A
su vez, la extrema impaciencia perdurable en la amenazante Ana se apoderaba de
su locomoción ante la interminable reflexión del indeciso general. Su inquieta
zapatilla de deporte impactando sobre la tarima de aquella cafetería mediante
continuos rebotes acompañada por el tintineo de sus dedos sobre la mesa en la
cual reposaba eran los principales factores que la delataban. Sin vacilación
alguna, aquella repugnante enemiga sostuvo con fiereza el walkie-talkie hasta
situarlo próximo a sus voluminosos labios, sirviéndose de aquella actuación
para enviar una clara advertencia que ambos compañeros armados captaron de
inmediato.
Alarmada,
Eva ordenó al ahuyentado resplandor de sus pupilas que contactase unos segundos
con la gélida mirada del mandatario titubeante, transmitiéndole con el uso del
lenguaje no verbal el urgente requerimiento de una inminente resolución
favorable. Puma, comprendiendo a la perfección el significado de aquel fugaz
mensaje, recolocó la escurridiza empuñadura del arma atrapada entre sus manos
antes de disponerse a revelar su veredicto.
—General
—le reprimió un inesperado sonido proveniente del intercomunicador que se
sustentaba en un improvisado cinturón que rodeaba sus caderas sobre sus
vestiduras—. Aquí Lock contactando. El Chino acaba de reunirse con nosotros en
el callejón que hay justo detrás del hotel. Trae consigo una sorpresita muy
especial para nuestros queridos maderos mutiladores. La tenemos bien guardadita
junto a la entrada del Sozza. ¿Por qué no la ve usted mismo?
La
equilibrada entremezcla de los pérfidos sentimientos de furia y malicia que
determinaban el rostro de su traumatizada contrincante se fusionó
peligrosamente con una sospechosa curiosidad ante aquella amenazante llamada de
los subordinados del general. Ana se separó precipitadamente de la metálica
silla en la que reposaba para abalanzarse apresuradamente hacia una de las
ventanas que comunicaban con el espacio específico donde se estaba
desarrollando una pintoresca escena que atrajo la absoluta atención de aquella
especializada cocinera.
Alarmada por el extravagante mensaje recibido de aquellos
sádicos presos, Eva decidió aproximarse hacia el determinado área de la
habitación que poblaba la inmutable figura de su contrincante, sin desviar en
ningún momento la trayectoria de su arma, la cual no cesaba en sus constantes
amenazas de muerte hacia su paralizado objetivo. Puma avanzó pausadamente junto
al recorrido señalado por los desconfiados pasos de su acompañante,
reflexionando ligeramente durante su breve caminata sobre lo que podría
significar aquel misterioso contacto por parte de sus subordinados. El mal
presentimiento aniquilaba el resto de sus emociones a medida que la distancia
con respecto a la ventana disminuía.
El sentimiento de incredulidad, escepticismo e impotencia
que expresaba Ana con cada una de las expresiones corporales que desarrollaba
involuntariamente desenmascaró el rango extremadamente pernicioso de aquel
suceso para ella, que fue finalmente desvelado cuando ambos camaradas
observaron a través del mugriento cristal la que era denominada como la entrada
principal del hotel.
Alrededor de un conjunto de veinticinco presos equipados
con armas de distinto calibre se presentaban imponentes frente a la enorme
puerta acristalada protegida por media docena de agentes de la ley armados con
diversos rifles de asalto procedentes del cuartel policiaco localizado en el
extremo norte de la ciudad. Únicamente seis de los individuos que allí se
enfrentaban en una inevitable guerra de facciones habían conseguido obtener los
ansiados trajes de protección radiactiva tan valorados durante aquella
interminable época de clima mortífero. El resto debía conformarse con míseras e
insuficientes indumentarias caseras, las cuales se encontraban sumamente
desgastadas debido a su prolongado uso, al igual que conservaban los múltiples
arreglos chapuceros que se habían visto obligados a realizarles. Los portadores
de las vestimentas más desfavorecidas no se protegían más que con un extenso
pedazo de plástico inútil e inservible que no les resguardaba mucho más que sus
camisas del peligro que suponía el imparable tránsito de las partículas
radiactivas.
Pese a las diferencias con respecto a los objetivos a los
que cada uno de los bandos aspiraba, absolutamente todos ellos enfocaban su
máxima atención en el sujeto de vital importancia que se encontraba
completamente inconsciente en mitad de aquel iracundo escenario, así como se hallaba doblegado sin
oposición alguna sobre el peso de sus rodillas debido al sustento que ejercían
desde la región inferior de sus axilas dos de los hombres dirigidos por aquel
al que todos ellos denominaban como el general. El potente revolver que
amenazaba en todo momento con agujerear la nuca de aquel condecorado ex capitán
de policía reventó las alarmas de todos aquellos miembros pertenecientes a su
liderazgo.
—Kalashnikov —suspiró Ana incapaz de oponerse a impregnar
todo el pánico que la invadía en la reducida tonalidad de sus palabras.
—¡¿De verdad pensabais que ibais a tener la más mínima
oportunidad de ganar esta guerra en la que vosotros solitos os habéis metido,
eh?! —provocó el reo que se hacía llamar Lock a sus incondicionales rivales
ante lo que tanto él como todos sus compañeros captaban como una evidente
ventaja que inclinaba la balanza de aquel confrontamiento todavía más hacia
ellos—. ¡Mirad lo que habéis conseguido, pedazo de cabrones! ¡Esto es culpa
vuestra! ¿Me oís bien? ¡Vuestra y sólo vuestra! —les recriminó con enérgicos
alaridos de enfurecimiento, incrementando el valor de sus rastreras acometidas
al señalar con el extremo de su dedo índice al indispuesto capitán sin
detenimiento alguno.
—¡Aquí los únicos culpables que hay sois vosotros, panda de
asquerosos psicópatas violadores! —se exaltó con desmesurada agresividad uno de
los componentes del sexteto policial, empuñando con mayor fiereza el rifle que
amenazaba a sus enemigos a la vez que avanzaba un paso adelante con un
inconfundible gesto desafiante.
—¡Paul, no! —le detuvo con excesiva velocidad una de sus
más cercanas compañeras, totalmente aterrada por lo que pudiese acarrear aquel
inadecuado comportamiento—. ¡Escúchame, Paul! ¡Por favor, escúchame! ¡Por
favor! ¡Es la vida de Kalashnikov lo que está en juego! ¡Por favor, contrólate!
¡No hagas nada de lo que puedas llegar a arrepentirte!
Pero, para la absoluta desgracia de aquel valiente joven,
su atrevimiento ya le había dictado una determinada sentencia nada favorable.
Un estruendoso sonido se expandió inexorablemente por las infectas cercanías de
aquel lujoso hotel al mismo tiempo que remodelaba el atemorizado estado de aquella
mujer de mediana edad en otro de auténtico espanto ante aquella atrocidad.
El descomunal agujero sanguinolento que se originó en el
pecho de aquel osado resultó ser prácticamente instantáneo. El audaz agente se
desplomó grotescamente entre diversos ríos de intenso rojo carmesí mientras el
inmutable preso Caine les honraba con una sonrisa estremecedoramente maliciosa,
aún con su escopeta de cañón corto sostenida en dirección a la víctima del
impasible proyectil.
—¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! ¡Paul, aguanta! ¡Aguanta,
por Dios, aguanta! —se conmocionó aquella horrorizada policía, precipitándose a
una fase avanzada del terrible shock que compartía con todo el sexteto, sin
excepción alguna. Tratando de no perder ni uno solo de los segundos de los que
requería, absolutamente vitales para una posible salvación del baleado, la
fémina se arrodilló junto a su malherido compañero con la intención de obstruir
la única vía de escape que poseía el sangrado empleando únicamente sus manos
desnudas como instrumento para ello.
—Mira por donde, menuda zorrita envidiosa tenemos aquí, que
también quiere un buen cartucho de mi enorme fúsil para ella solita —vociferó
Caine con aquella repugnante lascividad que solía caracterizar a cierta parte
de los residentes del Santa Sara Abelló—. ¿Qué me decís, chicos? ¿Le damos a
esta señorita lo que ha venido a buscar?
Un insondable coro de hombrías voces se desplegó con
profunda consistencia entre los numerosos presos ante aquella absurda e
infundada provocación, incitando todavía más a su camorrista a efectuar el
terminante libertinaje de cualquier otro de aquellos poderosos cartuchos que
alcanzaban la letalidad sin esfuerzo alguno. Con un ánimo extremadamente
exaltado, el alentado vitoreado alzó con jactancia su potente escopeta, impulsando
aquel desproporcionado conjunto de pólvora hacia las coordenadas específicas
donde se ubicaba la única agente que actuaba como sanadora inexperta. Sus
agitados pulmones se habrían visto sometidos a una irremediable perforación de
no ser por un apresurado tirón atestado con cierta violencia controlada
recibido de parte de tres miembros de su equipo. Aquella heroica actuación
salvó increíblemente su vida como si de un milagro mariano se hubiese tratado.
—Levanta, Nina. Vamos, levanta —estimuló uno de ellos su
incorporación mientras le ofrecía el sustento de una de sus extremidades
superiores para facilitarle su realización.
El excéntrico comportamiento
que revelaban cruelmente aquellos inhumanos carentes de cualquier moral o ética
conseguían exterminar misteriosamente cada minúsculo aspecto de paciencia que
conservasen durante sus múltiples encuentros fortuitos. La capacidad de
actuación contra una mente psicópata siempre había sido una de las labores más
complejas dentro del ámbito policial. ¿De qué manera se enfrentaba uno a
cincuenta de ellos en desventaja numérica? ¿O incluso a los veinticinco que se
encontraban allí presentes? Incluso una horda de zombis sería más controlable
que aquellos viles seres engendrados del mismísimo infierno.
—Me parece que ya os habéis divertido suficiente —se
enfrentó a los presos aquel al que todos nombraban como Tony, quien mostraba
una impecable impresión de liderazgo ante la desastrosa situación que se estaba
desarrollando a su alrededor. Su rifle se elevó frente a los numerosos rostros
invariables de sus enemigos como una estrategia inútil cuyo auténtico objetivo
había sido el de exaltar su amenaza de tiroteo, sin éxito alguno. Varios fusiles
más complementaron aquella aventurada ofensiva, pero fue en vano. Aquellos ex
encarcelados continuaron sin experimentar ningún tipo de temor en sus
emociones.
—Queremos a la chica —aventajo el reo Crow su comunicación
a aquella que Cane se disponía a desplegar, a quien no le complació demasiado
aquella indeseada intervención—. Ustedes nos la devuelven sin rechistar, y a
cambio, nosotros soltamos a su capitán. Podrán estar todos juntos antes de
morir. Me parece bastante justo teniendo en cuenta lo que os habéis atrevido a
hacer.
—No tenéis ni la menor idea de lo que estáis haciendo —les
advirtió Nina con aquella desafiante advertencia, quien a pesar de su reciente
percance, se había reintegrado a la responsabilidad de ofrecerle el cierre de
la hemorragia a su agonizante camarada—. La hermanita de vuestro general está
ahora mismo encerrada en una habitación cualquiera de este hotel, con uno de
los nuestros esperando a que alguien le comunique que os habéis pasado lo más
mínimo de la raya para volarle los sesos a esa cría. Y ahora mismo, ¡acabáis de
reventarla!
—¡Lock! —retumbó en el escenario una penetrante voz
proferida a través del walkie- talkie que se sustentaba bajo uno de los
costados del sujeto nombrado.
Aquel repentino e inesperado clamor imponente surgido de
una absoluta espontaneidad se había apoderado traicioneramente con el
sobresalto de ambos sujetos de sexo femenino que poblaban la cafetería. Sin que
se hubiese presenciado antecedente alguno presentado de antemano, les había
sido revelada una inesperada intervención por parte del dignatario líder de los
anaranjados, quien se hallaba sosteniendo frente a sí un intercomunicador con
una expresión, tanto corporal como facial, que resultaba indescriptible.
—Se acabó el juego. Soltad a Kalashnikov, volved al
hospital y ni se os ocurra moveros de allí hasta que yo dé nueva orden. No
quiero quejas. No quiero réplicas. Tan sólo hacedlo. —espetó Puma con un
prominente grado de tensión en sus palabras que no le había sido experimentado
desde hacía años atrás.
Ninguno de los reos que habían atendido a aquella
imposición tuvo el atrevimiento de conjurar reclamación alguna. Sabían que el
incumplimiento de cualquier orden que fuese dictada por su general conllevaba
unas consecuencias de eminente coste, especialmente en una ocasión tan delicada
como lo era aquella, en la que no les habría sido muy costoso desencadenar una
catástrofe irreparable. No tuvieron más remedio que verse obligados a
resignarse. Por el contrario, las enturbiadas respiraciones que componían el
sexteto de sus eternos rivales se atenuaron ante aquel portentoso llamamiento,
aunque no les resultó lo suficientemente convincente como para inclinarse a una
permanente relajación.
Una mueca enmudecida del preso Lock indicó a los dos
sujetos específicos que sostenían parte
del sentido del equilibrio de Kalashnikov que se encargasen de arrastrarlo como
a un mero esclavo hasta ubicarse a una distancia intermedia entre ambos grupos
de afamados archienemigos, sin que en ningún momento cesasen las tentativas de
enfrentamiento, las cuales se manifestaban en las diversas miras de las
intimidatorias armas de fuego, que proyectaban la preocupación de sus objetivos
fijados. El tronco inerte del ex capitán policial se derrumbó con tanta rudeza
como brusquedad en mitad de la avenida cuando éste fue toscamente liberado por
sus sustentadores, quienes no se demoraron en retroceder hasta la posición
exacta que habían ocupado con anterioridad.
Ante aquella forzosa e inesperada retirada que sus
oponentes se resignaban a aceptar sin reparos, la mitad exacta del grupo
conformado por aquellos ex policías se apresuró en alcanzar el emplazamiento
donde Nikov había sido recientemente depositado. Utilizando un repartimiento de
esfuerzo físico acorde a cada uno de los tres auxiliares, le elevaron tan sólo
unos pocos metros sobre el nivel del suelo con la intención de cargar con él
hasta el callejón contiguo, en donde se localizaba la única escalera de
incendios por la que podrían volver a acceder nuevamente a la seguridad interna
de su hotel particular, a la par que los dos miembros restantes se dedicaban a
perseguirles, sirviendo así mismo como soporte de desplazamiento para el
malherido Paul. Los irascibles presos contemplaron con impotencia como las que
habían sido sus presas más jugosas se escabullían sin que existiese posibilidad
alguna de evitarlo.
—Entonces, ¿volvemos al hospital? —le consultó Crow a Lock,
incidiendo en efectuar el retorno a su particular base de operaciones que les
había dictaminado su dirigente.
—Ni de coña. Esperaremos en algún lugar cercano hasta que
el general haya salido de aquí. Tengo la impresión de que algo malo va a pasar.
Elevando el arma que había obtenido recientemente por medio
de la fuerza bruta como una muestra de completa ofensiva hacia cualquier otro
enemigo que osase hacer acto de presencia, Naitsirc se expuso al exterior de la
que había sido su lujosa celda mediante la anhelada salida que tan sólo unos
instantes atrás se había encontrado bloqueada por una inquebrantable puerta que
se había encargado de mantenerlos cautivos para algún fin que todavía les
resultaba indeterminado.
A pesar de que la prematura e inquebrantable noche había
sumido en la más absoluta de las lúgubres tinieblas aquel corredor de moqueta
ferial, el veterano superviviente se cercioró de que ningún otro de sus
captores se había aproximado hacia el perímetro en el cual se había establecido
el trio alertado por los escandalosos ruidos ocasionados durante el
confrontamiento con los dos secuestradores que habían atentado contra sus
vidas, quienes permanecían derribados sobre el parquet laminado, totalmente
ignorantes de su correspondiente inconsciencia.
—No hay nadie —comunicó a los sujetos que se habían
presentado detrás suyo para corroborar personalmente aquella información—. Creo
que no han escuchado el disparo. Parece ser que hemos tenido suerte por una
vez.
—Sí, bueno, será mejor que comencemos a movernos cuanto
antes. No sabemos cuánto tiempo pasará hasta que alguien note la ausencia de
estos tipos, venga aquí a buscarles y se los encuentre en pleno sueño del señor
Morfeo —teorizó la única señorita perteneciente al trío con aquella ansiedad
tan habitual que le sobresalía en determinados casos de riesgo extremo.
—Tú tan tranquila como siempre, Inmita. Pero esta vez no te
voy a quitar la razón —secundó Nait aquella bulliciosa opinión—. Mira, esto es
lo que he pensado que deberíamos hacer. No sabemos cuáles son las dimensiones
de este lugar ni cuántas personas hay aquí, por lo que vamos a tener que
desplazarnos con mucha atención si queremos encontrar a Florr rápidamente y
salir de aquí de una pieza antes de que nos descubran. Lo primero que haremos
será registrar todas las habitaciones una por una. Comenzaremos por esta planta,
e iremos descendiendo a medida que comprobemos que no se encuentra en ninguna
de las que vamos examinando. ¿Alguna pregunta?
—No es por quejarme, pero, ¿no te has dado cuenta de que
este edificio tiene más de cincuenta plantas, Sherlock? —protestó gruñona Inma,
quien comprendía aquel proyecto de plan como una estupidez más que
absoluta.
—Ya me había fijado en eso, mi querida Watson, pero nosotros
jugamos con una ventaja que probablemente no conozcas —comentó el reprendido
con cierto tono orgulloso—. Cuando estos tipos nos estaban arrastrando hasta
este cuarto, me golpearon la cabeza con una ventana, lo que provocó que me
despertara, aunque bastante atontado. Por supuesto, me volvieron a dejar
inconsciente de inmediato, pero tuve tiempo suficiente para fijarme en que el
numerito del cuarto donde estaban metiendo a la muchacha terminaba en
veintisiete. Podríamos entrar solamente en los cuartos que finalicen en ese
número. ¿Qué me dices?
—Bueno, eso reduciría enormemente nuestras opciones de
búsqueda, qué duda cabe, pero no estoy segura de si deberíamos confiar en que
la encontraremos en una de esas habitaciones. Tú mismo has dicho que estabas
bastante confuso. ¿Y si te equivocas? ¿Y si pasamos de largo junto a ella? —retomó
la joven de cabello castaño su inseguridad con aquel maremoto de cuestiones
originadas por su dubitativo reflexionamiento cerebral.
—¿Prefieres rastrear cada una de las habitaciones del hotel
entonces? Tienes que decidirte por alguna opción, Inma. No podemos estar aquí
todo el día —le reclamó Nait una elección definitiva, un tanto exhausto por sus
incorruptibles versatilidades.
—Está bien. Seguiremos tu estrategia, pero considero que
sería mejor si prestásemos especial atención también a sonidos extraños que
pudiesen producirse en el resto de dormitorios, o cosas así. No ignorarlos por
completo, quiero decir.
—Por supuesto —aceptó el sobreviviente del costillar
entumecido aquella especulada proposición—. Venga, movámonos ya, antes de que
los secuestradores nos descubran por ser unas cotorras.
—Hey, espera un
momento —le paralizó Inma imprevistamente con una preocupación particular en su
exclamación de detenimiento—. ¿Dónde está Adán? Estaba aquí hace un minuto.
Un liviano tintineo desatado por una leve colisión de
diversas flechas amontonadas ocasionó que los adultos desviasen su atención
hacia el habitáculo de lujosa categoría que había conformado anteriormente su
inusual prisión, localizando en ella a un pequeño niño con actitudes
independentistas que se encontraba recogiendo el carcaj repleto de munición
específica para el arco olímpico sobre su hombro.
—Hey, chico, ¿qué estás haciendo? —preguntó Naitsirc
confundido por aquel singular e inaudito comportamiento.
—Sólo estoy recogiendo las flechas que Inma encontró. Voy a
necesitarlas si quiero utilizar el arco. ¿Me lo das, por favor? —solicitó el
chico aquel utensilio impulsor de alta clase antes de extender su blanquecina
mano dispuesto a recibirlo sin oposición alguna, a pesar de la mueca de
extrañeza que fue irreparablemente expuesta por el varón de mayor edad.
—¿Estás hablando en serio? —emitió el asombrado aquella
retórica cuestión con pleno desconcierto ante las actitudes que el niño
presentaba—. Esto no es un juguete. La verdad es que cuesta muchísimo
controlarlo, aunque no lo parezca. Además, no creo que sea muy seguro para ti.
—No soy un bebé —replicó el menor con un poco de desagrado por
aquel comentario de infravaloración—. Yo tenía uno bastante más grande que éste,
así que sé cómo debo usarlo. Y, bueno, en casi dos años que he estado
utilizándolo no he clavado una flecha en ninguna puerta.
Ante aquella perspicaz ocurrencia, Inma fue incapaz de
reprimir un ligero ataque de risa que no se prolongó durante demasiado tiempo,
pues se vio forzada a apaciguarlo cuando sintió como Nait le incrustaba una
amenazante mirada en su sien.
—Vamos, dáselo de una vez y pongámonos en marcha. Es mejor
que lleve algo con lo que poder protegerse, y dudo mucho que lo vaya a hacer peor
que tú. ¿Prefieres darle un arma de fuego o un arma blanca? —le presionó
mínimamente quien era la experta en aquel utensilio, considerando que la
desprotección del pequeño sería un asunto de bastante mayor seriedad.
—Agh, está bien, está bien. Pero que conste que no seré yo
el responsable si acaba haciéndose daño por culpa de este trasto —se resignó
Nait ante la inexistencia de defensa hacia su teoría por parte de una tercera,
accediendo a entregarle al niño el opulento arco de diseño que sostenía a pesar
de su nulo convencimiento, quien situó una de las flechas del carcaj sobre el reposaflechas del
instrumento con la intención de conservarla preparada para un inminente ataque en
un caso bastante probable de peligro instantáneo.
—Vale, ahora sí que nos largamos de aquí —imperó Inma,
plenamente desquiciada debido a la inmensurable tardanza a la que estaban
sometiendo el inicio de la búsqueda, la cual no se resignaba lo más mínimo a la
hora de aumentar infinitamente su extensión. Debido a esto, la susodicha
emprendió una primera caminata hacia uno de los lados del corredor con el
objetivo de que aquello incentivase al resto del trío. Aquel pequeño truco
pareció surgir el efecto deseado en Adán, quien sin pretensión de oponerse a
los actos realizados por la joven del brazo inmovilizado, se apresuró en unirse
a ella.
—Espera un momento —la contuvo nuevamente un impasible Nait
con la intención de desplazarse hacia uno de los dos asaltantes carentes de
consciencia para realizarle alguna
especie de registro superficial que él mismo había considerado como
vital.
—¿Pero qué estás haciendo ahora? —arremetió la fémina con
frustración. Su paciencia estaba alcanzando la proeza de sobrepasar sus límites
más inexplorados.
—Este tío llevaba consigo las llaves de este cuarto. Si es
un vigilante o algo parecido, tal vez podamos conseguir de él el resto de las
llaves. Dudo mucho que las habitaciones vayan a estar abiertas, así que si
queremos registrarlas, las vamos a necesitar para entrar en ellas —argumentó el
varón lo que hasta aquel preciso instante no se había tratado más que de una
incomprensible labor a expensas de los demás. Una presurosa recapacitación
condujo a Inma a comprender que aquel pensamiento se hallaba repleto de sentido
común—. Creo que… Aja, ¡aquí está lo que estaba buscando! —exclamó
repentinamente, al mismo tiempo que extraía un desmesurado manojo de llaves que
había localizado oculto en el chaleco del secuestrador.
—Bueno, pues si ya las tienes, vámonos de una maldita vez a
buscar a Florr, por el amor de Dios —imploró una desesperada joven a la par que
reanudaba su interrumpido intento de traslación, emulándola así mismo el
pequeño niño que la había seguido anteriormente.
—Mujer, pero espera un poco. No me dejes atrás —rogó Naitsirc
antes de emprender una breve carrera que terminase situándole en un ritmo
igualado al de su compañera.
Desde la superficie
más recóndita de los asientos traseros que poseía aquel moderno vehículo aéreo
robustamente equipado con material balístico de primera clase, Selene
contemplaba con absoluto ensimismamiento una preciosa invasión celestial
nocturna que se extendía sobre cualquier región que pudiese percibir con el
limitado alcance de su visión, acunándolo todo con un manto estrellado que
inmediatamente denominó como una de las escasas bellezas de la naturaleza que
todavía perseveraban en aquel corrompido mundo.
—¿No te parece que la Luna está hoy preciosa, Alice?
—compartió la doctora personal del señor general sus más profundos sentimientos
con respecto a aquel gigantesco satélite blanquecino que se alzaba inamovible
sobre el oscurecido firmamento—. ¿Sabes una cosa? Llevo tanto tiempo encerrada,
literalmente, en el hospital, concentrada tan sólo en trabajar sin descanso
para cubrir las necesidades de todo lo que allí se requiere, que se me había
olvidado por completo el disfrutar de las pequeñas delicias de la vida.
Quien había sido la pasajera más silenciosa del
helicóptero, que hasta aquel entonces no había distanciado su concentración lo
más mínimo de la ocupación en la que se enfrascaba, la cual se basaba en
revisar la munición de la robusta escopeta recortada que Puma le había
proporcionado, interrumpió su imperturbable labor de contabilidad para
responder a aquel imprevisto comentario.
—Vamos, Selene, no deberías distraerte. Estamos en medio de
una guerra, las vidas de nuestros amigos están en juego, y probablemente nos
veamos obligadas a entrar en acción antes de lo que creemos. Mantente concentrada,
por favor —la reprendió en vista de la excesiva evasión de realidad que estaba
sufriendo—.
—Supongo que tienes razón. Lo siento, Alice —se disculpó la
reprochada, criticándose a sí misma por haberse atrevido a pensar en
estupideces tan insustanciales en una situación tan crucial como lo era aquella—.
Comprobaré los utensilios de mi maletín ahora mismo, para volver a asegurarme de
que cuento con todo lo necesario.
—Bueno, la verdad es que lo que dices es cierto. La Luna
está hoy resplandeciente. Eso sí que no puedo discutírtelo —se amedrentó la
recientemente resucitada una vez se hubo cerciorado de que se estaba
comportando con demasiada dureza. Su permisión consiguió arrancarle a la
doctora una entrecortada sonrisa de complacencia—. Por cierto, Selene, ya que
me he pasado los dos últimos años de mi vida como un juguetito de esos
farmacéuticos cabronazos, ¿te importaría contarme que ha sido de vosotros todo
este tiempo? ¿Cómo lo hicisteis para escapar de Stone City? ¿Y cómo habéis
sobrevivido hasta ahora?
—Lo cierto es que no todos conseguimos salir de allí —aclaró
la relatadora tratando de disimular la melancolía que le había sido ocasionada
por el funesto recordatorio—. Después de tu muerte, perdimos a algunos
compañeros más antes de que fuésemos capaces de huir de la ciudad. Jose fue el
primero de ellos. Al pobre tipo se le cayó encima un edificio en llamas.
—Dios, tuvo que ser horrible para vosotros ver cómo era
aplastado sin que pudieseis hacer nada por evitarlo, ¿verdad? —comentó la
reencarnada debido a la particular imagen mental que ella misma había creado
sobre la escena con meras estipulaciones.
—No, en realidad ninguno de nosotros llegó a presenciar el
incidente, pero sabemos que él estaba allí dentro cuando ocurrió y que no lo
consiguió —le expuso con meticulosidad la doctora con intención de esclarecerle
la imprecisa reconstrucción que estaba formando en su desinformado cerebro—.
Otros que tampoco lo lograron fueron Silver y Nika.
—¿Qué pasó con ellos? —curioseó la adolescente cada vez más
interesada en el tema que ella misma había desatado, cometiendo el mismo error
de desconcentración que su acompañante sanadora del cual, irónicamente, había
despotricado recientemente.
—¿Recuerdas que en un principio habíamos pensado que
escaparíamos en uno de los helicópteros que había en la ciudad entonces? Pues
bien, aquello resultó no ser más que un callejón sin salida. Por suerte,
utilizando una especie de mapa que Silver poseía, pudimos encontrar una especie
de bunker de la farmacéutica que había servido como vía de huida a todos los
peces gordos de la empresa mediante una serie de trenes subterráneos. Allí,
debido a un enorme cúmulo de cosas, Silver fue infectado y murió. Como no
pudimos evitar su transformación, terminó mordiendo traicioneramente a Nika
justo cuando el tren en el que estábamos subidos se iba a poner en
funcionamiento.
—No quiero ni imaginarme como reaccionaria Dyssidia al ver
cómo devoraban a su chica —declaró Alice, cuya desconsolación se acrecentaba a
medida que ésta iba conociendo más detalles sobre las lejanas defunciones de
quienes habían sido sus antiguos compañeros.
—Eriel… Eriel tampoco pudo venir con nosotros… —murmuró
repentinamente Selene, recordando vagamente a la desolada fallecida que
otorgaba el significado a aquel nombre.
—¡¿Eriel?! ¡No! ¡¿De verdad?! Agh, joder. No sé por qué,
pero pensaba que ella todavía estaría viva, aunque es cierto que, en parte, lo
sospechaba —expresó la reanimada sin que su pensamiento evitase centrarse en el
detallado rostro de la joven que había encontrado plasmado en papel tan sólo
unas horas antes—. Creo que ahora puedo comprender un poco mejor el porqué del
comportamiento de Puma. Que desastre…
Antes de proseguir con su narración, la cronista se mantuvo
dubitativa sobre informar o no acerca de la resurrección de Maya, pero algún
tipo de conciencia interior le aconsejó que reservase aquella información para
un hipotético caso en el que ambas se volviesen a reencontrar.
—Cuando conseguimos abandonar Stone City, todos nosotros pensamos
que la pesadilla había terminado finalmente, pero en realidad no había hecho
más que empezar. Sé que no debería decir esto, pero no sabes la suerte que
tuviste de no tener que ver cómo el mundo entero sucumbía ante el irrefrenable
avance de esos malditos caníbales.
—¿Los zombis lograron exterminarlo absolutamente todo ellos
solos? ¿Absolutamente todo? —consultó la resucitada consternada ante los
incognoscibles hechos que habían sido provocadores de aquel radiactivo
apocalipsis.
—Traspasaron la frontera de la ciudad y se extendieron
rápidamente por el continente, pero no fueron ellos solos, sino las malditas
bombas que los estúpidos de los gobiernos lanzaron. Aquello nos quitó la poca
esperanza que nos quedaba de que todo volviese a ser normal.
—Pero vosotros os salvasteis —puntualizó Alice tras
percatarse de la negatividad que era predominante en los relatos cronológicos
conjurados por Selene—. ¿Cómo lo hicisteis?
—Bueno, cuando aquello ocurrió, yo me había establecido en
un pequeño pueblecito bastante apartado del núcleo urbano junto con M.A, Maya y
Nait. Todos los ejércitos del planeta se habían dedicado a desalojar las
ciudades para salvaguardar a la población en pueblos diminutos, similares a
aquel en el que estuvimos nosotros. O al menos eso era lo que nos contaban.
Fuese como fuera, cuando las bombas empezaron a lanzarse, todo eso se acabó.
Fue ahí cuando comenzó la verdadera supervivencia. Almatriche no era más que el
intento de recuperar un sueño imposible.
—Hay algo en esa historia que me inquieta, ¿sabes? Si ni
Dyssidia ni Puma estaban con vosotros por aquel entonces, ¿dónde se supone que
se encontraban?
—A Dyssidia le desapareció la ilusión de vivir en cuanto el
tren la sacó de Stone City sin su amada. Debido a ello, dos días después de la
huida, cuando los zombis todavía no habían comenzado su expansión hacia el
exterior de la ciudad ni se conocía el peligro que iban a significar, decidió
fugarse durante una noche sin siquiera decirle adiós a su hermana. Nos pasamos
meses buscándola, e incluso dudo que Maya haya dejado de hacerlo, pero a día de
hoy seguimos sin encontrarla ni saber dónde se fue. Sé que es una visión muy
pesimista, pero lo cierto es que siempre he creído que se marchó para morir
—confesó la doctora mientras un intenso ardor le recorría la longitud de su
espina dorsal—. Respecto a Puma, la pérdida de Eriel también le traumatizó
hasta cierto punto, pero a pesar de ello, continuó con nosotros durante poco
más de un mes. Un día cualquiera, se despertó pensando en que seguir
permaneciendo en aquel pueblo durante mucho más tiempo sólo nos provocaría la
muerte. Trató de convencernos de todas de las maneras para que nos largásemos
de allí, pero nosotros le insistimos una y otra vez en que estábamos seguros en
aquel lugar y que no necesitábamos avanzar hacia el norte, como él no paraba de
repetirnos, así que terminó por cansarse y marcharse él solo, ya que realmente
no había nada que le atase a nosotros.
—¿Y qué fue lo que paso después? ¿Cómo acabaste tú separada
de los demás? —indagó Alice, acrecentando cada vez más su interés en las
multitudes de vivencias que Selene tenía que contar.
—La verdad es que solamente hemos estado separados desde
hace un par de meses. Cuando sucedió, ya nos habíamos asentado en Almatriche
durante bastante tiempo. Yo me había unido a la Unidad Médica de la ciudad, que
como su propio nombre indica, eran los encargados de tratar las enfermedades
que contrajesen los habitantes del lugar, y todo ese tipo de cosas. El problema
radicó en que aquella no era nuestra única obligación. Algunos de los miembros
que pertenecíamos a la unidad debíamos mantenernos días enteros en el exterior,
e incluso semanas en ciertas ocasiones, normalmente para servir como apoyo en
llamadas de socorro que recibíamos de algunos supervivientes. Un día, los
chicos y yo captamos un mensaje de auxilio procedente de una zona colindante a
Mississauga. Tal fue nuestra suerte que no tuvimos otra región que atravesar
que ésta misma. Imagínate la que se lió cuando pasamos junto al Santa Sara Abelló.
Los presos que se encontraban en los turnos de vigilancia nos descubrieron y
quisieron capturarnos alegando que habíamos violado su sagrado perímetro. Los
médicos se negaron en rotundo, e incluso llegaron a asesinar a uno de los reos
en un forcejeo, así que acabaron asesinándoles a todos por puro despecho. Yo
fui la única que conseguí salvarme debido a que Puma me protegió de ellos. Por
supuesto, a cambio de que ejerciese como su doctora personal en el hospital,
así como que le proporcionase información sobre la ubicación del resto de
nuestros compañeros, y desde aquel entonces no he salido de allí —concluyó la
sanadora, renovando sus agotadas energías con una breve respiración una vez
hubo finalizado la continua transmisión de sus memorias—. Y eso es todo.
Resultaba increíblemente impresionante como en un lapso
temporal tan sumamente reducido, las intrínsecas relaciones establecidas entre
los representantes de las facciones rivales se habían enaltecido debido a aquel
arriesgado altercado que acababa de suceder. Puma, un tanto estremecido por el
acontecimiento presenciado, luchaba por vencer en el combate interno que se
hallaba librando contra su histerismo mientras contemplaba desde la
transparencia de la ventana como sus subordinados acataban sus órdenes al
retirarse del escenario. Ana tampoco aparentaba demasiada tranquilidad ante lo
que había acaecido, precisamente. Si hubiese dependido únicamente de su
venganza personal, lo más probable habría sido que la instrucción de despojar a
Florr de su alma hubiese sido inminente, pero conocía perfectamente que ella no
era la incógnita importante de su ecuación. Eva, por su parte, concentraba su
atención en analizar el comportamiento de ambos adversarios, con pretensión de
predecir lo que vendría a continuación. Suponía que su compañero general habría
improvisado alguna especie de plan secundario, el cual probablemente se basase
en las dos mujeres que permanecían en el helicóptero, pero no había ninguna
manera posible de saberlo con seguridad.
—Veo que al final ha optado por tomar una decisión
inteligente, señor general. ¿Ve cómo uno es capaz de pensar si se lo propone?
—arremetió su rival con desprecio mientras retornaba hacia la mesa en la cual
se había situado precedentemente, justo en la ubicación donde permanecían tanto
su arma de fuego como su walkie de intercomunicación.
—Max os ha vendido a todos vosotros. Me parece cuanto menos
excepcional que estés haciendo todo esto por ese tipo —contraatacó Puma a pesar
de conocer a la perfección la auténtica falsedad de aquel enunciado que había
formulado. El pretexto era evidente. Confundirla era su intención. Su
estrategia acababa de dar comienzo.
—No te confundas. Ni él ha vendido a nadie ni esto es por
lo que tú le has hecho —se reveló enfurecida su adversaria ante aquel
atrevimiento—. Esto es por todos aquellos a los que tus malditos violadores
repugnantes han asesinado cruelmente por puro placer.
La vengativa mujer se disponía a efectuar un contacto con
el resto de sus compañeros cuando percibió como las crujientes bisagras de las
cuales se deleitaba la doble puerta azulada que constituía el único acceso a la
cafetería cedieron para autorizar a un conjunto de ocho apresuradas figuras a
que se internasen sin decoro en el delimitado espacio que era ocupado por ellos
tres. Sobresaltada, Eva amenazó a los secuestradores empuñando su arma hacia
ellos con bastante mayor rapidez que la empleada por los agentes de policía,
pero la desventaja numérica ejercía una excesiva descompensación. Por el
contrario, aquel ser al que denominaban como el general ni siquiera se inmutó
ante aquella espontánea aparición. Parecía mantener la situación completamente
bajo control.
—¿Se puede saber que cojones está haciendo este tío aquí
contigo, Ana? —preguntó con desconsideración Tony mientras se aproximaba a la
posición de su compañera aliada, sin renunciar en ningún momento a su alarmante
posición de guardia permanente.
—Maldito hijo de la gran puta… —murmuró colérico otro de
ellos a la par que avanzaba hacia el principal causante de su furia con claras
intenciones de perjuicio. Sin embargo, se vio forzado a detenerse al
cerciorarse de cómo el cañón de una semiautomática se sostenía sobre su sien.
—Te recomiendo que pienses mejor lo que vas a hacer —le
advirtió verdaderamente amenazante quien era la incesante cautelosa que
acompañaba a su odiado objetivo.
—Esto no será necesario —trató de apaciguar Ana la presión
que se experimentaba en aquel panorama repleto de exasperante rigidez—. Aquí,
nuestro querido amigo, el general, ha aceptado personalmente consentir todos y
cada uno de los términos que le impongamos en una negociación con tal de
recuperar a su querida hermanita. ¿No es así?
A pesar de aquella evidente provocación, Puma perseveró en
el cometido de conservar su inquebrantable silencio. Sabía que le estaba
desafiando. Desde luego, no era la primera vez que se enfrentaba a semejantes
individuos, quienes creían que todas las ventajas eran de su posesión. No había
permitido que le derrotasen por aquel entonces, y aquella ocasión no iba a ser
ninguna excepción.
—¡¿Es eso cierto?! —exclamó Tony con bastante impresión en
su pregunta retórica—. ¿Así que estás dispuesto a negociar según nuestras
propias reglas? En ese caso, Lawrence, Ana y yo seremos quienes nos encarguemos
de ello. El resto podéis ocuparos de vigilar que esta señorita de aquí no se
nos vuelva a revolucionar.
Aquella que había sido recientemente mencionada, le
encomendó la expedición de otro de sus particulares mensajes no privados a la
transmisión personal de su intensa mirada, comunicando a su compañero su
incuestionable descontento hacia aquella imposición. Éste le respondió con una
expresión que ella pudo identificar como una petición de confianza en sus
propósitos.
—Venga, andando —le exigieron los agentes de policía a Eva
su circulación hacia uno de los recovecos de la estancia.
—Ni se te ocurra tocarme —le advirtió a aquel sujeto que
había pretendido trasladarla él mismo sin su consentimiento, justo antes de
desplazarse hacia el lugar que le había sido indicado, obedeciendo sin demasiado
convencimiento a los silenciosos ruegos que le había manifestado su solicitado compañero.
El cuarteto de individuos pertenecientes a la
responsabilidad de encabezar el pacto que los raptores habían impuesto,
compuesto por Puma, Ana, Tony y Lawrence compartieron el descanso de las sillas
propias de la única mesa que había estado ocupada hasta entonces por la
imperturbable chef, al mismo tiempo que el resto de los miembros controlaban
una adecuada conducta de aquella que se encontraba vinculada con el líder de
los presos.
Una vez se hubieron sentado, el general deslizó su pulgar
con disimulo hacia el botón rojizo del walkie-talkie que se localizaba parcialmente
oculto en su cadera, justo antes de formular una determinada oración de
atrevimiento.
—No vais a ganar esta guerra.
El controlado impulso
recibido por la madera de la puerta provocó que ésta permitiese el acceso al
deslumbrante dormitorio que preservaba en cuestión de segundos, autorizando a
Nait a vislumbrar su generalizado vacío. Con lentitud, el joven decidió
internarse en ella sin desprenderse de su actitud defensiva, mientras Inma
avanzaba detrás de él sosteniendo torpemente el arma que portaba con su
antebrazo sano. Mediante una seña efectuada por el varón, ambos adultos se
encargaron inmediatamente de registrar tanto los armarios y el baño del
interior como la terraza exterior, comprobando que no habían ocultado en ellos
a ninguna quejicosa adolescente.
—Y con ésta van cinco… —se lamentó la fémina cada vez más
defraudada por haberse encontrado completamente desiertas todas las estancias
que habían rastreado hasta aquel instante.
—No empieces a quejarte ya, que todavía nos quedan
bastantes habitaciones hasta que hayamos terminado de comprobarlas. Y tenemos
suerte de conocer la pista del número veintisiete, porque si no, podríamos
estar aquí eternamente —aclaró Nait regresando hacia el longitudinal pasillo,
donde Adán ejercía como vigilante con su nuevo arco.
—Sólo era un comentario —se excusó ella un poco antes de
enfrascarse en perseguir la senda que había sido marcada por los movimientos de
su dirigente hasta reencontrarse con ambos chicos en el exterior de la
estancia.
—Todavía no ha aparecido nadie por aquí. ¿Por qué está todo
tan tranquilo? —preguntó el niño un tanto desorientado por aquella
extraordinaria ventaja.
—No tengo ni la más remota idea, pero será mejor que
sigamos moviéndonos mientras podamos. En marcha. Vamos a la siguiente planta
—decretó el gobernante de la búsqueda, orientándose hacia un preciso tramo
descendiente de escaleras, el cual se ubicaba próximo al cuarto que acababan de
examinar.
—¿No debería estar todo el lugar repleto de guardias para
asegurarse de que no vamos a escaparnos? —meditó la inocente joven mientras
tanto ella como el niño se dedicaban a seguirle, para terminar acompañándole en
la utilización de los escalones, hasta alcanzar el piso situado inferiormente.
—¿Es que estás decepcionada, Inma? Desde luego, eres de lo
que no hay, ¿eh? —quiso molestarla Nait bromeando, con intención de descargar
la tirantez que estaba implicada en aquella exploración.
—Pero qué imbécil que eres —arremetió la mujer,
pretendiendo emular su apariencia de relajación.
—Bueno, pues parece ser que tenemos aquí otra habitación
del veintisiete, chicos —comunicó aquel que había sido chistosamente insultado gracias
a la información contenida en las distintas placas numéricas que se repartían
equitativamente en el corredor—. Venga, colocaros cuanto antes en formación.
Ante aquellas palabras de ordenanza, el trío se apresuró en
distribuirse de acuerdo a la disposición concertada para asegurarse de que no
accedían desprevenidos a ninguna de las estancias que investigaban. Nait rebuscó
entre las numerosas llaves plateadas que le había arrebatado al secuestrador
inconsciente hasta localizar aquella cuyos tres dígitos coincidían exactamente con
aquellos que representaban a la habitación requirente de un rastreo, y la
insertó en la cerradura de metal, al mismo tiempo que descansaba sobre el parapeto
situado a su izquierda, desde donde podría mantener en sujeción el instrumento
clave para eliminar el impedimento que suponía aquella puerta a la vez que se
preparaba para el asalto con su pistola en alto. Así mismo, Inma se situó en la
ubicación contraria a la de su compañero, con su arma también desenfundada por
pura precaución, al igual que Adán se instaló a una distancia considerable
frente a la puerta, conservando una de sus flechas en disposición de eliminar
cualquier amenaza que quisiese atacarles.
El cabecilla realizó un gesto de indicación antes de
efectuar un giro de noventa grados que desbloquease el cierre para internarse
precipitadamente en el habitáculo, dispuesto a combatir contra todo aquel que
osase enfrentarse a él, pero lo que no se le había ocurrido pensar era en la
improbable presencia de aquellos que no estaban vivos. Los lastimeros gemidos
emitidos por siete cadáveres podridos le informaron de que habían apreciado su
aparición a la perfección.
—Hostias… —musitó paralizado ante aquel inesperado
acontecimiento.
—¡Cierra la puerta! —vociferó Inma, desarrollando ella
misma la acción enunciada debido al mutismo de quien se había convertido en la
presa de uno de los zombis que se abalanzaba implacablemente hacia ellos. Aquel
desgraciado fue el único que impidió que volviesen a encerrarles obstaculizando
la rotación de la puerta de entrada con su brazo descompuesto—. ¡Ah, mierda!
¡Empuja, Nait, empuja!
—¡Joder, joder, joder, joder! ¡Tenemos que cortar ese puto brazo
como sea! ¡Tenemos que cortarlo o estaremos muertos! ¡Se nos van a echar
encima! —aullaba el referido un tanto angustiado por la tensión de la
situación.
—¿Por qué no les has disparado? ¿Para qué se supone que
llevas una maldita pistola? ¿Para hacer calceta con ella? —voceó la reprochante
mujer con cierto resquemor colérico.
—Claro que sí. Y atraer a todos los secuestradores hacia
nosotros, que es lo que mejor nos viene ahora, ¿no? Muy inteligente por tu
parte —le respondió el individuo recriminado con inoportuna ironía.
—Pues prefiero volver a estar encerrada antes de que me
devoren —reiteró la chica con rotunda contundencia.
—Hey, que estoy aquí —quiso atraer Adán la atención de
aquellos que se dedicaban a discutir sin discurrir en ninguna solución—. Yo
puedo ayudaros a acabar con ellos sin hacer ruido, pero tenéis que apartaros.
—No, espera. No será necesario —se opuso Nait una vez se
hubo concienciado de un elemento concreto que no había supuesto valor alguno para
él hasta aquel suceso de riesgo extremo—. Inma, coge una de las flechas del
carcaj y haz palanca en el brazo del zombi para partirlo. Yo sujetaré la
puerta. Date prisa, por favor.
—¿Qué? ¿Cómo? ¡¿Qué quieres que haga qué?! —exalto con
simultaneidad la referida su impresión de ensimismamiento ante la brutal
salvajada que le había sido encomendada.
—¡No lo pienses! ¡Sólo hazlo! —reiteró éste cuando sintió
como un conocido ataque de dolor tan ardiente como punzante recorría la
longitud de su espina dorsal, en consecuencia de la presión que era ejercida
sobre sus costillas fracturadas.
Acatando finalmente la orden, Inma se abalanzó hacia el
emplazamiento del pequeño niño que transportaba el utensilio requerido, quien
se había descolgado la característica
funda que los resguardaba de su espalda para permitir a la mujer
apoderarse velozmente de una de las puntiagudas flechas que conformaba el
conjunto de todas ellas, regresando con
atropellante velocidad hacia el inalterable espacio donde se situaba la única
resistencia del trío contra sus feroces enemigos reencarnados.
Esforzándose en calcular visualmente las coordenadas
exactas en las que debía asestar su arma improvisada, la fémina elevó la
articulación de su hombro con un delimitado ángulo de rotación que le resultase
benefactor en cuanto a la potencia de su ataque antes de efectuar el
procedimiento concreto que atravesaría la putrefacta carne de aquella asquerosa
criatura de ultratumba, pero el incesante zarandeo de su repugnante extremidad
provocó que la arremetida no fuese más que un intento fallido.
—¡Pero sujétale el brazo para que no se te escape, por el
amor de Dios! —bramó el superviviente adulto del sexo masculino prácticamente desquiciado.
—¡¿Y cómo demonios lo hago?! ¿Debo recordarte que tengo un
brazo en cabestrillo? —alegó su equivocación la cometedora del error. Una
implacable sacudida del impedimento creado a partir de la madera que
distanciaba a los muertos de los vivos informó sobre la escasez de tiempo que
se estaba propagando en el ambiente—.
—Yo lo haré —se ofreció Adán al traspaso de aquella
responsabilidad, quien en un inaudito arrebato de sus propios reflejos, se
aferró a la muñeca del zombi con el propósito de mantener la extremidad en un
necesario estado de firmeza—. Venga, hazlo.
Ante aquella acumulación de congregada asistencia, Inma se
aventuró definitivamente a incrustar con fiereza la punta de hierro de la flecha
en la zona del antebrazo más próxima al codo del podrido, ocasionando su escape
forzado a través de su región inferior, quebrando parcialmente su debilitado
ligamento. A pesar de la repulsión que conquistó su estómago al sentir como los
chorros de sangre fluida que emergieron de la profunda herida bañaron sus manos,
no cesó en su tentativa de ejercer fuerza en forma de palanca para terminar de
despedazar la extremidad por completo, pero ni siquiera con sus mayores
esfuerzos le fue suficiente. La obstructora puerta soportó vagamente otra de
aquellas vándalas acometidas, situándose en el límite de su derrumbamiento.
—¡Coge otra! —aconsejó el pequeño un tanto fatigado, en
referencia al carcaj que había sido desplomado con anterioridad justo en mitad
del corredor.
Acatando casi de inmediato aquella sugerencia, la guerrera
se abalanzó sobre el objeto que contenía multitudinarias flechas para recoger
una segunda, que no se demoró en ser insertada violentamente junto a la
anterior, ampliando en considerable medida la longitud recorrida por los cortes.
La vomitiva podredumbre de aquel antebrazo huesudo sumada a una nueva embestida
por parte de la joven ocasionó que finalmente cediese, al concederle al niño el
privilegio de arrancarlo, impregnándose en un auténtico festival de color
rojizo intenso antes de terminar impactando ferozmente contra el duro suelo.
Libres de aquel interminable incordio, Nait volvió a
encerrar a aquellos descerebrados con un presuroso desplazamiento de la llave,
concediéndose una respiración eternamente aliviada.
—¡Agh, qué asco! —expresó el desafortunado menor
embadurnado en sangre infecta a la vez que se deshacía del descolorido
antebrazo descuajado que se había desmoronado sobre sus piernas—. Ya es la
tercera vez que me pasa esto.
—¿En serio? —cuestionó Inma aquella afirmación, todavía en
proceso de recuperación de aquel intenso susto que casi les había costado su
existencia, extendiéndole así mismo su mano ensangrentada, ofreciéndose a
servir como sustentación para que se levantase—.
—Venga… vámonos… ya… de aquí… —impetró aquel que le
otorgaba el característico componente de liderazgo al trío con un jadeo más que
preocupante.
—Nait, ¿estás bien? —se preocupó su compañera tras haber
advertido aquel alarmante detalle—. Te noto bastante mal. ¿Quieres que
descansemos un poco?
—No, no, tranquila. Es sólo que… desde que mis costillas se
rompieron… mi resistencia… no es como la de antes… pero eso es todo, de verdad.
Venga, vamos a continuar con la búsqueda. No podemos perder tiempo —argumentó
éste su persistente condición antes de encaminar sus sosegados pasos hacía la
sección inexplorada de aquella planta, pese a que la sobreviviente alarmada no
se encontraba demasiado convencida de ello.
El zumbido de un entrecortado sonido proveniente de una
atrayente mochila que se localizaba cercana a Alice provocó que ésta allanase
con celeridad su contenido hasta que extrajo de sus profundidades un
intercomunicador en perfecto estado.
—No vais a ganar esta guerra —se escuchó de un impenetrable
tono de voz a través del aparato.
—¿Ha sido Puma el que ha hablado? ¿Era eso la señal? —consultó
Selene con evidente confusión en su
interpelación.
—Apostaría a que sí que lo es —conjeturó Alice al mismo
tiempo que se equipaba con su recortada y desbloqueaba el cierre de la compuerta
trasera del helicóptero para descender hasta la superficie de la azotea—. Ahora
nos toca a nosotras entrar en acción.
Tras aquella comprometida intervención, la doctora recogió
el robusto maletín metálico que era de su propiedad, permitiéndose a sí misma
abandonar el vehículo aéreo, dispuesta a congregarse con la adolescente en su
inminente intromisión.
—Hey, hey, espera un momento, ¿a dónde se supone que vas
con ese armatroste? —la detuvo la
temeraria en referencia al insufrible escándalo ruidoso que era ocasionado por
el material médico que el maletín contenía.
—¿Qué pasa con él? Voy a necesitar todo esto si sufrimos una
emergencia médica. He estado preparándolo durante casi veinte minutos en el
hospital. ¿Pretendes que me lo deje aquí? —enunció la criticada un
introspectivo razonamiento respecto a su decisión de portar aquella atronadora
maleta conteniente de su medicación seleccionada.
—¿Acaso piensas que vamos a pasar desapercibidas ahí dentro
si vas atrayendo a todo ser vivo con ese cacharro? Nos dejarás vendidas si te
lo llevas —insistió aquella que había sido reanimada, volviendo a alegar
nuevamente al correspondiente asunto de la algarabía que surgía de su ajetreada
agitación.
—De acuerdo, de acuerdo —se rindió la componente sanadora
del disgregado grupo—. Tan sólo dame unos segundos. Necesito coger un par de
cosas que realmente nos serán de vital importancia en caso de accidente. Dejare
aquí el resto para cuando volvamos.
La señorita denominada como Alice condujo su orientación
hacia la salida de la azotea mientras su exclusiva acompañante extraía del
interior de su maletín diversos útiles que no demoró en resguardar en los
bolsillos de su pantalón vaquero antes de instalarlo sobre los específicos
asientos del helicóptero para permitirse encaminarse a un reencuentro con su
camarada.
—¿Quieres machete o automática? —le consultó ésta
ofreciéndole ambas herramientas sin discrepancias—. No te vendría muy bien ir
desarmada.
—Bueno, ya hace algún tiempo que no controlo ningún arma,
pero la verdad es que si tengo que elegir, preferiría quedarme con el machete.
—Emm… ¿en serio? Oye, ¿sabes qué? ¿Por qué no te quedas mejor
con la automática, que es más sencilla de controlar? Porque aunque no lo
parezca, si no tienes muchísimo cuidado con este machete, te puedes cortar
fácilmente una mano —se excusó la atrevida
joven, tratando de camuflar su falsedad con simulados pucheros—. Toma,
cógela. Pero ni se te ocurra disparar a menos que sea estrictamente necesario. No
necesitamos llamar la atención.
—Muy bien, seguiré tu consejo, pero si no querías quedarte
sin el machete, no deberías habérmelo ofrecido. No es necesario que cumplas
conmigo, ¿sabes? Venga, ve tú primero.
Alice no se contrapuso a aquella cesión de internación,
introduciéndose en la edificación hostelera junto a su compañera Selene.
La preocupación que se respiraba en aquella densa atmósfera
afectaba a la mayoría de los concurrentes equitativamente. Sus paciencias se
asentaban en el límite de un profundo precipicio después de haberse visto
obligados a soportar todo lo que les había acontecido durante aquel completo e
inusual día cuyo fin nunca se mostraba. Independientemente de que la
negociación pudiese cerrarse insólitamente con éxito, los representantes del
bando conformado en el Abelló eran conocedores de su indisimulable pretensión
de extinguir la miseria de su supervivencia. No sabían cómo ni cuándo, pero no
accedía a ninguna de sus intenciones permitirlo en la ocasión en la que
aconteciese.
—No vais a ganar esta guerra —expresó Puma con firme e inquebrantable seguridad en su enunciado. Tan
sólo las facciones de su semblante alcanzaban a imponer un respeto que no
habría sido menos que el de señorial, pero que no parecía poseer pretensión de
afectar a su irritada archienemiga.
—Eso está por ver, general —le contrarrestó Ana con
irascibilidad por lo que había sido una intervención improcedente.
—¿Qué es lo que queréis? —demandó el caudillo del hospital
con una suma impaciencia que supo cómo fingir con maestría.
—Se lo expondré claramente —comenzó Tony la conversación,
entrecruzando los dedos de sus manos con el propósito de reposar sus codos
sobre la destartalada mesa dispuesta frente a él—. Si quiere volver a ver a su
hermana con vida, entonces la mitad de todos los recursos que ese hospital
posee serán para nosotros, incluyendo medicinas, municiones y armas.
—También queremos que nos desvele su pequeño secreto para
vivir en el epicentro de una ciudad infectada sin que se lo coma ningún muerto
viviente. Porque está claro que eso no es un prodigio de la naturaleza —añadió
el tipo designado como Lawrence, reparando en que su superior no lo había
recordado.
—Y como garantía de que no volverás a por nosotros con esos
deplorables inhumanos, os vais a largar de la ciudad para siempre, y no me
importa todo lo que ello conlleve. Tan sólo coges a los tuyos, coges tus cosas
y te marchas. ¿Lo has entendido? —le imperó con preponderancia quien era la única
civil del conjunto policial.
Un establecimiento de la comunicación se distinguió en el
intercomunicador ubicado sobre el mueble mediante un reverberante sonido,
recordándole a la mujer la realización de uno de sus estrictos deberes.
—No te preocupes, Joel. Estamos intentando negociar con
este elemento de persona, pero no me había olvidado de la llamada de
confirmación. Continúa reteniéndola. Ya casi le tenemos.
Aprovechando aquella fortuita distracción, Puma encabezó su
específico campo visual hacia el delimitado espacio donde se localizaba Eva
rodeada por media docena de hombres para averiguar su parecer respecto a
aquella operación de intercambio. Ésta negó con un enmascarado ademán de su cabeza
ante las desmesuradas y exorbitantes barbaridades que estaban solicitando.
—¿Y entonces? —profirió Ana inquieta ante el inalterable
mutismo del general.
—¿Realmente creéis que tener cautiva a Florr os ofrece la
posibilidad de imponer las condiciones que mejor os favorezcan a vosotros? —articuló
éste una temeraria estrategia que podría ser funcional para su beneficio
personal en el caso de que ejerciese la influencia deseada en sus enemigos—. No
puedo aceptar lo que me estáis pidiendo.
La especializada maestra de la cocina de alta clase apretó
con fuerza el walkie-talkie que aún conservaba entre sus manos, rebosante de
profunda e insondable cólera.
—Hey, Nait —reclamó Inma su comparecencia frente a la
ubicación que había llamado especialmente su completo interés.
—¿Qué pasa? —preguntó éste antes de aproximarse hacia el
emplazamiento concreto en el cual se situaba la componente más femenina del
trío.
—¿Qué hay de esta habitación? ¿No vamos a entrar aquí? —le
consultó ella en alusión a aquel portón de estilo rústico que se asentaba
contiguo a ellos.
—¿Cuál es tu interés por ella? No es más que un almacén. Se
puede leer perfectamente en esta placa de aquí. No es nuestro objetivo —le
esclareció el varón con imperturbable decisión.
—Yo creo que la señorita Inma se refiere más bien a aquello
de allí —intervino Adán, señalando a una voluminosa lamina anclada consistentemente
en uno de los tabiques de la construcción, relativamente cercana al portón que
había sido anteriormente expuesto, la cual les indicaba que se situaban
justamente en la planta número veintisiete.
—Exacto. Gracias, chico. Menos mal que alguien aquí sabe
pensar —se cachondeó Inma con una inocente broma, ocasionando una mueca de
disgusto en su víctima—. Ahora en serio, deberíamos comprobar si Florr está
aquí dentro. ¿Y si resulta que no fue el número del dormitorio lo que tú viste,
sino el de la planta? Vamos, no perdemos nada por echar un ligero vistazo, y
dudo mucho que ahí dentro nos vayamos a encontrar con algo peor que los muertos
de antes.
—Agh, está bien. Supongo que no tardaremos demasiado tiempo
en hacerlo, y lo cierto es que tiene algo de sentido —se rindió el muchacho
ante su perseverante pretensión—. Rápido, colocaros en formación, e id con muchísimo
cuidado ésta vez. Espero que no nos llevemos ninguna sorpresa más.
Los tres sujetos establecieron su común posicionamiento
estratégico de asalto a aquel concreto almacén. Nait localizó la llave
correspondiente que desbloqueó la cerradura del portón antes de originarle un
impacto contra su costado, exactamente idéntico al ordinario procedimiento
efectuado en precedentes ocasiones, pero fue en aquellas circunstancias cuando
un torbellino fugaz de sufrimiento implacable inundó su costillar, arrancándole
un penetrante aullido lastimoso de las profundidades de su garganta.
—¿Estás bien? —se intranquilizó Inma ante aquella súbita
acometida proveniente de un insufrible tormento.
—Sí, estoy bien, estoy bien. Cálmate un poco, mujer, que no
tengo ninguna intención de morirme hoy —trató de mitigarla el afligido
sarcásticamente, pero ésta no modificó ni en un solo detalle su semblante de
íntegra seriedad.
—Uauh… ¡Mirad todo lo que hay aquí! —se maravilló el niño
ante la imprevista sorpresa que aquel almacén les había estado custodiando,
corriendo aceleradamente hacia uno de los múltiples estantes que conformaban el
característico sostén del botín para apoderarse de una celestial botella del
tan ansiado agua, de la cual comenzó a beber ansiosamente.
—Vaya… —musitó la fémina con estupefacción debido a los
numerosos recursos que se disponían en todas aquellas hileras paralelas,
cuidadosamente ordenadas.
—Mira cuantísima comida tienen estos tipos —anunció el
apenado mientras examinaba las incontables latas de conserva que allí se
ubicaban—. Aquí hay un cargamento suficiente como para no tener que pasar nada
de hambre durante meses, e incluso años si estuviese correctamente repartido.
—Y aquí hay más todavía —añadió la accidentada dama, quien
había rebuscado en lo más recóndito de una de las cajas de cartón que se
repartían por el almacén, donde se localizaban encurtidos de diferentes clases.
Inma se apropió de uno de los botes de cristal contenientes de aceitunas,
deshaciéndose de la tapa que las preservaba para autorizarse a sí misma a
introducírselas en el interior de su boca mediante compactos puñados de ellas.
Al presenciar aquel majestuoso descubrimiento, Adán se apresuró en obtener una
posición contigua a la de la mujer para que compartiese con él aquel señorial
aperitivo.
—Ya veo que tenéis un hambre de lobos. Parecéis polillas
atraídas por la luz —comentó Nait con una simulada recriminación.
—¿Qué pasa? ¿Es qué tú no tienes hambre? —mencionó con excesivas
dificultades aquella mujer de voraz apetito, una vez se hubo cerciorado de que
no escupiría los huesos del fruto involuntariamente debido a la articulación de
aquellas palabras.
—Claro que sí, pero es que mientras vosotros os infláis con
un mero piscolabis, yo he encontrado esto —alardeó el jactancioso, exhibiendo
una enorme bolsa de patatas fritas, cuyo envase preservador había rasgado con
fiereza para devorarlas gustosamente. Los dos miembros restantes no tardaron
demasiado tiempo en sentir envidia hacía él, decidiendo realizar un abordaje
para forzarle a que repartiese el calórico aperitivo.
Entre los tres hambrientos individuos engulleron toda
aquella comida refortaleciente con la que se habían apropiado antes de ingerir
más de un litro entero de agua procedente de una de las garrafas que se
localizaban allí entre ambos adultos, renovando por completo sus consumidas energías.
—Bueno, fue bonito mientras duró, pero supongo que debemos seguir
buscando a Florr. No podemos quedarnos aquí todo el día comiendo como cerdos
—informó el muchacho poseyente de la mayoría de edad una vez su estómago se
había saturado de alimento—. Es una pena que ni podamos ni tengamos tiempo de
llevarnos todo esto. Lo cierto es que nos podría facilitar mucho la
supervivencia de aquí a un futuro próximo.
—¿Y por qué no, exactamente? —consultó Inma tras haber
reflexionado ligeramente sobre las posibilidades existentes respecto a aquellas
provisiones.
—¿Qué? ¿A qué te refieres con eso? —la interrogó Naitsirc
con indudable desconfianza en consecuencia a la disposición sospechosa de su
acompañante femenina.
—Escucha, Nait, ¿te has percatado de las mochilas que hay
en aquel rincón de allí? Pues bien, yo me quedare aquí y recogeré toda la
comida que me sea posible mientras vosotros vais a buscar a Florr. Una vez la
hayáis rescatado, volvéis aquí y planificaremos entre los cuatro una estrategia
para escapar de este lugar, siempre y cuando esa niña esté dispuesta a cooperar
con nosotros, claro.
—¿Y te quedarás aquí tú sola? ¿Lo estás diciendo en serio? ¿Qué
crees que pasará si uno de esos secuestradores te encuentra o si vuelven a
aparecer zombis? ¿Piensas que serás capaz de enfrentarte a todos esos problemas
en solitario? —la rebatió el conmocionado muchacho, exaltando bárbaramente la
peligrosidad del ruinoso mundo en el que resistían.
—¿Y si resultase ser al contrario? ¿Y si os atraparán a
vosotros dos, mientras que yo me convirtiese en vuestra única salvación debido
a nuestra separación? —se resguardó ella situándose en las mismas acometidas
rastreras que su compañero—. Nunca se sabe lo que puede pasar en esta vida,
Nait, pero lo que sí te puedo asegurar es que si no nos llevamos esto, tal vez
podríamos morir de hambre dentro de muy poco tiempo. Después de todo, dudo
mucho que el fuerte sea ahora un lugar habitable, y tampoco tenemos la más
mínima idea de si conseguiremos encontrar a Maya, a M.A, a la hermana del niño
o a Puma, si es que continúa vivo. Tenemos que empezar a pensar como personas
independientes de ellos, aunque lo más probable es que no sea así.
—No sé, no sé… —permaneció el muchacho con sus
imperturbables incertidumbres.
—Venga ya, Nait, deja de ponerles pegas a todo lo que
propongo. No voy a negarte que a torpe no puede ganarme nadie, pero si fuese
estúpida, ahora mismo no estaría aquí, con vida. No es por nada, pero yo he
sido quien ha encontrado esto, y quien decide llevárselo, así que lo siento si
no estás de acuerdo —concluyó tajante Inma la controversia acaecida—. Si te vas
a sentir más seguro, puedes entregarme la llave del almacén para que cierre la
puerta. Eso sí que lo aceptaría.
—Vale… —se resignó él a aprobar aquellas apelaciones,
cediéndole sin ninguna otra oposición el objeto en cuestión—. Pero ten muchísimo
cuidado, y ni se te ocurra moverte de este lugar. Volveremos en cuanto nos sea
posible.
—¿Nos vamos a buscar a Florr? —intervino Adán en la
conversación dialogada de ambos jóvenes adultos—. No quiero que le pase nada
malo.
—Por supuesto, chico. Nosotros dos nos iremos ahora mismo a
rescatarla, mientras que Inma se quedara aquí recogiendo parte de toda esta
comida para cuando nos marchemos —anunció el varón lesionado al mismo tiempo
que se determinaba a abandonar el recinto particular del almacén.
—Adiós. Ten cuidado —se despidió de la mujer el pequeño
niño sonriente mientras persistía en su afán de acompañar al característico
líder del trío, respondiéndole ella con un gesto de igualitaria categoría justo
antes de bloquear el portón con aquella llave metálica que había recibido,
impidiendo cualquier tipo de intrusión en el recinto.
Un tenue apreciamiento de unos livianos sonidos de
comunicación emitidos por lo que parecía ser una ronca voz interrumpió
abruptamente la orientación de la inusual pareja conformada por Alice y Selene.
—¿Escuchas eso? —preguntó la característica adolescente,
con intención de comprobar que sus
receptores sensitivos no deseaban confundirla con una absurda invención.
—Sí, sí, puedo oírlo. Alguien está cerca —dedujo su
inexperta aliada disponiéndose a un confrontamiento cualquiera al retirar el
seguro que preservaba a la peculiar munición de su automática del exterior.
—Vamos —le susurró la primera, indicando con una seña
particular el comienzo de un desplazamiento hacia el área definida del cual
provenían aquellas perceptibles evidencias que señalaban la presencia de seres
humanos a unos pocos metros, deteniéndose justo cuando el muro colindante a
ellas alcanzó su limitante final.
—Echa un vistazo. Yo me encargaré de cubrir la retaguardia
—le cedió la hospitalaria doctora aquel incuestionable riesgo.
Con una disposición muy distante a la negación, Alice se
asentó parcialmente sobre el tabique coloreado para facilitarse una visión
encubierta de cualquier acontecimiento que fuese a presenciar. Mediante aquel
procedimiento, la mujer divisó sin demasiada dificultad a dos figuras que
parecían ser masculinas situadas en el corredor contiguo, en proceso de
entablación de una interesante conversación.
—Venga, Joel, tío, no me jodas. Nikov te proporcionó tres
putas armas para que vigilases a una niñita indefensa a la que puedes dejar
seca de una hostia. ¿No puedes darme una, eh? Dame una, joder, dame una de una
puta vez —se enfrentaba con basta vulgaridad uno de aquellos secuestradores
hacia su correspondiente receptor, incluso aferrándose a sus desgastados
ropajes como una ordinaria tentativa de amenaza.
—Suéltame, coño —exclamó éste deshaciéndose de las
extremidades excitadas de aquel encolerizado oficial—. Sé que no han pasado ni
tres días desde que tu padre se murió en el bosque, pero contrólate de una puta
vez, joder. No puedes pasarte todo el día puteando a los demás con esos
estúpidos cambios de humor que te dan. Estamos en guerra, ¿sabes? Deberías
estar en la cafetería con los demás en vez de estar aquí reclamándome una
jodida pistolita que a saber si no será para suicidarte.
Seguidamente, se advirtió el estampido ocasionado por un
apresurado portazo, el cual interrumpió el contacto visual de ambos sujetos.
—Ah, ¿así que ahora pasas de mí como si fuera un cacho de
mierda, cabronazo? Pues muy bonito. Estupendo. Maravilloso. Muchísimas putas
gracias, desgraciado de mierda. Con todo lo que yo he hecho por ti, y así es
como me lo pagas, sanguijuela. Ojalá que la hermana del general se despierte y
te corté las pelotas con uno de tus putos cuchillitos. ¿Qué pasa, eh? ¿Es que
ahora te has quedado mudo de repente? Ah, no, espera, si es que esta puta suite
está insonorizada, ¿verdad que sí, Joel? ¿Verdad que Tony estuvo seis meses
follándose a la zorra de tu mujer? ¿Verdad que la guarra de tu hija se la
chupaba a medio cuartel cuando la traías a que viese cómo trabajabas, eh? Y tú
sin saber que era ella la que hacía sus propios trabajitos finos en los baños,
¿verdad? Te mereces todo lo que te haya pasado, y mucho más, hijo de la
grandísima puta.
—Hey, ¿qué es lo que está pasando ahí? —consultó Selene
alarmada por los feroces alaridos con los que explotaba aquel desequilibrado
mental.
—Pasa que el loco ese está poniendo al otro más verde que
un tomate cherry. Y menos mal que no lo está escuchando, porque si no,
empezarían a volar cabezas como si fuesen palomitas de microondas —le explicó
una impactada adolescente ante la extravagancia que se había visto obligada a
presenciar.
El desquiciado individuo extrajo de uno de sus bolsillos
traseros un anticuado mechero junto a un relajante cigarro de la mejor
categoría para efectuar diversos intentos violentos de encendido, hasta
terminar por estamparlo con brutalidad contra una de las ventanas del hotel, destrozándola
en una bestial explosión de indefinidos cristales crujientes, los cuales
sobresaltaron a sus espectadoras, a quienes no se les había ocurrido aguardar
una reacción como aquella.
—Cuidado, cuidado —advirtió Alice la necesidad de su retiro
cuando observó cómo el demente se trasladaba con enfurecimiento hacia el puesto
que cubrían, aunque ignorando a las susodichas debido al ocultamiento de éstas
en un improvisado escondrijo—.
—Madre mía, ese tipo está como para que lo encierren en una
celda durante una buena temporadita —conjeturó Selene mientras se evadía de su
resguardo, liberada de la tensión que le había efectuado la probabilidad de
haber sido descubierta.
—Vamos, creo que sé dónde retienen a esa chiquilla que
estamos buscando. Sígueme. —informó la involuntariamente resucitada guiando
sigilosamente a su compañera hasta la estancia frente a la cual se había
desencadenado aquel candente altercado—. Vale, yo diría que es aquí, si mal no
recuerdo.
—Habitación 1427 —leyó aquel conjunto ordenado de
predispuestas letras y números la única sanadora que pertenecía a aquella
pareja de guerra—. Está bien, voy a fiarme de ti. ¿Cómo lo hacemos para entrar?
Porque sospecho que la puerta está más que descartada.
—Sospechas bien. No podemos arriesgaros a entrar
precipitadamente en el cuarto y que maten a la chica antes de que podamos
rescatarlas. Tenemos que encontrar otra manera de sacarla de ahí —le explicó la
pubescente adolescente, argumentado la certeza de aquel enunciado.
—Y entonces, ¿qué podemos hacer? ¿Se te ocurre algo?
—consultó la experta médica, aspirando a descifrar aquel enredado acertijo que
se les había planteado.
—¿No era una suite? ¿Y si tiene alguna entrada más?
—conjeturó la joven poseyente de la menor edad, inspeccionando las limítrofes
cercanías para cerciorarse de que su hipótesis no fuese incorrecta.
—Estamos en un hotel de lujo, Alice. Dudo mucho que vaya a
haber dormitorios con dos entradas, ni siquiera aunque sea una suite. ¿Y no
crees que, en el caso de que las hubiese, también se encontrarían bajo
vigilancia? Va a ser mejor que continuemos pensando —se contrapuso Selene a
aquella improbable eventualidad—. Por cierto, ¿qué hay del balcón?
—¿El balcón? ¿Te refieres a colarnos por la terraza?
—inquirió la reanimada, expectante ante semejante estupidez—. Que haya
resucitado no significa que pueda trepar por las paredes como si fuese un superhéroe
de comic baratero. Es una auténtica locura.
—¿Crees que no lo sé? —le profirió retóricamente la
específica doctora, defendiéndose de sus acusaciones de articular únicamente
sandeces—. Pero es que no se me ocurre nada más, de verdad.
—¿Y qué hay de eso? —se percató la rechazante de una
camuflada rejilla de ventilación que se situaba relativamente cercana.
—¿Los conductos de ventilación? Bueno, la habitación
debería estar obligatoriamente conectada con alguno de ellos, así que no es una
mala idea en realidad, teniendo en cuenta que no hay ninguna otra alternativa.
Podría funcionar, ¿por qué no?
—Claro que funcionará —manifestó la recientemente
reencarnada con inquebrantable optimismo mientras desenroscaba las tuercas de
aquella consumida rejilla con disposición a internarse en el sistema de
aireación—. Y una vez hayamos rescatado a esa chiquilla, Puma no tendrá más
opción que dejarme ir del hospital como compensación.
—¡¿Pero qué coño?! —vociferó colérico un intruso
descubridor, quien desencadenó una reacción de apremiante defensa por parte de
Selene y Alice, amenazando con nerviosismo a aquel indiscreto entrometido. La
inquietud de ambas mujeres se acrecentó en cuanto contemplaron frente a su
exacta percepción el indeseable regreso de aquel despreciable perturbado de geriátrico,
el mismo que había quebrado el aniquilado cristal en pequeños fragmentos, los
cuales se incrustaban irremediablemente en sus botas de campo.
—Tranquilidad, por favor, tranquilidad —simuló
temerariamente la segunda un intento de pacificación de aquella calurosa
situación, entregándole la recortada a su acompañante para falsear un
permanente estado de desarmamiento a la vez que extraía el machete de su funda
disimuladamente antes de avanzar con precaución hacía aquel sujeto—. Escuche,
si está usted viviendo aquí, sentimos muchísimo haber allanado su propiedad, de
verdad que lo sentimos. Nosotras sólo estábamos buscando un lugar en el que
poder resguardarnos del desastre que hay ahí fuera. Le juro que lo único que
queremos ahora mismo es descansar. No queremos asaltarle ni robarle, así que no
hay razón alguna para que nos ataquemos.
Una vez hubo considerado que la distancia con respecto a su
objetivo fuese la adecuada, Alice se aprovechó de la distracción que había
improvisado para desarrollar un presuroso ataque lateral de cuchillo que
consiguiese perforar alguno de sus órganos vitales, pero el secuestrador
resultó ser lo suficientemente veloz como para interrumpir aquel imperfecto
ataque, retorciendo su muñeca con brusquedad hasta que le fue ocasionado el
dolor que era necesario para que el arma blanca se desprendiese de su agarre,
estrellando a la joven contra una de las intactas cristaleras al aferrarse
violentamente su cuello.
—Tú te crees que yo soy subnormal, ¿verdad? ¿Piensas que
puedes engañarme? Sé que habéis venido con el general. ¿Qué haríais aquí si no?
¿Y sabéis qué? Nos vais a venir de puta madre para hacer que ese tío nos dé aún
más de lo que queremos.
—Suelta a mi amiga —imperó Selene, amenazando con atravesar
el trastornado cerebro de su enemigo mediante la propulsión de una bala,
convirtiéndose en imposible el acto de controlar las múltiples sacudidas
corporales que arremetían contra ella.
Lejos de aplacar su recóndita furia, el susodicho
intimidado efectuó una llave que apartó la extremidad de la doctora de su
trayectoria original, hincando el codo en su muñeca de manera que le fuese
permitido apropiarse tanto de la automática como de la recortada antes de
derribarla mediante una feroz patada frontal en su pecho, deshaciéndose de las
armas de las cuales se había apoderado cuando se dispuso a arrojarlas por un
ventanuco semiabierto.
—¿Pero vosotras que os habéis creído, pedazo de zorras?
¿Qué sois soldados o algo por el estilo? —espetó el combatiente, acrecentando
su petulante ego con el desprecio de las féminas que perseveraban en
enfrentarse a él con admirable valentía—. Deberíais saber que fui el ganador
del torneo de artes marciales que organizaba mi división durante cuatro años
seguidos. Así que si lo que queréis es derribarme, adelante. Os estaré
esperando. Yo no me voy a mover de aquí.
Enojada por aquel arrogante monólogo que había dictaminado,
Alice pudo recuperar las suficientes energías como para atreverse a asestar una
ininterrumpida serie de impactos de diversa índole con cualquier parte de su
cuerpo que le fuese posible, evadiendo el guerrero experimentado aquellos
toscos ataques sin que le supusiese demasiada dificultad, hasta que provocó la
bruta colisión de su frente contra el rostro de su víctima, quebrando sus fosas
nasales a la vez que conseguía abatirla sobre la compacta superficie.
Selene se incorporó confundida por el precedente derribo,
esforzándose por reubicar en su entendimiento el confrontamiento que se estaba
sucediendo en aquel lugar. A pesar de que no conocía absolutamente nada sobre
ninguna técnica de combate, había presenciado las suficientes veces al Chino en
sus entrenamientos rutinarios como para haber podido memorizar alguna de sus
estrategias, aunque reproducir los movimientos del preso no sería nada sencillo.
Decidida a ser la incuestionable vencedora de aquel
enfrentamiento, la mujer lanzó un endeble gancho descendente que el varón
esquivó antes de propinarle un puñetazo vertical en el abdomen que descompuso
las paredes de su estómago. Aquella vasta ofensiva fue continuada por una
incontenible patada en salto, que ella evadió milagrosamente mediante la
actuación de agacharse instintivamente, anticipándose a la realización de un barrido
que no logró sobrepasar los límites de la torpeza y la inutilidad, exponiendo
su íntegra defensa al potente rodillazo que le fue asestado justo bajo su
barbilla, concluyendo nuevamente otra de aquellas concisas batallas que las
féminas protagonizaban.
Orgulloso de su victoria, el combatiente desplegó sus
confianzas en una proporción que fue la necesaria para que su primera oponente
clavase los incisivos de su dentadura en su gemelo, apoderándose de un profundo
aullido de sufrimiento, que fue reprimido cuando el sujeto pisoteó
impiadosamente su cabeza como penitencia por aquella intervención. Sin embargo,
aquella distracción le ofreció a la doctora la oportunidad perfecta para
extraer de su pantalón una jeringuilla rebosante de algún líquido desconocido antes
de arriesgarse a penetrarla en aquel desequilibrado, cuyos reflejos no
resultaron ser los suficientes para que ésta se hincase profundamente en su cuello,
desplegándose el fluido conteniente una vez hubo apretado el émbolo.
Enfurecido, el secuestrador arremetió con un puñetazo en el
pómulo de su atacante que consiguió desorientarla, extirpando toscamente tanto
la cánula como la aguja inoculadas.
—¿Qué cojones me has inyectado, puta? —bramó colérico,
arrojando con desprecio los componentes de la jeringa hacia la responsable de
aquella administración, inundándole un sentimiento combinado de decaimiento de
su atención y debilitamiento de su energía.
La mordedora realizó un insoportable esfuerzo por
levantarse nuevamente, a pesar de la
tortura que le causaba el daño ocasionado por las múltiples lesiones
recibidas, e intentando controlar la sangre que emanaba de la parte central de
su rostro, descargó un puntapié en la parte posterior de la rodilla de su rival
que retorció sus ligamentos, para proseguir la acometida hundiendo la planta de
su pie en el cráneo de su infame enemigo, aparentando una permanencia de
pérdida de combate mediante un desmayo, liberando finalmente a las mujeres de
su despreciable presencia.
—¿Alice, estás bien? —se preocupó Selene por su estado de
salud, aproximándose a ella para inspeccionar su destrozado órgano olfativo—.
—Agh, el cabronazo éste me ha reventado la nariz —se
lamentó la doliente adolescente ante aquella certeza—. ¿Qué le has hecho?
—Le he inyectado un sedante de los que sirven para dormir
ballenas. En cuanto le haya hecho efecto, no se va a separar del suelo en dos
semanas.
—¡Hijas de puta! —reanudó sus sistemas de alerta un rugido
entrecortado proveniente de un enemigo que se había reincorporado con
aturdimiento, empuñando un afilado puñal procedente de la manga de su camiseta—.
¡Os voy a matar!
Las dos camaradas no dispusieron de la requirente atención para
defenderse ante aquel imprevisto fatal. La cuidadora Selene fue obsequiada de
inmediato con un codazo que la destinó directamente a aterrizar en el helado
pavimento, mientras que Alice contempló con impotencia como su cuello se veía
atrapado por una mano tan asquerosamente ruda como peluda, a la vez que
percibió inevitablemente como el arma blanca perforaba su abdomen, emitiendo un
gemido lastimero. Su impiadoso rival continuó penetrando en la flácida carne
sin resentimiento, incrementando las dimensiones de la herida a la par que
acrecentaba su hemorragia, hasta que la presión ejercida en su garganta le
arrebató su último aliento, momento en el que soltó con brusquedad su cuerpo en
mitad del corredor, ante la atónita observación de la persona que la acompañaba.
—¡Alice! ¡No! ¡Alice! —vociferó aterrorizada la doctora por
aquella monstruosidad que le había sido efectuada a su antigua amiga
El impetuoso criminal se encaminó destartaladamente hacia
ella con pretensiones de imitar su anterior actuación, pero se detuvo
espontáneamente debido a un estallido que resonó en los tímpanos de todos los
presentes. El magnicida no tardó en palparse su hombro con ligereza,
desenmascarando el diminuto agujero que le había sido ocasionado por alguna
bala de reducido calibre. Pese a la sensación de impacto que la había asaltado
instintivamente, la joven despojó a su despreciable enemigo de su puñal para
incrustarlo diestramente en su irremplazable e indispensable yugular, que segó
instantáneamente su miserable existencia.
El cadáver del difunto se desmoronó súbitamente, accediéndole
a contemplar al propio individuo que le había ofrecido una esencial ayuda.
—¡¿Selene?! ¡¿Selene, eres tú?! —reflejó el individuo la
sorpresa en la expresión de su semblante, apartando su arma de su riguroso
itinerario para entablar una carrera hacia la ubicación de la persona de sexo
femenino.
—¿Nait? —le correspondió ella con una incalculable
sorpresa, emulando la actividad del muchacho para concluir en un melancólico
reencuentro con un sentimental abrazo—. Nait, oh Dios mío, oh Dios mío, Nait. Menos
mal que estás bien. No sabes cuánto me alegro de verte.
—¡¿Es esa Alice?! —manifestó el varón elevando su impresión
hasta los confines de la asimilación, ignorando el comentario de aquella
conocida para referirse a la joven mujer, la cual se encontraba en pleno
proceso de desangramiento—. ¡¿Es ella realmente?! ¡¿Qué le ha pasado?!
—Oh, señor bendito —exclamó la sanadora recordando los
cortes mortales que habían sido relevados en el vientre de la adolescente,
comprobando sus pulsaciones para reforzar el pensamiento de que continuaba con
vida—. Sí, sí, tiene pulso. Todavía tiene pulso, Nait. Aguanta, Alice, vamos,
aguanta. Voy a curarte, ¿vale? No te preocupes por nada porque pienso curarte como
que me llamo Selene. De verdad, no te vas a morir. No mientras yo esté aquí
para impedirlo.
—¿Pero qué demonios? Si ya estaba muerta —puntualizó él sin
que su interminable sorpresa pudiese adquirir la capacidad de evadirse—. ¿Cómo
puede estar viva? ¿También la resucitaron?
—Sí, lo hicieron, pero eso no tiene importancia ahora
mismo, Nait. Necesitamos tratarla de inmediato o se desangrará en cuestión de
minutos. Ven, ayúdame —profirió la doctora con estresante preocupación,
distribuyendo todo el instrumental que le era necesario para aquella operación,
paralizándose con horror cuando corroboró que no disponía de un cierto elemento
que resultaba ser esencial—. Oh, no, la sutura… No me la he traído, no me la he
traído… Rápido, Nait, déjame tu cazadora. Yo contendré la hemorragia mientras
tú me ayudas a transportarla. Necesitamos llevarla hasta la azotea. Dejé allí
el resto de mi equipo. No podré tratarla debidamente si no dispongo de él.
—Hey, hey —se distinguió de una suave tonalidad de diálogo,
la cual se veía traslada por un pequeño niño armado con un arco de diseño que
corría sofocado hacia el escenario—. Fiu, hay que ver lo rápido que te has
movido. ¿No podrías haberme esperado? Hey, ¿qué ha pasado aquí? —se sorprendió
una vez se hubo percatado de la condición indispuesta que sufría la malherida
asaltada.
—No te preocupes. Todo va a estar bien, pero ahora necesito
que vuelves al almacén donde está Inma, y me esperéis los dos allí. ¿Recuerdas
dónde está, no?
—Sí, lo recuerdo, pero, ¿qué hay de Florr? —preguntó Adán
inquiriendo intranquilidad en sus interrogantes palabras—. No podemos dejarla
tirada.
—Florr está en esa habitación. Tienen a un guardia
vigilándola. Hemos intentado entrar por ese conducto de ventilación, pero nos
han atacado antes de que pudiésemos siquiera hacerlo —informó Selene, indicando
un acceso concreto de uno de los dormitorios—. Nait, vamos. No tenemos tiempo.
—Mira, Adán, ahora ya sabemos dónde está. Estaré aquí en
menos de cinco minutos y entonces podremos rescatarla, ¿de acuerdo? Pero por
ahora, haz lo que te he pedido, por favor. Vuelve con Inma —concluyó su líder
antes de sostener a la mujer inconsciente entre sus brazos para encauzarla
hacia un determinado tramo de escaleras ascendentes, a la par que su
acompañante efectuaba su labor de detención sanguínea.
El niño permaneció completamente pensativo, observando la
abertura del conducto con una atención que era demasiado especial.
—¡Suficiente! —finalizó su volatilización el reducido
autocontrol que poseía la señorita Ana, separándose de su silla con irritación
para efectuar un fiero impacto con las palmas de sus manos sobre la superficie
de aquella mesa de convenio—. ¡Deja de jugar con nosotros de una maldita vez!
—Ana, tranquilízate, joder. No vamos a llegar a ningún lado
si continúas con esa actitud —la reprendió Lawrence, plenamente cansado por la
incorruptible postura ofensiva de su compañera—. Vuelve a sentarte.
—¿Jugar? ¿Quién se supone que está jugando? Porque yo aquí
no veo más que a unas personas que están tratando de manipularme a conciencia
—profirió el inapelable general con su acertada estratagema, rogándose a sí
mismo que lograse alcanzar su predestinado objetivo—. Señores, ¿les importaría si
me fumo un cigarro mientras tomamos una decisión?
—¡Me pone de los nervios! —bramó la cocinera con intención
de arremeter de nuevo contra el desafortunado mueble, siéndole estrictamente
necesario un aplacamiento entre sus dos acompañantes policiales.
—Muy bien, muy bien, no lo haré entonces —se resignó con
falsedad Puma, como una jactación más hacia aquella irascible fémina—. Ya les
he expuesto mi contraoferta. Estaré dispuesto a ofrecerles una parte de mis armas
y la oportunidad de que hagan la maleta y se marchen de la ciudad con vida si
me devuelven a mi hermana. No pienso ceder ante nada más, por lo que ésta es mi
última propuesta. Si no la aceptáis, entonces no podré garantizar que alguno de
los míos no os vaya a cortar la garganta en el momento más inesperado.
—Sabes perfectamente que salir ahí fuera es un suicidio. No
abandonaremos un lugar medianamente seguro a la búsqueda de una muerte segura
en las fronteras —se opuso el negociante
denominado como Tony a aquella contraatacante proposición.
—¿Y es precisamente por esto mismo que quieren que seamos
nosotros quienes les entreguemos la ciudad para ustedes solitos? —ironizó el
líder de los presos con una ligera acentuación rufianesca—. El mundo es como
es. Yo no hago las reglas, ¿saben? De hecho, me atrevería a decir que ustedes,
como agentes de su corrupto gobierno, han intervenido mucho más en que todo
esto ocurriese. Ya han sobrevivido antes lejos de esta ciudad, supongo, por lo
que pueden volver a hacerlo perfectamente. La decisión es vuestra. O lo toman o
lo dejan.
—Me parece que te estás confundiendo. No eres tú quien
puedes imponer tus propias condiciones, sino nosotros. Te recuerdo que tu
hermana es ahora mismo nuestro rehén, y
que puedo volarle los sesos con solo pronunciarlo sobre este aparatito
que tengo justo aquí —le quiso recordar soberbiamente la enajenada Ana.
—Hazlo —enunció su inescrutable enemigo, simulando en ello
tanta indiferencia como inmisericordia le fue posible—. Ambos sabemos que en el
caso de que volvieseis a tocarle un solo pelo, perderíais la única oportunidad
que tenéis de sobrevivir a esto. De hecho, me parece que os estoy ofreciendo
demasiada compasión, de la cual no os merecéis ni la más mínima parte.
Deberíais aceptar lo que os propongo antes de que acabéis por sobrepasar mi
paciencia otra vez.
El accesible conducto se había hallado completamente
deshabitado de cualquier peligro que pudiese albergar cuando Adán lo había
comprobado con minucia para asegurarse de que podría internarse en él sin que
supusiese ningún riesgo, reptando ininterrumpidamente sobre la aspereza que le
caracterizaba con la intención de localizar una trayectoria concreta que le
concediese la introducción al dormitorio específico donde Florr se encontraba
siendo retenida. Repentinamente, el niño se vio forzado a interrumpir su
transporte cuando, una vez hubo recorrido algunos metros, absolutamente
soporíferos debido a la angustia que era ocasionada por el estrechamiento de
aquel canal aéreo, su recorrido fue sometido a una interposición en
consecuencia a una especie de bifurcación ascendente, extremadamente escarpada.
Efectuando un concentrado cúmulo de sus mayores energías, el pequeño trato de
impulsarse utilizando uno de sus pies para alcanzar el límite marcado por la
pendiente, pero su escurridizo cuerpo no consiguió nada más que resbalarse,
originando un expansivo eco que recubrió absolutamente toda la ventilación
cuando impactó con el terreno alisado al caer desde una altura considerable.
—¡Au, au, au, au, au, au! ¡Mi espalda! —refunfuñó
lastimero, tratando de incorporarse, afligido por el dolor que le había sido
ocasionado en su columna—. Hoy no es un buen día.
Una vez se hubo reclinado sobre el conducto, volvió a
repetir su proposición con un considerable empeño en superarlo, consiguiendo
aquella vez alcanzar su elevado objetivo sin ningún perjuicio más,
exponiéndosele el descubrimiento de una amplia abertura, desde la cual pudo
contemplar la particular escena que estaba sufriendo su mejor amiga.
—Vaya, vaya, si nuestra querida princesita se está
despertando por fin después de su larga siestecita —alardeó un sujeto
desconocido, el cual se encontraba custodiándola mientras sostenía una especie
de bote, cuyo contenido le fue irreconocible por culpa de la distancia que le
separaba de él—. No me imaginaba que estos analgésicos que había en el almacén fuesen
tan potentes como lo son. Con tan solo uno que te dimos, nos ha sido
prácticamente imposible despertarte.
—Hijos de puta… Mi hermano vendrá a por mí… Os va a matar a
todos… —susurró Florr, todavía
desorientada por la medicación ingerida, desde la determinada silla en la cual
se situaba inmovilizada por unas robustas cuerdas que sometían sus muñecas.
—Lo dudo mucho —le rebatió el individuo con convicción—. Tu
querido hermano está ahora mismo reunido con mis compañeros, aceptando todas
las condiciones de tu rescate como un perrito bueno, porque no quiere que te
matemos. Nos entregará su propia vida si es necesario. Vais a pagar muy caro todo
lo que nos habéis hecho.
—¿Eso es lo que crees? Me parece que estáis infravalorando
a mi hermano. Él no se va a dejar vender solamente por salvarme —presumió la
maniatada de la auténtica confianza que depositaba en su protector—. Estoy segura
de que tiene algún plan para hundiros en la mayor miseria existente. ¿Y sabes
una cosa curiosa? A mí no me importaría morir con tal de que os hiciese sufrir como
a cerdos degollados.
—Mire usted, general. Sé perfectamente lo que está
haciendo, o al menos lo que está tratando de hacer —comenzó Ana con impoluta
severidad, atrayendo la absoluta atención de todos aquellos que se encontraban
en aquella cafetería—. Piensa que puede engañarnos sin que seamos capaces de
descubrirle, como si fuéramos estúpidos, pero no lo somos. Esta negociación no
es más que un fraude, ¿cierto? Lo único que está haciendo es ganar tiempo para
idear alguna especie de plan, y probablemente ya lo esté llevando a cabo,
porque sabe que no importa la manera en que se resuelva esta guerra. Sea como
sea, no seremos nosotros quienes venceremos. Esa oportunidad desapareció en el
mismo momento en que Max le corto los dedos a la niña. Debería haberle detenido
cuando tuve la ocasión. Ahora lo veo claro. No puedo salvar a nadie. Vas a
matarnos a todos independientemente de que te entreguemos a esa cría o no lo
hagamos. ¿Y sabe una cosa, señor general? Si voy a morir, preferiría hacerlo
sabiendo que te haré sufrir más que nadie en el mundo.
—Ana, ¡¿qué coño estás diciendo?! —preguntó Tony asombrado
por la ocurrencia que había desprendido aquella mujer, a pesar de la naturaleza
pacifista que solía caracterizarla.
Precipitándose hacia la mesa sobre la cual reposaba, la
kamikaze recuperó su walkie-talkie, emitiendo una concisa orden a través del
aparato.
—¡Joel, vuélale los sesos! ¡Ahora! —exigió ella,
ocasionando una primeriza reacción de alerta de parte del líder apodado como
Puma, continuada por otra de su compañera Eva. Aquella reacción no formaba
parte de su plan original. Selene y Alice se habían convertido en su única
esperanza.
—¡Ana, no, para! ¡¿Qué estás haciendo?! ¡Para! —se
encolerizó su camarada Lawrence, batallando con ella para conseguir arrebatarle
el intercomunicador, por el cual se resistió empleando la totalidad de sus
fuerzas.
—Ha llegado la hora —concluyó Joel la conversación que
estaba manteniendo con su retenida, deambulando hacia una especie de cajonera,
en la cual se conservaba un antiguo revolver cargado—. Siento mucho que no
hayamos tenido algo más de tiempo para poder continuar con nuestra pequeña
conversación, aunque para serte sincero, tampoco es que estuviese siendo
demasiado fructífera.
—Dispara… No te tengo miedo… —se atrevió a declarar la
adolescente, enfrentándose sin temor alguno al secuestrador que sostenía el
arma sobre su frente, sin que aparentase sentir remordimiento alguno ante lo
que se disponía a hacer.
—Volveremos a vernos en el Infierno. Saluda a Satanás de mi
parte en lo que tardo en llegar allí.
En el preciso instante en que su dedo se deslizo sobre el
gatillo, Florr contempló con ensimismamiento como una flecha atravesaba la
garganta del susodicho, arrebatándole su efímera existencia al desplomarse
sobre el allanado piso. La joven dirigió su campo visual hacia el emplazamiento
del cual había procedido el preciso disparo, contemplando a un conocido niño
arrodillado sobre un conducto de ventilación, sosteniendo un arco en alto.
—Adán…
La situación que allí se respiraba se había desmadrado
hasta alcanzar sus más extremos confines. Puma luchaba por enmascarar la
tensión que sentía ante el mandato que había establecido su enemiga. Expidió un
presuroso vistazo a Eva, cuya acumulación de agentes protectores había
comenzado a dispersarse parcialmente para socorrer a Lawrence en su intención
de arrebatarle el intercomunicador a Ana. Ella, concordando con el mensaje que
había captado en su compañero, examinó la cafetería a la búsqueda de algún
objeto que pudiese servirles de utilidad, localizando un específico extintor
hídrico ubicado en un muro cercano a su posición.
Segundos de conflicto entre los múltiples agentes de la ley
consiguieron que el walkie-talkie cediese ante sus numerosas manos,
comunicándose Tony mediante aquella vía.
—Joel, ¡¿me escuchas?! ¡No lo hagas, Joel! ¡No lo hagas!
¡Aborta! ¡Aborta! —anunció por el aparato en cuestión con agitación, siéndole
obsequiada una respuesta inesperada, la cual parecía provenir de una liviana
intensidad en aquel tono de voz.
—¿Puma? ¿Puma, estás ahí? He salvado a Florr. Ella está
bien. Esta aquí, conmigo. Sé que estás aquí. Ayúdanos, por favor.
Todo lo que aconteció a continuación en aquella estancia
fue una cuestión de impulsos ante la benefactora noticia recibida. Los músculos
de Ana no podían cesar en sus sucesivos espasmos cuando experimentó como sus
amenazas emitidas se habían transformado en una mera falsedad al contemplar a
la aterradora muerte cerniéndose sobre ella. Puma, desvelando un incremento de
su placidez, se separó de su silla con el fingido propósito de huir de aquel
escenario, desviando los policías sus propias armas hacia el general, pero en
lugar de efectuar lo que sus rivales suponían, éste se situó velozmente debajo
de la mesa para arrojarla con ferocidad hacia sus enemigos, logrando su
inminente desorientación. En un periodo de tiempo simultáneo, Eva se adueñó del
extintor que había descubierto con anterioridad, extrayendo el pasador de
seguridad que conservaba para rociar a los agentes con la espuma que contenía,
inutilizando momentáneamente tanto su capacidad de ataque como su visión.
—¡Vamos, vamos! ¡Tenemos que irnos! —ordenó el imponente
general, abandonando con apresuramiento la estancia en la que habían
residido.
La mujer obedeció instantáneamente, arrojando el extintor
completamente vacío a uno de aquellos individuos antes de perseguir la
trayectoria marcada por las carreras de Puma.
—¡Mierda, mierda! ¡Id tras ellos! ¡Que no escapen! —bramó
Tony con enfurecimiento, persiguiendo a los susodichos junto a una jauría de
subordinados encolerizados.
Contradictoriamente, la ofensiva Ana se mantuvo paralizada,
reflexionando sobre la catástrofe que acababa de acontecer.
—Adán… Cariño… Desátame… —suplicó jadeante una derrotada
Florr, batallando contra las cuerdas que le sometían sin poseer las energías
necesarias para superar la barrera de la debilidad.
El referido niño, adjudicándose el cuchillo del enemigo a
quien le había desposeído de su vida, se aproximó hasta aquella silla donde se
ubicaba su mejor amiga para cortar mediante su utilización las sogas que la
retenían. La decaída adolescente, gloriosamente liberada de su represión, se
derrumbó sobre la superficie del piso, abrazando con inigualable intensidad al
pequeño, incluso con diversos vestigios de un reprimido llanto que no podría
ser retenido eternamente.
—Gracias, Adán… Gracias… Sabía que podía seguir confiando
en ti… — confesó la mujer con un entumecido sufrimiento, autorizando a algunas
de sus lágrimas a desprenderse por sus mejillas, como una pulcra medida de
aplacamiento de aquel tortuoso tormento.
—¿Estás llorando? —preguntó Adán apenado cuando se hubo
cerciorado de los sutiles sollozos que aquella desgraciada chica emitía con
disimulada ligereza.
—No… no... Yo no lloro… Tú lo sabes… —pretendió Florr
desmentir en rotundo aquella afirmación retóricamente encubierta, disgregándose
del cuerpo de aquel muchacho a la vez que secaba sus lágrimas con los extremos
de sus delgados dedos, exhibiendo de manera involuntaria una aterrorizante
imagen que causó estragos en el carácter optimista del niño.
—¡Agh! ¡Tus dedos! —exclamó con espeluznante impresión,
escondiendo ella su mano mutilada con vergüenza cuando se percató de su —. ¿Qué
les ha pasado?
—Me… me… me… los cortaron —anunció la joven de reducida
edad con un proveniente espanto, imponiéndose a su propia voluntad compartir la
información con el chico.
—Oh… Lo siento… —musitó el pequeño con una consecuente
aflicción que despedazó la totalidad del corazón de la adolescente.
—No, no lo sientas. Yo debería ser quien lo sintiera. Te
han secuestrado por mi culpa, y podrían haberte hecho daño a ti también. Eso sí
que no me lo perdonaría nunca —enunció la fémina con la finalidad de devolverle
al niño su correspondiente moral—. Pero olvídalo. Mi mano no es lo importante
ahora. Necesitamos salir de aquí antes de que envíen a más de los suyos.
¿Sabes? Deberíamos usar los conductos por los que has venido. Creo que sería
mucho más seguro.
—Sí, buena idea, Florr.
Disponiendo de toda la presteza que les era facilitada en
aquellas fatales circunstancias, Selene y Nait consiguieron alcanzar la
codiciada azotea después de interminables minutos de agonía. La doctora impulsó
el movimiento de la puerta de acceso con sus caderas para permitirle un camino
desobstruido al particular compañero que cargaba con la desmayada.
—¡Deprisa, déjala con mucho cuidado en el suelo! ¡Iré a
coger la sutura! —decretó ella antes de apresurarse en situarse junto a la
posición ocupada por el helicóptero, de manera que le fuese posible recuperar
su abarrotado maletín.
El superviviente del sexo masculino obedeció, permitiendo que
Alice reposase sobre el pavimento con delicadeza. Posteriormente, el muchacho
observó cómo su antigua amiga regresaba hacia la malherida con una rapidez que
fue extraordinaria, ordenando todo el
material que le era necesario junto a ella.
—Está bien, Selene, está bien. Tranquilízate, Selene. Ya
has hecho esto mismo muchas más veces. Tú puedes hacer esto. No permitirás que vuelva
a morirse — reiteró la joven con continuada excitación debido a la funesta
situación que la estaba martirizando—. Antes de nada, debemos retirarle la
camiseta para que pueda acceder al corte. Ayúdame, Nait.
Mediante una acción conjuntiva de ambos camaradas, la
apuñalada fue despojada de la ropa indicada sin que supusiese un perjuicio mayor
para ella.
—Vale, bien, vale, muy bien, ahora necesito desinfectar la
herida. Eso es muy fácil. Lo único que espero es que el cuchillo con el que fue
atacada no contuviese restos de sangre de algún infectado. En ese caso, no sé
si sería capaz de salvarla —razonó la característica sanadora a la vez que se
apropiaba del específico desinfectaba y comenzaba a aplicarlo en el profundo
corte con precisa calculación.
—¿No crees que pueda ser inmune al virus? Quiero decir,
igual que Maya… —reflexionó Naitsirc en conclusión de los antecedentes que
había experimentado hasta entonces—.
—No tengo ni la más menor idea, Nait. Es precisamente por
eso por lo que debemos tener cuidado con ella. No sabemos si podría
transformarse de un momento a otro en caso de que la hubiesen infectado.
—¿Y cuándo se supone que ha vuelto a aparecer Alice,
exactamente? —curioseó él, prosiguiendo con el análisis de aquella extravagante
resurrección.
—Bueno, no te lo vas a creer, pero me encontré con ella
hace tan sólo unas pocas horas. Es increíble, ¿verdad? Al principio ninguna de
las dos consiguió reconocer a la otra, pero cuando recordé quien era, me
comporté como una auténtica loca, haciéndole cientos de preguntas, sin terminar
de creérmelo por completo, pero era ella realmente. Lo cierto es que fue un
tanto extraño, porque yo no hacía otra cosa más que negarlo continuamente.
Supongo que no se puede desmentir la verdad.
—¿Y qué hay de ti? ¿Dónde estabas cuando la encontraste? ¿Y
dónde has sobrevivido todo este tiempo? Todos pensábamos que habías muerto. No
te imaginas lo doloroso que fue para nosotros cuando nos informaron de que habían
perdido el contacto con la Unidad Médica de Almatriche. Incluso Maya se puso
bastante enferma en tu entierro. Falto muy poco para que se nos fuese.
—En fin, creo que la herida ya está totalmente libre de
cualquier patógeno que hubiese podido contraer. Por suerte, los cortes no han
conseguido dañar ningún órgano interno, así que ahora viene la parte en la que
tengo que coser —prosiguió Selene con la narración de sus imprescindibles
instrucciones, desprendiéndose del desinfectante para poder recoger la sutura—.
Sé que eres un poco aprensivo, por lo que te recomendaría no mirar.
—Selene, no me ignores. Te he hecho una pregunta —arremetió
Nait un tanto molesto debido a la impasibilidad mostrada por aquella nerviosa
mujer—.
—Por favor, Nait, necesito mucha concentración para hacer
esto —se excusó ella de la cuestión mediante la excusa potencial de su trabajo
de curación.
El mencionado, disgustado por aquel burdo pretexto que
nunca habría esperado de su parte, se apartó de ambas féminas para contemplar el
oscurecido paisaje de aquella ciudad que
se convertía en perceptible desde aquella elevada altitud.
La doctora introdujo con delicadeza el susceptible hilo en
el ojo de la aguja esterilizada, disponiéndola a ser penetrada cuantiosas veces
en la inconsistente carne de Alice hasta que su dimensional herida se encontró
completamente clausurada.
—Bien, bien, lo he conseguido. Se está estabilizando —se
entusiasmó la curandera una vez hubo comprobado nuevamente las pulsaciones de
su compañera—. Ya solamente nos queda cubrirle el abdomen con las vendas y
habremos terminado. Nait, ¿puedes ayudarme, por favor?
—No, Selene, no. No voy a ayudarte —se le encaró el sujeto
requerido con una rotunda negación de su rogativa petición—. Lo siento, pero no
lo haré hasta que hayas respondido a mi pregunta. Como amigo tuyo que me considero,
creo que me merezco una explicación respecto a dónde has vivido o lo qué has
estado haciendo durante estos últimos tres meses.
—¡¿Estás hablando en serio?! ¡Nait, esa no es nuestra
prioridad ahora! ¡Alice se está muriendo!
—Sabes perfectamente que Alice está ya completamente fuera
de peligro, Selene —la reprendió Nait con un ligero resentimiento provocado por
sus inagotables mentiras—. Te prometo que no me enfadaré ni te juzgaré por nada
de lo que decidieses hacer en aquel entonces, incluso aunque te separases de
nosotros por tu propia voluntad. Lo único que quiero es saberlo.
—Mira, Nait, sé que no vas a poder comprender lo que te voy
a decir, pero esto no es tan simple como simplemente decirlo. Escucha, yo no
puedo contarte absolutamente nada, puesto que no estoy autorizada a hacerlo, al
menos por ahora. Tan solo una persona puede hacerlo. La misma persona que posee
este helicóptero, y quien nos ha traído hasta aquí. Por supuesto, deberías ser
lo suficientemente capaz como para persuadirle, lo cual no lo veo como una
opción que vaya a ser posible —se sinceró la sanadora ante las desconfianzas de
las cuales aquel compañero suyo la estaba acusando—. Y ahora, ¿puedes ayudarme
con el vendaje, por favor? Yo no puedo hacer esto sola.
Con forzosa resignación, el varón se reintegró en su
ocupación de auxiliar de curación, sirviendo de máximo apoyo en el proceso de
ubicación de las vendas. Una vez éste hubo alcanzado su inescrutable final,
ambos asistentes transportaron en una actuación conjunta a la mujer
inconsciente hasta depositarla en los asientos traseros del vehículo aéreo.
—La dejaremos reposando aquí hasta que volvamos. No creo
que vayan a provocarle ningún daño sí está aquí dentro, y mucho menos teniendo
en cuenta que está bastante escondida debido a la oscuridad —reincidió Selene
en aquella afirmación al mismo tiempo que recuperaba el instrumental que había
utilizado para resguardarlo nuevamente dentro de sus vestimentas.
—Estoy de acuerdo —lo aprobó su acompañante, orientándose hacia
la exclusiva salida de la azotea—. Probablemente Inma estará esperándome en el
almacén donde la dejé, y todavía tenemos que rescatar a Florr de dónde la
tengan encerrada. Démonos prisa.
La laboriosa Inma finalizó la introducción de unas latas de
conserva en el interior de la mochila,
la cual había atestado de múltiples suministros de diversa índole, impidiendo
su escapada mediante el uso de la cremallera. Mientras efectuaba aquella
responsabilidad que había sido impuesta por sí misma, innumerables preguntas
sobre la situación del resto de los componentes del trío rondaban por su mente.
Sabía que había aceptado a la perfección separarse de ellos por aquel bien
común, pero a pesar de su decisión, la preocupación que sentía no detenía su
acrecentamiento.
—¡Vamos, Puma, vamos! ¡Ven por aquí! ¡Rápido! —percibió de
un tremendo griterío que parecía provenir del corredor exterior colindante al
almacén.
—¿Puma? ¿Ha dicho Puma? —susurró la joven con su específica
curiosidad elevándose progresivamente—. ¿Está vivo? ¿Puede ser eso posible?
Con pretensión de apaciguar su incertidumbre, se encaminó
hacia la enorme puerta del almacén para desbloquear el cierre con su
correspondiente llave, siendo recibida aquella acción por un característico
dueto de perpendiculares cañones con disposición a efectuar su ejecución.
—Inma… —murmuró aquel corpulento individuo en cuanto se
hubo percatado de su inesperada asistencia en aquel sector del lujoso
hotel.
—¿Puma? ¿Así que sigues con vida? Dios, no sabes cuánto me
alegro de que no hayas muerto —le correspondió ella con un cuantioso
desconcierto que resultaba equivalente a los tres sujetos presentes.
—Rápido, rápido, que se nos escapan. Moveos, moveos,
moveos, joder —se escucharon unos imperativos rugidos que debían de proceder de
unos impositivos alaridos.
—Alégrate después. Ahora tenemos que escondernos —les
solicitó Eva un apremiante desplazamiento de aquella desventurada postura en la
que se encontraban situados.
—Corred, entrad aquí —les propuso la inocente mujer,
ofreciéndoles su humilde cobijo en aquel particular escondrijo, el cual
aceptaron sin oposición antes de que el preservado portón volviese a ser
clausurado.
Un terremoto de avivados pasos atravesó aceleradamente
aquel pasaje exterior hasta haberse evadido por completo debido a la progresiva
desaparición del retumbante sonido, justo cuando los dos corredores pudieron
recuperar finalmente una parte del oxígeno que habían necesitado consumir.
—¿Qué estás haciendo aquí sola, Inma? ¿Dónde están los
demás? —la interrogó Puma con pretensión de averiguar el conocimiento del resto
de componentes del grupo.
—Bueno, es que decidí quedarme aquí momentáneamente porque
quería recoger una parte de todos estos alimentos que veis, mientras Nait se
encargaba junto con tu hermano de rescatar a Florr para que pudiésemos
marchamos de este lugar.
—¿Adán está con el chico del puñetazo? ¿Y hacia donde se
supone que fueron? —quiso conocer la mujer aquella información, con la única
intención de que le fuese conocido el paradero de su pequeño niño.
—No tengo ni la más menor idea. Lo único que puedo deciros
es que antes de que nos separásemos estábamos investigando todos los dormitorios
terminados en veintisiete. Tal vez se encuentren en alguno de ellos. Dudo que
se hayan alejado demasiado de esta zona—teorizó una meditativa Inma, procurando
ofrecer una respuesta que se pudiese considerar como válida.
—¿Y qué hay del resto? ¿Maya? ¿M.A? ¿Ley? —prosiguió el
general completamente ignorante respecto a las circunstancias que habían
acontecido con aquellos tres.
—No, no, ellos no están aquí. Ley se marchó del fuerte a
hurtadillas la pasada noche sin que nadie la descubriese ni la detuviese. M.A,
un tanto trastornado por aquel abandono tan rastrero, se puso como un auténtico
loco, empeñándose en salir a buscarla por su propio pie sin importarle el
estado en el que se encontraba ni lo que le pudiese pasar, por lo que mi prima
Maya tuvo que perseguirle para que no acabase cometiendo ningún acto suicida —notificó
la hembra fracturada con la tentativa de recrear aquel acontecimiento lo más
exactamente posible.
Puma recapacitó durante un instante aquel interesante
comunicado, cerciorándose de la presente resolución al complejo acertijo que
había sido formulado durante su expedición conjunta en el desolado fuerte. Una
inminente sensación de odio hacia el individuo rubio le invadió interiormente
por su realización de aquel acto tan estúpido, que podría haberle costado la
vida a ciertas personas al despojarles de la protección de Maya, entre las
cuales se hallaba su hermana. En aquello se encontraba reflexionando cuando un
ensordecedor pitido le desprendió de su ensimismamiento.
—¿Puma? ¿Puma, estás ahí? ¿Está mi hermana contigo?
—enunció a través de su walkie la misma voz que les había advertido sobre el
beneficioso estado de Florr cuando todavía se encontraban retenidos en la
cafetería. El susodicho desarrolló la operación de sujeción de aquel aparato, pero
su acompañante Eva fue bastante más veloz, arrebatándoselo de sus caderas sin que
éste fuese capaz de evitarlo.
—¿Adán? ¿Adán, cariño, estás ahí? Soy yo, Eva. ¿Dónde
estás? Bueno, ¿dónde estáis? —preguntó su única hermana, exteriorizando
plenamente el entusiasmo que sentía al volver a hablar con él.
—Nos estamos moviendo por los conductos. Florr ha pensado
que sería más seguro que ir por los pasillos. Ella está aquí, a mi lado, pero
no sé si va a poder hablar con vosotros. Está un poquito confusa —justificó el
niño su disposición en las profundidades de la ventilación que era una de las
pertenencias de aquel característico hotel.
—¿Sabéis en que planta del edificio os encontráis?
Necesitamos acordar algún punto de encuentro cercano.
—No, no tengo ni idea de donde estamos. Creo que nos hemos
perdido. No puedo ver ninguna salida. Me estoy empezando a agobiar un poco
—anunció el pequeño con notable sofocación en sus susurrantes palabras.
—Escucha, trata de tranquilizarte, o será peor, ¿vale? Hay un
helicóptero aparcado en la azotea con el que hemos venido Puma y yo. Recuerdo
que había un acceso a la ventilación desde allí arriba. ¿Creéis que podríais
salir por ahí?
—No lo sé. A lo mejor si vamos subiendo poco a poco por el
conducto, podríamos llegar hasta el lugar del que hablas —especuló el hermano
de menor edad sin que su suposición contuviese demasiada seguridad.
—En ese caso, el tejado será nuestro principal punto de
encuentro, ¿de acuerdo, cariño? Si en algún momento puedes comunicarme tu
posición o tenéis cualquier tipo de problema, no dudéis en llamarnos, ¿vale?
Tened muchísimo cuidado. Te quiero, precioso.
Cuando la conclusión
de la conversación se estaba cerniendo sobre su atmósfera, Inma se determinó a
posicionarse junto al intercomunicador, pretendiendo expedir un mensaje al que
ella consideraba de suma importancia.
—Hey, chico, soy Inma —se identificó la joven lastimada
para que no existiese confusión alguna respecto a su identidad—. ¿Está Nait
ahí? ¿Puedes pasármelo? Me gustaría hablar con él.
—No, no está conmigo. Se encontró con dos chicas a las que
parecía conocer mientras buscábamos a Florr. A una la habían apuñalado, así que
se marchó con ellas para intentar ayudarlas. Me pareció escuchar que iban a ir
también a la azotea, pero la verdad es que no estoy muy seguro.
—Selene y Alice… —murmuró Puma mediante un imperceptible
susurro que nadie más que él mismo advirtió en consecuencia a su inalcanzable
umbral de percepción.
—No importa. Continuad desplazándoos vosotros dos. Por
cierto, lo más probable es que vuestros secuestradores también os estén
buscando, así que no bajéis la guardia. Nos vemos en unos minutos —concluyó Eva
aquella fructífera comunicación.
—Bien, si todos estamos de acuerdo, movámonos de inmediato —les
ordenó el general con su generalizado tono de profundo imperativo.
—Espera un momento, Puma. ¿Qué hago con esto? —consultó la
determinada señorita reprimida por su extremidad inmovilizada, refiriéndose a
la cargante mochila repleta de suministros alimenticios—. Yo no puedo llevarla
en este estado. Esperaba que Nait pudiera ayudarme con ello, pero creo que no
va a ser posible.
—Olvídala. No tiene relevancia —resolvió él su irresoluta
encrucijada, con ambición de abandonar aquel húmedo habitáculo de comestibles.
—Dámela. Yo la llevaré. Estoy acostumbrada a cargar con
mucho peso en circunstancias de sigilo. Además, los suministros no deben
infravalorarse nunca —se ofreció Eva a que el voluminoso objeto se acomodase
sobre ambas clavículas de sus hombros—. Vamos, Puma. Nuestros hermanos nos
están esperando.
Completamente exhausta debido a unas presurosas carreras
mantenidas con una veloz sobrehumana a lo largo de los suntuosos pasillos del
hotel, Ana arrojó su completa masa corporal contra el material de apertura que
la distanciaba de su improvisada enfermería, localizando a su compañero Jasón
junto a una de las descuidadas camillas.
—Paul ha muerto —comunicó éste con resignación una vez hubo
corroborado aquella espontánea aparición—. No ha sobrevivido a la hemorragia
que le ha provocado el disparo. ¡Joder! ¡Maldita sea! ¡Cabrones, hijos de puta!
—Olvídate de él, Jazz. Tenemos que irnos de aquí antes de
que nos maten a nosotros también —le transmitió aquella presuntuosa cocinera
con un extremado histerismo que revolucionó la constante pasividad del sujeto
masculino.
—Espera, espera, espera, ¿qué te ocurre? ¿Qué es lo que
está pasando? ¿No deberías estar en esa negociación?
—El plan ha fallado, Jasón. No ha funcionado —informó su
intranquilizada camarada con una indetenible inquietud apreciable en sus
movimientos—. Ahora ellos vuelven a tener a esa cría a salvo, y después de lo
que le hemos hecho, no creo que les vaya a suponer ningún tipo de problema
volver aquí para cortarnos el cuello a todos. Los demás están intentando
capturar al general, pero no lo van a conseguir ni de coña, por lo que si
queremos sobrevivir a esto, no podemos esperar a que ellos quieran salir de
este maldito lugar. Tenemos que irnos de inmediato.
—¿Y qué hay de Kalashnikov? ¿Pretendes abandonarle a su
suerte? —le demandó el individuo del extravagante apodo con certera
perplejidad, en referencia al característico colchón rechinante, en donde se
encontraba reposando su capitán inconsciente.
—Si tanto te preocupa, entonces carga con él hasta llegar a
la salida de incendios. Yo me encargaré de ir comprobando el camino para asegurarnos
de que está despejado —remató Ana aquel desconcertante relato, terminando de
desorientar plenamente a su sorprendido camarada.
Un estructurado conjunto sistemático de veinticinco presos
se introdujo ordenadamente en las ensombrecidas profundidades del Sozza
mediante la utilización de aquella escalera de incendios que suponía un
exclusivo acceso al majestuoso hotel.
—¿No nos había sugerido el general que como entrásemos aquí
nos cortaría las pelotas? ¿Por qué coño nos has traído, Lock? —le precisó uno
de los reos más protestones de aquel grupo con la intención de solicitarle una
explicación.
—¿Te crees que soy subnormal y no me entero? Si estamos
aquí es porque el general no contesta a ninguna de mis llamadas. Tengo la
impresión de que está pasando algo gordo en este lugar, así que me importa una
mierda lo que haya dicho. Pienso ir a por esos cabrones —despejó éste
metódicamente aquellas cuestiones formuladas.
—Sí, sí, todo lo que tú digas, señor cerrado. Mientras
terminemos con toda esta mierda cuanto antes, por mi perfecto. Quiero dormir de
una puta vez —prorrumpió aquel que solía ser el encarcelado con una mayor
pereza conteniente de entre el iracundo conglomerado.
—Cállate, pedazo de maricón. Si lo que querías era echarte
a roncar como un marido cornudo, haberte quedado en el hospital, con el resto
de los pringados. Aquí hemos venido a disfrutar de la sangre, chaval —despreció
impecablemente el salvaje preso Cane a aquel individuo de personalidad opuesta
a la de su propiedad.
—Anda, métete el dedo por el culo y déjame en paz,
gilipollas —contraatacó el vago con aquella irrisoria vulgaridad.
—¡Silencio todos! ¡¿No os dais cuenta de que estáis
llamando la atención?! ¡¿Queréis atraer a todo el jodido cuerpo de policía
armado hasta los dientes?! —les reprendió el reo Crow con su característica
dote innata para el liderazgo de sujetos problemáticos.
—Ah, mierda, mierda, mierda… No… No… No…
Los contendientes ex prisioneros distribuyeron sus
completos intereses hacia la precisa dirección de la cual había provenido
aquella horrorizada enunciación, exponiéndoseles la imagen de tres individuos
del bando contrario que le fueron inmediatamente reconocidos.
—Vaya, vaya, mirad quienes se han atrevido a venir a la
fiesta, chicos. Si son la zorrita de Ana, el chuloputas de su amiguito y
nuestro queridísimo colega Nikov —les escarneció Cane con una predominante
carencia de compasión—. A ver, a ver, ¿a quién le arrancaré primero los ojos?
Ahhhh, estoy deseando ver como os resistís inútilmente.
—¡Jazz, corre! —vociferó temerosa la mujer amenazada,
encauzándose hacia una región situada en perpendicular respecto a la ubicación
que ocupaba, evadiendo dificultosamente los tres proyectiles de recortada que
fueron despedidos por sus mayores enemigos. Aquel ignorante colaborador al que
había estado custodiando no dispuso de su misma fortuna, siéndole recibida una
dosis controlada de plomo en su brazo izquierdo, presionándole a que se
liberase de su capitán de manera involuntaria.
—¡Nikov! —exclamó éste con un pánico exorbitantemente
abismal que se impregnó en el comprometido ambiente sin complicaciones.
—¡Jason, que te matan! —le advirtió con percepción realista
su única aliada mientras lo arrastraba forzosamente hacia el exterior de aquel
escenario, impidiéndole que arriesgase inútilmente su vida por alguien a quien
acababan de condenar.
—¡Vosotros cinco! ¡Moved el culo, coño! ¡Que no se escapen!
—ordenó el controlador Crow autoritariamente, originando con sus vertiginosos
movimientos el elemento terminal de una acelerada persecución entre ambos
bandos de la autoritaria ley.
—¡Que nadie se atreva a tocar a este viejo de aquí!
—sentenció el Chino, desplazándose hacia Kalashnikov mientras desenvainaba su
cuchillo personal—. ¡Es sólo mío!
—¡Oh, no! ¡Otra vez esa mierda no, por favor! —protestó
desalentado uno de aquellos miembros conformantes del gentío presidiario.
Sin que aquella protesta le constituyese la más mínima de
las resignaciones por su parte, el aludido atacante de denominación asiática se
situó sobre aquel enemigo al que él mismo se había encargado de sumir en la
inconsciencia, acariciando su descolorida mejilla con la cortante hoja de su
arma.
—La muerte te librará de los sentidos, Nikov —profirió con
perversidad aquel criminal justo antes de cortar cuidadosamente su garganta con
el extremo de su afilado puñal.
—Venga, atajo de gandules, olvidaos del espectáculo del
señor Chino. Todavía tenemos gente de la
que ocuparnos —les alentó solemnemente el reo Crow a que se eludieran de
aquella interesante distracción—. Nos dividiremos en dos grupos para que
cazarlos nos sea algo más sencillo. Quince de vosotros os quedaréis aquí
custodiando la salida de incendios. Quien quiera escapar, tendrá que hacerlo
mediante ella, así que aseguraros de que nadie consiga alcanzarla. El resto
vendréis conmigo a buscar a los polis que aún siguen con vida. Vamos, ¡moviendo
el culo!
El Chino, obsequiado con un delimitado espacio de
aislamiento cuando cada uno de las disgregadas agrupaciones de presos se
ausentó en pretensión de efectuar sus labores que les eran correspondientes, se
dispuso a perpetrar su pérfida obra. Con unos complejos movimientos de la
articulación que le pertenecía a su muñeca, cercenó limpiamente ambas orejas de
aquel capitán ya cadáver, así como amputó violentamente su protuberante nariz.
Posteriormente, perforó sus mortecinos ojos cubiertos con la protección de sus
párpados, precediendo a la extracción de su intransferible lengua, ofertándole
aquella propiedad mediante un corte tan tremendamente despiadado como brutal. Concluida
su anatómica extirpación, se dedicó a modelar con la punta de su puñal un
espléndido número 73 en la frente del difunto para posibilitarse la separación
de aquella cabeza del resto de su cuerpo con una aplastante decapitación,
ensartándola con su correspondiente arma sobre el muro más cercano a él,
perfilando una horripilante expresión en aquel descompuesto semblante.
—La muerte te librará de los sentidos…
Aquella acalorada huida efectuada por las constituciones
interiores del hotel Sozza había situado a sus originales pobladores en una
condición de adrenalina extrema. La exorbitante velocidad de la cual habían
requerido para eludir a sus perseguidores les había ocasionado un incontenible
agotamiento. No les habría sido absolutamente nada dificultoso haber sido
asesinados si no hubiese sido por una portentosa salvación, la cual radicaba en
una fortuita bendición debido a la localización de un dormitorio cuya puerta no
les supuso ningún tipo de obstáculo para su acceso. Sin embargo, la caza
continuaba.
—¿Por qué hiciste eso? —entabló una protesta un extenuado
Jason en cuanto hubo sido capaz de recuperar el mínimo aliento de necesidad
para la elaboración—. ¿Por qué no me dejaste volver a por Kalashnikov?
—¿Y tú por qué crees que fue, Jazz? Si hubieras vuelto, te
habrían matado a ti también. Era una cuestión de pura lógica —puntualizó Ana
con una explicación que argumentaba su inusual decisión.
El referido pretendió contradecir su razonamiento, pero el
retumbar de unos estallidos que procedieron del exterior obstaculizaron su
comunicando, ocasionando una trayectoria de los supervivientes en dirección a
una diminuta rendija establecida por la orientación del ángulo señalizado por
la puerta, con el propósito de mantenerse informados sobre lo que estuviese
ocurriendo.
Una femenina figura corporal se desplomó con rudeza en
cuanto hubieron entablado su contacto visual con el acontecimiento, sin que
existiese manera alguna de poder evitarlo. La profesional de la cocina
reconoció en su semblante encogido a una de los miembros de su grupo llamada
Nina, petrificándose una vez se constató de su sanguinario asesinato. Otra
detonación derivada de un nuevo proyectil les advirtió de la ineludible muerte
del agente Lawrence, cuya cabeza se vio
perforada por la devastadora pólvora. En el preciso instante en que los
fugitivos se encontraban meditando sobre retirarse de aquel decaído panorama,
ambos contemplaron como Tony, aquel al que siempre habían considerado como uno
de sus mejores amigos, recibía la descarga de una semiautomática en una de las
articulaciones de sus rodillas, promoviendo un desgarrador alarido que fue
acallado mediante el mango de una oxidada hacha que le demolió, empleando el
mismo para atravesar continuamente su compacto cráneo con una desmesurada,
enfermiza y mórbida violencia, desparramando porciones de su materia gris por
toda la moqueta que recorría la longitud del pasillo.
—Tres menos por aquí, señores —notificó uno de aquellos
sádicos rivales, utilizando el intercomunicador que era de su posesión—. ¿Cómo
os van a vosotros las cosas por la salida de incendios?
—De puta madre, tío. Se ha topado con nosotros un grupo
formado por cuatro de estos idiotas que trataban de escapar inútilmente. Pobres
infelices. Deberíais haber visto la cara de gilipollas que se les ha quedado.
Con estos últimos, los vuestros y su queridísimo capitán son ocho ya los que
están criando malvas.
—Bien. Sólo nos quedan seis vivos. Sigamos buscando a esos
malditos desgraciados. No pueden andar demasiado lejos —decretó el mismo a la
vez que se encargaba de liderar al conjunto de sus camaradas en la exploración
del resto del desconocido hotel en pretensión de localizar al resto de sus objetivos.
—¡Oh, Dios mío! ¡Nikov, Tony, Lawrence, Nina! ¡Los están
matando! ¡Están matando a todos! —manifestó Ana el inexorable pánico que la
estaba poseyendo al mismo tiempo que se distanciaba de la puerta de entrada a
la suntuosa estancia.
—Lo sé, lo se… —corroboró Jazz aquel dictamen con una
exorbitante rigidez en aquella afirmación—. Joder, ¿cómo ha podido irse todo a
la mierda tan de repente? No deberíamos haber jugado de esta manera con el
general. Traspasamos sus límites, y ahora lo estamos pagando muy caro.
—¿Qué vamos a hacer, Jason? ¿Cómo saldremos de este lugar sin
que nos acribillen a balazos? Esos criminales están cubriendo la única salida
de incendios por la que podemos escapar. A no ser que atravesemos el vestíbulo,
no se me ocurre ninguna otra opción, y lo más probable es que los malditos
zombis nos devorasen antes de que pudiésemos avanzar cuatro pasos —manifestó ella
la condición de su situación con eminente intranquilidad—. A no ser que… Jazz,
¿por qué no los soltamos por el edificio?
—¡¿Qué?! ¡¿De qué leches estás hablando?! ¡¿Te has vuelto
loca?! —cuestionó éste su racionalidad ante la alocada idea que su compañera
acababa de notificarle—. Sabes que esos muertos no son como los demás, Ana,
sino que están mutados. Arrasarán todo lo que encuentren a su paso sin que
nadie pueda contenerles, lo cual nos incluye a nosotros dos. ¿Acaso no
recuerdas la primera vez que nos enfrentamos contra ellos? Éramos un pelotón de
quince personas armadas hasta los dientes, y aquellos cabrones consiguieron
comerse a diez de los nuestros casi sin pestañear. ¿Vas a volver a exponernos a
ese tipo de peligro sin ningún control?
—No, Jason, nosotros no seremos las víctimas de esos
caníbales, porque conocemos el procedimiento que debemos seguir para combatir
contra ellos, pero los presos no tienen ni idea. Se los comerán antes de que se
den cuenta de lo que está pasando porque tratarán de luchar como si fueran
zombis normales, mientras que nosotros dos estaremos esperando el momento
adecuado para que la salida de incendios se quede completamente despejada, y
podamos huir de una vez por todas. Es la única oportunidad que tenemos.
—No lo veo, Ana, no lo veo. Si los soltamos, podrían
ocurrir un millón de cosas que nos podrían perjudicar a nosotros. ¿Y si
consiguiesen encerrarnos debido a su numerosidad? ¿Y si alguno de ellos nos
mordiese durante un despiste? Nunca hemos observado cómo actúan en libertad,
por lo que no podemos aventurarnos a decir que sabemos cómo controlarlos.
—No hay otra manera, Jazz. Esto tiene que hacerse. Estate
preparado —le aconsejó Ana a la par que se enfrascaba en abandonar las
definidas dimensiones que constituían aquella habitación que se había
convertido en su refugio temporal.
Jason ejecutó su misma actuación con una impecable
imitación, intentando contener el afán de la cocinera por efectuar sus
insensatos planes, pero ésta parecía haber decidido no detenerse bajo ningún
concepto, frustrando su tentativa cuando comenzó a bajar un tramo descendiente
de escalones situados frente a él. Sus habilidades motoras ya se encontraban
preparadas para su seguimiento cuando sintió como los férreos cañones de una
escopeta se clavaban dolorosamente en su nuca.
—Vaya, vaya, vaya… Parece que hemos encontrado la nueva
captura del día… —se burló el sujeto amenazante, acompañando el cachondeo con una
especie de risilla morbosa que hizo brotar la irritación en el particular
miembro del extinto bando policial—. Date la vuelta.
El individuo intimidado se resignó a obedecer aquella
ordenanza, siendo adherido a sus labios un pegajoso trozo de cinta adhesiva en
cuanto lo hizo, imposibilitándole la dispersión de cualquier sonido de súplica
que tratase de despedir. Posteriormente, aquel rechoncho reo derribó su
organismo para entrelazar sus muñecas con una nueva utilización de aquella
cinta al mismo tiempo que éste forcejeaba inútilmente con la intención de
encontrar su libertad, siendo sus específicos tobillos lo último que el
delincuente inmovilizó.
Una vez perpetrada aquella enfermiza perversidad, el obeso
preso se encaminó hacia una de las ventanas del corredor para abrirla
completamente. El terror absoluto invadió a Jazz cuando se percató de la manera
en que aquel demente pretendía despojarle de su miserable existencia,
convulsionando bruscamente su cuerpo para resistirse de sus amarres mientras
intentaba rogarle una inservible ayuda a la desaparecida Ana. Cerciorándose de
lo inevitable, Jason cerró los ojos para rezar una oración a la vez que su
enemigo lo sostenía en el aire sin dificultades, despeñándolo al arrojarlo a un
vacío de treinta pisos a la vez que el criminal contemplaba enfermizamente cómo
todos sus huesos reventaban en el impacto contra la robusta superficie
compuesta por hormigón.
—Hey, Pedrito, ¿qué coño estás haciendo separado del resto?
—le interrogó uno de los presidiarios,
el cual había sido el encargado de su momentánea búsqueda en consecuencia a su
distanciamiento con respecto al resto de los reos.
—Uno menos, colega. Uno menos…
Un acelerado descenso de considerable altura mediante
aquellas escaleras de la región oeste instaló a la obstinada Ana junto a la
barricada compuesta por una multitud incontable de muebles que se habían
encargado de arrinconar la primera vez que entraron en el hotel para
resguardarse. Aquellos vivaces comedores de almas, deseosos de la jugosa carne
que los humanos contenían, se abalanzaron anhelantes hacia ella, con tentativa
de traspasar la defensa que les separaba de su añorado deseo. Ésta, procurando
no exponerse demasiado a aquellos putrefactos muertos, comenzó a retirar
distintos elementos de la barrera con apremiante velocidad, hasta que se hubo
encontrado lo suficiente debilitada como para que sucumbiese a una enérgica
patada, la cual desestabilizó toda la estructura, autorizando el acceso de los carnívoros al recinto a la
par que la mujer huía vertiginosamente hacia el emplazamiento donde había
abandonado indefinidamente a su compañero.
Tras haber recorrido incontables corredores constituyentes
de la construcción del hotel Sozza, Selene y Nait se acomodaron frente a la
entrada del almacén en el cual Inma había permanecido en inquebrantable
soledad. Sin malgastar su valioso tiempo, el intranquilizado varón golpeó el
portón con el empleo de sus nudillos, inquiriendo a la pobladora del cuarto a
que les permitiese su ingreso en él. Ante el excesivo tiempo de espera que
aconteció, el muchacho giró roto el correspondiente pomo, corroborando mediante
una simple apertura la soledad que reinaba en la totalidad de aquel
habitáculo.
—No… no… no puede ser. Esto no puede ser cierto. Se supone
que ella debía estar aquí con el niño cuando volviese. Es imposible que hayan decidido
irse por su propia voluntad. ¿Dónde están? ¿Los habrán capturado? —se preocupó
éste, remarcándose una indomable alteración en sus interminables cuestiones
sobre el acontecimiento que habría acontecido.
—Oh, maldita sea. Las cosas están yendo cada vez a peor
—afirmó Selene a la vez que reflexionaba sobre todos los sucesos que se habían
producido en un periodo de tiempo tan reducido—. Tenemos que buscar a esa chica
de la que hablas y a ese niño con el que ibas antes, pero tampoco nos podemos
olvidar de Florr. Ella también se encuentra en peligro.
—Lo sé perfectamente, Selene, pero no podemos dejar sola a
Inma. Ella tiene un brazo dislocado y difícilmente podrá defenderse. Además, yo
fui quien permití que se quedase separada de mí, por lo que es mi responsabilidad.
Y si me pongo a pensarlo fríamente, la prima de Maya significa tanto para mí
como para el resto del grupo bastante más que esa niñata engreída que Puma
tiene por hermana.
—¿Qué? ¿Esa tal Inma de la que has estado hablando es la
prima de Maya? ¿Por qué no me lo dijiste antes? —quiso conocer Selene el porqué del
ocultamiento de aquella valiosa información.
—Hey, espera un momento, Selene… Hay algo en lo que no me
había percatado hasta ahora mismo. ¿Cómo es que conoces tú a Florr? —consultó
Nait, paralizándose su mente repentinamente debido a la impresión de su
consideración—. ¿Puma? ¿El helicóptero que te ha traído hasta aquí es de Puma?
¿Es con Puma con quien has estado todo este tiempo?
Ante aquel deductivo descubrimiento, la mujer se desvivió
en localizar una excusa que le resultase creíble hasta que se percató de una
media docena aproximada de seres caníbales que se abalanzaban hacia su
posición, emitiendo gemidos lastimeros desde los confines de aquel pasillo en
el que ambos se encontraban.
—¡Nait, cuidado! —le advirtió con una imperiosa alerta,
indicándole la ubicación exacta de aquellos inesperados muertos.
La vigorosa alarma ocasionó que su acompañante, una vez
hubo comprobado que fuese cierta aquella notificación, extrayendo su
semiautomática para apuntar hacia la cabeza que
uno de ellos mantenía, propulsando una sola bala que tuvo la pretensión
de atravesar su putrefacto cerebro, pero que ante cualquier pronóstico que
hubiese aguardado, se desvió cuando rebotó en lo que asemejó a una especie de
carne compacta del muerto.
—¿Pero qué…? ¿Cómo…? ¿Qué leches ha sido eso? —preguntó
Naitsirc increíblemente atónito ante aquella horrible maravilla que acababa de
transcurrir.
—Oh, no… Lo que nos faltaba… Zombis mutados… Corre, Nait.
No puedes luchar contra los cocodrilos —le anunció la conocedora sanadora al
mismo tiempo que combatía con la masa muscular del varón para salvaguardarlo de
aquella situación de peligro supremo.
—¿Qué? ¿Cómo? ¿De qué cocodrilos me estás hablando? —consultó
constantemente aquel que se había convertido en una presa de caza masculina con
infinito desconcierto.
—Son mutaciones extremas que sufren algunos zombis de vez
en cuando. El proceso de putrefacción se detiene a la vez que su piel se va
endureciendo poco a poco hasta que se termina volviendo tan intraspasable como
la de un cocodrilo. Se les puede herir en algunas zonas del cuerpo, como el
abdomen, pero es prácticamente imposible atravesar su cabeza con un cuchillo o
una bala —le esclareció Selene mientras ambos se aproximaban en una carrera
hacia algunos tramos de escaleras, encontrándose bloqueado su alcance debido
a otra turba de numerosos podridos
procedentes de uno de los corredores a su izquierda, los cuales exhibían sin
pudor las incalculables mutaciones que sufrían como consecuencia del efecto
radiactivo que el ambiente había ejercido sobre ellos—. ¡Ah, mierda! ¡Cuidado,
Nait! ¡No te acerques a ellos! Podrían ser altamente tóxicos. Rápido, vamos por
la derecha.
Ambos se distanciaron hacia la bifurcación indicada, pero
para un mayor incremento de sus calamidades, se encontraron atrapados
inminentemente por otros cinco podridos que procedieron de una triple
ramificación emplazada frente a su ubicación.
—¡Joder! ¡¿Cómo pueden moverse tan rápido?! ¡¿De dónde
leches salen?! —voceó Nait con inestimable angustia por la probabilidad
existente de una cercana muerte.
—Intenta acabar con algunos de ellos. No todos tienen
porque ser del tipo cocodrilo —le recomendó Selene, provocando que éste
orientase su arma hacia un zombi con ocho brazos que se aproximaba con
presuroso ímpetu, el cual despidió una especie de líquido verdoso asqueroso
cuando el controlado proyectil atravesó su pútrido cerebro—. ¡Dios, tenemos que
mantenerlos alejados como sea! ¡Sigue disparando, Nait! ¡O déjame a mí la
pistola!
—No, espera, no será necesario. Acabo de recordar que
todavía tengo una de las llaves del hotel. Toma, trata de contenerlos mientras
abro una de esas puertas —planeó éste, entregando el arma a su protectora mientras
se encargaba de extraer las llaves que había resguardado en sus bolsillos para
permitirse el escondite de uno de los dormitorios.
Su compañera obedeció, disponiéndose a tirotear a las
horrendas bestias que no tenían pensado cesar en su cacería, pero esta
concentrada atención se disuadió cuando se hubo percatado del zombi que estaba
abordando a su inconsciente camarada.
—¡Nait! —vocifero para que se cerciorase del peligro que se
encontraba cerniéndose sobre él, retirándose de la trayectoria constituida por
el muerto, pero viéndose presionado a desprenderse de las llaves para liberarse
del aferramiento que éste le había efectuado en sus muñecas.
—¡Agh, joder! ¡Ahora no tenemos las llaves! ¡Pues de puta
madre! ¡Cojonudo, vamos! ¡Piensa, Selene, piensa! —se angustió Nait, imperando
el encuentro de alguna milagrosa escapatoria entre la múltiple aglomeración de
muertos ambiciosos de alimento.
—¡Allí, Nait, allí! ¡Corre, rápido! —ordenó Selene en
referencia a las puertas correderas semiabiertas de un ascensor que parecía no
haber sido invadido todavía por los podridos—. Sí, sí, está parado justo en
esta planta. Hemos tenido suerte. Podemos entrar dentro.
—¡Sí, una suerte cojonuda, vamos! —ironizó el superviviente
masculino, descargando su munición continuamente sobre los cadáveres con
pretensión de reprimir su avance—. ¡Ve tú primero! ¡Yo te cubriré!
La doctora acató sin contraposiciones su imperativismo,
introduciéndose por la reducida y
estrecha abertura que la separaba de su salvación en el interior del elevador,
superando su torso la rectangular rendija sin contratiempo alguno, pero
siéndole imposible perpetrar lo propio con una de sus piernas.
—¡Ahhhh, no! ¡No, no, no, no, no, no! ¡Nait, ayúdame, por
favor! —imploró en rogativa, batallando incesantemente por desobstruir su
extremidad atascada.
En voluntad caritativa, el varón no dudó en socorrer a una
de sus antiguas amigas en su contienda contra el inoportuno atranque, ocasionándole
una incontrolable caída en la zona interna del montacargas con desenfrenada
brusquedad. Aquella compasiva actuación le costó al muchacho una distracción
más que fatal, abalanzándose sobre él la mutación de un zombi poseedor de
cuatro piernas, requiriendo éste deshacerse de su dentadura mediante una vigorosa patada que malgastó la mayor parte
de su resistencia.
—¡Vamos, Nait, vamos! ¡Entra al ascensor! ¡Rápido! —le
impetró Selene con oprimido agobio por el estado de su amistoso acompañante.
El susodicho cedió ante las ordenanzas de la sanadora,
emulando el acceso forzado de la mujer al elevador, siendo obstruida de igual
forma la pierna correspondiente a su derecha. Mucho antes de que pudiese
efectuar cualquier tentativa de liberación, Naitsirc sintió como unos
corrompidos colmillos se clavaban en su gemelo, arrancándole un voluminoso pedazo
de carne a la vez que un alarido de sufrimiento agonizante requemaba su
garganta.
—¡Noooooo, Nait, noooooooo! ¡Noooooooooooo! —gritó ella
plenamente aterrorizada al mismo tiempo que combatía por rescatar la extremidad
infectada de aquel compañero que estaba siendo devorado mediante las fauces de
aquellos crueles depredadores, a cuya carnicería comedora se habían unido otros
seis monstruos caníbales más.
Con un impetuoso tirón que terminó por salvar finalmente su
integridad, la desdichada presa cayo violentamente sobre la superficie del
ascensor, desparramando todos aquellos tendones que se habían disgregado de sus
músculos, acompañándole a ello un incesante desangramiento que atrajo todavía a
una mayor cantidad de zombis que no se detenían en su clamor por la deliciosa
comida que les había sido arrebatada.
—¡Oh, Dios, oh, Dios! ¡No, por favor! ¡Más muertes no, por
favor! ¡Más muertes no, por favor! ¡Nait, mírame! ¡Nait, mírame! ¡Ni se te
ocurra dormirte! ¿Me oyes? ¡Ni se te ocurra dormirte! Mantente despierto.
Trataré de contener la hemorragia —se conmovió Selene ante aquella mortal e
imparable atrocidad, a pesar de su determinación a no permitir que se rindiese
al emplear la misma cazadora que había contenido la sangrante herida de Alice
previamente como un improvisado torniquete alrededor de la zona que había sido
dañada con ferocidad, asegurándose de que éste no perjudicase excesivamente a
su circulación—. En otra ocasión, habría utilizado un palo para ayudarme, pero
creo que esto será suficiente. Escucha, Nait, voy a tener que cortarte la
pierna para evitar que la infección se propague, pero no puedo hacerlo aquí,
porque ninguno de nosotros tiene un arma blanca con la que poder hacerlo
correctamente. Sé que es urgente, pero una amputación a balazos podría ser
mucho más rápida que el virus a la hora de matarte. Agh, ¿cómo se me ha podido
olvidar traer una? Soy una estúpida.
Apresuradamente, la culpabilizada doctora se encargó de
localizar una peculiar escotilla ubicada en el techo de aquella caja metálica,
abriéndola para poder contemplar a través de ella algo similar a un pasadizo
con el que el hueco del elevador conectaba, que se elevaba en unas
interminables escaleras de caracol que se extendían hasta lo invisible. Sin
embargo, allí no existía presencia alguna de muertos vivientes. Probablemente
sería su vía de escape más segura.
—Tenemos que llegar de nuevo hasta el tejado. Los machetes
de Alice están allí. ¿Crees que serás capaz de subir esas escaleras?
—Me han mordido, Selene… Olvídate de mí… Vete… —confesó él
su deseo, provocado por la afección de las multitudinarias mordeduras en su
organismo, las cuales se hallaban sumiéndole en un profundo desmayo.
—Eso ni lo sueñes. No te vas a librar de mí tan fácilmente
—le espetó Selene con la determinación de estimular a su consciencia—. Cargaré
contigo si es necesario. Te juro que conseguiremos salir los dos de aquí con
vida.
El inquebrantable conjunto de vastos sujetos conformado por
lo que antaño habían sido burdos presidiarios avanzaba sin descanso alguno por
los indeterminados pasillos del hotel en continua formación de ataque, con
intención de localizar a los enemigos que concluirían el exterminio de aquellas
ratas de cloaca que habían osado enfrentarse a ellos.
—¿Dónde coño se habrán metido estos tíos? Se me están
cansando los cojones de tanto andar —criticó el delincuente al que denominaban
como Walley con categórica vulgaridad.
—¿Es que no podéis dejar de ser tan jodidamente ordinarios
ni un puto segundo? —les recriminó Crow, quien a pesar de que el agotamiento
también le afectaba a su rendimiento, continuaba manteniendo su austera firmeza
en la cacería consumada—. Si en unos minutos no hemos encontrado a ningún otro,
catalogaremos la zona como despejada y podremos volver al hospital, pero ahora
concentraros de una puta vez en la faena.
—Muchachos, mirad lo que viene por allí —les alertó Lock,
designando la orientación específica del pasillo en el cual se establecían,
ubicación desde la que pudieron visualizar a un reducido grupo de cuatro
caníbales que habían experimentado un retardado proceso de putrefacción.
—¿Acaso te preocupan unos cuantos de estos descerebrados,
Lock? —se mofó el preso Cane de la comparecencia de aquellos seres de carácter
débil que no le suponían ningún inconveniente—. Mira lo que hago yo con estos
santísimos muertos.
Siendo su burla el antecedente a su instantáneo proceder,
el criminal se situó próximo a uno de los cadáveres para despedir un único
proyectil propio de su recortada en aquella pútrida frente, siendo éste
repelido por los revestimientos fortalecidos de su grisácea piel,
desconcertando al particular entendimiento de su atacante.
Sin permitirle tiempo alguno de reacción ante el
contratiempo, el devorador se abalanzó sobre el cuello del preso, desgarrando
con fiereza una porción del mismo sin que pudiese hacer absolutamente nada por
evitarlo.
—¡Cane, no! ¡Joder! —voceó Crown, tiroteando tanto al sanguinario
mordedor como a los tres que se asociaban con él, sin conseguir que surtiese
ningún efecto negativo en ellos.
—¡Me cago en la putísima madre que te parió! ¡Hijo de la
grandísima puta! —injurió el infectado Cane, expulsando otros dos compuestos de
pólvora inútilmente hacia su cerebro mientras se esforzaba por reprimir el
surtidor de líquido carmesí que se había concebido en la parte más superficial
de su garganta.
—¿Qué cojones pasa aquí? ¿Por qué no podemos hacerles nada?
—protestó el reo Louis a la par que descargaba una considerable cantidad de
munición en dirección a los zombis, cuya numerosidad de sus componentes no se
detenía en un peligroso acrecentamiento.
—No tengo ni puta idea, pero tenemos que salir de aquí
cagando leches antes de que se nos echen encima estos cabronazos —imperó el
Pedrito, escabulléndose cobardemente de aquel trágico acontecimiento como una
rata asustadiza.
Ni siquiera se hubo separado una distancia destacada de
metros respecto a la ubicación de su grupo cuando unas huesudas manos se
aferraron a sus piernas para desencadenar su desmoronamiento, obsequiándole el
paisaje de una jauría de hambrientos caníbales que se había presentado
improvisadamente para complementar a la primera. Sin reprimirse, uno de ellos
se decidió a despedazar las rechonchas carnes que envolvían su cintura al igual
que quienes le acompañaban no se retrasaron en alimentarse con la jugosa grasa
de su oronda barriga, implorando entre alaridos de incesante tortura una
asistencia a sus camaradas que nunca fue efectuada.
Los reclusos comenzaron su retroceso por el específico
pasillo que habían empleado con antelación para alcanzar la que era su actual
posición ante el avance de aquellos salvajes sin raciocinio, examinando la
superficie de aquella propiedad con pretensión de localizar una salida de aquel
cementerio infernal.
—¡Por allí! ¡Id por allí! —decretó Lock cuando se hubo
percatado de una de las escaleras del hotel Sozza completamente despejada de
muertos vivientes—. ¡Yo los retendré durante unos minutos! ¡Avisadme cuando
hayáis llegado a ella!
Con presurosa velocidad, cada uno de los individuos que se
habían sentido aludidos ante aquella orden, incluyendo el sentenciado Cane, la
obedecieron con inexpugnable silencio, exceptuando a aquel que había sido
apodado como Crow.
—¡¿Es qué no me has oído, Crow?! ¡Mueve ese culo gordo y
peludo que tienes de una jodida vez! —insistió Lock mientras se esforzaba en
refrenar el avance de los no muertos.
—¡Si tú te quedas, yo también me quedo, así que vas a tener
que joderte, compañero! —se contrapuso éste a su permanencia de prescindir del
adicional apoyo que le ofrecía.
Louis se apresuraba en recuperar el generalizado ritmo que
había perdido, retardándose con respecto al resto de los presos, cuando
colisionó violentamente contra una especie de figura conocida que apareció
súbitamente de entre los ángulos muertos de su visión.
—Chino… ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Tú no deberías estar en
la salida de incendios? —le cuestionó éste asombrado por su indebida comparecencia
en aquella agrupación de reos.
—Unos putos zombis salieron de la nada y devoraron a casi
todos los de nuestro grupo. Tuve que salir de allí por patas antes de que se me
merendaran a mí también. Eran unos muertos nunca vistos. Eran… eran como esos
—masculló aquel aparecido de denominación asiática una vez se hubo cerciorado
de la existencia de los caníbales también en aquella limitada región del hotel
Sozza.
—Sí, Chino, tú no eres el único que ha tenido su ración
personal de muertos vivientes. Venga, tenemos que irnos —le solicitó Louis
mientras reanudaba sus carreras de evasión, desentendiéndose su decisión del
susodicho nombrado, el cual de manera opuesta a lo que aquel reo había manifestado,
hizo perdurar su detenimiento con la voluntad de observar el cometido que
estaban ejerciendo tanto Lock como Crow en conjunto.
Tan sólo fue una cuestión de segundos que uno de los zombis
perteneciente al pútrido gentío se abalanzase sobre los muslos del primero,
inmovilizando parcialmente su organismo para exponerle a ser infectado sin que
pudiese resistirse mientras otro de ellos combatía contra uno de sus brazos
para descuartizar su flamante musculatura.
—¡Agh, Crow, ayúdame! —le suplicó con ahogo a aquel sujeto
que le había apoyado en su ardua lucha, quien parecía ser percibido con una
angustia igualitaria a la suya.
Con la pretensión de rescatarle de su perecedero asimiento,
el presidiario se distrajo el tiempo suficiente para que uno de aquellos
descompuestos muertos le desestabilizarse al agarrarle de su cadera,
abatiéndole con un impetuoso impacto un segundo podrido.
—¡Ah, mierda! ¡Joder! —blasfemó Crow, conteniendo con una
desmesurada energía las numerosas dentaduras que anhelaban un carnívoro festín.
El Chino pretendió alertar a sus camaradas sobre el
desastre que estaba aconteciendo, pero aquellos ya habían desaparecido por
completo del pintoresco escenario. Estaba solo.
Ambas presas, oprimidos por la presión de una muerte casi
segura, pudieron permitirse respirar con un ritmo de esperanza cuando
percibieron la asistencia de su compañero reo sin el sometimiento de ningún
tipo de cadáver sobre su cuerpo.
—¡Chino! —le aullaron ambos desamparados simultáneamente.
—Ya voy, Crow —anunció éste orientándose impulsivamente
hacia la posición donde el susodicho se localizaba al borde de su condena,
arrastrando con agresividad a uno de los dos muertos que lo apresaba
salvajemente, sirviendo de soporte para que se deshiciese del segundo,
salvaguardando de aquella manera su existencia.
Un chillido de calvario les hizo reaccionar
instintivamente, ocasionando que aquellos dos sujetos visualizasen como un
pútrido hincaba sus asquerosos colmillos en el muslo de Lock, mientras otro
imitaba aquella ingesta con su suculento costillar, sentenciando así su vida.
—¡Lock, no! ¡Joder, me cago en todo! —injurió Crow antes de
destrozar el cerebro del criminal que había sido mordido mediante el impulso de
un proyectil, imposibilitando su consecuente transformación.
—¡Tenemos que largarnos de aquí cagando leches! ¡Vamos! —le
advirtió el Chino a la par que emprendía una carrera hacia la trayectoria que
habían atravesado previamente el resto de los presidiarios.
Efectuada una urgente escapatoria, los convictos
ahuyentados se estacionaron sobre la escalera señalada por Lock, considerándose
momentáneamente salvados. Sin embargo, su sorpresa fue mayúscula cuando
descubrieron a una nueva manada de descerebrados que se encontraban ascendiendo
con torpeza por ella.
—¡Oh, joder! ¡Retroceded, retroceded! —reclamó Walley ante
la inesperada aparición de aquel indeseado inconveniente—. ¡¿Se puede saber de
dónde coño salen tantos?!
Todos realizaron un intento por regresar empleando el
corredor que habían cruzado con anterioridad, siendo esto impedido por una
turba sanguinaria que parecía ser atraída tanto por el Chino como por Crow.
—¡Me cago en su puta madre! ¡¿Qué cojones vamos a hacer
ahora?! —bramó Cane con una irritación extrema que nunca antes habían apreciado
en él, probablemente inducida por la resignación de la infección.
Temeroso por los innumerables podridos que se aproximaban,
Louis optó por disponer de la vía más rastrera entre las que existían,
propinándole una contenida patada al sujeto mordido, haciéndole rodar
indeteniblemente por aquellos escalones hasta encontrarse con los muertos cara
a cara, quienes inminentemente se deleitaron con su carne, de manera que le
ocasionasen un sufrimiento físico plenamente inhumano.
—¡¿Qué coño te crees que estás haciendo?! ¡¿Te has vuelto
loco?! —le protestó Walley con una indisimulable indignación por la animalada
que acababa de presenciar.
—¡Le habían mordido ya, joder! ¡Tenemos que pensar en los
que todavía podemos vivir a la hora de la supervivencia! —alegó éste
descendiendo con una velocidad impoluta, obviando los restos de tripas de Cane
que se exponían junto al mismo tiempo que evadía a los pocos zombis que eran
interpuestos en su camino, repitiendo su proceder el resto de los espantados
reos, siendo Walley el último a pesar de su desacuerdo.
Con el determinante objetivo de retornar al helicóptero
apostado en la azotea del Sozza, el trío compuesto por quienes eran los
veteranos Puma y Eva, así como por la novata Inma, discurrían sigilosamente por
los silenciosos pasillos con una incondicional cautela, al igual que mantenían sus
armas de fuego en una perseverante disposición de ataque.
—¿No habías dicho que os estarían buscando por todas
partes? ¿Qué probablemente no podríamos dar ni cuatro pasos sin que nos
cosiesen a tiros? —consultó Inma con un cierto aturdimiento debido a aquel
flujo de información que había resultado ser incierto.
—Y eso pensaba —le profirió el general con la constante e
inquebrantable seriedad que solía reinar en sus facciones—. ¿Acaso preferirías
tener a todo un ejército encima de ti?
—Otro igual que Nait —cuchicheó la joven con una
predominante amargura airada ante aquel reincidente comentario.
Repentinamente, un ruidoso escándalo repetitivo que les fue
percibido como conocido volvió a retumbar en las profundidades de sus aparatos
auditivos, exhibiéndose otra nueva reclamación desconocida por medio del canal
establecido por su walkie.
—General… General… Aquí Crow —se identificó aquel tono de
perceptible masculinidad exhausta comunicando su correspondiente nombre.
—¿Qué ocurre, Crow? —le demandó Puma pese a su inapetencia
a la perpetración de aquella conversación, deseando que le fuese comunicada por
una sola vez alguna noticia de categoría positiva.
—¿Quiere que le diga lo que ocurre? Ocurre que unos zombis
raros de cojones no dejan de perseguirnos por el hotel. El señorito Lock nos
trajo hasta aquí dentro porque, según nos dijo, tenía un mal presentimiento, y
vaya si tenía razón el colega. Ahora él, Cane y el Pedrito están muertos, y por
lo menos otros quince más también lo están, según el Chino.
—Espera, espera, espera… —detuvo su general los enunciados
del preso, con confusión ante el desconocimiento de lo que estaba narrando—.
¿De qué zombis me estás hablando?
—Puma… —susurró entrecortadamente Inma, señalando hacia uno
de los corredores que se localizaban contiguo a ellos con sus temblorosos
dedos.
Una multitud embravecida de cadavéricos no muertos avanzaba
con irrefrenable ansia hacia su inestable emplazamiento, despidiendo unos
tenebrosos gemidos que expresaban en coro aquel apetito voraz que les
caracterizaba.
—Zombis mutados… —expresó Eva lo que su compatriota del
sexo masculino todavía se estaba esforzando por asimilar.
—No podemos luchar contra esto. Tenemos que salir de aquí.
Vamos —imperó a ambas mujeres que le acompañaban en aquella travesía,
desviándose hacia uno de los corredores cercanos por el que no resultaba un
peligro mortal transitar.
Con una aceleración digna de impresión, los tres individuos
desaparecieron en cuestión de milésimas de los gruñidos acechantes de aquellos monstruos,
trasladándose hasta una de las requeridas escaleras que les encabezarían hasta
la azotea del edificio, misión que se tornó entorpecida cuando un inesperado
segundo conglomerado de irracionales caníbales realizó su molesta aparición,
interponiéndose fastidiosamente entre Puma y las mujeres para conservar una
separación entre unos y otros.
—¡Puma! —elevó Eva la potencia de su tonalidad mientras
obligaba a Inma a retroceder a la vez que descargaba ineficaces disparos contra
algunos de aquellos pútridos muertos.
—¡No te preocupes por mí! ¡Salid de aquí! ¡Estaré en el
helicóptero con vosotras antes de que os hayáis dado cuenta! —anunció el
general con férrea seguridad, proporcionándole un puñetazo a uno de los
mordedores que había acoplado sus sucios colmillos justo sobre su antebrazo,
escapando de la escena cuando éste colisionó contra un consistente muro.
—¡Ya lo has oído! ¡Tienes que llegar hasta el tejado! ¡Dile
a mi hermano que estaré allí en unos minutos! —recibió Inma una impositiva
ordenanza a la par que se replegaba de los zombis con la protección de la mujer
poseedora de mayor experiencia al mismo tiempo que le era recuperada la mochila
que había obtenido en el almacén que había sido su escondite.
—Pero espera, ¿qué es lo que vas a hacer tú? —preguntó la
mencionada con estresante tensión en su interrogante enunciado.
—Trataré de encontrar la manera de llegar hasta Puma para
ayudarlo. ¡Vamos, vete! —respondió antes de eludir con una ágil voltereta a uno
de los cadáveres que arremetieron contra ella, internándose en un pasillo a su
derecha parcialmente despejado de muertos vivientes mientras la lesionada se
sometía a los mandamientos impuestos, orientándose en dirección a los escalones
ascendentes que se situaban a unos pocos metros de su posición.
Concluida una sofocante carrera maratón en la que habían
competido por separarse de aquellos putrefactos seres, los presos
sobrevivientes de la masacre se instalaron frente a la delimitada zona que
conectaba con la única salida de aquel infierno. Creyendo como meros inocentes
que su salvación había sido ejecutada, los violentos sujetos se frustraron
cuando observaron a una media docena de cadáveres devorando con crueldad los
cuerpos inertes de sus camaradas caídos, los cuales reubicaron su inclinación
personal hacia los vivos una vez hubieron advertido su comparecencia.
Mediante múltiples deslizamientos de diferentes gatillos
detonadores de plomo, dos de ellos fueron liberados de su castigo en el momento
en que éstos perforaron su inutilizable cerebro, resistiéndose los cuatro
restantes gracias a aquella ventaja que les proporcionaba su extraña piel
mutada. Tras distinguir como su funesto final se cernía sobre aquel conjunto de
criminales, el reo Walley estrelló su revolver descargado sobre la corrompida
frente del más cercano antes de abalanzarse alocadamente contra los cuatro para
ejecutar un placaje sin demasiada técnica que consiguió derribarlos
bruscamente, inmovilizando los mordiscos con los que arremetían ejerciendo una
intensa presión sobre sus cuellos.
—¡Vamos! ¡Vamos! ¡Salid echando hostias de aquí! ¡Ahora voy
yo! —les dictaminó aquel kamikaze a los sujetos que le acompañaban, quienes lo
acataron sin que existiese oposición alguna, huyendo todos del Sozza mediante la
salida de incendios, a excepción del apodado Chino, quien suspendió su evasión
ante un inevitable incidente de relevante importancia.
—¡Walley, cuidado! —le anunció con preocupación,
ocasionando que éste se cerciorase de la zombificación de uno de sus antiguos
compatriotas cuyos intestinos se encontraban desparramados por la superficie de
aquel llano espacio, el cual se arrastraba hacia él con la intención de
nutrirse utilizando su apetitosa carne.
Sin embargo, ya era demasiado tarde para su salvación. El
muerto se aferró a su grueso muslo para alimentarse con un pedazo desgarrado de
él antes de que cualquiera de ellos pudiese reaccionar, posibilitando al resto
de los podridos a que sus dentaduras se clavasen en cualquier parte de su
cuerpo que contuviese carnosos músculos con los que alimentarse, desmayándose
finalmente debido al desbordamiento de su umbral de dolor soportable.
—¡Agh, joder! ¡Otra vez no! —bramó enfurecido el Chino por
la pérdida de otro de sus hombres al mismo tiempo que se despedía del desolador
hotel para regresar al hospital.
Temerosa por el desconocimiento de la ubicación en la cual
se encontraba el extraviado Jazz, Ana acrecentó su velocidad de búsqueda aún
más de la que era poseedora, suplicando porque todavía se encontrase con una
convaleciente vida.
—¡Jason! ¡Jason! ¡¿Dónde te has metido?! ¡Jason! —vociferaba
ininterrumpidamente la estresada mujer con la finalidad de que el referido
pudiese escucharle desde una moderada distancia con respecto a los
emplazamientos de ambos.
Adversamente a lo que anhelaba, la cocinera se percató de
que sus sonidos no estaban ejerciendo el efecto deseado en el entorno cuando
advirtió que había atraído a su mayor enemigo al contemplar la imponente
estampa del general en lo que parecía una especie de proceso de huida,
exaltándose éste con agresividad al cerciorarse de aquella presencia.
Vertiginosamente, Ana orientó su mano hacia su cintura para
desenfundar su pistola con pretensión de
defenderse, pero su oponente consiguió superarla en rapidez, expulsando un
único proyectil que atacó superficialmente a su antebrazo, obstaculizándole la
efectuación del que era su predestinado movimiento. Luchando por reubicar su
entendimiento en el combate con presurosa ligereza, la fémina se vio mermada
cuando un colosal puñetazo fue recibido en su pómulo, siendo forzada a caer
violentamente antes de que la sujetasen por su cuello con rudeza para imponerla
a observar aquella gélida mirada amenazante de quien era su rival.
—Sé que vas a matarme, así que hazlo ya —le espetó la mujer
plenamente derrotada por aquella interminable guerra sin remordimiento alguno,
rindiéndose ante el que era su inevitable destino.
—Antes de que esto termine, quiero que pienses en que
podríamos haber evitado todo este si os hubieseis abierto a negociar. Siento
que mis hombres mataran a algunos de los vuestros, pero yo no soy el dueño
absoluto de esos presos. No puedo controlarlos en todo momento. Yo nunca he
querido matar ni esclavizar a nadie. Tan sólo quería que hubiese paz. No puedo
decir lo mismo ahora. Reflexiona sobre ello durante los últimos segundos de
vida que te quedan —le esclareció Puma con auténtica frialdad, concluyendo su
monólogo con un despiadado pisotón en su rostro que la hizo estremecerse, sin
que se le ofreciese la oportunidad de contrarrestarlo.
Como propósito de venganza ante las torturas que habían
sido ejercidas a su hermana, el general desenvainó un cuchillo ensangrentado,
reteniendo la muñeca de su adversaria para cortar atrozmente dos de sus tersos
dedos, originándole un resquebrajante alarido de insufrible tormento que
pareció ocasionar cierto placer a su odiado mutilador.
—Ahora estamos en paz —prorrumpió exhibiéndole sin recato
alguno las falanges que le había amputado antes de arrojarlas con desprecio, percibiendo
en aquel preciso instante unos gemidos lastimeros detrás suyo que le informó de
la reaparición de los implacables muertos vivientes en aquella zona—. Has sido
tú, ¿verdad? Tú eres la culpable de que esos monstruos estén libres, ¿cierto?
¿Qué te parece si vamos a saludarles?
Manifestando su determinación de exterminio, Puma aprisionó
a Ana de su oscurecida cabellera, arrastrándola bruscamente por el espacio que
marcaba la alfombra del suelo, al mismo tiempo que ésta no cesaba en sus
ineficaces intentos de resistencia, hasta que fue precipitada con infinita
furia junto a aquellos cadavéricos zombis, quienes le agradecieron aquella
sabrosa aportación comenzando a devorarla entre chillidos de insoportable
agonía, huyendo su asesino de la llamativa escena con desmedida satisfacción
por su triunfo.
En cuanto éste se hubo integrado en el corredor con mayor
contigüidad, colisionó de manera totalmente inesperada contra una figura que se
desplazaba en un sentido contrario al suyo.
—¿Eva? ¿Qué haces aquí? ¿No te había dicho que fueses al
tejado? —le consultó Puma con asombro ante su aparición, que se incrementó
debido a que conocía de antemano el corroborado hecho de que sus hermanos se
estuviesen dirigiendo hacia la azotea.
—He venido a ayudarte. No pensarías que por que hayan
pasado dos años te iba a dejar tirado, ¿verdad? Seguimos siendo un equipo, ¿no?
—expuso con razonamiento los motivos argumentativos que eran de su
propiedad.
—Pues venga, camarada, larguémonos de aquí antes de que nos
devoren —exclamó el designado general encaminándose hacia un tramo de escalera
junto a la mujer.
Una vez efectuado su ascenso por aquel singularizado hueco
del ascensor, tanto Selene como Nait se instalaron contiguos a lo que
distinguieron como una salida de emergencia. La fémina se esforzó por continuar
su progresión, pero las resistencias del malherido se vieron tremendamente mermadas,
tropezándose antes de colisionar contra el suelo.
—¡Venga, Nait! ¡Vamos, levanta! ¡Ya nos queda poco! ¡Seguro
que por aquí podemos volver a entrar a los pasillos del hotel! —estimuló
consideradamente a su acalorado amigo con la intención de que éste pudiese
reincorporarse.
—Por Dios… Mírame… Sabes que es inútil… Vete ya… —le rogó
el con una entonación de suave delicadeza en la cual se reconocía a la
perfección una preocupante aceptación de la muerte, que quebró en incontables
fragmentos la sensible alma de Selene.
—¡Te he dicho que no voy a abandonarte! ¡En tan sólo unos
minutos habremos llegado al tejado y podré cortar tu pierna! ¡Todavía tenemos
tiempo de hacerlo! ¡No estás muerto! ¡Sólo tienes que aguantar! ¡Vas a
salvarte! —le alentó la optimista doctora recolocándose a Nait sobre su hombro
para internarse en aquella zona de emergente huida.
La agrupación de múltiples corredores entrecruzados en
perpendicular se encontraba cuantiosamente ensombrecida debido a la ausencia
completa de luz, dificultándole la visión de todo aquello que los constituía.
Forzando su percepción ocular, la fémina distinguió otra puerta separada unos
pocos metros de su ubicación, caminando con excesiva cautela hacia ella.
Fulminantemente, le fueron repararos unos sollozos que la alertaron
inmediatamente, mientras visualizaba a unas sombras funestas aproximándose
hacia ellos, afianzándose uno de aquellos imperceptibles cadáveres que se
localizaba en una posición tumbada al que era el particular tobillo de la
joven.
—¡Ah! ¡No! ¡No! ¡No! ¡No! —vocifero ésta alocada,
revolviendo su entorpecido pie con agitación para separarse de aquel zombi que
casi había acoplado sus corrompidos colmillos sobre su víctima, a la par que el
resto de caníbales reducían la distancia con respecto a ella.
Cerciorándose de la catástrofe que acontecería si no
intervenía, Nait interpuso su pierna despedazada entre la extremidad amenazada
de Selene y los asquerosos dientes de aquel feroz atacante, siéndole recibido
el mordisco que estaba predestinado para su compañera, provocando que el
intenso líquido carmesí brotase nuevamente de sus venas más internas.
—¡Nait, no! ¡La hemorragia! ¡No puedes desangrarte ahora! —exclamó
enormemente preocupada ante aquel bondadoso acto de protección.
No obstante, al damnificado por las dentelladas no le
resultó de importancia alguna, en consecuencia a su rendición ante el estado de
desmayo potencial.
—¡No! ¡Pero no te desmayes! —imploró la sanadora con un
desmesurado aumento de su estrés, evadiéndose de los zombis al atravesar la
determinada puerta que era su objetivo primordial, reapareciendo en uno de los
corredores principales de aquel hotel justo antes de volver a bloquear su
acceso, resguardándose del alcance de los que no estaban muertos.
Todavía se encontraba recuperándose del fatídico susto
cuando se cercioró de una joven mujer que emprendía una apresurada carrera
hacia su trayectoria, paralizándose cuando descubrió aquella pintoresca
estampa, emitiendo unas entrecortadas expresiones de terror en su forma de
mayor pureza.
—¿Na… Na… Nait? ¿Qué… qué le ha pasado? —le cuestionó con
consternación mientras examinaba con minucia a la persona a la que se había
referido.
—Tú no eres un policía, ¿verdad? —afirmó Selene una vez
hubo analizado su actitud, la cual representaba unos sentimientos ligados a los
de aquel malherido que transportaba—. ¿Eres Inma? ¿Eres la prima de Maya?
—Sí, sí, soy yo. ¿Quién eres tú? ¿Qué estás haciendo con
Nait? ¿Qué le ha pasado? —se acrecentó exorbitantemente su angustioso malestar
debido al penoso estado del varón.
—Me llamo Selene. Soy una antigua amiga de tu prima Maya, y
también de Nait —le contestó ésta, resolviendo una de las cuestiones que
atormentaban su imperiosa necesidad de conocimiento—. Respecto a él… Le han
mordido… Lo siento.
—¡Oh! ¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! ¡No! ¡No! ¡No! ¡No debería
haberme separado de él! ¡No debería haberme separado de él! —se imputó Inma la
culpabilidad de aquella catastrófica fatalidad.
—Por favor, tranquilízate un poco. Te lo pido por favor. Lo
único que conseguirás es que me ponga muchísimo más nerviosa, y eso no nos
beneficiará a ninguno de los tres —suplicó la especializada doctora con una
inquieta preocupación que la invadía—. Sé que es muy duro escuchar una noticia
como ésta, pero debemos pensar que al menos contamos con la ventaja de que las
mordeduras han sido sólo en su pierna. Todavía podríamos salvarle si se la
cortásemos. El problema es que no dispongo de ningún arma blanca con la que
hacerlo.
—¡¿Qué?! ¡¿Pero… pero… pero cómo vas a cortarle la pierna?!
¡Dios mío! —se horrorizó la joven de menor edad ante aquella iracunda
propuesta.
—Pero es su única oportunidad. Morirá si no lo hacemos —le
aclaró aquella sanadora sin servirse de ningún tipo de pretexto que les
desviase de la importancia de aquel suceso.
Comprendiendo que aquella salvajada era la única
posibilidad existente de no terminar muerto, Inma deslizó la cremallera de
aquella mochila con la que cargaba dificultosamente para explorar entre los
objetos que contenía hasta extraer una diminuta hacha que les sería de utilidad
con toda probabilidad.
—¿Esto te serviría? —consultó con una exposición del arma a
Selene, quien contempló en la fisonomía del utensilio una divinidad proveniente
del mismísimo paraíso.
—¿Tienes un hacha? Oh, gracias a Dios. Hagámoslo aquí
entonces. No podemos esperar mucho más tiempo —advirtió la curandera tendiendo
al inconsciente Nait a lo largo de la superficie del suelo enmoquetado,
apoderándose de la herramienta en cuestión para poder arrodillarse junto a su
cuerpo inerte.
Con alarmante celeridad, la mencionada retiró la pernera de
su pantalón, procurando no mantener ningún tipo de contacto con las mordeduras
ocasionadas por posibles infecciones que pudiesen ser transmitidas al exhibir
la extremidad que se disponía a ser cercenada.
—Dios, no puedo ver esto… —murmuró apenada la lesionada,
apartando el que era su delimitado campo visual de aquel indeseable suceso que
iba a acontecer.
La doctora acaparó profundamente una desmesurada cantidad
de oxígeno, intentando mentalizarse en la amputación que debía efectuar. Cierto
era que su trabajo no le permitía aquella clase de escrupulosidad, pero las
mutilaciones conseguían originar en ella un horror que le era incapaz de
describir. Elevo con decisión el arma mientras rezaba una plegaria por su alma,
incrustándola con desmedida potencia en su miembro infectado, perforando así en
una enorme medida los músculos necesarios para su seccionamiento.
La señorita Inmaculada hizo rechinar su dentadura cuando
percibió el inhumano sonido de la carne cruda siendo cortada incesantemente. Al
mismo tiempo que las paredes de su
estómago no podían reprimir una repugnante arcada, la joven observó cómo
algunos de los caníbales que habían efectuado previamente su cacería se
localizaban reduciendo distancia con respecto a sus emplazamientos,
incrementándose todavía más su temor en el preciso instante en el que
distinguió un formidable impacto, el cual provino de la cercana salida de
emergencias.
—¡Oh, no! ¡Se están acercando! ¡Nos van a alcanzar! ¡Por
favor, date prisa! —le imploró a la determinada fémina que se estaba encargando
de la salvación del muchacho.
Ésta, impartiendo una mayor aceleración en sus movimientos,
penetró nuevamente con el hacha aquella profunda hendidura que le había sido
ocasionada en su pierna, ubicándola justo en el límite de su desmembramiento.
Su acompañante pretendió contener a aquellos cadáveres atacantes mediante una
serie ininterrumpida de disparos que no consiguieron provocar ningún tipo de
perjuicio en aquella modalidad de enemigo. Paralelamente a ello, la puerta que
les resguardaba de la zona de emergencias cedió ante la opresiva presión de una
decena aproximada de zombis que se abalanzaron con fiereza contra ellas.
—¡Deprisa! ¡Deprisa! ¡Deprisa! —reclamó agobiada la mujer
del arma de fuego una vez se hubo cerciorado de cómo los muertos se agrupaban
constantemente a su alrededor sin que pudiesen remediarlo.
Apresuradamente, Selene arremetió con un concluyente corte,
separando la extremidad de Nait del resto de su organismo de manera grotesca
antes de reincorporarlo sobre sus hombros vertiginosamente, pero los caníbales ya
se situaban lo suficientemente próximos como para que les resultase imposible
escapar, abordándoles en un sanguinario conjunto hacia los tres individuos,
presionándoles a retroceder hasta que terminaron resbalando por un tramo de
escaleras próximo a ellos debido a la opresión que ejercían los mordedores,
desmoronándose ante diversos escalones mediante rodeos completamente
indetenibles.
La sanadora desplegó su visión con aturdimiento gracias a
la previa caída, visualizando a un
caníbal que se había aferrado intensamente a la manga de su brazo izquierdo con
sus putrefactos dientes. Descubriendo el riesgo absoluto que estaba sufriendo,
se distanció de él para tratar de aventajarse en la batalla por su liberación,
atizando ininterrumpidamente su descompuesto rostro con su bota sin que aquella
acción poseyese utilidad alguna, hasta que contempló como unos robustos bíceps
apresaban a aquel deshumanizado animal para separarla de ella al mismo tiempo
que un desconocido pie destrozaba su cerebro, siendo revelados el dúo compuesto
por Puma y la piloto del helicóptero como sus salvadores.
Paralelamente a ello, Inma se reincorporó con un punzante
dolor en las profundidades de su cabeza, discerniendo a aquellos tres
individuos delante suyo. A pesar de su confusión incorruptible, divisó a tan
sólo unos metros a su izquierda al mutilado Nait desparramado sobre algunos de
los escalones mientras los caníbales avanzaban hacia él.
—¡Nait! ¡Nait, no! —vociferó horrorizada a la par que
observaba como uno de aquellos cadáveres le arrancaba inexorable una porción de
su cuello—. ¡Naaaaiiiiiit! ¡Noooooooooo! ¡Naaaaaaaiiiiiiiiit!
—Vamos, Inma, tenemos que irnos —le advirtió su compañero
Puma con la intención de que se desplazase de su estático emplazamiento.
—¡No! ¡No! ¡No! ¡No! ¡No! ¡No! ¡No! ¡No! ¡Naaaaaaaiiiiiiiiiiiiiit!
—chilló nuevamente la joven a la vez que contemplaba impotente como el resto de
los caníbales se encargaban de despiezar sin piedad alguna a su amigo.
—Ayudadme con ella —solicitó el general a sus acompañantes
una necesaria asistencia para que su transporte pudiese ser efectuado.
—¡Nooooooooooo! ¡Naaaaaiiiiiiit! ¡Naaaaaiiiiiit! —continuó
bramando ella sin descanso mientras el
resto de los miembros de aquel grupo concentraban sus esfuerzos en sacarla de
aquella edificación que se había convertido en el mismísimo infierno.
Tras haberse traslado ascendentemente por los desairados
conductos del hotel, Adán se instaló junto a una abertura extractora que le
permitió acceder finalmente a la superficie de la azotea, sirviendo igualmente
como sustento para que la aturdida Florr saliese también al exterior de la
construcción.
—¿Es aquí? —consultó la adolescente mientras examinaba
minuciosamente el territorio en el cual se localizaban ambos menores—. Lo único
que veo es un helicóptero. ¿Es que no han llegado todavía?
En cuanto aquel enunciado hubo sido concluido, un estrépito
escándalo les advirtió de una congregación de personas que accedía al tejado
mediante una exclusiva puerta.
—¡Eva! —exclamó el pequeño con inmenso entusiasmo,
corriendo hacia la posición en la que se ubicaba su hermana para estrecharse
firmemente contra su pecho.
—¡Adán, cariño! —le correspondió ella con una invitación a
que efectuara su anhelado deseo—. Te
echaba mucho de menos, cielo.
—Yo también… —manifestó él con inigualable ternura en
aquella verídica afirmación.
—Puma... —musitó Florr con un inusual tono de lamento,
arrojándose sobre el torso del que ella consideraba como su protector hermano.
—No te preocupes. Esos desalmados no volverán a hacerte
ningún daño. Te lo garantizo —le aseguró el general con un ligerísimo matiz de
preocupación hacia su chica.
—Hey, no es por romper vuestro momento de ternura, pero
tenemos que largarnos de aquí de inmediato —les rememoró una intranquila
Selene, quien había sido transformada en la principal responsable del
transporte de la desanimada Inma—. Alice está ahí dentro, por si en un casual
te lo estuvieses preguntando.
—Sí, tienes razón, Selene. Eva, date prisa en poner el
helicóptero en funcionamiento. El resto subid en los asientos traseros. Nos
vamos de este lugar.
Ante la imperativa orden efectuada por Puma, todos los
presentes obedecieron a subir a aquel preciado vehículo aérea al mismo tiempo
que su piloto activaba los motores que se encargaron de despegar aquel engendro
mecánico, conduciendo aquella maquinaria hasta el Santa Sara Abelló.
Una vez el helicóptero hubo sobrevolado sobre la extensión
de la ciudad que requería para alcanzar su predestinado destino, éste aterrizó
en el mismo emplazamiento donde se había encontrado situado justo antes de su
utilización, permitiéndoseles su relajación tras la llegada al hospital que era
propiedad exclusiva del general.
—Lo conseguimos, Eva. Como en los viejos tiempos —enunció
Puma triunfante ante la beneficiosa actuación que habían perpetrado en su
rescate.
—Sí, como en los viejos tiempos. Los echo de menos —le
contestó ésta con una sonrisa nostálgica al mismo tiempo que todos los pasajeros
descendían con presteza del aparato.
—Florr, si te marchas a descansar, ¿te importaría llevar a
la mujer que está inconsciente hasta la enfermería y ofrecerle a Inma una
habitación en la que pueda dormir un poco? —le requirió su único hermano
ejerciendo sobre ella una reflexiva mirada de petición.
La susodicha asintió sin oposición alguna, sujetando a
Alice sobre sus brazos a pesar de que su estado de confusión no había
desaparecido completamente para marcharse hacia el interior del hospital
acompañando a la joven que acababa de sufrir la muerte de uno de sus seres más
cercanos, la cual había extinguido cualquier estado de ánimo que pudiese ser
favorable a la par que había desactivado plenamente su capacidad de habla.
—Entonces, ¿os uniréis a mí, Eva? Dudo que tu fuerte siga
siendo seguro después de lo que ha pasado, y sabes que podría ayudarte con tu
pequeño problema. ¿Has decidido si os quedaréis aquí? —le consultó el general,
aguardando a que le fuese brindada una respuesta relativamente satisfactoria—.
—Nos quedaremos a dormir aquí por esta noche, pero no estoy
completamente segura de si sería lo mejor que permaneciésemos en este lugar
indefinidamente, con esos asesinos que tienes bajo tu mando y ese tal doctor
Payne rondando por aquí —respondió la mujer tras haber analizado la situación
en la que se encontraban en conjunto con las respectivas opciones que podían
derivar de ella—. Te prometo que lo pensaré. Mañana a primera hora tendrás una
respuesta.
—Eva, ¿dónde estamos? —quiso saber el pequeño niño tras
acercarse hasta la ubicación donde se encontraban ambos adultos conversando.
—No te preocupes, cariño. Aquí estamos a salvo. Este lugar
es propiedad de Puma. Él se encargará de que no nos ocurra nada mientras
estemos aquí, ¿verdad? —requirió ella una contestación afirmativa con el
propósito de acomodar a quien era su niño.
—Por supuesto. Eso no hace falta ni dudarlo —lo corroboró
éste con una expresión de aceptación ante sus palabras proclamadas.
—Pues si no te importa, vamos a volver a esa peculiar
habitación que me diste. Creo que los dos estamos bastante cansados. Hasta
mañana, Puma. Trata de no pensar demasiado en todo lo que ha sucedido —le
aconsejó su camarada mientras ésta desapareció junto con su hermano cuando
atravesaron la específica puerta que les conduciría hasta uno de los corredores
internos del edificio.
—Puma, ¿puedo hablar contigo un segundo, por favor? Es algo
importante —le solicitó Selene, quien se había percibido bastante ausente
durante el trayecto, cerciorándose de un cierto grado elevado de extrema
ansiedad en su lenguaje de expresión.
—¿Qué ocurre? —le preguntó éste, inquiriendo una interesada
inclinación hacia aquello que estuviese atormentado a su doctora—. ¿Está todo
bien? ¿Tú estás bien?
—Puma… Yo… No sé cómo decir esto… Estoy un poco asustada… —anunció
la sanadora con entrecortadas palabras que delataban el terror que estaba
sintiendo, ocasionando que una auténtica preocupación comenzase a brotar desde
las profundidades del varón.
—Selene… ¿qué ocurre? —repitió él con un incremento de su
énfasis que la suscitase a comunicarle aquello que la atormentaba.
Percatándose de que su nerviosismo le impediría exteriorizar
el contratiempo que le era necesario transmitir, Selene decidió retirar la
manga izquierda de su camiseta que cubría su brazo para mostrarles diversas
marcas de dentelladas que habían sido dibujadas alrededor de su muñeca.
—¿Eso… eso es…? —le preguntó Puma con exorbitante sorpresa
ante aquella desgracia que le estaba evidenciando.
Se me olvidaba decir que, para todo aquel que quiera comentarme algo sobre el capítulo o hablar en general, estaré disponible en el xat de NH esta tarde y la de mañana.
ResponderEliminarSaludos, lectores.
Es un gran capitulo,pero lo de matar a Nait cuando mejor estaba el personaje es un error,estoy muy cabreada ...
ResponderEliminarNo eres la única, señorita anónimo. Pero así es NH...
ResponderEliminarAsí es un mundo lleno de gente con mucha mucha hambre :P
ResponderEliminarAunque fue una mala jugada, la verdad.
Pues la verdad es que a mi me encanto,pero creo que la muerte de Nait era necesaria,de echo creo que eso hizo aún mas grande al personaje,y ya era urgente la muerte de uno de los protagonistas,todoas las muertes(que ultimamente son muy pocas) me daban igual,no habia drama,ni pena,ademas empezaba a pensar que ya no moria nadie "importante" en nh2 y toda sorpresa,sin duda el mejor capitulo de nh2.
ResponderEliminar