Big Red Mouse Pointer

lunes, 23 de septiembre de 2013

NH2: Capítulo 017 - Caída (Parte II)

Un inesperado reposo sobre la íntegra firmeza que transmitía aquel robusto tronco de enormes dimensiones fue el precedente a un extremo agotamiento sufrido debido al empeñoso e insalubre registro de su perímetro más próximo dedicado a la localización de una imponente figura de cabellos rojizos peligrosamente armada.
   M.A todavía no había determinado la ruta precisa empleada por su hermana para su alejamiento, pero su empeño perseveraba en descubrirla con exactitud, pese a que su paciencia se desmoronaba de forma equitativa a su razonamiento.
   Las francas advertencias de Maya penetraron inconscientemente en su subconsciente por cuarta vez, pero aunque quiso desecharlas de sus pensamientos instantáneamente, le resultó imposible. La mitad de sus reflexiones continuaban insistiendo en que ya había permanecido el suficiente tiempo lejos de su hermana, que era su deber reencontrarse con ella y que ningún impedimento debería detenerle. Sin embargo, la porción restante de sus consideraciones se había revelado cruelmente ante sus remordimientos, notificándole que se encaminaba a una muerte segura y necesitaba urgentemente escuchar las sugerencias de Maya. Un torbellino de ideas confusas se había desatado en su atormentado cerebro. No conocía el camino correcto, pero sabía que solamente él podía escogerlo. 
   Extrajo su preciada cartera con la pretensión de observar una sola vez más aquella fotografía de incalculable valor sentimental para él. Era preciosa. La belleza de Ley era equiparable a la de un ángel caído del cielo. Añoraba aquellos hermosos y letales cabellos pelirrojos. Apaciguar aquel sentimiento era su mayor deseo en aquellos momentos. 
   Una especie de papel arrugado emergió de su escondite justo cuando M.A se disponía a custodiar aquel retrato en el cuero de su cartera, exhibiéndose sin disimulos ante él. Lo sostuvo con fiereza mientras lo desdoblaba velozmente antes de comenzar a leer las certeras letras plasmadas en él...   
   Aquel arriesgado salto desde la mediana altura que exhibía aquella escalera de incendios mayoritariamente derruida le expuso una destacable modificación en el entorno anteriormente visualizado. Excepcional e insólito eran los dos términos que definían al corazón de aquella misteriosa ciudad del sureste. Cualquier palabra que sugiriese una situación de amenaza zombi desaparecía misteriosamente en aquel punto de su travesía.
   No conocía ni una mísera teoría de la explicación razonable que producía aquel extraordinario e increíble fenómeno, pero no importaba en realidad. Aquel reducido perímetro carente de aquella semejanza respecto al resto del aniquilado mundo era para sus energías un merecido descanso después de diez kilómetros de imparable recorrido rodeada de invisible inseguridad, y aquello era lo único que le incumbía. El desconocido motivo de aquella extraña limpieza le era indiferente. 
   Su afligida rotula provocó que sus destartalados pies trastabillasen unos irregulares pasos cuando se incorporó nuevamente para un exhaustivo análisis de sus alrededores. Ninguno de los elementos que lo constituían había sufrido cambios severos desde su visita anterior. Aquella que antaño había sido un área urbana medianamente activa continuaba transformada en un estercolero de vehículos inutilizables apilados en longitudinales barricadas artificiales creadas por seres humanos como una tentativa de detención del internamiento de cualquier amenaza global. 
   A su vez, los desperdicios de dos interminables años acumulados en una consistente basura se repartían equitativamente por la extensa distancia de la solitaria avenida, los cuales complementaban a la marchitada vegetación distribuida entre el tremendo desastre originado por las voluntarias e involuntarias destrucciones de innumerables escaparates completamente vacíos.
   Sin embargo, aquella lamentable catástrofe se veía eclipsada para sus intereses debido a la imponente presencia de una singular construcción de menguada altura que resaltaba especialmente del resto. El Santa Sara Abelló. Un peculiar nombre designado para aquel antiguo hospital militar tergiversado en una particular prisión por sus propietarios del nuevo mundo, y también el codiciado destino del que requería urgentemente Eva.
   Decenas de emociones se internaron en su razonamiento mientras se apresuraba en ejecutar un raudo trote que la dispusiese frente a una de las entradas traseras empleadas por el estrafalario doctor como el acceso de la mujer a un diminuto almacén de material médico donde efectuar el requerido intercambio.
   La zona que encerraba la edificación del hospital no podía estar más despejada de sus violentos vigilantes. Desviar las actividades oteadoras de la casi media  centena de prisioneros que convivían con dificultad en aquel inhóspito lugar para cederle un paso seguro era una de las escasas labores propias del doctor en aquel trato, lo cual era un verdadero alivio. 
   La insuperable efectividad de aquella ocupación desencadenó un impecable alcance de la puerta de metal que era su objetivo primordial. Aquellas excepcionales inmediaciones presentaban una impresión de falsa protección e inmunidad. El impecable saneamiento que exponían ocasionaba una increíble entereza en aquel desierto callejón colindante al hospital. Aquel expectante recinto no parecía mantener ninguna relación con la horrible hecatombe acontecida tan sólo unos metros atrás. No resultaba descabellada la reflexión de que un cierto territorio hubiese sido parcialmente aislado del apocalipsis de alguna manera inexplicable.
   Un leve empujón con el guante que recubría su mano corroboró que el único impedimento que obstruía la senda hasta el interior del almacén se encontraba abierto pese a su visible cerradura. El poseedor de la correspondiente llave que había ejecutado aquel acto de apertura se manifestó imponente ante su provisional asociada. 
   —Doctor Payne —identificó a aquel misterioso personaje con un sutil susurro de palabras encadenadas. 
   —Sabe perfectamente que ese apelativo está terminantemente prohibido para usted. —La recitación de su nombre exhalada de aquella subordinada garganta ocasionó una intensificación distinguida de su irritación—. Limítese a emplear el calificativo de doctor.
   Eva refunfuñó con riguroso disimulo ante la concienzuda inspección visual a la que la sometía aquel sujeto. Insoportable era una denominación insuficiente para la incontenible sed de sangre que le ocasionaba con sus imparables muestras de superioridad, pero contener sus impulsos por un beneficio mayor que el de apaciguar su furor era una orden extremadamente imperativa.
   La inmovilidad inquietante del doctor fue el indicio que reveló la desganada invitación a adentrarse en el inusual almacén. No existieron dudas cuando la aceptó, introduciéndose en el particular centro de salud militar, sorprendentemente acogedor debido a su exclusiva seguridad.
   —Aquí tienes. —Los frascos de plástico que conservaban intacta la hidroxiurea que salvaguardaban se escabulleron apresuradamente del asfixiante bolsillo nombrado como su guarida gracias a la actuación de una acelerada extremidad que los extrajo para ser utilizados como objeto de comercio. 
   El enigmático varón reclamó aquella medicación de su propiedad cuando se propuso despojarla de los aferrados dedos que los rodeaban. Sin embargo, su poseedora se los denegó, afianzándose aún más a ellos como única señal de protección. Un fugaz intercambio de estridentes miradas desveló el mensaje enviado con el peculiar uso del lenguaje no verbal. 
   Un diminuto botecito repleto de pastillas de yodo radiactivo surgió de las profundidades del saquito de tela cosido a la bata blanca del doctor, manteniéndolo en suspensión al sostenerlo ligeramente de su tapón, comunicando su ofrecimiento como verídico. Éste experimentó un inminente arrebato por parte de la impaciente joven, quien aminoró coordinadamente la presión ejercida sobre sus pertenencias médicas, posibilitando finalmente al doctor su deseada obtención. 
   La inexistencia de la justicia en aquel descompensado pacto se apreciaba con tan sólo advertir del desequilibrio permanente en el número de envases intercambiados. Eva se había percatado de ello desde el comienzo del trato, antes incluso de la aparición de los presos en el recinto del hospital. Cierto era que sus intentos por entablar una renegociación habían sido numerosos desde entonces, pero aquel propósito le era irrelevante en aquel preciso momento.
   Un irrefrenable tormento se había desencadenado en cada uno de los recovecos de su maltratado cerebro, ocasionándole un punzante dolor que la forzó a una inmediata sujeción de su cabeza acompañada con el cerramiento de sus párpados como medida desesperada de resistencia. 
   Los despiadados mareos fueron los siguientes en arremeter contra su frágil integridad. Decenas de elementos sin relación entre sí se fundían incompresiblemente, desencajando impiadosamente su lógico razonamiento. La percepción de un indiferente doctor fusionado con una específica estantería de hierro cubierta por cajas de cartón vacías y con la luz titilante encerrada en un tubo fluorescente precedieron a la que sería la embestida definitiva.
   Su agitado estómago se revolvió cruelmente mientras se precipitaba hacía el callejón con desesperación. El resultado final de todos aquellos síntomas aconteció exactamente idéntico al que ella conocía perfectamente. El cúmulo de bilis aprensado en su vesícula ascendió vertiginosamente por su esófago, tornándose en una amarillenta vomitona cuando colisionó bruscamente contra uno de los cubos de basura allí acumulados, derribando a la mujer indispuesta debido a la excesiva potencia de la expulsión. 
   Una segunda acometida prosiguió sus cruentos vómitos unos escasos segundos después, repartiéndolos por un mayor espacio de aquel área. Tanto una consistente tercera como una insignificante cuarta los continuaron y concluyeron respectivamente, despejando vilmente su organismo de aquella sustancia líquida, junto a la desmesurada energía malgastada irremediablemente en aquel desagradable proceso 
   El retumbante sonido de un portazo detrás de su arqueada figura la advirtió del acaecido cerramiento de aquella entrada secundaria realizado con firme seguridad por el impasible doctor. Aquel indolente sujeto no se molestaría en proporcionar ningún tipo de ayuda gratuita, pese a la destructora enfermedad que la corrompía, de la cual era perfectamente conocedor. 
   Su muñeca actuó casi involuntariamente como utensilio para limpiar levemente los restos de viscosidad que se habían esparcido irregularmente alrededor de sus labios. Sus temblorosos dedos aprisionaron nuevamente el botecito de cristal de reducido tamaño derrumbado sobre aquella asquerosa acumulación de sustancias líquidas internas forzadamente arrojadas, haciéndolo rotar sobre su propio eje con el propósito de contemplar con pesadumbre su ensuciada etiqueta. Emitir un apenado suspiro fue consiguiente.   
   —Puto cáncer.
 Aquel autoritario silencio comúnmente reinante en la longevidad del corredor que transitaba cada uno de los despejados dormitorios acongojaba enormemente a su transeúnte. Irónico podría haber sido la descripción perfecta para aquella insólita impresión, pues cientos de miles de supervivientes rogaban desesperados una placidez como la que ofertaba aquella fortificación a diario, pero en su particular estilo de vida nunca había desaparecido el estruendo originado por el ruido. Sencillamente, no se encontraba acostumbrado a la serenidad del sosiego absoluto. De hecho, el trabajo a corto plazo de Nait en la biblioteca de Stone City había sido uno de sus empleos más costosos de aceptar, pero desgraciadamente, en aquella época precisaba del preciado dinero que le prometían. El mismo que ya no poseía ningún valor debido al irreparable desplome de los pilares económicos.    
   La preocupante exigencia de apoyo en caso de ataques súbitos de tormento ocasionados por su maltrecho costillar le obligaba a caminar adyacente a los debilitados tabiques que erigían la construcción. Pese a una costosa respiración que no alcanzaba el jadeo continuo, acompañada por un desplazamiento tambaleante, se ubicó ante el habitáculo requerido en cuestión de unos dos minutos aproximados sin cuantiosos impedimentos. 
   El colisionamiento del nudillo de su dedo índice contra la composición de la puerta irradiante de privacidad produjo un atronador e inesperado eco que le exaltó. El murmullo entrecortado que se originó seguidamente indicó que el receptor había recibido su llamamiento. El rechinar de unos decrépitos muelles confirmó sus suposiciones. Un consecutivo descendimiento del picaporte se distinguió impoluto justo después de la inevitable escucha de unas apresuradas zancadas, concediéndole un permiso de relación social con la poseedora de aquellos reducidos metros cuadrados. 
   —¿Qué haces aquí? —Inma complementó su cuestión con el esbozo de una mueca personal que sugería su extrañeza por aquella aparición.    
   —Todavía no han regresado. Me preocupa que pueda haberles pasado algo. Están tardando demasiado —clarificó conciso él la naciente incertidumbre de la joven.   
   —Se trata de mi prima. ¿Crees que yo no estoy con el alma en vilo? Menos que tú desde luego que no, pero no podemos hacer nada por ellos. Sólo nos queda esperar. —La personalidad de aquella compleja mujer no era profundamente conocida por Nait, pero a pesar de haber compartido únicamente unos días junto a ella comprendía que aquellas conductas no conformaban su comportamiento habitual. Un desconocido evento parecía dominarla. El joven descifró que ella había comprendido el resultado ofensivo de sus diálogos cuando una instintiva mueca exteriorizó su arrepentimiento—. Lo siento, Nait. Sé que también es tu amiga. Lo siento de veras. No sólo por esto, sino también por mi descontrol en el vestíbulo.  No sé qué me está pasando. No sé si es porque perdí a todos los seres queridos que tenía en España, si es por el angustioso viaje que hice hasta aquí, si es por la ciudad de Almatriche siendo asolada por los zombis, si es por esos dos hermanos maniatándome a una tubería, si es por las ratas infectadas intentando morderme, si es por un grupo de desconocidos queriendo matarme, si es por una casa de locos siendo invadida por esos monstruos, si es por mi dislocación de hombro, si es por la amputación de brazo de M.A o si es porque la única persona que me queda está ahí fuera jugándose la vida y no quiera arriesgarme a perderla, aunque pueda sonar egoísta—. El torbellino de aire puro que inundó los pulmones de Inma los abarrotó con la preciada sustancia gaseosa que había agotado en su entera totalidad—. O tal vez sea el jet lag. No he podido pegar ojo en toda la noche.       
   —Creo que tu problema es que estás sometida a demasiada presión —especuló Nait tras un presuroso estudio de sus comprensibles lamentos—. No llevas ni media semana con nosotros y ya te ha pasado prácticamente de todo. Supongo que ni te imaginarías lo terriblemente peligroso que es este lado del charco. ¿Por qué no damos una vuelta por el fuerte? Te vendrá bien para despejarte. Podemos hablar de algún otro tema que te ayude a desconectar de tus problemas.  
   —De acuerdo. —Pese a su firme aceptación, el deseo no era un sentimiento demasiado captable en su respuesta. Encerró la dimensión terrestre donde reposaba asiduamente con una recolocación del posicionamiento de la puerta—. Tengo miedo, Nait. —Aquella voluntaria confesión fue desvelada segundos después de que ambos emprendiesen su recorrido por el longitudinal pasillo. 
   —No eres la única. Algunas personas disimulan el temor mejor que otras, pero eso no significa que desaparezca. Hay varios ejemplos de ello en este grupo. —Nait se arriesgó a convertirse en un principal recurso para la recuperación anímica de Inma utilizando sus escasos conocimientos de psicología. 
   —No quiero quedarme sola —prosiguió ella prescindiendo denotar excesiva atención por el incondicional apoyo prestado gentilmente por su acompañante—. Perdí a mi madre cuando yo sólo tenía seis años. Ella era una famosa trapecista americana que trabajaba en una compañía circense de la que se encontraba a cargo una embarcación. Estaba practicando un número de acrobacias sobre un trapecio de prácticas en la cubierta principal cuando tropezó y cayó de cabeza al Ártico. Murió debido a la hipotermia que le provocó el agua y a una hemorragia interna. Nadie pudo hacer nada por ella. —La sorpresa de Nait se alzaba regularmente a medida que las narraciones prosperaban. Nunca habría aguardado un relato tan revelador como aquel por parte de aquella mujer, principalmente porque se habían conocido tan sólo unos pocos días atrás—. Los primeros meses del apocalipsis, cuando todo el mundo comenzaba a irse a la mierda, una especie de guerrilla asaltó nuestro refugio provisional mientras transportaba suministros hasta él. Mi padre había sufrido un accidente años atrás y se encontraba en estado parapléjico, así que a aquellos bastardos no les costó demasiado acabar con su vida. Ni siquiera pudo defenderse. —Definitivamente, aquel frío, cruel y sanguinario asesinato había supuesto un final horrible para el progenitor de Inma con toda probabilidad, pero una inmediata reflexión de Nait le convenció de que no poseía una mayor relevancia que la de cada uno de los millones de personas que habían perecido desde el inicio del cataclismo que todavía arrasaba con el planeta entero—. Después de que él se fuera para siempre, solamente me quedó mi mejor amigo, el capitán del ejército español, K’empo —continuó ella su deprimente relato. 
   —¿Qué fue de él? —La contestación que resolvería su improvisada pregunta era altamente obvia, pero deseaba confirmarla por medio de los conocimientos certeros de Inma.
   —Iba a venir aquí conmigo en un principio, pero le mordieron inesperadamente, así que decidió quedarse en España. Me imagino que será un zombi o un cadáver. —El calvario que le ocasionaba a la mujer revivir aquellas vivencias se captaba totalmente inconfundible en la combinación de intensos sentimientos en que se había transformado su apenado rostro—. Ahora mismo sólo me queda Maya, y aunque sé perfectamente que no es lo que era, que puede cuidar de sí misma y que M.A es una persona muy importante para ella, no me hace mucha gracia que se arriesgue tanto ahí fuera.    
   —Escucha, Inma, me alegro de que hayas decidido liberarte compartiendo una parte oscura de tu pasado conmigo, lo cual agradezco, pero creo que será mejor que hablemos de algo más positivo, y esta vez de verdad —recomendó el muchacho con el fin de que consiguiese desatarse de su tortuosa pesadumbre durante un tiempo claramente limitado.  
   —Está bien, si es lo que realmente quieres, ¿por qué no me hablas un poco de ti? —sugirió ella tras una espontánea meditación de su consejo. 
   —¿De mí? Estarás de broma, ¿no? El objetivo de la conversación es que te animes, no que te aburras —puntualizó Nait con un peculiar tono humorístico que produjo una sonrisilla entrecortada en la joven, la cual conquistó su complacencia a pesar de su brevedad. 
   —¿Y por qué no? —declamó ella con convencimiento—. Vamos, no seas vergonzoso, niño mimado americano. —Inma le asestó un amistoso puñetazo en el hombro como una aparente coacción, reprimiéndose mayormente cuando recordó su fatídico estado de salud—.
   —Bueno, para empezar, te diré que acabas de cometer un error garrafal —esclareció Nait después de optar por ceder ante la simulada presión de su compañera—. No soy de América. Soy de aquí. 
   —¿Eres canadiense? —preguntó sorprendida—. Según Maya, tú estuviste con su grupo en la primera ciudad infectada, en América, así que inmediatamente deduje que eras americano. 
   —Pues dedujiste mal —le espetó firmemente—. Nací en la ciudad de Edmonton, en la región de Alberta. Mi padre era rector en la universidad MacEwan, mientras que mi madre trabajaba como profesora suplente de Biología en los institutos que sufriesen bajas de personal. Ellos estaban separados desde antes de que yo naciera, así que siempre estaba con ella, puesto que era quien tenía la custodia, mientras que a él solamente lo veía los fines de semana que podía venir. Mi madre cambiaba mucho de domicilio debido a su trabajo, por lo que llegué a vivir en casi todos los estados. De hecho, estudié en unas cinco escuelas distintas. 
   —Vaya —anunció Inma su expectación—. Te conocerás medio país entonces, ¿no? —Aquella era una inesperada noticia de excelente categoría. Cuando fuese estrictamente necesario desplazarse de nuevo a alguna otra zona, les sería de mucho beneficio el conocimiento tanto de las dimensiones de ciertas áreas como de las distancias entre ellas sin el requerimiento de arrastrar con ellos un impreciso mapa. Tal vez no fuese tan inservible como algunos comentaban. Después de todo, era un superviviente.     
   —¿Quién crees que encontró Almatriche? —se regocijó Nait ante la que era su dote más valiosa en aquellos tiempos—. En fin, al final mi madre fue enviada a sustituir una baja por maternidad en un instituto de Stone City, en América, y por supuesto, tuve que ir con ella. Por aquel entonces había abandonado mis estudios y tomado la decisión de trabajar en lo que encontrase. Antes de marcharme, ya había trabajado como cajero en un supermercado, como mozo de cuadra, como carretillero de almacén y como vendedor de seguros, y una vez allí, conseguí un trabajo de bibliotecario que mantuve durante bastantes años. Luego vino el apocalipsis y lo destruyó todo. No he sabido nada de mis familiares ni de mis amigos desde entonces, pero lo más seguro es que estén pudriéndose en algún lugar de este asqueroso mundo. 
   —Todos hemos perdido mucho por culpa de la maldita codicia del hombre —declaró filosófica Inma—. Nosotros también hemos contribuido a que esto pasara, ¿sabes? 
   —Espera un momento.  —Nait se detuvo ante una circunvalación que había atraído especialmente su interés. Se orientó hacia ella en dirección oeste, recorriendo un único metro con el objetivo de ubicarse junto a una oxidada puerta, poseedora de su absoluta curiosidad. Aunque no conseguía comprender sus acciones, Inma le siguió. 
   —¿Qué ocurre? —La confusión se había arraigado ferozmente a su entendimiento.   
   —Si te soy sincero, he explorado este fuerte lo suficiente como para casi conocérmelo de memoria, pero nunca antes había visto esta puerta. ¿Qué piensas que habrá al otro lado? —Una de las extremidades superiores de Nait la empujó con suave delicadeza, pero interrumpió la actuación cuando solamente se había manifestado una estrecha rendija del contenido interno. —Parece ser que está abierta. ¿Por qué no echamos un vistazo? 
   —Te estás pasando un poco con tanto cotilleo, ¿no crees? —le reprendió ella incomoda ante tanta falta de privacidad—. Te recuerdo que aquí somos invitados. Además, lo más probable es que no sea más que otro de esos enormes almacenes llenos de trastos viejos que hay en las plantas inferiores. Venga, vayámonos. 
   —Oye, tampoco hacemos daño a nadie con esto. Vamos a ver que es. —La acción anteriormente suspendida se reanudó, desplazando aquel impedimento visual de su posición natural, otorgándole de aquella manera la resolución a su intriga. 
Su absoluto arrepentimiento se adueñó de sus remordimientos en cuanto el primer cuadrante de aquel desmoralizador jardín perteneciente a la muerte se reveló ante él.    
   —Oh, Dios, ¿pero qué es esto? —La estremecedora expresión que se apropió de su descompuesto semblante atemorizó a Inma, quien fue incapaz de evitar la voluntad de contemplar el panorama que había traumatizado a Nait. 
Su expectación se desveló infinita ante las incontables hileras conformadas por compactos cúmulos de tierra seca superpuesta. Conformadas por tumbas. 
   —Esto es un cementerio… 

#Naitsirc


sábado, 7 de septiembre de 2013

NH2: Capítulo 016 - Caída (Parte I)

  El apagado color del habitáculo donde la habían permitido reposar expresaba a la perfección los negativos sentimientos de los allí presentes. El ventanuco que servía como única iluminación de la estancia no resultaba ser suficiente para apaciguar a las encubridoras sombras. La necesidad de ventilación era notoria en las fosas nasales de su pequeño hermano, así como en las de su antigua y fiel compañera. 


    —¿Cómo está? —La irradiante simpatía de Adán se había evadido completamente, siendo sustituida por una incalculable preocupación. 
   —Caliente no, desde luego. —Florr había posado su mano sobre la frente de la desmayada para comprobar su temperatura corporal—. No es que me fie mucho de nuestra doctora particular, pero si dice que no es nada grave, es porque no es nada grave, supongo. El cansancio acumulado. Todos estamos cansados de esta situación.
   —Sí, seguro que es eso —musitó cabizbajo el chico, como si tratase de ocultar su aceptación.
   —Hey, no te preocupes. Estará bien. —Florr arrodilló únicamente una de sus piernas y alzó la cabeza del muchacho por la barbilla hasta igualar la altura de sus miradas—. Tu hermana ha pasado por cosas peores que desmayarse repentinamente. Esto no es nada para ella.
   —Si tú lo dices, es porque es verdad. Sé que tú no me mientes. —Pese a los intentos de ánimo y a sus respuestas de mayor positividad, no era demasiado el convencimiento del chico de que fuese a estar completamente bien, aunque siempre mantenía la esperanza. Siempre. Florr fue incapaz de evitar sonreír ante aquella inocente creencia del niño—. ¿Cómo estás tú por lo de Puma? —Su ternura se incrementó al formular aquella cuestión.
   —Yo… La verdad es que sólo quiero que vuelva conmigo. Y pienso encontrarlo esté donde esté, tanto si esta gente me ayuda como si no. Lo haré sola si es necesario. Me niego a perder a mi hermano. Lo necesito. —Tanto la falta de preparación como la improvisación eran perceptibles en las burdas invenciones de la adolescente. Ella supo que Puma se había escabullido de su acompañante pelirroja para visitar el Abelló en cuanto Eva le contó que había insistido en marcharse personalmente a Mississauga en busca de recursos. ¿Qué otra razón podía existir para querer ir a la ciudad? El desenfrenado enfado con el grupo no era más que puro teatro poco elaborado. En realidad, sabía que regresaría en cualquier momento. Aunque quizá no volviera sólo. O quizá sí.
   —¿Por qué lo llamas hermano? Él no lo es. Nos lo encontramos en el orfanato mientras escapábamos. ¿No lo recuerdas? —Adán curioseó aquella viviente duda.
   —Porque para mí es como si lo fuera, cariño. —Florr acarició la mejilla del chico antes de modificar su posición para disponerse a sentarse sobre un segundo colchón libre de mujeres inconscientes—. Por cierto, todavía no te he dado las gracias por el bombón. —Inminentemente, extrajo de su bolsillo el comestible regalado con el propósito de desenroscar el arrugado papel que lo protegía, para así posar el dulce sobre su lengua, permitiendo que el celestial sabor del chocolate puro inundase sus papilas gustativas—. Conoces bien mis vicios, ¿eh, pillín? —La muchacha se mostró muy picaresca, consiguiendo que el pequeño se sonrojase un poco—. ¿Cómo supiste que era mi cumpleaños? Yo no sé ni en qué día vivo.
   —Inma dijo en la enfermería que ayer era tres de Abril. Y, bueno, recuerdo cual es el día de tu cumpleaños, así que cuando Maya me dio el bombón, pues pensé en regalártelo. Ya que una fiesta de cumpleaños es imposible… —Adán acompañó a Florr sentándose junto a su regazo, ante lo que ella respondió posando su brazo en el delicado hombro del chico, consintiéndole entonces reposar su cabeza suavemente sobre el costillar de la joven.
   —Nunca pensé que nos reencontraríamos, ¿sabes? —Florr comenzaba a tornarse  melancólica—. Ha pasado más de un año. Todos hemos cambiado. Los cuatro, aunque tú el que menos. Pero, a pesar de ello, no puedo evitar seguir confiando en vosotros. Al fin y al cabo, formasteis parte de lo que yo considero como mi familia. Y lo seguís haciendo.
   —Mi hermana me dijo algo parecido. Ella ha notado que habéis cambiado bastante, pero no ha dejado de confiar en Puma y en ti —intervino Adán en la confesión sentimental.
   —Fueron muchas vivencias juntos. Llegamos a confiarnos la propia vida en más de una ocasión. —Florr desvió su inquieta mirada hacia un punto en concreto de la oscuridad—. Durante todo este tiempo te he echado mucho de menos, y he echado mucho de menos a tu hermana, pero sinceramente, a quien más he necesitado siempre a mi lado ha sido a Lucia. Ella era mi amiga, mi confesora, mi necesidad, mi alma y mi corazón; pero no va a volver de entre los muertos. Yo misma me aseguré de que nunca pudiese hacerlo.
   —Yo también me acuerdo mucho de Lucia. Lo que le pasó fue horrible. Estaba… estaba tirada en el suelo, con la… y uno de esos monstruos mor… Ella era una buena persona. No se lo merecía. —Una conmoción nada positiva comenzaba a formarse en las profundidades de ambos.
   —¿Qué hicisteis cuando nos separamos? ¿Dónde fuisteis? —La quinceañera trató de eliminarla de inmediato con el cambio de tema.
   —Buscaros. Os buscamos por la aldea en que vivíamos entonces, por si habíais vuelto allí. Pero no estabais. —A Florr le asaltó un sentimiento de culpabilidad repentino. Recordaba con claridad como Puma había persistido en continuar avanzando hacia el norte argumentando que resultaría imposible localizarles entre el colosal desastre originado por los misiles, sin que ella se opusiera demasiado a abandonarles definitivamente—. Y después, seguimos con el plan que teníamos pensado entre nosotros cuatro. Salir del país por el norte.
   —Puma y yo hicimos lo mismo. No sé, por aquel entonces Canadá parecía un mejor lugar para sobrevivir, pero ha acabado igual de aniquilado que los Estados Unidos. Ahora me doy cuenta que ninguno está peor o mejor que otro. Todos son lo mismo. La destrucción total. El mundo nunca ha estado tan unido en ese sentido. —Florr no había requerido de un pensamiento en demasía para exponer aquella reflexión. Sus conceptos habían fluido por su raciocinio con desenvoltura.
   —Los devoradores comiéndose a las personas, la gente enfermando y muriendo, o atacando a otras personas. Es muy triste. —El semblante abstraído del niño advertía de su desconsuelo ante aquella existente situación.
   —Bueno, al menos seguimos vivos. —La adolescente pretendió exterminar la pena que reinaba en el reducido cuarto—. Y oye, nos hemos vuelto a encontrar, pequeño diablillo. —En pretensión de arrancarle una carcajada, Florr liberó su faceta más traviesa para provocar constantes y veloces cosquillas en la cintura del chico, desprevenido ante aquella impredecible acción, y a quien le fue imposible evitar explotar en un sonoro alboroto de risas sin cese, así como enroscarse continua e involuntariamente sobre sí mismo con el objetivo de deshacerse de aquellas martirizadoras yemas que lo asaltaban como método de regocijo. Aquel acto tan sumamente simple logró incrementar el menguado ánimo de la quinceañera.

   Murmullos incoherentes aparentemente imperceptibles comenzaron a emerger de las entrañas de la desmayada, siendo el primer factor de comunicación de su próximo despertar a sus cuidadores. No obstante, resultó ser el tenue zarandeo de sus piernas el que obtuvo definitivamente la advertencia de sus vigilantes, siendo su pequeño Adán el primero que acudió a su involuntaria llamada en cuestión de incontables décimas de segundo. 

   El frecuentado universo de lo irreal mayoritariamente irrecordable se difuminó en un desglose de sus irregulares pestañas, manifestándose ante sus verdosos iris su único amor de la cruda realidad reencontrada. El enternecido abrazo que le prosiguió detuvo el avance del impiadoso tiempo en su singular razonamiento, al desatarse con él su vena más sentimental. Su pensamiento entonces se reducía a estrechar el cuerpo de su hermano contra el suyo propio. 

   —Cariño… —Su sentimentalismo se mostró completamente verídico.
   —Gracias. Gracias por volver —le susurró Adán. Sus sollozos contenidos eran demasiado evidentes para ella.
   —Tranquilo. No tengo ninguna intención de irme por ahora. Todavía tengo que seguir cuidando de ti. —Más palabras tranquilizadoras se impregnaban en el ambiente. Carentes de sentido lógico, pero empapadas de sentido afectivo.
   —Esto… Chicos, siento interrumpiros, pero si seguís pegados mucho más tiempo voy a acabar pensando que sois un chicle. —Florr había abandonado el colchón para intervenir humorística en la escena—. ¿No vas a darme un abrazo a mí, Eva, mi algodón de azúcar? —Parecía haber cambiado su personalidad atacante por momentos, probablemente por la presencia del niño. No duraría demasiado.
   —Veo que hoy estás de buen humor. —La cómica pregunta provocó que se separase finalmente de su pequeño, no sin antes concederle a su frente un ligero beso.
   —Nah, no creo. En cuanto me vuelva a topar con nuestros queridos incompetentes que no conocen ni a un mutante, me volverá la amargura. Ya lo verás. Suerte que el subnormal del rubio está en la enfermería y no tengo que soportarle. —Su temperamento volvía a imponerse.
   —Espera, espera, ¿mutantes aquí dentro? ¿El rubio metido en la enfermería? —La profunda confusión sufrida inundaba su juicio—. Vais a tener que ponerme al día de todo lo que ha pasado mientras yo dormía, porque más perdida no puedo estar.
   —Pues… tampoco han pasado tantas cosas, la verdad —advirtió la quinceañera dubitativa.
   —El que me llama Adam se ha cortado el brazo —anunció el chico con un ápice de terror en sus palabras.
   —Sí, el anormal del rubio se cortó su brazo cuando un mutante lo agarró. Por lo visto, parece ser que su retraso mental le impidió amputárselo al monstruo en vez de a sí mismo. Su hermana la pelirroja ni idea de dónde se ha metido, pero llevo un buen rato sin verla. La doctora sigue por ahí tratando a quien pille. Los heridos continúan tocándose las narices. Y mientras tanto, Puma sigue desaparecido. —Ya volvía a ser la Florr que conocía.
   —Has estado toda la noche y parte de la mañana durmiendo. —Adán decidió obviar las bruscas narraciones de la adolescente para continuar relatándole sucesos a su hermana—. Florr y yo hemos estado vigilándote todo el tiempo. Hasta nos hemos turnado para dormir, ¿verdad, Florr?
   —Verdad —afirmó ella sonriente.
   —Pero… No lo entiendo… ¿Cómo leches consiguieron entrar aquí unos tíos que tienen radiación hasta en el carnet de identidad? En serio, ¿cómo lo hicieron? Además, no… no recuerdo haberlos visto durante mi guardia. —Su tan natural expresión indicaba que sus confusiones no podían ser fingidas.
   —Tú les abriste la puerta, Eva. Por eso entraron. Tienes que acordarte. Tienes que acordarte. Tú les abriste. Tú les dejaste entrar. No puedes haberlo olvidado. —El repentino frenetismo de Adán había brotado de inmediato con el exclusivo objetivo de ayudarla a recordar.
   —Yo… En serio, no recuerdo haber abierto la puerta. —Una punzada de dolor agudo arremetió contra su maltrecho cerebro. La intención de apaciguarla con la presión de su mano fue inmediata e instintiva—. Te lo juro, cariño, no me acuerdo. Florr, te lo juro.
   —Eva, no estoy segura de sí fuiste tú quien lo hizo o no, pero te encontramos desmayada junto a la puerta del fuerte abierta de par en par y el cadáver de una chica apuñalada. Teniendo en cuenta esto y que eras tú quien estabas haciendo la guardia, pues pienso que sí, que tú les abriste. —La deducción procedente de la quinceañera resultaba sensata.
   —La verdad es que no lo sé, Florr. No lo sé. No tengo ni idea. No me acuerdo, joder, no me acuerdo. Estaba muy cansada, estaba muy mareada, estaba muy confusa… En serio, lo único que alcanzo a recordar fue una voz que me pedía ayuda. Y pensé que eras tú, Florr. Te lo juro por lo que más quieras. Pensé que eras tú. Pensé que habías salido fuera. Pensé que me estabas pidiendo ayuda. Y… y... puede ser que cuando me atacó, o cuando me atacaste; no dudase en matarla, o matarte. Creo… creo que alcanzo a recordar también el sentimiento que me invadió de mi primer asesinato, como si esa chica hubiese sido mi primera víctima, como si hubiese sido la primera vez que acabase con alguien, pero nada más. Sería por la confusión, pero no sé. No lo sé, Florr. De verdad que no lo sé. 

   Aquella angustiosa e imprecisa argumentación por su parte elevó el desconcierto de sus oyentes hasta límites inesperados, quienes contactaron en un punto concreto de su campo de visión para confirmar su confusión compartida. Los huesos de la columna vertebral perteneciente a Eva la sostenían recostada contra el desaseado muro para permitirle ocultar su dudoso rostro entre sus rodillas. 

   —Eva… ¿estás bien? —La preocupación de Florr aumentaba. La expresión neutral de Adán resguardaba muchos tipos de sentimientos completamente distintos.
   —Florr, ¿me harías el favor de traerme algo de comer? Estoy hambrienta. —La tan presurosa como esquiva respuesta jamás habría sido la aguardada.
   —Amm… sí, sí, claro. Ahora mismo vuelvo. —El extravagante asombro que la había agredido repentinamente no le impidió abandonar apremiante la habitación para cumplir su petición. 

   La ausencia de la quinceañera incitó inmediatamente a su compañera a prescindir de la postura que entonces presentaba con el propósito de encaminarse hacia una astillada cajonera, conformante de los escasos muebles que amueblaban el dormitorio.

   —La enfermedad está yendo a peor, ¿verdad? —El pánico que le infundía al niño expresar aquella idea resultaba tremendamente incontable.
   —Puede ser. Y probablemente sea así. —Eva deslizó el cajón superior hacía el exterior, permitiendo entrever en el interior el amparo de su walkie-talkie, así como el de diversos botecitos repletos de una medicación sin variación—. Adán, necesito volver al hospital, antes de que los mareos me nublen por completo la vista y acabe vomitando por las esquinas.
   —Pero, ¿no te quedan pastillas? ¿Ninguna? Pensaba que aún tenías. —La tristeza se apoderaba nuevamente de su organismo.
   —Se me terminaron hace tres días. Siento no habértelo dicho, pero no quería preocuparte demasiado, aunque tampoco esperaba que pasase lo que ha pasado. He estado esperando a que el doctor me avisara por el walkie para ir a la ciudad, pero no ha dado señales de vida hasta ahora. —Se apoderó del comunicador portátil junto a dos de los recipientes. Un vistazo a la etiqueta que los nombraba anunció que el nombre del fármaco en cuestión era la hidroxiurea. Escrito en el reverso con tinta azul de bolígrafo común se plasmaba su lugar de procedencia; el hospital Santa Sara Abelló.
   —Supongo que tendré que prepararme. Pero, ¿cómo vas a ir si no te ha llamado? ¿Y qué le vas a decir a Florr? —Sus cuestiones se presentaron espontaneas e impulsivas.
   —Tendré que llamarle yo a él. No puedo seguir esperando a ver si el Doctor Seco quiere contactar conmigo un día de estos. Esto es urgente. Muy urgente. Necesito esas pastillas para antes de ayer. —La cautelosa examinación de los fármacos antes de preservarlos en la seguridad de su bolsillo no poseía mayor motivo que el de ser un método de reflexión respecto al presente pacto con el doctor. Resultaba cuanto menos irónico que la medicación trasladada al fuerte años atrás para el tratamiento de casos graves de leucemia en varios de los antiguos residentes fuese la misma que el hospital ya había agotado por completo, pero así era. Un golpe de suerte o el propio destino, tal vez. Era imposible saberlo. Lo único que podía afirmar con seguridad era que aquel doctor necesitaba su hidroxiurea conservada especialmente para el intercambio que mantenían, y que continuaba con vida gracias a aquella necesidad—. Y bueno, respecto a Florr, ya se me ocurrirá alguna excusa para que no sospeche nada.
   —Entiendo. ¿Traigo nuestra mochila? —La disposición de Adán a la ayuda emergió sin reparo alguno.
   —Esto… escucha, cielo, me gustaría que esta vez te quedaras aquí. —Su sutileza se remarcó en aquel instante.
   —Pero… —Su desacuerdo se vio forzosamente interrumpido por el alarmante sonido que produjo el picaporte de la puerta de entrada.   

   Florr reapareció ante los hermanos en un menor tiempo del esperado, provocando un definitivo corte en la conversación. Las dos barritas energéticas de cereales que portaba complementaban a una tercera, transformada en el desayuno de la adolescente. Eva no se demoró en cerrar el cajón disimuladamente. 

   —Toma, aquí tienes. —Le entrego una de ellas a la joven con impasible dejadez. No era necesario ser ningún detective privado para averiguar que algún encuentro con el odiado grupo había demolido su humor—. Te he traído otra a ti. —Adán no dudo en apoderarse de la última con júbilo.
   —Gracias —se lo agradeció entusiasmado mientras comenzaba a rasgar el envoltorio por la zona del abrefácil.
   —Dios, empiezo a agobiarme aquí dentro. Vámonos ya de este cuarto, por favor. Necesito respirar algo de aire un pelín más puro. —Pese a aquella solicitud, el objetivo de la deseada salida de Eva no se debía simplemente a tomar un poco de aire fresco. Aunque de fresco ya no le quedaba nada.


 Nunca, jamás de los jamases, ninguno de los físicamente derrotados se habrían atrevido a imaginar que la fatídica espera se alargaría hasta el mero aburrimiento. Aquel insufrible, insoportable y repelente reloj de cuco, claramente estropeado, que adoraba estremecerles en cualquier segundo con su canto aleatorio indicó que habían transcurrido 110 minutos desde que Maya decidiese encerrarse en la enfermería para dedicar todo su empeño en tratar al malherido M.A.

   —Joder, qué susto. Otra vez el puto reloj de mierda. Nait, en serio te lo digo, empíname que lo esclafe contra el suelo, que me tiene hasta… hasta… —Los estribos de Inma se escapaban cada vez más a medida que el tiempo avanzaba sin noticias de su prima ni de su paciente.
   —Tú misma lo has puesto en funcionamiento subiéndole las pesas, así que ahora no te estés quejando —manifestó Nait su reprensión con entera firmeza.
   —No era relojera en España, ¿sabes? Además, en mi vida he visto a un estúpido pajarito cantarín de esos. —Su brusquedad se exteriorizaba en grandes cantidades.
   —¿Qué tal si te tranquilizas un poco? Llevas toda la mañana irritante, Inma. ¿Se puede saber qué te pasa hoy? —Al contrario que ella, Nait se empeñaba en emplear un diálogo sosegado que disminuyese la tensión que soportaba la muchacha.
   —¿Que qué me pasa? Me pasa que llevo casi dos horas esperando en este asqueroso vestíbulo con el alma en vilo por lo que pueda haber ocurrido en esa enfermería, y sin embargo, tengo que resignarme a quedarme aquí de brazos cruzados sin hacer nada, esperando a que Maya quiera venir a contarnos algo. Por no hablar del asco que le tengo al reloj ese, que me está poniendo la cabeza como un bombo. Y por si fuera poco, tenía que aparecer por aquí la adolescente amargada a jodernos por estar compartiendo una tableta de chocolate de los suministros que trajo Ley. Qué razón tiene M.A. Menuda cría más insoportable. —Le arrebató la tableta en cuestión a Nait con violencia justo cuando éste se disponía a arrancarle unas cuantas onzas, asestándole ella tres implacables mordiscos que consumieron la mayor parte del dulce.
   —Vale, vale, que aproveche. Espero que el chocolate te ayude a calmarte. —Aquella extravagante actuación acrecentó el desconcierto del joven. Agotada por aquellos estúpidos intentos de controlar su irrefrenable nerviosismo, Inma se sentó rendida junto a su acompañante, sobre la fina capa de polvo que enterraba la arcaica e insólita mesa de aquella estancia.
   —¿Por qué no vas a la enfermería a echar una mano? Igual te ayuda a relajarte —sugirió Nait como posible plan de reducción de su tirantez.
   —Maya me ha dicho que se encargaría sola —negó en rotundo la propuesta. Su inexistente atención hacía el muchacho indicaba que no se había molestado en prestarle demasiada atención.
   —En ese caso, ¿por qué no vas a tu cuarto y te echas un ratito? Te avisaré cuando Maya vuelva. —Lo intentó por segunda vez.
   —Quiero esperarla aquí. —Ésta ni siquiera parecía haberla escuchado. La oposición fue tan inmediata como concisa.
   —Acabas de soltarme un rollo interminable sobre el asco que te da estar en este vestíbulo. —Su paciencia se desequilibraba peligrosamente—. Mira, chica, creo que no sabes ni lo que quieres.
   —Probablemente. —Su tajante afirmación arremetió de improviso. Ante aquello, Nait no encontró la más mísera idea de cómo proseguir aquella excepcional conversación durante lo que sintió como infinitos milenios, pero que realmente no fueron ni simples minutos.
   —La verdad, no te entiendo, Inma. ¿Seguro que no te pasa algo más? —Aquellas certeras palabras fueron mucho más costosas de localizar en su pensamiento de lo que él había supuesto.
   —Ya te lo he dicho. Estoy preocupada por lo que esté pasando en la enfermería. —La muchacha no se despegaba de aquella razonable argumentación.
   —Pues nada...  —Desistiendo decisivamente de su deliberado apoyo, Naitsirc retiró sus posaderas del borde del anticuado mueble donde se sustentaban, castigándole inesperadamente por aquel acto su masacrado costillar con un aniquilante dolor que no accedió a ser reprimido.
   —¿Estás bien? —La muchacha se evadió unos segundos de su ensimismamiento para formular aquella preocupante cuestión.
   —Sí, estoy bien, Inma, no te preocupes. Es sólo que haber llevado a cuestas a Eva ayer terminó de joderme las pocas costillas que no estaban rotas, pero se me pasará. —El desplazamiento mediante certeros tambaleos le había situado próximo a una hilera de  cuadros variados colgados horizontalmente rectilíneos, permitiéndole contemplar todas aquellas vomitonas en los lienzos por cuarta vez durante la eterna espera que soportaban.

   El efímero movimiento de la chirriante puerta de entrada al vestíbulo anunció el regreso que ambos aguardaban con impaciencia. Una Maya extremadamente consumida por el arduo trabajo fue perceptible a tan sólo unos metros de distancia. Su excitada prima se lanzó en su dirección sin permitirle a la recién llegada ni un respiro para saludar.

   —Maya, Maya, ¿qué ha pasado? En la enfermería, ¿qué ha pasado? —Era bastante notorio que había meditado seriamente las palabras exactas que le soltaría en cuanto volviese. Ni siquiera se había molestado en preguntar sobre su estado.
   —¿Qué? ¿En la enfermería? —Sintió que su mente se teñía de blanco, impidiéndole obsequiar a su nerviosismo con una respuesta. Alrededor de ella volaban numerosas dudas sobre lo que su prima realmente requería saber.
   —Oh, Maya, lo siento. Lo siento mucho. —La evidente apreciación del reflejo lloroso de sus ojos había ocasionado una deducción personal de la situación en Inma—. Lo siento, lo siento de verás. —Aferrarse a su pariente como máximo amparo fue casi inmediato—. No te tortures, por favor. No te tortures. Has hecho todo lo que has podido, todo lo que ha estado en tu mano, pero no había forma de salvarle. Estaba infectado.
   —¡¿Qué?! —Una unísona exclamación advirtió de la ineludible confusión que acababa de originar tanto en el alterado organismo de Maya como en el de Nait—. ¿Infectado? ¿Cómo qué infectado? ¿Cómo va a estar infectado? ¡No está infectado! —El muchacho se había ruborizado.
   —¿Cómo qué no? Uno de esos muertos vivientes le clavó las uñas en la cara. Si casi se la abrió en dos. Yo misma lo vi, con estos ojitos que tengo desde que nací, con los mismos que he visto a muchas personas transformarse por un arañazo de nada. —Inma rebatía las incesantes negaciones del joven con sus argumentos más que coherentes para su limitado conocimiento.
   —¿Era por eso que estabas a punto de estallar? —Naitsirc requirió de su completa fuerza de voluntad para interiorizar una carcajada que probablemente la habría enfurecido—. Pero Inma, aquellas cosas no eran zombis. ¿Es que no te diste cuenta? Vale que estuviesen en un estado más que lamentable, pero los zombis, por naturaleza, van directamente a morder, y sólo a morder. Esos monstruos nos hicieron de todo excepto mordernos. Nos empujaron, nos agarraron y abrieron en canal el rostro de M.A, pero en ningún momento tuvieron intención de mordernos. No sé lo que son, pero desde luego, sé que zombis no.
   —Tiene razón. Si M.A hubiese sido infectado, a estas alturas ya habría experimentado los síntomas o incluso se habría transformado. Zombis no eran, eso seguro. —La permanencia de Maya en la enfermería como terapeuta del lisiado corroboraba la versión de Nait.
   —Entonces, ¿esa tez amarillenta? ¿Esa falta de cabello? ¿Esa delgadez? ¿Esa lentitud? ¿Qué me decís de todo eso? ¿Qué otra cosa pueden ser si no son zombis? —Inma continuaba oponiéndose a desprenderse de su teoría personal.
   —Mutantes. Son mutantes, pedazo de ignorantes con patas. —Florr hizo acto de presencia junto a los hermanos por el corredor conectado al bloque de dormitorios. Como de costumbre, su antipatía la caracterizaba.
   —Florr, cálmate. Ahora no te han hecho nada —recriminó Adán su comportamiento.
   —Ya estaba tardando en aparecer la vieja de pueblo amargada. ¿Por qué no te pierdes como tu hermanito y nos dejas respirar a todos? —La excitación de Inma no se contuvo ante una nueva queja de aquella bruja de cuento, estallando como nunca antes lo había hecho.
   —Vaya, vaya, así que la cobarde se nos revela. Ten mucho cuidado, que la rebeldía puede llegar a ser tremendamente fatal. —Resultaba indudable que aquella mujer no alcanzaba ni un tercio del carácter de su máximo contrincante, M.A, por mucho que persistiese en elevar su tono de voz. Pensó que una simple amenaza serviría para reprimirla, aunque ésta no se dio por aludida.
   —¿Es que no sabes hacer otra cosa que no sea desafiarnos e intimidarnos? ¿Se puede saber que te hemos hecho para que nos trates de esta manera? ¿Acaso en tu otra vida como flor de campo te pisoteamos cruelmente? —Su última pretensión había sido la de elaborar un comentario chistoso, pero aun así, las ahogadas risas del ambiente fueron inevitables.
   —Te creerás graciosa y todo, ¿verdad? No sabía que una inútil integral podía tener ocurrencias como esas. —La desorbitada estupefacción de Maya ante aquella atrevida ofensa anunciaba la defensiva posición hacía su prima que se avecinaba. Sin embargo, Eva se aventajó inesperadamente, deshaciendo el planeado discurso de reprimenda.
   —Suficiente, Florr. —La nombrada trató de aventurar una excusa de su conducta—. Suficiente —repitió nuevamente con un destacable recalco en su sonoridad—. De verdad, a veces pareces una niña de recreo. —La quinceañera ni se molestó en inmutarse. Por el contrario, su rival española emitió un suspiro de alivio ante el detenimiento de la disputa.
   —Bueno, ahora que estamos todos más calmados, ¿qué tal si nos cuentas algo más de esos mutantes? Por saber a lo que nos estamos enfrentando, no por otra cosa. —Nait recuperó el chocolate del que se había apoderado Inma con anterioridad tras conjurar aquella propuesta, saciando a su interrumpida nutrición con un pedazo de la mordisqueada tableta—. ¿Quieres un poco, Maya? —Le ofreció el resto del azucarado alimento en un gesto de generosidad, pero ésta lo rechazó inescrutablemente.
   —Son personas consumidas por la radiación que intentan sobrevivir pese a su estado. No tiene demasiado misterio. Cualquiera que se haya movido por el terreno durante estos dos años se los ha encontrado tarde o temprano. De hecho, hoy en día cualquiera conoce a los mutantes, igual que cualquiera conoce a los zombis. ¿En serio no teníais ni idea de lo que eran? ¿Nunca os habéis encontrado con uno? —La arrogancia de Florr la coaccionó a mantener su lengua en reposo ante la consulta del joven, por lo que fue Eva quien presentó sus aclaraciones particulares.
   —Cuando uno se dedica a sentar cómodamente su culo en una ciudad donde se lo dan todo hecho a esperar a que el mundo se solucione sin mover un dedo, raramente se encuentra con mutantes. —Ninguno de los dos referentes se atrevió a discutir aquella nueva agresión de la adolescente. Ambos sabían que, realmente, razón no le faltaba.
   —¿Alguna otra característica a tener en cuenta? —Maya se dispuso a erradicar la  insatisfacción que le había causado una respuesta tan básica.
   —Pues… son caníbales. Prefieren la carne humana antes que los suministros de los supervivientes. Y en ocasiones, también los hemos visto usando estrategias para conseguirla, aunque no es lo normal. Por lo general, su actuación es muy similar a la de los zombis. No suelen ser peligros potenciales. Sólo son una de las tantas amenazas que existen en este infierno. Las hay mucho peores. —La conclusión del discurso se salvó milagrosamente de ser toscamente interrumpida por una repentina aparición repleta de rabia intensa.

   Contemplar a aquella inquietante figura no causo indiferencia en ninguno de los presentes. La grotesca carencia de una de sus extremidades superiores, así como una porción de la carne conformante de su rostro atravesada monstruosamente por el sutil hilo repartieron un torbellino de sensaciones muy distintas entre los videntes, desde la pena o la compasión de sus compañeros más cercanos, entrecruzada con el terror o el horror de sus mayores desconocidos, e incluso la indiferencia absoluta de su momentánea archienemiga. 

   El pobre lisiado invirtió tan sólo unos segundos de su preciado tiempo en analizar aquellas irritantes miradas una por una, sentidas como múltiples láseres de rifles de francotirador amenazando con tirotearle sanguinariamente. Su subconsciente no dudó en buscar desesperado el de su hermana Ley. La primera, la segunda e incluso la tercera vez, él mismo se convenció de que la encontraría entre todos aquellos seres irrelevantes, bebiendo una lata de cerveza mientras jugueteaba con el filo de su katana. Entre la cuarta y la quinta, sus esperanzas se disiparon. A la sexta, se percató de que sólo se estaba engañando a sí mismo.   

   Su sofocada respiración se incrementó, constatando el desespero y la exasperación con las que acarreaba, volatilizándose en el entorno cuando el joven se evadió por el corredor derecho con desmedidos y acelerados pasos. Ninguno de los allí presentes se atrevió a establecer contacto alguno con él. Ni siquiera Florr se arriesgó a arrojar una ofensiva. Valoraba demasiado su cabeza.

   —Joder, pobre M.A. Nunca le había visto tan destrozado. Va a tardar un tiempo en recuperarse de lo que le ha pasado. Espero que al menos pueda apoyarse en su hermana. —Maya sintió como aquellas palabras lastimeras de Nait le asestaban una puñalada en lo más profundo de su corazón. Ella era la única que conocía el verdadero porque de la conducta de M.A, y se autodenominaba inútil continuamente por no haber hecho absolutamente nada para detener a Ley cuando se presentó la ocasión. Maldeciría día tras día a su moral por haberla presionado a optar por aquella equivocada decisión.
   —Estaré con él. —Ni una sola explicación. Ni una sola argumentación. La muchacha se limitó a aquella insuficiente declaración para justificar su apresurada partida del vestíbulo.
   —En fin, si alguien me necesita, yo estaré en la muralla. Creo que ya me encuentro un poco mejor para echar un ojo a los alrededores —disimuló Eva su verdadero propósito.
   —¿Estás segura? —Inma no se mostraba muy convencida de aquella intención.
   —Sí, estoy segura. Adán, Florr; tengo que hablar con vosotros después, ¿vale?
   —Vale —aceptó su hermano sin reparos. La quinceañera se limitó a una respuesta realizada mediante una mueca de aceptación, justo antes de decidir alejarse del vestíbulo rumbo a los dormitorios.
   —Pues eso, que estaré fuera. —La suposición de que Eva se encaminaría hacía la salida conectada con el inmenso patio del fuerte se desvaneció cuando ésta se aproximó a la pareja de invitados conformada por Inma y Nait—. Escuchad, no os voy a decir que no comáis nada, pero los suministros que trajo esa chica pelirroja tienen que durarnos lo máximo posible, así que tratad de racionalizarlos con cabeza. —El abandono de la estancia por su parte se tornó definitivo tras aquel consejo susurrado.


   Después de la tragedia que había desolado al resguardado lugar en el que había sobrevivido la mayor parte del apocalipsis, siempre con la inseguridad prevaleciente entre sus pensamientos, la oportunidad de permanecer indefinidamente en aquella fortificación militar le había reconfortado. Sin embargo, aquello no había sido más que una burda falsedad inventada por él mismo, y se había percatado de ello durante los numerosos lamentos con los que se había martirizado en la enfermería. Su hermana. El reencuentro que había aguardado dos tortuosos años para emerger. Aquello había sido el verdadero desencadenante de la sensación de bienestar que le invadió. Y otra vez, ella se había alejado de su lado. Sin un adiós. Sin una despedida. A traición. Como si hubiese sido casi una traición. Había quebrantado las ilusiones que tanto tiempo había deseado recuperar, pero no tenía intención alguna de hundirse por ello. Lucharía hasta el final por volver de nuevo junto a su ser más querido, y aquella vez no esperaría dos años. 

   De aquel estricto propósito se convencía sin descanso M.A mientras se recolocaba su chaleco con una mezcla de desesperación y amargura debido a la impotencia que le causaba su costosa colocación con un solo brazo y la inexistente ayuda de su horrendo muñón. 

   —Menuda mierda —gruñó tras examinar con repulsión su miembro amputado cubierto de vendas en su extremo deformado. 

Inconscientemente, hurgó en el bolsillo trasero de la vestidura en busca de su arma particular, recordando que se había desecho de ella durante la pelea del día anterior cuando no palpó más que una serie de sucesivos hilos cosidos con precisión milimétrica. Bufó irritado ante aquel hecho. 

 —¿Pretendes ocultarte del mundo aquí, en tu cuarto? ¿No piensas ni siquiera dirigirme la palabra? —Maya se había presentado en el dormitorio del susodicho arremetiendo improvisadamente. El destacado estruendo que la mujer había desencadenado con respecto al desplazamiento de sus pies gracias a la expansión del eco no había sido algo disimulado en ningún momento, pero M.A tampoco se había esperado que apareciese por allí. Aunque una parte de sí mismo lo había imaginado.
   —¿Tienes un arma? —Se aproximó a ella predispuesto a recibir el objeto requerido, ignorando por completo ambas preguntas formuladas.
   —El revolver está seco. Tengo la automática de Inma, aunque no le quedan más que cuatro balas contadas. —Extrajo la pistola sosteniéndola por la culata y entregándosela por el cañón, pero la retiró repentinamente cuando M.A se dispuso a tomarla—. Primero tendrás que responderme. —Empezaba a cansarse de verse siempre obligada a ceder. Aquella vez se había propuesto no ser ella quien lo hiciese.
   —No tengo tiempo para tus tonterías, coño. —Le arrebató la automática con un estirón tan brusco como súbito que hizo brotar la perplejidad en Maya. Nunca habría considerado aquella reacción por parte de su compañero hacía ella ni en sus épocas más duras. Definitivamente, se encontraba peor que nunca. Peor incluso que en el principio de todo.
   —Hey, M.A, cálmate, ¿vale? Sólo estoy tratando de hablar contigo. No hay razón para que me trates de esta manera. —Maya proseguía procurando dialogar pacíficamente, pero aquel trato agresivo de la persona a quien consideraba su amigo comenzaba a hartarla peligrosamente.
   —Pero es que yo no quiero hablar contigo. A cada segundo que desperdicio en este jodido lugar, Ley se aleja más y más de mí. —Revolvió las desaliñadas sabanas del colchón perteneciente al dormitorio, localizando con facilidad sus numerosos efectos personales,  entre los que se hallaba bastante visible su vieja cartera. Se apoderó de todos ellos, repartiendo el peso entre los costados del chaleco.
   —¿Qué? Espera, espera, ¿qué estás diciendo? No pretenderás ir tras Ley, ¿verdad? —Maya se había atemorizado. Conocía perfectamente la situación anímica en la que se encontraba su compañero, pero se había querido imaginar que tendría el conocimiento suficiente para quedarse allí con ella en vez de lanzarse de cabeza al suicidio marchándose.
   —¿Cuál es el problema? —desdeñó él sus preocupaciones con petulancia.
   —¿El problema? ¿Quieres que te diga cuál es el problema? El maldito problema es que estás cegado y eres incapaz de razonar. Recapacita, M.A. Piensa por un solo segundo en lo que vas a hacer. Acabas de despertar de una amputación, por el amor de Dios. Estás en un estado deplorable, y sin embargo, pretendes salir a la intemperie casi desarmado para buscar a una persona de la que no tienes ni la más mínima idea de dónde puede haber ido. —El castigo por haber permitido la partida de Ley ya era suficiente para su hostigada conciencia. No deseaba sentirse también culpable de lo que pudiese sucederle a M.A en el exterior.
   —Estoy bien. El tema del brazo no es ningún obstáculo. Tengo la automática que acabas de darme para defenderme. Y sé dónde buscar. Iré al lugar donde encontramos a Ley por primera vez. ¿Ves? No hay ningún jodido problema, por mucho que te empeñes en buscarlo. —Se aproximó a un destartalado armario tras aquella endeble rebatición de argumentos para recoger el traje NQB preservado sobre uno de sus tablones.
   —No, no estás bien. Despierta de una vez. Es imposible que consigas recorrer a pie el trayecto hasta allí en estas condiciones. Son cientos de kilómetros. Y en el improbable caso de que lo lograses, nadie te va a garantizar que vaya a estar en esa zona. Con esta actitud imprudente, lo único que conseguirás es que te muerda un zombi y te perdamos para siempre. ¿Es eso lo que quieres? ¿Quieres dejarnos? ¿Quieres dejar a tu hermana? —Maya se había dispuesto a no rendirse en aquella ocasión. Sentía que sería la vencedora de la discusión pendiente. El consentimiento no usurparía de nuevo su toma de decisiones.
   —¡No! ¡No es eso lo que quiero, joder! ¡No es eso lo que quiero! ¡Lo único que quiero es que cierres la puta boca de una jodida vez! ¿¡Es demasiado pedir que cierres esa bocaza de engreída que tienes!? ¡Tú no eres mi madre! ¡Tú no eres mi hermana! ¡Tú no eres mi pareja! ¡Así que deja de decirme lo que tengo que hacer, porque cada vez que lo haces, lo único que consigues es joderme! Yo me voy, ¡y me importa una mierda lo que opines! ¡Ya está bien de controlarme, joder! —El escaso autocontrol de M.A había estallado despiadadamente ante el impiadoso asalto de tanta palabrería advertidora. Seguidamente, se marchó de la estancia embravecido sin atender a la asistencia de Maya, colisionando su hombro contra el de la mujer intencionadamente como indudable señal de enfado.
   —Pero… M.A, espera… —Ella, muy lejos de adoptar una actitud similar a la de su acompañante, no desistía en obtener su preciado objetivo mientras corría detrás suyo.


   Un solitario rayo de aquel debilitado sol brotó de entre las grisáceas nubes que lo enterraban bajo su composición, centelleando por tan sólo unos instantes la verja improvisada como obstrucción del acceso exclusivo al patio de la compleja edificación que constituía el recinto del fuerte. No solía ser habitual en aquella época del año residir con un cielo envuelto en una coordinación profesional del color blanco y el negro, mucho menos si a éste le acompañaban intensas corrientes que azotaban rebeldemente cabellos en abundancia, pero en el fin del mundo todo era diferente.
 Los acalorados veranos que vivían se habían moldeado vilmente hasta transformarse en un entorno solapado por el diligente viento transportador de desgracias y las infinitas gotas de lluvia con las propiedades puras del ácido. Y por si sobrevivir a aquel clima no fuese una ardua labor, los inviernos añadían el imperioso peligro de que lograban alcanzar temperaturas tan cruelmente gélidas que convertían ríos de sangre en cubitos compactos de rojo carmesí. Cualquier superviviente que valorase su vida rezaba por no perecer atrozmente congelado durante aquellos tres meses de dura agonía. No era ninguna locura comparar aquel despiadado invierno con el de algún libro de fantasía. 

   Sin embargo, aquella común meteorología no se localizaba entre las preocupaciones vitales de la abrumada Eva. Percibir una retumbante voz a través del walkie-talkie encabezaba esa lista. Sentada en el estratégico puesto de vigía acomodado sobre la muralla de roca maciza, la mujer comprobaba las amenazas próximas del área con más vagancia que ímpetu en su simulada tarea. Y es que el reconocimiento del terreno actuaba únicamente como excusa para mantenerse en un espacio abierto ante el que adquirir la señal requerida que obtendría la ansiada llamada.

   Su último intento de comunicación había vuelto a fallar. Con aquel se contabilizaban siete. A aquellas alturas, su paciencia debería haberse desesperado, pero no era el caso. Contactar con el doctor requería de resignación y perseverancia. Aquel tipo no emplearía lenguaje alguno a través del transmisor si no precisaba de necesidad o no se trataba del momento adecuado. Tan sólo una vez había alcanzado aquel tortuoso logro, cuyo valioso coste había sido el de dos días de completa tenacidad. Pero no poseía de tanto tiempo en aquella ocasión. Le necesitaba frente al transceptor cuanto antes.

   La resonancia de unas suelas de plástico contra el hierro oxidado de las escaleras que enlazaban con el patio advirtió de la aparición de un niño pequeño a escasos metros de su emplazamiento. Se incorporó sobre sí misma con la voluntad de avanzar rítmicamente hacia él, portando consigo el walkie y el rifle característico del puesto.

   —¿Sigue sin llamarte? —La pregunta no fue más que simple confirmación. Adán había averiguado la respuesta correcta tras tropezarse con la expresión descompuesta de su hermana.
   —Sí. Tampoco responde a las mías. —Desvió su campo de visión hacía el vasto páramo a su izquierda con el propósito de evitar el dolor interno que le produciría la mirada afligida del pequeño. Lo último que necesitaba era sentirse con mayor culpabilidad sobre sus hombros si no conseguía pronto su medicación.
   —Lo hará —gritó él repentinamente, captando la inmediata atención de la joven—. Tiene que llamarte. Estoy seguro. Estoy completamente seguro. Él te llamará. Él lo hará. Verás cómo lo hará. Conseguirás tus pastillas. No te va a pasar nada.
   —Está bien, está bien. No grites. —Eva colocó su dedo índice en posición vertical junto a los labios del chico una vez se hubo agachado para nivelar estaturas—. Escucha, cariño. Tú me conoces mejor que nadie. Tú… tú sabes que no me rindo ante nada. Que siempre hago todo lo posible por seguir adelante. Por vencer a cualquier revés que me envié la vida. Y, al menos hasta ahora, he ganado. Pero llegará el día en que tropiece… El día en que caiga… En que pierda…
   —No quiero hablar de esto —la interrumpió atemorizado. Notó que sus dientes habían comenzado a rechinar irremediablemente, aunque desconocía si el causante era el frío originado por las fuertes corrientes o el tema que determinaba el diálogo.
   —Lo sé, pero es necesario que lo hagamos. Hace un tiempo acordamos que trataría estos asuntos contigo con sinceridad, sin ocultarte la verdad, ¿lo recuerdas? Si te sientes más cómodo, podría inventarme un cuento sobre castillos, dragones y princesas para explicarlo, pero pienso que no eres un niño tan pequeño como para eso.
   —No. No quiero que me cuentes cuentos. No soy un bebé. —Se mordió el labio inferior enérgicamente, como medida de asimilación ante la información que se avecinaba—. Está bien. Continua, por favor.
   —No voy a engañarte más tiempo. Hay muy pocas probabilidades de que sobreviva. El trato es muy inestable. Llegará el día en que tenga que finalizar. Y puede romperse en cualquier momento, ante cualquier suceso que nos obligue a movernos de este lugar, o alguna otra cosa. Incluso suponiendo que tenga los medicamentos necesarios durante mucho tiempo no podría asegurar nada. Después de dos meses de tratamiento, lo único que he conseguido es empeorar todavía más. —Sus divagaciones indicaban que su atrevimiento se estaba preparando arduamente para lo que realmente deseaba notificar.
   —Pero… esto ya me lo habías contado antes. ¿Qué es lo que quieres decirme? —No era nada complejo apreciar la abusiva dificultad patente en el habla de su hermana. Tampoco resultaba sencillo para ella.
   —Yo… —Acumuló una incompleta inhalación del enrarecido aire en sus fosas nasales, a la cual le acompañó un fragmento de valentía en potencia—. Tal vez deberíamos hablar de lo que pasaría si yo muriese.
   —Amm… Esto… Bueno… Yo… —Su consternada persona fue incapaz de intervenir en la conversación, debido a la ruda interrupción del molesto zumbido que emergió espontáneamente del walkie-talkie. Su hermana le solicitó que se mantuviese indefinidamente en silencio con una conocida seña que él captó sin contratiempos.
   —Doctor… —requirió su asistencia a través del transceptor tras ubicarse en posición erguida nuevamente. Adán captó inminentemente su notable prescindencia en la escena, por lo que se tornó de regreso al patio localizado inferiormente.
   —¿Qué es lo que quiere? —Aquella demorada muestra de antipatía supuso un incontable alivio de su continua rigidez, aunque pudiese resultar irónico.
   —Necesito un intercambio —formuló ella su requerimiento de manera lacónica.
   —Le recuerdo que soy yo quien decide cuando se realizan. —La reacción del doctor no podría haber sido más predecible. Llorarle sus penas no dispondría de ninguna utilidad. Necesitaba una estrategia más elaborada para su convencimiento.
   —Dígame, ¿cómo están las reservas de su querido hospital? —Los suministros de hidroxiurea eran el as de picas que le otorgaban una exclusiva ventaja.
   —No es algo que a usted le importe —se eludió como era costumbre. Debía suponer que enmudecer era siempre la mejor mano a la hora de jugar.
   —A mí no, desde luego. Pero usted sabe que va a requerir de mi hidroxiurea pronto. ¿Cuánto tiempo llevamos sin vernos? ¿Dos semanas? ¿Tres? Suficiente para que casi se le haya agotado. ¿Qué piensa que ocurrirá si en el momento oportuno no tiene lo que necesita? Yo no lo sé, pero usted lo sabe perfectamente. —El engaño no fue extremadamente confeccionado a causa de la improvisación, pero imploraba que surtiese algún mínimo efecto en aquel individuo.
   —Apresúrese —concluyo aquel indeseable diálogo sin refutaciones, convirtiendo con ello la conversación en un mero suceso pasado. Una única palabra que había alzado equilibradamente la esperanza y la extrañeza de la mujer. Acceder sin oponer resistencia armada no era propio de la naturaleza impía del doctor. Probablemente no habría empleado ni un segundo de su tiempo en escuchar el anterior discurso sobre su falta de recursos en el hospital, y sencillamente, el intercambio que ella había propuesto en aquella mañana de primavera también le beneficiaba a él, pero pretendía que no se le arrebatase su rasgo de liderazgo en la toma de decisiones. 

   Fuera como fuese, la razón de su aprobación no le importaba en demasía. Únicamente que la poseía. Eso era suficiente para que sus preocupaciones se modificasen hacía la ruta conformada por agrupaciones de bosques radiactivos que debía recorrer durante dos horas para comparecer en lo más profundo del corazón de Mississauga. Debía prepararse para el prolongado trayecto.

   Aullidos incomprensibles empezaron a propagarse presurosos por el expandido sector que constituía la muralla, anunciando formidablemente el origen de alguna especie de trifulca en el desmedido patio. Seis figuras intervenían en lo que simulaba a un acto escénico desde aquella altura. Una de ellas se apresuraba en trasladarse en dirección a la verja que designaba la salida del fuerte, mientras que la más cercana batallaba para impedírselo. Dos más parecían intervenir como mediadores entre la pareja en desacuerdo, mientras que los restantes se mantenían ajenos a aquel alboroto.

   —Ya está bien, M.A. Tú no te vas de aquí. No sabes lo que estás haciendo. Lo digo en serio, esto es por tu seguridad. —Para su desgracia, la pacífica Maya había requerido finalmente del uso de la amenaza ante el fatídico comportamiento de su compañero.
   —He dicho que sueltes tus sucias manos de mi chaleco. —M.A se planteaba seriamente propinarle un puñetazo en toda la cara a aquella molesta mujer, y posiblemente habría evolucionado a una acción real de no haber sido por una interventora.
   —Vamos a ver, tranquilizaros los dos, ¿qué es lo que está pasando aquí? Explicádmelo, por favor. —Inma planteó una solución al conflicto con el uso del diálogo, al más puro estilo de su prima, pero no fue accesible en aquel nivel del altercado.
   —Tú no te metas en esto —le contestó el muchacho groseramente, impidiendo que Maya articulase vocablo—. Bastante tengo con que esta tipeja de aquí me coma el coco, como para que intentes hacerlo tú también. —Se deshizo con brusquedad de las garras apresadoras que se aferraban a su vestimenta, perseverando en proseguir hacía el medio externo mientras se vestía con su traje NQB.
   —¡M.A! —vociferó Maya como insulso e inútil método de detención—. ¡Ah, Dios, me está poniendo de los nervios! —se lamentó con una prominente sonoridad en sus gritos antes de esprintar a la desesperada hacía la edificación principal del fuerte.
   —¡Maya, espera! ¿Qué está pasando? —Inma pretendió detenerla a la caza de una mísera respuesta, pero fue en vano.
   —¡M.A! ¿Dónde vas? No puedes ir a ningún lado en estas condiciones. Vas a hacer que te maten. —A falta de la persuasión de Maya, Nait tomó su relevo, interponiéndose en el camino del joven.
   —¿Tú también, Nait? Mueve tu jodido culo de ahí si no quieres que lo haga yo —se aventuró a amenazarle sin reparo alguno.
   —¡No! No sé qué razones tendrás para querer salir ahí fuera, pero Maya está en lo cierto. Esto es por tu bien, así que vas a tener que quitarme de en medio tú mismo, porque yo no tengo previsto moverme. —Nait se oponía a su amigo con un atrevimiento nunca antes distinguido en él.
   —Hey, ¿qué es lo que está pasando aquí? —Eva se presentó con el descenso de unos escalones, exigiendo conocer las circunstancias concretas del acontecimiento.
   —Eso me gustaría saber también a mí —replicó Inma ofuscada por la absoluta omisión hacía sus requerimientos de información.
   —Ni lo sé ni me importa, la verdad, pero hay que poner orden aquí. —Florr, quien se había distanciado de aquel espectáculo, se había aproximado a su compañera acompañada por Adán.
   —Creo que se están peleando —quiso añadir dubitativo el pequeño.
   —¿Me estás desafiando, Nait? —La pregunta retórica de M.A se caracterizó especialmente por el exagerado tono guasón que exponía—. No eres más que una mierda, por si no lo sabes.
   —Chicos… —Inma aspiró a un nuevo apaciguamiento mientras orientaba sus acelerados pasos hacía ambos muchachos.
   —Tienes las costillas jodidas. No me va a costar dejarte retorciéndote de dolor en el suelo y no tengo tiempo para gilipolleces, así que te lo diré por última vez. Apártate de mi camino. —Las frágiles cadenas que unían a M.A con sus cabales se resquebrajan sin clemencia posible.

  Nait contempló la perversidad en el semblante irradiante de cólera que su compañero ostentaba. No era una falsa amenaza. Realmente se atrevería a cumplir su promesa. Ante aquella aparatosa imagen, el joven optó por retroceder un único paso, dispuesto por completo a rendirse ante sus advertencias. No obstante, M.A entendió en la actuación un pensamiento contrario, que se plasmó a la perfección en el violento gancho ascendente que le asestó justo debajo de los pulmones. Nait resopló el aire acumulado en ellos como una exteriorización del intenso daño causado, antes de desplomarse delante de múltiples miradas observadoras. 

   —¿Qué mierdas has hecho? —bramó Inma desde una distancia cercana mientras se apresuraba en correr a socorrer al atacado. 

   No existió preocupación alguna por parte del atacante, quien recorrió en tres segundos el espacio que le separaba de la verja, se cubrió la cabeza con la máscara en tan sólo dos más y emprendió el inicio de su viaje a toda velocidad, sin siquiera efectuar el típico vistazo de despedida que definía ocasiones como aquella. 

   —¿Pero qué coño…? —Eva emuló la actividad de asistencia de Inma. Su hermano también portaba pretensiones de hacerlo, pero fueron rehusadas cuando reparó en que ella le rogaba que permaneciese junto a Florr, quien no se había movido ni un solo milímetro.

   Maya reapareció en el escenario del ataque embutida en un traje NQB a juego con su máscara. Su desmesurada agitación era tan vehemente que de no haber sido por la llamada de atención de Inma jamás hubiese entrecortado su acelerada carrera. 

   —¿Maya? Maya, espera, por favor, espera un momento. ¿Qué es lo que está pasando? ¿Qué leches le pasa a M.A? —Inma imploró una maldita aclaración por tercera vez.
   —Su hermana Ley se ha ido. Se marchó anoche, sin decir nada a nadie, sólo a mí. No es la primera vez que lo hace. Le ha frustrado de tal manera que cree que puede salir a encontrarla por su propio pie. Tengo que ir tras él y convencerle de que está cometiendo una locura. —Pese a que la mujer ocupaba todos sus pensamientos en la ansiedad por la integridad de su amigo rubio, distinguir al maltrecho Nait siendo cargado por quien era la actual propietaria del lugar se filtró entre ellos—. ¿Qué le ha pasado a Nait?
   —Él… quiso ayudarte a que M.A. no se marchara, y le ha partido las costillas de un puñetazo —relató Inma aterrada.
   —Oh, por Dios, está cada vez peor. Inma, voy a buscarle. Espérame aquí, ¿de acuerdo? Intentaré no tardar demasiado. ¿Sabes por dónde se ha ido? ¿Lo has visto? —consultó el conocimiento de aquella valiosa información.
   —Yo diría que se largó en dirección oeste, pero no estoy completamente segura —pretendió su prima proporcionársela al efectuar un tremendo esfuerzo por rememorar con precisión el acontecimiento.  
   —Oeste. Vale, muchas gracias. —Realizó ademán de arrancar a correr con velocidad, suspendiéndolo cuando un personaje recientemente caído se evocó en su memoria—. Por cierto, dile a Nait de mi parte que lo siento y que espero que se recupere pronto. —Maya reanudó su interrumpida acción, abandonando el recinto del fuerte antes de que la atenta contemplación de Inma obtuviese siquiera el tiempo suficiente para poder parpadear.


   La rigidez de la deteriorada camilla que la enfermería disponía a seres humanos accidentados supuso un punto de inflexión del insufrible tormento que se había desencadenado en el frontal superior de Nait en cuanto reposó su entero peso sobre ella.

   —¿No estarías mejor tumbado? —La proposición de Inma para la mejoría de su bienestar se interpuso con la improvisada decisión de Eva, basada en conservarle en una postura de sentado permanente.
   —Nah, estoy bien así, pero gracias por tu preocupación —la rechazó él con prominente humildad—. Y muchas gracias por tu ayuda. Ahora estamos en paz —le comentó seguidamente a la mujer que había actuado como única ayudante para su transporte.
   —¿Qué? —La aludida no comprendía el significado de aquella afirmativa. Su desmayo el día anterior era el principal responsable de ello.
   —Él te sacó del patio cuando te desmayaste y estaban entrando los mutantes —le comunicó su hermano Adán, completo conocedor del acontecimiento referido.
   —Siento no haber ayudado yo también, Nait, pero me era muy difícil hacerlo con un brazo en cabestrillo, y además, necesitaba hablar con Maya urgentemente. —Inma se excusó coherentemente ante la inexistente asistencia prestada al muchacho.
   —Está bien, te perdonaré si compartes con nosotros lo que te contó. Como compensación, ya sabes —fingió el referido un irónico chantaje.
   —Llevaba mucha prisa, así que no me dijo demasiado, pero sé que la hermana de M.A se fue ayer por la noche sin avisar a nadie excepto a Maya, y que él quiere salir fuera para encontrarla —declaró ella aquella información esforzándose por un correcto entendimiento común.
   —Con razón no la veía por ninguna parte —la secundó Nait en base a su completa ausencia durante los hechos acaecidos aquella mañana—. O sea, que primero se fue de Stone City sin nosotros, dejando al pobre M.A hecho una mierda, y ahora que después de dos años separados se han vuelto a encontrar, le hace otra vez lo mismo. Y encima mientras él estaba inconsciente, sin despedirse ni decir nada a nadie. No entiendo a esa chica, de verdad. ¿Qué es lo que se le pasa por la cabeza para abandonar todo el tiempo a alguien que realmente la necesita?
   —¿Acaso importa? No le busques lógica a sus actos, pipiolo. Esa tía está tan quemada del cerebro como su hermanito. No hay más que ver como se pasea por ahí con su katana creyéndose una ninja. —La actitud reservada de Florr hacia el acontecimiento se arriesgó a internarse en la conversación con el estilo personal de la adolescente.
   —Puede que Ley sea extraña a más no poder, pero para nada está loca —la contrarió Nait cansado de aquellas afirmaciones egoístas—. Y suerte tienes que no está aquí para escucharte decir eso, porque la señorita ninja ya te habría decapitado.
   —Lo cual reafirma mi teoría —persistió su contrincante—. Esos dos hermanos son como bombas de relojería que tarde o temprano estallarán. Me he topado con este tipo de personas quebradizas más de una vez, y os puedo asegurar que no es nada bonito tener que volarles los sesos para que no te corten la garganta. Que se hayan ido de aquí nos ahorrará muchos problemas a todos.
   —Esto no funciona así —se opuso Inma a admitir aquellas rotundas afirmaciones.
   —Tienes razón. Funciona aún mucho peor. Otra cosa es que tu supervivencia de niña protegida te haya impedido verlo antes —embistió Florr convencida de su certero entendimiento.
   —¿Y tú qué sabes? Si ni siquiera me conoces —se indignó la joven extranjera ante aquella ocurrencia incierta.
   —Ni falta que me hace. Con solo verte se nota el perfil de chica asustada que corre a esconderse bajo la cama en cuanto aparece un zombi —justificó la adolescente su criterio impuesto.
   —Estás tú muy chulita, ¿no? Inma no te ha hecho nada, así que déjala en paz —emprendió Nait un contraataque contra aquellas eminentes provocaciones.
   —¿Podéis parar ya de discutir? —les interrumpió Adán con un lamentado ruego de silencio—. Siempre estáis igual. —Su petición se vio increíblemente aceptada durante un par de segundos, incomodando en gran parte la atmosfera respirada allí.
   —¿Habéis terminado ya? —El visible gesto en que la cintura de Eva soportaba la instalación de sus brazos sobre ella advertía de su indudable molestia—. ¿Sí? ¿Ya? ¿De verdad? —Desvió repentinamente su desagrado hacía la adolescente—. ¿Estás más tranquilita, Florr? ¿Lo estás? ¿Seguro? —Su mueca de irritación sustituyó a una contestación verbal—. Muy bien. Ven conmigo un momento, por favor —desveló una demanda a su compañera, convertida en obligación cuando la arrastró fuera del malestar que entrañaba el recinto médico.

   Aquella espontanea retirada supuso para la conmoción que padecía Inma el tercer colosal consuelo en menos de veinticuatro horas, así como el segundo de ellos respecto a la prepotente adolescente. Contemplo la figura de Nait, quien se percibía íntegramente ensimismado en observar la salida empleada por las dos jóvenes, como si no hubiese terminado de creerse aquella actuación. Ladeó seguidamente su mirada hacía el pequeño Adán, quien repartía la visión intranquila de sus ojos celestes entre ambos individuos. 

   —¿Siempre ha sido así? —consultó Nait al niño su curiosidad relacionada con la conducta de la quinceañera, sin haber reparado en que éste se había separado de su lado para inspeccionar entre los útiles médicos de uno de los alejados estantes, motivo claramente obvio por el que no alcanzó a escucharle.
   —Hey, Nait —requirió Inma de su absoluto interés—. Ahora que estamos más solos y más tranquilos los dos, me gustaría que me despejases una duda que tengo desde que llegué aquí. —Su solicitud fue manifestada con una disminuida sonoridad, que sugería la consulta de un tema algo personal.
   —Dispara —lo aprobó él sin objeciones.
   —Tú has pasado mucho tiempo sobreviviendo junto con M.A y mi prima, o al menos eso creo. Se podría decir que más o menos los conoces bien, ¿no? —La joven procuró asegurarse de que había optado por la persona adecuada para despejar aquella cuestión.  
   —Sí, bueno, sí, después de dos años algo sí que los conozco. Aunque supongo que tú sabrás más sobre Maya que yo, y a M.A le siento últimamente como a un extraño, pero aun así, pregunta libremente.
   —De acuerdo entonces. —Inma efectuó una enérgica inspiración—. ¿Qué es lo que sabes sobre la relación entre ellos dos, entre M.A y Maya? ¿Cómo la definirías? —Nait esbozó una muestra de desconcierto, extrañado de que él fuese el destinatario de aquella cuestión.
   —Toma. Son calmantes. —Adán reapareció misteriosamente cercano a la camilla del muchacho extendiendo un diminuto bote transparente, asustando a ambos sujetos con aquella aparición improvisada.
   —Vaya, que servicial. Gracias, chico. —Nait comprendía a la perfección la importancia de preservar medicamentos como aquel para casos más graves que el suyo, pero una o dos pastillas que calmasen su calvario a la vez que evitasen la inflamación de sus costillas tampoco era ningún abuso.
   —De nada. —El niño reveló una modesta sonrisa por la satisfacción que le provocaba sentirse útil a juicio de los demás, que actuó como una despedida cuando se trasladó al exterior de la estancia, disminuyendo en uno más el número de seres humanos que ésta albergaba.
   —No son pareja, si es lo que quieres saber. —Nait desenroscó el tapón que custodiaba las pastillas para deslizar tan sólo una de ellas por su seca garganta.
   —¡Oh, no! ¡No! ¡No! ¡No! ¡No! —La nula capacidad de disimulo de Inma habría sido bastante difícil de superar. Su desconfiado acompañante le envió un gesto de recelo—. No cuela, ¿verdad? —Nait negó sarcásticamente con la cabeza—. Oye, me encontré a ese tío paseándose por la casa de mi prima en calzoncillos. Es normal que sospeche, creo yo, ¿no?
   —Mira… Si realmente viste eso, pienso que lo malinterpretaste. En Almatriche, nosotros trabajábamos. Todos teníamos una especie de trabajo con el que colaborar para la persistencia de la comunidad. Puede que M.A estuviese recién levantado de una jornada laboral, lo cual explicaría el porqué de su falta de ropa. De todas formas, ya he hablado de esto con ambos, y Maya dejó bien claro que M.A es como un hermano más para ella, mientras que él… bueno, él no quiso comentarme nada al respecto, así que sinceramente, no sé qué es lo que siente en realidad. No tengo ni la más menor idea de si él la quiere o no la quiere como su pareja, pero te puedo asegurar que ella no lo ve como algo más que un buen amigo, y mientras siga siendo así, no se van a distanciar de la amistad.
   —Ummm. —Inma meditó durante seis segundos exactos aquel cúmulo de información fresca y reciente en una pose tan pensativa que su mayor impresión no era otra que la de estar tomando la decisión más importante de su existencia—. Ya que ellos han tratado el tema personalmente contigo, me creeré lo que me estás contando. Además, tampoco veo alguna razón de peso para que me mintieses. Supongo que son unos muy buenos amigos que se responsabilizan el uno del otro como mejores compañeros todavía, incluso aunque al rubio se le esté yendo un poco la olla —dictó ella una deducción propia de sus lazos gracias al comportamiento observado entre ellos dos y el testimonio que Nait le había desvelado.
   —Bueno, pues si no me necesitas para nada más, con tu permiso, ahora sí que me voy a tumbar un ratito. —Aquella comunicación precedió al continuado enroscamiento del tapón para que actuase nuevamente como barrera entre el aire alterado de la atmósfera y los químicos que componían aquella medicación al devolverle su posición original—. ¡Ah, jodido M.A! Ésta pienso devolvérsela aunque tenga que recorrer el país entero para encontrarle —protestó medio irónico ante la impiadosa estocada propinada por su tórax cuando se abatió sobre la camilla. A Inma se le escapó inevitablemente una reprimida sonrisa.


   Discurrir sobre cuál podría ser aquel requerimiento tan urgente como para obligarla a seguirla hasta un destino incierto había ocupado todas las mesas de los debates internos que Florr creaba en su imaginación. Que estuviese demasiado enfadada por su inexplicable conducta era una de las múltiples opciones que había barajado, pero enseguida la había descartado. Su pesaroso caminar había desvelado una mayor gravedad que la de una simple reprimenda. Tal vez su voluntad era la del deber de informarla de algún asunto en riguroso privado. Aquella había sido la selección más fiable entre sus posibles elecciones. 

   Eva estiró ligeramente del delicado picaporte, bloqueando cualquier acceso directo a su dormitorio particular, así como posibles miradas furtivas de los invitados que recorriesen aquel corredor. Apoyada parcialmente sobre el alfeizar de la puerta, la adolescente combatía con la contención de su nerviosismo, manifestando una imagen de incorrupta serenidad. La poseedora del cuarto entreabrió su correspondiente armario para apoderarse de una mochila de color verde con cierto aspecto infantil. 

   —Me voy a buscar a Puma. —Aquella fue la excusa más creíble que había razonado para su presentación ante el raciocinio de Florr.
   —¿Cómo? Estás de broma, ¿no? —Casi habría preferido una terrible noticia sobre el estado de los suministros o del grupo que saber que una de las pocas personas que valoraba pensaba arriesgar la vida para nada.
   —No, no lo estoy. Lo más probable es que Puma se encuentre con vida ahí fuera, en algún lugar, tratando de regresar por todos sus medios posibles. Todos parecen haberse olvidado de él, y si nadie tiene pensado mover un dedo para ayudarle, yo lo haré. —Deslizó lateralmente los medallones de la cremallera que aseguraban la mochila una vez la hubo posado sobre un polvoriento estante.
   —No es tu obligación exponerte a ese peligro, Eva. No es tu responsabilidad. En todo caso, sería la mía. Él es mi hermano. —A pesar de su determinación de insistencia, sus planes de convicción no surtían efecto alguno en la decidida mujer. Persuadirla para que desistiese en su objetivo era un deber, pero informarla de la auténtica verdad era una prohibición. Una disyuntiva bastante compleja.
   —También es mi amigo, Florr. Además, fui yo quien le ordenó ir a la ciudad en busca de suministros, así que sí, también es mi responsabilidad. —Retornó a los paralelos anaqueles del armario para recoger de su superficie un cuarteto de botellas de centilitros de agua junto con una caja de galletas con formas de animales rellenas de chocolate, que rápidamente introdujo en su saco especial con correas.
   —Entonces iré contigo. —Aquella afirmación era infundada para su conocimiento, pero tal vez se desempeñase como técnica de intimidación. Si no, siempre podría ir con ella realmente. El riesgo sería menor que el de una expedición en solitario.
   —Florr, sé perfectamente que estás dispuesta a romperte el pecho por Puma, y lo entiendo de veras. De hecho, me sorprende que todavía no te hayas dejado llevar por tus impulsos y no estés en el bosque buscándole sin descanso, pero entiende también que esta es mi decisión. Iré yo sola. —La frontera que señalaba el fin de la resistencia propia de la adolescente había sido rebasada. El último alegato de su acompañante la había convencido de que las condiciones de aquel plan eran ya inmodificables, como solía ser costumbre entre las dos. Eva era demasiado testaruda incluso para ella—. Igualmente, voy a necesitar que alguien como tú se quede como encargada del fuerte y cuide de Adán en mi ausencia.
   —¿Nos mantendremos en contacto? —Aunque no la detendría ni la acompañaría, confiaba en que seguir su itinerario de búsqueda fuese algo posible.
   —Por supuesto. No te alejes mucho del walkie que tiene mi hermano. —Introdujo su puñal en uno de los bolsillos más ocultos de la mochila. Las reglas impuestas por el doctor no le permitían empuñar un arma en su hospital, pero no existiría condena si ésta se encontraba en un estado de camuflaje. Por el contrario, las armas de fuego como su Winchester o el Voere específico de los turnos de vigilancia eran demasiado pesadas y voluminosas para transportarlas consigo en cubierto, eso sin contar con la carencia de munición. Debía resignarse a retirarlas de su equipamiento.
   —Ahora que lo mencionas, ¿se lo has contado ya a él? —fisgoneó Florr tras haber captado el nombramiento del pequeño.
   —Sí, lo hice en la muralla. —El peso al que se veía sometido el soporte de Eva aumentó unos cuantos kilógramos cuando cargó con las correas sobre sus hombros, siendo éste el causante de un sutil jadeo—. Él se lo tomó bien. Supongo que entiende que deba marcharme en busca de Puma. —Más mentiras se sumaron a su lista de eternas falacias.
   —Seguro que hasta te habrá preguntado si puede ir contigo. —La adolescente evidenció una complaciente sonrisa, raramente apreciable en sus facetas. Recibió como respuesta una copia exacta de su acción en el rostro de su compañera—.
   —Controla los suministros, racionaliza la comida y el agua, vigila los alrededores, asegúrate de que los heridos no hagan nada extraño y ten siempre un ojo puesto en Adán. Sigue estas indicaciones y todo debería ir bien, ¿de acuerdo? —Florr asintió—. Y por favor, tranquilízate un poco. Yo tampoco confío demasiado en esta gente, pero lo último que nos hace falta ahora son enemigos, así que no te ensañes con ellos sin motivo. —En aquella ocasión, su descontento se había mostrado cohesionado a un irritante bufido, aunque no se decidió a cuestionarla—. Y aunque supongo que esto lo imaginarás, ese rubio que se ha ido tiene la entrada prohibidísima a este fuerte después de lo que ha hecho, así que si por un casual volviese, haz lo que sea necesario para que no ponga un pie aquí dentro, ¿entendido? Lo que sea necesario. Ese tipo es un peligro potencial. Cuanto más alejado esté de nosotros, más seguros nos mantendremos. Te concedo carta blanca por mi parte.
   —No te preocupes. No me temblará el dedo si tengo que apretar el gatillo. —Aquella  rotunda permisión conectada a la coincidencia de razonamientos satisfizo a la vitalidad de Florr, que se acrecentó originándole complacencia.
   —Volveré antes del anochecer —indicó imitando a una afirmación, cuando en realidad no era más que una aproximación concreta.
   —Buena suerte —se despidió la quinceañera de su camarada, cuyas falanges ya se hallaban atrapando el picaporte.


   Sentado incómodamente sobre uno de los consumidos escalones que establecían la escalera del patio, Adán contemplo como la doble puerta de la construcción que gozaba de las habitaciones se desplazaba de su emplazamiento por una fuerza que actuaba impetuosa sobre ella, siéndole humildemente concedida la visión de su hermana. Se liberó de su desagradable asiento con un enérgico salto, alcanzando su posición antes de que ella reparase siquiera en su aparición. 

   —¿Ya te vas? Estaba esperándote para despedirme. —Su firmeza resultaba ser plenamente fingida. El auténtico temor a que su ser más querido no regresase nunca de su partida era el sentimiento que le invadía realmente—. He estado pensando que tal vez sí sería mejor que yo me quedara aquí. Por mi seguridad.
   —Claro. Mientras yo esté ausente, Florr será la líder de esta fortaleza y tú el guardián que la protegerá hasta la muerte —desató la joven su imaginación más infantiloide, sosegando con ello una pequeña porción del miedo que el niño experimentaba—. O al revés. Como vosotros queráis.
   —No se te olvida nada, ¿verdad? Tu memoria no es muy buena últimamente —la advirtió el conocedor de sus inusuales despistes sufridos con excesiva regularidad en los últimos días.
   —Pues me atrevería a decir que llevo todo lo necesario. Vamos a ver. Comida, agua y un puñal en la mochila, el walkie y la hidroxiurea en el bolsillo de la sudadera, la ropa de plástico que siempre llevamos puesta ni me la he llegado a quitar y el pañuelo… el pañuelo… —Se acarició fugazmente su barbilla, cerciorándose de que el trozo de tela no actuaba de su cubierta—. Madre mía, si no me he colocado el pañuelo. ¿Cómo he podido descuidarme de esta manera? —Se palpó sus pantalones con el objetivo de localizar el bolsillo específico donde se conservaba. Ocultó la parte inferior de su rostro tras éste una vez hubo sido extraído de su escondite, formando un consistente nudo para que perseverase adyacente a su piel—. Vale, ahora sí estoy lista.
   —Prométeme que tendrás cuidado —le rogó Adán predisponiéndose a un tierno abrazo que sirviese como una temporal despedida.
   —Prometido. —Eva apretó el cuerpo de su cariñoso hermano contra su contraído pecho dulcemente, otorgándole su requerido deseo. Fue un efímero beso en su mejilla tras segundos de fundición su decisiva conclusión—. Volveré pronto. No pienses mucho en mí. —Recolocó una de las correas, que se había retorcido inexplicablemente, mientras sus agitados pasos la encaminaban en dirección a la verja que delimitaba la superficie del fuerte.
   —Adiós —musitó Adán, quien observó con detalle como su hermana se evadía progresivamente según avanzaba hacia la ruta boscosa.  


   Ni sus divagaciones más superiores habían reflexionado sobre la posibilidad de que aquella insulsa exploración se alargase hasta que las doloridas plantas de sus pies suplicasen clemencia absoluta. Su reloj mental nunca había sido remotamente eficaz,  por lo que le era extremadamente complejo determinar el tiempo aproximado que se había mantenido en un constante paseo entre naturaleza mutada e infectada, pero su lógica le declaraba que probablemente no habría transcurrido mucho más de una hora exacta.

   Una hoja seca crujió levemente bajo la embarrada bota que acompañaba al traje. Aquel mustio vegetal, azulado por el efecto radioactivo, poseyó el poderío suficiente para  rememorar en una exhausta Maya aquellas épocas en que la primavera realmente hacía mención a su nombre, y no era sólo un mero calificativo de varios meses del año. 

   El agradable aumento de las temperaturas, el incremento de las horas que se sentía la reconstituyente luz natural, la renuncia de las guarecidas madrigueras por parte de los animales que se habían cobijado en ellas o la renovación de la viviente naturaleza. Todo aquello se había extinguido de la faz de la tierra en el mismo instante en que el primer muerto viviente había efectuado un miserable espasmo. La nostalgia recorrió cada fibra de su cuerpo como si de una serpiente se tratase. 

   Meditó durante un fugaz pestañeo si valdría la pena entregar su propia vida por volver a experimentar aquellas sensaciones una sola vez más. No aspiró a meditar una respuesta. Aquello no superaba a otro de los inútiles intentos de su mente por evadirse de aquella cruda realidad. Necesitaba centrarse en sus prioridades, no en pensamientos de un pasado mejor. Y allí, rodeada por aquella zona arbórea bañada en extravagantes colores, M.A era su prioridad más primordial. 

   La labor de investigación en sus excéntricas cercanías fue el siguiente paso tras su concentración. La certera finalidad de ello no se discernía en realidad de localizar un robusto tronco con la anchura requerida para acoger sus específicas señalizaciones. Caminó con rapidez hacía el que consideró mejor apto para aquella voluntad, perforando levemente su superficie con una rama obtenida de otro árbol kilómetros atrás, formando así una irregular flecha que sirviese como método de orientación hacia el camino recorrido, la cual se impregnó con la pegajosa savia que manó de su sistema vascular. 

   Una sabia estrategia empleada desde que el desolado páramo había permitido el paso al espacio plagado de flora distorsionada. Lo más probable es que no le asegurase al cien por ciento la ruta de regreso al fuerte, pero al menos disponía de una garantía. Mejor que deambular alocada sin rumbo fijo, desde luego. 

   Su serenidad se vio inesperadamente arremetida por un incontenible alarido que no se intuyó demasiado lejano. Adoptando una inminente postura de alerta, la previsora mujer condujo precavidamente sus pasos unos palmos a su izquierda, concediéndose así el privilegio de apreciar el espacio descubierto del que provenía aquel alarmante grito.

   Había calentado sus puños como prevención ante la monstruosidad que el destino pudiese depararle. Podía afirmar con certeza que el emisor del rugido no se trataba de un zombi, lo cual eliminaba una posibilidad. Divagaba entre si lo que surgiría frente a su ser sería un mutante o algún engendro de otro tipo cuando divisó a una violenta figura humana  que efectuaba repetidos y enérgicos pisotones sobre un colorido arbusto. 

   —M.A… Por fin… —Un estremecedor graznido heló sus esperanzados murmuros a la vez que desató un nerviosismo irrefrenable en sus arterias—. Otra vez no, por favor. 

   La excitación del extraño reconocido ocasionó que desistiese en su excéntrica labor, enervándose su limitada paciencia ante el acecho de una desconocida amenaza, alternando sus tentativas de localización entre los ramajes de los árboles más próximos a él. 

   El enérgico batir de unas alas delató la presencia de una masa negruzca amorfa y desproporcionada que les avistaba con sus cuatro escalofriantes ojos. Años atrás, probablemente lo habría denominado como un cuervo, pero para aquel ser mutado hasta el sadismo no existía un bautismo que le otorgase nombre alguno. 

   El ave ejecutó un grotesco reclamo, que atrajo el aterrizaje de tres deformes más con características muy similares. No precisaron de ninguna coordinación para emprender su veloz vuelo, arremetiendo contra la anatomía del exaltado con sus despiadados picotazos, acompañados con la emisión de atemorizantes sonidos. 

   —¡M.A, no! ¡Aguanta! —Maya aceleró su detenimiento hasta que éste se moldeó en una presurosa carrera hacia la ubicación del atacado, que se paralizó plenamente cuando una imprevista embestida a su costado la impulsó horizontalmente, alterando su postura erguida por una tumbada vertiginosamente. La implacable brutalidad característica de la ofensiva habría destrozado la integridad de los órganos de cualquier ser humano corriente, pero a ella sólo le había causado una tremenda confusión en su entendimiento.

   El avance del ser retorcido en una bestia monstruosa produjo un esplendoroso ruido que retumbó en sus oídos. Sus agigantados pies le detuvieron junto a la persona contra la que había acometido voluntariamente. El conjunto de repulsiva carne que constituía el rostro del atacante se exhibió sin pudor ante la derribada, dibujándose en él una insólita mueca, que expresó una emoción irreconocible hasta para el más astuto. La abominación capturó con sus peludas manos lo que había deducido como la fragilidad del cuello de su víctima. Aquello resultó menos paralizante para Maya que unas cosquillas, quien no vaciló en desencadenarse de aquel apresamiento reventando el estómago del monstruo con una usual patada. Éste surcó los ennegrecidos cielos unos pocos metros a consecuencia de ello, regresando a tierra con una precoz detención. 

   Ella se alzó con la mentalidad de un triunfo más en sus batallas contra la supervivencia, progresando hacía su rival para rematarle, quien se zarandeaba continuamente en un desesperado intento por levantarse, a la vez que difundía en el oxígeno de la zona sus gruñidos quejicosos de rabia e impotencia. 

   Maya sintió como el resentimiento y la pesadumbre se fundían en una singular impresión cuando clavó sin recelo la rama que aún mantenía en la profundidad del desfigurado cráneo, liberándole de la condena en que se había convertido su vida con una explosión de materia gris sanguinolenta.

   La aniquilación de su agresor precedió al encabezamiento de sus recuerdos por parte de la fisonomía de los mutantes que asaltaron el fuerte. Aquel bárbaro animal se percibía estrechamente relacionado con el comportamiento de aquellos enemigos, pero su apariencia física distaba mucho de la parecencia a un muerto viviente. Las aterradoras consecuencias de la radiación en su reciente cadáver confirmaban su tipología como mutante. Supuso que probablemente la resolución a la cuestión de su procedencia fuese que varias razas distintas de mutantes perviviesen en la desolación del arrasado mundo, aunque no existía una mínima certeza de ello, y lo cierto es que tampoco le interesaba averiguarlo. 

   Otros asuntos de mayor importancia requerían de su atención, como la suspensión de la insufrible tortura a la que se encontraba subyugado M.A. Maya reanudó su apresurado desplazamiento hacia el martirizado, quien se retorcía entre varios arbustos rojizos como medida desesperada para protegerse de los impiadosos picotazos con que los cuervos le arrancaban numerosos pedazos de carne de un diámetro comparable al de sus cabezas.

   El que arremetía contra las piernas del susodicho se vio irremediablemente aplastado por la suciedad de una bota que esparció sus reducidos órganos por aquellas extremidades dañadas. Uno de sus acompañantes desplegó sus anómalas alas, señalando su estado asustadizo con unos cuantos chillidos quebrados. No voló muy lejos. Una colérica mano la cazó con un movimiento prácticamente invisible para la repelente ave. La presión que ésta ejerció la hizo estallar brutalmente, desparramando todo un aguacero de sesos por la carne en tensión constante. 

   Un tercero más alocado entregó su deplorable existencia a Maya cuando acometió contra ésta en un absurdo acto suicida inconcebible para la inteligencia del animal. El manotazo defensivo de la joven partió inexorablemente al asaltante, fragmentándolo en dos sangrientas mitades claramente diferenciadas. El cuarto pájaro, que concluía el ya extinto coro de sus terroríficos cantos, se expuso como el más astuto con una apresurada y torpe huida. A la jadeante mujer no le interesaba ensuciarse con más carmesí del que la impregnaba de por sí, por lo que permitió que se escapase sobrevolando la zona. 

   Su respiración había aumentado paulatinamente su exaltación hasta el extremo de originar la sensación de estallido de sus acalorados pulmones. Su rabia intravenosa se propagaba sin cese por sus ardientes vasos sanguíneos. Podía distinguirla perfectamente entre el bombeante líquido rojizo que los recorría, pero no le importaba. Ni lo más mínimo siquiera. El cuerpo malherido e inerte que se atormentaba justo a sus pies se adueñó de su plena preocupación. Su rectitud se resquebrajó como un frágil cristal.

   —¡Oh, no! ¡No, no,! ¡Oh, Dios! ¡No! ¡No puede ser! ¡No puede ser! ¡No! ¡No! —Su descuajaringada estampa ya espetaba por sí sola vagas expectativas de sobrevivencia. No obstante, la aprehensión de una fiera mordedura en su brazo derecho que destapaba las marcas de dentelladas a la cruenta exposición radiactiva erradicó cualquier esperanza albergada.

   Un nudo obstruyó vilmente la garganta de Maya cuando desplazó a su mejor amigo cuarenta y cinco grados al contrario del curso de su trayectoria, disponiéndole con su faz en el sentido del turbado firmamento. Aquel acontecimiento nunca debió haber existido en una cronología. Era su culpa que lo hubiese hecho. Proteger a M.A era su responsabilidad. No habría supuesto ningún esfuerzo amarrarlo a algún trasto inservible del fuerte en contra de su voluntad. Aunque su persistencia por aislarse de la violencia se lo había impedido, una actuación de aquel calibre habría evitado aquella sopesante situación, a pesar de su rastreridad. Que su querido se encontrase en una inaplazable reunión con la impiadosa muerte había sido uno de sus mayores pecados en aquel mundo. 

   La membrana que recubría sus ojos se revistió del líquido producido por la lagrimación, enturbiando la claridad de su visibilidad. Retiró cuidadosamente la máscara que ocultaba la afligía de su mejor amigo. Quería observar su apreciado rostro una sola vez más. No, lo quería no. Lo necesitaba. 

   No, aquel no… Fascinada, la joven no pudo hacer más que retroceder instintivamente de un sobresalto provocado por las facciones reveladas de aquel tipo. 

   —Tú no eres M.A. —Y entonces, la impresionada Maya se percató en millonésimas de segundo de la ceguera mental que la había resignado. Aquel prototipo de cadáver no presentaba ningún rasgo semejante con la persona con quien deseaba reencontrarse. La complexión, la estatura o la musculatura eran las diferencias más notables con respecto a su compañero, pero el fundamento más indiscutible era que aquel desconocido no exhibía amputación alguna, sino que aún mantenía ambos antebrazos en su ubicación natural. ¿Cómo había podido confundirse de aquella manera? Al menos la aliviaba el hecho de que sólo fuese eso. Una terrible confusión.  

   Algo más sosegada, se atrevió a comprobar el estado del anónimo con aquella desmesurada fe que la constituía, pese a que aquel problema ya no era de su propiedad. Contempló aterrada como su aspecto demacrado se exponía con un blanco pálido que despejó sus más ardientes reparos. 

   Su esperanza de vida no alcanzaría los cinco minutos. Ya no sólo por la infección que le invadía debido al prominente mordisco o por el desangramiento imparable que le habían ocasionado los cuervos, sino por la incalculable toxicidad que su organismo acumulaba. Lo cierto es que resultaba increíble que aún respirase, aunque fuese de aquel modo tan perturbador.

   Su moral se disputó su siguiente elección. Aunque no conocía de nada a aquel superviviente, negarle un final sin sufrimiento era un acto de inhumanidad que no estaba dispuesta a cumplir. Un moderado puñetazo que destruyese sus hemisferios cerebrales, y aquel sujeto descansaría para siempre. Para ella era lo correcto.

   Un inesperado alboroto imposibilitó aquella determinación. Tres forasteros se precipitaban hacia la posición de Maya desde una distancia media a ella, emitiendo berridos incompresibles que informaban de su descontento con respecto a la presencia de la joven. Probablemente el hombre a quien le había ofrecido su ayuda mantenía relación con aquel extravagante trío, y la hubiesen catalogado inmediatamente como enemiga. Aquellos extraños se lanzaban a asesinarla inflexibles sin conocer las circunstancias del suceso. 

   No hubo tiempo para pensar. Casi ni lo hubo para actuar. Maya simplemente se escabulló de aquella amenaza, alejándose velozmente de la escena camuflada entre la rosada maleza.


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