mirar la profunda herida con gesto molesto y lanzó al comandante por los aires. Desde el suelo contempló cómo la mujer se extraía la afilada hoja, dejando que los fluidos intestinales se desparramaran por el suelo.

–Es inútil.

Schaefer se puso en pie y comenzó a cojear en dirección contraria. El costado le dolía como si tuviera un millar de agujas clavadas, pero si aquella cosa llegaba hasta sus hombres, todo estaría perdido. Falcon sabía lo que había que hacer. Estaba preparado para asumir el mando en caso de que él no estuviera. Schaefer había venido a por Laura y se iba a ir con ella.

Algo cortó el aire a su espalda y su cuerpo rugió de dolor cuando una explosión de sangre brotó de su estómago. Schaefer se derrumbó con un hilo de sangre deslizándose sobre su boca, contemplando agonizante el filo de su propio machete en su estómago. Estaba acabado, pero había conseguido lo que quería. 

Allí, en la distancia, pudo contemplar los rostros afligidos de los hombres y mujeres junto a los que había tenido el privilegio de combatir durante aquellos dos años en el infierno. Hope Castle quedaba en sus manos. Él sólo tenía una última cosa que hacer.

Oyó los pasos de Laura tras él y sintió sus manos levantándole del suelo. Sus tripas se revolvieron y la herida de su estómago se abrió aún más. Su vista comenzó a desvanecerse en una neblina turbia, y entonces, James Schaefer gritó como nunca antes lo había hecho para dar su última orden. 

–¡¡Vuélalo!! 

En la distancia, frente a todos los Tercios, el teniente Falcon derramó una única lágrima por su camarada y apretó el interruptor. Las cargas situadas a los lados del puente se activaron y enviaron varias toneladas de roca a las profundidades de la caverna. Y en mitad de aquella destrucción, Schaefer sonrió y abrazó a su mujer mientras caía en la oscuridad.

#Kira-uss

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