Bajo el conjuro de Morfeo su mente volaba más
allá de los límites de la realidad, soñando con días pasados, con su
amado, con un mundo donde los muertos no reinaban en un mundo de humanos
y donde salir de paseo en una oscura y solitaria noche no era una
misión suicida. Jessica se dejaba llevar por sus sueños rozando los
límites de lo imposible, en una realidad inexistente para los tiempos
que en aquella época corrían. Sentada al lado del asiento del piloto,
con el cinturón de seguridad puesto y las piernas en lo alto, su cuerpo
descansaba relajada por el leve movimiento vibrante del camión y los
cálidos rayos del sol que acariciaban parcialmente su rostro. La bella
durmiente reposaba tranquilamente, segura, sabiendo que a su lado, su
padre, Nando, conducía camino al nuevo y resistente refugio en el que
habitarían y se asentaría por primera vez en el que sería un refugio
fijo, en el que todos estarían a salvo de las amenazas externas.
Nando
giró la cabeza para contemplar a su hija dormida, en ese estado de
reposo en la que la veía tan bella y frágil. Con aquella visión, no pudo
evitar sonreir al ver así a su adolescente hija. Jessica era la menor
de sus hijos. Él había tenido que sacarlos adelante tras la muerte de su
madre en un fatídico accidente de tráfico durante una noche lluviosa,
en el que su coche se estrelló contra un camión a causa de que el
camionero iba borracho, y al parecer, también algo drogado, por lo que
conducía de manera temería y terminó saliéndose del carril, llegando a
dar como resultado el arrollo del coche de su mujer, Nora, y con ello,
su muerte.
Él tuvo que sacar solo adelante a sus dos hijos. No
fue una tarea fácil, y en muchas ocasiones, tanto él, como Jessica y su
hermano, extrañaban la presencia de Nora. Había días en los que era
difícil enfrentar ciertas situaciones, en especial cuando sus hijos
comenzaron con la adolescencia y empezaron a cuestionar a su padre en
muchas ocasiones. Lo único que le importaba en la vida eran sus hijos y
su trabajo, motivo por el que decidió no empezar una nueva relación, por
no hablar de que aún extrañaba y mostraba fidelidad a su fallecida
esposa, Nora.
Entonces escuchó la vocina de una camión, y giró la
cabeza a la izquierda para ver por la ventanilla como el segundo camión
en el que el grupo se desplazaba se ponía a su nivel, colocándose a su
lado, y el conductor, su hijo mayor, Eliot, le saludaba con la mano, a
lo que correspondió Nando con una sonrisa y otro saludo. Llevaban horas
conduciendo y ya comenzaba a anochecer. Pronto pararían para dormir y
seguir la marcha a la mañana siguiente. Por aquel entonces, Jessica
llevaba cuatro horas despierta, escuchando música en un Mp3 cuya batería
estaba a la mitad. Nando sabía que desde que habían dejado al grupo de
Davis Taylor, su hija había estado algo seria y perdida en sus
pensamientos. Tenía la sensación de que entre aquellos dos adolescentes
había algo más que amistad.
A la mañana siguiente, el grupo paró a
medio día para descansar en un pueblecito cuyos niveles de radiación
eran muy bajos. No habría problemas si salían de los camiones sin los
trajes, de los que disponían sólo de tres o cuatro que usaban para
recolectar recursos en lugares donde la radiación si podía ser un
problema. En el pueblecito, antes de dejar salir a la gente de los
camiones, Nando y sus hijos echaron un vistazo a medida que lo
recorrían, pero no tardaron mucho en darse cuenta que efectivamente, no
había señal alguna de vida.
El grupo salió, y su líder les
permitió desplazarse por el recinto, aunque con una hora de quedada a
las cuatro y cuarto de la tarde, es decir, que tras transcurrir tres
horas y quince minutos, todos debían volver a los camiones para
proseguir la marcha. Jessica, Eliot y Nando decidieron encargarse en ese
tiempo de examinar en todas las casas y pequeños comercios en busca de
recursos, por lo que cogieron unas pequeñas mochilas para guardar lo que
encontraran.
—¿Cuánto queda para llegar a ese edificio? Estoy ya
harto de conducir —preguntó algo desganado Eliot mientras se rascaba
detrás de la cabeza.
—Todavía queda. Tienes que ser paciente,
Eliot. Cuando menos te lo esperes, llegaremos —le respondió su padre
poniendo su mano en el hombro del joven.
—¿Cuántas veces me has repetido eso? —le insistió arqueando una ceja como una señal que demostraba que desconfiaba de su padre.
—¿Nunca
has escuchado que la paciencia es una virtud? Solo haz caso a papá y ya
está —interfirió Jessica con cierto tono de molestia en su voz.
Si
había algo que diferenciaba a los hermanos era que Jessica era una
chica muy paciente, mientras que Eliot era todo lo contrario a ella, era
de esos a los que a espera los ``matan´´.
—Ya, claro, tú como no
te pegas el día conduciendo, es fácil decirlo. Sólo te limitas a dormir
para que el camino te sea más corto. Solo hay que verte ahí tirada
durmiendo como si nada.
—¡Cállate si no quieres tragarte la
mochila, imbécil! Tú conduciras todo el día, pero yo soy quien se
encarga de atender a la gente cuando necesitan algo, ¿sabes?
—Siiii, claaaro, es comparable una cosa y la otra, ¿verdad, Jessi?
—¡Ya
basta! —interfirió su padre cuando entraban en una de las primeras
casas del pueblo—. Cada uno de vosotros tiene una obligación, y la una
es tan importante como la otra, por lo tanto, parad ya con la discusión.
Estamos aquí para lo que estamos, por lo tanto, a trabajar —finalizó un
irritado Nando entrando primero a la casa.
Los hermanos
agacharon la cabeza. Sabían que no debían de enfadar a su padre, pues lo
que menos le hacía falta era ocasionarle problemas. Suficiente era
esforzarse para mantener a un gran grupo de personas y liderarlo.
Además, tenía la paciencia justa y no querían agotársela. Si algo tenía
realmente su padre era carácter. Una vez entraron en la casa de madera,
Nando les dijo a sus hijos que revisaran la planta baja y él se
encargaría de la planta superior.
No encontraron gran cosa...
Algo de ropa, algunos productos de higiene personal y poco más. Por
desgracia, no tuvieron mucha suerte, pero aún quedaban muchas casas y
comercios por examinar. Una vez fuera de la casa, Nando se quedó un
momento pensando tras ver el reloj de muñequera.
—Bueno, como no
sé si nos dará tiempo a revisar todo, haremos esto. Yo buscaré en todos
los comercios y Eliot en todas las casas del área este y en la
gasolinera que se encuentra allí. Jessica, tú en las casas de esta área.
A las cuatro y cinco nos vemos en los camiones.
Los hermanos
asintieron con la cabeza y los tres se separaron. Ya habían pasado dos
horas desde que se separaron y Jessica se detuvo en una de las casas
cuando algo llamó su atención... Un sonido.
La joven de oscuros
cabellos desenfundó su pistola tras escuchar aquel sonido, venía de la
planta superior a la cual ascendió por las escaleras de madera. Las
paredes estaban pintadas de blanco, y en ellas, se podían ver fotos
familiares o de paisajes del pueblo. Eran como recuerdos gráficos de la
familia que habitaba aquella casa en el pasado. Para Jessica, las fotos
eran una prueba de que en un pasado el mundo era un lugar normal y
agradable en el que uno podía vivir tranquilo sin una amenaza constante.
Fue
entonces cuando algo distraida por las fotos, escuchó una puerta
cerrarse. La joven de ojos azules se asustó y apuntó hacia donde
procedía el ruido. Justo delante de ella, una puerta se había cerrado de
golpe. No tardo, insegura, en acercarse y abrir lentamente la puerta,
dejando paso primero al cañón de la pistola, y después, a ella misma.
Vacía.
Así se encontraba la estancia. Una habitación de una adolescente con lo
típico. Su escritorio con su ordenador y silla giratoria en el que, en
la pared, en frente, se podía ver un tablón de corcho con fotos y notas
pegadas a él por chinchets, una gran cama con algunos peluches grandes,
el ropero, posters de chicos guapos y famosos, una ventanita que
iluminaba la habitación de blancas paredes, una lámpara en el techo, un
armario con libros, películas y Cds de música entre otras cosas. Una
habitación de lo más normal.
Jessica se relajó un poco, bajando
ligeramente el arma, apuntando al suelo, pero sin dejar de sujetar bien
con las dos manos la pistola. Algo o alguien había cerrado la puerta y
tenía que seguir oculto en la habitación. Entonces, algo la volvió a
sorprender, haciendola dar un bote en el sitio levantando su arma al
tiempo que se giraba mirando hacia la puerta abierta. Otra puerta se
había cerrado.
—¡Joder! —blasfemó la joven, quien sentía que jugaban con ella.
Cuando se encaminaba a salir de la habitación, escuchó un sonido dentro de ésta que provenía del interior del armario.
—¿¡Quién
hay ahí!? —gritó la joven decidida, quien en unas zancadas llegó al
armarió y lo abrió de golpe apuntando a su interior—. ¡Muestrate!
Fue
entonces que, poco a poco, su nerviosismo fue disminuyendo al ver como
un crío semioculto entre algunas piezas de ropa la miraba con los ojos
como platos. Jessica, tras unos instantes en blanco, soltó un largo y
pesado suspiro, guardando su arma antes de mirar al joven con una
sonrisa.
—¿Qué estás haciendo ahí, Kevin? Me has dado un buen susto, ¿sabes?
—Lo..lo siento Jessica.. —dijo el infante tímidamente—. Estaba jugando al escondite.
—Entonces, ¿hay más niños en la casa?
—Si. Leo nos está buscando.
—¿Si? Es curioso, pero no encontré a Leo en la casa y llevo aquí como diez minutos buscando cosas de utilidad.
—Si, yo también estoy harto de estar aquí. Llevo mucho esperando, y supongo que los demás también.
Jessica se quedó un momento mirando a los ojos del niño, extrañada por lo que le había dicho.
—¿Hace cuanto llevas aquí?
—No lo sé, pero cuando llegamos, tú aún no estabas.
—¿Y saben vuestros padres que estáis aquí, tan lejos del resto del grupo?
El
infante negó tímidamente con la cabeza. Era lógico, pensó Jessica, sus
padres nunca habrían dejado a unos niños tan pequeños alejarse tanto de
ellos y el resto del grupo, seguramente se escaparon tras un despiste de
sus padres para jugar tranquilos, lejos del control de los adultos.
—¿Y no se habrá ido con sus padres?
—No, no lo creo. Si no, nos habrían avisado.
—¿Y el resto de niños?
—Estarán escondidos.
Jessica tenía un mal presentimiento y se arrodilló para ponerse a la altura del niño.
—Cariño
—le dijo sonriendo y acariciando con los dedos la mejilla derecha de
Kevin—. ¿Por qué no te quedas aquí escondido? Seguro que Leo os está
buscando, y seguro que no quieres que te encuentre, ¿verdad?
Kevin negó con su cabecita mientras sonreía a Jessica.
—Muy
bien, cielo. Pues quédate aquí y no hagas ningún ruido, ¿si? —le dijo
con dulcura mientras se ponía en pie y se preparaba para cerrar las
puertas del armario.
—¿Y tú a donde vas?
—Am... necesito comprobar algo.
—Si ves a Leo no le digas que estoy aquí, por favor.
—Claro que no guapo. Es un secreto, ¿vale? —le respondió guiñándole un ojo instantes antes de cerrar las puertas.
La
joven se dirigía a salir por la puerta cuando por el rabillo del ojo
algo en el tablón de corcho captó su atención. Cogió una foto del tablón
y se sentó en un lateral de la cama, contemplándola detalladamente. En
ella salían una pareja de adolescentes, un chico de cabello oscuro que
le recordaba ligeramente a Davis. Éste estaba sentado en un banco
sonriendo, y al lado de éste, con la cabeza apoyada en su hombro y
sonriendo, una chica de cabello corto y rubio cuya sonrisa y mirada
irradiaba una gran felicidad. Al igual que la del chico, la foto la tomó
la chica, pues se apreciaba que estaba tomada hacia arriba, sujetando
la cámara con la mano derecha, pues la izquierda la ocupaba entrelazando
sus dedos con los de la mano del chico.
Jessica sintió como
algunos recuerdos del pasado azotaban su mente y su corazón. Extrañaba
mucho a Davis, y el chico de aquella foto la hizo acordarse de él. Tras
unos momentos en silencio mirando fijamente la foto, se levantó al
recordar lo que tenía que hacer y dejó la foto. No fue dar más de dos
pasos cuando algo, una mano, la agarró con fuerza del tobillo y tiró de
ella haciendo que cayera de espaldas al suelo. Jessica no pudo evitar
gritar al ver como una zombie de una semicalva cabellera rubia corta y
carente de piernas dirigía sus fauces a la pierna de Jessica. La joven,
bajo los efectos del miedo, instantaneamente y sin pensarlo, golpeó la
boca del podrido, haciendo que ésta mordiera con fuerza el calzado de la
joven. Jessica pudo sentir la fuerte presión de las mandíbulas al
cerrarse mordiendo la suela de su bota.
—¿Je... Jessica? ¿Eres tú? —se escuchó la voz de Kevin, quien comenzaba a abrir las puertas dobles del ropero lentamente.
—¡¡No salgas, Kevin!!
—¿¡Qué es ese ruido, Jessica!?
La joven notó cierto miedo en las palabras del infante.
—¡¡No salgas amor, no... no es nada, no salgas, sólo tápate los oídos!!
—Va...vale...
La
joven consiguió zafarse de la zombi tras golpearle varias veces el
rostro con la suela de la bota que tenía libre. Fue a echar mano de la
pistola que tenía, o mejor dicho, debería de tener en la funda en un
lateral de su cintura, pero por desgracia, no la tenía. Fue entonces
cuando echó un rápido vistazo al escritorio y recordó que la habia
dejado en la mesa. Jessica se maldijo por lo bajo. Finalmente logró
ponerse de pie y, tras girarse, emprendió una corta pero rápida carrera
hacia la pistola. Fue rozarla con los dedos de la mano cuando la zombi
volvió a tirar de ella estando en pleno movimiento, haciendo que
volviera a caer, pero esta vez de pecho, golpeándose la frente con el
borde de la mesa y deslizando la pistola, haciendo que cayera al suelo,
cerca de ella.
Jessica no puedo evitar gritar y poner una mueca
de dolor por aquel golpe que, sin duda, le dejaría un feo moratón en la
frente. Pero no había demasiado tiempo para quejarse. La no muerta
volvía a la carga abriendo y cerrando la mandíbula haciendo castañear
los dientes con fuerza mientras la cogía del tobillo derecho. Jessica se
apartó el cabello del rostro a toda prisa con las manos y el corazón
bombeando a toda prisa, mirando hacia atrás para ver como estaba al ser
mordida, pero ésta, con el pie que tenía suelto, le golpeó con el talón
la mandíbula inferior.
La pistola estaba aún algo lejos. Sólo
tenía que acercarse un poco más, pero ese cacho de carne en proceso de
descomposición no la dejaba estirarse más para alcanzarla. Jessica se
maldijo por no saber nada de defensa personal. Recordaba como Davis, sin
armas, había matado alguna que otra vez algún zombi que lo acosaba
cuando se había visto sin munición. En aquella posición, sólo pudo
contraatacar a base de dar coces y golpear con el talón, hasta que
finalmente se liberó un instante, pero ésta volvió a ser presa de las
manos de la muerte, y esta vez, la agarraba con ambas manos, tirando de
ella con fuerza. Por suerte, había conseguido agarrar la pistola y
torció el cuerpo hacia atrás. Sin dudar un momento, apretó el gatillo,
acabando con aquella carga, dando lugar a miles de pequeñas flores
carmesís que decoraron el suelo de madera y las blancas paredes de la
habitación. Por fin, consiguió librarse de la muerte.
Pero no
hubo descanso. Tras guardar la pistola, rápidamente comenzó a buscar
entre los cajones y encontró dos sábanas blancas que agarró de
inmediato, y como alma que lleva el diablo, echó una de las sábanas
encima del cadáver y con el pie lo ocultó bajo la cama. Con la otra
sábana limpió toda la sangre como pudo de suelo y paredes y metío la
sábana bajo la cama.
—¿Jessica?
La voz de Kevin sobresaltó a la joven, quien acababa de abrir la ventana de la habitación.
—¿Qué... ocurre, cielo? —preguntó jadeando mientras se apartaba del rostro los mechones de su oscuro cabello.
—¿Qué eran esos ruidos?
El joven había escuchado claramente los gritos de la joven y de la zombi y se le notaba algo alterado.
—No
te preocupes, Kevin. Métete en el ropero y no hagas ruido. Confía en
mi. Volveré a por ti en un rato, ¿vale? Voy a buscar a Leo —le respondió
con una sonrisa.
Kevin asintió y volvió a cerrar las puertas.
Jessica, sin perder ni un momento, abandonó la habitación, y a toda
prisa, fue registrando el resto. Ya sólo le quedaba una habitación por
examinar, una que recordaba abierta en un principio y que tenía que ser
la que había escuchado cerrarse anteriormente. Con pistola en mano, giró
el pomo de la puerta lo más silenciosamente que pudo, abriendo de este
modo la puerta. Una vez abierta, entró lentamente. No tardó nada en
averiguar donde estaban los chicos.
Como Kevin, estaban metidos, llorando en el ropero, el cual era golpeado por dos zombies.
—¡¡Chicos, soy Jessica, aguantad!! —vociferó ésta para clamar a los chicos y atraer la atención de los no muertos.
Apunto
a la cabeza del más cercano y disparó, pero éste, al avanzar
tambaleándose, acabó fallando el tiro. Entonces Jessica se percató de
que si volvía a fallar, la bala podría atravesar el armario de madera y
dar a alguno de los niños, por lo que bajó la pistola, y con la mano
izquierda, cogió el objeto más cercano, una lámpara de mesilla. Con esta
comenzó a aporrear a izquierda y derecha creando una linea imaginaria
que la separaba de los dos zombis. Jessica siguió retrocediendo hasta
salir de la habitación, y con ella, los dos zombis. Instantaneamente,
Jessica, sin dejar de andar hacia atrás, comenzó a bajar la escalera,
guardando la pistola y sujetándose con la mano derecha al pasamanos
mientras echaba algún que otro vistazo atrás.
Fue entonces cuando
el primer zombie pareció espabilarse un poco y dió una zancada en un
intento de echarse encima de esta, pero la joven aporreó su rostro con
la lámpara haciendo que éste chocara con la cabeza en la pared, y sin
perder un minuto, la joven lo empujó escaleras abajo, llegando a
escuchar un sonido de huesos rotos y viendo como al llegar al final de
la escalera, este ya no se movía. Entonces, un escalofrío la recorrió
por completo, y al girarse, vió como el otro zombie se le echó encima y
la agarró con fuerza de los hombros, empujándola contra la pared
lateral de las escaleras, directo a morder su cuello. La joven asustada
le dió instintivamente un cabezazo y consiguió recuperar la movilidad de
su brazo derecho. Cuando el podrido retrocedio ligeramente, Jessica le
pegó una patada en el estómago, impulsándolo hacia atrás, y tras chocar
éste con el pasamanos, antes de que se estabilizara y de unos pasos ya
se le echara encima, le pegó un tiro en la cabeza, acabando con la vida
de aquel ser, el cual cayó escaleras abajo.
Tras unos instantes
recobrando el aliento, volvió a ascender rápidamente las escaleras, pero
a mitad de éstas se detuvo. Otro sonido no proveniente del interior de
la casa la había alarmado. Venía de fuera. Disparos.
Jessica
subió rápidamente a por los cuatro niños. Por suerte, estaban todos:
Leo, Kevin, Ana y Linda. Jessica pudo suspirar tranquila por saber que
estaban todos sanos y salvos. Después, sin detenerse, abandonó la casa
con los niños y corrieron hacia donde se encontraban los camiones.
Cuando llegaron se encontraron un fatídico panorama. Había cadáveres de
miembros del grupo, algunos vivos y otros moribundos. Los niños se
agarraron temblando a sus piernas.
—Dios mio, ¿que ha
ocurrido? —dijo sorprendida ante aquel panorama en el que el grupo usaba
las armas para combatir a unos seres humanoides deformes, de diversas
formas y tamaños—. Niños tranquilos , yo os protegeré —les prometió
desenfundando su pistola.
—¡¡¡Jessicaaaa!!! ¡¡¡Aquí!!!
La
voz de Hernán, uno de los miembros del grupo, la avisó desde la lejanía
moviendo el brazo. Pero antes de que pudiera echar a correr a él, un
ser humanoide saltó desde el tejado de una de las casas, colocándose
detrás de ella y los niños, los cuales, como Jessica, gritaron de terror
ante aquel ser humanoide de rasgos grotescos y perversa sonrisa que
mostraba sus afilados dientes.
—Co... mida... —pronunció aquel horrible ser con voz grave y ronca mientras se ergía cobrando aún más altura.
—¡¡¡¡Corred a los camiones, niños!!!
No
dudaron en hacerlo ni un instante. Todos volvían rápido al interior de
los camiones mientras otros miembros del grupo enfrentaban a aquellas
criaturas que presentaban una gran resistencia a las armas de fuego y a
las armas blancas. El número de muertos humanos o agonizando
cuadruplicaba al de los pocos seres que consiguieron matar o agonizaban.
Jessica disparó a bocajarro contra aquel ser, hasta que su único
cargador se gastó. Seguía pulsando el gatillo aún cuando no quedaban
balas a la vez que retrocedía aterrada y su brazos y piernas temblaban.
Había conseguido herir al monstruo, pero no lo había matado, sino que
más bien lo había enfureció, pues soltó un poderoso grito que obligó a
Jessica a taparse los oidos.
De una tremenda zancada aquel
horrible ser se puso en frente de ésta y la golpeó con su antebrazó,
haciendola volar un par de metros, consecuencia de que comenzara a
gritar del terrible dolor mientras se retorcía en el suelo. Debido al
golpe, su pistola se había perdido. Jessica, aguantando el dolor, y con
los ojos llorosos, notó como el suelo temblaba y las pequeñas rocas
daban pequeños botes. Tras incorporarse hacia adelante aguantando el
dolor vió de lleno la enorme mano de aquel ser, el cual la agarró del
cuello y la alzó en lo alto sin esfuerzo alguno. Jessica, alterada, no
podía dejar de llorar y gritar mientras intentaba liberarse de aquella
poderosa mano.
—¡¡¡JESSICAAAA!!! —La voz de su padre atrajo toda su atención.
Nando
y Eliot corrían hacia la criatura disparandole con una escopeta y un
subfusil. Al final, el ser lanzó a Jessica contra Eliot, derribando a
ambos. Nando miró a sus hijos. Ambos parecían estar bien, pero Jessica
estaba dolorida.
—¡Llevate a Jessica a los camiones y huid todos! ¡Ahora voy!
Hernán, una mujer pelirroja llamada Susan y una rubia conocida como Mary cruzaron por al lado de Eliot y Jessica.
—¡¡Id al camión!! ¡¡Nosotros ayudaremos a vuestro padre y os cubriremos las espaldas!! —gritó Susan.
El
trio disparaba sus armas de fuego apoyando a Nando mientras los
hermanos iban hacia eñ camión. Jessica se encontraba muy dolorida y
Eliot la ayudaba a esplazarse.
—Vamos, Jessica, no te rindas.
Entonces, una anciana y un rubio adolescentesalieron del camión.
—¡¡Vamos niños, corred!! ¡¡Deprisa!! —gritó la anciana Miriam—. ¡Steve, ayuda a Jessica!
Eliot
le pasó a Steve a Jessica para que la metiera en el camión. Pero
entonces, un gritó heló a los cuatro, quienes miraron hacia donde se
encontraban los cuatro adultos, enfrentando a tres mutantes, pues otros
dos se habían unido a la batalla.
—¡¡¡Mierda, se me acabaron las
balas!!! —gritó sorprendido Nando al escuchar el silencio de su subfusil
al apretar el gatillo—. ¡¡Volved al camión!! ¡¡Retroceded!!
Hernán,
Susan y Mary corrieron hacia el camión. Ya todos estaban en su
interior. Sólo faltaban ellos y cada vez eran más los mutantes que se
encaminaban a por los que se ocultaban en los camiones. Cuando Nando
quiso darse cuenta, uno de los mutantes lo agarró de la cabeza con su
enorme mano y sin pensarselo dos veces le reventó con la cabeza con su
palma como si se tratara de un tomate. Lo que quedó del cuerpo lo lanzó
al tejado de la casa más cercana.
—¡¡¡¡PAPAAAAAÁ!!! —gritó Eliot,
que sin pensarlo dos veces corrió hacia los mutantes al mismo tiempo
que el trío de adultos llegaba al camión y empezaba a entrar en él.
Jessica
gritó al ver semejante escena, e instantáneamente, comenzó a gritarle a
Eliot que volviera, pero éste, dejándose llevar por el dolor y la ira,
corrió hacia cuatro de estos seres disparando la escopeta.
—¡¡Detente
chico!! ¡¡Ya no puedes hacer nada!! —gritó Hernán, quien ya había
abierto la puerta del camión para conducirlo, al igual que Susan se
preparaba para conducir el otro y huir.
Finalmente, uno de
los mutantes empujó al suelo a Eliot cuando a éste se le terminaron las
balas y se vió rodeado, y antes de que éste pudiera reaccionar, su
cráneo estalló debido al tremendo pisotón de aquel horroroso ser que lo
tiró al suelo. Jessica se dejó caer al suelo llorando y no tuvieron más
remedio Miriam y Mary que arrastrarla a la fuerza al interior del
portacargas del camión, el cual ya estaba empezando a moverse. Por
suerte, los dos camiones consiguieron huir a tiempo de que aquellos
monstruos los alcanzaran y acabaran con la vida de todos.
Aquel
día fue trágico para todos. Muchos murieron y otros moribundos, tuvieron
que ser abandonados. El grupo también perdió a su lider, Nando, y a su
sucesor, Eliot. En cuanto a Jessica, la chica quedó destrozada por
perder a su única familia aquel día ante sus ojos. Pero a pesar de eso,
el plan seguía en pie y los camiones se dirigieron al lugar del destino
señalado en el mapa, al cual llegaron al día siguiente de la tragedia.
Un refugio grande, sólido y resistente en el que podrían vivir a salvo
de las amenazas del exterior como lo fueron aquellas criaturas, y por
suerte, los recursos no serían un problema. Disponían de suficientes,
además de los que el propio refugio albregaba.
Tras la muerte de
Nando, y debido a los problemas de convivencia que ocurrieron con el
paso del tiempo, se crearía El Consejo, una serie de personas que
resolverían los problemas que pudieran ocurrir en el grupo, llegando
Jessica a formar parte de su elenco. Varios meses después, Davis Taylor y
Jessica serían juntados por el destino, cruzándose de nuevo sus caminos
y el de sus grupos.
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