Encarcelada
como un criminal… Así era como se sentía Dyssidia durante su interminable
espera en aquella sucia y mugrienta habitación de hospital que había sido
designada por el propio Puma como su despacho. El lúgubre tono carente de vida
que recubría las paredes junto con la inexistente iluminación que provenía de un
diminuto ventanal la hacían sentir en la mismísima celda de una prisión. Como
si fuera un animal. Como uno de aquellos tipos inhumanos con los que se había
visto obligada a enfrentarse hasta que fueron detenidos.
No
tardó en evadir aquellos pensamientos impropios de su mente. Para ella no eran
más que otra de las tantas gilipolleces que se le había ocurrido mientras
esperaba a que quien la había salvado se dignase a aparecer por la puerta que
vigilaba constantemente. Su objetivo había sido el mismo desde el principio.
Ella sólo estaba allí por su hermana.
Aunque
pudiese resultar egocéntrico, no le importaba lo más mínimo cual fuese la vida
de su antiguo compañero de piso en aquel momento del apocalipsis, ni el porqué
de que su residencia fuese en un hospital militar junto a decenas de
delincuentes peligrosos. Más allá de todo lo que pudiese haber sido en su
pasado, Puma era una fuente de información muy privilegiada. Averiguaría el
paradero de Maya aunque tuviese que arrancarle las pelotas con sus propias
manos si era necesario.
Un
desagradable chirrido de bisagras anunció la llegada que supuso el reencuentro
con su aguardado jefe felino, quien se presentó con una actitud entremezclada
con impotencia e indiferencia general, exhalando el humo de un cigarrillo de
una manera insólita que nunca antes había visto. Sin embargo, aquel
comportamiento estratégico nunca jamás funcionaría en ella. Embaucar a aquella
mujer de personalidad insólita era casi una misión imposible.
—Veo
que sigues manteniendo los buenos hábitos, gatito. Ni en pleno apocalipsis
dejas de fumar esa mierda, ¿eh? —se burló con diversión Dyss haciendo
referencia al tabaco que se sostenía entre sus labios—. Vale, ahora que ya
hemos roto el hielo, quiero que contestes a mi pregunta sin rodeos si no
quieres que arranque alguna cañería podrida de este sucio lugar y empiece a
romper otras cosas mucho más dolorosas. ¿Dónde… está… mi hermana?
—Definitivamente,
puedo asegurar que eres la misma Dyssidia de siempre. Sin embargo, creo que
deberías tranquilizar un poco esos humos antes de exigirme ninguna respuesta.
Te encuentras demasiado a la defensiva, y yo no soy ningún enemigo tuyo
—enunció Puma un mensaje pacificador que indicaba su intención de cooperación
mientras apagaba su cigarro consumido en el cenicero de su escritorio. Por desgracia,
su acompañante reinterpretó la información de una manera errónea que resultó
fatal.
—Respuesta
equivocada —le soltó Dyss antes de agarrar una lámpara de noche situada
relativamente cerca de ella que estampó con fiereza y sin ningún tipo de
remordimiento en el deteriorado rostro de Puma, quien tras acontecer el
inesperado ataque se tambaleó unos metros hasta aterrizar con sus caderas en
uno de los reposabrazos de su silla giratoria. Fue el hecho de tentar cuidadosamente
su mejilla izquierda que corroboró lo que él ya estaba comenzando a sospechar. Un
par de puntiagudos cristales se habían incrustado en su carne, provocando que
algunos delicados hilillos de sangre se resbalasen hasta sus labios.
—Veo
que, efectivamente, no has cambiado nada. La tradición de aporrearme con todo
tipo de objetos se sigue manteniendo después de tanto tiempo —bromeó Puma
olvidando la importancia que debería suponer el asunto de la agresión a la vez
que se incorporaba.
Con
un último atisbo de rabia interna dominante, Dyssidia arrojó la lámpara en
dirección a la superficie del despacho, destruyéndola en una lluvia de vidrios
que no tardó demasiado en expandirse a lo largo de la habitación. Aquel acto
ocasionó que su violencia comenzase a retorcerse en alguna clase de esfuerzo
respiratorio que no pasó desapercibido para quien la observaba. Parecía que se
estaba calmando.
—Lo
siento. Joder, lo siento. Llegó aquí y empiezo a destrozar el mobiliario como
si fuera una puta loca de manicomio. Lo siento. Y siento haberte golpeado con
la lámpara, aunque Mister Indoloro ni se haya inmutado —se disculpó Dyss con un
destacable aumento de su relajación manifestado en sus palabras.
—Mira,
Dyss, sé mejor que nadie que cuando te pones tan violenta, es porque te ocurre
algo, así que cuéntame, ¿qué es lo que te pasa? Yo te escucho —se ofreció Puma
a servir como una persona con la que pudiese desahogarse al mismo tiempo que él
indagaría en el porqué de su desaparición con cautela.
—Ya
te lo he dicho, joder. ¿O es que acaso no te he preguntado? Es por Maya.
Siempre es por Maya. Todo es por Maya. Después del accidente con Nika, yo
siempre le decía que me buscaría alguna avioneta tirada por ahí que todavía
tuviera gasofa y me piraría a Hawaii. Mira tú por donde los guardias que
protegían nuestro pueblo tenían una, y como ya sabes que soy tan sumamente
gilipollas, porque lo soy, la robé y me largué sin que se enterasen. Fue la
peor decisión que he tomado nunca. He pasado más de un año buscando la manera
de volver a Estados Unidos, pero lo máximo que he llegado ha sido aquí, a esta
mierda con nieve llamada Canadá, y es obvio que sigo sin encontrarla. Pensaba
que tú lo sabrías, gato. La culpabilidad me está matando por dentro. ¿Y si está
muerta porque yo la dejé?
—Maya
está aquí —la interrumpió su felino para comunicarle una noticia que raptó casi
instantáneamente el aliento de la persona que la recibió.
—¿Qué…
qué… cómo… cómo que está aquí? ¿Acabas de decir que está aquí? ¿Me tienes aquí
sufriendo para que te diga lo que quieres oír sobre lo que paso y ahora me
sueltas que está aquí? ¡Llévame con ella! ¡Ahora! —se exaltó Dyss ante la
inesperada novedad positiva, fustigando al escritorio con un puñetazo tan
potente que retumbó en toda la sala.
—Creo
que me he precipitado un poco. Es cierto que Maya ha decidido quedarse a vivir
en este hospital por el momento, pero justo ahora no está aquí. Alice, M.A,
Inma y ella han salido a recoger los restos cadavéricos de Nait para darle un
entierro digno, según ellos. No tardarán demasiado en volver. Hace unas pocas
horas que se marcharon.
—Espera,
espera, espera, espera, espera… ¿Alice viva? ¿Nait muerto? ¿Y quién cojones es
Inma? Estoy superperdida —le interrumpió Dyssidia con fatiga asaltada por la
confusión de su aclaración.
Puma
ya había recolectado en su memoria una serie de explicaciones exclusivas para
la hermana de Maya, pero un trío de estruendos que indicaron unos disparos
impidieron que los transmitiese. Fue cuestión de segundos de procesamiento lo
que tardó en desenfundar su arma y correr hacía el lugar del que habían
procedido los estampidos, desentendiéndose de la conversación fructuosa con
Dyss.
—Quédate
aquí —ordenó con su imperatividad de general justo antes de abandonar su
despacho definitivamente.
—Ni
de coña —se negó ella esquivando la puerta que había intentado cerrar para
poder perseguirlo.
Nicole
apretó los dientes cuando la ambulancia se desestabilizó durante su viraje con
un estremecedor derrape que derribó a todos los pasajeros del vehículo,
incluyendo el cadáver cubierto por las sábanas. El volante estaba fuera de
control. Sus habilidades conductoras ya eran completamente inservibles. Lo
único que se le ocurrió hacer para salvarlos a todos fue pisar a fondo el freno
mientras rezaba para que no se matasen en el inminente impacto contra el
voluminoso pilar hacia el que se dirigían.
—¡Nicole!
—gritó una voz masculina perteneciente a Davis como advertencia a lo que se
avecinaba.
Pero
eso ella ya lo sabía desde hacía tiempo. El chillido que se introdujo en su oído
sólo consiguió enaltecer todavía más el nerviosismo que la dominaba justo antes
de que la parte frontal de la ambulancia quedase destrozada en una retorcida
pieza de acordeón alumínico, precipitando velozmente a todos sus ocupantes
hacia la zona anterior, que en su mayoría fueron detenidos de manera brusca por
una gran cantidad de obstáculos que interferían entre ellos. Simultáneamente,
el par de airbags que resguardaban la seguridad del piloto y del copiloto se
activaron, evitando que Nicole y Davis sufriesen un desenlace fatal.
—¡Agh,
agh! ¿Qué ha sido eso? —preguntó Inma quejicosa, utilizando una camilla como
apoyo para levantarse mientras chirriaba por su cuello dolorido y el palpable
agravamiento de su dislocación.
Todavía
arrodillada sobre la superficie de la ambulancia, recuperando algo de oxígeno,
Alice advirtió por una de las ventanas como cuatro sujetos se encaminaban hacia
ellos con un equipamiento distinto. No fue capaz de distinguir exactamente lo
que estaban cargando, pero parecía algo automático. Desde luego, nada bueno.
—¡Cuidado, cuidado! ¡Al suelo, al suelo! —fue
la advertencia que dictaminó ésta antes de arrastrarse escasos metros para
intentar cubrirse.
Un
festival de disparos comenzó a resonar en el exterior del vehículo, complementando
a la primera alerta de la superviviente. El resto de los miembros no tardaron
en localizar un punto de cobertura factible, inclusive Inma y M.A, a quienes
les resultó más dificultoso por la falta de espacio. Ametralladoras. Fusiles.
Tal vez el AK-47, que había sido siempre el más famoso. No había forma de
saberlo con seguridad, pero lo que todos ellos podrían haber afirmado con
seguridad era que las ráfagas parecían ser infinitas. El miedo se expandía con
rapidez en el sonido traqueteante de la munición. No podían resguardarse
eternamente en una ambulancia tan inservible como muñeco de hojalata, pero
tampoco podían exponerse a salir corriendo para que les matasen. No estaban
suficientemente armados para combatir en una guerra. Jamás lograrían vencer. Las
balas perforadoras terminarían por alcanzarles en algún momento. Y cuando aquel
momento llegase, no serían benevolentes.
Un
cuarteto de estallidos de mayor calibre hizo que se detuviese el huracán de
tiros que pronto habría evolucionado a una masacre, rescatándoles de su muerte.
Sus salvadores no tardaron demasiado en cobrarse la mayoría de su atención,
siendo M.A el primero que se aproximó hasta la ventana más cercana para
observar quienes eran. Su expresión tranquila mutó rápidamente a otra de furia
cuando contempló a un numeroso grupo de presos, entre los cuales aparecía Puma
por la retaguardia. ¿Qué se suponía que estaba haciendo? ¿Acaso se estaba
burlando de ellos? La rabia comenzaba la posesión de su cuerpo cómo ya solía
ser costumbre en él.
—¡M.A,
no! ¡Espera! —trató de detenerlo Inma inútilmente cuando éste le propinó una
rencorosa patada a las puertas traseras de la ambulancia, saltando sobre el
carril exclusivo con intención de enfrentarse alocadamente a sus atacantes.
Puma
contempló con desconcierto los cuatro cuerpos ensangrentados por las múltiples
heridas desparramados frente a sí una vez se hubo abierto camino entre todo el
tumulto de presos que se interponían en la escena apaleando o insultando a los
cadáveres al tacharlos de basura traidora. ¿En qué momento se había distraído
lo suficiente como para permitir que aquellos desgraciados se pusiesen a pegar
tiros a los suyos? ¿Debería haberlo previsto? Algunas personas habían tratado
de advertírselo, pero no había llegado a suponer que algo de tal calibre podría
suceder. Tuvo la suerte de sentirse aliviado al comprobar que aquellos tipos no
habían ocasionado ninguna víctima mortal. Debería haber sido más previsor.
Dirigió
su vista hacia la ambulancia inutilizada sólo para encontrarse con M.A
caminando con desorbitante velocidad hacia donde se encontraba. Su ceño
fruncido y los movimientos tensos de sus extremidades delataban su inexistente
actitud hacia una vía pacífica. Puma lo descubrió instantáneamente, pero al
contrario de él, decidió adoptar una predisposición al dialogo, ofreciéndole la
oportunidad de resolver el problema sin necesidad de violencia.
Como
ya había deducido, aquello no fue ni remotamente posible. Los nudillos del
único puño que M.A mantenía se clavaron en los pequeños cristales de la mejilla
de Puma mucho antes de que pudiese pronunciar vocablo explicatorio. El puñetazo
le pareció de magnitud tan insignificante que le produjo una sonrisa al
recordar el lamparazo. Irónicamente, Dyss le había pegado con mucha más fuerza.
Y desde luego, con mucha más elegancia.
Los
reos no se retrasaron en contraatacar con una veloz formación defensiva
apuntando sus escopetas hacia la persona que había atacado a su general, pero
éste los detuvo con un gesto autoritario de impedimento.
—A
ti si te la puedo devolver —le aclaró respondiendo con un gancho derecho en
mitad del tabique nasal que desplomó todo el peso de su cuerpo sin concederle
posibilidad alguna de evitarlo.
—¿Pero
qué estáis haciendo? ¿Y qué ha pasado? ¿Por qué nos han atacado? —preguntó Inma
horrorizada, quien había abandonado la ambulancia para perseguir a su
acompañante ruborizado.
—Chicos,
ya podéis volver dentro. Habéis hecho un buen trabajo. Podréis doblar vuestra
munición general como recompensa —felicitó Puma a sus subordinados tras el
dictamen de una orden tan clara como concisa, que fue posteriormente confirmada
por el preso Crow antes de que se dispusiesen a realizarla.
—General,
me gustaría hablar con usted un momento en privado, si no es molestia. ¿Le
parecería bien en la 422? Es un asunto importante —consultó éste precavido de
que nadie excepto su receptor deseado pudiese captar el mensaje.
—Estaré
allí en unos minutos. Ahora vete —confirmó su superior su acuerdo, siéndole
finalmente permitido al reo subordinado regresar al interior del edificio junto
con el resto mientras otro sujeto femenino atravesaba las puertas traseras de
la ambulancia.
—¿Pero
qué mierdas? ¿Qué cojones? Puma, más te vale tener una buena explicación a todo
esto o vas a estar cagando plomo hasta la semana que viene. Ya puedes empezar
—le amenazó Alice cuando hubo alcanzado su ubicación apuntando con su pistola
directamente a la frente.
—Vamos
a tranquilizarnos un poco, ¿queréis? Siento que os hayan disparado. Es verdad
que como líder de este hospital debería haber evitado que esto ocurriese, pero
no siempre se puede controlar absolutamente todo. Los que os han atacado no han
sido más que unos pocos tipos que estaban molestos con vuestra presencia y se
han puesto a dispararos como locos sin pensar en las consecuencias de sus
acciones. También me ha ocurrido con algunos de ellos que quisieron ver mi
cabeza en una pica. Pero creedme, no hay nada que temer. La gran mayoría no se
atreverá a acercarse a vosotros. Y ya habéis podido ver que las minorías las
eliminamos con bastante rapidez.
—¿Y
pretendes que nos traguemos toda esa mierda después de lo que ha pasado? —le
rebatió M.A una vez se hubo puesto en pie con el apoyo de Inma—. No le
escuchéis. No es capaz de soltar más que mentiras por su boca. ¡Joder, nos han
intentado matar! ¡Igual que lo intentaron con los nuestros aquellas personas
por las cuales Selene y Nait están muertos! ¡Exactamente igual! ¡¿Y quieres que
hagamos la vista gorda?! ¡Vamos, no me jodas! ¡Ni de coña, Puma! ¡Ni de coña!
Hoy ha sido un intento de asesinato, pero a lo mejor mañana nos quieren trocear
para el almuerzo o les apetece violarnos un poquito…
—Créeme,
nadie querrá violarte, M.A —interrumpió el general cansado de las continuas acusaciones
infundadas de aquel individuo que se esforzaba cada vez más por contrariarle.
Alice no pudo reprimir una risilla estúpida—. Mirad, no os voy a decir que esta
gente es lo más civilizado que existe en el mundo, pero hoy en día, ¿qué es
civilizado? ¿Tenéis acaso la más mínima idea de lo que puede haber ahí fuera?
Si unos policías optaron por el secuestro en lugar de por la negociación, os
podéis imaginar cómo están las cosas en el exterior. M.A, tú estuviste viviendo
en Almatriche antes de llegar aquí. Inma, tú estuviste en España antes de
terminar en el país con el grupo seguro que te saco de allí. Tal vez seas la
que mejor me comprenda. Y Alice, éste es el primer lugar en el que éstas
viviendo conscientemente. Os lo aseguro. No tenéis ni la más mínima idea de lo
que os podéis encontrar lejos de esta ciudad y de este hospital, pero yo sí. Si
alguien quiere abandonar este lugar porque no le parece lo suficientemente
seguro e intentarlo mediante sus propios medios, yo no tengo intención de
detener a nadie. Pero quien se quede tendrá mi protección garantizada.
Llegaremos a algún acuerdo con los presos para que no haya molestias entre los
unos y los otros. Lo prometo.
El
silencio se eternizo en el carril al ritmo que la información expedida
comenzaba a ser procesada de distintas maneras por mentes de índole muy
diferente. Alice e Inma parecían mostrarse bastante dudosas ante aquella
explicación prometedora, sin que ninguna de ellas dos encontrase una respuesta
a la cuestión sobre si lo correcto sería creer o no creer. Sus miradas cargadas
de emociones hacia los cadáveres de sus atacantes confirmaron las que eran sus
mayores sospechas.
Por
el contrario, M.A se resignó a no escuchar ni una única palabra más de lo que
aquel personaje tuviese que decir, limitándose a regresar con impotencia hacia
la ambulancia. Se había aferrado con tanto ímpetu a su convicción que,
definitivamente, no lo convencería ni en un millón de años. Y mucho menos
después del reciente espectáculo presenciado.
Un
continuo trote de pasos acelerados informó de la inminente aparición de una
figura completamente fatigada por la velocidad cuando ésta dobló la
intersección con la entrada principal del hospital. Los rostros de Inma y Alice
se convirtieron instantáneamente en una composición anímica indescriptible
cuando se percataron de la identidad del recién llegado.
—Me
cago en todos tus muertos indígenas, gato. Hay que ver lo que corres. Casi me
da un puto infarto —blasfemó ella mientras recuperaba el aliento, sin
cerciorarse todavía de la presencia de la que hacían gala en el lugar sus
antiguos amigos y su prima.
—No
puede… no puede ser… ¿Dyssidia? —tartamudeó Inma perpleja por su espontánea
aparición. Puma debía haber estado esperando a que se tranquilizasen para
comunicarles la noticia, pero como de costumbre, ella se había adelantado,
ocasionando una sobresaliente palidez en su piel.
La
susodicha parpadeó para aclarar su visión cuando percibió ligeramente el
susurro de su nombre entre el silencio sepulcral. No sabía con seguridad quien
lo había pronunciado ni porqué, pero podía afirmar que aquella tonalidad de voz
casi angelical no era ni por asomo de Puma.
Alzó
sus ojos hacia el horizonte del carril dos segundos antes de que todo su
organismo se detuviese abruptamente por el impacto tan emocional como aturdido
que la invadió. No podía ser posible. ¿Qué estaba haciendo ella allí? ¿Qué
demonios hacía su prima española en tierras canadienses? ¿Cuándo había atravesado
todo un mar? Sus manos se dirigieron de manera involuntaria a su cabeza, como
si aquel acto fuese a confirmarle que no se trataba de otra de sus
alucinaciones con las que tanto le gustaba jugar a su mente.
No,
no lo era. En otra ocasión probablemente no se habría atrevido a afirmarlo,
pero su intuición le indicaba que era ella realmente. Notó que se encontraba
muy nerviosa. Lo más probable era que quisiese esprintar a su reencuentro y no
volver a soltarla nunca jamás en lo que le quedaba de vida. Lo estaba deseando.
Podía verlo en sus ojos vidriosos a punto de derramar lágrimas.
No
quiso alargar mucho más su sufrimiento. Dyssidia corrió milagrosamente
recuperada del cansancio hacia su prima e Inma se sintió libre para hacer lo
propio hasta que su vínculo de sangre se unió en un caluroso abrazo que alejó
durante unos momentos todos los males de sus alrededores.
—Joder…
joder… ¿pero eres tú esa Inma? ¿La que ha mencionado Puma? Dios, no me lo puedo
creer. No me lo puedo creer. ¿Qué haces tú aquí? —habló Dyss tras unos
segundos, separando un poco el cuerpo de
su prima del suyo para permitirle hablar.
Inma
trató de contestar por todos los medios posibles, pero las respuestas se
atascaban continuamente en las profundidades de su garganta cada vez que
pretendía hacerlo. Alice fue quien le permitió descansar a aquel suplicio
cuando apareció con intención de saludar a un pasado que parecía perdido.
—Pero
mira quien está aquí. Si es la señorita boxeadora Proyecto Alice. ¿Tú no
deberías estar siendo devorada por los gusanos? —bromeó con una felicidad que
nunca antes había percibido en su persona desde su extinto noviazgo con la
fallecida Nika.
—Cambio
de planes. Ya sabes que nadie se libra de mí tan fácilmente —respondió ella con
chulería acompañándose con una sonrisilla picaresca—. Espero que hayas estado
bien todo este tiempo, Dyss. Al menos dentro de lo que cabe.
Sin
embargo, la aludida vislumbró entre el espacio bloqueado por los cuerpos de las
dos jóvenes cercanas lo que anteriormente había sido un medio de transporte
útil pero que en aquellos instantes no era más que una ambulancia inservible
junto a la cual se hallaba M.A. Sus pupilas se iluminaron como un resplandor de
ilusión. Puma, Inma, Alice, M.A… ¿Quién sería el siguiente? No lo dudaba. Su
hermana Maya.
—¿Dy…
Dyssidia? ¿Eres tú? —preguntó M.A absorto por su aparición cuando ésta hubo
alcanzado su ubicación con una velocidad exorbitante.
Le ignoró. No era su auténtico propósito hacerlo, pero la
interminable espera que sufría por abrazar a su hermana la estaba devorando
interiormente. Ya se encargaría de saludarle más tarde. Tendría tiempo de sobra
una vez la hubiese visto tras dos años sin haber sabido nada de ella. Las
puertas traseras estaban cada vez más cerca. Su excitación se desbordaba.
Se aferró a uno de los dos tiradores y estiró con tanta
fuerza que todos los huesos de su brazo crujieron rabiosos ante el brusco
movimiento, pero no le importaba en absoluto. Ella no quería más que echarse a
unos brazos que no se encontraban disponibles. La decepción fue instantánea
cuando dos desconocidos observaron con extrañeza su sonrisa difuminada. Dos
personas que no le importaban lo más mínimo la contemplaban sin comprenderla,
al mismo tiempo que Inma se aproximaba con una expresión de decepción marcada a
fuego en sus facciones. Aquello no hizo más que aumentar su desilusión. Ya ni
siquiera le apetecía gritar a los cuatro vientos o golpear las ventanas de
aquella basura hasta destrozarlas. Sólo quería derrumbarse en mitad de aquel
carril y proclamar su derrota. Y así lo hizo. Ya nada le importaba si Maya
estaba muerta.
Presionados por el dramático espectáculo, Davis y Nicole se
vieron forzados a salir junto con el resto del grupo al exterior. M.A intentó
detenerlos por su propio bienestar, pero ya era demasiado tarde para ello. Puma
se había percatado muy rápidamente de la intrusión y se encaminaba velozmente
hacia ellos dos, probablemente con el propósito de expulsarles de su
hospital.
Inma no se demoró en auxiliar a Dyssidia cuando ésta cayó.
Se agachó para nivelar sus alturas y la agarró con delicadeza de sus hombros para
reincorporarla parcialmente.
—Hey, Dyss, hey, mírame —exigió agitando cuidadosamente sus
brazos para conseguir captar su atención. Ella debió acatar la orden
simplemente por puro respeto entre primas, a pesar de que no le apeteciese
hacerlo. El resplandor de sus ojos había sido exterminado por la acción del
líquido lagrimal. ¿Sería aquella la primera vez que la viese llorar? Esperaba
que no—. Maya está viva. Está bien. Iba a venir con nosotros, pero decidió quedarse
atrás para ayudarnos a escapar de una horda de zombis. Dijo que vendría aquí
con nosotros en cuanto le fuese posible. Probablemente ahora mismo esté
viniendo. No tienes que preocuparte. La esperaremos hasta que venga, y si tarda
demasiado, saldremos a buscarla.
La joven moralmente hundida resopló impotente. Para
cualquier otra persona aquello habría supuesto un símbolo de indiferencia con
respecto a la información expuesta, como si no se hubiese molestado en
escucharle siquiera, pero Inma sabía que no era así, sino que se encontraba bastante más tranquila gracias a
ello. Se permitió relajarse tras la efectividad de su discurso. Su prima en
estados extremos reducía la peligrosidad de un grupo de mutantes a la altura
del betún.
—Inma, Alice, M.A, ¿puede alguien explicarme porque dos
personas que no he visto en mi vida están pisando las puertas de mi hospital?
—reclamó Puma una respuesta inminente al mismo tiempo que reducía distancia con
Davis y Nicole empuñando su arma de fuego.
—Tranquilidad, Puma. No hay nada que temer —se interpuso
Alice tratando de evitar la posibilidad de un conflicto abierto—. Los
encontramos escondidos en el hotel. Acababan de llegar a la ciudad y se habían
refugiado allí sin saber que aquello estaba repleto de zombis. Nos ayudaron a
recuperar el cuerpo de Nait y a regresar entre cientos de muertos vivientes.
—No somos ninguna amenaza, si es lo que está pensando —se
atrevió a intervenir Davis con las manos en alto como método de moderación—.
Nosotros dos somos supervivientes de Stone City, exactamente igual que
vosotros. De hecho, sabemos que los responsables de este desastre eran miembros
de una compañía llamada Esgrip, los cuales experimentaron con varias personas
de vuestro grupo, provocando su resurrección como superhombres. Mi nombre es
Davis, y mi compañera es Nicole.
—Matt, un amigo de Davis, fue uno de ellos —se introdujo en
la conversación Nicole sin demasiada certeza en lo que pensaba añadir—. Otra
chica llamada Ashley. Maya. Alguien llamado Puma… No hemos venido a hacer daño
a nadie. No pertenecemos a Esgrip, si es lo que estás pensando, ni tampoco
somos violentos. Sólo estamos sobreviviendo, como todos. De hecho, traté de
advertiros hace unos meses de que la compañía todavía os estaba vigilando después
de lo de la ciudad, tal y como hice con Davis, pero no pude encontraros. Aunque
eso ya no importa, porque está completamente muerta. Nosotros nos encargamos de
eliminar a los dos últimos miembros que quedaban. Lo único que queremos ahora
es un lugar medianamente seguro en el que poder continuar con lo que queda de
nuestras vidas.
Se produjo un silencio de espera en el que se aguardaba la
respuesta por parte de Puma, pero éste había desviado su interés hacia un
objeto en cuestión desde el instante en que lo había vislumbrado. El maletín
que portaba Davis encajaba exactamente con la descripción que el doctor Payne
le había proporcionado sobre ellos. No le había hablado exactamente sobre las
propiedades que contenía aquello que estuviese custodiando, pero sabía que era
de un valor incalculable en el nuevo mundo.
Por supuesto, no podía permitir que dos desconocidos como
aquellos se introdujesen en el hospital sin conocer las verdaderas intenciones
que pudiesen tener, pero tampoco podía permitirse perder el maletín, y no era
la opción más viable asesinarles a sangre fría delante de todo el mundo.
Tendría que establecer algún tipo de acuerdo benefactorio para él.
—Mirad, tengo algunos asuntillos de los que ocuparme, así
que por ahora vais a esperar en el vestíbulo hasta que yo esté libre para
hablar con vosotros en profundidad. El resto del grupo se encargará de
vigilaros mientras tanto. Y será mejor que no me estéis mintiendo, por vuestro
propio bien —concluyó Puma marchándose al interior del hospital utilizando un
acceso lateral que solía servir como salida de emergencia.
—Hey, Dyss, ¿quieres que vayamos a esperar a Maya al
vestíbulo? Venga, vamos —fue la instancia de Inma a que se pusiese en pie para
caminar con lentitud y algo de serenidad hacia el espacio indicado.
Fue justamente cuando los cuerpos de Dyssidia y Davis se
cruzaron cuando la sangre del joven pareció estancarse en sus vasos sanguíneos,
impidiéndole continuar la caminata. No. ¿Era realmente ella? Sólo le había
bastado observar su rostro con más detenimiento para cerciorarse de que era
idéntico al que recordaba haber visto en la cámara de seguridad de Stone City.
El mismo que aparecía continuamente en sus pesadillas para asesinar una y otra
vez sin descanso a Allen y Riliane. Cualquier otro rostro le habría dado lugar
a confusiones, pero el suyo había sido siempre tan identificativo que no cabía
duda. Sus dos amigos habían estado con su grupo. No podría haber sido otra más
que ella. Sintió como sus órganos más internos comenzaban a hervir, fruto del
profundo odio que estaba aflorando.
—Davis, ¿te encuentras bien? —preguntó Nicole preocupada
cuando se percató de que se había detenido.
—Sí, sí, no es nada, tranquila —la despreocupó éste tratando
de apartar sus problemas personales de los de Nicole momentáneamente—. Venga,
sigámosles hasta ese vestíbulo. Espero que podamos hablar pronto con ese tipo y
nos acepte. Estoy algo cansado de tanto ajetreo últimamente.
Todavía no podía hablar con Dyssidia. No era el momento
idóneo. Pero pronto lo haría.
La mente de Puma era incapaz de contener las múltiples
reconsideraciones de diversos asuntos mientras caminaba rumbo a dormitorio 422
en el que se sucedería su encuentro con Crow. La aparición repentina de
Dyssidia, la desaparición simultanea de Maya, aquellos sujetos de dudosa
confidencialidad que probablemente portasen una gran fuente de poder en aquel
maletín sin saberlo y mucho más. Aquello eran sólo una pequeña parte de todas
las cosas en las que debía preocuparse constantemente. Como capitán de aquel
barco, no había ni un solo segundo en que pudiese sentarse a descansar de las
preocupaciones. Lo peor de todo era que Florr
continuaba en cama por el fuerte resfriado que la había atacado poco después de
volver de su último viaje en ambulancia y todavía no había tenido tiempo para
hablar con Eva sobre el preocupante tema de su cáncer. Ambos problemas le
parecían preocupantes desde su punto de vista, especialmente el último, pero su
libertad siempre se veía reducida por las responsabilidades. Para colmo, la
figura de una Selene zombificada en algún lugar perdido se repetía
constantemente en su cabeza, martirizándole por obligarse a olvidarse de ella
después de que había muerto por su culpa. Definitivamente, necesitaba algo de
tiempo libre que disponer para su uso personal.
Todavía se encontraba parcialmente distraído cuando alcanzó
su destino, pero visualizar a su subordinado sentado cómodamente en una silla
mientras aguardaba su llegada activó su concentración de manera instantánea.
Aclaró su garganta para la discusión que estaría a punto de producirse con
total probabilidad antes de internarse en la lúgubre habitación.
—Ya me estaba preguntando si vendría o no, ¿sabe, general?
Llevo dos días tratando de hablar con usted, pero últimamente no ha hecho más
que ignorarme. Siéntese, por favor —le invitó el preso a que descansase junto a
él sobre una mesa improvisada. Su voz le resultó algo más extraña de lo
habitual, como si sus cuerdas vocales necesitasen urgentemente una afinación.
Por un momento habría llegado a pensar que se trataba de preocupación en caso
de que hubiese sido cualquier otra persona, pero en el reo era cuanto menos
extravagante.
—El tiempo que he tenido estos últimos días para atenderte
ha sido prácticamente nulo. He venido en cuanto he podido —se excusó Puma antes
de acompañarle sentándose sobre una de las sillas vacías de la estancia sin
desviar ni un segundo su mirada de la imponencia que intentaban transmitir sin
éxito los penetrantes ojos de Crow, obviamente inofensivos para su persona.
—No quiero hacerle esperar mucho más, así que le voy a ser
breve —comunicó el preso recolocándose en una postura de mayor formalidad. Su
lenguaje no verbal le había acabado de delatar. Todos los indicios indicaban
que había acudido allí en cualidad de subordinado, no de sublevado. Aquello
pareció evadir la escasa tensión que sentía Puma—. Mis chicos me han informado
de que no están nada cómodos con la situación actual. Este lugar ha sido desde
el primer momento nuestro hospital. Ya sabe, exclusividad absoluta para los
presos que lo tomaron cuando éste sólo estaba ocupado por un tío chiflado.
General, nadie estará dispuesto a que ahora todas esas personas que ha traído
compartan nuestro espacio. Lo de hoy no ha sido más que un preludio de lo que
vendrá después si la situación continúa cómo hasta ahora.
—¿Acaso intentas proponerme algo? —conjeturó su líder con
sabiduría interrumpiendo sin remordimiento alguno aquel reducido monólogo.
—Sabía que no tardaría en comprenderlo —afirmó Crow
exhibiendo una escalofriante sonrisa victoriosa—. Mi gente ha estado muy
irascible desde que sucedió aquella matanza del hotel en la que perdimos a unos
veinte de los nuestros. Personas como Crane o Lock, mi segundo al mando,
ejercían mucha influencia en todos ellos. Y ahora que están muertos, no podrán
impedirles que se revolucionen con facilidad. La solución que voy a proponerle
es la siguiente. Dividir el hospital. Nosotros nos quedaremos con todas las
plantas superiores a la quinta, los sótanos en donde trabajamos con los
vehículos, la zona sur donde se encuentran los prisioneros y el parking de la
zona oeste. Su grupo puede quedarse con el resto de los lugares. No habría
ningún tipo de contacto entre nosotros y ellos, pero en el caso de que alguien
pusiese un pie en alguna de las áreas restringidas, aunque fuese por error,
habría permiso absoluto para tirar a matar en el caso de que no se encontrasen
acompañados por usted. Todo el mundo está de acuerdo con esto. Sólo falta su
opinión.
Puma se mantuvo dubitativo por primera vez durante la
conversación. Aquella idea que le estaba proponiendo le resultaba realmente
interesante, a pesar de su promesa personal hacia su moral de no aceptar
ninguno de los planes que sus subordinados organizasen para su beneficio. Dadas
las circunstancias, la división propuesta era justo lo que necesitaba para
conseguir que el grupo permaneciese en el hospital sin verse acechados por el
miedo que aquellos sujetos les provocaban. Los unos nunca jamás tendrían que
cruzarse siquiera con los otros. Le estaba ofreciendo una organización que
rozaba la perfección. ¿Cómo iba a ser capaz de negarse? Podía permitirse una
excepción por pura conveniencia.
—Está bien. Acepto vuestras peticiones —cedió finalmente,
esforzándose por preservar su estado constante de serenidad ante el diálogo.
—En ese caso, me parece que aquí hemos terminado, general.
Agradezco que hayamos podido llegar a un acuerdo fructuoso para ambas partes.
Es mejor evitar derramamientos de sangre innecesarios —concluyó el preso con
aquel estrambótico comentario mientras se disponía a su salida del punto de
reunión.
—No, espera. No te vayas todavía, Crow. A mí también me
gustaría comentarte algo —lo detuvo Puma aprovechándose de aquella situación
generalmente favorable en su propio beneficio—. Cuando estuvisteis examinando
el supermercado hace unos días, atrapasteis a dos individuos más que estaban
acompañando a la chica rubia. Un padre y su hijo pequeño. Quiero que los
liberéis. Serían los últimos a los que me llevase.
—Sabe que nuestros esclavos no entran dentro de su
jurisdicción, ¿verdad, general? —le aclaró el preso negando incesantemente con
la cabeza de manera jactanciosa—. Lo siento, pero ya nos ha arrebatado a la
rubita del burdel y a la amargada de la puerta. A mis chicos no les gustará que
libere parte de su mano de obra. Sin embargo, si realmente se los quiere
llevar, podemos llegar a un acuerdo muy sencillo. Hay mucha gente que todavía
tiene ganas de probar un buen pedacito de esa pibita rubia. Ya sabe, no suelen
aparecer muchas carnes jóvenes por estos lares. Pero usted ha prohibido que se
la toque, y ha dejado los huevos de medio hospital en carne viva. Lo único que
tiene que hacer es entregárnosla. Intercambiarla por sus amigos. Por supuesto,
no crea que van a ser agradables. Usted sabe a dónde estaría enviándola
perfectamente. Va a necesitar tiempo para pensarlo, así que le voy a dejar
solo. Ya va siendo hora de que me marche.
Puma ni siquiera pestañeó durante la reflexión de aquella
opción impuesta sucedida de forma simultánea a la escapatoria de Crow del
inhabitado dormitorio 422. No necesitaba tiempo para pensarlo, sino todo
contrario. La elección que escogería era indudable. Ni loco se atrevería a cambiar
a una persona de tanta utilidad como Alice por algún inútil integral que no
sabría ni apretar un gatillo y un mocoso que no pararía de llorar, además de
que no le interesaban lo más mínimo. Estaba decidido. Enrique y Félix tendrían
que continuar entre criminales un tiempo más. Ya descubriría algún punto débil
en el muro de sus subordinados donde poder presionarlos para que los liberasen.
Siempre lo había.
Dyssidia reposaba abstraída en uno de los sofás de cuero del
vestíbulo en el que Inma la había dispuesto tras transportarla. Todavía no
había murmurado palabra alguna desde que había abierto las puertas de la
ambulancia solo para encontrarse con el vacío de la nada, y aquello comenzaba a
ser bastante preocupante para Alice, que había relevado el puesto de vigilancia que su prima se había visto
forzada a desatender. Se sentía un poco idiota por no entenderlo, aunque tal
vez ni siquiera debía poder hacerlo. Sabía que Maya seguía con vida, pero tal
vez aquella noticia no había sido suficiente para combatir el shock tan potente
que su imaginación había originado. No podía saberlo. De igual manera, su
interés se centraba regularmente en las figuras de Davis y Nicole descansando
en un par de sillones alejados de ellas mientras conversaban sobre cuestiones
desconocidas. Mantenía constantemente un ojo en ellos por expreso deseo de
Puma. Lo cierto era que a simple vista no le parecían ser ninguna posible
amenaza, pero después de todo lo que había ocurrido, no necesitaban más
sorpresas. Debían asegurarse de que no les clavarían ningún cuchillo en la
espalda mientras estuviesen durmiendo.
Una serie de pasos les alertó de que alguien se aproximaba por
uno de los corredores que conectaban con la región norte del hospital. Era Puma
quien acababa de aparecer.
—¿Dónde están Inma y M.A? —consultó con Alice tras percibir
su ausencia una vez hubo finalizado su exhaustiva examinación de la disposición
existente en la estancia.
—Han ido a preparar el entierro de Nait en el tiempo que
tarde Maya en regresar. Yo me he quedado para cuidar de Dyss por petición de
Inma. Bueno, y podría decirse que también para que tus sospechosos no
estuviesen sin vigilancia. ¿Vas a encargarte de ellos de una vez por todas?
—contestó Alice con pretensión de que se solucionase el problema de confianza
con los nuevos inquilinos. Si realmente contaban la verdad, terminarían por
convencerlo. Si eran descubiertos en alguna clase de mentira, se podrían tomar
medidas efectivas antes de que ocurriese algo inevitable.
Puma se disponía a efectuar la petición de Alice cuando las
dobles puertas de la entrada principal se abrieron abruptamente como si
hubiesen sido empujadas por una fuerte ráfaga de viento helado. El rostro de la
joven chica se iluminó en cuanto contempló una figura tan jadeante como
sudorosa que hacía gala de su simple comparecencia pese a su descuidado
aspecto. Maya había vuelto.
—Bueno, he tenido que atraer a una horda gigantesca de
zombis hacia mí para después ser capaz de esquivarlos, me han mordido infinidad
de veces, me he roto más de un par de huesos y me he caído en un charco lleno
de barro, pero por fin estoy aquí. ¿Cómo os fue a vosotros? ¿Llegasteis todos
bien?
Aquella voz tan pura, tan perfectamente inmaculada, sólo
podía pertenecer a una única persona en toda la faz de la tierra. Dyssidia
comprendió al instante quien era aquel sujeto y se encaminó con más ilusión que
nunca hacia el espacio del cual había procedido aquel canto celestial. Allí
estaba. Un sueño inalcanzable que se estaba cumpliendo. No podía ni respirar. Maya
detuvo estrambóticamente sus piernas. Sintió como una arteria le explotaba en
las profundidades de su corazón. Como si de una actuación de pura genética se
tratase, aumentó excesivamente la constancia de su parpadeo, pretendiendo
evadirse de lo que le resultaba simplemente una mera ilusión. Pero no lo era.
—¿Dyss…? —murmuró en un liviano sollozo casi imperceptible.
Aquello no era posible. No después de tanto tiempo en unas circunstancias tan
surrealistas. Le era costoso asimilar aquella verdad como realmente cierta. Se
preguntó si no seguiría inconsciente por la acción de la corriente eléctrica.
Si no sería más que otro sueño que sumar a la interminable lista de
reencuentros imaginarios con Dyssidia. La realidad podía llegar a ser muy
confusa.
La hermana mayor no se contuvo ni un segundo más y desató
sus músculos. Necesitaba sentirla cuanto antes para que no se evadiese entre
sus pensamientos, como había hecho siempre que la había deseado. No alcanzaba a
comprender como le era posible efectuar aquella carrera tan acelerada con sus
pulmones al borde de la asfixia, pero no era ninguna falsedad. Su cuerpo
parecía alcanzar misterios incompresibles cuando se trataba de aquel
irremplazable amor fraternal.
Y sucedió. Dos carnes fundidas de nuevo en una sola cayeron
envueltas en el manto de sus brazos, resquebrajando finalmente el cristal de su
imaginación. Aquello era real. Ambas rompieron a llorar desconsoladamente.
—¡Dyss, te quiero, Dyss! ¡Te quiero! ¡No me dejes nunca más!
¡Te quiero! —rogó Maya aferrándose fuertemente al cabello de su hermana para
que no se escapase nuevamente.
—¡No! ¡No! ¡No iré a ningún lado sin ti! ¡Jamás volveré a
dejarte, Maya! ¡Jamás volveré a dejarte! ¡Yo también te quiero mucho!
Davis contemplaba aquella afectuosa escena completamente
absorto. ¿Aquella chica era realmente la misma asesina fría y calculadora que
había presenciado en el video? No podía creerlo.
Inma y M.A compartieron sus fuerzas en una colaboración
mutua para introducir todavía envuelto en la sábana al que había sido su amigo
antes de que la muerte le devorase en un voluminoso agujero cavado en uno de
los jardines laterales del hospital utilizando una pala que habían encontrado
en un pequeño cobertizo improvisado de algún antiguo trabajador botánico.
—Aún falta una cosa—comunicó la joven apropiándose un objeto
de índole desconocida en el que se discernía un notable grosor y una destacada
longitud a través de la manta que lo encubría antes de depositarlo junto al
cuerpo cadavérico de Naitsirc—. Es su pierna. No quería enterrarlo incompleto,
así que la recogí antes de marcharnos del hotel.
Comenzó a percibirse un coro de murmullos repentino que
atrajo su concentración. De la dirección de la cual habían provenido aquellos
sonidos comenzaron a surgir una serie de individuos que reconocieron
inmediatamente, diferenciados en dos grupos. Con una actitud más acorde a su
comportamiento en la normalidad y un desplazamiento de mayor lentitud se
encontraban Puma y Alice acompañados por Davis y Nicole, quienes lo más
probable es que hubiesen acudido coaccionados para no perderles de vista.
Delante de todos ellos se distinguía a Dyssidia y Maya caminando con sus manos
entrelazadas. Su sonrisa compartida era tan deslumbrante que habría eliminado
la negatividad de hasta el más pesimista. Se las veía felices.
M.A no tardó en percatarse de que si Maya había vuelto, lo
más probable es que todos ellos estuviesen acudiendo al entierro, por lo que se
ayudó de su antebrazo para comenzar a esparcir exactamente el mismo montón de
tierra originado durante la excavación sobre el difunto mediante el uso
ininterrumpido de su pala.
—Sabía que lo conseguirías. Me alegro de que estés aquí
—saludó Inma con un abrazo afectuoso a su recién llegada prima menor—. ¿Ves
como no mentía cuando te dije que iba a venir, Dyss? No sé exactamente porqué,
pero estoy feliz por vosotras. Tal vez sea porque ahora os volvéis a tener la
una a la otra.
—Y tú también nos tienes a nosotras, españolita. Para
cualquier cosa que necesites, tu Dyss está aquí. Que no se te olvide, ¿eh?
—añadió la susodicha golpeándola con cariño en el hombro al mismo tiempo que le
brindaba un gesto afectivo.
Maya desvió la atención momentáneamente de su prima para
aproximarse en dirección a la improvisada tumba, contempló la sabana cubierta
casi por completo en consecuencia de la efectividad del trabajo realizado por
M.A. Un sentimiento de culpabilidad recorrió su organismo cuando recordó el
maltrecho estado de su cadáver. Pensó que no debería haber abandonado nunca el
fuerte, pero en aquel caso, el muerto habría sido probablemente el rubio.
Ninguna elección era plenamente correcta.
Su hermana se posicionó junto a ella como una fuente de
apoyo. No conocía demasiado sobre la muerte de Nait, pero podía imaginarse que
aquel entierro era en su memoria.
—¿Qué le paso? —consultó observando con curiosidad el
irregular agujero parcialmente recubierto
—Zombis. Como a muchos otros —respondió Maya omitiendo los
detalles de la horrible escena que su prima le había transmitido con pretensión
de desahogarse. No era necesario que los conociese. Había sido una muerte
demasiado dura.
El orificio funerario finalizó su conversión en el lugar que
salvaguardaría el descanso de Nait con un conclusivo conjunto de materia
inorgánica desmenuzable al mismo tiempo que el resto del grupo alcanzaba
finalmente sus posiciones. Ya estaban todos allí.
—Si alguien quiere decir unas palabras, adelante. No se me
dan bien ese tipo de cosas —anunció M.A apartándose de la tumba para permitir
aproximarse a quien lo desease.
La mayoría de ellos permanecieron unos instantes en
silencio, sin exhibir ningún tipo de voluntad participativa en el acto fúnebre,
excepto la recién llegada Maya, quien no mostró duda alguna cuando se adelantó
con un único paso antes de aclarar su garganta.
—Nait… ¿Sabéis una cosa, chicos? Me resulta curioso cómo
incluso después de vivir día a día en este mundo infestado de muerte y
desolación por todos los rincones, la muerte de alguien cercano a nosotros nos
sigue doliendo como la que más. ¿Qué tipo de sentimiento se supone que es ese?
¿Humanidad? ¿Significa que todavía no nos hemos inmunizado ante todo aquello en
lo que se ha convertido este planeta? Si es así, me alegro. Con Nait hemos
compartido mucho más que un apocalipsis. Sueños, ilusiones, alegrías,
esperanza, tristezas, penas, desolaciones… La lista es interminable. Sólo por
eso me gustaría que buscarais en el interior de vuestro corazón lo que él
significaba para vosotros y lo preservéis por siempre. Quienes le hemos
conocido, de una forma u otra, le hemos querido. Y eso es lo importante. Ese
sentimiento nunca desaparecerá. Cuida de Selene ahí arriba por mí, Nait.
Descansad en paz.
—Yo querría entregarle algo, si no os importa —comunicó Inma
extrayendo un anillo de su dedo anular que contenía inscrito su propio nombre
para depositarlo junto a los cúmulos de tierra que conformaban aquella estancia
imperturbable, los cuales empleó para encubrir la visión de aquella pieza tan
especial—. Este anillo me lo regaló mi padre el día que cumplí los dieciséis
años. Él no tenía ni idea de que nunca me ha gustado mucho la joyería, pero lo
he llevado puesto siempre por el valor sentimental que suponía. Hasta hoy.
Prefiero que te lo quedes tú, Nait. Es una gran parte de mí, así que trátala
bien, ¿vale? Descansa en paz.
Se produjo un mutismo inquebrantable. Todos los presentes
expresaban consternación en sus gestos faciales, incluidos aquellos dos que ni
siquiera habían conocido al fallecido. Al fin y al cabo, la muerte de alguien
nunca era un acto agradable. Como solía ser costumbre, la única excepción fue
Puma, quien se aproximó con intención de pronunciar unas palabras. Pero no eran
las que nadie habría esperado, desde luego.
—Bien, ahora que estáis todos aquí reunidos, me gustaría
aprovechar para comunicaros las nuevas noticias. Sé que tenéis miedo de los
presos. Es un hecho. No os mentiré. Ellos no se encuentran demasiado contentos
con vuestra presencia. Es por eso que hemos llegado a un acuerdo en el que
ninguno de vosotros tendrá que volver a cruzarse jamás con ellos. Lo único que
debéis hacer es respetar la división organizada. Las zonas prohibidas serían
todas aquellas plantas superiores a la quinta, todos los sótanos, toda la zona
sur que se encuentra a partir de los quirófanos y el parking oeste. Sé que se
tratan de unas medidas plenamente radicales, pero sé que sentías mucha
preocupación por su estancia en el hospital, por lo que si no pueden acercarse
a vosotros, no pueden haceros daño. ¿No es eso lo que queríais? De todas
formas, se está haciendo tarde, así que os recomiendo que vayáis a descansar.
Quien quiera saber más podrá hablar conmigo mañana en mayor profundidad.
Sus interesados oyentes permanecieron en estado juicioso.
Debían reconocer que razón no le faltaba. Aquella solución era precisamente lo
que necesitaban para poder permanecer en el hotel sin que se produjesen
conflictos como el anterior tiroteo siempre que se hiciese cumplir. Incluso M.A
reconsideró la idea a pesar de su conocida rivalidad con aquel sujeto. Tal vez
podrían dejar de correr por el mundo para recuperar lo que había sido
Almatriche.
Tampoco querían
pensarlo demasiado en las circunstancias del momento. La noche ya les
impregnaba y se encontraban lo suficientemente agotados como para dormir
durante lo que aun faltase de apocalipsis, por lo que los distintos miembros
del grupo se dispusieron a regresar a sus respectivas habitaciones en la
primera planta.
—Hey, Puma, ¿se sabe algo sobre el tema de Enrique y su
hijo? ¿Van a dejarles libres? —consultó Alice con una notoria expresión facial
de preocupación. Probablemente aguardaba que la respuesta fuese afirmativa.
—Estoy haciendo todo lo posible, pero no es fácil, Alice.
Controló muchas cosas en este lugar, pero los prisioneros no son una de ellas.
Ya cometí una falta un tanto grave cuando te liberé a ti de su burdel personal.
Por el momento estamos en proceso de negociación, pero todavía no hemos
acordado nada. Habrá que esperar —mintió éste con descaro, ocultando a la joven
su propio derecho a la elección de aceptar o no la única condición que suponía
la liberación de sus amigos.
—Muchas gracias por todo lo que estás haciendo por ellos,
Puma. Realmente lo valoro. Es muy importante para mí. Hasta mañana. Espero que
puedas descansar —se despidió ella antes de acompañar al resto de sus
compañeros hasta el interior del edificio.
—¿Y qué hay de nosotros? ¿Vas a dejarnos entrar? ¿Nos vas a
echar? ¿O vamos a hablar ahora? —preguntó Davis cansado por la indiferencia que
aquel individuo ejercía de manera constante en ellos.
—Justo detrás vuestro encontrareis un parking a unos cuantos
metros que se encuentra separado por completo del edificio hospitalario, pero
que permanece a él. Acomodaros allí. Y por si se os ocurriese alguna idea
perversa contra los míos, os advierto de que siempre hay alguna patrulla de
guardias custodiando los alrededores durante la noche. Y he de decir que son de
gatillo muy fácil. Mañana hablaremos los tres más relajados. Tengo preguntas
que haceros —concluyó Puma con formalidad antes de perseguir a Alice en su
regreso.
—Davis, ¿estás seguro de que deberíamos permanecer aquí? No
te veo muy satisfecho con la supuesta protección de este hospital. Podemos
irnos si quieres. Encontráremos otro lugar —propuso finalmente Nicole tras
haber percibido en él una incesante irritabilidad que no solía ser de su
propiedad desde que había bajado de la ambulancia.
—Sé que no te sentirás cómoda conviviendo con criminales potencialmente
peligrosos, pero ya escuchaste lo de la separación, ¿no? Este lugar no es la
octava maravilla del mundo, pero quiero establecerme por un tiempo en algún
refugio, y este hospital ni siquiera tiene zombis en las cercanías.
Conseguiremos la confianza de ese tipo y podremos vivir aquí con los suyos. Y
esos presos no se atreverán a tocarnos ni un pelo. Venga, vamos a ese parking.
Estoy muerto de sueño. Con un poco de suerte encontraremos un par de asientos
traseros que sean cómodos. Serán una
delicia después de haber probado el suelo.
Nicole no alcanzaba a comprender su comportamiento
estrambótico. Davis no era de los que le agradaba permanecer donde no aceptaban
su presencia ni confiaban en su palabra. Precisamente aquel había sido uno de
los motivos por los que había accedido sin rechistar a separarse del grupo de Jessica.
¿Por qué insistía tanto en aquella ocasión? ¿Acaso buscaba algo especial en el
corazón de la ciudad? ¿O tal vez su interés se centraba en alguno de sus
miembros? No lo sabía, pero tenía pensado averiguarlo.
Maya abrió repentinamente los ojos sólo para descubrir una
serie de paredes adornadas con objetos propios de una habitación de hospital en
torno a ella y el tacto de un relajante colchón en el su hermana continuaba
durmiendo mientras emitía sonoros ronquidos.
Se incorporó sobre su lecho para examinar con una amplia
sonrisa de felicidad la figura desarreglada de Dyssidia. Su mente rememoró la
conversación mantenida durante la noche anterior mediante la cual habían
conocido todo aquello que había acontecido durante los dos años perdidos. Sabía
que su regreso provocaría muchos cambios en la vida de ambas. Ya no tendría que
volver a estar sola nunca más. Un rayo de esperanza entre las tinieblas en las
que se había sumido el caos mundial.
La repetición de unos golpes que impactaron en el cristal de
la puerta la abstrajeron de sus pensamientos, recordándole el motivo por el
cual se había despertado. Velozmente, Maya se orientó hacia la entrada del
dormitorio, permitiendo el acceso a su interior a una persona completamente
inesperada. Su prima.
—Hey, hola, Inma. ¿Qué estás haciendo aquí tan temprano? No
son más que las ocho —preguntó desorientada por su imprevisible aparición.
—No es tan temprano, Maya. Ya sabes que siempre me ha
gustado mucho madrugar. De todas formas, venía para preguntarte si voy a
necesitar seguir usando el cabestrillo, porque si te soy sincera, últimamente
notó mi hombro bien, y empieza a ser un poco molesto llevar este cacharro a
todas partes.
Formulada aquella interrogación, la joven con ligeros
conocimientos médicos examinó el aspecto de su dislocación antes de enunciar
veredicto alguno. El progreso de rehabilitación era elevado, pero todavía podría
conllevar algunos riesgos muy mínimos. Inevitablemente, aquella comprobación la
hizo recordar cómo su brazo solo había necesitado ser recolocado para
recuperarse. Un aspecto positivo que le otorgaba su condición.
—El hombro está prácticamente recuperado. Si estuviésemos en
una situación normal, te recomendaría que mantuvieses el cabestrillo durante
una semana más por precaución, pero sé que un solo brazo en este mundo es un
peligro constante. M.A casi no sobrevive cuando se marchó en solitario del
fuerte —anunció retirando el instrumental improvisado para reposarlo sobre una
mesita de noche cercana a ella. Inma rotó ligeramente su hombro describiendo
una trayectoria semicircular. Por fin podría volver a utilizarlo después de
todo aquel tiempo inmovilizado. Ya se encontraba dispuesta para llevar a cabo
su objetivo.
—Bueno, tengo que irme. Muchas gracias, prima. No te molesto
más. Sigue disfrutando tu hermana —comunicó ésta alegremente antes de partir
hacia el pasillo, ocasionando un mínimo de desconcierto en el entendimiento de
Maya.
Nuevamente, dormir había sido un anhelo inalcanzable. Y
aquel era el segundo día. ¿Por qué su organismo insistía en resistirse a su
propio descanso? La presión acumulada no era ninguna excusa para ello. Aquello
sólo conseguía agravar su malestar general.
Sentado en el escritorio de su despacho, Puma dedicaba su
tiempo a contemplar uno de los dibujos que había realizado con sus propias
manos hacía ya meses. Los apolíneos trazos conformaban uno de los rostros más
bellos que sus miserables labios hubiesen disfrutado. Eriel.
Suspiró con pesadumbre antes de guardar la foto en uno de
los cajones. No le resultaba demasiado agradable rememoras las malas
experiencias de su pasado en las circunstancias en las que se encontraba.
Recuerdos como aquel eran los que le martirizaban durante sus eternas noches,
por lo que optó por olvidarse de ellos.
Un sonido retumbante en la puerta le indico que alguien
reclamaba de su atención. Era muy extraño. No esperaba que apareciese nadie a
aquellas horas de la mañana. Ya le había invadido la curiosidad cuando al girar
el pomo de la entrada, Inma apareció en mitad de su campo visual. De todas las
posibles personas que habían aparecido en su pensamiento, ella ni siquiera se
había considerado como una posible candidata.
—Hola, Puma. Sé que es un poco temprano para venir aquí,
pero, ¿puedo hablar contigo un segundo? —solicitó la chica con un tono de
amabilidad tan dulce que ni el más cruento de los seres humanos podría haberse
negado.
—Adelante. Siéntate en el sofá. En seguida estoy contigo —la
invito Puma al acceso a su espacio personal, obedeciendo ésta la orden
dictaminada. El varón se apropió de una silla que empleó para sentarse frente a
la joven. La diferencia de altitud entre ambos establecía una sensación en la
conversación de liderazgo por parte del general —. Bien, tú dirás.
—Verás, lo que te voy a pedir que hagas por mí no es
demasiado sencillo, pero sé que tú serás capaz de ayudarme. ¿Puedes enseñarme
cómo defenderme? Te he visto luchar. A ti y a Florr. Os he visto a los dos.
Aquella vez en la gasolinera, cuando ella inmovilizó a un zombi y tú le
rompiste el cuello fue espectacular. Vosotros sabéis hacerlo de maravilla,
mientras que yo no soy más que una inútil. Necesito saber que la próxima vez
que suceda algo grave podré reaccionar ante ello de alguna manera y no quedarme
parada como una estúpida, tal y como hacen todos los demás. Es algo que
necesito aprender. Nadie más sabe tanto sobre el tema como tú. Nadie puede
enseñarme mejor que tú.
—Mira, Inma, voy a ser claro. Si esto es por las muertes de
Selene y Nait, te recomiendo que lo olvides. Que hubieses sabido defenderte en
aquellos momentos no habría cambiado nada, así que no te tortures por ello. Y
si lo que realmente deseas es aprender, creo que has recurrido a la persona
equivocada. Que me llamen general no significa que yo sea ninguna especie de
soldado entrenado. Sé algunas nociones básicas de combate y defensa personal
centralizadas principalmente en cómo eliminar a un muerto viviente, pero yo
nunca he sido más que un adolescente que convertía cualquier filete en un
pulmón carbonizado. Quien realmente conoce el tema en profundidad es la persona
que nos enseñó a mí, a Florr y a su propio hermano. Eva. Recurre a ella.
Inma se estremeció ante aquella información. Si ya le había
resultado suficientemente costoso reunir el valor necesario para pedirle aquel
favor a Puma a pesar de que poseía una estrecha relación con su prima Maya,
hacerlo con una persona cuya relación con todos ellos era prácticamente nula le
resultaría imposible, por no hablar de su carácter volátil. Estaba segura de
que no aceptaría ni aunque se lo rogase de rodillas. El sudor comenzó a
recorrer su frente, descubriendo el elevado nerviosismo que se había apoderado
de su cuerpo.
—¿Por qué no se lo pides tú? A mí me va a decir que no, pero
si lo haces tú, a lo mejor acepta. Por favor, Puma. Hazlo tú —le imploró en un
gesto de debilidad que no originó más que un aumento del convencimiento de éste
de que ni siquiera merecía la pena intentarlo. Aquella chica se había
acostumbrado a que los demás la protegiesen. Tal vez su intención fuese la de
remediarlo, pero mientras mantuviese aquella cobardía, jamás superaría ni la
primera lección de la instrucción.
—Regla básica de defensa personal. Si no lo haces tú, nadie
lo hará por ti. Eso es lo que te diría Eva si te escuchase decir eso. Si
quieres entrenar con ella y no morir en el intento, vas a necesitar mucho más
coraje del necesario para simplemente pedírselo. Si ni siquiera puedes llegar a
eso, igual no deberías ni intentarlo. Tú misma. Podrás encontrarla a cuatro
habitaciones de aquí.
Si se detenía a meditarlo, lo cierto era que no le faltaba
ni un mínimo de verdad. ¿Cómo pensaba aprender a protegerse si luego se
acordaba a la hora de hablar con quién debía ser su entrenadora? Tal vez no
fuese a acceder en un principio, pero debía encontrar la manera de convencerla.
Necesitaba de su inteligencia. Y esa solía ser una de sus especialidades.
El olvido siempre era una auténtica tortura para su cerebro.
No era la primera vez que su arma se escondía en el rincón más recóndito y ella
no recordaba donde se encontraba. Su memoria empeoraba cada vez más por el
maldito efecto de las pastillas. Era un aspecto inevitable de la medicación,
pero resultaba verdaderamente molesto.
—Esta ahí —señaló su hermano pequeño, tumbado en el colchón superior
de una litera, hacia una silla ubicada en una esquina del dormitorio.
—Agh, sí. Gracias —se lo agradeció con cierta amargura hacía
ella misma por no haber sido capaz de localizarla antes de recogerla para devolverla
a su funda.
Se escucharon unos golpes de nudillos en el marco de la
puerta abierta que percibieron instantáneamente ambos residentes. Era aquella
chica que les había acompañado hasta el pueblo. A Eva no le agradó demasiado su
sorpresiva aparición, pero pese a ello, le permitió la entrada.
—Hola, Inma —saludó el chico amablemente. Ésta tuvo
intención de contestar, pero su garganta se inmutó por la tensión a la que se
encontraba sometida.
—¿Qué haces aquí? ¿Quieres algo? Porque no tengo absolutamente
nada que tú puedas querer —advirtió Eva con brusquedad debido a la incomodidad
que sentía en su presencia.
—Bueno, eso no es así, exactamente. Puma me dijo que tú le
enseñaste hace un tiempo defensa personal. Y estoy aquí porque a mí también me
gustaría aprender —expresó Inma con semejante dificultad que las palabras de su
mensaje se entrecortaban continuamente.
—Estás bromeando, ¿no? Si pretendes comparar la capacidad
que él tuvo para aprender con la que tienes tú es que estás loca. Además, no
tengo tiempo para estar enseñando a nadie ahora mismo. Y menos a una persona
que se dedica a dar volteretas para esquivar un grupo de zombis —se negó ella
con férreos argumentos en su favor exactamente como la joven novata había
supuesto, por lo que recurrió definitivamente a su estrategia.
—¿Y si hacemos un intercambio de conocimientos? Si tú me
enseñas defensa personal, yo puedo
enseñarle algo a tu hermano que le gustará —batalló ésta atacando al que era su
punto más débil para convencerla. Adán se alertó tras escuchar aquello.
—¿Y qué es lo que puedes enseñarle? Sorpréndeme —la probó la
militar considerando que aquella propuesta no superaba el estatus de
farol.
—Tiro con arco. Sé que tiene uno y que lo utiliza como arma.
Cuando era pequeña, solía practicar mucho con profesionales. Participé en
algunos torneos e incluso llegué a ganar en uno de ellos. Tu hermano no dispara
mal, pero puedo enseñarle a hacerlo mucho mejor.
—Mira, no voy a negar que es un intercambio un tanto jugoso
siempre y cuando no me estés mintiendo, pero respecto a lo que he podido
observar de ti, puedo predecir que una corderita como tú no va aguantar ni una
hora. Si quieres que te entrene, ten en cuenta que todo lo que yo te ordene se
cumple sin rechistar. Si yo te ordeno levantarte a las siete de la mañana, lo
haces sin rechistar. Si te ordeno que entrenes hasta las tres de la madrugada,
lo haces sin rechistar. Si te digo que corras entre un grupo de zombis, corres
entre ellos como si no hubiera un mañana. Si te digo que mates a uno, le
destrozas el cerebro. Y si te pido que intentes golpearme, vas a tratar de
partirme la cara con todas tus fuerzas. ¿Crees que vas a ser capaz de
soportarlo? Porque si es así, te puedo poner a prueba ahora mismo.
—Estoy dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de aprender.
Quiero dejar de depender de los demás para mi protección. Si es necesario hacer
todo eso por mi seguridad, entonces que así sea —reiteró Inma con un ligero
añadido de temor en su expresión.
—Muy bien. Por lo menos eres alguien insistente. En ese
caso, tenemos un trato. Ahora tengo que ir a ver a Puma a su despacho, pero
cuando vuelva, comenzaremos tu primera clase en el parking de la zona este, y
me demostrarás de lo que realmente eres capaz. Adán, cariño, espérame aquí.
Ahora mismo vuelvo. Vigila que la chica no haga nada raro —solicitó Eva justo
antes de marcharse de la estancia con paso apresurado.
Lo había logrado. Iba a entrenarla. Pero aquello solo era el
principio. Debía prepararse mentalmente. Lo más duro estaba a punto de llegar.
—Entonces, ¿me vas a enseñar tiro con arco? Que guay —añadió
Adán sumamente feliz por el acuerdo que había percibido. Le gustaba aprender.
—Sí, bueno, en teoría, ese es el trato. ¿Qué estás haciendo?
—preguntó con curiosidad Inma tratando de entablar conversación durante el
tiempo que tardase Eva en volver.
—Florr encontró un juego de magia y me lo regaló. Estoy
practicando un poco. ¿Quieres que te haga un truco? Espera, que me preparo
—habló el niño apoderándose de algunos de los objetos situados sobre su cama
antes de bajar de la litera para sentarse en el suelo de la estancia. La joven
no dudó en acompañarle.
Adán dispuso tres vasos opacos bocabajo formando una línea
recta vertical, bajo uno de los cuales se encontraba una diminuta bola de cristal,
y comenzó a alternar sus posiciones repentinamente con la intención de confundirla
sobre su ubicación exacta.
—A esto en mi país le llamamos ser un trilero —comentó Inma
observando cómo movía los múltiples vasos con cierta dificultad en su técnica.
—Ya está. Escoge uno —solicitó el pequeño alejándose una
determinada distancia para permitirle efectuar su selección. La chica se
decantó por el vaso localizado a su izquierda. Su rostro mutó a un aspecto
extravagante cuando contempló la respectiva bola bajo él.
—Ouch. No me ha salido —se excusó Adán decepcionado mientras
retiraba el material utilizado y se
apoderaba de una baraja de cartas cercana—. Bueno, no pasa nada. Vamos a probar
con otro, ¿vale? Elige una carta, por favor.
El pensamiento de Inma no se retrasó demasiado en ordenarle
cual debía seleccionar en concreto, y su mano ejecutó instantáneamente la orden
con maestría.
—¿Es el as de corazones? —preguntó el mago fingiendo dotes
de adivinación como si se tratase de un auténtico profesional.
—Ehhh, no. Es el tres de picas —comentó ella entrecortada
por aquel segundo error. No era su intención arrebatarle la ilusión al niño—.
Lo siento. Éste tampoco te ha salido.
—Mira en tu brazo —requirió éste con una sonrisa victoriosa
de falsa soberbia.
A pesar de resultarle extremadamente extraña aquella
petición, la joven acató la orden introduciendo su mano en el interior de su
manga derecha. La sorpresa fue desmesurada cuando descubrió allí escondida la
bola de cristal que había empleado en el truco anterior.
—Ta-da. Es el poder de la magia. ¿Sorprendida? Deberías
estarlo. O al menos eso dice el libro de instrucciones.
Aquello era impresionante. ¿Cómo había realizado aquella
estratagema sin percatarse lo más mínimo? Por primera vez en mucho tiempo, su
cuerpo se sentía íntegramente en paz, como si nada estuviese pasando en el
mundo en aquellos momentos. Tal vez podría no solo aprender algo de defensa personal instruida
por su hermana, sino también de la actitud del niño hacia las circunstancias en
las que vivía. Quizá la vida sí que mereciese la pena después de todo.
Por fiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiin!!!!! Ya esperaba yo con ganas el regreso de este gran personaje,ya era hora,aunque lo bueno se hace esperar,por fin pasan cosas en este fic,cada vez esta mejor chicos,felicidades,ni me imagino que será lo proximo con lo que nos sorprendereis.
ResponderEliminar