Big Red Mouse Pointer

lunes, 19 de agosto de 2013

NH2: Capítulo 015 - Pesadilla.


Una hermosa y joven adolescente cuya edad rondaba los catorce años, de cabello largo y ondulado, así como profundos ojos marrones a juego con el color de su cabello, caminaba descalza entre los dorados campos de trigo cerca de las afueras de Stone City. Ataviada con un vestido blanco de tirantes, la joven paseaba entre los campos dejando que sus dedos se deslizaran sobre las finas hebras del trigo sembrado a ambos lados del camino. Una suave brisa de verano mecía sus largos cabellos y su delicada piel se calentaba con los cálidos rayos del sol.

Tras caminar durante un rato y abandonar el campo, llegó hasta una pequeña elevación del terreno, y bajo un gran árbol que proyectaba una buena sombra, se encontró con un joven vestido con ropa de verano recostado en el tronco, descansando tranquilamente. En el hermoso rostro de la muchacha se dibujo una amplia sonrisa, y tras subir el relieve, se sentó al lado del joven, de su misma edad, y expresó una tierna mirada al contemplar su tranquilo rostro durmiente. Debía haberse dormido mientras leía a juzgar por el libro abierto que había sobre sus piernas.

La joven se acercó al rostro del chico y aprovechando que estaba dormido, le besó dulcemente en la mejilla. El joven comenzó a despertarse lentamente y ella se apartó bruscamente, poniéndose de pie y alejándose unos pasos mientras le daba la espalda.

–Am, estás aquí Crystal, no te había oído llegar. –dijo el joven.

–No me extraña, te quedaste dormido mientras leías, Davis –dijo la castaña girándose para mirarlo.

Crystal miraba al joven con una dulce sonrisa llena de sentimientos profundos hacia el joven. Detrás de ella se contemplaba una hermosa puesta de sol en el cielo anaranjado, los dorados campos de trigos y una brisa de verano mecían débilmente los cabellos de la joven.

Aquella escena hizo que Davis se ruborizara sin darse cuenta. Sentía algo por ella e intuía que era correspondido. Sin embargo la inseguridad que ambos sentían impedía cualquier tipo de declaración formal entre ellos.

La joven volvió a darle la espalda mientras Davis se quedaba embobado mirándola. Crystal permaneció mirando cómo los campos de trigo se mecían con el viento, ante aquella magnífica puesta de sol. Entonces le preguntó al joven:

–Davis, ¿tienes a alguien especial en tu vida?

El joven lo pensó durante unos momentos.

–No… Bueno, te tengo a ti como amiga. Te aprecio muchísimo, si es eso a lo que te refieres.

–Entiendo, yo también te aprecio mucho como amigo...

Entonces Davis notó como el cielo y el sol tomaban una coloración rojiza intensa y vio como la hierba bajo sus pies comenzaba a marchitarse lentamente. El joven no supo reaccionar en aquel mismo momento, pero sí lo hizo cuando un fuerte olor a quemado y un intenso calor le sorprendió a sus espaldas. El joven se giró y vio que el frondoso árbol en el que había estado apoyado unos momentos antes estaba ardiendo entre furiosas e intensas llamas.

El joven contempló aquel suceso boquiabierto. Sencillamente no entendía lo que estaba ocurriendo delante de sus ojos. Cuando se volvió a girar para mirar a Crystal, ésta le seguía dando la espalda sin decir palabra. Los campos de trigo habían desaparecido, pasto del fuego que de un momento a otro se había extendido por todo el lugar. El cielo comenzó a llenarse de oscuras nubes de humo. En la lejanía, podían apreciarse los edificios de Stone City, envueltos en violentas lenguas de fuego. Pero lo más impactante fue el violento sonido que provenía del cielo. Acto seguido, una intensa luz blanca cegó por completo a Davis y le obligó a apartar la mirada casi con violencia. Cuando se atrevió a volver a abrirlos, contempló a lo lejos la enorme llamarada, idéntica a la que sin duda habría provocado una explosión atómica. La onda expansiva no tardó en recorrer el lugar en cuestión de segundos, lanzando a Davis contra el tronco que había dejado de arder para dejar paso a una estructura carbonizada que distaba mucho de parecerse a aquel frondoso árbol que había existido tan sólo unos segundos antes.

El joven se levantó, intentando ignorar el intenso dolor que atravesaba su espalda. Crystal era todo lo que tenía en mente. Allí estaba ella, de pie frente a él, completamente inmóvil. La piel de su espalda se había levantado, presentando graves quemaduras y ampollas abiertas de las que manaba un oscuro y purulento líquido. Su pálido vestido había quedado cubierto por las cenizas desprendidas de la corteza del árbol. Sin embargo, lo que hizo que a Davis se le encogiera el corazón fueron las manchas de sangre seca que cubrían sus ropas. El joven se puso en pie y gritando el nombre de la joven corrió hacia ella. Ésta comenzó a girarse en su dirección, dejando ver su rostro gravemente quemado. El iris de sus ojos se había apagado. Su mirada se había perdido por completo en el más oscuro vacío. La piel de sus mejillas, antes rosadas y lisas, ahora se había tornado grisácea y desprendía un olor putrefacto.

Davis se detuvo en seco y hasta retrocedió unos pasos al contemplar como Crystal comenzaba a caminar lentamente hacia él, balanceándose y emitiendo un curioso gemido. El asustado muchacho no sabía qué hacer. Aquel monstruo con la apariencia de Crystal se estaba acercando peligrosamente a él.

–Crystal… ¡Detente! ¿¡Qué haces!?

Pero la muchacha ya se había lanzado encima de él, arrojándolo al suelo en un desesperado intento de hincar sus putrefactos dientes en su cuello. Davis forcejeó con el zombie en el que se había convertido su más preciada amiga. Los largos y sucios cabellos de Crystal caían sobre el rostro del joven, quien aullaba suplicando una ayuda que jamás llegaría.

Crystal gruñía como un animal salvaje sin dejar de abrir y cerrar la boca, haciendo castañear los dientes con fuerza mientras agarraba entre sus manos el cuello del muchacho, arañándolo con sus largas y negras uñas. Davis colocó el pie en el estómago de la joven y de un impulso se la quitó de encima.

Entonces, sin que nada pareciera tener sentido, el físico y la vestimenta de Davis cambió por completo y se convirtió en un joven de veintiún años que, por puro instinto, desenfundó la pistola de la funda de su cintura y apuntó a aquel ser. Crystal se puso en pie y lo miró a través de la membrana blanquecina que cubría sus globos oculares, dotándola de un aspecto terrorífico. Ella seguía siendo el mismo monstruo sacado de una pesadilla.

La criatura corrió hacia el joven, que alzó la pistola entre sus manos y descerrajó un balazo en mitad de su frente sin titubeo alguno.

El cuerpo de Crystal se desplomó en el suelo como un títere al que hubieran cortado los hilos. Davis se acercó con precaución al cadáver de la joven y se agachó para examinarla. No entendía cómo podido haber ocurrido aquello, ni siquiera sabía cómo había llegado hasta allí ahora que comenzaba a pensarlo. Entonces se fijó en que la hierba muerta que había a sus pies, al igual que los campos de trigo de los alrededores, estaban comenzando a desaparecer ante sus ojos. La tierra se oscureció aún más si cabe, oscureciéndose tanto como el mismo carbón. Del cielo comenzó a caer ceniza y el suelo comenzó a abrirse en finas grietas bajo sus pies. El firmamento había desaparecido sobre el denso manto de humo. A su espalda, tras el cadáver del árbol carbonizado, se divisaba una ardiente Stone City. El olor a quemado cargaba el aire que respiraba y un inquietante silencio pareció cubrirlo todo.

Davis echó un último vistazo al cadáver zombificado de Crystal. Los recuerdos comenzaron a abrirse paso por su memoria. Por fin recordaba toda su aventura en Stone City. No era la primera vez que acababa con una de esas cosas. Ni siquiera había sentido pena al apretar el gatillo. Aquel cuerpo no era más que un monstruo, una simple cáscara de la persona que había sido en vida.

Fue entonces cuando un sonoro coro de tétricos gemidos sobresaltó al joven que, desde el terreno elevado, se asomó para observar la zona donde antes se habían encontrado los campos de trigo. Lo que contemplaron sus ojos lo horrorizó por completo.

Cientos, miles, tal vez millones de muertos vivientes caminaban hacia el relieve en el que Davis se encontraba. Mirase donde mirase, aquel inmenso océano de muertos viviente de piel negruzca y grisácea lo rodeaba por todas direcciones. En un principio parecía que únicamente se desplazaban con su lentitud característica, pero entonces vio que de entre aquel mar de carne putrefacta, decenas de frenéticas criaturas se abrían paso a toda velocidad, corriendo entre el gentío de muertos, empujando a sus congéneres más lentos para llegar antes hasta Davis, aullando al negro firmamento como animales rabiosos.

Davis alzó el arma y comenzó a disparar bala tras bala, acertando en el cráneo de aquellos que se aproximaban peligrosamente. Pronto se dio cuenta de que el cargador de su arma se había quedado seco. Entretanto una de aquellas criaturas había escalado el relieve a toda velocidad en una desesperada carrera por lograr el primer pedazo del joven, que ya se hallaba aguardando la acometida, armado únicamente con sus propias manos situadas en posición defensiva.

Cuando el no muerto estaba a punto de echársele encima, el suelo se desquebrajó y el relieve comenzó a elevarse entre crujidos de rocas y tierra. El zombie cayó rodando colina abajo mientras Davis flexionaba sus rodillas para mantener a duras penas el equilibrio. Cuando el temblor se detuvo, el relieve parecía haber crecido varios metros de altura.

Entonces el joven se asomó a un saliente rocoso que se había formado en la cima del relieve y miró hacia abajo, contemplando nuevamente el océano de no muertos que deambulaba por la oscura y agrietada tierra, perdiéndose en el horizonte, más lejos de lo que su vista podía llegar a alcanzar.

Davis vio como los zombies comenzaban a trepar por el relieve, pero justo entonces el suelo volvió a romperse bajo sus pies y el rocoso saliente se vino abajo como un castillo de naipes. El joven cayó desde la cima gritando de puro pánico sin poder dejar de contemplar el mar de garras y bocas hambrientas que lo esperaban más abajo, eufóricos por recibirlo entre sus fauces. En cuestión de segundos el cuerpo del joven se estampó contra el suelo, en medio de los zombies, quienes ya se lanzaban a devorarlo...


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Davis se despertó y se incorporó de golpe sobre su colchón. Su corazón latía muy deprisa. Le tomó unos momentos reconocer que todo aquello había sido tan solo una pesadilla. El joven se llevó las manos a la cabeza recordando a Crystal, y no pudo evitar pensar en qué hubiera sido de él si hubiera acabado teniendo aquella relación en vez de la de Matt. Aquella chica la había conocido durante aquellos siete largos años en los que Matt había abandonado Stone City. El joven echó un vistazo a la estancia y tras encontrar la linterna, la encendió. La luz comenzó a iluminar las sombras de la estancia hasta localizar la cuerda de la persiana, la cual subió, dejando que la luz del sol entrara por la ventana.

Davis apagó la linterna y abandonó la habitación. Mientras recorría el pasillo se encontró con Karen, quien parecía haber terminado de darse de una ducha a juzgar por su pelo mojado.

–Buenos días Sace. ¿Y Kyle?

–Buenos días. Supongo que sigue dormido. Ayer fue el último en irse a dormir. Se pasó gran parte de la noche intentando forzar ese maletín.

–Sí, supongo… Bueno, pues vamos a desayunar. Zoey y Matt estaban preparando el desayuno hace un rato. Ya te imaginas qué habrá y en qué cantidad. –dijo Karen con una sonrisa.

–Me imagino. Tenemos alimentos de sobra, pero como bien sabes, debemos hacer que duren lo máximo posible. No sabemos cuándo podría ser la próxima vez que consigamos más suministros. Bueno, voy a asearme. Ahora voy al salón.

Karen y Davis se despidieron brevemente y siguieron cada uno su camino. En el salón, Matt y Zoey ya habían tomado su ración y esperaban al resto sentados en unos viejos sillones.

–Entonces, ¿Kyle no pudo abrir ese maletín? –preguntó Zoey.

–No, me pregunto qué será lo que tendrán los de Esgrip ahí metido. Puede que nunca lo averigüemos y casi que prefiero que sea así... Nos costó un infierno encontrar aquella salida oculta y salir por piernas de aquel lugar, pero por suerte, pudimos aprovechar que los zombies habían abandonado las casas para registrarlas y así encontrar mas provisiones y las pastillas que necesitábamos para el agua. Fue un golpe de suerte.

–Entiendo, pero oye, ¿no te pica la curiosidad? Los dos trabajamos para Esgrip antes de todo esto y no puedo dejar de preguntarme qué demonios sería tan importante como para que esos presuntuosos decidieran guardarlo en un refugio subterráneo justo cuando estalló toda esta pesadilla. Soy bastante curiosa ¿sabes? –dijo Zoey bajando la voz.

–¿Nunca has escuchado que la curiosidad mató al gato? –contestó Matt arqueando una ceja.

Kyle finalmente despertó y fue caminando hasta el pasillo. Allí se encontró con Karen, que acababa de salir de la habitación que compartía con Zoey. Ambos se saludaron y fueron al salón con Matt y Zoey. Al cabo de un rato, Davis salió del baño descalzo, vestido únicamente con un pantalón vaquero negro y con su pelo húmedo peinado hacia atrás.

El joven volvió al cuarto en el que dormía, y prefirió ordenar sus cosas antes de ir a desayunar. Hoy iban a una ciudad cercana a reanudar el saqueo. Esperaba que los recursos de aquel lugar les durasen un buen tiempo, pero además, también estaba el asunto de encontrar una mejor protección para el grupo.

Davis agarró su bandolera, con tan mala suerte que su contenido se volcó por el suelo al descolgarla de la percha en la que la tenía colgada. Una ganzúa, una brújula, una caja de cerillas, una navaja multiusos, un reloj de muñeca, una pequeña caja de madera, un modesto medidor de radiación y la última caja de balas que le quedaba para sus pistolas duales, Glock 18.

El muchacho comenzó a recoger aquel desastre, comenzando por el contenido desperdigado de la pequeña caja de madera. Un llavero de un oso de peluche con el nombre de “Tom” inscrito en él, una foto de Davis con sus amigos Allen y Riliane de hacía varios años, una foto de los padres y la hermana del joven y la foto que había recogido del cadáver de Allen, la cual tenía escrito un mensaje en el reverso en el que el joven le pedía perdón a una tal Dyssidia. En la foto salía el rubio con su hermana Riliane y otras chicas. Una última foto con todo grupo sonriente en mitad del invierno cerraba aquel baúl de recuerdos tan peculiar.

Davis cogió la última foto y la examinó durante un momento. En ella salían Matt, Zoey, Karen, Kyle y el propio Davis, junto a otras personas. Una hermosa y joven mujer rubia con el cabello recogido en una coleta sonreía al lado de Davis. Nicole. Junto al resto de sus compañeros, aparecían los rostros sonrientes de los amigos de la rubia: una joven asiática llamada Emi, un hombre barbudo que parecía ser el más mayor de todos ellos y que respondía al nombre de Morís, un afroamericano llamado Nick, y una mujer de largos cabellos castaños, Débora.

La foto había sido tomada el treinta y uno de diciembre del dos mil doce en un parque a medio día. Detrás de los retratados se podía apreciar una gran fuente, y más allá, podían distinguirse las tiendas con sus adornos navideños decorando sus escaparates. Varios miembros de la foto llevaban en sus manos sus compras navideñas. Recordaba cómo habían planeado pasar aquel fin de año todos juntos en el apartamento de Nicole. Una semana más tarde, después de aquello, Emi había tomado la decisión de trasladarse a Japón para visitar a su familia y Morís tenía planeado visitar España con el mismo objetivo que su compañera.

Davis sonrió recordando aquel día y guardó la foto con el resto de sus pertenencias en la pequeña caja de madera, a la que devolvió a su bandolera. Agarró su cinturón con las fundas de sus Glocks para dejárselas por fuera del traje de radiación, y dejó todo sobre su colchón. Poco después de reunirse con el resto y haber terminado de desayunar, Karen colocó un mapa plastificado sobre la mesa y todos se reunieron para contemplarlo.

–Bien, la noche anterior hablamos de ir a esta ciudad. Es pequeña y nos cae más o menos cerca. Tardaremos unas horas en llegar a pie, ¿qué os parece? –preguntó Karen señalando un punto en el mapa

Nadie hablaba. De repente todos guardaban silencio.

–Chicos, no tenemos todo el día. Ayer lo planeamos así, ¿habéis cambiado de opinión? –dijo la castaña cruzándose de brazos.

–Por mí no hay problema. Al fin y al cabo fui yo quien propuso la idea de irnos a una ciudad en busca de un refugio más sólido, rodeado de nuevas zonas que poder saquear. –comentó Matt.

–Entonces venga, vámonos... –comentó Zoey con pocas ganas.

–¿Ocurre algo? –le preguntó Karen.

–Es que estoy harta de esta mierda. Siempre moviéndonos de un lugar a otro… –contestó con un suspiro.

–Pues acostúmbrate princesita. En esta vida es lo que te espera. Si tan harta estás, siempre puedes salir al exterior a dar un paseo bajo la radiación o hacer un picnic con nuestros amigos los mordedores. Después de eso no necesitarás moverte demasiado. –comentó Kyle claramente molesto ante el comentario de la joven.

El grupo lo miró con sorpresa. Kyle no era de los que solía hacer ese tipo de contestaciones. Sin añadir nada más, el hombre se alejó de sus compañeros y fue hacia una de las ventanas que daban al exterior. Davis sabía que Kyle no era el mismo hombre que había conocido en Stone City. Poco después de que toda la humanidad se viera arrastrada hasta el borde de la extinción por culpa de los zombies y la radiación, Kyle perdió a su mujer y a su hijo a manos de los muertos. Pero lo más duro para él fue el hecho de ser él mismo el ejecutor de su propia familia. A raíz de aquello, Kyle había perdido las ganas de seguir viviendo y se volvió una persona más fría, incluso con sus propios compañeros. Davis se veía de vez en cuando reflejado en Kyle. Él sabía mejor que nadie por lo que había pasado su compañero.

El joven recordó como tiempo atrás le había costado tanto salir de la ciudad con él, prefiriendo arriesgarse a morir en las calles en la que se asentaban a tener que buscar la mejor manera de sobrevivir alejándose de las zonas urbanas. Su grupo y el de Nicole habían permanecido en la ciudad cuando la radiación había hecho su aparición, y poco a poco, los ataques de los zombies se intensificaron y el caos estalló debido a la escasez de agentes del orden y militares.

Nicole, Débora y Nick trabajaban como voluntarios con lo poco que quedaba de los servicios públicos de la ciudad, formado por algunos policías y médicos que atendían a los ciudadanos malheridos. Muchos de aquellos ataques eran debido a grupos de rebeldes que intentaban tomar el control de la ciudad por la fuerza ante la pasividad de las fuerzas de policía.

Fue Nicole quien les entregó a Davis y a los suyos los trajes para protegerse de la radiación. Después de eso no tardaron mucho en recoger los suministros y abandonar las ciudades bajo el temor de que la catástrofe de Stone City pudiera repetirse. Pero Nicole y sus compañeros prefirieron quedarse atendiendo a los civiles y aquella había sido la última vez que se vieron.

Davis sacudió la cabeza para espantar los recuerdos inoportunos y se preparó para el viaje. Cada uno de sus compañeros fue a comprobar su equipo antes de partir.

Zoey recorrió el pasillo que dividía las habitaciones y se paró delante de la habitación de Davis y contempló al joven con una detallada mirada, fijándose fervientemente en el torso desnudo del joven, sus abdominales y pectorales, los bíceps de sus brazos... Sabía que a Davis le gustaba cuidarse, y sus sesiones de ejercicio matutinas le mantenían en forma, convirtiéndole sin saberlo en un imán para Zoey y sus más lujuriosos deseos. Ésta siguió contemplándole en silencio, imaginando cosas que hubieran hecho enrojecer a cualquiera. Pero entonces se vio sorprendida por Matt, quien llevaba rato observándola desde la mitad del pasillo.

Éste se asomó y vio al joven terminando de equiparse con el traje para la radiación y el resto de su equipamiento. Zoey se marchó del lugar sin decir nada, pero Matt la siguió hasta su habitación.

–¿Por qué le mirabas de esa manera? –preguntó Matt.

–Mmmm, ¿sabes? Sace no está nada mal físicamente. –le comentó con una sonrisa pícara.

–¿Qué coño estás diciendo? –dijo Matt molesto.

–Nada Matt, solo que creo que Sace tendría que probar a una buena mujer. Entiéndeme, hace mucho que no pruebo a un hombre ¿sabes? Además, creo que es bisexual ¿no? Pues creo que no le vendría mal probar a una mujer como yo. –dijo antes de romper a carcajadas–. Vosotros dos rompisteis la relación hace mucho tiempo, así que está libre ¿verdad? Seguro que tentándole con mis dotes femeninas acabará cayendo en mis brazos como todo hombre. ¿Crees que sucumbirá a mis encantos si me insinúo lo suficiente?

Matt sintió como un gran sentimiento de ira se apoderaba de él, pero intentó contenerse mientras cerraba los puños con fuerza.

–¿Y qué pasa con Kyle? ¿Por qué no te largas a molestarlo a él?

–¿Kyle? Hum… Tampoco tiene un mal físico, pero está tan arisco que no merece la pena acercarse a él. Además, no se dejaría, sigue siendo fiel a su esposa muerta. Una pena la verdad... Además, Sace no está nada mal, me gustan los chicos más jóvenes que yo.

–Te aconsejo que no te acerques a él... –le advirtió Matt en un tono amenazante.

Zoey con el dedo índice recorrió el torso de Matt desde el pecho hasta el ombligo, dibujando una línea imaginaria en la camiseta del joven sin dejar de poner aquella mirada burlona que tanto le gustaba poner.

–¿O qué?

Matt sin poderse contener más, agarró a Zoey del cuello y la estampó contra la pared, procurando hacer el menor ruido posible.

–No estoy de broma Zoey...

La joven al sentir como Matt empezaba a apretar con fuerza su cuello, trató de liberarse encajando un rodillazo en el estómago del joven. Éste la soltó y se alejó un poco de ella, guardando las distancia. Aquel rodillazo no había sido la gran cosa. Le habían llegado a golpear mucho más fuerte en el pasado.

La respiración de Zoey se había acelerado y tenía las manos alrededor de su cuello enrojecido. Se arrodilló en el suelo y miró peligrosamente a Matt mientras se ponía en pie y sacaba del bolsillo trasero de su pantalón una pequeña navaja. Con un movimiento fugaz se puso al alcance de Matt y comenzó a lanzar navajazos directos al rostro del joven. ¡Aquella mujer no estaba jugando! Matt esquivó los navajazos sin dejar de retroceder, esperando su oportunidad. Tras una acometida especialmente brutal, la cual esquivó por puro instinto, consiguió sujetar con fuerza la muñeca de Zoey, torciéndosela con rapidez y obligando a la enfurecida mujer a soltar su arma. La navaja golpeó el suelo, lejos del alcance de Zoey, pero Matt seguía sujetándola con fuerza, impidiendo que aquella mujer pudiera volver a atacarle.

–¡¡¡Si no me sueltas le diré al resto lo de tu diario!!! ¡¡¡Sé dónde lo tienes oculto y seguro que no te gustaría que los demás lo leyeran y descubrieran todo sobre ti!!! –bramó Zoey fuera de sí.

Matt la soltó y la mujer volvió a ponerse en pie, alejándose en esta ocasión del joven.

–Dudo que quieras hacerlo. En ese diario también se te menciona.

–¿Acaso crees que me importa? ¡Paso de estos idiotas! Sólo estoy con ellos para aumentar mis posibilidades de sobrevivir, pero soy perfectamente capaz de ocuparme de mí misma. ¡Eres el único que tiene algo que perder aquí si todos, y en especial Sace, leen ese diario y descubren todas esas mentiras que les has estado contando durante estos años!

Matt se quedó en silencio sin saber qué decir. La conocía perfectamente y no tenía ninguna duda de que sería capaz de hacer algo como eso con tal de vengarse. Fue entonces cuando alguien llamó a la puerta y ambos se quedaron completamente en silencio, con el temor de que pudieran haber oído su discusión.

Karen abrió la puerta y vio a Zoey agarrándose la muñeca derecha con gesto molesto.

–¿Ocurre algo?

–La torpe de Zoey… Tropezó y cayó al suelo. Nada más… –respondió Matt antes de salir por la puerta sin darle más importancia de la aparente.

Un rato después, el grupo ya estaba preparado. Aquel grupo de supervivientes abandonó lo que fue su refugio durante tanto tiempo, cargando cada uno con sus propias pertenencias y los suministros que habían conseguido reunir.

Davis llevaba en la mano izquierda el misterioso maletín. Matt y Kyle iban en medio del grupo, mientras que Karen y Zoey, armadas con un machete Kukri y un hacha respectivamente, encabezaban el grupo, cerrado por Davis con sus Glocks. Con esa posición habían decidido proteger los preciados víveres en un triángulo isósceles invertido.

Tras medio día caminando, con sus respectivos descansos, llegaron a un bosque que había cerca de la ciudad. En cuanto lo atravesaran, habrían llegado a su destino.

Ya había atardecido cuando se internaron en el bosque. Todo parecía desierto y tranquilo. Los árboles secos y podridos hacía tiempo que habían perdido sus últimas hojas, y las pocas que no habían sido arrastradas por el viento permanecían en el suelo a merced de los elementos. El grupo se paró a descansar cerca de un río del que manaba un aroma putrefacto, sin duda alguna, contaminado por la radiación y otras pestilencias del terreno.

Mientras el grupo se detenía a hacer un descanso, Davis decidió explorar la zona cercana al río mientras sacaba de su bandolera el medidor de radiación. El diminuto monitor mostraba una cifra tan preocupante como elevada. El joven no quería ni pensar en las consecuencias de estar expuesto sin los trajes en una zona como aquella, aunque fuera a corto plazo. Debían moverse cuanto antes.

Davis devolvió el medidor a la bandolera y se dispuso a volver con el grupo cuando al girar la cabeza vio algo moviéndose al otro lado del río. Al principio pensó que se trataba de otro zombie más, pero entonces lo vio arrodillarse en la orilla y meter la cabeza en el agua como lo haría cualquier humano sediento. Cuando aquel ser terminó de saciarse, sus ojos se encontraron con los de Davis de forma casi automática. No parecía en absoluto sorprendido por su presencia. De hecho, parecía estar enarbolando algo parecido a una sonrisa. Davis sintió un escalofrío atravesando su columna demasiado tarde. Había algo detrás de él...

El tiempo pasó y el grupo comenzó a preocuparse por la ausencia de Davis. El joven no solía alejarse demasiado, y mucho menos permanecer ausente tanto tiempo sin regresar para informar antes de lo que fuera que había descubierto. El grupo se puso en marcha y se encaminó al último lugar donde se había dirigido el joven. No tardaron en encontrar las huellas de sus botas en la tierra húmeda cerca de la orilla.

–No puede haber ido muy lejos. –dijo Kyle buscándolo con la mirada.

Matt permanecía en silencio, examinando las huellas con detenimiento. Dos años viviendo en aquel mundo infernal obligaban a uno a aprender hasta las nociones de rastreo más básicas. Rápidamente se dio cuenta del grave problema que tenían entre manos.

–Está cerca, pero tenemos que encontrarle rápido. –dijo poniéndose en pie–. No está solo...

–¿Cómo que no está solo? –preguntó Karen.

Matt apuntó con el dedo al otro par de huellas que había cerca de las de Davis. No se apreciaban con tanta claridad como las del joven, pero allí estaban. Pertenecían a un par de pies descalzos. Y unos tremendamente grandes a decir verdad. Matt podía haber metido sus dos pies en el interior de esa huella sin tocar sus bordes. Era sorprendente que alguien de aquel tamaño no dejase un rastro más claro sobre el terreno.

De repente todo pareció quedarse en el más absoluto silencio, y una extraña e incómoda sensación se apoderó de todos y cada uno de ellos. Por un instante, los árboles muertos de su alrededor parecían susurrarse entre ellos.

–¿Notáis eso? –preguntó Zoey recorriendo la línea de árboles con la mirada.

–Sí. –respondió Kyle apretando con fuerza sus puños–. Nos están observando...

Karen sujetó el hacha entre sus manos con fiereza mientras Zoey hacía lo propio con el machete, vigilando la espesura en busca de cualquier movimiento. Fue entonces cuando Matt se percató del repentino gorgoteo que venía del río. Con pasos lentos, se aproximó a la orilla y divisó varias burbujas explotando en la superficie del agua. Miró fijamente bajo aquella capa transparente de agua y se encontró con un par de ojos que lo miraban desde el fondo.

El sorprendido hombre se echó hacia atrás instintivamente justo cuando algo con forma humanoide atravesó la espesa corteza de agua contaminada y cayó sobre él con la furia de un animal salvaje. Un intenso dolor sacudió su estómago y de repente se vio volando por los aires hasta dar con su cabeza en el tronco caído de un árbol, quedando instantáneamente fuera de combate.

La extraña criatura se irguió orgullosa y proclamó a los cielos su victoria con un molesto y penetrante chillido que heló las venas de los miembros del grupo, quienes habían sido incapaces de reaccionar ante aquella aparición repentina. De los árboles comenzaron a surgir las siluetas de media docena de seres como aquel. Con un aullido conjunto, aquellos monstruos deformes se lanzaron a capturar a los últimos miembros del grupo.


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Davis abrió los ojos con cierta pesadez. Estaba tirado en el suelo boca abajo y sentía que la cabeza le iba a estallar. Aquel ser deforme le había pillado totalmente desprevenido. Un solo golpe en seco y se había desplomado como un saco de patatas. La visión borrosa y la herida abierta bajo la nuca se añadían a la lista de malestares de los que fue consciente en cuanto intentó ponerse en pie. Estaba demasiado aturdido para pensar en sus compañeros.

Sus ojos tardaron unos instantes en acostumbrarse a la tenue iluminación de aquel ambiente, alumbrado parcialmente por un par de antorchas situadas fuera de su alcance. Fue entonces cuando cayó en los barrotes de madera tallada y en la rugosidad de las paredes. Parpadeó varias veces para asegurarse de que no se trataba de una ilusión. Aquello era el interior de una cueva, pero además, ¡estaba encerrado en una maldita celda!

Asustado, se percató de que ya no llevaba puesto el traje protector y tampoco llevaba encima ninguna de sus otras pertenencias. A su mente acudió el espantoso recuerdo del rostro de aquel ser sacado de una historia de terror. ¿Dónde demonios le habían llevado? ¿Y qué era ese apestoso olor?

–¿Ya has despertado?

Aquella voz femenina sobresaltó al joven. Se giró y contempló a una mujer cuya mirada permanecía oculta bajo la visera de una gorra verde. Los pantalones de camuflaje desgastados y la camiseta de tirantes negros medio raída le otorgaban un aspecto duro, a pesar de su extrema delgadez. También se dio cuenta de que aquel desagradable olor provenía de una de las esquinas de la celda, donde había yacían acumulados un gran número de excrementos humanos. Davis reprimió una arcada llevándose la mano hacia la boca.

–¿¡Qué demonios es este sitio!?

La mujer se llevó un dedo a los labios mientras hacía aspavientos con la otra mano.

–Cállate. Lo último que necesitamos es atraer la atención de los mutis. –ordenó la mujer con fiereza sin dejar de observarle.

–¿Mutis? ¿¡Y qué coño es un muti si puede saberse!? ¿¡Quién cojones eres tú!? –preguntaba el joven histérico.

El rostro de la mujer cambió por completo y Davis tuvo que seguir su mirada hasta la inmensa sombra proyectada en la pared exterior de la celda. Era uno de aquellos seres.

–¡Silencio, joder! –susurró la mujer enseñando los dientes.

Davis se dio la vuelta y retrocedió ante la inminente llegada de aquella cosa. Pasara lo que pasara, no iba a ponérselo tan fácil esa vez. Buscó con la mirada algo con lo que poder defenderse. Lo único que encontró fue un demacrado trozo de madera astillada tirado en un rincón. En aquella situación no tenía pensado rechazar ninguna ayuda, por absurda que pareciera, por lo que se apresuró a recoger su nueva arma hasta que el cuerpo de la escuálida mujer chocó contra él haciéndole perder el equilibrio y caer en el suelo.

Davis apretó los dientes con rabia ante aquel ataque imprevisto y de pronto sintió el cuerpo de la mujer aplastándole las costillas. Antes de que pudiera soltar un solo improperio, la áspera mano de su compañera de celda ya se había posado sobre su boca con violencia, impidiéndole articular palabra. De nuevo la mujer se llevó el dedo hacia los labios, exigiendo un completo silencio a través de una inquietante mirada. Pero Davis ya había dejado de pensar en el monstruo que se aproximaba. Aquella embestida había provocado que la gorra que la mujer llevaba puesta saliese despedida por los aires. Ahora una larga y sucia melena rubia caía sobre sus hombros, dotándola de una belleza que Davis hacía tiempo que no contemplaba. El fulgor repentino de las antorchas bañó ligeramente los rostros de ambos, quienes por un instante permanecieron en silencio, observándose mutuamente con una enorme sorpresa grabada en sus ojos.

La mano de la mujer se apartó de su boca y su expresión agresiva cambió a una más apacible.

–Nicole... –pudo finalmente decir el joven tras asegurarse mentalmente de que aquella mujer era sin lugar a dudas su vieja amiga.

–¿Davis? ¡¡Oh, Dios mío, estás vivo!!

La joven se derrumbó repentinamente sobre Davis, fundiéndose en un fuerte y cálido abrazo en medio de la fría soledad de aquella celda.

–Lo siento, Dios cuanto lo siento Davis... No te había reconocido.... –dijo tocándole el rostro al joven con ambas manos, como si no pudiera creerse que realmente fuera él.

–Tranquila. Yo tampoco he podido reconocerte. Toda esta mierda… Creo que he perdido el control por un momento. Lamento haberme comportado así, Nicole. Esas cosas me separaron de mi grupo… No entiendo nada de lo que está pasando.

Nicole puso su mano sobre el hombre del joven para tranquilizarlo. En el exterior de la celda, el gigante deforme siguió su camino sin reparar en ellos. Esperaron un rato en silencio hasta que el eco de sus pisadas desapareció por completo.

–Estamos en una de las muchas galerías bajo tierra que atraviesan el bosque. Ahora mismo tenemos el río justo encima de nosotros. Por lo poco que he podido averiguar, hay toda una red de túneles que los mutis se han encargado de ampliar para asegurarse un refugio contra los muertos.

Davis levantó una mano para interrumpirla.

–¿Mutis? ¿Te refieres a esas cosas?

Nicole asintió.

–Esas criaturas no son humanos, pero tampoco son zombies. Son mutantes, Davis. Y te aseguro que son peores que cualquier cosa con la que hayas podido encontrarte en estos dos años. Son monstruos terriblemente violentos. Por su aspecto físico, hemos podido deducir que se trata de humanos mutados a través de una alta exposición a la radiación. Deberían haber muerto, pero en lugar de eso, sus cuerpos han cambiado hasta adaptarse a la toxicidad del aire. El agua contaminada del río tampoco les afecta. Son capaces de sobrevivir allá donde un humano sería incapaz.

–¿Cómo es posible? –preguntó Davis, totalmente incrédulo.

–No lo sé. No tenemos ni idea de cómo empezaron a construir este lugar. Ya estaba prácticamente construido cuando nos trajeron aquí. Tienen entradas ocultas en el bosque que se encargan de proteger día y noche. Los exploradores se encargan de vigilar el perímetro e informar sobre cualquier avistamiento. Los cazadores salen durante la noche en busca de cualquier posible fuente de alimento. Si no encuentran nada, entonces recurren a la despensa.

–¿La despensa?

–Han creado su propia granja de humanos, Davis. Capturan a todo aquel que atraviese su territorio o se tope con ellos durante las cacerías. Utilizan a los hombres para ampliar su galería de túneles. Todo aquel que no esté en condiciones de sujetar un pico o una pala es inmediatamente descartado y enviado al matadero –a Davis se le hizo un nudo en el estómago–. No puedes imaginar cuántos niños consiguieron sobrevivir al Apocalipsis con sus familias durante estos dos años… Y todo para acabar aquí abajo. Sus pequeños cuerpos no aguantaban más de unas horas en los túneles. Los padres chillaban cuando los mutis venían y se los arrebataban. La mayoría tuvieron que ser sacrificados para evitar posibles represalias…

Nicole apartó la mirada y se mordió el labio con rabia mientras las lágrimas comenzaban a manar de sus ojos.

–No recuerdo cuánto ha pasado desde que nos capturaron a las afueras de la ciudad… ¿Semanas? ¿Meses? Aquí abajo es fácil perder la noción del tiempo, ¿sabes? Los mutis atacaron nuestro convoy. Nadie se esperaba un ataque así. Nos habíamos estado enfrentando a cadáveres sin sesos, fáciles de despistar, dividir y masacrar. Pero los mutis nos enseñaron a no esperar nada en un enfrentamiento. Su inhumanidad y crueldad son abrumadoras. No queda nada de los seres humanos que fueron anteriormente. En muchos sentidos son peores que los propios zombies. Saben organizarse y presentar batalla de formas que no esperarías en humanos –aseguró Nicole mientras se abrazaba a sí misma–. Nos trajeron aquí y nos separaron casi de inmediato. A Nick lo destinaron a las galerías, pero cuando revisaron nuestras cosas y descubrieron su increíble habilidad para construir armas intentaron obligarle a fabricarles más para ellos. Nick se negó y fue degollado ante toda la galería. ¡Le colgaron boca abajo y dejaron que se desangrara como si fuera un maldito animal!

Davis vio como la figura de Nicole, en la penumbra, enterraba su rostro en las rodillas, haciéndose un ovillo. La rubia rompió a llorar sin poder contener el dolor que le producía recordar aquel infierno. Se le estaba rompiendo el corazón, pero tenía que hacer la pregunta que llevaba formulando en su cabeza durante los últimos minutos.

–Has mencionado lo que les hacen a los hombres y a los niños… ¿Qué les ocurre a las mujeres?

Nicole se apretó más fuerte contra sí misma si cabe y prosiguió su oscuro relato.

–Varios días después de la muerte de Nick, vinieron a nuestra celda. Eran cinco y nos ordenaron quitarnos la ropa. Débora se negó y empezó a gritar, así que le partieron un brazo, la arrojaron al suelo y le arrancaron la ropa. Después me miraron a mí, como preguntándome si también les iba a dar problemas. Débora chillaba pidiéndome ayuda, pero yo no podía moverme. Yo… Simplemente dejé de pensar. Sabía que era lo único que podía hacer si quería seguir con vida. Uno a uno se turnaron con las dos. Débora lloraba y maldecía. Me maldecía a mí por no rebelarme contra ellos, por no querer luchar... Pero yo no la escuchaba. Mi mente no se hallaba en aquella caverna. Estaba muy lejos de allí. Cuando quise darme cuenta, Débora yacía muerta en el suelo junto a mí. La despojaron de su dignidad, destrozaron su cuerpo y su alma… Ni siquiera se percataron de ello hasta que terminaron. ¿Y sabes qué ocurrió? Nada. Se limitaron a dejar su cadáver en la celda hasta que horas más tarde vinieron a recogerlo para añadirlo a la despensa. De eso probablemente hace ya varias semanas.

Davis no sabía qué decir. Cualquier cosa le parecía sin sentido después de todo lo que aquella mujer había pasado en aquel horrible lugar. El joven se sentó a su lado y la abrazó con fuerza.

–Por favor, no te mueras tú también… –sollozó Nicole.

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–¡¡Matt!! ¡¡Despierta!! –gritaba la voz de Karen por encima de él.

Entre los zarandeos de la mujer y sus alaridos el joven finalmente despertó con una jaqueca de mil pares de demonios. Se pasó la mano por el lugar donde se había golpeado la cabeza con suavidad y al retirarla la vio manchada de sangre. Había tenido suerte. Seguramente le quedaría una buena cicatriz después de aquello, pero podía dar las gracias por seguir vivo. Podía haberse golpeado contra una roca en lugar del tronco podrido de un árbol hecho trizas.

Kyle estaba increpando sus peores insultos contra los seres que los habían encerrado allí mientras mantenía sus puños cerrados en torno a los barrotes de madera que los separaban de la libertad, agitándolos con desesperada violencia. Zoey permanecía de pie apoyada contra la pared mirando a Kyle sin decir nada. Karen estaba agachada en el suelo, delante de Matt, con rostro preocupado.

Para su sorpresa, se dio cuenta de que no estaban solos. Al menos había otra docena de personas con ellos: hombres, mujeres, niños y ancianos, que los miraban con gesto desalentado. El joven se levantó con la ayuda de Karen sin poder creerse que lo que veían sus ojos.

–¿Qué ha ocurrido? –preguntó el joven llevándose la mano contra la herida de su cabeza. Aún veía pequeñas luces de colores correteando por su línea de visión. Tardaría un tiempo en recuperarse del todo.

–Nos tendieron una emboscada en el bosque. Tuvieron especial cuidado en asegurarse de que todos hubiéramos perdido el conocimiento antes de traernos aquí. –respondió la castaña.

–¡Davis! ¿¡Dónde está!? ¿Está aquí? –preguntó con preocupación el joven mirando en todas direcciones.

–No tenemos ni la más remota idea. –dijo Zoey mirándolos sin demasiado interés–. Puede que intentara escapar y acabaran matándolo. Eso explicaría que no lo hubieran metido aquí con nosotros.

Kyle negó con la cabeza de forma automática, incapaz de pensar en aquella posibilidad. No. Davis seguía vivo. ¡Tenía que estarlo! ¡No hay otra opción posible! ¡No para él!

–Disculpad, ¿el chico del que estáis hablando es un joven de unos veinte años más o menos con el pelo corto y negro? –interrumpió una voz masculina desde el grupo de desconocidos.

Los cuatro compañeros dirigieron sus miradas interrogantes hacia la figura de un hombre entrado en edad que se acercaba hacia ellos.

–Sí, es él. ¿Lo ha visto? –preguntó Matt aproximándose a él.

El hombre asintió con seguridad y señaló en dirección al túnel que abandonaba la celda, más allá de su alcance.

–Uno de los chicos que reparten el agua nos dijo que los mutantes habían capturado a un joven hace apenas una hora. No es muy corriente en estos días ver a otros supervivientes. Cuando os trajeron aquí, supusimos que formabais parte del mismo grupo.

–¿Mutantes? ¿Pero qué diablos es este lugar? –preguntó Kyle.

–Entiendo tu confusión, en serio. Pero será mejor que me escuches antes de querer volver a llamar la atención de los mutis. Nos encontramos bajo el río que atraviesa el bosque, en una serie de galerías y túneles excavados durante meses. Es el hogar de los mutantes… y nuestra prisión. Puede que esos monstruos fueran humanos en su día, pero no son mejores que los podridos. Han sufrido una exposición prolongada a la radiación que baña toda esta zona. Que no te engañe su aspecto tosco y sus deformidades. Son perfectamente capaces de razonar e incluso de hablar, y su brutalidad supera con creces a la de un rebaño de no muertos.

–Este jodido mundo no deja de sorprenderme. –murmuró Zoey cruzándose de brazos con gesto irritado al otro lado de la caverna.

–¿Sabéis cuántos son? –preguntó Kyle aproximándose a él.

El hombre se acarició la barba y miró al techo de la celda, como si los estuviera contando mentalmente.

–Hemos contado al menos una docena, pero no hemos tenido la posibilidad de explorar toda la galería. Podría haber más.

–¿No habéis intentado acabar con ellos? ¿Rebelaros de algún modo?

El veterano prisionero negó con la cabeza con impotencia.

–Es imposible. Ya lo intentamos una vez y perdimos a demasiada gente. El que entra aquí abajo no sale, ni tan siquiera muerto. Nos mantienen lo suficientemente alimentados para que podamos trabajar, pero no lo suficiente para que recobremos fuerzas para combatir. Tampoco tenemos armas con las que enfrentarnos a ellos, y a diferencia de nosotros, los mutis conocen bien estos túneles. No eres el primero que quiere escapar nada más entrar aquí, créeme cuando te digo que entiendo por lo que estás pasando ahora mismo, pero desconoces a lo que te enfrentas.

–¿Y si evitáramos el enfrentamiento directo? –sugirió Matt–. Podríamos alcanzar el exterior sin necesidad de combatir contra todos ellos. Nuestra prioridad debería ser escapar de aquí.

El hombre sacudió la cabeza nuevamente.

–Escuchad, entiendo lo que estáis diciendo, pero todo lo que estáis comentando ya lo intentaron otros antes, mucho más jóvenes y sanos que la mayoría de los que estamos aquí. Si provocamos a los mutis, eso repercutirá en la ración del día, y algunos únicamente se mantienen con vida gracias a eso. Por favor, no causéis problemas a los demás.

–Sólo dime una cosa más antes de que podamos tomar cualquier tipo de decisión. –respondió Kyle con una ardiente mirada–. ¿Se les puede matar?

Su informador suspiró con desgana, como si adivinara los pensamientos de Kyle.

–Nada es inmortal en esta vida. Hace un tiempo, un hombre consiguió asesinar a uno de sus guardias usando un arma que había improvisado partir de su equipo de excavación. Cuando los mutis se enteraron de lo que había hecho le arrancaron las extremidades delante de todos nosotros para dar ejemplo. Esos monstruos son resistentes y tremendamente fuertes, pero tal y como se demostró, se puede acabar con ellos.

–Si al menos tuviéramos nuestras armas... –comentó Karen con aflicción.

–Como ya os he dicho, esos seres nos tienen completamente dominados. Están armados y organizados. Si no hacemos lo que nos mandan, nos torturarán de la manera más lenta y dolorosa posible hasta que la muerte nos parezca una delicia en comparación. Ninguna de las personas que estamos aquí quiere acabar en la despensa de esas cosas. La única forma de sobrevivir aquí abajo es resultarles útil de algún modo. Te lo vuelvo a pedir. No nos metáis en problemas al resto de nosotros. Esta vida es un infierno, pero debemos permanecer con vida a toda costa. No sabemos nada de ellos. Puede que la radiación los acabe matando un día de estos...

Karen y Kyle intercambiaron una mirada rápida. Aquellas personas habían sido maltratadas durante tanto tiempo que ya eran incapaces de pensar en cualquier posibilidad de escape. No sabían qué podía romper así el espíritu humano, pero no tenían intención alguna de quedarse a comprobarlo. Tenían que escapar lo antes posible antes de que el desánimo y la falta de energías los convirtieran en sirvientes sumisos.

Matt llevaba un rato sintiendo la penetrante mirada de Zoey clavada en él. Sabía lo que estaba pasando por su cabeza. Sí, era verdad que él no era más que otro monstruo con apariencia humana y sí, era posible que pudiera enfrentarse a ellos, pero ¿qué demonios esperaba de él? No podría abrirse paso él solo hasta la salida llevándoles a todos consigo. No tenía forma de decirle a Zoey que la esperanza que estaba depositando en él con aquella miraba estaba infundada. Además, ¿qué ocurriría con Karen y Kyle si vieran de lo que era capaz? Ellos desconocían por completo todo lo relacionado con su pasado, su verdadera relación con Zoey y su vinculación con la extinta Esgrip.

Matt desvió la mirada, molesto ante aquella situación, y echó un vistazo a la entrada de la cámara. Se oían pasos aproximándose. Hizo un gesto rápido a sus compañeros que los ocupantes de la celda no tardaron en comprender y de repente, todos guardaron silencio y bajaron la mirada. El corazón de los esclavos parecía acelerarse a medida que los pasos se aproximaban. Algunos se alejaron todo lo posible de los barrotes y se aplastaron contra las paredes rocosas de la cueva, intentando pasar todo lo desapercibido que les fuera posible. Finalmente la figura del ser se recortó sobre la iluminación ofrecida por las antorchas del exterior. El muti agarró el gigantesco tablón de madera que bloqueaba el otro extremo de la puerta y lo levantó en volandas como si fuera una simple rama, arrojándolo con violencia a un lado antes de acceder al interior de la cámara. Los recién llegados se quedaron petrificados, conscientes de que un miedo que habían olvidado, se había apoderado por completo de ellos.


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Nicole despertó tras un sueño ligero, el más largo que había tenido en semanas. Ya no intentaba contar los días que llevaba en aquel sitio. Sin luz solar para marcar el paso del tiempo, no era más que una pérdida de tiempo. En vez de eso, sus días se contaban en el tiempo que permanecía despierta y sus noches en los momentos en los que su cuerpo estaba tan agotado que lo único que podía hacer era dormirse para recuperar la mínima energía posible con la que sobrevivir otro día.

Levantó la cabeza del hombro del joven y comprobó que éste seguía despierto, vigilando la entrada de la celda. Al darse cuenta de que se había despertado, le saludó con una sonrisa.

–Gracias por estar a mi lado, Davis. –dijo poniéndose en pie y estirando las piernas.

Busco entre sus bolsillos la única goma para el pelo que aún conservaba y se hizo una coleta con su largo cabello. Davis la contempló mientras lo hacía. Los zafiros de sus ojos ya no emitían el mismo destello alegre de antaño y su hermoso rostro parecía haberse perdido para siempre en su infinita expresión de soledad y tristeza.

Nicole había sobrevivido a Stone City y había sobrevivido a la hecatombe que había destruido el mundo cuando muchos de sus compañeros habían caído en el camino. ¿Pero a qué precio? Su supervivencia no le había traído nada bueno. En cierta manera, envidiaba a los caídos. Ellos no tenían que pasar por aquel maldito infierno cada segundo de sus miserables vidas. No podía soportarlo más. Había pensado en quitarse la vida tantas veces desde las muertes de Nick y Débora que aún no entendía por qué no había conseguido reunir el valor suficiente. Davis era lo único bueno que le había pasado en meses. Era un auténtico milagro que se hubieran reencontrado después de tanto tiempo, pese a las terribles circunstancias.

El joven se puso en pie y estiró sus articulaciones. Tenía el cuerpo entumecido de mantener la misma posición durante tanto tiempo. Nicole se percató de que con cada estiramiento, el joven dejaba caer un peculiar sonido similar al ronroneo de un gato. La mujer no pudo evitar sonreír ligeramente ante aquel comportamiento.

–Davis… ¿Y los demás? ¿Han…?

El joven negó con la cabeza mientras seguía con sus estiramientos.

–No, ¡qué va! Están vivos. Me había alejado un poco de ellos cuando esas cosas me capturaron. Espero que estén bien. Lo más probable es que me estén buscando. Aunque lo más sensato sería que siguieran su camino…

Ambos se miraron durante unos segundos sin decir nada.

–La esperanza es lo último que se pierde –respondió la rubia con una sonrisa antes de darse la vuelta. Y añadió para sí misma–. Yo lo sé bien…

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Aquel gigantesco y decrépito ser entró en la celda con lentitud, tambaleándose con su andar encorvado sin dejar de observar a los prisioneros que tenía frente a él. Era completamente calvo, de piel blanca como el mármol y ostentaba unas enormes y asquerosas uñas en pies y manos.

Matt contempló con un escalofrío la exhibición de largos y afilados colmillos saliendo de los deformados recovecos de la boca del mutante. Iba vestido únicamente con una especie de túnica roída y amarillenta, que le cubría desde su portentoso cuello hasta las rodillas. Estaba cubierto de suciedad y manchas de sangre seca allá donde se posara la vista. Su horrible rostro degenerado por la radiación recorría la oscuridad de la celda mientras su pesada respiración helaba las venas de todos sus ocupantes. Sus brazos y piernas eran desproporcionadamente largos en comparación con el resto del cuerpo. Aquella cosa era una auténtica abominación andante.

El mutante flexionó sus rodillas y profirió un espantoso y penetrante chillido desde las cavidades de su garganta. Era como si alguien arañara con violencia las uñas contra una pizarra frente a un megáfono. Aquel repentino grito causó que todos los presentes se llevaran las manos a los oídos, intentando bloquear aquel espantoso sonido.

Cuando Matt alzó la cabeza de nuevo y vio que tras la figura del imponente mutante habían aparecido otros dos, de menos altitud. Ambos vestían únicamente con lo que parecían ser unos taparrabos hechos de extrañas pieles, y sus rasgos no estaban tan deformados como los de su gigantesco congénere. De no ser por sus orejas puntiagudas, la deformidad de sus extremidades y sus bocas sin labios, podrían haber pasado por humanos. Las dos criaturas iban armadas con armas toscas: una lanza de madera con un cuchillo de caza atado al extremo y un punzón hecho con lo que parecía haber sido un fémur humano.

El muti gigante levantó sus escuálidos y larguiruchos dedos y señaló a Kyle entre la multitud de prisioneros.

Al instante, sus dos compañeros avanzaron y penetraron al interior de la celda. Los esclavos rápidamente se apartaron del condenado y pasaron a retirarse hacia las esquinas, intentando alejarse lo máximo posible de sus captores. Matt y los demás se quedaron paralizados sin saber qué hacer. No parecía que pudieran hacer nada contra aquellas cosas.

Los mutis, como los habían llamado los prisioneros, llegaron hasta Kyle y levantaron sus armas hacia él, haciendo ademanes para que fuera con ellos. Kyle tenía los dientes y puños apretados, con la mirada puesta en las armas con las que le estaban amenazando, quizá intentando pensar en la forma de hacerse con ellas y eliminar a aquellas cosas. El mutante rugió impaciente y Kyle bajó la cabeza, sumiso, y se encaminó a la entrada de la celda con los dos monstruos siguiéndole de cerca.

En ese momento Karen estalló de rabia y saltó sobre la espalda de uno de los mutantes aullando de furia.

–¡¡No os lo vais a llevar, malditos!!

El muti rugió sorprendido ante aquel ataque y comenzó a balancearse de un lado a otro para desequilibrar a la mujer. Karen gritaba como una loca, arañando el rostro de aquel ser con violencia sin dejar de maldecir. El otro mutante se aproximo y le quitó a la mujer de encima de un manotazo, como quien aparta una mosca molesta de su presencia.


Karen salió despedida y su espalda golpeó la pared con fuerza. El mutante agredido rugió de ira y lanzó un revés que estuvo a punto de arrancarle la cabeza a la mujer. Karen se derrumbó inconsciente con un reguero de sangre bajando por su frente y el muti se la echó al hombro como si fuera una muñeca rota.

El mutante gigantesco, que había estado contemplando toda la escena sin mover un músculo, gruñó por lo bajo al comprobar que la situación estaba bajo control y salió de la celda. Sus compañeros le siguieron de cerca antes de volver a colocar el enorme madero en los asideros del exterior de la celda.

La comitiva desapareció por el pasillo sin volver la vista atrás. Matt y Zoey tardaron un rato en reaccionar. Aún no entendían por qué no habían hecho nada para intentar ayudar a sus compañeros. Se habían quedado completamente paralizados. Ninguno había levantado un dedo para impedir que se los llevaran.

–No lo entiendo… ¿Qué nos ha pasado? ¿¡Por qué hemos dejado que se lo llevasen!? –gritó Zoey fuera de sí mirando a su compañero. Éste ni siquiera podía levantar la cabeza.

–Es la reacción normal cuando vienen a llevarse a alguien. –dijo la voz de una mujer joven entre los prisioneros.

–¿Normal? ¿Qué quieres decir? –preguntó Zoey, claramente afectada por lo que acababa de suceder.

–Es nuestra manera de sobrevivir. Cuando vienen a por alguien, no se puede hacer nada por impedirlo. Si intentas evitarlo, te llevan a ti también. Nadie quiere acabar en manos de los mutis. Así que dejamos que se lleven al que quieran para poder sobrevivir.

–¿¡Qué estás diciendo!? ¡Eso es completamente egoísta! ¿¡Qué pasará cuando vengan a buscarte a ti!? –exclamó Zoey sacando la cabeza a través de los barrotes en un intento por descubrir a dónde se habían llevado a Kyle.

–Tú misma has sentido el terror que inspiran esos seres. Eran tus amigos, y sientes su pérdida, pero no has intentado salvarles, ¿verdad? No lo has hecho porque sabías que acabarías igual o peor que ellos si te interponías. Es la ley de este lugar. Tu amigo es un hombre joven, seguramente le destinen a cavar en las galerías. Si no da problemas y resiste la jornada de trabajo, puede que puedas volver a verle. Tu amiga, por otro lado… Atacar a los mutis nunca es buena idea. Enfurecerlos es el peor delito que puedes cometer aquí abajo. Lo único que puedes hacer por ella es rezar para que su muerte sea rápida.

Matt y ella intercambiaron una mirada, totalmente desalentados. Kyle tendría que apañárselas solo por ahora, tenían que encontrar la manera de ayudar a Karen.

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En el exterior la noche ya había caído. Los prisioneros de las cámaras subterráneas dormían aprovechando el calor que les proporciona la cercanía de sus semejantes. Pero Matt no podía dormir. Se sentía demasiado culpable para conciliar el sueño a pesar del cansancio que pesaba sobre su cuerpo.





#Sacedog

viernes, 16 de agosto de 2013

¡Tenemos chat!

Hola a todos, lectores y lectoras. Me presento aquí para anunciarles que ya está disponible un chat provisional para que podamos hablar entre todos nosotros. Podréis encontrarlo en el siguiente enlace: xat.com/NuestraHistoriaFic Es completamente gratuito y no tiene contraseña. Estáis todos invitados a entrar. Nosotros andaremos por allí.
http://xat.com/NuestraHistoriaFic
PD: Por si acaso no ha quedado claro, el chat es para que hablemos autores y lectores también, no sólo los lectores entre sí.
*Naitsirc*

martes, 6 de agosto de 2013

NH2: Capitulo 014 - Mis camaradas y yo.

La solitaria pelirroja recogía sus cosas cuidadosamente, mientras se torturaba recordando la muerte de su amigo. Por el rostro de la joven caían unas amargas lágrimas, que no cesaron hasta que alguien pegó en la puerta. En ese momento Ley secó sus lágrimas rápidamente y dijo con seriedad:

—La puerta está abierta.

—¿De verdad te vas a ir? ¿Vas a separarte de tu hermano ahora? —Preguntó Maya en voz baja, mientras entraba muy decidida en la habitación.

Ley bajó la mirada unos segundos, mientras Maya la observaba algo inquieta. El rostro cansado de la chica reflejaba el dolor que llevaba consigo, aunque intentara ocultarlo.

—Si… En un rato me iré de aquí. —Contestó hastiada la pelirroja, tras el breve silencio.

—¿Por qué? – replicó Maya, de mal humor.

La pelirroja guardó silencio, para continuar con su tarea. Maya aún más impaciente, se negaba a que la conversación acabara en ese momento. La chica quería respuestas y su intención era obtenerlas.

—¡Contéstame! ¿Por qué? ¿Por qué te vas a ir después de esto? ¿Y por que en mitad de la noche? ¡Háblame! ¡Di algo! —Dijo Maya molesta, mirándola desafiante.

Ley en un ataque de ira, arrasó con todo lo que había en la cama, arrojándolo al suelo violentamente. 

—¡Cállate! ¡Tú no lo entiendes! – Gritó la pelirroja, bastante enfadada.

Maya sorprendida por la reacción de su compañera, no se atrevió a preguntar nada más. La miró con preocupación y se fue de la habitación en absoluto silencio.

Una vez que Ley volvió a estar sola, comenzó a llorar de nuevo. No quería abandonar a su hermano, pero era necesario. Entre lágrimas y llantos, Ley recogía sus cosas del suelo tan rápido como podía. Cuando todo estaba listo y solo le quedaba ponerse el traje nqb, se sentó en la cama pensativa mirando fijamente su catana. A los pocos minutos se secó las lágrimas, para empuñar el mango de su espada con firmeza. La sacó de la funda lentamente, mientras miraba el brillo de la hoja casi obsesivamente. Una vez fuera, la observó enfermizamente unos minutos y sin previo aviso, pasó la palma de la mano izquierda por el filo de la hoja. Esta se tiñó de rojo gracias a un pequeño hilo de sangre, que caía hacia abajo con lentitud.

—Terminaré esto, lo haré por ti, rojo…—Susurró la dolorida pelirroja, al quitar la ensangrentada mano del filo de la hoja.

La pelirroja limpió la espada en sus sucias ropas, para posteriormente guardarla en su funda. Cortó un cacho de su camiseta haciéndose un vendaje improvisado, para acabar poniéndose el traje nqb. Una vez lista enganchó la máscara al cinturón del traje y miró por última vez, aquella habitación con la que había compartido su dolor. Cogió su mochila y colgó su catana, al hombro derecho con un gesto rápido. Mientras lo hacía, observó las gotas de sangre, que había derramado en el suelo. A los pocos segundos salió por la puerta, con un paso bastante decidido.

Llegó a la habitación de su hermano, entrando sin que nadie la viera. Una vez allí rebuscó entre sus cosas, cuidadosamente. Encontró en poco tiempo, la vieja cartera de su hermano. La soltó encima de la cama y se puso a rebuscar en su propia mochila. Sacó una vieja pulsera algo oxidada y un trozo de papel, doblado a modo de carta. Guardó la pulsera en uno de los bolsillos de la cartera y abrió la carta, con sumo cuidado. Entonces comenzó a leer la pequeña y fea letra casi en susurro:

—Querido hermano, lo siento. Siento todo lo que ha pasado y todo lo que aún está ocurriendo. He de decir que estos dos años he estado enfadada contigo. Te fuiste de la ciudad sin venir a buscarme a los laboratorios. No sé que pasó, ni si fue tu culpa, o no. De todas formas eso está olvidado. Se que no vas a entender esto que te voy a decir, ni yo misma sé como contártelo, pero tengo que intentarlo. Hermano tengo que irme, no quiero dejarte aquí, pero tengo que irme, tengo que hacerlo por Rojo. ¿Recuerdas a los chicos? Mis compañeros, mis camaradas. Ellos tienen algo entre manos y yo también estoy involucrada. Cuando Rojo murió estábamos haciendo algo, y tengo que terminarlo. ¿Recuerdas al Teniente Hielo? Johnny, aquel chaval pelirrojo que era punk. Él estaba conmigo cuando pasó lo de rojo, él ahora está solo terminando lo que empezamos. Hay muchas cosas en juego. No puedo dejarlo en la estacada, solo luchando contra el mundo. Te prometo que cuando acabe todo esto, tendremos un lugar seguro para vivir. Volveré a buscarte, te lo prometo. Quedaros en este sitio, parece seguro. Hazme caso, por estos lugares la cosa está fea, pero este lugar es un buen refugio. Solo necesita reforzarse un poco y que lo cuidéis bien. Espero que todo esto acabe pronto y podamos volver a vernos, dentro de poco tiempo. Te he dejado la pulsera de mama para que te dé suerte. Siento haber sido una carga para ti, y siento tener que irme. Perdóname por todo hermano…

Una vez terminó, volvió a doblar la carta con mucho cuidado. La guardó en un sitio que solo su hermano encontraría. La puso justo detrás de una foto, de ella misma con diecinueve años.

Al ver aquella foto, Ley recordó aquellos años y como había cambiado todo. Ya no era una joven militar con sueños y esperanzas. No era una chavala que jugaba a drogarse y a no parar de beber. Había pasado ya casi una década de todo aquello. Nunca podría volver a tener diecinueve años otra vez. Eso le hizo recordar que en ese año sería su veintisiete cumpleaños.

Lo único seguro, es que desde aquellos años, hasta ahora, había algo que no había cambiado. Seguía estando en la guerra, seguía siendo un soldado y por supuesto, seguía luchando en primera línea de fuego con sus camaradas. Por ese mismo motivo debía darse prisa en seguir con su labor.

Cerró la cartera y la volvió a guardar en el mismo lugar que estaba. Cuando terminó salió de la habitación sigilosamente, para ir a despedirse de su hermano.

Anduvo pensativa de camino a la enfermería, remordiéndose la conciencia. Era duro, pero era algo que debía hacerse. Nada mas llegar a la puerta Ley se paró unos minutos frente a ella, sin saber que hacer. Finalmente decidió abrirla y quedarse allí, mirando a su hermano dormido un par de minutos. Mientras le miraba desde lejos, no pudo evitar derramar unas lágrimas. La desconsolada chica cerró la puerta, se puso la máscara y comenzó a alejarse del lugar, agarrando con fuerza el mango de su espada.

Ley salió del fuerte sin despedirse de nadie, en mitad de la noche. La única que sabía que se iba, era Maya. No tenía intención de ocultar su marcha, pero tampoco tenía ganas de comentarlo abiertamente con todos. La decisión solamente la concernía a ella, así que no tenía intención de buscar la aprobación de nadie.

Caminaba rápidamente, ya que sabía que estaba a bastantes kilómetros de su destino. Tenía que deshacer todo el camino que había seguido con el grupo. Recordaba que cerca de la casa donde habían sido asediados, había una vieja bicicleta que le haría el camino menos tortuoso. Ese era el destino más próximo y tenía que llegar hasta él.

La pelirroja avanzaba solitaria, en la oscura y siniestra noche. Iba con paso raudo y decidido, atenta a cualquier contratiempo. Escuchaba los inquietantes ruidos en la misteriosa lejanía, haciéndola recordar viejos tiempos.

Se vino a su cabeza la imagen, de la primera noche que pasó sola en mitad de la montaña. Aquellos mal nacidos la habían dejado sola en aquel lugar salvaje. No tenía comida ni abrigo, solo una afilada catana que ella misma había elegido. Aunque ya era una teniente con prestigio, no sabía usar una espada y las pasó canutas. Esa noche pasó frío y miedo, acurrucada entre unos matojos. Había pasado las horas en vela, inquieta por los espeluznantes sonidos de la noche.

Pensar en todo aquello, hizo que la joven recordara más cosas de su peculiar retiro. Fue una época muy dura para ella. Pasaron varias semanas hasta que consiguió cazar con su nueva arma. No fue gran cosa, solo cazó un jabalí algo desorientado. Antes de eso solo se había alimentado con unas pocas setas que iba encontrando. Practicaba con la catana día y noche, perfeccionando su técnica. Andaba por las ramas de los árboles, intentando estabilizar su equilibrio. Incluso pasó etapas con los ojos vendados o tapones en los oídos, para acentuar todos sus sentidos. Llegó allí siendo una inútil, pero cuando la sacaron de allí al año y medio, salió como una auténtica Ninja. Después de eso su entrenamiento no terminó, adoptando una forma de vida algo estrambótica.

Cuando se quiso dar cuenta, ya se había quitado la mitad del camino que le quedaba. Para su suerte no se le hizo muy pesado, pensando en todo aquello se le había ido el santo al cielo. Decidió ir corriendo hasta donde se encontraba la bicicleta, ya que no andaba muy lejos.

La chica empezó a correr liviana como una pluma, sin hacer prácticamente ruido. El poco sonido que producía con sus pies, se camuflaba con el resto de ruidos nocturnos pasando completamente desapercibida.

Al poco observó a lo lejos un grupo de seres que se movían en dirección al fuerte. No eran muchos, pero se movían a gran velocidad. Ley paró en seco al verlos, sin saber que hacer. Se quedó mirándolos unos segundos, hasta que percibió algo extraño. Uno de esos seres tenía una pequeña luz en la mano. La joven confusa se preguntaba así misma, si estaba viendo visiones.

Cambió su rumbo para acercarse un poco más a esos seres. Al poco que avanzó, se dio cuenta de que eran personas y estaban vivas. Intercambiaban objetos entre si, tenían contacto físico, e incluso uno giraba la manivela de su linterna de dinamo.

Al darse cuenta de ello, Ley continuó su camino corriendo. No quería desperdiciar más tiempo, del que fuera estrictamente necesario. Al amanecer debía de estar dentro de la frecuencia, de la radio de Johnny. Si no lo lograba, tendría que esperar otro día más para contactar con él.

Por el camino no hubo ningún incidente escabroso. Lo bueno de ir sola en la noche, era que podía ocultarse fácilmente. Cada vez que veía a lo lejos alguna de esas criaturas podridas, ella tomaba otro rumbo alternativo. Todo fue bien hasta que llego a la zona de la casa.

La zona estaba bien servida de zombies y esta vez no bastaba con quitarse de en medio. Necesitaba esa bicicleta, no era un capricho, era una necesidad. Eran demasiados para matarlos a todos, tenía que buscar un plan alternativo. No tenía tiempo de quedarse allí pensando, así que se metió en una de las casas que daban a la calle de la bici.

Atrancó la puerta con un mueble de la entrada, haciendo el menor ruido posible. Inspeccionó la casa en busca de alguna amenaza, hasta verificar que el lugar por el momento era seguro.

Miró por todos lados buscando algún arma, o balas para las que ella ya tenía. Su búsqueda no tuvo ningún éxito, frustrándola aún más. Anduvo desesperada por la casa, pensando alguna posible solución. Cuando ya no veía salida se le vino a la cabeza una idea descabellada, mientras miraba por una de las ventanas.

—¡Eso es! ¡Los cables de teléfono! —Dijo emocionada, al pasársele aquella locura por la mente.

Subió al piso de arriba llena de energía, deseando probar su descabellada idea. Se fue directa para el armario, en busca de sábanas. Cuando ya las había encontrado, las estiró y las agarró con fuerza. Salió por la ventana a la escalera de incendios, quedando pensativa con la locura que estaba apunto de hacer. No era demasiada altura, pero el porrazo podía ser bastante doloroso. Por suerte había un setenta por ciento de probabilidades de caer en aquel césped naranja, amortiguando la caída. Aún así la situación imponía, ya que hacerse daño no era el peor de los problemas.

Se acercó hasta el poste decidida, colgó la sábana en el cable a modo de tirolina y contó hasta tres. Cuando terminó la cuenta dio un salto y se deslizó, sin pensárselo ni una sola vez. La cosa fue bien un par de metros, hasta que las sábanas se rajaron, tirándola al peculiar césped.

El gran golpe vino acompañado de un breve, pero intenso quejido de la pelirroja. La peor parte se la había llevado su codo izquierdo, que ahora le dolía a rabiar. Aunque su costado tampoco se había librado del intenso dolor, era algo mas fácil de sobrellevar. Aún dolorida se levantó lo más rápido que pudo, ya que aquel escándalo había llamado la atención de las feas criaturas.

Ley desenvainó la catana con su mano derecha, mientras corría en dirección a la casa más cercana. Un esquelético zombie se interpuso en su camino, seguido de un par más. La pelirroja se vio forzada a bordear la acera para esquivarlos, en una peligrosa maniobra. Cerca de la siguiente casa, se fijó en que la puerta del garaje estaba un poco abierta. El único problema es que tenía justo detrás de ella a tres zombies y enfrente, a dos más. Tenía casi encima a cinco, pero cada vez se acercaban algunos más.

Le pegó una patada a un cubo de basura que había tirado en el suelo, tirando de bruces a uno de los zombies que tenía enfrente. Teniendo un problema menos, se dispuso a acabar con el otro que tenía delante. En un gesto veloz la chica rebanó el cuello de la enclenque criatura, quitándose el último obstáculo que le impedía llegar a la puerta del garaje.

Se arrastró por el pequeño hueco que había, cuando entraba al garaje. Con todo su dolor usó ambos brazos, para cerrar el pesado portón. Inspeccionó el garaje, pero allí no se encontraba ninguna otra criatura. Dentro de la casa descubrió un zombie sin pies, que se arrastraba por el salón.

Suspiró, sintiéndose un poco aliviada al ver que no era una amenaza. Agarró la catana con fuerza y se la clavó en el cerebro, con una sonrisa pícara. Esa sonrisa desapareció, cuando estaba desencajando su espada del cráneo.

Tenía un zombie a su espalda, que la acababa de sorprender con un gemido. Al escucharlo por detrás, esta se puso nerviosa y no podía sacar la catana del cadáver. Tuvo que emplear ambos brazos para conseguirlo, antes de que la demacrada criatura llegara hasta ella. Esto le produjo un gran dolor en su codo izquierdo, que manifestó con un ahogado y rápido quejido.

La pelirroja señaló desafiante a su victima con la espada. Echó el cuerpo y posteriormente, el brazo derecho hacía atrás con una agilidad impecable. En un movimiento casi de serpiente abalanzó su catana, para rebanarle los sesos a la putrefacta criatura con un corte limpio.

La mitad superior de su cabeza se deslizó con suavidad, hasta que cayó al suelo con un golpe brusco. A los tres o cuatro segundos le siguió el resto del cuerpo, que se desplomó sobre la alfombra manchada de sangre y pus.

La chica del cabello rojo se acercó al sofá, para limpiar su catana, hasta dejarla reluciente. Nada mas terminar observó el lugar en busca de alguna otra amenaza, pero la casa no albergaba ningún otro peligro.

La entrada de la casa estaba tapiada y cubierta con muebles, así que parecía que aquel sitio era seguro. Por esa parte Ley se relajó un poco, pero por otra necesitaba salir de allí. Pronto amanecería y no sabía si desde aquel remoto lugar, podría contactar con Johnny.

Subió al piso de arriba y se quedó observando por la ventana, pensando alguna manera de salir de aquel lugar. Su descabellada locura había llamado la atención de los zombies, que ahora rodeaban la vivienda. No quería reconocerlo, pero se había quedado atrapada en aquella casa.

Rebuscando por la casa encontró unas tijeras y unas sábanas. Con la tela que recortó hizo un vendaje improvisado, que quedó bien sujeto al codo. La presión hacía que no le doliera tanto cada vez que movía el brazo izquierdo. Después buscó comida por la casa, pero no encontró absolutamente nada.

Desesperada en su cárcel, Ley comenzó a evadirse de la situación con sus viejos recuerdos. A los pocos segundos, su mente estaba muy lejos de aquel lugar. Su cabeza la había llevado años atrás, concretamente a su época en el ejército.

Se suponía que aquella misión no tan peligrosa como otras anteriores, pero solo fue otra mentira mas. Les habían dejado a ella, a Johnny y a Rojo, tirados en oriente medio. Cada uno tenía a su cargo un escuadrón, que solo iba armado con metralletas y un par de granadas. Su misión consistía en hacerse con el control de una región rebelde. Todo salió mal y Ley quedó atrapada con su escuadrón, en un pequeño pueblo. Apenas tenían balas después de la emboscada, en la que se habían visto envueltos.

La situación era bastante similar a la de aquellos días, así que recordarlos la reconfortaba. Pensar en la gloría de viejas batallas hacía que Ley se sintiera segura de sí misma, en tiempos difíciles. Al fin y al cabo, siempre conseguía esa fuerza interior para continuar luchando, aunque todo pareciera perdido.

La pelirroja recordó la desesperación de antaño, por salir de aquella región remota de oriente medio. Por ese entonces Ley perdió a casi todos sus soldados, intentando salir de allí. Aún así no se rindió y consiguió llegar herida con dos soldados mas, a la reserva de armas enemigas. Se abrió paso en una acción suicida, que tuvo éxito gracias a que era tan descabellado, que el enemigo fue brutalmente sorprendido. Allí resistió hasta que Rojo volvió con cinco escuadrones de refuerzo.

Si en esa ocasión Ley había sobrevivido, esta no tenía que ser menos. También eso hizo que pensara en Rojo. Sin la ayuda de su amigo probablemente hubiera muerto, al par de semanas. Al pensar en eso, la pelirroja sintió un vacío en su interior, que no podía acallar. Después de unas amargas lágrimas su mente solo le recordaba, que tenía que levantarse por su amigo fallecido. Tenía que recobrar sus fuerzas y continuar con la tarea, que su compañero no había podido terminar. Al menos ella le debía eso, en su memoria y en su honor. Ese pensamiento le dio la fuerza que tanto necesitaba en aquel momento. Una vez despejada su mente, se puso a pensar en posibles estrategias.

Mientras pensaba, andaba de una habitación a otra con los brazos en su espalda. Andando por una de las habitaciones de aspecto infantil, pisó un pequeño juguete. La chica se sobresaltó, ya que al pisarlo comenzó a sonar una musiquita.

Ley algo histérica le pegaba porrazos, intentando hacerlo callar. Ya bastante había liado antes, como para que ahora llamara más la atención. Los golpes propinados por la pelirroja no surtieron efecto, pero por suerte la musiquita paró al llegar a su fin.

Acto seguido la chica comenzó a escuchar unos disparos. Estos provenían del exterior, así que esta se asomó por la ventana. Al principio no veía nada, pero luego observó a dos hombres maduros, atrayendo la atención de los zombies.

—¡Por aquí! ¡Seguro que hay alguien! ¡He escuchado una música! —Gritó uno de los hombres.

—¡Si hay alguien que nos ayude! ¡Por favor! —Exclamó el otro, nervioso.


Los zombies cada vez estaban más cerca de ellos. Eran demasiados para que los dos hombres pudieran matarlos. Ley observaba la situación desde la ventana, pero no tenía intención de intervenir. Solo pensaba en la forma de salir, mientras las criaturas estaban despistadas.

 Sus ojos se iluminaron al dar con la solución. Cogió rápidamente el muñeco y se dirigió a las habitaciones, que daban al otro lado de la calle. Se colocó en la ventana, miró alrededor y tiró el muñeco lo más lejos posible. Una vez cayó al suelo, la música comenzó a sonar de nuevo, tal y como ella quería.

—¡Por la calle de detrás! ¡Te lo dije! ¡Corre! —Gritó entusiasmado uno de los hombres.

Ley se quedó en la ventana esperando que aparecieran los hombres, en su campo de visión. Cuando estos aparecieron por la calle seguidos de zombies, la chica se marchó de la habitación corriendo. Bajó hasta el garaje, que daba a la calle contraria de donde estaban los hombres. Esperó allí un poco, hasta que escuchó los gritos de esas personas siendo devoradas.

Acto seguido abrió la puerta del garaje, comprobando que solo había dos zombies entre ella y la bicicleta. Agarró el mango de la catana con fuerza y echó a correr hacia ellos, mientras escuchaba los alaridos de aquellos hombres. Atravesó el cuello de la primera criatura, partiéndole la columna. Al segundo le pegó una patada, que lo hizo caer al suelo. Cuando el podrido ser intentaba levantarse, la pelirroja le atravesó el cráneo con su fulminante catana. Sacó la espada del cadáver rápidamente y cogió la bicicleta.

Pedaleó con todas sus fuerzas para alejarse del lugar lo antes posible. Los zombies no tardarían en terminar de comerse los cuerpos, de aquellos pobres desgraciados. Además no tenía tiempo que perder, ya estaba empezando a amanecer y tenía que contactar con su compañero.

El amanecer llegó cuando Ley veía el viejo establo a lo lejos. La luz de la mañana desesperaba a la chica, que no paraba de pedalear lo mas fuerte posible. Decidió parar unos segundos, para intentar contactar. Sacó su radio, la encendió y apretó uno de los botones.

—¿Me recibes Johnny? Camarada estoy acercándome a la zona. ¿Puedes escucharme? —Dijo Ley alto y claro, mientras cruzaba los dedos.

Ley guardó silencio esperando una respuesta, pero silencio es lo único que obtuvo. Decidió dejar la radio encendida hasta que llegara al establo, donde volvería a intentar contactar.

Siguió pedaleando para llegar lo antes posible, estaba empezando a ponerse nerviosa. Estaba bastante cansada de todo el camino que había recorrido. Le dolía el codo y las piernas, pero no podía permitirse el lujo de parar a descansar. Ya había perdido demasiado tiempo con el grupo, así que ahora debía aprovechar cada segundo.

El sol ya estaba alto cuando la pelirroja llegó al establo. Entró dentro y subió a la parte de arriba para sentarse unos minutos, mientras intentaba contactar. Sacó la radio de nuevo, e hizo otro intento.

—¿Estas ahí Johnny? ¿Me recibes? Estoy donde contacte la última vez contigo. ¡Respóndeme! —Gritó nerviosa.

Esperó un rato, pero solo escuchaba el ruido estático de la radio. Ley la apagó, ya era media mañana y Johnny no respondería. La chica quedó bastante preocupada con el asunto. No sabía si no contestaría porque había llegado tarde al radio de alcance, o es que Johnny andaba mucho más lejos. También estaba preocupada, por haberle dejado solo, quizás estaba en problemas. Se le pasó la idea de que pudiera estar muerto, aquel pensamiento la inquietó, pero en el fondo ella tenía fe en su compañero y en sus habilidades.

Pensó en continuar en dirección hacia el campo de concentración, pero después de analizar la situación, decidió descansar un poco antes de continuar. El campo estaba a bastantes kilómetros y ella ya había recorrido muchos, desde que salió del fuerte. Su cuerpo estaba resentido del viaje y de la caída en tirolina. Necesitaba descansar, era un soldado, no una máquina. Aunque aquella cuestión no le era fácil de asimilar. Siempre se exigía demasiado, pero está vez necesitaba ceder si quería llegar hasta el campo de concentración.

Guardó la catana en su funda, pero siguió agarrando el mango con fuerza. Se echó a dormir en las montañas de paja, apoyando la cabeza en su mochila, con la espada debajo de la “almohada” para sentirse segura.

Despertó de un salto, al par de horas. Se levantó bastante inquieta por continuar el camino. Bajó a la parte inferior, se subió en la bicicleta y continuó el camino rápidamente.

Pedalear con aquel calor era algo insoportable, incluso cruel. El traje tampoco ayudaba nada, haciendo que la chica sudara sin parar. Ella preparaba su mente, para afrontar los casi doscientos kilómetros que le quedaban. Menos mal que había conseguido una bici, andando hubiera sido un camino demasiado largo.

Intentaba no pasar cerca de ninguna criatura, tenía un vehículo, pero podían tirarla de él. Al ser un terreno amplio podía pasar alejada de aquellos putrefactos seres, que encontraba por el camino.

Cuando empezaba a notar el cansancio se mentalizaba y se decía así misma, una y otra vez en voz baja:

—Una mente sana y un espíritu sano, hacen un cuerpo resistente. Una mente clara y un cuerpo ejercitado, hacen un espíritu indomable. Puedo hacerlo, cada metro es un paso menos hacia la victoria. Puedo hacerlo…

Así volvía a recobrar un poco la energía, para hacer un esfuerzo más. Aunque ningún esfuerzo era el último, puesto que cuando volvía a perder el ánimo se volvía a repetir eso así misma. Era un círculo vicioso del que no estaba dispuesta a salir, hasta que llegara al campo de concentración.

Ya estaba oscureciendo y Ley aún andaba bastante lejos de su destino. El viaje parecía interminable. La chica conocía varios escondites por la zona, en los que podría descansar. Sabía que podía parar, pero se negaba en rotundo.

Continuó hasta bien entrada la noche, cuando decidió visitar un viejo escondite. Paró en las tierras de una granja cercana, buscando una trampilla metálica. Cuando por fin la encontró, la abrió y se adentró en sus profundidades. Era un viejo bunker familiar, que había sido abandonado.

La joven estaba exhausta y hambrienta. Buscó por el lugar comida, que hubiera dejado algún compañero suyo. Para su buena suerte encontró una vieja lata de atún, no era gran cosa pero al menos era algo.

Después de devorar la lata de atún, decidió dormir un poco. Se tumbó en el suelo, con su mochila de almohada y se durmió, agarrando el mango de la catana.

Estuvo durmiendo unas horas, que le vinieron muy bien para recuperar sus fuerzas. Cuando despertó aun era de noche, pero eso no le impidió proseguir su camino.

Se montó en la bici y siguió pedaleando, con todas sus fuerzas. Ley prefería desplazarse por la noche, al contrario que otras personas. Ella se sentía más segura, pensaba que en la noche podía ocultarse mejor.

Empezó a amanecer cuando Ley había avanzado unos kilómetros. Estaba ansiosa porque amaneciera, para volver a intentar contactar. Mientras veía como la noche iba desapareciendo, ella pedaleaba entusiasmada.

Paró cuando recién había amanecido y sacó la radio, rápidamente. Pulsó uno de los botones, intentando comunicar.

—¿Johnny? ¿Me recibes? Estoy a unos sesenta kilómetros al sur, mas o menos. ¿Me recibes Johnny? —Preguntó sin perder la compostura.

Esperaba inquieta una respuesta, mientras escuchaba el ruido estático. Cruzaba los dedos esperando que Johnny contestara, pero todo estaba en silencio. Cuando ya había perdido la esperanza e iba a guardar la radio, se escuchó una interferencia:

    ¿Ley? ¿Don… tas? ¿Le… No… ecibo…

La pelirroja reconoció la voz de su amigo al instante. Apretó de nuevo el botón y contestó:

—¿Johnny? Te recibo, mal, pero te recibo. ¿Dónde estas? Yo estoy a unos sesenta kilómetros al sur. ¿Puedes escucharme? Cambio.

Esperó la respuesta de su compañero, pero este no contestó más. La chica se quedó ausente escuchando aquel ruido estático, sin saber que hacer. Tras pasar un rato apagó la radio y decidió continuar.

Continuó con su tortuoso camino, mientras que el sol se alzaba más y más. La chica cansada de tanto calor, recordaba sus caminatas abrasadoras, sobre la arena de oriente medio. Esta situación era muy parecida, sol, calor, sed, hambre, grandes distancias y enemigos de los que no descuidarse.

Todo eso hizo que pensara en su amigo. En esta ocasión no vendría Rojo a darle su ayuda. Al recordar esto, las lágrimas volvieron a caer por el rostro de la joven, dolorida. Mentalmente no se encontraba bien, desde la muerte de su compañero. Ella intentaba ocultarlo, pero era algo evidente hasta para ella misma. No se concentraba igual, a cada momento la invadía esa amarga tristeza.

Al par de horas de extenuante pedaleo, observó a lo lejos un camión que le resultaba familiar. Apretó el paso para acercarse a él todo lo posible, era algo que tenía que investigar. El camión frenó en seco cuando se dio cuenta de que la chica lo seguía. De él se bajó un chico, con un traje como el que llevaban sus compañeros.

Ley no podía verle la cara desde tan lejos, pero intuía que era uno de los suyos. Comenzó a acercarse con cautela, ya que este individuo parecía algo molesto por verla a ella. Cuando ya estaba cerca de él, este sacó una pistola con la que la apuntó.

—¡Identifícate! —Gritó el chico, algo enfadado.

—¡Sangre! ¡Soy la Teniente Sangre! —Contestó la pelirroja, mientras enseñaba su catana.

El chico bajo el arma y dejó que esta se acercara. Cuando Ley estuvo lo suficientemente cerca como para verle la cara, soltó la bici y le dio un abrazo. El chico la abrazó también, mientras ponía una cálida sonrisa.

—Teniente Sangre se presenta ante el Teniente Artillería. —Dijo burlonamente la pelirroja.

El chico soltó una carcajada y la invitó a entrar en el camión.

—Gracias Jimmy, es todo un detalle por tu parte. —Añadió la joven agradecida, mientras metía la bici, en la parte trasera y se subía a ella.

Dentro del vehículo iban dos chicos más, el Teniente Nazi y el Teniente Carroña. Estos saludaron a su compañera, contentos por el reencuentro. La chica aliviada de estar con sus compañeros, se echó a dormir un rato.

La despertó el Teniente Nazi, dándole unos toquecitos en el hombro. Ya estaban dentro del campo y los chicos, ya habían sacado todas las cosas del camión. Se adentró en las instalaciones del campo con su compañero, hasta la zona más profunda donde se quitaron las máscaras. Todos ellos eran algo paranoicos con el tema de la protección radioactiva. Aquellas tierras no eran peligrosas y en la zona no había mucha radiación, pero siempre querían estar lo más seguros que pudieran.

El Teniente Nazi era un chico alto y fuerte, con unas greñas rubias que llevaba despeinadas. Parecía tener siempre una expresión de enfado en su rostro. Sus ojos eran verdes azulados y su mirada era algo inquietante. Tenía la misma edad de Ley y de los demás chicos. Eran viejos compañeros, que se habían conocido en la escuela militar.

El chico le ofreció agua a su compañera, la cual se la bebió como si estuviera en el cielo. Ambos se sentaron a limpiar armas, mientras esperaban al resto.

—Me alegro de volver aquí, Nazi. Sinceramente andaba buscando a Johnny… ¿Sabes donde esta? —dijo la pelirroja algo ausente.

—Uno. Johnny se ha ido, tenía que hacer unas cosas. No te preocupes, en unas horas va a volver. Segundo. ¿Queréis dejar de llamarme Nazi? Lleváis así demasiados años. —Contestó algo molesto.

—Es culpa tuya que te llamemos así. —Bromeó la joven entre risitas.

—Ya, claro. —Añadió el chico soltando un suspiro.

—Deberíamos hacer guerra relámpago, porque en la invasión de Polonia…—Se cachondeaba la pelirroja, entre carcajadas, intentando poner voz masculina.

Su compañero gruño mosqueado, intentando ignorar a su amiga. Esta después de reírse a gusto, se disculpó con voz de niña buena:

—Venga Will, es broma, no te enfades.

Will le dedicó una sonrisa y continuó con su labor. Al poco rato entró Jimmy en la estancia, con cara de agotado. Este se sentó al lado de sus compañeros y soltó un leve suspiro.

Jimmy era un chico alto y delgado. Tenía cara de pícaro y unos ojos celestes, con una mirada penetrante. Su sucio cabello rubio estaba enredado, como si llevara meses sin peinarse. Su pecho estaba lleno de cicatrices finas, que medían cinco o seis centímetros de largo.

La pelirroja miraba a sus compañeros, como si llevara años sin verlos. Después de la muerte de Rojo, no miraba igual a sus camaradas. Tenían un vínculo de sangre demasiado fuerte. Después de tantos años y tantas batallas, eran mas que una familia.

—¡Eh! ¡Pelirroja! ¿Dónde andas? ¿En las nubes? —Bromeó Jimmy pasando la mano por delante de los ojos de la chica.

Esta sonrió brevemente y contestó, pensativa:

—Perdona, estaba despistada. ¿Cómo va todo por aquí?

Jimmy suspiró con tristeza y contestó, con un aire pesimista:

—Tonny… A Tonny le quedaran horas, o como mucho un par de días… Ve a hablar con Max, que por cierto es el último científico que nos queda. Quedamos muy pocos, el mundo cada vez es mas peligroso y nosotros, cada vez somos más débiles. Todo escasea, menos el agua, que aún tenemos bastante. La novia del Teniente Carroña ha muerto y no ha sido la única. El Teniente Masacre, su mujer, el Cabo de oro y el Coronel de hierro, también han fallecido… Por cierto siento lo de Bryan…

Ley agachó la cabeza, fijando su gélida mirada en el suelo. Su rostro se apagó, dejando ver la amargura que llevaba dentro. Will al observar a su compañera, dejó caer unas lágrimas por su cara, puesto que el sentía algo muy parecido. Jimmy intento aguantar al ver aquella escena, pero no pudo contenerse.

—Lo peor es lo de Rojo… Tantos años juntos… Masacre se hundió al enterarse de la muerte de su hermano. Parece que ese vínculo fue fiel hasta el final… Masacre murió a los tres días…—dijo Jimmy, entre llantos desconsolados.

La pelirroja intentó contener sus lágrimas hasta el final, pero al escuchar lo de Rojo, comenzó a llorar histéricamente. No podía aguantar el dolor de su perdida y menos, si sus compañeros estaban tan rotos interiormente como ella.

Los tres se abrazaron, intentando consolarse. Al fin y al cabo solo se tenían entre sí. Eran una gran familia unida, que debía estar junta hasta el mismo final.

Johnny entró en la estancia y se paró en seco, asombrado por el panorama. Él venía de muy buen humor, ya que había conseguido traer algunos alimentos. La situación lo descolocó y le quitó toda la alegría, que llevaba consigo.  Él sabía por que sus compañeros estaban llorando y la tristeza, le invadió el alma. Intentó contenerse, pero no puedo evitar derramar un par de sinceras lágrimas.

Sus compañeros se secaron las lágrimas al verle, intentando recomponer la compostura. Se tomaron unos minutos en silencio, recuperándose de aquellas intensas emociones, que les afectaban tanto.

Tras ese incomodo silencio, Ley fue a abrazar al pelirrojo cariñosamente. Ambos se achucharon con fuerza, aliviados de reencontrarse.

—Nena me tenías intranquilo, espero que hayas estado bien. ¿Por qué estuviste tanto tiempo sin contactar? — expresó Johnny, algo preocupado.

—Estaba en el sur a demasiados kilómetros, cerca del depósito. —Se disculpó la pelirroja.

—¿En el de agua? ¿De donde sacamos el agua de reserva para nuestro depósito? —Preguntó el pelirrojo extrañado.

Su compañera asintió, mientras soltaba un suspiro.

—Pues si que has ido lejos…—añadió Jimmy, después de unirse a su amiga, soltando otro suspiro.

—Oye ahora vuelvo, voy a ver a Tonny. —Dijo Ley cambiando de tema, mientras salía por la puerta.

La chica fue andando por los túneles interconectados, hasta llegar a la enfermería del campo. Una vez dentro observo las camas, que tenían unas bolsas enormes encima. Aquellas bolsas albergaban los cadáveres de sus compañeros muertos.

La amarga sensación que recorría el cuerpo de Ley la paralizaba, dejándola allí completamente inerte, mirando. Salió del trance, cuando Max le dio unos toquecitos en el hombro.

Aquel señor mayor era un científico, bastante respetado y el abuelo de Bryan. Tenía una larga bata blanca, con los bolsillos llenos de pequeñas libretitas, que sobresalían de ellos. Su enredada melena blanca era incluso más larga, que una extensa barba gris que tocaba continuamente con un peculiar temblor.

El anciano acompañó a la pelirroja, hasta donde se encontraba la cama de Tonny. Max la llevó sin mediar ninguna palabra, puesto que sabía a lo que había venido la chica.

—Max, yo… Siento lo de su nieto. —Susurró la pelirroja, disculpándose.

—No tienes por que hacerlo. Tú ya hiciste bastante por él, hija. Le dejaste escapar del laboratorio donde estaba encerrado. Además por si no fuera poco, luego le buscaste entre todo el caos y compartiste con él, algo muy especial. — Le contestó el anciano amablemente.

La chica observó a su amigo, el cual estaba completamente sedado. Ley sintió lástima y compasión, por él. Le miraba con tristeza, era muy duro ver como todos iban cayendo poco a poco.

—¿Qué le ha pasado? —Preguntó la chica, dejando caer una lágrima.

—Estuvo expuesto a la radiación y precisamente, no a poca. El cabo de oro iba con él. Se quitaron los trajes porque estaban rotos. Este murió prácticamente en el acto, por que estuvo en un epicentro radioactivo sin protección. Tonny logró salir, porque no se adentró tanto, se quedó a unos kilómetros. Todo esto fue anoche, pero en unas horas morirá… Su organismo se está desintegrando, su estructura molecular se deshace… —Contó el señor mayor con amargura.

La chica quedó sin palabras, mirando apenada a su compañero. Lo más seguro es que esa sería la última vez, que le viera.

—¿Te han contado los chicos lo que descubrió Bryan antes de morir? —Preguntó Max intentando cambiar de tema.

La chica hizo un gesto de negación y guardó silencio, esperando que el anciano soltara prenda.

—Los niveles de radiación son más altos. Incluso en las zonas que apenas son peligrosas. El problema es mayor, que el de las bombas que soltaron. Si esas malditas centrales nucleares siguen ardiendo, los niveles pueden incrementarse desproporcionadamente. Se que no estamos para obras, pero hay que hacer algo con eso. Necesitamos buena ingeniería y el material suficiente. —Comentó el anciano, con total sinceridad.

—¡Nosotros solos no podemos hacer eso! Tendremos que solucionarlo algún día, pero ahora estamos ocupados con cosas de vital importancia. Eso ahora mismo es una tarea imposible. De todas maneras al paso que vamos moriremos todos, antes de que esos niveles desproporcionados, nos maten entre terribles sufrimientos. —Replicó Ley bastante disgustada.

La chica salió de allí enfadada, al saber esa nueva información. Era un contratiempo, casi imposible de afrontar con serenidad. Intentó calmarse, pero apenas pudo relajarse, la situación empezaba a superarla.

Se cruzó por el camino de vuelta al Teniente Carroña, que la acompañó hasta donde se encontraban sus tres compañeros. El Teniente era un hombre musculoso con treinta y ocho años, que se conservaba bastante bien. Tenía una larga melena negra cogida en una coleta desarreglada y una cicatriz de bala, en el brazo derecho.

—Si quieres cuando estemos listos para salir, puedes ir a ver al resto. —Sugirió Carroña con amabilidad, por el camino.

La joven asintió pensativa, mientras jugaba con el piercing de su lengua compulsivamente. Siempre que se enfadaba y no quería que nadie lo notara, jugaba con él mordiéndolo y moviéndolo de un lado a otro.

Una vez se reunieron con los chicos, se sentaron con ellos para terminar de limpiar las armas que quedaban. Todos estaban muy concentrados en la labor, menos Jimmy que estaba durmiendo en el suelo. El chico se había quedado dormido porque estaba demasiado agotado, llevaba más de veinticuatro horas sin dormir.

—Tenéis que felicitarme, porque soy todo un campeón. —Dijo Johnny con aire de chulería, para luego hacer una de sus grotescas muecas.

—¿Es que has invadido Varsovia o que? —Replicó Will bromeando, con un tono borde.

—¡No imbécil! He encontrado uno de los viejos edificios secretos. —Chuleó el pelirrojo, tras poner una sonrisa macabra.

—¿Ese es el próximo destino no? —Preguntó sarcásticamente Carroña.

Los chicos se chocaron la mano, felicitándose por la nueva información. Johnny con su aire de chulería grotesca, se levantó para tararear una musiquilla, que posteriormente se puso a bailar como si fuera un “engendro del mal”. Al pelirrojo le encantaba poner aquellas caras tan feas y como el decía, “ser una criatura maligna que salía del inframundo”. Sus peculiares gustos, sorprendentemente eran lo que mas atraía de él. Su carácter malicioso y estrambótico, hacían de él una persona interesante a la que conocer para entender mejor.

—¡Oye tú! ¡Puncarra! Me llevé tu mochila por error cuando nos separamos. — Chuleó la pelirroja con cara de pícara.

—¿Qué crees que no me dí cuenta nena? ¡Te llevaste mi birra y mis porros!  —Regañó Johnny a su compañera, entre muecas extrañas.

La joven comenzó a rebuscar en la mochila, para posteriormente sacar dos botellines. El pelirrojo al verlos, dibujó una sonrisa maliciosa en su rostro. Ley siguió rebuscando, hasta que encontró las bolsas del tabaco y la mariguana, enrolladas entre sí.

—¡Nena eres una puta máquina! ¡Me has guardado algo! Me viene de lujo, aquí queda poco y mientras mas mejor. —Exclamó entusiasmado el grotesco chico.

El pelirrojo sacó de uno de los muebles un par de botellines más, que les dio a Will y a Carroña. Los cuatro se bebieron la cerveza y fumaron un par de porros, mientras terminaban su labor. Una vez el trabajo estaba listo, despertaron a Jimmy.

—¿Ahora me vais a despertar cabrones? Para el trabajo duro si, pero para las cosas buenas de la vida, os vais a lo cara perro. —Dijo Jimmy mostrando su descontento, en un tono enfadado.

—¡Cállate cara jaula! —Gritó Johnny con chulería, mientras le lanzaba un botellín de cerveza a su amigo.

Will y Carroña salieron de la estancia para preparar el camión, mientras el resto se vestía para salir.

—¿Vas a ir con ese traje tan malo Sangre? —Preguntó Jimmy burlonamente, mientras se terminaba la cerveza.

—Se me rompió el que tenía, así que me puse este. —Contestó la chica con seriedad.

—Toma este, era el de la novia de Carroña. Seguro que te queda bien. ¡Ahh! Y quítate esa porquería que llevas puesta, aquí está la ropa de la muchacha. —Dijo el despeinado rubio mientras, le ofrecía a su compañera unas ropas dobladas.

La chica se cambió, mientras sus compañeros organizaban las mochilas. Johnny sonreía haciéndose el tonto, intentando ocultar que echaba un ojo de vez en cuando. Jimmy al contrario que su amigo, no miró a la pelirroja mientras se cambiaba.

—Pareces un crío de doce años Johnny. Esto no lo hacías ni en el campo de batalla. Como si nunca te hubieras duchado conmigo en la guerra… —Protestó la joven algo seria.

Una vez listos caminaron por los túneles, hasta llegar a una sala donde descansaban algunos soldados. Ley les deseó suerte y se despidió de ellos. Probablemente volvería a ver a alguno de ellos, pero también era probable que alguno muriera, incluso ella misma. En aquellos días la vida era muy apreciada y cada minuto era importante. Todos vivían como si fuera el último día. Sabía que iban a morir tarde o temprano, así que lo mejor era vivir al máximo el tiempo que les quedara. Iban a luchar, disfrutar, amar y aguantar, hasta el último segundo que tuvieran.

Cuando salieron se dirigieron a la zona de los vehículos, para salir a trabajar. Ley observó una furgoneta a la que le habían sacado el motor, la cual parecía que estaban arreglando.

—¿Y eso? —Preguntó la pelirroja señalando la furgoneta.

—Los chicos y yo vamos a trabajar con ella, para dejarla como mi carro. Todavía nos hacen falta un par de materiales, pero espero conseguirlos pronto. —Contestó Johnny con orgullo.

—Chavales, nosotros vamos en el camión a por gasolina, a un sitio que hemos descubierto. De paso vamos a saquear una vieja licorería que Will encontró ayer. Vosotros llegaros a saquear mas comida de donde Johnny trajo las latas de anchoas. Venid a recogernos aquí cuando terminéis. —Dijo Jimmy mientras arrancaba el camión.

El pelirrojo asintió y se subió en su Jeep. Su compañera soltó las mochilas en la parte de atrás, para montarse rápidamente en el coche. Johnny espero a que Carroña abriera la verja para salir del campo a toda velocidad.

El chico conducía temerariamente, como tanto le gustaba hacer. Disfrutaba como un crío cogiendo el coche. Le gustaba ser optimista y sacarle todo el partido que pudiera a cada situación. En ese preciso momento se sentía feliz, quizás era cosa de la bebida o de la mariguana, pero estaba contento de tener a su compañera al lado otra vez.

La pelirroja por su parte sonreía, mientras observaba el camino. Estar con Johnny la reconfortaba, se sentía muchísimo mejor a su lado, sobre todo en aquellos momentos. Él la distraía y hacía que no pensara tanto en las cosas malas.

—Oye nena, nunca te lo he preguntado. ¿Por qué elegiste una catana cuando esos desgraciados te obligaron a aquel entrenamiento? ¿Es que acaso intentabas cantar con Wu-Tang Clan? —Dijo el esquelético chico con su chulería innata, antes de soltar una carcajada.

—Adoro a los Ninja y lo sabes, así que no desperdicié la oportunidad de acercarme un poco más al tema. —Respondió la joven de mala gana.

—Hubieras cogido unos nunchakus o unas estrellas Ninja. —Añadió el chico entre risitas.

Johnny apretó el acelerador con fuerza y dio un volantazo, para atropellar a un zombie. Su compañera se agarró con fuerza, al verse apunto de caer del coche. El chico puso una de sus horribles muecas, para posteriormente gritar enloquecido y entusiasmado.

—¡Vamos a jugar a atropellar podridos por el camino! —Propuso el canijo, riendo maliciosamente.

Ley soltó un suspiro y meneo la cabeza, pensando que su compañero no tenía remedio. Johnny totalmente entusiasmado jugaba a pasar por encima de cualquier criatura que encontrara por el camino.

Tras un rato de sus peculiares entretenimientos, continuó el camino esquivando a los zombies para ahorrar tiempo. Mientras conducía miraba a su compañera de reojo, intentando disimular. Esta se hacía la tonta y miraba para otro lado.

Las distracciones del pelirrojo hicieron que pinchara una rueda, al rozar con el chasis reventado de otro vehículo que estaba tirado en mitad del camino. Este se bajó del Jeep y le pegó una patada al chasis, con sus botas con punta de hierro. Ley cogió el kalshnikov, dispuesta a asesinar a cualquier cosa que se acercara a su perímetro.

Johnny se puso a cambiar la rueda lo más rápido que podía, pero aun así algunas criaturas se acercaban. La chica disparaba a los mas cercanos intentando no desperdiciar muchas balas.

Una vez estuvo cambiada la rueda, ambos se montaron al coche deseando proseguir con el viaje. Ley miraba a su compañero con preocupación, sin saber si abrir la boca o guardar silencio.

—¿Por qué me miras así? —Preguntó el chico con cara de poker.

—¿Johnny que te pasa? Te veo raro… ¿Estas bien? Las dos últimas veces que me he montado contigo en el coche, te has distraído y nos ha pasado algo. —Dijo su compañera, expresando su preocupación.

—Si te digo la verdad… No, no estoy bien. Llevamos dos años en este infierno, las cosas no son como antes. Claro que hay cosas que tú no echas en falta, como estabas con Bryan hasta hace poco… Yo llevo casi un maldito año a palo seco. ¿Crees que puedo estar bien? La mayoría de los supervivientes son pollas, las mujeres hoy en día son más codiciadas que el oro. —Gruñó Johnny bastante enfadado.

—Siento si te ha molestado la…—Se disculpaba Ley, hasta ser interrumpida.

—¿Nunca hemos tenido secretos no? Pues eso me pasa, que estoy cerca de una mujer y necesito cariño. No hay más que hablar. —Gritó el canijo enfadado.

Ambos guardaron silencio el resto del camino, sin saber que decir. Fueron unos momentos incómodos, pero finalmente se les pasó cuando aparcaron el coche. Pararon cerca de una pequeña, pero lujosa mansión de dos plantas. Para acceder a ella había que subir unas escaleras y atravesar un gran patio.

—¿Aquí es Johnny? —Preguntó la chica confusa.

—Si, era la casa de un tipo de la bolsa. Al parecer tenía un gran bunker oculto en su sótano. Lo descubrí hace poco y he estado sacando cosas de aquí. —Respondió el pelirrojo con seriedad.

Ambos chicos entraron en la mansión con cautela. Johnny avanzaba delante empuñando con fuerza su escopeta, mientras observaba fijamente su alrededor en busca de sorpresas. Ley caminaba detrás algo despistada, pero armada con su catana.

El esquelético chico abrió fuego contra una criatura, que salió detrás de una puerta. El estruendo del disparo, alertó a más de esos seres que se acercaban peligrosamente. Johnny comenzó a disparar una y otra vez, contra grupos de dos o tres. Estos caían al suelo, aunque algunos se levantaban. Ley se quedó inerte, con la mente en otro lugar.

—Rojo… —Susurró la pelirroja, mientras soltaba la catana ausente.

Por un momento Ley vio en la cara de los zombies, el rostro de su amigo fallecido. Acto seguido derramó unas lágrimas, que no pudo contener al ver aquella imagen por unos segundos.

—¡Ley! ¿Qué coño te pasa? ¡Ayúdame! —Gritó su compañero histérico.

La chica volvió en si rápidamente y recogió su espada del suelo, para ayudar a su amigo. Ley cubría a su compañero, mientras este recargaba su potente escopeta. La chica comenzó a rebanar los cuellos de aquellos seres, llena de ira y resentimiento.  Atravesaba los cráneos con una basta brutalidad, que calmaba su odio hacia ese mundo. Era la forma que encontró Ley para desahogarse y no reprimir su dolor. Estaba furiosa y tenía que pagarlo con algo o alguien.

Johnny acabó con los dos últimos que quedaban con vida, mientras la pelirroja atravesaba una y otra vez, el cadáver de uno de esos seres. La chica no paró hasta que su amigo la zarandeó para hacerla volver en sí.

—¡Nena, nena! ¿Qué cojones te pasa? ¡Cálmate un poco! —Dijo alterado el pelirrojo, mientras seguía zarandeándola.

Ley se echó en brazos de Johnny y lo abrazó con todas sus fuerzas. El chico la envolvió con sus brazos, intentando consolarla tarareándole una canción. La joven comenzó a reír al escuchar a su amigo haciendo el tonto. Eso le subió un poco el ánimo y la hizo recuperar su compostura, para seguir avanzando hasta el sótano.

Llegaron hasta la trampilla del sótano sin ningún incidente más, parecía que no quedaba ninguna criatura en aquella planta. Johnny giró la válvula para abrir la puerta metálica y se adentró en sus profundidades. Ley bajó unos peldaños, para cerrar la trampilla con sumo cuidado. Posteriormente descendió por la pequeña escalerita de mano, justo detrás su compañero.

Una vez abajo se quitaron las máscaras y se pusieron a observar lo que podían llevarse. La chica se fue directa para una pila de cajas, de las que sobresalían diversas latas de conservas. Cogió un par de ellas y las abrió, para devorarlas en escasos minutos.

—¿Desde cuando llevas sin comer? —Preguntó Johnny asombrado.

—Comí una lata de atún que había en uno de nuestros escondites. Menos mal que la encontré… —Respondió la chica mientras tiraba las latas vacías al suelo.

—¿No te han dado estos nada de comer? Si es que… —Dijo el pelirrojo incrédulo.

—Will me dio un poco de agua. —Añadió Ley mientras cogía otra lata más.

—¡Oh! ¡Si! Que educado… —Bromeó el canijo tras una de sus muecas.

Tras terminar de zampar, la pelirroja empezó a guardar latas en ambas mochilas. Su compañero se acercó a una de las paredes y tiró de una pequeña cuerda. Se escuchó un sonido metálico y la pared se soltó un poco. Johnny comenzó a tirar, hasta que sacó una cama plegable bastante amplia. Este se sentó sobre ella sonriente e hizo una de sus horribles muecas.

—Nena, relájate un poco. Esta gente va a tardar más que nosotros, casi el doble. No hace falta que te des tanta prisa, luego tendremos que esperarles en el campo si corres demasiado. —Dijo el alto y esquelético pelirrojo, mientras se tiraba hacia atrás quedando tumbado con los brazos extendidos.

Ley le hizo caso a su compañero, y se echó a su lado para descansar un poco. El colchón era tan cómodo y ella estaba tan cansada, que era como estar en una nube. Su cuerpo exhausto se lo agradeció, como si no se hubiera tumbado nunca.

—¿Estás mejor nena? —Preguntó el chico mientras se tumbada de lado, apoyado sobre su brazo para mirar mejor a su compañera.

La delgada chica asintió pensativa, acariciándose el pelo. El joven estuvo mirándola un rato, hasta que se acercó un poco y la besó. Ley lo apartó con un guantazo, que sonó bastante fuerte.

—¿Qué coño te pasa Johnny? No estoy de humor para esto, mi novio y mi mejor amigo están muertos… —Dijo la pelirroja un tanto enfadada, mientras se ponía en pie.

—¡Joder! ¡Sé que estoy como un gorila en celo, pero tu noveas! ¿Qué mierda te pasa desde que ha muerto Rojo? ¡Joder! Era como mi hermano, sangre de mi sangre, pero tú no lo aceptas. —Gritó Johnny sumamente cabreado.

Ley guardó silencio, mirando el suelo con la cabeza gacha. Después de unos minutos continuó guardando latas en las mochilas, mientras su compañero rebuscaba entre unos muebles. El chico sacó dos cartones de tabaco, de los cuales uno le tiró a su compañera.

—Oye, lo siento, se que me he pasado… Espero que esto que he encontrado lo compense. —Se disculpó el grotesco canijo después de llamar la atención de su compañera.

—No hay nada que disculpar, yo también me he pasado. —Añadió Ley arrepentida, por su comportamiento.

Cuando ambos terminaron de llenar las mochilas, aun quedaban latas de conserva. Llenaron sus bolsillos todo lo que pudieron, intentando llevarse todo lo posible.

—Luego o mañana volveré con Jimmy, para llevarme lo que quede e inspeccionar la casa, en busca de cosas útiles. —Añadió el pelirrojo con seriedad.

—Bueno al menos tenemos comida y tabaco. —Bromeó Ley intentando destensar el ambiente.

El joven soltó una carcajada, para posteriormente poner esa mueca que tanto le gustaba hacer. Ambos se pusieron las máscaras y salieron del sótano, sin perder ni un minuto más. Una vez fuera se dirigieron a la salida con cautela, intentando hacer el menor ruido posible. Un esquelético zombie se interpuso en su camino, pero Ley atravesó su pecho partiéndolo en dos.

Cuando por fin estaban fuera de la casa, se encontraron con que tenían visita. Lo que parecía ser una mutación de un oso, estaba entre la casa y el Jeep. Aquella aberración era una peluda mole marrón, con cuatro brazos de los cuales dos, erminaban en unas monstruosas garras. Su cuerpo estaba deformado con grandes bultos, que le sobresalían varios centímetros.

—¿No podrías haber aparcado mas cerca? —Gruñó Ley mientras se ponía en guardia.

—Tengo un Jeep, no un velociraptor. No puedo subir el coche por las escaleras. —Dijo Johnny un tanto picado.

El pelirrojo apuntó y disparó con su estruendosa escopeta. El mutante en un par de zancadas había recorrido más de la mitad del camino, que había entre ambos anteriormente. Para colmo los zombies de los alrededores se habían percatado de la presencia de los escandalosos chicos.

—¡Quítate de en medio! ¡Es muy rápido para ti! ¡Encárgate de los podridos! —Ordenó Ley, preparándose para el ataque.

La pelirroja flexionó su pierna izquierda hacía delante, dejando la derecha atrás casi tocando el suelo. Se mentalizó para sufrir el dolor del codo, agarrando fuertemente la catana con ambas manos. Flexionó los codos, dejando la espada apuntando hacia el monstruo. Suspiró con fuerza y comenzó a correr en dirección hacia él.

A escasos metros de la criatura le asestó un brutal corte, que iba en diagonal desde la parte superior hasta la inferior. Ley quedó agachada en el suelo unos segundos, antes de dar una voltereta lateral. Cuando la chica estaba girando, notó que cayeron un par de latas al suelo. El responsable había sido el oso mutado, que por poco lo la había atravesado con sus garras. No había calculado bien las distancias, ni su peso al llevar la mochila. Ese descuido podía costarle la vida, así que tiró la maleta al instante.

La pelirroja saltaba de un lado a otro, intentando esquivar los golpes que ocasionalmente recibía. Cada golpe suponía un intenso dolor que Ley intentaba aliviar, soltando un grito ahogado cuando lo recibía. En uno de los golpes que logró esquivar, consiguió cortarle uno de los brazos a la deforme criatura. Ya solo le quedaba una extremidad con garras, lo cual era una gran ventaja.

Johnny se había subido encima de un árbol para matar mejor a los zombies que venían atraídos por su hambre insaciable. El joven los estaba conteniendo tanto como podía pero algunos se le estaban colando en el perímetro, ya que eran demasiado rápidos.

La combativa pelirroja estaba perdiendo terreno contra la mutada bestia, teniendo que retroceder varios metros. Un putrefacto ser  estaba peligrosamente cerca de ella, cuando la chica se percató de su presencia. No se había dado cuenta de que algunos zombies estaban rondando no muy lejos.

—¡Joder! ¿Quieres ayudarme? —Gritó Ley histérica, rebanándole el cuello al zombie que la acosaba.

—¡Tengo una escopeta y estoy yo solo! ¡No llevo un ejército armado con rifles de asalto! —Gruñó Johnny, recargando los cartuchos de su escopeta.

La delgada chica comenzó a correr de aquella aberración de oso, que la seguía a un par de pasos. Ley saltó hasta arriba del muro, ayudándose de piernas y manos. Gritaba cada vez que notaba el horrible dolor de su codo, pero seguía forzándolo todo lo que podía. Era muy cabezona y se obligaba así misma a aguantar.

Una vez arriba le dio la espalda al monstruo, para luego dejar caer su cuerpo hacia atrás en una voltereta. Cayó completamente agachada detrás de su enemigo, el cual quedó sorprendido por la espalda.

La pelirroja apretó con sus dos manos el mango de la espada y se la clavó a la gran mole, con un movimiento elegante a la vez que sutil. La criatura soltó un berrido, mientras caía sangre de la herida. Ley retorció la catana en su interior y la sacó en un gesto raudo.

El gran oso furioso y dolorido, intentó abalanzarse sobre la chica. Esta lo esquivó de milagro, saltando con la agilidad de un animal. Al segundo intento la bestia consiguió alcanzarla, asestándole un brutal golpe que la tiró al suelo de bruces.

Ley se levantó dolorida lo más rápido que pudo, impulsándose con un pequeño salto. En un abrir y cerrar de ojos le pegó una patada en el torso, consiguiendo que se alejara un poco. Acto seguido en una sinfonía de movimientos raudos y ágiles, le asestó varios cortes  por todo el cuerpo.

La mole de pelo gruñó y bramó del dolor, pero aun seguía con vida. La criatura arremetió con fuerza, pegándole un cabezazo a la chica en el costado derecho. Esta echó sangre por la boca, manchando un poco el cristal de la máscara.

Johnny observaba asombrado a su compañera, mientras aniquilaba a los zombies más cercanos. El chico no podía creer lo que estaba viendo. Él había luchado junto a ella en la guerra y la había visto hacer muchas cosas, pero nunca eso que estaba presenciando. La chica parecía una autentica Ninja, peleando contra aquella aberración.

Ley se vio rodeada por tres zombies, sin apenas darse cuenta. La joven contorsionó el cuerpo hacia atrás, para posteriormente girar y decapitar a sus tres enemigos con rapidez. Esta acción le costó un golpe, que estuvo apunto de evitar.

Al desestabilizarse con el porrazo, tropezó y cayó al suelo. Se puso en pie apoyándose en su espada. Saltó y le asestó tres patadas al mutante. Este retrocediendo tropezó, desplomándose con un estruendo. La pelirroja aprovechó el momento y se acercó a él corriendo.

La chica se paró justo delante de él, mientras este intentaba levantarse. Empuñó con fuerza la catana y giró la parte superior del tronco, clavándole la espada en mitad del torso.

El animal mutado no paró de vociferar por el intenso dolor, hasta que la chica sacó su catana después de retorcerla dentro. La criatura se abalanzó asustada y dolorida, mientras la pelirroja retrocedía rápidamente. En uno de los manotazos que dio cortó la cuerda del Kalashnikov, tirándolo al suelo.

El escuálido chico estaba empezando a perder los nervios, ya que cada vez se le colaban más zombies. Con los espantosos alaridos del oso mutante y los gritos de su compañera, estaban atrayendo a todo el vecindario podrido. Johnny ya casi no daba abasto y para colmo, le quedaban pocos cartuchos de escopeta.

Ley se agobiaba por momentos, no podía luchar en condiciones con aquellos seres interponiéndose en su camino. Se subió a una pequeña fuente que había en el descuidado patio, para ganar algo de altura.

La fuente fue rodeada por cuatro zombies y la peluda mole, que se estaba aproximando a ella. La criatura se llevó por delante a uno de los podridos, que salió disparado violentamente.

La combativa pelirroja dio un salto hasta el zombie más cercano, clavándole la espada en el cráneo cuando aún estaba en el aire. Haciendo uso de su impresionante equilibrio, sacó la hoja impulsándose para dar una voltereta y caer encima del mutante.

Johnny se centró en abatir a los zombis que estaban entre su compañera y el monstruo, intentando darle cuartelillo para que esta no se cayera de lo alto de aquella aberración. Aunque al hacer esto, estaba dejando paso libre a que entraran mas podridos en la zona.

Ley se agarraba con fuerza al pelo de la criatura, mientras esta zarandeaba su cuerpo, molesto por tenerla encima. La joven haciendo un gran esfuerzo se quedó sujeta al pelo con su brazo izquierdo, soltando un doloroso alarido. Su codo no podría aguantar mucho más, así que tenía que hacerlo o ahora, o nunca.

La mano derecha de la decidida chica, empuñaba con toda su fuerza el mango de la espada. Gritó salvajemente y con un elegante movimiento, atravesó el cráneo del mutante con su letal catana. Retorció su querida espada todo lo que pudo, para posteriormente clavársela una y otra vez. La bestia agonizó gritando dolorida, hasta que cayó al suelo completamente inerte, momento en el que Ley paró de destrozarle el cráneo.

La sanguinaria joven sacó por última vez la catana de la cabeza del ser, quejándose por su dolor de codo. Bajó del cadáver rápidamente, buscando su rasgada mochila. Esta estaba a unos pocos metros, detrás de dos podridos que le bloqueaban el paso.

Johnny intentó matar a ambos, pero solo pudo acabar con uno antes de quedarse sin balas. Ley corrió hacia el siguiente agachada, para posteriormente cortarle las piernas. Recogió su mochila y metió las latas, que estaban tiradas por el suelo. La mochila aún servía como bolsa, ya que la parte superior era la que estaba rota. Acto seguido fue a recoger el rifle que no andaba muy lejos.

—¡Nena! ¡No me quedan balas! ¡Espera! —Gritó asfixiado el pelirrojo mientras bajaba del árbol a toda velocidad.

El sombrío chico se puso a correr, huyendo de un par de zombies que le perseguían. Su compañera mató a uno de los podridos que se encontraban entre ella y Johnny. El pelirrojo golpeó a uno de ellos con la culata de su escopeta, después de pegarle una patada a otro para tirarlo al suelo.

Una vez reunidos Ley le dio el Kalashnikov y comenzaron a correr para salir de allí. Johnny se puso en cabeza para ir eliminando a cualquier podrido que se pusiera en su camino. Consiguieron llegar a la escalera, teniendo que eliminar solo a dos zombies. El resto de demacradas criaturas corrían con ansias detrás de ellos.

Cuando corrían escaleras abajo Ley tropezó y rodó hasta el final de la escalera, perdiendo su catana por el camino. Johnny la recogió, mientras bajaba como alma que lleva el diablo. La chica algo desorientada por la caída estaba recogiendo las latas que habían caído al suelo, sin percatarse de que se acercaban podridos por su espalda.

Casi cuando las criaturas habían alcanzado a la joven, Johnny acabó con ellas con el viejo rifle de asalto. Ley al escuchar los disparos se percató del peligro que corría, hasta hacia tan solo unos escasos segundos. El pelirrojo consiguió llegar abajo antes de que la chica recogiera toda la comida.

Una vez abajo Johnny le devolvió la catana a su amiga y continuó corriendo hasta el coche. Ambos saltaron el pequeño muro sin ningún problema, consiguiendo llegar hasta el Jeep. Arrojaron las mochilas dentro de él, a la vez que se subían ellos también.

Ley apoyaba las rodillas en los asientos, disparando a toda criatura que se acercara al coche mientras Johnny arrancaba. Una vez el pelirrojo encendió el motor, aceleró con fuerza atropellando a un par de podridos, que estaban en mitad del camino. Al ir alejándose los chicos se relajaron un poco también, aliviados de haber salido sanos y salvos.

—Toma esto, te vendrá bien para el codo.  —Dijo Johnny mientras le ofrecía un calmante a su compañera.

A mitad de camino Johnny paró el coche con un frenazo en seco, que sorprendió a su compañera. Esta lo miró extrañada, preguntándose que pasaba. El joven salió unos segundos del coche con el motor en marcha, para posteriormente volver a subir.

—Tenemos que ir a un sitio, creo que te irá bien…— Dijo el esquelético joven, mientras aceleraba cambiando el rumbo.

La licorería se encontraba retirada, en las afueras de una pequeña aldea de no más de cinco o seis calles. Tenía echadas las persianas metálicas, por toda su fachada.  La solitaria zona estaba llena de una alta maleza, que tenía colores fluorescentes. Entre los matojos radioactivos aparcó la furgoneta de los chicos, aplastando las coloridas raíces.

—Después de media vida para coger gasolina, hemos llegado al cielo. —Bromeó Jimmy bajando del vehículo.

—Si no fuerais unos incompetentes, el trabajo se hubiera echo en un abrir y cerrar de ojos. —Gruñó Carroña poniéndose a la cabeza.

—Fred no seas tan gruñón, hermano. —Le contestó Jimmy dándole un toquecito en el hombro a Carroña.

Los tres tenientes dieron la vuelta al edificio, mirando los alrededores  en busca de posibles amenazas. Jimmy se paró delante de la puerta trasera, para utilizar su vieja ganzúa.

—Menos mal que Rojo te enseñó bien a abrir puertas. —Dijo Will sonriente, mientras entraban dentro de la licorería.

—Rojo era el chico ganzúa, entraba en cualquier lugar. Nunca importó si había una vieja cerradura, o una electrónica. El tío te colaba hasta en un complejo de alta seguridad, pero este pobre desgraciado con suerte abre un diario infantil, y aún teniendo la llave. —Replicó Fred con su mal carácter.

—Carroña, tú tan simpático como siempre… —Respondió Jimmy tras soltar un suspiro.

El interior de la licorería era un autentico caos. El pegajoso suelo estaba lleno de los cristales rotos, que antaño eran botellas de alcohol. Las estanterías de los mostradores estaban rotas y tiradas, formando pequeñas barricadas manchadas de sangre. Por algunos lados había casquillos de balas y cadáveres de zombies, de los cuales salía un hedor insoportable.

Los chicos anduvieron hasta el final de la estancia, donde se pusieron a mover unas estanterías que formaban una alta barricada. Esta estaba tapando una puerta, que daba al almacén de la tienda. Cuando consiguieron quitarlas todas, consiguieron entrar a donde ellos querían.

—¡Esto es una mina de oro! —Exclamó Jimmy, asombrado por la cantidad de alcohol que había allí, mientras cerraba la puerta del lugar.

La estancia estaba llena de cajas y más cajas, de todo tipo de botellas de buen alcohol. Podían elegir que querían llevarse, tal y como si fueran de compras. Todos se quitaron las máscaras rápidamente. Will se fue enseguida a la parte de los whiskys, indeciso por cual abrir primero. Jimmy abrió corriendo una botella de ron cacique, de la que se puso a beber como si fuera agua.

—¡Sois unos malditos borrachos! ¡No sabéis apreciar el buen alcohol! —Bromeó Carroña con su particular tono gruñón.

Los chicos despreocupadamente se sentaron un rato a beber, para descansar del duro trabajo que habían echo para conseguir la gasolina.

—Quizás no nos deberíamos de entretener tanto, esta gente estarán esperándonos… —Sugirió Will tras darle un trago a su whisky escocés.

—¿Bromeas? Johnny esta loco por que nos entretengamos todo lo posible. ¿Es que acaso estás sordo? El mismo lo comentó antes, cuando Ley fue a ver a Tonny. —Respondió Jimmy asombrado por lo tonto que parecía su compañero, al no enterarse de nada.

—Yo que sé tío, paso de él. Me emparanolla la cabeza muchas veces, está to quemao del cerebro. Aparte que a Ley no le gusta Johnny, le gustaba Rojo. —Respondió el musculoso rubio.

—¡¿Rojo?! —Preguntó Fred asombrado, escupiendo el sorbo de anís.

—Pero Will, tío… Rojo está muerto… —Añadió Jimmy algo ausente.

—¿Me podéis explicar eso? —Gruñó Carroña.

—¿Ahora te enteras? Coño, mira hacia atrás y fíjate. —Dijo Will desenfadado.

—La cosa es que Rojo en vida desaprovechó la oportunidad y ahora está muerto. El estúpido científico ese, también está tieso, y Johnny ahora está más salido que un mandril. La cosa está bastante clara. Si al chaval le mola desde ni se sabe cuando y lleva sin mojar pecha, es lo mas normal. —Dijo Jimmy explicando su punto de vista.

— ¡Es verdad! Desde que se tiró a la putilla esa, a la que le acabó reventando los sesos, está to pesao. —Añadió Will entre carcajadas.

—Bueno de lo que estamos seguros, es que en este caso quien reventaría sesos sería la pelirroja. No es nadie esa, como te descuides un poco se emparanolla y hace de tus tripas su desayuno. —Dijo Jimmy algo gracioso, por el efecto del alcohol que le estaba subiendo.

—Sois unas marujas, os encanta cotorrear. —Añadió Carroña mientras abría otra botella.

—Igual que tú, lo que pasa que nosotros somos mas descarados. —Bromeó Jimmy sacándole la lengua.

—Yo lo que no sé es que coño hacia Sangre con el enclenque de Bryan, menudo tío más raro. —Opinó Will algo borrachín.

—Sencillo, está más claro que el agua. Ley obligada a retener a los científicos, sentiría pena de ellos. Se encariñaría con el tipo este, que debía ser de los más jóvenes y punto. La culpabilidad la llevaría a sentir afecto, como cuando quieres a un gracioso animalito, por que te da pena de tenerlo encerrado. —Contestó Jimmy muy convencido.

—A mí lo que no me ha quedado claro, es porque Sangre y Rojo no se acabaron liando. ¿Qué pasó? —Dijo Fred intrigado, volviendo a meterse en la conversación.

—No pasó nada porque eran idiotas, así de claro. —Respondió Jimmy brevemente.

—Bueno bocazas, mientras cascáis como dos viejas podríamos ir llenando las mochilas y las bolsas. —Sugirió Fred de mala gana.

—¡A sus ordenes dictador! —Bromeó Jimmy borracho, mientras hacia el saludo militar.

Los borrachos soldados se pusieron a la labor, entre carcajadas y pequeñas bromas. El único que parecía guardar compostura era Fred, los otros dos estaban de cachondeo mientras guardaban las botellas.

—¿Te imaginas al quemado de Johnny intentando ligar con Ley? Seguro que al final vuelve con una puñalada o algo. —Se cachondeaba Jimmy entre carcajadas.

— Jajaja. A lo mejor lo castra como a un gato. —Bromeó Will casi tirado en el suelo de la risa.

—Si Ley hace eso, es la puta ama. Pero enserio, yo no me lo imagino. Johnny esta acostumbrado a ser un bestia con las tías. Desde los catorce años su táctica ha sido siempre la misma. Se pone en plan sádico, las agarra de los pelos, les grita, y no sé como se las beneficia, para acabar dándoles una patada. Es asombroso que se tire a las tías comportándose así, aunque con las que se va también es verdad que les mola el rollo esclava. Pero la cosa es esa, siempre todo a sido para echar un polvo, pero está vez es diferente. —Comento Jimmy, llenando unas bolsas.

—Eso te crees tú, con lo salido que está ahora, acabará haciendo lo mismo de siempre. Si vuelve herido, me apuesto cuatro cigarros a que Ley a puesto el modo gore en on, y a jugado con él usando su espada. —Contestó Will entre risitas de borracho.

Cuando ya habían llenado todas las bolsas, se dispusieron a coger cajas. Se pusieron las máscaras y salieron fuera, para ir llenando el espacio libre que quedaba en el camión. Carroña se quedó fuera vigilando, mientras sus compañeros entraban y salían.

—Menos mal que hemos encontrado esto. La vida en este infierno sin alcohol es para pegarse un tiro. Estar borracho en este caos, hace que quiera seguir viviendo. Siempre he estado borracho, ser un soldado siempre ha sido duro, pero esto es mucho peor. Pensar que puedes morir en unas horas, hace que quieras beber, comer y reír todo lo que puedas. Pero estar siempre con una máscara y un traje radioactivo, es lo más asqueroso que te puede pasar, estoy harto… Cuando bebo se me quita ese agobio, esa necesidad de respirar aire puro y notar la brisa fresca en la mañana. —Comentó Jimmy con toda la sinceridad, que albergaba en su interior.

—La razón más importante para beber, es la tortura de saber que voy a pasar la eternidad en este infierno, aguantando al chalao de Johnny. —Bromeó Will intentando animar a su amigo.

—¡Que exagerado! Si llevas media vida aguantándole,  un poco más no será para tanto. Además aunque está algo pirado, es un tío divertido. ¡Anda que no nos hemos pegado fiestas con él! —Replicó Jimmy un tanto chulesco.

—Es divertido en la trinchera, de fiesta y para lo que quieras, pero no para estar siempre con él. Al menos antes cuando quería podía quitarme de en medio, ahora tengo que aguantarlo día y noche. Está demasiao quemao de la cabeza, se le va pecha la pinza. —Dijo Will, mientras recogía las últimas cajas que les cabían en el camión.

—¡Anda ya! Si aquí todos estamos grillaos, no se salvaba ninguno. ¿Es que acaso Masacre estaba bien de la olla? Por que a ese se le iba bastísimo, no sé quien ganaría en un concurso de locura. ¿Y que me dices de Carroña? Recuerda como era en la trinchera, cualquier día se le va la pinza y la lía. Yo tampoco estoy muy cuerdo y lo sabes, pero que valla, tú no eres la excepción. A ti se te pira pecha, eres un puto Nazi. Le tienes una manía a los polacos, que yo flipo. Sin contar que tienes una sería obsesión con la blitzkrieg, que no me parece nada sana. Aunque uno de los más pirados era Hierro, ese puto tío era una jodida máquina. Sinceramente Johnny esta loco, pero yo creo que quien se lleva el premio es tu colegona Sangre. La pelirroja está tarada, si muy callada y muy sería cuando quiere, pero ese silencio a mí me da pánico. Cuando está en silencio es cuando está maquinando, y precisamente no es una santa. Es un soldado, pero más que un soldado a mí me parece una asesina, ella disfruta con ello. Tanto Ninja y tanto Samurai le ha afectado, se lo toma demasiado enserio. Antes era una filosofía loca de soldado, pero ahora da miedo. —Dijo Jimmy exponiendo sus pensamientos algo borracho, mientras volvía a poner la barricada delante de la puerta.

—Más miedo me daba a mí cuando le daban las venas terroristas con las baterías antiaéreas, o cuando se llenó de explosivos con intención de volar el parlamento. Sí, es buena en el cuerpo a cuerpo, y ahora encima tiene una catana, pero me daba mucho más miedo cuando manejaba la artillería pesada a tu lado. —Respondió Will metiendo las últimas cajas.

—¡Miedo os voy a dar yo como no movamos el culo de aquí! ¡Marujas! ¡Dejad la charla y vámonos ya! —Gritó Carroña cansado de que sus compañeros no se dieran prisa.

Jimmy cerró la puerta trasera de la licorería y buscó en su bolsillo, las llaves del vehículo. Will se subió en la parte trasera, tropezando por culpa de la borrachera que llevaba encima. Carroña se las quitó, en cuanto este las encontró.

—¡Tú no vas a conducir! ¡Estás demasiado borracho! —Gruñó Fred alterado.

Jimmy aliviado de poder seguir su charla sin tener que prestar atención a la carretera, se subió de copiloto con una sonrisa de oreja a oreja. Su compañero algo cabreado arrancó el camión y aceleró, para alejarse lo más rápido posible.

—Entre el viejo depósito militar y esto, hemos perdido demasiado tiempo. Como si no supierais que tardamos una eternidad, solo en recorrer el camino. Desde que por sois soldados sin ingresos, sois unos incompetentes. —Se quejó Fred, conduciendo a toda velocidad.

—¡No seas pesado tío! No tenemos prisa, no vamos a llegar tarde a trabajar, ni van a cerrar los restaurantes. Johnny quería tiempo y no veía ningún inconveniente en dárselo. El chaval también tiene sus necesidades… —Replicó Jimmy bastante disgustado.

—Pues sí quiere follar, que lo intente en el campo, cuando mi culo esté a salvo, no en mitad de la nada. —Gritó Carroña, cerrando el tema.

Los chicos estuvieron pensativos y en silencio un buen rato. Jimmy miraba por la ventana, inmerso en los recuerdos de antaño. En concreto recordaba unas vacaciones en la playa cuando era adolescente. Cuando terminó el curso en la escuela militar, fueron a California a la casa de los abuelos de Ley. Ella lo había invitado a él, a Rojo y a Johnny. Pasaron borrachos todo el verano, en la playa de fiesta en fiesta. Por las tardes se iban con el hermano de la pelirroja al campo, para pasar toda la tarde disparando a viejas latas. Recordaba aquellas vacaciones como las mejores, ningún verano había disfrutado tanto como ese.

Carroña no paraba de pensar en lo largo que se le hacía el camino, era algo que lo superaba. No quería perder tanto tiempo cada vez que tenían que hacer algo, estaba harto de pasarse los días enteros por ahí.

Will intentaba recordar la letra de una vieja canción, que solían cantar todos juntos en la guerra. Tenía en mente parte de la letra, pero con el resto estaba hecho un lío. Aquella canción siempre solía animarlos, cuando en el camino todos se quedaban en silencio.

—Estoy harto de este mundo, quizás no sería tan mala idea beber hasta morir de un coma etílico… —Dijo Jimmy deprimido, al recordar los viejos tiempos que ya nunca volverían.

—Todos estamos hartos, pero rendirse a la muerte es de cobardes. ¿Vas a suicidarte para escapar? ¡Muere como un hombre haciendo algo digno! Si mueres de un coma etílico, al menos que no sea intencionadamente. —Gritó Carroña enfadado.

—¿Eres tonto tío? ¿Vas a escoger la manera más desagradable para suicidarte? Eres un soldado, échale un par de cojones y enfréntate al mismo demonio si hace falta. ¡No me seas maricón!—Replicó Will bastante borde.

—¡Callad ya! Estoy borracho, pasad de mí. —Añadió Jimmy alzando la voz.

—¡Cállate tú! Déjate de tonterías y céntrate, cuando nos reunamos con estos vamos a tener trabajo duro. Dormid un rato si es necesario, pero luego os quiero en vuestra línea. Esta es nuestra verdadera misión, aquí no valen las chiquilladas y lo sabéis. —Dijo Carroña concentrado en la carretera.

Ambos le hicieron caso y se echaron a dormir un rato. Cuando casi se estaban quedando dormidos, se alertaron al notar el volantazo que dio su compañero. Este estaba pálido por el susto, agarrando con fuerza el volante.

Un par de mutantes se habían cruzado en su camino, apunto de provocar un accidente. Estos eran casi tan grandes como el camión y avanzaban a gran velocidad. A estas moles las acompañaron otras cuatro, un par de minutos después.

Tras el extraño incidente, el camino continuó con normalidad. Jimmy y Will acabaron durmiendo la mona, en cuanto la situación se normalizó. Fred se tranquilizó a los pocos minutos, al ver que lo único que encontraba por el camino, eran zombies. A los pocos que vio por la zona casi siempre iban solos, así que o los esquivaba o pasaba por encima de ellos.

El Jeep paró delante del bosque naranja, al lado de la pequeña montaña. Desde allí podía verse la tumba de Rojo, a unos pocos metros de donde habían aparcado. Los jóvenes se bajaron del vehículo con la cabeza gacha, en absoluto silencio.

—Sé que lo necesitas y yo también lo necesito. —Susurró Johnny cuando llegaron al lado de la tumba.

La joven pelirroja comenzó a llorar desconsoladamente, mirando el pequeño montículo de tierra. Ella ya no era la misma, aquella muerte le había afectado demasiado. Necesitaba curar sus heridas y continuar, tenía que hacerlo por Rojo. Debía recuperar toda su concentración, para poder terminar aquello que habían empezado.

—A mí también me duele, yo también le echo de menos. Perder a tantos hermanos es muy duro, sobre todo cuando ya quedamos tan pocos… —Dijo el esquelético chico, derramando unas sinceras lágrimas.

—¿Y tú como consigues superarlo? —Preguntó Ley entre amargos llantos.

—No lo supero, pero intento vivir con ello. ¿Crees que Rojo querría ver este despojo en el que te has convertido? Piensa solo una cosa, tú estás viva. Aprecia lo que tienes, solo vas a vivir una sola vez y tal y como está la cosa, puede que no vivamos muchos mas. Levántate como siempre has hecho, vuelve a ser tú. —Contestó Johnny algo molesto.

—Lo intento, pero no puedo… A veces veo su cara en los rostros de los zombies… A veces no recuerdo su muerte y me giro para decirle algo, pero él ya no está. Otras veces sencillamente es que me niego a aceptar su muerte… —Susurró la pelirroja con la cabeza gacha.

—Tienes que aceptarlo, lo vistes con tus propios ojos… —Añadió el joven con tristeza.

Ambos quedaron en silencio mirando la tumba, inmersos en sus pensamientos. Ley pensativa observaba con odio y resentimiento, aquel maldito bosque que le había costado la vida a su amigo. Su tristeza ocasionalmente se transformaba en una ira incontrolable, la cual la cegaba momentáneamente.

Johnny andaba de un lado a otro, recordando como había ocurrido todo. Se torturaba así mismo, pensando que él último día que pasó con su amigo, no fue todo lo amable que debió haber sido.

—Yo me comporté como un cerdo, no debí pasar el último día picándolo por tonterías, o discutiendo por querer emborracharme. No debí haberme burlado del bosque antes de entrar, este es mi castigo. Yo tendría que ser el muerto, yo me burlé mientras vosotros reconocíais el respeto que sentíais hacia esta aberración… —Expresó el canijo sintiéndose culpable.

—Yo debí haber dicho muchas cosas, que ya nunca jamás podré decir… Siempre pensé que quedaría tiempo, pero se me escapó de las manos… —Dijo la pelirroja ausente y deprimida.

—Las cosas nunca volverán a ser iguales… —Añadió Johnny tras un breve suspiro.

—Lo sé, eso es lo que mas me duele. ¿Qué nos queda en esta mierda de mundo? Por que yo ya no veo nada, lucho por vengar la muerte de todos, no por buscar mi propia salvación. —Comentó la joven desde su ser mas interior.

—Lo único que nos queda son nuestros camaradas, por ellos y por nosotros mismos debemos continuar. Ley tienes que reaccionar, hazlo por nosotros y por Rojo. Sin ti nunca lo conseguiremos, tú eres la que siempre lleva las riendas y te necesitamos en plena forma. Hazlo para vengar la muerte de todos, hazlo para que podamos terminar lo que empezamos, hazlo por todo lo que hemos sufrido hasta ahora, y sobre todo hazlo por el honor de los camaradas muertos… —Respondió Johnny intentando hacer reaccionar a su amiga.

—Tienes razón, tengo que hacerlo, tengo que levantarme de esta dura caída. Pero necesito vuestra ayuda, sola no puedo hacerlo… —Dijo la pelirroja, volviendo a derramas unas amargas lágrimas.

El joven abrazó a su amiga intentando consolarla. La chica abrazándolo con fuerza, lloró hasta que no le quedaban más lágrimas en su interior. Ley se acercó a la colorida maleza, cortando un cacho que echó encima del pequeño montículo de tierra. Se quedó mirando la tumba, mientras sus lágrimas se secaban con lentitud.

—Johnny dame mi mochila, por favor. —Pidió la joven amablemente.

El pelirrojo sacó del Jeep la mochila de su amiga y se la dio lo antes posible. Esta comenzó a rebuscar en uno de los pequeños bolsillos del interior, para posteriormente sacar dos condecoraciones que depositó sobre la tumba de su amigo.

—¿Tus condecoraciones más altas? ¿La medalla de mayor honor por valor en el campo de batalla? ¿Enserio? —Preguntó Johnny completamente asombrado por el acto de su compañera.

—Sin Rojo quizás nunca las hubiera conseguido, él merece descansar en paz junto con estas medallas. —Respondió Ley de todo corazón.

La chica echó tierra sobre las medallas, ocultándolas para que nadie las robara. Acto seguido se volvió a despedir de su amigo y se dirigió al Jeep, con una fuerza interior renovada.

Johnny sacó del bolsillo su lazo rojo de la suerte y lo enterró junto a las medallas. Se disculpó por haber sido tan idiota, para posteriormente despedirse con un par de lágrimas.

Ambos guardaron silencio unos minutos, antes de irse de aquel lugar. Cuando comenzaron a alejarse, Ley se puso a observar la tumba hasta que la perdió de vista. Johnny al contrario que su compañera, no la volvió a mirar desde que arrancó. Él no quería mirar hacia atrás, solo quería enfocar su vista hacia el futuro.

—Podrías descansar un poco, debes estar exhausta. —Sugirió el pelirrojo con amabilidad.

La chica siguió su consejo y se echó a dormir, necesitaba descansar después de toda aquella paliza. Johnny relajó la velocidad un poco, para darle a su compañera más tiempo para descansar.

El camino de vuelta al campo, fue prácticamente tranquilo. El joven atropellaba todo lo que se ponía en su camino, como solía ser la costumbre. Cuando llegaron ya estaban sus compañeros esperándoles, tras haber descargado el camión.

—Nena despierta, ya hemos llegado. —Dijo Johnny despertando a la pelirroja, dándole toquecitos en el hombro.

Ley se levantó algo mas descansada y con su mente bastante más tranquila. Sacaron la comida del coche, tras vaciar sus mochilas rápidamente. Una vez todo listo se montaron los cinco en el Jeep para ponerse en marcha. Cuando estaban delante de la valla, Jimmy bajó para abrirla y cerrarla.

—¿Qué tal vuestro viaje chicos? —Preguntó Jimmy entre risitas, mientras subía de nuevo al vehículo.

—De lujo tío. Un pinchazo en la rueda, un oso mutante mientras me acosaban podridos, me he caído por una escalera, y lo más importante, mi codo está hecho una puta mierda. —Respondió Ley con un toque de sarcasmo.

—Nosotros hemos tenido un pequeño incidente recogiendo la gasolina. Resulta que el viejo depósito del ejército, el de emergencias, se llenó de podridos. Todo por que Will es un incompetente y dejó la verja un poco abierta. Tuvimos que salir por detrás cargados con las garrafas de gasolina, para andar un kilómetro al tener que rodear la vieja instalación. —Comentó Carroña molesto.

—Si, bueno, pero después nos hemos emborrachado y se nos ha pasado el mal trago. Así que nuestro camino ha molado más que el vuestro. —Bromeó Jimmy con chulería.

El grupo de soldados consiguió llegar a su destino, tras un largo camino. El viaje lo aprovecharon para centrarse en su misión, planeándolo todo. Dejaron las bromas a un lado y se concentraron al máximo.

El lugar era un antiguo complejo de seguridad gubernamental, que se encontraba camuflado entre una hidroeléctrica y un parque eólico. Al complejo se accedía por la parte que estaba más próxima al lago, la cual estaba rodeada de algunos zombies.

Los chicos prepararon sus armas concienzudamente, al bajar del Jeep mentalmente preparados. Johnny recargó su escopeta, tras guardar unas cajas de cartuchos que Carroña le había dado. Ley le hizo un nudo a la cuerda de su Kalashnikov para poderlo llevar colgado, antes de desenfundar su catana. Will aseguró su cuchillo en la pernera izquierda, para posteriormente empuñar su revolver.

—Yo me decantó también por las armas blancas. —Dijo Jimmy mientras sacaba una espada de esgrima, de la parte trasera del vehículo.

—Vosotros quedaros con vuestras espaditas, que yo no me juego la vida. —Gruñó Carroña empuñando su fusil de asalto.

El grupo se dirigió hacia la entrada con paso decidido, mientras guardaban un sepulcral silencio. Al ir acercándose a la zona, los zombies se percataron de su presencia. Estos comenzaron a correr hacia los cinco soldados, como si no hubiera un mañana.

Carroña y Will se pusieron en cabeza, disparando a los podridos que mas se iban acercando. Johnny al contrario de sus dos compañeros utilizaba su arma de fuego, para golpear a los zombies con su culata. El joven disfrutaba poniendo muecas, justo antes de golpearlos violentamente.

Jimmy y Ley comenzaron a rebanar cuellos, con sus diferentes espadas y estilos de lucha. Ambos chicos se movían con una elegancia y distinción envidiable, a la vez que eficiente.

El grupo consiguió entrar dentro de las instalaciones, matando solo a los zombies que se interponían en su camino y escapando del resto. Una vez dentro comenzaron a avanzar por los túneles, intentando llegar a la zona importante del complejo.

Según iban avanzando iban encontrando manchas de sangre, esparcidas por el suelo y la pared. Después de un rato comenzaron a ver algunos cadáveres de zombies que yacían, unos encima de otros.

Mientras más caminaban, más cuerpos y mas sangre encontraban. El lugar parecía haber vivido una masacre, que estaba reflejada en los rastros del horror que había dejado consigo.

Tras un rato de caminata escucharon a lo lejos las voces de dos hombres, aunque no pudieron entender que decían. Continuaron en la dirección de donde se habían escuchado las voces, caminando con cautela.

Llegaron hasta una sala llena de grandes computadoras del servicio secreto, las cuales estaban apagadas y con los cables cortados. Will comenzó a mirar si alguna, aún tenía los cables en buen estado.

—Chavales, esa gente ha cortado los cables a propósito, no hay ninguno que no este cortado, o arrancado. —Susurró Will lo más bajito que pudo.

—¿Pero que mas da? ¿No hay electricidad no? —Preguntó Jimmy desconcertado.

—Aquí si debe de haber electricidad, esto está enganchado a la hidroeléctrica y a la eólica. Además, en la parte superior del edificio hay paneles solares. Lo único que no sé es si está conectado en estos momentos, pero esto es autosuficiente. —Comentó Johnny en voz baja.

Los cinco soldados continuaron avanzando por el abandonado complejo, lo más silenciosamente que podían. Ese silencio fue interrumpido cuando Will tropezó con un cadáver, cayéndose al suelo de bruces.

Un poco más adelante se encontraba la cafetería del lugar, donde todos parecían haberse suicidado. Todas las mesas estaban llenas de cuerpos, con tremendos disparos en la cabeza. Aquel panorama los dejó de piedra, había tantos cadáveres que eran incontables.

Tras recuperarse de la espantosa imagen, los chicos decidieron avanzar para no quedarse más rato observando la grotesca escena. El único que parecía observar el panorama embobado era Johnny, el cual veía una extraña belleza en aquella imagen.

Recorrieron unos largos pasillos, hasta que vieron a lo lejos a un hombre que se arrastraba contra la pared. Echaron a correr hacia él, empuñando las armas por si era un zombie.

El hombre se dio la vuelta cuando tenía a los soldados casi detrás de él, apuntándole con frialdad. Iba vestido con un traje nqb blanco, el cual estaba ensangrentado. Tenía un gran boquete en sus ropas, dejando ver una gran herida de la que no paraba de brotar sangre.

—¿Dónde están las patentes? —Gritó la pelirroja, poniéndole el filo de la catana delante del cuello.

—¡Yo no sé nada! ¡Ayúdenme! —Respondió el histérico hombre, algo ido.

—¿Es que acaso no escuchas bien? —Añadió Johnny apretando el cañón de su potente escopeta, contra las partes del asustado hombre.

—¡Os llevaré! ¡No me hagáis daño! ¡Por favor! ¡Ayúdenme! —Suplicó el hombre sumamente desesperado.

—¿Cómo te llamas capullo? —Preguntó Fred con su mal carácter.

—Frank. —Respondió en dolorido hombre.

—¡Pues venga Frank! ¡Arreando el culo que es para hoy! —Gritó el Teniente Carroña, pegándole porrazos con su rifle.

Este empezó a guiarlos por los túneles, mientras se quejaba por su brutal herida. Johnny estaba empezando a perder los nervios, al ir tan despacio por culpa de aquel moribundo. El esquelético chico estaba deseando estar cerca del lugar que buscaban, para pegarle un tiro lo antes posible.

El camino seguía lleno de cadáveres, de la gente que alguna vez trabajó allí. Muchos de los cuerpos descansaban sin cabeza, sobre grandes manchas de sangre reseca. Otros cadáveres parecían haber sido devorados, ya que solo eran huesos con tiras de carne pegada a ellos.

A los pocos minutos Ley que iba en cabeza, se paró en seco al extrañarse con uno de los cadáveres que yacían en el camino. Este iba vestido diferente al resto, justo igual que el moribundo que iba con ellos.

—¿Es colega tuyo? —Preguntó la pelirroja peligrosa, acercando la catana a las partes bajas de Frank.

—Si, pero me dejaron atrás cuando me mordieron. —Contestó el asustado hombre a toda velocidad.

La joven se acercó al muerto empuñando su espada, para posteriormente cortarle la cabeza. El hombre se horrorizó al ver lo que hacia la chica, con el cadáver de uno de sus compañeros.

— Me gustan más los cadáveres sin cabeza. Es mejor asegurarse de que este cabrón no se levante, para mordernos el cuello de improvisto. —Añadió Ley con seriedad.

Continuaron andando lo más rápido que podían, obligando al hombre a andar más deprisa. Frank cada vez necesitaba más apoyo en la pared y cada vez le costaba más andar, aunque a los cinco soldados eso les importaba más bien poco. Llevaba rascándose desde que lo habían encontrado, pero los picores aumentaban según iba pasando el tiempo.

Encontraron a un puñado de zombies muertos, junto a mas cadáveres con trajes nqb blancos. El moribundo hombre derramó unas lágrimas, al ver como muchos de sus compañeros habían muerto.

—¿Vas a descuartizar a todos estos también? Por que te va a dar el lío. Bromeó Will intentando animar un poco la situación.

—No podemos perder más tiempo, este también se muere y sabe donde están las patentes. —Sugirió Fred señalando al moribundo.

—Vamos a continuar, pero no descuidéis la retaguardia. Era lo único que nos hacía falta ya. —Ordenó Ley con absoluta seriedad.

Frank se quitó la máscara para vomitar, negándose a volvérsela a poner cuando terminó. Su cara estaba tan pálida como la de un muerto y a veces, se le iban los ojos hacía atrás.

Ley y Jimmy iban en cabeza, avanzando con cautela. Detrás les seguía Johnny encañonando al moribundo, esperando que se transformara de un momento a otro. En la parte trasera del grupo estaban Fred y Will, cuidando de que la retaguardia fuera segura.

Un par de zombies que antaño habían sido compañeros de Frank, se percataron de que había carne fresca mientras deambulaban por ahí. Ley se acercó a uno de ellos con lentitud, para posteriormente clavarle la catana entre los ojos. Jimmy se encargó del otro, segándole el cuello a su victima.

Frank calló al suelo vomitando violentamente, mientras los cinco se giraron para apuntarle. Al terminar de echarlo todo comenzó a rascarse compulsivamente, hasta que un pedazo de carne se le desprendió de la cara. En ese momento Johnny apretó el cañón contra la sien izquierda del moribundo, para posteriormente reventarle los sesos de un disparo a quema ropa.

—¿Por qué lo has matado? —Preguntó Fred en un tono insolente.

—¿Qué ibas a esperar a que se transformara? Porque yo no. —Replicó el pelirrojo enfadado.

—Da igual chicos, no iba a caminar más. Vamos a seguir en la dirección que íbamos y punto. —Dijo Ley calmando el ambiente.

Continuaron hasta una gran sala donde encontraron unas estanterías volcadas en el suelo, junto a papeles desordenados y carpetas vacías. Todos se pusieron a rebuscar entre los documentos, por si encontraban algo de lo que andaban buscando.

Interrumpieron su búsqueda cuando comenzaron a escuchar unos gritos, que se acercaban rápidamente. Todos se pusieron en pie y en guardia, esperando que entrara la sorpresa por la puerta. Empuñaban sus armas, tragando saliva y mentalizándose para lo que pudiera venir.

Siete hombres con trajes nqb blancos, entraron corriendo en la estancia que se encontraban los chicos.  Aquel grupo llevaba consigo tres maletines metálicos, de los cuales uno estaba manchado de sangre.

Jimmy utilizando sus técnicas de esgrima atravesó el pecho de uno de ellos, tras esquivar milagrosamente una bala que había disparado Will. Este falló el tiro, pero finalmente consiguió matar a otro de los hombres. Uno de estos consiguió alcanzar el hombro izquierda de Carroña, el cual gruñó cuando recibió el impacto.

 Johnny tiró a uno al suelo cuando le disparó en la rodilla, para posteriormente matarlo de un tiro en la cabeza. La pelirroja le rajó el cuello a uno de ellos, dejando que muriera sufriendo como un perro.

Fred fue herido nuevamente, pero esta vez fue en su rodilla derecha donde recibió el impacto. Jimmy mató al agresor de Carroña, cuando este estaba intentando matar a su amigo.

Los dos que aún quedaban vivos tiraron las pistolas al suelo, rindiéndose al ver que eran mucho menores en número. Carroña cegado por la ira de estar herido, disparó a uno de ellos en cuanto este tiró su arma.

—¡No vais a conseguir nada matándonos! ¡Las patentes importantes ya se las han llevado! ¡Tenemos que salir de aquí! —Gritó el hombre mientras le pegaba una patada a uno de los maletines, acercándoselo a Jimmy.

Este abrió el maletín rápidamente, comprobando que el hombre no mentía. Le hizo un gesto a sus compañeros, para que estos supieran que el hombre decía la verdad.

—¡Tenemos que salir de aquí! ¡Pronto vendrán! ¡Les hemos cortado el paso, pero no por mucho tiempo! —Gritó el hombre completamente desquiciado.

—¡De aquí no se mueve ni dios! ¿Esta claro? —Gritó la pelirroja todavía más fuerte, mientras acercaba su espada al cuello del hombre.

—¿Dónde se las han llevado? —Preguntó Johnny mirándolo con desprecio, mientras recargaba su escopeta.

—¡Al pueblo abandonado! A unos doscientos kilómetros al norte. —Respondió el hombre asustado.

—Comprendo. —Dijo seriamente Ley dándose la vuelta, para volver a girar rápidamente y clavarle la catana en el estómago.

—Puta, aunque lleguéis allí os estarán esperando. Saben quienes sois. —Dijo el dolorido hombre, tras soltar un desgarrador grito.

—Pues que esperen. Contestó la pelirroja retorciendo su espada, mientras el hombre gritaba.

Ley sacó su espada del moribundo secuaz, para acabar clavándosela en mitad de la frente. Cuando estaba desencajando la catana del cráneo del cadáver, comenzó a ver como a lo lejos se acercaban corriendo bastantes zombies.

—¡Coged los maletines y correr! –Gritó Ley a toda velocidad, recogiendo uno de los maletines.

Johnny y Jimmy cogieron los otros dos, mientras que Will ayudaba a Carroña a correr. El grupo comenzó a retroceder en dirección a la salida, seguidos de lejos por los zombies que cada vez estaban más cerca de ellos.

Ley se paró en seco al ver que todos los cadáveres con trajes blancos que habían visto antes, estaban de pie obstruyendo la salida. El pasillo se hacía demasiado estrecho como para pasar corriendo, la única opción era matarlos antes de que los otros les alcanzaran por detrás.

—¡Venga Jimmy! ¡A la de tres! —Gritó la pelirroja mientras se preparaba para el ataque.

Asintió su compañero, colocándose en su posición de esgrima para atacar. El resto comenzaron a soltar su metralla, matando a alguna de las putrefactas criaturas.

—Uno, dos y… ¡Tres! —Gritó la pelirroja corriendo en dirección al enemigo.

Ambos espadachines comenzaron a rasgar los cuerpos de sus pestosas víctimas, utilizando sus mejores movimientos. Los delgados jóvenes hacían un excelente equipo en el cuerpo a cuerpo, convirtiéndose en una combinación letal.

Los zombies que tenían a la espalda, se estaban acercando peligrosamente y delante aun quedaban muchos como para escapar. Carroña se dio la vuelta disparando, para intentar contener a los de detrás.

—¡Marchaos sin mí! ¡Yo no puedo correr! ¡Iros! ¡Yo los contendré! —Gritó Carroña cuando se percató de la gravedad del asunto, dándole su mochila a Will.

—¡No camarada! —Suplicó Will a su amigo, cogiéndole del brazo.

—¡Vamos a salir todos de aquí Carroña! —Contestó Ley a voces, mientras le cortaba el brazo a un zombie que forcejeaba con Jimmy.

—¡Sangre, es la palabra de un soldado! ¡Tienes que aceptarla! ¡Es mi decisión! ¡No os preocupéis por mí! ¡Marina me espera en el cielo! ¡No quiero vivir más sin ella!—Gritó Carroña al soltarse de Will, para posteriormente acercarse más a los zombies disparando sin cesar.

—¡Ve con honor soldado! ¡Tu muerte será recordada con gran valentía! ¡Da saludos a todos los camaradas! ¡Pronto nos reuniremos otra vez! —Contestó Ley intentando guardar la compostura.

—¡Pero no le dejes ir! ¡Fred vuelve hermano! —Gritó Will histérico.

—¡Es la palabra de un guerrero! —Replicó la pelirroja mientras mataba a un zombie.

—¡Guárdame un hueco en el infierno camarada! —Gritó Jimmy intentando despedirse de su amigo, mientras se quitaba a un podrido de encima.

—¡No te aburras ahí abajo sin mí! ¡Que el engendro rey del inframundo no tardará en ir allí! —Gritó Johnny  recargando su escopeta.

—¡Gracias chicos! ¡Vivid luchando y morid con honor! —Gritó Carroña despidiéndose de sus amigos, matando a un zombie que tenía a un par de metros.

Fred vació su último cargador, mientras sus compañeros luchaban por intentar salir de allí. Golpeó a una de las criaturas arrojándole su rifle vacío, sacando tiempo para sacar su cuchillo de combate. Mató a un cinco de esos putrefactos seres, clavándole el cuchillo en el cuello.

Cuando estaba intentando matar a otro, le mordieron un brazo. Otro se le echó encima tirándolo al suelo de espaldas. Aún siendo mordido sacó fuerza para apuñalar a dos de sus agresores.

Los jóvenes derramaron unas dolorosas lágrimas, escuchando los gritos de su compañero al ser devorado. Llenos de ira y resentimiento, se volvieron locos matando a las criaturas que aún les cortaban el paso. Gritaban con rencor masacrando a los putrefactos seres, mientras seguían escuchando los desgarradores gritos de Carroña.

No solo escucharon toda la agonía de su camarada, antes de lograr hacerse paso para continuar la huída. Cuando este dejó de gritar, tuvieron que escuchar el sonido que producían las criaturas al comérselo. Los jóvenes corrían escuchando en sus cabezas, los gritos de su amigo. Era algo que no podían quitarse de la mente, un pensamiento que les perseguía una y otra vez.  

Cuando lograron salir del complejo volvieron al ataque, para salir de allí y llegar al coche. Lo bueno era que la amplia zona les permitía mucha más movilidad, que dentro del complejo. Ley iba en cabeza llena de odio, rajando los cuellos de todos los zombies que se ponían en su camino, mientras gritaba para desahogarse. Will en segundo lugar lloraba desconsoladamente, reventando los cráneos de las criaturas con su potente revolver. A su lado iba Johnny recargando su escopeta a gran velocidad. Jimmy estaba el último cubriendo la retaguardia con su espada de esgrima.

De camino al vehículo Will tropezó con un cadáver, sobre el que cayó segundos mas tarde. Johnny pasó justo por su lado, pero quien le ofreció ayudar para levantarse fue Jimmy.

Al llegar al coche el esquelético pelirrojo fue el primero en subirse, seguido por Ley que subió segundos después. Ambos ocultaron los maletines debajo de los asientos, mientras sus otros dos compañeros se montaban en el Jeep.

Arrancaron sin mantener ninguna conversación entre sí, para alejarse de la tumba de su amigo dándole un último adiós. Miraron el lugar hasta perderlo de vista en la lejanía, mientras empezaba a anochecer rápidamente.

El camino hasta el pueblo abandonado, fue muy tranquilo y callado. Los jóvenes lloraron en silencio su reciente pérdida y no intercambiaron palabras, excepto cuando era necesario.

Aparcaron en las afueras de aquel pueblo perdido de la mano de dios, intentando no llamar la atención con el ruido del coche. Si era verdad que esperaban su visita, no era cuestión de hacer ruido así porque sí.

Comenzaron a adentrarse en el pueblo con sigilo y cautela, empuñando sus armas con fuerza. El sitio parecía vacío a excepción de un zombie que encontraron arrastrándose por el suelo.

Continuaron caminando por las calles vacías sin ningún problema, unos cuantos minutos más. La tranquilidad del grupo fue interrumpida, cuando estos divisaron cinco animales mutantes. Dos eran grandes moles de carne putrefacta que se sostenían con cuatro extrañas patas, mientras agitaban unos gigantescos brazos de un lado a otro. Otra de las criaturas parecía una cabra mutada, con varios bultos y cuernos en su desfigurada cabeza.  Las otras dos criaturas eran unos gigantescos gorilas, a los que les faltaban alguna que otra extremidad que les impedía andar de una manera correcta. Al principio estos mutantes no percibieron la presencia de los jóvenes, pero cuando estaban cerca de ellos se les echaron encima.

Ley se había quedado parada mirando el cadáver de un joven, el cual tenía una larga melena rubia muy parecida a la de Rojo. La chica se quedó mirando el cuerpo derramando unas lágrimas, mientras sus compañeros más adelante luchaban contra las bestias.

Johnny se vio en peligro, acorralado por los dos gorilas deformes. Intentaba abrirse paso con su escopeta, pero eso no servía de mucho ya que cada vez se acercaban más y más furiosos.

—¡Nena reacciona! ¡Rojo está muerto, pero yo estoy vivo! ¡Tus camaradas siguen vivos! ¡Ayúdame! —Gritaba el pelirrojo intentando hacer que reaccionara.

La chica volvió en sí instantáneamente, después de escuchar a su amigo pidiendo auxilio. Ley comenzó a correr dispuesta a ayudarle, lo más rápido que sus piernas de lo permitían. Empuñaba con ambas manos su catana, agarrándola con fuerza para atacar.

Will consiguió matar a la cabra, tras pegarle cinco tiros con su potente revolver. Jimmy rajaba la piel de una de las moles de carne, esquivando con su juego de pies los grandes brazos que intentaban golpearle.

La pelirroja rasgó superficialmente la dura piel de uno de los gorilas, con una agilidad increíblemente buena en una combinación de inteligentes movimientos. La bestia hizo un ruido agudo, para después pegar con su deforme mano un tortazo en la cabeza de Ley. Esta se tambaleó hacía un lado, casi cayéndose al suelo.

Cuando la chica se recuperó del porrazo, avanzó de nuevo hacia la criatura. Clavó la catana con fuerza en el pecho de la bestia, pero esta apenas profundizó quedando a medio clavar. La combativa chica haciendo uso de toda su fuerza empujó, terminando de hincar la catana en el torso del animal mutado. Este bramó estruendosamente y murió a los pocos segundos. Esta acción provocó que el intenso dolor del codo volviera a incrementarse desmedidamente, haciendo que Ley soltara un pequeño grito.

Johnny consiguió deshacerse de su enemigo, tras gastar bastantes cartuchos de escopeta. Una vez terminó con el monstruo, fue a ayudar a Will con una de las grandes moles que se movía a gran velocidad.

Jimmy ponía todo su empeño, pero la amorfa criatura no se moría. Chillaba cuando recibía un corte, pero seguía moviéndose con la misma fuerza. Si tuviera cabeza al menos podría cortársela, pero como no tenía no sabía a donde atacar.

—¡Artillería ven! ¡Deja que me suba a tus hombros! ¡Entre los dos nos lo vamos a cargar! —Gritó Ley mientras corría hacia su amigo.

Jimmy se acercó a la pelirroja y dejó que esta se subiera de pie en sus hombros, con un equilibrio impecable. El joven rubio empuñando su espada comenzó a acercarse a la criatura, con su amiga encima de él.

—Jimmy aguanta, es solo un momento. Sé que estás cansado. —Dijo la pelirroja animando a su compañero.

—Sea lo que sea que vallas a hacer, espero que te salga bien. Contestó Jimmy acercándose con lentitud al monstruo.

—Esto te va a doler, pero necesito subir. —Añadió la chica preparándose para saltar sobre la criatura.

Cuando estuvieron lo suficiente cerca, Ley saltó sobre los hombros de su amigo. La guerrera chica cayó encima de la mole, para posteriormente clavarle la catana una y otra vez. Su compañero al mismo tiempo estaba hincándole la espada por todo el torso, cuantas más veces podía.

La mole les pegó un par de porrazos, pero solo sirvieron para que ambos continuaran atravesándole el cuerpo hasta que finalmente murió. Sus compañeros tampoco tardaron mucho más, en matar a la otra criatura con sus potentes armas de fuego. Ambas bestias mutantes produjeron unos graves y escandalosos sonidos al morir, tras soltar un chirrido desgarrador.

Antes de que los jóvenes continuaran con su camino, una mujer apareció en mitad de la calle apuntando a los chicos con dos pistolas. Esta no estaba sola, ya que tenía detrás a diez hombres armados vistiendo unos trajes nqb blancos. 

—¡Os estábamos esperando! Sobre todo a vosotros dos… —Dijo la mujer señalando a Ley y a Jimmy con desprecio.

—¿Qué queréis? —Preguntó Jimmy alzando la voz.

—¿Qué esperabais? Si siempre molestáis a la clase política, esta os hará una pequeña visita. Os llevamos viendo unos meses… —Contestó uno de los hombres que apuntaba su pistola contra el grupo.

—¿Por qué nos esperabais? —Preguntó la pelirroja con seriedad.

—¡Eso es irrelevante! A vosotros dos, os esperan en las calles traseras unos viejos amigos. —Añadió la mujer de mala manera.

—¿Quién? —Preguntó Jimmy desconcertado.

—Si vais lo descubriréis. Una vez acabéis volved y continuaremos la charla.  —Contestó la mujer algo irritada.

Ley se dirigía a la calle de la izquierda, cuando la mujer le dijo que debía ir hacia el otro lado. Esta dio la vuelta y se encaminó a la calle de la derecha, mientras Jimmy iba por la de la izquierda.

El rubio se paró en seco al ver a un antiguo compañero de la guerra, el cual portaba dos pequeñas hachas en las manos. Jimmy empuñó con fuerza su espada, mientras tragaba salivar al observar al chico que llevaba sin ver casi cinco años.

La pelirroja contuvo la respiración al ver la silueta de una mujer, que llevaba una catana en la mano derecha. Esta se dio la vuelta cuando notó la presencia de Ley, para posteriormente inclinarse a modo de reverencia.

—¿Cuánto tiempo no? Yo también he aprendido algunas cosas. —Dijo la mujer a la cual la pelirroja conocía, de hacía varios años atrás.

Ley devolvió la reverencia, inclinando el cuerpo con la espada en al mano. Ambas empuñaron sus catanas, mientras adoptaban una pose lista para el combate. La mujer flexionó ambas piernas y dobló sus codos, cubriéndose la cara con su espada. La dispuesta pelirroja se puso de lado con ambas piernas flexionadas casi tocando el suelo, mientras que con ambos brazos echados hacia atrás, empuñaba su catana apuntando a su enemiga…

#Ley