Big Red Mouse Pointer

miércoles, 4 de noviembre de 2020

NH2: Capítulo 072 - La Ministra

—Parece que te estás acostumbrando a robarle a Davis su paraíso de descanso.

Maya se separó del tronco del abedul en el que contemplaba el horizonte y se recogió con un gesto tímido el cabello. Puma se vio complacido a continuación con una cálida sonrisa y un contraataque digno de sí mismo.

—Parece que tú te estás acostumbrando a molestarme en mis ratos libres.

—Culpable —expresó levantando hacia el anaranjado cielo las palmas de sus manos.

—Anda, ven, siéntate.

Puma se dejó caer en la hierba, relajándose junto a Maya.

—¿Es cosa mía o el río lleva más agua?

—Sí, probablemente ha sido por las lluvias de hace poco. Con un poco de suerte, vamos a poder aumentar la productividad con la pesca.

—Mientras no tenga que enseñar a usar una caña a ninguno de esos pitufos, estupendo.

—Si tú tampoco sabes pescar.

—Por eso…

Ambos se rieron ante las estupideces tan simples en las que Puma insistía regocijarse. Maya habría deseado con toda su voluntad que su acompañante solo estuviera allí para compartir un recuerdo feliz, pero sabía que era demasiado pedir.

—Va, suéltalo ya, Puma.

—¿Qué se supone que tengo que soltar, señorita? —habló el minino haciéndose el confuso.

—Lo que estés pensando sobre ese tema. No me diriges la palabra para ninguna otra cosa, y no creo que vayas a empezar a hacerlo ahora.

—¿Ese tema? —meditó rascándose la mejilla—. ¿Te refieres al sexo?

—Dios, ¿por qué tengo que aguantar tantas idioteces?

—En el fondo sabes que te gustan, pero te haces la difícil. De lo contrario, ya nos habríamos revolcado como animales en celo.

—Ya, claro, sigue tocándote en tu imaginación.

Puma se descolgó la mochila que le había pedido prestada a Adán sin decírselo y reveló de su protección una botella de vino tinto con dos copas de cristal.

—En realidad, hoy no vengo a incordiarte. Hoy solo quiero hacer un brindis con una antigua amiga.

—¿Un brindis? —titubeó Maya estupefacta—. ¿Por qué?

—Porque las cosas en el pueblo marchan muy bien, porque estamos vivos y porque nos lo podemos permitir. La pregunta es, mi querida Maya, ¿por qué no?

—No bebo, Puma —espetó con una mueca de lástima—. Agradezco tu propuesta, en serio, pero…

—No, no, no, no, no, Mayita, no, no puedes hacerme este feo —gimió Puma fingiendo que lloraba—. Vamos, eres una mujer adulta, superviviente, fuerte, más de lo que cree, rompedora de muros y cambiadora de futuros. ¿Qué te va a pasar por un traguito de vino?

—Puma, después de lo que pasó ese día…

Sin molestarse en atenderla, el joven descargó el vino sobre una de las copas hasta llenar la mitad de ella e hizo lo propio con la restante.  

—No eres una borracha, y ambos lo sabemos, Mayita. Y la opinión que tengan los demás se la pueden meter por donde las estrellas no reparten luz —compartió su desapego brindándole la copa—. Vamos, solo será un traguito.

Maya dudó durante unos interminables segundos en los que Puma clavó sus pupilas en ella, nervioso. Finalmente, la cogió.

Alice atravesó la puerta doble con M.A a su vera, tan agotado como ella. No sabía si era por su crecido estado de letargia, pero el olor a madera rancia de la sala de reuniones impactó más que nunca en sus fosas nasales. En torno a la mesa edil, el resto de sus compañeros ocupaban los asientos que les correspondían. El reloj de la pared marcaba las cuatro de la mañana.

—Menos mal que habéis aparecido. Creía que os había comido un bruxista —protestó Davis repanchingado en su silla.

—Ojalá… —espetó M.A estampando el trasero en la suya—. ¿No hay otra hora para hablar de lo que coño queráis hablar? ¿Tiene que ser en las pocas horas de sueño que tenemos?

Eva procedió a responderle sin hacer gala de delicadeza, pero Puma se adelantó.

—He sido yo. Se lo he pedido a Eva y Nicole. Es un tema importante.

—Bueno, pues dínoslo. Cuanto antes lo sepamos, antes volveremos a la cama —se interesó Alice cruzando los brazos tras un sonoro bostezo.

—Espera —se inmiscuyó Inma—. Falta mi prima. ¿Alguien la ha avisado?

—No, nadie. Yo lo pedí expresamente —habló el minino.  

—Pues… habría que ir a decírselo.

—Inma, esta reunión es sobre Maya —aclaró inmediato sin perder el tiempo—. Quiero hablar sobre ella, y es mejor que no esté presente.  

—Espera un momento, a ver si me queda claro —intervino Eva apoyando los codos sobre la mesa—. ¿Has organizado una reunión en el ayuntamiento de madrugada por Maya?

—Correcto.

—La madre que te parió…

—Coincido —la secundó Nicole.

—Que sean tres —las siguió Jessica.

—Tengo que estar seguro de que ella no se va a enterar. Odiadme si queréis, pero esta es la única manera.

—Es por sus poderes, ¿no? Por lo que ocurrió la última vez —conjeturó M.A imprimiendo tal seriedad en su semblante que había despachado por completo su necesidad de dormir.

—No me mires así. No es lo que estás pensando. Es más bien lo contrario.

—¿De verdad? ¿Y a qué viene el secretismo? ¿Por qué no le dices a Maya lo que tengas que decir sobre ella? 

—M.A, no es el momento ni el lugar —le frenó Alice lanzando otro bostezo—. Si sigues por ahí, te patearé los cojones.

—¿Qué es lo que pasa, Puma? —insistió Inma con cierto tono de preocupación.

—Todos conocéis a Maya, algunos más que otros —apuntó compartiendo una breve mirada con M.A—. Sabéis cómo es, sabéis que ha estado durante demasiado tiempo sufriendo por su incapacidad para controlarse a sí misma y a lo que está en su interior. Quiero ayudarla… Quiero ayudarla a que coja las riendas de lo que le está pasando, y después de semanas dándole vueltas, comiéndome la cabeza, pasando noches sin poder dormir, he llegado a la conclusión de que no puedo hacerlo solo. Por eso estamos aquí.

Maya bebió otro sorbo de su copa, sintiendo sus mejillas cada vez más ruborizadas a medida que el vino descendía por su garganta como un néctar celestial.

—Oye, Puma, ¿recuerdas aquella vez que vino un tipo a casa y te dio la del pulpo porque le habías robado la bicicleta, y luego resultó que había sido Dyssidia?

—Como para no acordarme… —rememoró Puma bebiendo entre risas—. Todavía me duelen las costillas de vez en cuando.

—Menos mal que mi hermana salió en tu ayuda, ¿eh? Si no, igual ni estaríamos hablando.

—Cuando la vi tirándose desde la escalera a la espalda de ese gorila de dos metros creía que se me iba a parar el corazón. La muy animal le arrancó media oreja de un mordisco.

—¡Ay, Dios, no! No quería recordar eso… —frunció Maya el ceño asqueada.

—¿Y qué hay de cuando tu hermana pidió una pizza a domicilio y la robó justo en las narices del repartidor? Esa sí que fue buena. Me estuve descojonando una semana entera.

—Ya ves, el pobre chaval estuvo como unos quince minutos aporreando la puerta hasta que salí de mi cuarto y se la pagué. 

—Sí, no paraba de lloriquear diciendo que le iban a despedir. Me jodió mi sesión de relajación con música funk.

—Tú tan sensible como siempre.

—Solo de vez en cuando.

Puma volvió a servir a Maya, cuya copa se había vaciado ya en dos ocasiones, sin que la chica opusiera resistencia de ninguna clase.

—Es raro, Puma…

—¿El qué? —indagó percatándose de que sus facciones se habían arrugado ligeramente.

—¿Por qué siempre que estamos juntos acabamos hablando de Dyss?

—La añoras, y hemos compartido muchos momentos. No es tan extraño.

Maya suspiró liberando en su aliento su pesar y fijó su vista en el cristal tintado que sostenía en su mano. Posiblemente fuese por el alcohol, pero cuando se quedó absorta durante segundos en su propio reflejo, una extraña sensación recorrió sus fibras nerviosas, como un torbellino.

—Si te soy sincero, te lo has tomado con mucha filosofía. Ley fue una de mis mejores amigas y su causa mi única razón de existir durante meses, pero si le hubiera hecho a Florr lo que le hizo a Dyss, no habría salido viva del hospital.

—Todo eso ya se aclaró. Fue un accidente.

Maya se dispuso a apartarse de Puma, pero este la agarró con ímpetu de su mano libre.

—Y aunque fuese un accidente, aunque fuese en defensa propia, ¿no sentiste nada?

La joven inspiró profundamente y bebió su tercera copa de un solo trago.

—Por supuesto que lo sentí, como un tiro en el pecho, pero tú mejor que nadie deberías ser consciente de que la violencia solo genera más violencia. ¿Qué ganaba yo matando a la hermana de M.A? ¿Unos absurdos segundos de satisfacción por haberme vengado? ¿Destruir al grupo tal y como lo conocemos y condenarnos a todos? ¿Y habría valido la pena?

—No, pero yo no habría podido controlarme. La habría reventado allí mismo, sin pararme a pensar en las consecuencias.

—Ese es uno de los rasgos que nos diferencia…, y que me hace débil, ¿no?

Puma remató el vino de su recipiente y contempló ensimismado los honestos ojos de la chica.

—No, es lo que te hace fuerte.

—Perdóname si soy muy directa, Puma, pero lo de los poderes es asunto vuestro —evidenció Jessica apuntando a él y Alice con su índice—. ¿Cómo quieres que ayudemos si no tenemos ni la más mínima idea?

—Yo estoy con ella —la secundó Eva—. Es algo que escapa a nuestra comprensión, incluso a la tuya. Nunca hemos tenido que convivir con superhéroes.

—Lo único que necesito… —intervino antes de que el resto se abalanzase para proseguir con el asalto—, es que me ayudéis a que Maya se sienta relajada, calmada y rodeada de todos, como si estuviera en una familia. Nada más.

—¿Por qué? —le asestó M.A encogiendo su frente.

—Porque lo necesita más que ninguno. La estimulará y la ayudará a dominarse. Estoy seguro. Y, si sus visiones dejan de ser tan volátiles como hasta ahora, no solo será beneficioso para ella, sino para todos. ¿O piensas lo contrario, Nicole?

La mentada, que hasta el momento había jugado una posición de escucha en la discusión, se preparó para exponer su alegato.

—No sé muy bien qué pretendes, pero debo reconocer que estaría muerta de no ser por esas premoniciones, y dos veces. Si quieres ayudar a Maya, cuenta conmigo.

—Y conmigo —se inscribió Davis a la propuesta casi al instante—. Maya es mi amiga. Ella ha estado ahí cuando lo he necesitado. No necesito un motivo para ayudarla.

—Si Davis confía ciegamente en lo que quieras hacer por Maya, entonces yo también —habló Jessica secundando a su novio.

—No hace falta ni que me lo preguntes —expelió tras ella Inma.

Puma examinó con cautela a M.A. Sabía que, tratándose de Maya, acabaría por aceptar, pero por alguna motivación incomprensible, seguía comportándose como un orgulloso ante él. Tuvo que ser Alice quien respondiese en su lugar.

—M.A y yo no nos vamos a quedar atrás, por supuesto.

El propulsor del proyecto miró finalmente a Eva, la única que todavía no había hablado, quien llevaba un tiempo observándole con un escepticismo propio de ella.

—¿Qué es lo que te ronda por esa cabeza hueca, gato?

Puma sonrió.

Eva se hallaba tan ensimismada tratando de encender un cuarteto de velas con el escaso gas de un mechero viejo que no previó el ladrido que impactó como un trueno en su oído izquierdo, saltando alarmada hacia un lateral.

—¡Dios, puto perro!

—¡Guau, guau!

—¿Guau, guau, capullo? Voy a hacer chorizos contigo.

—No asustes a Niko, anda. Vas a hacer que se mee en la alfombra —la reprendió Jessica, que se hallaba en el extremo opuesto de la habitación colocando unos candelabros sobre diferentes estantes.

—¡Davis! ¡Davis!   

Como si hubiera sentido su llamado, el lancero apareció atravesando la puerta principal junto al resto de los participantes del evento. Solo le bastó unos segundos para descubrir a su cachorro olisqueando cualquier objeto que hubiese en el salón.

—¡Niko! ¡Ven aquí!

Niko le ladró y fue hacia Jessica con intención de captar su aroma, ignorándole por completo.

—Por nuestro bien, espero que tu hija te haga más caso que el perro.

—¿Hija? —preguntó confuso a Alice por la denominación femenina.

—Hemos hecho una apuesta. Yo digo que será una niña, y la perdedora de Inma está segura de que será un niño. 

—El tiempo te quitará la razón, querida Alice —se defendió Inma pasando a su vera para ir a ayudar a Eva con las velas.

—¡Niko! ¡Niko, aquí!

La atención del gentío se desvió hacia una joven voz masculina que apareció desde la cocina en pijama. El cachorro ladró de nuevo y corrió hacia Adán. Este lo agarró en brazos y contempló ensimismado el insólito escenario que estaban construyendo. Además de Maya, era el único que no sabía nada de lo que estaba ocurriendo.

—¿Qué estáis haciendo?

—Es un poco difícil de explicar —contestó Inma con un gesto tímido—. Lo estamos haciendo por mi prima.

—¿Puedo participar?

—No —le aclaró rotundamente Eva—. Llévate al chucho a su caseta, termina de cenar, lávate los dientes y a la cama.

—Pero…

—Te dejé quedarte hasta tarde por tu cumpleaños, pero no pienses que va a ser algo normal, así que, como diría Puma, a soñar con tiempos mejores, señorito.

—Vaale…

Mientras Adán se retiraba con Niko, M.A se adelantó y expuso a Eva y Jessica las botellas que habían encontrado.

—Ha sido imposible encontrar incienso, ni siquiera había en la iglesia, pero al menos hemos dado con esto. Creo que son aceites aromáticos. De algo servirán.

—Oye, hablando de Puma… —caviló Alice—. Esto casi está. Igual deberíamos decirle que vaya trayendo a Maya.

—Sí, tienes razón. Se lo diré.   

Puma escuchó el ruido blanco del walkie que había aguardado desde el mismo momento en el que Maya había entrado en su modo sentimental. Aquella era la señal para llevarla al comedor de la casa rural. Ella, por su parte, parecía tan ensimismada en el río que no había notado nada.

—Bueno… —musitó el gato poniéndose en pie—, me he divertido más que escuchando a Eva gritarme por ser un pinche inútil, pero ya va siendo hora de volver a la casa rural.

—Sí, no tardará mucho en anochecer, y no quiero que Inma se preocupe.

—Tu prima siempre preocupada. ¿Por qué no me sorprende?

—Es algo natural en ella.

—Será cosa de familia.

—Será…

Su cálida sonrisa no le fue de mucha ayuda cuando trató de incorporarse y se mareó gracias al nivel de alcohol en sus venas. Puma la agarró por los antebrazos al notar que se precipitaba a un árbol cercano.

—Hey, tranquila… ¿Dónde vas?

Aunque no quiso mencionarlo para no desviarse de su objetivo, a Puma no le pasó para nada desapercibido que Maya se había aferrado con fuerza a su cintura y le miraba a los ojos como si hubiese descubierto un preciado tesoro. 

—Tus pupilas brillan más que de costumbre, ¿no?

—Mierda… Creo que te he dado demasiado vino.

—No, no… Lo digo en serio…

—Ya, seguro…

Puma se soltó poco a poco de Maya, asegurándose de que no iba a desplomarse al perder su único apoyo.

—Qué borde eres, Puma. No puede ser una amable.

Su compañero la examinó con un vistazo de estupefacción. La sentía irreconocible.

—Anda, vámonos.

—¡Hey, ya vienen! ¡Ya vienen! —informó Davis entrando en el salón de forma tan atropellada que se tropezó con sus propios pies.

—De acuerdo. Todos a sus posiciones —ordenó Eva apagando la luz de la estancia.

Maya había adelantado a Puma con una rapidez extraordinaria pese a los esfuerzos de él por mantener la posición dominante y atravesó la entrada al jardín como un ruidoso estruendo.

—¿Por qué no hay luz en el salón? ¿Ya se han acostado todos? ¡Y ni siquiera nos han esperado para cenar! ¡Que panda de…  

Su garganta se sofocó tras abrir de par en par la puerta del comedor. Alrededor de una larga alfombra, sus amigos se disponían en un círculo con sus manos agarradas. La casi inexistente luz que podía vislumbrar provenía de candelabros y velas repartidos por el lugar. Un olor a lavanda se impregnó en lo más profundo de sus fosas nasales a los pocos segundos de adentrarse.

—Vale… Debo de haberme desmayado en el río.  

—Bienvenida a nuestra reunión familiar —la disuadió Puma de su pensamiento apareciendo a su lado—. Adelante. Quítate el calzado, siéntate y ponte cómoda.

—¿Qué? Puma, ¿qué es esto?

—Vamos, Maya. Hemos hecho esto para ti. No nos vas a dejar colgados, ¿verdad? —le habló su prima señalando un espacio vacío a su derecha—. Te estábamos esperando.

—¿Para mí? ¿Pero por qué…

Puma la sostuvo por el antebrazo y la instó a perderse de nuevo en sus ojos, sin intención de ocultar que él había sido el organizador de aquel drama.

—Maya, solo relájate, ¿vale? Todo está bien. Pensé que te vendría bien desconectar de todo, aunque sea por una noche. Bueno, a ti y a todos.

—Eso no lo dijo en el ayuntamiento… —masculló M.A, recibiendo como réplica un codazo de Alice.

—Por favor…

—Está bien, no veo por qué no.

Finalmente, convencida, Maya se descalzó, dejó la copa que aún portaba en el estante junto a ella y se sentó con las piernas cruzadas al lado de Inma. Puma, con su ego más que satisfecho, hizo lo propio junto a Eva.

—Bueno, ¿y qué es lo que vamos a hacer? —preguntó Jessica más confusa que extrañada.

—Cerrad los ojos —ordenó Puma a unos títeres que obedecieron sin cuestionarlo—. Ahora, concentraros en vuestra respiración y alejad de vuestra mente cualquier sonido que os perturbe.

Puma permaneció en silencio alrededor de medio minuto mientras vigilaba con el rabillo del ojo las expresiones corporales de Maya.

—Sentidlo, notad como vuestra presión arterial va descendiendo poco a poco, como vuestras extremidades se relajan. Todo se disipa. Solo estáis vosotros y la nada.

Durante lo que fueron casi veinte minutos, pero que ellos sintieron como cinco, el precursor de la idea continuó dirigiéndoles hacia la calma con sus frases armónicas.  

—Dios, que puta chorrada… —farfulló Eva sintiéndose idiota por haber permitido que el gato armase aquel estúpido circo tras todo ese tiempo escuchando paridas.

El resto no opinaban como ella. Incluso el terco de M.A había desactivado los escudos y había comenzado a dejarse guiar en la espiral de la paz de Puma.

—Ya no hay pueblo, no hay enemigos, no hay barricadas, no hay recursos, no hay guerras ni batallas, no hay nada, absolutamente nada... Estáis donde queráis estar, cuando queráis estar y con quien queráis estar.

Aquella frase impulsó a muchos a desatar una bacanal de recuerdos que solían preservar bajo llave. Davis, Jessica y Alice se imaginaron a sí mismos en su antiguo hogar compartiendo un grato instante con sus familiares, M.A se visualizó en sus incontables piques guerreros con su hermana mayor, Inma pensó en su padre, Eva bostezó y Maya…

—¡¡¡Maya, cuidado!!!

Una explosión cercana a su región derecha la aturdió casi tanto como el vino que acababa de ingerir. Abrió los párpados con el corazón en un puño convencida de que alguien había atacado el pueblo, pero la realidad fue muy distinta.

Se encontraba tirada sobre el altar de lo que parecía una antigua iglesia. Tardó unos segundos en darse cuenta de que estaba ensuciando un tapiz con la cascada de sangre que provenía de su abdomen.

—¡¿Pero qué coño?! ¡¡¡Puma!!!

Una ráfaga de disparos la hizo arrodillarse entre alaridos, tan desorientada que pensaba que su cerebro iba a estallar.

—¡¡Vamos, Maya!! ¡¡¡Vamos!!!

 Ya se veía a sí misma cadáver cuando alguien la atrapó por la axila y corrió con ella hasta una cobertura en el interior de una sacristía. Tras sacarla de la línea de fuego, su demacrada y sucia salvadora la soltó, recargó rauda un arma de nueve milímetros que no le pertenecía y disparó a sus atacantes.

—Eva…

—¡¿Qué cojones te pasa?! ¡Esa granada casi te revienta! ¡Espabila, estamos en una guerra!

—¿Guerra? ¿Qué guerra? Vale… Definitivamente, me he desmayado por el vino.  

Aunque Maya supo que Eva la había escuchado a la perfección, esta no le contestó. Era como si no le estuviera permitido hacerlo. Adoptó un nuevo parapeto y prosiguió con su supresión sin importarle el estado de la chica.

Un chillido desgarrador asaltó sus oídos desde la habitación contigua. Ignorando su sangrado, y aún sin saber dónde y en qué condiciones estaba, Maya se precipitó hacia la estancia por puro instinto de ayuda. De los escenarios que había imaginado, ninguno se acercaba ni remotamente a lo que ocurría.

En una camilla, junto a Davis, Nicole y seis personas más a las que no conocía de nada, Jessica estaba dando a luz entre gritos de puro dolor.

—Vamos, Jess, casi lo tienes, solo sigue empujando. ¡Sigue empujando!

Jessica agarró a su novio por el cuello de su camiseta y lo estiró con brutalidad hacia ella.

—¡¡Hijo de puta!! ¡¡¡Esto es culpa tuya!!! ¡¡¡¿Por qué no podías ponerte un puto condón?!!! ¡¡¡¿Por quéeeeeeeeee?!!!

El chico se apartó de un salto, arrugando su rostro como si un demonio hubiese poseído al amor de su vida. A la anciana que atendía el parto no se le escapó aquel gesto.

—No te preocupes, Davis, le pasa a la mayoría. Piensa que ni siquiera tiene epidural.

—¡¡¡Y encima son dos!!! ¡¡¡Dos, hijo de puta, dos!!! ¡¡¡Y todo para que esa zorra hija de puta los mate junto con el resto de nosotros!!! ¡¡¡Aaaaaaaaaaaah!!!

—No, no digas eso… Alice y Hawk la detendrán. Verás como sí. Tenemos que tener fe.

—¡¡¿Fe?!! ¡¡¡Estamos mueeeeeaaaaaaaaaaaaah!!!

—¡Ya basta, Jessica! ¡Relájate!

—¡¡¿Qué me relaje?!! ¡¡¡¿Cómo puede decir que me relaje?!! ¡¡¡Ahhh, hija de putaaaa!!!

—Puma… Puma…

Un leve zarandeo le distrajo del estado de concentración que depositaba en Maya. No podía ser otra que Eva, por supuesto. El resto del círculo estaba ensimismado en sus pensamientos.

—Creo que a Maya le pasa algo —susurró señalándola.

No fue ninguna sorpresa enterarse de que su siembra había dado frutos, pero esperaba que la llamativa gesticulación y los volátiles espasmos de la vidente no atrajesen ninguna curiosidad. Se había equivocado.

—Ha alcanzado el estado zen. Probablemente sea la kundalini reptando por su columna.

Eva le crucificó con una mirada letal, confirmando la sospecha que había arrastrado desde su reunión en el ayuntamiento.

—¿Qué kundalini ni que ostias? Puma, ¿qué está pasando?

—¡Maya! ¡Gracias a Dios que estás aquí!

La aludida se giró para descubrir a Nicole acercándose por la retaguardia sin poder esconder su expresión angustiosa.

—¿Cómo está yendo ahí fuera?

—¿Qué?

—Dios… —se lamentó su compañera como si acabara de comunicarle la peor de las noticias posibles—. Tengo que salir. Tengo que luchar. Todo esto es mi culpa. Está intentando llevarme a campo abierto.

—¿Quién? ¿Quién está haciendo todo esto?

—¡¿Y qué se supone que tengo qué hacer?! ¡¿Quedarme aquí y ver como masacran a todos?! Puede que ahora sea como vosotros, pero ni tú ni Alice ni Hawk sabéis cómo funciona su mente.

—Mierda, ¿qué cojones? ¿Qué cojones? —exclamó Maya soportando una punzada de dolor en su cráneo.

—Si voy a morir, al menos que sea enfrentándola, no aquí den…

Otra explosión precedió al eco de un cuerpo impactando a gran velocidad. Maya corrió hacia la sacristía, ignorando a Nicole, quien se puso a cubierto y continuó hablando con la nada como si su receptora siguiera junto a ella. Nada más atravesar la puerta, encontró a Eva convaleciendo en un muro con su tórax empapado en sangre.

La persona a la que había osado enfrentarse se alzaba frente a su agonizante camarada con expresión de elocuente grandeza.

—Por supuesto, tenía que ser ella…

—Esto es lo que sucede cuando te atreves a enfrentarte a la ira de una diosa, pequeña, sucia e insignificante mortal. El castigo es divino.

Eva contemplaba a Michaela con un rencor que jamás antes había alcanzado a ver en ella. A pesar de sus heridas, Maya sentía que la chica se habría abalanzado hacia su rival para continuar luchando hasta que una de las dos muriese, pero era como si una fuerza la forzase a permanecer adherida al suelo. Sabía lo que era. Lo había experimentado en sus propias carnes.

—Ahora, como represalia por tu desobediencia, vas a empuñar el cañón de tu arma hacia tu barbilla y vas a volarte los sesos. Y, por supuesto, no te olvides de decir las palabras mágicas.

—Hey, Maya…

Puma retuvo a Eva por su antebrazo cuando trató de acercarse a Maya. No quería que fuese a estropearlo todo. Tenía la corazonada de que algo estaba ocurriendo dentro de ella.

—No lo hagas. Confía en mí, por favor.

Aunque el minino sentía que su jefa era demasiado orgullosa como para obedecerle, pareció relajarse por un instante, como si realmente hubiese creído su súplica. Su ilusión se desvaneció cuando soltó un chillido que despertó a todos de su trance.

—¡¡A Maya le pasa algo!!

—Vamos. No puedes resistirte. Sabes que no puedes. Y si no lo sabes, lo vas a averiguar ahora mismo.

Sin saber con certeza cómo actuar, Maya le propinó un puntapié a la pistola, pero el arma no se desplazó ni un milímetro de la baldosa sobre la que estaba. Había sido como golpear un muro de hormigón. No pasó ni un segundo hasta que Eva la agarró y se encañonó tal y como Michaela le había ordenado mientras respiraba violentamente como si quisiera librarse de una maldición.

—Adelante. Ya casi estás.

—¡No, Eva, para!

—Gloria a mi única diosa.

Con esa sentencia, Eva apretó el gatillo. Maya se cubrió los ojos, temblorosa, luchando contra su memoria por olvidar los restos del cerebro de su compañera saltando contra una vidriera de Jesucristo.

—Agonizante y sangriento, como a mí me gusta, aunque la ejecución era bastante mejorable. Le doy un 7 de 10.

—¡¡Aghhhhhhhhhhhhh!! ¡¡Joodeeeeeer!!

—Vaya, vaya… —suspiró Michaela inspeccionando la puerta del cuarto donde se ocultaba el resto—. Parece que tenemos bote.

—¡¡No, no!! ¡¡¡Para!!!

Tan solo cinco segundos después de que Eva alertase al resto de sus compañeros, Maya había comenzado a generar una serie de temblores que la convencieron de que su decisión había sido la correcta. Inma fue la primera en acercarse desplegando su característica ansiedad.

—¡Maya! ¡Maya, despierta! ¡¡Vamos, despierta!! —le chilló agitándola sin éxito.

—¿Está teniendo otra visión?

—¡No lo sé, Alice! ¡Normalmente no le pasa así!

—Estoy teniendo un mal déjà vu del centro médico… —farfulló Eva asesinando al gato con la mirada más cortante que le hubiese asestado jamás—. Puma, se ha puesto así por tu meditación de los cojones, así que encuentra una forma de pararlo.

—Y yo que sé, ni que yo tuviera la culpa.

—No, Eva tiene razón —la secundó M.A—. Todo esto ha sido idea tuya, para que “se relajara un poco”, y mira lo que has conseguido. Soluciónalo.

—Os estoy diciendo que no sé lo que ha pasado.

—¡Maya! ¡Maya, vamos, despierta, despierta! ¡Vuelve de una vez!

—Esto no nos lleva a ninguna parte —intervino Nicole—. Tenemos que ser racionales. ¿Qué fue lo que la despertó en el médico?

—Nada en particular. Simplemente paró —respondió Davis encogido de hombros.

—Bueno, tiene que haber algo que podamos hacer. No vamos a dejarla así —se sumó Jessica al conflicto.

—No sé, en los epilépticos lo mejor es que pase la crisis —lanzó Alice al aire insegura—. Quizá esto sea igual. No quiero llevarme otro cabezazo por nada.

—¡He tenido una idea!

Un correteo de pasos resonó en la alfombra. Adán había aparecido desde la cocina junto con un cubo de agua fría, y sin meditarlo en absoluto, lo vació en la cara de Maya, empapando en el proceso a Inma, Alice y su hermana.  

—¡¿Pero qué cojones, Adán?! —le aulló Alice apartándose con su jersey chorreando líquido.

—¡¡¡Para ya!!!

Inma saltó hacia atrás. No sabía si la había sorprendido más el repentino chapuzón helado o el inesperado chillido de su prima. Maya tardó unos segundos en darse cuenta de dónde estaba y calmar la tensión de sus pulmones.

—Mierda, ha funcionado… —musitó M.A tan impresionado como la mayoría.

—Maya, ¿estás bien? ¿Qué ha pasado?

La chica contempló a la joven que le acababa de hablar sujetándola por los hombros. Era ella. Aunque no quería verse obligada a dar explicaciones, su primer impulso fue el de abrazarla, y lo hizo. Eva le devolvió la muestra de cariño sin comprender el por qué, incómoda por ser el centro de atención de la sala.   

Transcurrieron alrededor de veinte minutos hasta que el desbarajuste se estabilizó. Maya se hallaba más calmada y se había colocado junto a la chimenea con su prima. Alice había preferido cambiarse de ropa en su dormitorio y regresar a la sala. Davis, a su vez, había llevado un par de mantas para Inma y Maya, y el resto solo hablaban y asimilaban lo que acababan de presenciar.

—Creía que te había dicho que te fueras a la cama —reprendió de repente Eva a su hermano, quien ya creía haberse librado de la riña por haber sido el rescatador de la noche.

—Emm, esto… Me había levantado a por un vaso de agua… —contestó forzando una sonrisita de angelito.

—Ya hablaremos tú y yo mañana. Ahora vete de una vez a dormir.

—Sí, señora.

Mientras Adán obedecía en silencio para no presionar más la paciencia de su hermana, Puma se acercó hasta Maya dudando sobre lo que debía decirle. Eva le había descubierto en su trampa, pero se había mantenido en silencio hasta el momento, probablemente para no crispar más los ánimos. 

—Hey, Maya.

La chica suspiró como si el aire de su tráquea pesara una tonelada, se frotó las manos y clavó sus pupilas en las de su compañero de una forma muy opuesta a como lo había hecho la última vez.

—¿Qué?

Todos en el comedor notaron el tono de crispación que expelieron sus cuerdas vocales.

—Siento que esto no haya servido para lo que debía servir. De verdad. Lo último que quería era…

—Que te follen, Puma.

Fue tan repentino y con un tono tan sutil que Puma pensó que lo había imaginado. Los rostros escrutiñadores del resto disiparon su creencia.

—¿A qué se debe esa agresividad, señorita?

—Tú no has hecho esto para que nos relajáramos. Tú querías que pasara exactamente lo que ha pasado.

M.A se acercó con cautela al tiempo que Maya se ponía en pie deshaciéndose de su manta y sin cortar la conexión visual con Puma.

—Maya, ¿qué es lo que ha pasado exactamente? Porque solo te hemos visto temblar —hizo Jessica la pregunta que rondaba en la mente del grupo entero.

—He tenido otra premonición, pero esta vez ha sido… diferente, mucho más larga y explícita.

—¿Es eso algo malo?

—Maya sufre ansiedad con esas visiones, y lo sabes. ¿Cómo puedes decir eso? —dio Inma un paso adelante defendiéndola.

—De todas formas, no entiendo por qué me estás acusando. ¿Acaso ahora controlo tu poder con un mando?

Eva pensó en intervenir hasta que observó a Maya sin intención de amedrentarse frente a su actitud evasiva. Decidió esperar y analizar la situación.

—¡Te has pasado semanas detrás de mí, insistiendo en que podías ayudarme a controlar mis visiones, abordándome a escondidas para que nadie se diese cuenta, y cuantas más veces te he dicho que no quería verme inmiscuida, más me has molestado! ¡Esto no es una casualidad, esto es lo que querías hacer conmigo, y lo has conseguido! ¡Me has manipulado! ¡A todos, Puma, nos has manipulado a todos, igual que lo hiciste en el hospital! ¡No has cambiado, y jamás cambiarás!

—Maya…

—¡¡¡Estoy harta de ti!!!

—Puma —le habló Eva con su clásica mirada analítica—. ¿Lo que dice es verdad?

El acusado examinó las expresiones que le asestaba cada uno de los miembros de su equipo. Su impresión fue que todo el mundo estaba siendo convencido por la realidad que la chica había desenmascarado. No iba a encontrar ningún apoyo si quería seguir soportando su mentira.

—¡Puma, te he hecho una puta pregunta! —inquirió su líder furiosa al conocer sobradamente cuál iba a ser la respuesta.

—Sus poderes tienen que evolucionar…

Una bofetada reverberó en el despejado espacio de la estancia. Puma se llevó los dedos a su mejilla, ligeramente dolorido. Acababa de recibir un golpe de la última persona de la cual habría podido esperarlo.

—Cabrón insensible.

Puma distinguió una lagrima recorriendo el rostro de Maya antes de marcharse hacia el jardín con Inma tras ella. Cabizbajo, permaneció ocultando su semblante esperando a recibir toda clase de insultos de sus compañeros. Sin embargo, nadie se dignó a dirigirle la palabra, y simplemente fueron abandonando uno a uno el lugar con gestos de desaprobación.

Solo M.A y Eva permanecieron al final.

—Hey.

En cuanto Puma alzó su frente reaccionando a la llamada, un brazo prostático se estampó en su pómulo, lanzándolo hacia un armario.

—Ojalá te hubieras quedado muerto.

De su labio brotó un chorro gris que cayó lentamente. Eva se aproximó con las manos en los bolsillos mientras M.A desaparecía, alentando a Puma a intentar robarle algo de consuelo.

—Quería hacerlo por su bien, por el de todos. Tú sabes perfectamente lo que es aprovecharse de una situación para lograr un objetivo.

—Una situación no es una persona, Puma. Uno no se aprovecha de la gente a la que quiere. Nunca.

Uniéndose al gentío, Eva encaminó sus pasos hacia la cocina, devolviendo a su amigo a su ya habitual soledad. 

—Maya…

Inma se paró en seco tras haber atravesado medio jardín corriendo para alcanzar a su prima, después de que esta se hubiese derrumbado en un muro de piedra para llorar.

—Inma… Yo… Pensaba que…

—Hey.

La adolescente tomó a Maya de la mano con fuerza, recordándole el vínculo inquebrantable que las unía. 

—Sabes que me tienes aquí, y me tendrás, siempre, para lo que necesites. Lo siento.

—No eres tú quien debería disculparse. Es solo que…

Inma se sorprendió cuando Maya agarró su otra mano y apretó ambas como si su existencia fuese a depender de ello.

—Pase lo que pase, en cualquier momento de nuestras vidas, te quiero, Inma. No lo olvides, por favor. No lo olvides nunca.

—Maya… —susurró Inma sobrecogida por la seriedad imprimida en cada vocablo—. ¿Qué es lo que has visto?

—Te quiero.

Aunque Inma quería insistir en su petición, fue incapaz de interrumpir el abrazo en el que su prima la fundió al instante.  

Puma se asomó con cautela a través de la puerta de la cocina y se adentró tras descubrir que nadie estaba en su interior. Le resultaba extraña la ausencia de Eva, pero lo prefería. Sería mejor si no se cruzaba con nadie durante un tiempo.

Acababa de recoger el material que habían usado para convertir el salón en un templo de lo místico dentro de una caja de cartón, y no se demoró en soltar su peso sobre la mesa del lugar. Tan solo segundos después agarró una copa que también había recuperado durante el acúmulo. Era la misma en la que Maya había estado bebiendo vino con poco control sobre sí misma.

—Ha llegado el momento de parar.

Esperaba que examinar el cristal le trajese algún tipo de consuelo por el agradable momento en el que debería haberse detenido todo, pero fue su curiosidad lo que realmente golpeó.

—¿Pero qué coño?

—Deberías haberlo dejado hace mucho.

Puma dio un salto, impresionado a pesar de haber reconocido cada expresión de esa voz.

—Joder, ¿por qué tienes que ser siempre tan silenciosa?

—Para que no te dé tiempo a huir de mí. 

Con los brazos en jarra, Eva se apoyaba en el marco de la puerta, cubriendo la entrada. Puma sintió que se había dejado caer en una ratonera.

—Sé que estás enfadada, y que la he cagado, pero…

—Blablabla, siempre la misma historia. Prueba eso con Maya, que es a quien más has jodido esta noche. A mí no me interesa.

—¿Entonces quieres algo o solo vienes a recriminarme?

—A Maya le tocaba vigilancia esta noche, pero se ha encerrado en su cuarto y no parece que vaya a salir pronto. Ya que todo este rollo es tu puta culpa, cubrirás su turno, hoy, y durante las dos próximas semanas.

A Eva no se le escapó la mueca de desagrado que Puma trató en vano de ocultar.

—Lo único que quería para Maya era que mejorara en una habilidad suya para que se sintiera mejor consigo misma. Es lo mismo que haces tú con Inma y Jessica cuando entrenáis. Esto no es justo.

—Puma, te conozco lo suficiente para saber que esto no es sobre ella, sino sobre tu ego. Igual deberías empezar a pensar en encontrar tus propios poderes, si es que tienes algo ahí dentro, y dejar a los demás en paz. A lo mejor incluso llegas a ser útil.

Puma se acercó a ella, manteniendo ambos un semblante de estricta seriedad. Aquello podía costarle caro, pero no iba a rehuirla siempre y obedecer como su fantoche. Lo tenía claro.

—¿Desde cuándo te importa tanto este grupo? Ya ni te reconozco.

—Mira, Puma, tengo una curiosa tendencia a vivir que muy posiblemente no compartas, y si eso pasa por este pueblo y esta gente, no voy a ser tan idiota como tú y remar a contracorriente. Y sí, lo reconozco, me importan. Con el tiempo, me han demostrado que son mucho más fuertes de lo que parece y de que… se preocupan. A ti, sin embargo, cada vez parece darte más igual.

—Eso no es verdad…

—Es la verdad, y si te molesta, te jodes.

—Estás siendo cruel, Eva.

—Pobre gatito. Por suerte, tienes toda la noche para llorar y desahogarte en el tejado. Ahora, me voy. Tengo trabajo atrasado gracias a tu jueguecito de los budistas.

Puma prefirió no continuar tentando su paciencia. Simplemente se sentó sin cortar contacto visual con ella hasta que hubo desaparecido y volvió a centrar su atención en la copa… En aquel misterioso reflejo de Maya.

—¿Qué coño es esto?

—¿Y de qué coño vas tú?

—No creo que debas seguir molestándola.

M.A se giró hacia Nicole, quien no parecía muy satisfecha con el hecho de que este no parase de aporrear la puerta del dormitorio, ignorando las peticiones de Inma por detenerse.

—Solo quiero hablar con ella. ¿Estoy haciendo algo malo?

—No ha querido hablar conmigo, M.A —remarcó la prima por tercera vez—. No creo que sea el mejor momento para hacerlo. Necesita espacio.

—¿Te ha dicho lo que ha visto? —preguntó Jessica desviando la conversación, recibiendo un simple movimiento de hombros que interpretó como una negación.

—Todo es culpa de ese capullo inmortal —expelió M.A con rabia—. Tendríamos que haberle tirado al río cuando le ensartaron con la espada.  

—M.A, relájate —se adelantó Davis a apaciguar el frenesí que sabía que iba a surgir.

—¡¿Qué me relaje?! ¡Más le vale que no se le ocurra dirigirme la palabra si quiere conservar los dientes!

Tan contundente fue su amenaza como la respuesta de la puerta abriéndose con un portazo. Maya hizo al fin acto de presencia. Se limpió los restos de lágrimas de sus mejillas y se plantó en frente de su amigo con pose firme.

—Maya… Gracias por…

—Escúchame bien, M.A. No vas a hacerle nada a Puma, y eso va por todos. ¿Está claro?

—¿Le estás defendiendo? ¡¿Otra vez?! —contestó él absorto en su asombro—. Creía que por fin te habías dado cuenta de qué palo va ese gilipollas.

—Me doy cuenta de las cosas, M.A, no soy idiota. Yo me encargaré de Puma, a mi manera.

—Y volverá otra vez a hacer de las suyas. Déjame que…

—¡¡¡No!!!

Todos, incluido el testarudo, se vieron sorprendidos por semejante reacción.

—¡No soy una niña que necesita tu protección, M.A! ¡Yo… me encargaré de Puma! ¡Vosotros ocuparos de vuestros asuntos!

Sin más que decir, Maya regresó a su escondrijo y cerró la puerta con otro aplastante golpe. Fue Alice quien verbalizó el pensamiento que rondó sus cabezas después de ello.

—Joder…

La impresión fue de una magnitud tan insoportable que Puma se levantó y retrocedió en una fracción de segundo, derribando la silla en el proceso.

—No puede ser… Me estás viendo.

—No… No…

Puma apretó sus párpados y se esforzó por dominar su caótica respiración. Tarde o temprano desaparecería. Solo era una alucinación. Tenía que serlo, igual que las voces.

—¡Soldado, no se atreva a retirarme la mirada!

—No es real… no es real… Puma, céntrate. Céntrate.

—¡Soldado, abra los ojos! ¡Es una orden de su teniente! ¡No se lo volveré a repetir!

El subordinado obedeció temiendo lo que sus propios sentidos le estaban transmitiendo. Allí estaba, apoyada sobre la mesa, tan imponente, autoritaria y pelirroja como siempre.

—¿Ley?

—¿Ley? —repitió ella con gesto de desagrado—. Mida bien sus palabras, soldado.

—Teniente…

—Así está mejor.

Ante la estupefacción de Puma, Ley atravesó la mesa como si fuese un trozo de gelatina y se colocó a escasos centímetros suyos, asestándole una ráfaga de un aliento tan helado que habría podido rivalizar con un témpano.

—Jamás pensé que esto podría suceder, no después de toda la instrucción que te brindé, de los valores que te inculqué. Ha vuelto a surgir el gato que debía estar extinto.

—Teniente, yo…

—¡Calla! He estado observándote desde que ganamos la guerra, esperando a que empezaras con nuestra visión, a que pusieras en práctica todo lo que te había enseñado. ¡¿Y qué es lo que me he encontrado?! ¡A un… jodido… borracho, desobediente y petulante arrogante que jamás debería haber estado en mi unidad! ¡Se suponía que ibas a ser mi legado, Puma!  

—Ley…

—¡¡¡Teniente!!!

—Teniente, el complejo se cerró. No tenía acceso a las patentes. No pude hacer nada.

—Las patentes, Puma, solo eran una pieza más del puzzle, y lo sabes, así que deja de soltarme excusas y asume tu responsabilidad.

—Vosotros erais lo único que tenía, lo único a lo que me pude aferrar después de la muerte de Florr, y desaparecisteis también…, Ley.

—No nos fuimos por capricho.

—Soy consciente de ello.

—Lo único que haces es lloriquear y quejarte como una persona débil incapaz de cambiar su situación. ¿Es eso lo que eres, soldado? ¿Tuve a un maldito débil en mi unidad, tratándole como a un hermano?

—Yo…

—Confíe en ti para que continuaras lo que habíamos comenzado, para que reconstruyeras el mundo, para que extendieras nuestra palabra, y claramente, confíe en la persona equivocada. Puede que la muerte esquive tu cubierta, pero ha alcanzado tu interior. Te has convertido en un destructor, de bienes y de personas. Ahora eres uno de mis enemigos.

—Teniente, yo no…

—Deshonras mi memoria.

Ley se apartó de Puma y le arrojó una mirada de frustración que ni siquiera había alcanzado a percibir en Eva.

—Yo, la Teniente Sangre, por la potestad que me ha sido otorgada y a falta de no poder dictar una ejecución, te sentenció a no volver a verme… jamás.

Para cuando Puma se dispuso a articular palabra, Ley ya se había desvanecido delante de sus ojos.   

—En este apartado del capítulo, nos familiarizaremos con la escala diatónica y aprenderemos la diferencia entre los conceptos de consonancia y disonancia… Oh, Dios… ¿Qué es esto?

Samuel se asomó por la escalera de la salita de estar. Se había asegurado varias veces de que no había nadie más allí. Tan solo estaba él, ojeando un libro lleno de polvo con expresión de no comprender ni una sola palabra. Aquellas últimas semanas habían sido un auténtico atolladero de trabajo, tanto en la aldea como en el pueblo al que servían, y apenas había tenido un minuto de intimidad para hablar con Oliver. Era su momento.

—Creo que tiene algo que ver con la música.

Oliver cerró el libro y se giró hacia Samuel, quien se acercaba a él con una ligera sonrisa.

—Hasta ahí llego, Samuel Holmes.

—¿Qué haces? —preguntó sentándose a su lado, profundizando en la conversación.

—He estado revisando varios libros de música que he encontrado. Esperaba poder aprender un poco más a cómo tocar la guitarra, algún acorde, alguna canción, con suerte, pero nada, aquí solo hay tochos de teoría musical. El tío que vivía aquí tenía que ser suuuuperaburrido.

—Emm, sí, totalmente.

Oliver se reclinó en su silla, analizando con esmero a su futuro novio.  

—En realidad, quería hablar contigo.

—¿En serio, Samuel? No me lo había imaginado ni por un momento.

—Menos pitorreos, anda.

—Lo siento, pero, a estas alturas, deberías saber que eres un libro abierto para mí —confesó Oliver encogiéndose de hombros—. Vamos, suéltalo.

Samuel cruzó sus piernas algo nervioso, concentrándose en atrapar las palabras exactas que necesitaba transmitirle.

—He estado dándole vueltas a tu propuesta, como te dije que haría.

—¿Y…? —enfatizó Oliver ilusionado.

—No.

La voz del guitarrista trastabilló. Ya se imaginaba compartiendo una experiencia apocalíptica en pareja.

—¿Por qué no?

—Simplemente, no creo que sea el momento indicado.

—¿Y crees que vas a encontrar un momento indicado, tal y como estamos? Podríamos morir cuando sea. Es más, siempre ha sido así, lo sé perfectamente, y eso nunca le ha parado los pies a la gente que ha querido hacer las cosas.

—No me presiones, Oliver. Después de lo que me dijiste el otro día, no quiero hacerte daño, pero no puedo… No me veo en esa posición. Quizá… más adelante, cuando todo sea diferente.

—Sammy…

—No me llames así, por favor.

Con una mueca de desilusión impregnada en su rostro, Oliver se arrodilló al lado de Samuel y apoyó sus brazos en las piernas de este, quien no le apartó pese a la incomodidad que invadió cada fibra de su cuerpo.

—¿Al menos me darías un beso?

—No, Oliver, no pienso jugar a eso. Los dos sabemos dónde acabamos siempre.

—No, lo prometo. Solo será un beso, y después, me dedicaré a tocar baladas mientras espero a que estés preparado.

—No sabes tocar baladas, fantasma.

—Aprenderé. Seguro que encuentro algo en eeeeese maravilloso tostón.

Samuel compartió una sonrisa con Oliver. Contrario a sus previsiones, había reaccionado de forma muy madura en comparación a cómo solía hacerlo cuando le rechazaba. Pensó que quizá se debía a que ya no era solo… sudor bajo las sábanas.

—¿Entonces?

Samuel se inclinó y besó a Oliver. Lo había hecho incontables veces, pero en aquella ocasión, sus labios sabían a menta.

Puma empujó con pesar la puerta que accedía al jardín, donde aún se hallaban la mayoría de sus compañeros conversando entre sí. Los murmullos se tornaron en un silencio inmerso cuando el causante de sus habladurías pasó junto a ellos en dirección al dormitorio de Eva.

Él ni siquiera les prestó atención, y mucho menos advirtió el autocontrol del que M.A se sirvió para no placarle y cortarle el cuello en el acto. Todavía estaba divagando en el encuentro con su teniente, o más bien, en la locura esquizofrénica en la que su mente se estaba sumergiendo.

Seguía dándole vueltas cuando tocó con sus nudillos la puerta que le interesaba. Eva le abrió rauda, imaginando que se trataba del minino.

—¿Qué quieres ahora? Te he dicho que tengo cosas que hacer.

—No me has dado el walkie —señaló Puma con más calma y paciencia que su camarada.

Ella resopló y se abalanzó hacia los cajones de su escritorio a buscar el aparatito en cuestión, que entregó a Puma estampándoselo en el pecho.

—Ahí tienes. Que pases buena guardia, precioso.

—Espera… —detuvo antes de que le cerrase interponiendo su mano—. Sé que no es el mejor momento, pero… necesito contarte algo. 

—Seguro que puede esperar hasta mañana.

—Seré breve. Lo prometo.

—¡Puma! —cercenó Eva sus intenciones—. Seguro que puede esperar hasta mañana.

Puma optó por no continuar forzando sus circunstancias. Con un suspiro, se alejó hacia donde se ubicaba la posición de vigilancia que le correspondía, suplicando a los dioses que su noche no se extendiese demasiado.

Apostada en la ventana con desgana, Alice captó al errático Puma cruzando el jardín hacia la carretera. Observó al resto de sus compañeros en la cocina para asegurarse de que ninguno más se había dado cuenta, y mucho menos su pareja, que se encontraba sentada tomando su tercera taza de café negro.   

—M.A, si sigues así, no vas a ser capaz de pegar ojo —le advirtió Inma intranquila.

—Con todo respeto, Inma, métete en tus propios asuntos, ¿quieres?

—¡Hey, relájate! —brotó Jessica en su defensa—. Nosotros no tenemos la culpa de nada, así que vigila tu boca.

—Lo siento… —expresó M.A bebiendo otro sorbo—. Es solo que me jode que Puma nos trate como basura y nosotros sigamos dándole oportunidades.

—No es que tú le hayas dado mucha tregua —comentó Nicole analista—, pero sí, sé a lo que te refieres.

—Sabía que íbamos a llegar a este punto desde el día de la pelea en Almatriche. Se peleó con nosotros, nos dejó inconscientes, secuestró a Nait, electrocutó a Maya, y ella siempre estuvo de su parte. Y, al final, se las apañó para que acabáramos en su hospital, justo donde nos quería. 

—No estuvo de su parte —intervino Inma denotando cierta hipocresía en el rubio—. Es algo injusto que digas eso. ¿Ya has olvidado lo que hizo por ti en el fuerte?

—Tuve un mal momento, y se lo agradecí. Ese capullo solo tiene malos momentos, y lo goza haciendo que los demás se preocupen por él como si fuera una pobre víctima.

—Pues yo, en parte, le entiendo.  

Alice atrajo un coro de sorpresas cuando compartió su revelación, enmudeciendo la estancia hasta la inminente intervención de Nicole. 

—¿Por qué?

—La forma en la que te enfadas y nos gritas de mala manera, M.A, tu miedo a ser incapaz de coger un arma y atacar a otra persona, Inma, tu actitud hacia tu hermanastra, que nos colocó en el punto de mira, Nicole, vuestro hijo, Jessica y Davis, y el cachorro que nos trajiste hace poco, mi incapacidad para ser una persona que aporte algo más que un poco de ayuda, la negación de Maya a dominar sus poderes, aunque sabe que nos podrían haber sido útiles desde siempre, el desprecio con el que nos trataba Eva al principio… Por Dios, incluso el asesinato de Dyssidia, que Ley cometió, o nuestra oposición a asesinar a los Matados y darles una segunda oportunidad.

Alice se apartó de la ventana y clavó sus nudillos en la mesa con la esperanza de enfatizar su mensaje.

—Si nos paramos a pensarlo con la cabeza fría, como máquinas, todo eso nos ha perjudicado, nos perjudica o nos perjudicará, pero lo hemos aceptado porque somos seres humanos, y todos tenemos emociones, y todos tenemos el derecho a enfadarnos, a estar asustados, meter la pata y querer caprichos. Con Puma nunca ha sido así. Se construyó una coraza, y nunca hemos tratado de penetrar. Nos hemos acostumbrado a pensar que es una piedra sin sentimientos.

—Tú misma lo has dicho —la interrumpió Davis—. Se construyó una coraza.

—Sí, ¿y qué hiciste tú después de lo que pasó con tu hermana? Ahora, imagina verte forzado a matar desde que eres un niño para poder comer. ¿Qué clase de personalidad crearía eso? ¿Un asesino sin escrúpulos, quizá? Y Puma no es eso, definitivamente. Empiezo a pensar que somos tan responsables de lo que ha pasado como él. Si nos hubiéramos preocupado desde el principio, como nos hemos preocupado por todos, no habríamos llegado a este punto.

M.A estampó la cerámica de su taza en la mesa, recaptando la atención de los oyentes antes de ponerse en pie y ensartar con sus pupilas a su novia.

—Defiéndele si quieres, pon las excusas que te dé la gana, pero mientras yo esté respirando, me aseguraré de hacer todo lo posible para que pague por sus acciones. Dicho lo cual, os deseo una bonita noche.

Con una calma impropia de su persona, M.A se retiró al jardín, anonadando a los presentes, quienes ya se temían otra interminable disputa.

—Alice —la llamó Jessica con seriedad—, yo hablé con Puma cuando estuvimos en la piscina. Intenté comprenderle, animarle y motivarle, y mira de lo que ha servido mi charla. Por una vez, estoy de acuerdo con M.A. Debería tener un castigo, y cuando lo cumpla, nos podremos plantear tratarle de otra manera.

—Y yo coincido con los dos —apuntó Nicole desplegando su estatus de líder—. Precisamente, me hice policía para poder impartir algo de justicia, y la permisión que estamos teniendo con las acciones de Puma no es nada justa. Por tanto, si nadie está en desacuerdo —declaró observando fugazmente a Davis e Inma—, nos reuniremos a las seis de la mañana en el ayuntamiento para tratar este tema. Alice, tú díselo a M.A; Inma, tú a Maya, y yo se lo diré a Eva. ¿Está bien? 

Alice resopló resignada. En cierto modo, los tres estaban en lo cierto.

—De acuerdo.    

Con el primer rayo de sol de la mañana, Puma se frotó los ojos, deshaciéndose de su letargia. Agarró los prismáticos reglamentarios y volvió a otear el horizonte, sin novedades. Las guardias habían sido bastante apacibles desde la intrusión de los Matados, pero no quería confiarse.

Escuchó una voz llamando a otra cerca del tejado. No le sorprendió. Hacía alrededor de media hora que su equipo se había levantado y rondaba de un lado para otro. No era muy habitual que madrugasen tanto. Solamente lo hacían para resolver situaciones extraordinarias, y le invadía la amarga impresión de que el problema a solucionar no era otro que él mismo.

—¡Hey, Puma!

Sorprendido, el vigía se asomó por el límite de las tejas y descubrió a Alice apostada en mitad de la calle.

—¿Qué tal, rubia? ¿Ya me estabas echando de menos?

—Hay una reunión en el ayuntamiento y tienes que venir.

La compostura de Alice fue de tal magnitud que casi parecía que le iban a ejecutar. Esperaba que no fuesen a llegar hasta ese punto.

—Por supuesto, mi lady.

—Pues venga, baja, que tenemos que ponernos con el curro.

El mutismo de la chica durante el camino fue asfixiante. Puma luchó por obtener información en varias ocasiones, pero Alice se mantuvo inquebrantable. No fue hasta alcanzar la entrada de la sala de reuniones que optó por despegar sus labios.

—Pase lo que pase ahí dentro, quiero que sepas que he intentado defenderte, aunque no sé si te lo mereces del todo. 

—No, pero te lo agradezco —se sinceró Puma preservando su aspecto de calma—. Sea lo que sea, adelante. 

Menos confiada que el juzgado, Alice empujó la doble puerta y reveló la ya reconocible mesa edil siendo ocupada por cada uno de los miembros del grupo en sus asientos correspondientes. Puma dio un paso adelante examinándolos y exhaló con pesar. El arrepentimiento ya comenzaba a hacer mella en su espíritu.

—Bienvenido, Puma —le saludó Eva desde su ubicación regidora—. Te diría que te sentaras, pero tanto Nicole como Maya han insistido en que sea breve. ¿Sabes por qué estás aquí?

—Me puedo hacer a la idea, jefa.

—¿Ahora soy la jefa? —expelió entrelazando sus dedos—. Nicole, procede.

Puma no respondió. Buscó a Maya entre los presentes, la cual estaba evitando hacer contacto visual con él por todos los medios posibles.

—Hemos propuesto varios… correctivos para tu comportamiento mientras estábamos aquí, y hemos decidido condenarte a 75 días de prisión.

—¿Prisión? —repitió él asombrado por la sentencia.

—Correcto. Hay una diminuta jefatura de policía cerca de aquí. Alice le ha echado un vistazo, y tiene un par de celdas. Ahí es donde estarás. Recibirás una ración diaria de alimentos, y podrás ser visitado por quien lo desee, pero no podrás salir salvo causa de fuerza mayor.  

—¿Y mi trabajo? Si prescindís de mí, la gestión del pueblo se retrasará.

—Seguro que alguien en la aldea ocupará tu puesto por una pequeña bonificación, y si no, es un riesgo que Davis ha declarado estar dispuesto a asumir.

Puma suspiró. No imaginaba que la magnitud de sus acciones había alcanzado tal línea. Que iba a ser reprendido por enésima vez era una realidad para su consciencia, pero aquello…

 —Si de verdad consideráis que encarcelarme es la solución, de acuerdo. No me voy a oponer de ninguna manera. 

Eva se dispuso a hablar, pero Maya se adelantó.

—Deberías estar agradecido. Tendrás todo el tiempo del mundo para pensar en tus poderes. ¿No es eso lo que querías? 

Todos se giraron hacia la castaña conmovidos por el vacío latente en sus palabras, sobre todo Inma. Nuevamente, Puma mantuvo su lengua estática, procurando no provocarla.

—Si tienes algo que alegar en tu defensa, este es tu…

—¡¡Eva!!

El eco de su voz atravesó la extensión del corredor. El niño se detuvo frenético junto al umbral de la sala de reuniones portando en sus brazos a Niko. Alice notó que su cara se había enrojecido. Debía haber acudido al ayuntamiento con bastante rapidez.

—¡¿Adán?! —exclamó Eva incorporándose.

—Hay… hay una chica y un chico al lado de la barricada con un megáfono. Dicen que quieren hablar inmediatamente con las líderes del grupo.

Eva y Nicole intercambiaron un sutil vistazo de alerta. Por lo que a ambas respectaba, aquello no parecían buenos presagios.

—¿Y qué quieren? ¿Qué hacen ahí? —inquirió M.A irguiéndose angustiado.

—Dicen que vienen en representación de La Sede, que una jueza les ha mandado. 

—Podría ser una trampa —señaló Inma tan inquieta como el resto.

—La jueza os observa… —reflexionó Alice acariciando su barbilla—. ¿No es eso lo que ponía en el graffiti del ayuntamiento, el que pintaron los chicos?

—Sí —confirmó Davis—, y eso significa que esa gente ya ha estado aquí antes. Me jugaría el cuello.

—¿Cómo deberíamos proceder, Eva? —interpeló Jessica.

—Adán, ¿en qué barricada están, exactamente?

—La que está justo al lado de nuestra casa.

—Bien. Iremos a por nuestras armas y después atenderemos a esos dos. No quiero que falte nadie; tú tampoco, Puma. Delante de ellos tenemos que mostrar unión de grupo.

—Sí, vamos, hacer un poco el paripé —se mofó él con desprecio.

—Efectivamente. Y estad preparados para lo que sea. Puede que tengamos que luchar.

Tras el discurso de encabezamiento, se dirigieron en conjunto hasta la casa y reunieron todo su equipamiento de batalla, incluyendo las pistolas disponibles y los cócteles molotov restantes. Desde el jardín se podía escuchar la voz de la fémina que requería su presencia. Eva les apremió para no retrasarse más, y en menos de cinco minutos, el grupo se hallaba caminando en una fila perfecta por la carretera, ocupando todo el ancho de esta.

A través de la ventanilla rota de un coche, Ada divisó al equipo dirigiéndose hacia ella.

—Esto me da mala espina, Abel. Vienen como si fueran un comando.

Apoyado en el capó del jeep, el conductor desentumeció sus articulaciones e intentó infundir la positividad de la que ella no hacía gala.

—Les hemos estado vigilando. Sabes que serán inofensivos, por la cuenta que les trae.

—La jueza y sus malditos recortes… No le habría costado nada dejarnos a una persona de su escolta.

—Irá bien. Relájate u olerán tus dudas y se aprovecharán de ellas. Ya sabes lo que suele decir la adivina…

—Sí, sí, futuro brillante en mente limpia, no me lo repitas otra vez, por favor.

Concentrándose en su misión, Ada mojó sus labios y volvió a llevar el megáfono hasta ellos. 

—Al fin habéis aparecido.

Nicole frenó en seco junto a la barricada e hizo una seña a los demás para que la imitasen. La pareja parecía relativamente normal para su ojo policial, pero no sabía si tomarlo como un signo positivo o no.

—¿Quiénes sois? —inició el contacto la rubia sin cesar en el análisis de ambos.

—Me llamo Ada Lamberg. Este de aquí es mi compañero, Abel. Estamos aquí para hablar con vosotros en representación de la primera ministra de la Sede, Lucille Vega. Es posible que hayáis oído hablar de ella como la jueza.

—¿Qué es la Sede? —la interrogó M.A con la desconfianza marcada en su ceño.

—Es nuestro hogar, como para vosotros este pueblo, por lo que hemos podido observar.

—Así que nos habéis estado vigilando…

—No diría exactamente vigilando. Más bien hemos echado un par de vistazos para… evaluar cómo de problemático podía ser nuestro primer contacto.

—¿Y cuál ha sido la conclusión a la que ha llegado, señorita Lamberg? —la tentó Puma dando unos pasos adelante.

—La jueza piensa que sois buenas personas y seréis razonables.

—¿Y usted que piensa, Ada?

—No me corresponde a mí ese juicio. Mi único objetivo aquí es explicaros las condiciones del acuerdo que os vamos a proponer.  

—Lo que significa que eres un peón muy obediente o una mentirosa muy inteligente. ¿Estoy en lo cierto?

Ada intercambió una mirada con Abel disimuladamente. Aquel tipo estaba haciendo florecer su nerviosismo, y era cada vez más evidente.

—Sé que sois forasteros. Ninguno de vosotros ha estado en esta región antes. De lo contrario, ya sabríais cómo funciona esto.

Con un chasquido, Eva le indicó a la comitiva que continuasen con su avance en una perfecta línea hasta hallarse a tan solo unos metros de separación de la negociadora.

—¿Por qué no nos explicas cómo funciona esto, si tan ignorantes somos? —la presionó Nicole con un inmediato cruce de brazos.

Ada intercambió una mirada de preocupación con su compañero antes de hablar apartando el ya inútil micrófono.

—Este lugar, este pueblo, está incluido dentro de las posesiones terrenales de la Sede. Lucille se ha encargado de mantenerlo en orden, junto con el resto de las infraestructuras alquiladas. Legalmente, es nuestro, y eso es un hecho que todo el que quiera entrar aquí conoce.

—¿Cómo que alquiladas? —habló Alice atónita.

—Eso es lo que he venido a comunicaros. Vivir en este pueblo supone el pago de un alquiler, generalmente en especias.

—Cuando vinimos, no había una puta mierda —espetó M.A con el ceño fruncido—. El pueblo estaba infectado por zombis, y nosotros, NOSOTROS, fuimos los que nos ocupamos de que este sitio fuera habitable. Tu supuesta jefa no ha hecho un cojón aquí, y si realmente existe, no se ha dignado ni a venir en estos meses, ¿y nos dices que tenemos que pagar un alquiler? ¿Por qué sí? ¿Por vuestra cara bonita? ¡¿Y tengo que creer una puta palabra de lo que sale por tu puta boca?!

—Por una vez, coincido con el lisiado —secundó Puma señalando a Ada con el índice—. Chica, me gusta tu pelo, así que te daré un consejo; largaros e intentad estafar a otra persona, porque aquí la gente tiene muy mala leche y no perdonan ni una. Coño, si yo mismo estoy entre rejas a partir de… ya.

Sin mediar palabra, Eva recuperó de su cinturón uno de los molotov y agarró el mechero con indubitables intenciones mientras acuchillaba a Ada con sus pupilas.

—Deberíais escucharle. Tengo una obsesión insana por el fuego, y hace mucho que no quemo a nadie.

Abel agarró a su amiga por la muñeca, angustiado por una repentina presión en el pecho que no le agradaba.

—Ada, creo que hemos sobreestimado la capacidad de esta gente para razonar. Tenemos que volver con Lucille; puede que así les convenzamos.

—Mirad, no tengo nada personal contra vosotros. Yo solo hago mi trabajo. Vais a tener que rendiros a pagar el alquiler tarde o temprano, como ha hecho todo el mundo, y cuantos menos problemas suponga para ambas partes, mejor para todos.

—¡Lárgate!

—¡Fuera!

—¡Este pueblo es nuestro!

—¡Vuelve por aquí y no seremos tan generosos!  

Un coro de desprecios surgió como respuesta a su argumentación. Ada suspiró y se hizo una coleta con su larga y ondulada cabellera naranja, dispuesta a no rendirse.

—Si insistís, tendré que dar parte a la jueza, y se presentará aquí con un comando, uno mucho más real que vuestro intento de asustarme. Forzad mi mano y os arrepentiréis.

—¡¿Nos amenazas?!

—¡No es una amenaza! ¡Es la realidad!

—Ada… 

—¡Ya está bien! Estoy intentando hacer esto por las buenas y no me dais tregua. ¡No pienso moverme de aquí hasta que negociemos las condiciones de vuestra estancia en Rockrose!   

—¡Negocia esto, puta!

—¡¡Ada, cuidado!!

Dos agujeros se abrieron en el pecho de Ada, que cayó con un estrépito antes de ser siquiera consciente de lo que estaba sucediendo.  

La conmoción giró en torno al rubio, quien se encontraba con el brazo extendido exponiendo una pistola humeante y unas escleróticas inyectadas en sangre.

—¡¡¡¿Qué cojones estás haciendo?!!! —chilló Davis arrebatándole el arma con brusquedad.

—¡¡Este es nuestro hogar, y nadie nos lo va a quitar!! ¡¡¡Nadie!!!

—¡¡La idea era amedrentarles, igual que hicimos con los Matados!! —bramó Nicole furiosa—. ¡¡¡¿Es que se te ha ido la puta olla?!!!

Abel se arrodilló junto a su copiloto. Su costillar se había transformado en un río que manaba sangre fresca a borbotones.

—Mierda… ¡Ada, aguanta! ¡Te llevaré con Monique!

—Panda de… Me han… disparado…

—¡No hables!

Alice se asomó curiosa a través de un espacio de la barricada. Tan rápido como pudo, el chico tomó a su compañera entre sus brazos y la colocó con cuidado en los asientos traseros. Solo una frase más pudo ser escuchada después de que montase y arrancase el vehículo.

—¡Os vais a arrepentir de esto, hijos de puta!

A medida que el jeep comenzó a desaparecer en la lejanía, un coro de miradas se posó en la figura de M.A, quien parecía no acabar de entender las terribles consecuencias de su acto.

—¿Qué? 

El jardín del parque principal resplandecía con más belleza que nunca en aquellas matutinas horas. Ornatos de rosas con distintos colores acompañaban a tulipanes y hortensias en la región más septentrional, dalias y lirios adornaban el sur, y entre ellos, un pequeño riachuelo al que ya no le quedaba el más mínimo vestigio de vida.

Todos elementos individuales, inconfundibles, separables; todos despojándose de su esencia individual para constituir un retrato incomparable, apolíneo, digno de ser fotografiado una y mil veces.

—¿Leonard?

Leo se despegó de la ventana, siendo empujado fuera de su ensimismamiento. Tardó un poco en recordar que estaba en la clase de la señorita Anka.

—¿Sí?

—Estaba preguntando sobre vuestra fotografía favorita del arte bélico, y es tu turno.

—¡Va, Lewis, que estás empanao!

—Métete el dedo por el culo a ver si huele, García.

—¡Leonard!

—¡Que te den, pelo mocho!

—¡Carlos! ¡Ya! ¡Silencio! ¡No quiero oír ni una grosería más en mi presencia!

Leo se mordió la lengua para no provocar la ira de la señorita Anka y esperó a que prosiguiera con la lección.

—Leonard, asumo que has leído el artículo de periódico que os dije y has buscado más datos en la biblioteca municipal. Si no vas a venir preparado, no tiene sentido que vengas a esta clase.

—Sí, Leonard, ocupas el sitio de alguien que a lo mejor se lo tomaría más en serio.

—¿Qué he dicho antes, Sandy?

—Perdón, profesora.

Anka suspiró intranquila y se lanzó de nuevo hacia el ensimismado de la ventana.

—¿Y bien?

—Cualquier fotografía de Robert Capa.

—Casi todos tus compañeros han mencionado a Capa. ¿Algo que quieras añadir?

Leonard se acomodó el pelo y se apoyó sobre su mano derecha.

—Bueno, estuvo al pie del cañón en prácticamente todas las guerras que vivió, tomó más de 70.000 negativos de ellas y no murió hasta que pisó una mina por accidente. Se podría decir que era un auténtico superviviente. Si siguiera vivo, estaría ahí fuera, haciendo fotos a los muertos, y a todo lo que no son muertos. Estoy seguro.

—Gran reflexión, Leonard. Definitivamente, vivimos en tiempos difíciles. Muchos consideran esta época como la Tercera Guerra Mundial.

—Es mucho peor que eso, señorita Anka —añadió Leonard con carácter adusto—. Al menos los humanos mueren cuando son bombardeados.

Anka buscó las palabras adecuadas para responder a aquello, pero no halló ninguna. Miró su reloj de pulsera y encontró la excusa perfecta en la hora que marcaban.

—De acuerdo, chicos, la clase ha acabado. Podéis iros.

Como si hubiera desatado un huracán, el bullicio de las sillas y las carteras inundó el aula. Leo recogió con calma su cámara, su cuaderno y sus bolígrafos mientras el resto se marchaban.

—Por cierto, no olvidéis apuntaros al concurso de fotografía. Las mejores se expondrán en el ayuntamiento y los tres primeros recibirán un queso hecho de manos de Loukas.

Leonard se dispuso a salir rumbo a casa, pero su profesora le cortó el paso.

—Espera, tengo que hablar contigo.

—Si es por lo de García, lo siento, pero es que lo hace a propósito para ponerme nervioso.

—No es sobre eso. Es por las fotografías que hiciste para participar en el concurso.

Leo se sentó junto al escritorio de Anka extrañado por su reclamación. La profesora desplegó las imágenes sobre la mesa y observó a su alumno aguardando una explicación cuyo motivo Leo ni siquiera alcanzaba a comprender.  

—¿Qué pasa?

—¿Qué pasa? —repitió Anka con evidente tono de ofensa—. En las dos primeras aparece un zombi con las tripas fuera captado en distintos ángulos como si fuese un objetivo… bello, en otra hay un tipo ahorcado en un árbol, en otra te has hecho una autofoto tumbado en un charco de sangre y la última no sé ni siquiera lo que es.

—Creo que es un perro con un apéndice en el costado parecido a una quinta pata —comentó él con absoluta normalidad.

—Esto es vomitivo, Leonard.

—Es la realidad, señorita Anka. Puede salir ahí fuera y comprobarlo usted misma si quiere.

—Sé lo que hay fuera de esta base, Leonard.

—Por su reacción, no lo parece.

Anka suspiró y se quitó sus gafas de pasta falsas.

—Lo siento, pero no puedo exponer… esto, y mucho menos incluirlas en el concurso. Piensa en todos los niños que tenemos aquí. ¿Qué crees que dirían sus padres? Es más, ¿qué crees que haría Lucille cuando se enterara? Sabes que no lo toleraría. Podría incluso cancelar mi clase.

—Así que no se pueden enseñar unas fotos del mundo de mierda que tenemos, pero sí está permitido extorsionar a la gente.

—Lucille no extorsiona a nadie, Leonard. Es una cuestión de contribución, como una especie de hipoteca.

—Llámalo como quieras.

Consumido por la estúpida conversación, y tratando de evitar insultar a Anka, Leo recogió las fotografías rechazadas y se levantó con intención de marcharse de una vez por todas.

—Puedes enviarme más fotografías antes del sábado, si quieres.

—Paso. Ni siquiera me gusta el queso.

Leo empujó la puerta con el hombro y dejó que se cerrase dando un pequeño portazo.

El colegio se ubicaba en el territorio de una de las plazas de la base a la que habían designado con el nombre de Plaza Azul. Cada vez que terminaba sus clases, tenía que caminar unos quince minutos desde allí hasta su casa. Lo habitual durante aquellas horas es que las calles se hallasen colapsadas por un millar de adultos que vagaban de un lado para otro realizando sus trabajos o por niños que jugaban, pero aquel día estaban casi vacías. Leo comprendió instantáneamente el significado de las desapariciones. Algo malo había pasado. Otra vez.  

—Hey, Leonard.

Levemente despistado, se detuvo para atender a la persona que le había llamado. Cuando se halló más cerca de él pudo darse cuenta de que era Jackson, uno de los informáticos encargados de los sistemas de comunicación junto con su amigo Abel.

—Hola, Jackson.

—Abel me ha mandado a buscarte. Quiere que vayas al hospital.

—¿Ya han vuelto? Es muy pronto —aludió Leo ciertamente preocupado—. ¿Ha pasado algo? No hay ni un alma por aquí.

Jackson se cruzó de brazos, intentando fútilmente que el chaval no pudiese observar a través de su intranquilidad.

—Será mejor que hables con Abel. Él podrá darte más detalles. Esto… no me concierne a mí.

—¿Dónde está el hospital? Nunca he estado.

—¿Llevas un mapa?

—Sí.

Leo descolgó con rapidez su mochila y sacó un mapa de uno de sus bolsillos más pequeños. Pese a haber vivido allí durante unos meses, debía reconocer que aún no se había familiarizado con determinadas regiones de la Sede.

—Zona Blanca, calle 35. Hay un montón de gente aglutinada en la puerta. Lo reconocerás en cuanto lo veas.

—Gracias.

—De nada…

Sin más, Leo salió corriendo hacia el hospital con un envenenado pálpito en su corazón.

Tardó alrededor de unos veinte minutos en llegar hasta el destino marcado, aunque él habría jurado que había sido mucho más. Tal y como Jackson había descrito, los alrededores del recinto estaban abarrotados por un centenar de curiosos que se peleaban por ser los primeros en saber las nuevas noticias pese a que no les afectase en nada.

Leo atravesó como pudo una marea de personas obesas, ancianos con bastón y amas de casa cuchicheando y entró en el recibidor del ala C del hospital. Una mujer morena con moño de no menos de sesenta años se apresuró en aleccionarle por ello.

—Joven, el hospital está cerrado temporalmente. Parece que no ha visto ninguno de los cinco carteles enormes que he pegado en la puerta. Lárguese y revísese los ojos o la atención cerebral, lo que prefiera.

—Está conmigo, Mika. 

Ambos orientaron su visión hacia la fuente del sonido, donde se hallaba Abel apoyado sobre un muro de ladrillo sin pintar.

—Te estaba esperando, Leo.

—¿Cómo sabías que pasaría por aquí? Este hospital tiene como… seis accesos.

—Nueve —corrigió Mika soberbia mientras se encendía un cigarrillo.

—Es donde más gente hay.

—Tiene sentido, supongo —admitió Leonard afirmando con la cabeza.

—¿No cree que no debería fumar aquí? Hay enfermos ingresados.

Mika se recolocó en su silla de cuero y le clavó una mirada a Abel con expresión de ofensa.

—Llevo treinta años trabajando en este hospital, en este puesto, fumando, y nadie va a venir a decirme lo que tengo que hacer o dejar de hacer, mucho menos un informático de pocamonta que se lo tiene muy creído por ser amiguito de una ministra. Ten cuidadito, que tu posición está a punto de cambiar.

—¿A qué se refiere, Abel?

—Vamos al ascensor. Te lo explicaré después.

—¿No te has enterado, enano? Debes ser el único.

—¿Qué? ¿Qué ha pasado?

—¡Cállate, Mika!

La recepcionista expulsó todo el humo de sus pulmones de golpe sin dejar de perforar a Abel con sus pupilas.     

—A la ministra del pelo naranja le han pegado dos tiros en el pecho. Está ahora mismo en la mesa de operaciones, pero vamos, he visto a muchos así entrar aquí. Esa va derechita al hoyo a que se la coman los gusanos.

—¿Qué…? ¡¿Han disparado a Ada?! —exclamó Leo apretando los dientes.

—¡Vieja bruja! ¡Su marido le tendría que haber puesto los cuernos con un par de putas más!

—¡¡Fuera!! —chilló Mika poniéndose en pie con su yugular hinchada—. ¡¡Largaros de mi puta vista o llamaré a seguridad!!

—¡Sí, nos vamos!

—¿Han disparado a Ada? ¿Cómo?

Abel agarró a Leonard por el antebrazo y lo condujo hasta los ascensores de ese ala. Tan solo bastó con que entrasen en uno de ellos y pulsase el botón del noveno piso para que el rubio se deshiciese de su amarre molesto.

—¡¿Vas a decirme algo, Abel?! ¡¿Cómo?! ¡¿Qué…?!

—¡¡Uno de ellos disparó!! —gritó interrumpiendo las réplicas enfurecidas del joven—. No lo esperábamos. Todo pasó muy rápido. Estábamos hablando con esa gente, incluso nos separaba una barricada, y de repente, ella estaba desangrándose en el suelo. Monique ha dicho que hará todo lo que esté en su mano, pero que no deberíamos esperar milagros. Ahora mismo, ella y su equipo se están encargando de Ada.

Leo agachó la cabeza y apretó los puños con tanta fuerza que pensó que iba a sangrar.

—No puede ser… Me dijo que sería pan comido, que no eran más que un puñado de jóvenes y adolescentes en un pueblo pequeño.

—En realidad, ella quería un escolta, pero la jueza se negó por lo que acabas de decir.

—Y ahora se está debatiendo entre la vida y la muerte…

—Vivirá… Debemos tener fe.

—Por muy grande que sea tu fe, Ada no es Superman, Abel.

Abel echó un vistazo al joven con la lástima impregnada en su rostro. Un timbre del ascensor sonó, indicándoles que habían llegado al área quirúrgica.

Inma se sirvió una taza del té que acababa de preparar con tantas convulsiones en su muñeca que derramó la mitad de este sobre la encimera.

—¿Alguien… quiere? —preguntó con voz quebrada ofreciendo al resto. Casi todos corrieron a alzar su mano, por lo que Inma dejó la tetera sobre la mesa para que se sirviesen a su gusto.

Después del incidente con el dúo en la barricada, el grupo se había reunido en la cocina para discutir acerca del dedo escurridizo de M.A, al que habían tenido que arrastrar allí entre insultos y comentarios despectivos o rebosantes de decepción. Incluso a Puma se le había permitido la asistencia a la asamblea improvisada. También se habían visto obligados a mandar a los Matados que habían llegado para trabajar de vuelta a su aldea.

—Sigo sin entenderlo —habló Nicole en un esfuerzo sobrehumano por procesar la actuación del lisiado—. ¡¿En qué jodido puto momento se te ocurrió que era buena idea pegarle dos tiros a esa chica?!

—Y pensaba yo que la de los tacos era Eva —comentó Puma desde el alfeizar de la puerta.

—Tranquilo, que ahora me toca a mí —le tranquilizó ella muy decidida—. ¿Me puedes decir dónde cojones habías dejado el cerebro, M.A? ¿Lo tenías de paseo? Por Dios…

El merecido blanco de las críticas suspiró hastiado, cruzándose de brazos.

—Sé que he actuado mal y que no debería haberlo hecho, no de esa manera tan… impulsiva, pero creedme, nos he librado de dos cantamañanas. Me he cruzado con mucha gente así en mi vida. Ya veréis como no vuelven a molestarnos.

—¿Y si te equivocas? —se encaró Davis con él levantándose de su silla—. Durante todos estos meses, hemos tomado las decisiones que nos afectaban a todos juntos, como un equipo. Es más, hacía mucho tiempo que no veía este nivel de organización y de respeto de unos hacia otros. Y ahora, de repente, tú has decidido ser hostil con esas dos personas sin contar con la opinión de nadie más. Puede que no pase nada o puede que sí pase, pero las consecuencias de un acto que tú, y solo tú, has cometido nos van a afectar a todos, y eso es una realidad imborrable. Criticas a Puma por lo que hace, pero te comportas igual que él, y encima te querrás hacer llamar héroe.

Puma aplaudió con franqueza, quebrando el incómodo silencio surgido tras el discurso.

—Chapó, amigo Davis, chapó.

—No creo que me merezca este desprecio, lancero.

—No es desprecio —se irguió Jessica uniéndose a su novio—. Ha dejado las cosas muy claras, y deduzco que no somos los únicos de esta sala que pensamos así.

Un denso silencio profanó la estancia como apoyo a las palabras expresadas por Jessica. M.A paseó sus pupilas buscando el más mísero soporte entre aquellos que le señalaban acusadores, pero ni siquiera Alice parecía dispuesta a ponerse de su parte.

—Muy bien… 

M.A se tambaleó hasta la salida de la cocina anhelando estar en soledad. Eva rompió su deseo con un grito y un contundente golpe en la mesa.

—¡Hey! ¡¿Dónde coño vas?!

—¡Quiero estar solo! ¡¿También os vais a quejar por eso?!

—No hemos terminado aquí —le aclaro entrecruzando sus pies—. Es un poco ingenuo que pienses que te puedes ir de rositas cuando Puma está encarcelado por menos.

—Respecto a eso…

—¡No ahora, Puma!

—¿Y qué vas a hacer? ¿Me vas a meter entre rejas con este gilipollas?

—Para ser un gilipollas, no soy yo el que ha disparado a lo loco.

—Por el momento, si nadie está en desacuerdo, deja tus armas sobre la mesa. Ya pensaremos luego si hacemos algo más contigo.

—¡¿Me estás requisando las armas?! —voceó M.A tan sorprendido como furioso.

—Eso es exactamente lo que estoy haciendo, sí. Si no eres capaz de controlarlas, no deberías llevarlas encima.

Como era de esperar, nadie se opuso a la proposición forzosa de la castaña. Lejos de aceptar, M.A estampó sus manos contundentemente contra la mesa alrededor de la que se hallaba todo el mundo.

—¡¿Y tú quién te crees que eres para requisarme mis armas?!

Algunos de los presentes intercambiaron miradas de preocupación, temiendo lo que aquella osadía podría desencadenar.

—No te las estoy requisando yo. El grupo lo está haciendo. Si ellos no quisieran, ya se habrían opuesto.

—Dudo mucho que ninguno de estos pringados tenga lo que hay que tener para contradecir a la señorita en algo.

—¡¿Perdón?!

Davis clavó su lanza en el suelo, enfurecido por el juicio que M.A había arrojado injustamente. Por la manera en la que sus amigos le liquidaban con la vista, era evidente que no solo le había molestado a él.  

—¡Te estás pasando, M.A!

—¡Cállate, Maya!

—¡No le hables a mi prima así!

—¡¿Ahora hablas?! ¡Pensaba que solo te dedicabas a escuchar y llorar!

—¡Deja a Inma en paz! —intervino Jessica colérica—. ¡Ya la has cagado bastante! ¡Cierra esa bocaza de una jodida vez!

—¡¿Sabéis qué?! —exclamó M.A señalándoles con altanería—. Si fuera mi hermana Ley quien lo hubiera hecho, o Eva o Nicole, les estaríais aplaudiendo por haberos defendido, como cuando le pegaste un tiro a esa chica en la pierna, pero como soy yo, el mierdas de la prótesis, me tratáis como a basura.  

—¡¡¡Ya basta!!! —aulló Eva poniéndose en pie con tanta velocidad que tiró su propia silla—. ¡¡Estoy harta de oír soplapolleces!! ¡¡Eres como un niño pequeño que solo sabe patalear cuando tiene una rabieta!! ¡¡Nos haces perder el tiempo a todos cuando tenemos que controlarte para que no hagas ninguna gilipollez como la de hoy, y encima te atreves a compararte conmigo, con Nicole, e incluso con Ley, que se sacrificó junto con todo su equipo para que pudiéramos vivir!! ¡¿Cuándo has hecho algo por alguien de manera altruista?! ¡¡¡Joder, acabas de llamarnos a todos pringados; a tu novia, a tus amigos, ¿y aun así te las quieres dar de salvador del día?!!!

M.A bufó como un toro bravo que prepara su embestida.

—M.A… —irrumpió Alice por primera vez en el conflicto—. Cariño, deja las armas y no hagas esto más difícil, por favor.

—¿Cariño? ¿Qué pasa? ¿Ahora te sientes mal por haberme traicionado?

—¿Traicionado? ¿Por no defenderte con esta demencia que estás montando? Has cometido un error, M.A, uno muy grande. Las cosas que haces cuando estás enfadado no son en absoluto para estar orgulloso y, aun así, te las hemos ido perdonando, tratando de comprenderte, de que cambiaras esa actitud, pero esta vez te has pasado de la raya. ¿No te das cuenta de que puedes haber provocado una guerra? Joder, es la primera vez en meses que podemos vivir sin amenazas, sin tener que luchar contra nadie, y nos lo has arrebatado sin más. ¿Por qué narices no pensaste en ninguno de nosotros cuando disparaste esa pistola? ¿Davis, Maya, Adán, el bebé de Jessica? ¿Yo? ¿De verdad no hay nadie a quien quieras lo suficiente como para reconsiderar lo que ibas a hacer?

—Alice, yo…

—Hemos terminado. Nuestra relación se acabó —sentenció con una lágrima deslizándose en su mejilla frente a la estupefacción de los presentes—. Entrega las armas de una vez y deja que podamos seguir con este día de mierda.

—Muy bien.

M.A descargó sus armas y las entregó junto con las sujeciones. Analizó una última vez a los que habían sido sus camaradas de supervivencia sin inmutarse y se marchó hacia su dormitorio endureciendo el ambiente con cada paso que daba.

—Señora, no estoy segura de que eso vaya a ser posible. Todos los equipos están realizando labores de mantenimiento en la zona Roja después de aquella desafortunada explosión.

—¿Y qué hay de Anthony? —consultó Lucille con su ayudante estudiando las variables de las que disponía.

Ogechi revisó apresurada la libreta que siempre llevaba consigo hasta hallar lo que buscaba.

—Va a partir de expedición con el equipo Gamma a investigar los graneros pendientes de la ruta 33 en… una hora.

—¿Cuántos soldados?

—Amm… 27.   

—Más que suficiente. Dile que movilice a su equipo hacia la salida Granate y que prepare los vehículos. Estaré allí lo antes posible. La ruta 33 puede esperar.

—Por supuesto, señora jueza.   

—Por favor, solo Lucille. Te lo he dicho mil veces.  

—De acuerdo, Lucille. Lo siento.

Ogechi guardó el cuaderno algo desubicada y caminó con rapidez hacia las escaleras del área quirúrgica. Lucille la contempló mientras se alejaba. La chica venía bien recomendada, pero aún no se había habituado al puesto, y era más que evidente. Después de todo, tan solo llevaba unas pocas semanas ocupándose de su agenda.

—Con lo buena que era la anterior y le tuvo que dar cáncer. La vida es injusta.

La jueza consultó su reloj. Ya había pasado una hora desde que Ada había entrado en la sala de operaciones. Se sentó a proseguir con la espera, y solo unos segundos después, el timbre del ascensor repicó. No le sorprendió en absoluto la llegada del dúo que salió de sus recovecos. Uno de ellos era Abel, a quien ya había visto rondando por el hospital, y el otro era aquel chico al que sus soldados habían apodado como “el terremoto rubio”. No recordaba bien su nombre, pero sí que vivía con Ada desde que se había instalado en la base. Parecían cercanos por las pocas veces que los había visto juntos.

El terremoto se abalanzó hacia la zona prohibida de la sección en cuanto hubo puesto un pie en el pasillo, haciendo gala de su apodo. Lucille se interpuso.

—La doctora ha dicho que no se puede pasar. Están en mitad de la operación.

Leonard la miró con un evidente rencor y pensó en acusarla de culpable con todas las ideas que iban presentándose en su mente, pero decidió callarse y permitió a Abel conversar con ella.

—¿Cómo va todo? ¿Te han informado de algo más?

—Nada. No ha parado de entrar y salir gente por esta puerta, pero no se han detenido a dar ninguna explicación.

—Eso no es muy buena señal… —espetó Leo sin esforzarse en ocultar su ponzoña.

—Ninguno aquí nos hemos ganado una titulación en Medicina, así que mejor esperamos a la opinión de la experta, ¿no te parece, pequeño? —le aleccionó Lucille tratando de rememorarle a quién se estaba dirigiendo.

—Tranquilo, Leonard, ya verás como pronto está con nosotros.

Abel fue a rodear el hombro del chico con el brazo, pero este lo esquivó y se sentó apoyado en la pared con la mirada perdida en el horizonte. 

—Eso espero. 

Tras haber confiscado a M.A su armamento, Eva y Nicole acordaron junto con los demás que sería mejor tomarse el día libre para calmar los nervios después de lo ocurrido. Casi todos habían optado por encerrarse en sus habitaciones a intentar descansar mientras se martirizaban por lo que podría pasar a continuación. Solo Eva, Puma y Alice permanecían en la cocina.

Alice se alejó de las ventanas desde las que había estado observando la puerta del dormitorio en el que su ya expareja se había encerrado hacía una media hora y se sentó en la mesa junto a Eva, quien llevaba un tiempo comprobando las armas que le había entregado M.A y parecía más inmersa en sus pensamientos que concentrada en la tarea.

—Estoy preocupada —lanzó Alice al aire aguardando cualquier clase de respuesta. Fue Puma quien contestó apoyado en el poyo del lugar mientras bebía té.

—Has hecho lo correcto. No quería decir nada, pero esa relación te estaba consumiendo por completo.

—Bueno, agradezco tu sinceridad, Puma, pero estoy preocupada por M.A, no por mi relación.

—A eso me refiero —insistió él—. Pasas más tiempo pensando en él que en ti misma. Y total, para nada, no va a cambiar nunca, ni siquiera lo hizo por su hermana.

—Creo que no eres el más indicado para decir eso —le recordó Eva sin apartar su vista de las armas.

—Cierto, bastante cierto. A todo esto, ¿ya no quieres encerrarme? Puedo ir a la celda por mi propio pie.

Eva agarró con fuerza la pistola que estaba examinando, y con un sonoro chillido, la estampó contra la ventana, haciéndola añicos. Alice brincó en su asiento mientras la joven se levantaba y se acercaba al gato apuñalándole con una penetrante mirada.

—¡¿Crees que esto es un juego, eh?! ¡A ti te dará igual, porque te importa una mierda todo, pero estamos entre la espada y la pared, y lo último que me apetece es aguantar tus gilipolleces!

—¿Tan jodido lo ves? —intervino Alice atemorizada.

—Sí, Alice, sí… El imbécil de tu novio tenía razón en una cosa, y es que no tenemos ni idea de si esos dos mentían, pero si no mentían, van a venir a por nosotros. ¿O es que no haríais vosotros lo mismo si le pegasen dos tiros a alguien que queréis? ¡Yo les sacaría las cuencas de los ojos!

Alice respiró hondo sintiendo como el miedo se apoderaba de sus células. Eva tenía razón en cada palabra que había dicho.

—¿Y qué hacemos?

—No lo sé… —reveló cayendo derrotada en su silla—. No lo sé, Alice, no lo sé. Esto me supera ya.

Alice intercambió una mueca de preocupación con Puma, y se irguió, decidida, aun sin poder apartar su temor. No iban a poder depender únicamente de la mente estratégica de sus líderes si querían salir con vida de aquel enredo. Necesitaba a todos funcionando a pleno rendimiento.

—Voy a hablar con M.A y traeré a todos aquí.

—¿En qué estás pensando, Alice? —indagó el gato curioso.

—Es hora de volver a poner la maquinaria de hacer planes en funcionamiento.  

Puma escudriñó a la chica que se marchaba hacia el jardín con curiosidad y se aproximó a Eva cauteloso, apoyándose en el respaldo de una silla.

—Quizá deberíamos hacer las maletas y salir de aquí antes de que vengan a buscarnos. Que le den a esa jueza y a los chavales. Empezamos de cero en otro sitio.

Eva hizo un gesto agradeciendo su seriedad.

—Seguimos siendo débiles.

—¿Qué quieres decir?

—Yo soy la primera que quiere un lugar estable para mi hermano, pero cada vez que alguien nos ataca o hay problemas o alguien hace algo impulsivo y la jode, se propone irnos a otro sitio y todo el mundo acepta sin rechistar. Somos débiles porque nunca defendemos lo nuestro, ni el hospital, ni los búnkeres ni nada.

—Nos vamos para evitar que muera gente.

—Joder, Puma, tres de vosotros sois… superpersonas con poderes y esos rollos y, aun así, no hacéis nunca nada. No lucháis. Ni siquiera lo intentáis.

El minino se mordió el labio meditando sobre si debía devolver la ofensiva.

—En serio, no quiero ser hiriente esta vez, pero es la verdad. Sois superhumanos, pero no…

—¿Crees que esto es agradable? —le espetó finalmente—. No soy un supernada, Eva. Soy… somos muertos a los que se les ha negado su descanso, pululando por un mundo al que ya no pertenecen, conduciendo a los demás a un destino que nos rechaza constantemente, y cada vez que intentamos actuar como humanos viene alguien a recordarnos que no lo somos. ¿Piensas que a mí me gustó que invadieran mi hospital? ¿Y qué iba a hacer yo? ¿Decirle a los mutantes que no podía sentir el dolor de sus heridas? ¡¿Crees que hubiera servido de algo?! ¡¿En serio?!

Eva se paró en seco, analizando sus palabras.   

—Bonito monólogo, pero es solo hipocresía después de lo que hiciste con Maya.

—Ah, por Dios…

Un chillido que se extendió por toda la casa heló su sangre. Eva y Puma se miraron y corrieron al unísono hacia la fuente tras desenfundar sus armas. En la entrada del dormitorio de M.A, Alice lloraba desconsolada tirada en la hierba señalando al interior con balbuceos a las personas que se acercaban confusas. El dúo alcanzó la escena justo a tiempo para observar a Davis empujar la puerta y que todos sus sentidos se quebraran.

De una viga en el techo, el cuerpo de M.A se balanceaba dantescamente.

Las puertas de quirófano se abrieron con un quejido de ultratumba. Leo saltó del suelo como despedido por un resorte casi tan rápido como Lucille y Abel. La cirujana se dispuso a informar, pero ni siquiera era necesario. Su cara lo expresaba todo.

—Jueza… Hemos hecho lo que hemos podido, pero… no ha sido posible. Lo siento.

—No, no, no, no… 

Leonard apretó los puños con fuerza, impotente. Quería chillar hasta vaciar todo el oxígeno de sus pulmones, pero sabía lo que podía pasar si lo hacía delante de ella, así que simplemente se marchó corriendo por las escaleras esforzándose por no llorar. Nadie lo detuvo.

—Gracias por todo, Monique. Id a descansar. Debéis estar exhaustos.

Con un ligero gesto de simpatía, la cirujana se retiró de nuevo al interior. En cuanto se fue, la jueza agarró su busca y envió un mensaje mientras contemplaba a Abel apoyado en la pared con el rostro descompuesto. Se acercó a él y posó la mano sobre su hombro con ternura.

—No es momento de llorar, Abel. Es momento de contraatacar. Sé fuerte.   


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