Big Red Mouse Pointer

lunes, 19 de agosto de 2013

NH2: Capítulo 015 - Pesadilla.


Una hermosa y joven adolescente cuya edad rondaba los catorce años, de cabello largo y ondulado, así como profundos ojos marrones a juego con el color de su cabello, caminaba descalza entre los dorados campos de trigo cerca de las afueras de Stone City. Ataviada con un vestido blanco de tirantes, la joven paseaba entre los campos dejando que sus dedos se deslizaran sobre las finas hebras del trigo sembrado a ambos lados del camino. Una suave brisa de verano mecía sus largos cabellos y su delicada piel se calentaba con los cálidos rayos del sol.

Tras caminar durante un rato y abandonar el campo, llegó hasta una pequeña elevación del terreno, y bajo un gran árbol que proyectaba una buena sombra, se encontró con un joven vestido con ropa de verano recostado en el tronco, descansando tranquilamente. En el hermoso rostro de la muchacha se dibujo una amplia sonrisa, y tras subir el relieve, se sentó al lado del joven, de su misma edad, y expresó una tierna mirada al contemplar su tranquilo rostro durmiente. Debía haberse dormido mientras leía a juzgar por el libro abierto que había sobre sus piernas.

La joven se acercó al rostro del chico y aprovechando que estaba dormido, le besó dulcemente en la mejilla. El joven comenzó a despertarse lentamente y ella se apartó bruscamente, poniéndose de pie y alejándose unos pasos mientras le daba la espalda.

–Am, estás aquí Crystal, no te había oído llegar. –dijo el joven.

–No me extraña, te quedaste dormido mientras leías, Davis –dijo la castaña girándose para mirarlo.

Crystal miraba al joven con una dulce sonrisa llena de sentimientos profundos hacia el joven. Detrás de ella se contemplaba una hermosa puesta de sol en el cielo anaranjado, los dorados campos de trigos y una brisa de verano mecían débilmente los cabellos de la joven.

Aquella escena hizo que Davis se ruborizara sin darse cuenta. Sentía algo por ella e intuía que era correspondido. Sin embargo la inseguridad que ambos sentían impedía cualquier tipo de declaración formal entre ellos.

La joven volvió a darle la espalda mientras Davis se quedaba embobado mirándola. Crystal permaneció mirando cómo los campos de trigo se mecían con el viento, ante aquella magnífica puesta de sol. Entonces le preguntó al joven:

–Davis, ¿tienes a alguien especial en tu vida?

El joven lo pensó durante unos momentos.

–No… Bueno, te tengo a ti como amiga. Te aprecio muchísimo, si es eso a lo que te refieres.

–Entiendo, yo también te aprecio mucho como amigo...

Entonces Davis notó como el cielo y el sol tomaban una coloración rojiza intensa y vio como la hierba bajo sus pies comenzaba a marchitarse lentamente. El joven no supo reaccionar en aquel mismo momento, pero sí lo hizo cuando un fuerte olor a quemado y un intenso calor le sorprendió a sus espaldas. El joven se giró y vio que el frondoso árbol en el que había estado apoyado unos momentos antes estaba ardiendo entre furiosas e intensas llamas.

El joven contempló aquel suceso boquiabierto. Sencillamente no entendía lo que estaba ocurriendo delante de sus ojos. Cuando se volvió a girar para mirar a Crystal, ésta le seguía dando la espalda sin decir palabra. Los campos de trigo habían desaparecido, pasto del fuego que de un momento a otro se había extendido por todo el lugar. El cielo comenzó a llenarse de oscuras nubes de humo. En la lejanía, podían apreciarse los edificios de Stone City, envueltos en violentas lenguas de fuego. Pero lo más impactante fue el violento sonido que provenía del cielo. Acto seguido, una intensa luz blanca cegó por completo a Davis y le obligó a apartar la mirada casi con violencia. Cuando se atrevió a volver a abrirlos, contempló a lo lejos la enorme llamarada, idéntica a la que sin duda habría provocado una explosión atómica. La onda expansiva no tardó en recorrer el lugar en cuestión de segundos, lanzando a Davis contra el tronco que había dejado de arder para dejar paso a una estructura carbonizada que distaba mucho de parecerse a aquel frondoso árbol que había existido tan sólo unos segundos antes.

El joven se levantó, intentando ignorar el intenso dolor que atravesaba su espalda. Crystal era todo lo que tenía en mente. Allí estaba ella, de pie frente a él, completamente inmóvil. La piel de su espalda se había levantado, presentando graves quemaduras y ampollas abiertas de las que manaba un oscuro y purulento líquido. Su pálido vestido había quedado cubierto por las cenizas desprendidas de la corteza del árbol. Sin embargo, lo que hizo que a Davis se le encogiera el corazón fueron las manchas de sangre seca que cubrían sus ropas. El joven se puso en pie y gritando el nombre de la joven corrió hacia ella. Ésta comenzó a girarse en su dirección, dejando ver su rostro gravemente quemado. El iris de sus ojos se había apagado. Su mirada se había perdido por completo en el más oscuro vacío. La piel de sus mejillas, antes rosadas y lisas, ahora se había tornado grisácea y desprendía un olor putrefacto.

Davis se detuvo en seco y hasta retrocedió unos pasos al contemplar como Crystal comenzaba a caminar lentamente hacia él, balanceándose y emitiendo un curioso gemido. El asustado muchacho no sabía qué hacer. Aquel monstruo con la apariencia de Crystal se estaba acercando peligrosamente a él.

–Crystal… ¡Detente! ¿¡Qué haces!?

Pero la muchacha ya se había lanzado encima de él, arrojándolo al suelo en un desesperado intento de hincar sus putrefactos dientes en su cuello. Davis forcejeó con el zombie en el que se había convertido su más preciada amiga. Los largos y sucios cabellos de Crystal caían sobre el rostro del joven, quien aullaba suplicando una ayuda que jamás llegaría.

Crystal gruñía como un animal salvaje sin dejar de abrir y cerrar la boca, haciendo castañear los dientes con fuerza mientras agarraba entre sus manos el cuello del muchacho, arañándolo con sus largas y negras uñas. Davis colocó el pie en el estómago de la joven y de un impulso se la quitó de encima.

Entonces, sin que nada pareciera tener sentido, el físico y la vestimenta de Davis cambió por completo y se convirtió en un joven de veintiún años que, por puro instinto, desenfundó la pistola de la funda de su cintura y apuntó a aquel ser. Crystal se puso en pie y lo miró a través de la membrana blanquecina que cubría sus globos oculares, dotándola de un aspecto terrorífico. Ella seguía siendo el mismo monstruo sacado de una pesadilla.

La criatura corrió hacia el joven, que alzó la pistola entre sus manos y descerrajó un balazo en mitad de su frente sin titubeo alguno.

El cuerpo de Crystal se desplomó en el suelo como un títere al que hubieran cortado los hilos. Davis se acercó con precaución al cadáver de la joven y se agachó para examinarla. No entendía cómo podido haber ocurrido aquello, ni siquiera sabía cómo había llegado hasta allí ahora que comenzaba a pensarlo. Entonces se fijó en que la hierba muerta que había a sus pies, al igual que los campos de trigo de los alrededores, estaban comenzando a desaparecer ante sus ojos. La tierra se oscureció aún más si cabe, oscureciéndose tanto como el mismo carbón. Del cielo comenzó a caer ceniza y el suelo comenzó a abrirse en finas grietas bajo sus pies. El firmamento había desaparecido sobre el denso manto de humo. A su espalda, tras el cadáver del árbol carbonizado, se divisaba una ardiente Stone City. El olor a quemado cargaba el aire que respiraba y un inquietante silencio pareció cubrirlo todo.

Davis echó un último vistazo al cadáver zombificado de Crystal. Los recuerdos comenzaron a abrirse paso por su memoria. Por fin recordaba toda su aventura en Stone City. No era la primera vez que acababa con una de esas cosas. Ni siquiera había sentido pena al apretar el gatillo. Aquel cuerpo no era más que un monstruo, una simple cáscara de la persona que había sido en vida.

Fue entonces cuando un sonoro coro de tétricos gemidos sobresaltó al joven que, desde el terreno elevado, se asomó para observar la zona donde antes se habían encontrado los campos de trigo. Lo que contemplaron sus ojos lo horrorizó por completo.

Cientos, miles, tal vez millones de muertos vivientes caminaban hacia el relieve en el que Davis se encontraba. Mirase donde mirase, aquel inmenso océano de muertos viviente de piel negruzca y grisácea lo rodeaba por todas direcciones. En un principio parecía que únicamente se desplazaban con su lentitud característica, pero entonces vio que de entre aquel mar de carne putrefacta, decenas de frenéticas criaturas se abrían paso a toda velocidad, corriendo entre el gentío de muertos, empujando a sus congéneres más lentos para llegar antes hasta Davis, aullando al negro firmamento como animales rabiosos.

Davis alzó el arma y comenzó a disparar bala tras bala, acertando en el cráneo de aquellos que se aproximaban peligrosamente. Pronto se dio cuenta de que el cargador de su arma se había quedado seco. Entretanto una de aquellas criaturas había escalado el relieve a toda velocidad en una desesperada carrera por lograr el primer pedazo del joven, que ya se hallaba aguardando la acometida, armado únicamente con sus propias manos situadas en posición defensiva.

Cuando el no muerto estaba a punto de echársele encima, el suelo se desquebrajó y el relieve comenzó a elevarse entre crujidos de rocas y tierra. El zombie cayó rodando colina abajo mientras Davis flexionaba sus rodillas para mantener a duras penas el equilibrio. Cuando el temblor se detuvo, el relieve parecía haber crecido varios metros de altura.

Entonces el joven se asomó a un saliente rocoso que se había formado en la cima del relieve y miró hacia abajo, contemplando nuevamente el océano de no muertos que deambulaba por la oscura y agrietada tierra, perdiéndose en el horizonte, más lejos de lo que su vista podía llegar a alcanzar.

Davis vio como los zombies comenzaban a trepar por el relieve, pero justo entonces el suelo volvió a romperse bajo sus pies y el rocoso saliente se vino abajo como un castillo de naipes. El joven cayó desde la cima gritando de puro pánico sin poder dejar de contemplar el mar de garras y bocas hambrientas que lo esperaban más abajo, eufóricos por recibirlo entre sus fauces. En cuestión de segundos el cuerpo del joven se estampó contra el suelo, en medio de los zombies, quienes ya se lanzaban a devorarlo...


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Davis se despertó y se incorporó de golpe sobre su colchón. Su corazón latía muy deprisa. Le tomó unos momentos reconocer que todo aquello había sido tan solo una pesadilla. El joven se llevó las manos a la cabeza recordando a Crystal, y no pudo evitar pensar en qué hubiera sido de él si hubiera acabado teniendo aquella relación en vez de la de Matt. Aquella chica la había conocido durante aquellos siete largos años en los que Matt había abandonado Stone City. El joven echó un vistazo a la estancia y tras encontrar la linterna, la encendió. La luz comenzó a iluminar las sombras de la estancia hasta localizar la cuerda de la persiana, la cual subió, dejando que la luz del sol entrara por la ventana.

Davis apagó la linterna y abandonó la habitación. Mientras recorría el pasillo se encontró con Karen, quien parecía haber terminado de darse de una ducha a juzgar por su pelo mojado.

–Buenos días Sace. ¿Y Kyle?

–Buenos días. Supongo que sigue dormido. Ayer fue el último en irse a dormir. Se pasó gran parte de la noche intentando forzar ese maletín.

–Sí, supongo… Bueno, pues vamos a desayunar. Zoey y Matt estaban preparando el desayuno hace un rato. Ya te imaginas qué habrá y en qué cantidad. –dijo Karen con una sonrisa.

–Me imagino. Tenemos alimentos de sobra, pero como bien sabes, debemos hacer que duren lo máximo posible. No sabemos cuándo podría ser la próxima vez que consigamos más suministros. Bueno, voy a asearme. Ahora voy al salón.

Karen y Davis se despidieron brevemente y siguieron cada uno su camino. En el salón, Matt y Zoey ya habían tomado su ración y esperaban al resto sentados en unos viejos sillones.

–Entonces, ¿Kyle no pudo abrir ese maletín? –preguntó Zoey.

–No, me pregunto qué será lo que tendrán los de Esgrip ahí metido. Puede que nunca lo averigüemos y casi que prefiero que sea así... Nos costó un infierno encontrar aquella salida oculta y salir por piernas de aquel lugar, pero por suerte, pudimos aprovechar que los zombies habían abandonado las casas para registrarlas y así encontrar mas provisiones y las pastillas que necesitábamos para el agua. Fue un golpe de suerte.

–Entiendo, pero oye, ¿no te pica la curiosidad? Los dos trabajamos para Esgrip antes de todo esto y no puedo dejar de preguntarme qué demonios sería tan importante como para que esos presuntuosos decidieran guardarlo en un refugio subterráneo justo cuando estalló toda esta pesadilla. Soy bastante curiosa ¿sabes? –dijo Zoey bajando la voz.

–¿Nunca has escuchado que la curiosidad mató al gato? –contestó Matt arqueando una ceja.

Kyle finalmente despertó y fue caminando hasta el pasillo. Allí se encontró con Karen, que acababa de salir de la habitación que compartía con Zoey. Ambos se saludaron y fueron al salón con Matt y Zoey. Al cabo de un rato, Davis salió del baño descalzo, vestido únicamente con un pantalón vaquero negro y con su pelo húmedo peinado hacia atrás.

El joven volvió al cuarto en el que dormía, y prefirió ordenar sus cosas antes de ir a desayunar. Hoy iban a una ciudad cercana a reanudar el saqueo. Esperaba que los recursos de aquel lugar les durasen un buen tiempo, pero además, también estaba el asunto de encontrar una mejor protección para el grupo.

Davis agarró su bandolera, con tan mala suerte que su contenido se volcó por el suelo al descolgarla de la percha en la que la tenía colgada. Una ganzúa, una brújula, una caja de cerillas, una navaja multiusos, un reloj de muñeca, una pequeña caja de madera, un modesto medidor de radiación y la última caja de balas que le quedaba para sus pistolas duales, Glock 18.

El muchacho comenzó a recoger aquel desastre, comenzando por el contenido desperdigado de la pequeña caja de madera. Un llavero de un oso de peluche con el nombre de “Tom” inscrito en él, una foto de Davis con sus amigos Allen y Riliane de hacía varios años, una foto de los padres y la hermana del joven y la foto que había recogido del cadáver de Allen, la cual tenía escrito un mensaje en el reverso en el que el joven le pedía perdón a una tal Dyssidia. En la foto salía el rubio con su hermana Riliane y otras chicas. Una última foto con todo grupo sonriente en mitad del invierno cerraba aquel baúl de recuerdos tan peculiar.

Davis cogió la última foto y la examinó durante un momento. En ella salían Matt, Zoey, Karen, Kyle y el propio Davis, junto a otras personas. Una hermosa y joven mujer rubia con el cabello recogido en una coleta sonreía al lado de Davis. Nicole. Junto al resto de sus compañeros, aparecían los rostros sonrientes de los amigos de la rubia: una joven asiática llamada Emi, un hombre barbudo que parecía ser el más mayor de todos ellos y que respondía al nombre de Morís, un afroamericano llamado Nick, y una mujer de largos cabellos castaños, Débora.

La foto había sido tomada el treinta y uno de diciembre del dos mil doce en un parque a medio día. Detrás de los retratados se podía apreciar una gran fuente, y más allá, podían distinguirse las tiendas con sus adornos navideños decorando sus escaparates. Varios miembros de la foto llevaban en sus manos sus compras navideñas. Recordaba cómo habían planeado pasar aquel fin de año todos juntos en el apartamento de Nicole. Una semana más tarde, después de aquello, Emi había tomado la decisión de trasladarse a Japón para visitar a su familia y Morís tenía planeado visitar España con el mismo objetivo que su compañera.

Davis sonrió recordando aquel día y guardó la foto con el resto de sus pertenencias en la pequeña caja de madera, a la que devolvió a su bandolera. Agarró su cinturón con las fundas de sus Glocks para dejárselas por fuera del traje de radiación, y dejó todo sobre su colchón. Poco después de reunirse con el resto y haber terminado de desayunar, Karen colocó un mapa plastificado sobre la mesa y todos se reunieron para contemplarlo.

–Bien, la noche anterior hablamos de ir a esta ciudad. Es pequeña y nos cae más o menos cerca. Tardaremos unas horas en llegar a pie, ¿qué os parece? –preguntó Karen señalando un punto en el mapa

Nadie hablaba. De repente todos guardaban silencio.

–Chicos, no tenemos todo el día. Ayer lo planeamos así, ¿habéis cambiado de opinión? –dijo la castaña cruzándose de brazos.

–Por mí no hay problema. Al fin y al cabo fui yo quien propuso la idea de irnos a una ciudad en busca de un refugio más sólido, rodeado de nuevas zonas que poder saquear. –comentó Matt.

–Entonces venga, vámonos... –comentó Zoey con pocas ganas.

–¿Ocurre algo? –le preguntó Karen.

–Es que estoy harta de esta mierda. Siempre moviéndonos de un lugar a otro… –contestó con un suspiro.

–Pues acostúmbrate princesita. En esta vida es lo que te espera. Si tan harta estás, siempre puedes salir al exterior a dar un paseo bajo la radiación o hacer un picnic con nuestros amigos los mordedores. Después de eso no necesitarás moverte demasiado. –comentó Kyle claramente molesto ante el comentario de la joven.

El grupo lo miró con sorpresa. Kyle no era de los que solía hacer ese tipo de contestaciones. Sin añadir nada más, el hombre se alejó de sus compañeros y fue hacia una de las ventanas que daban al exterior. Davis sabía que Kyle no era el mismo hombre que había conocido en Stone City. Poco después de que toda la humanidad se viera arrastrada hasta el borde de la extinción por culpa de los zombies y la radiación, Kyle perdió a su mujer y a su hijo a manos de los muertos. Pero lo más duro para él fue el hecho de ser él mismo el ejecutor de su propia familia. A raíz de aquello, Kyle había perdido las ganas de seguir viviendo y se volvió una persona más fría, incluso con sus propios compañeros. Davis se veía de vez en cuando reflejado en Kyle. Él sabía mejor que nadie por lo que había pasado su compañero.

El joven recordó como tiempo atrás le había costado tanto salir de la ciudad con él, prefiriendo arriesgarse a morir en las calles en la que se asentaban a tener que buscar la mejor manera de sobrevivir alejándose de las zonas urbanas. Su grupo y el de Nicole habían permanecido en la ciudad cuando la radiación había hecho su aparición, y poco a poco, los ataques de los zombies se intensificaron y el caos estalló debido a la escasez de agentes del orden y militares.

Nicole, Débora y Nick trabajaban como voluntarios con lo poco que quedaba de los servicios públicos de la ciudad, formado por algunos policías y médicos que atendían a los ciudadanos malheridos. Muchos de aquellos ataques eran debido a grupos de rebeldes que intentaban tomar el control de la ciudad por la fuerza ante la pasividad de las fuerzas de policía.

Fue Nicole quien les entregó a Davis y a los suyos los trajes para protegerse de la radiación. Después de eso no tardaron mucho en recoger los suministros y abandonar las ciudades bajo el temor de que la catástrofe de Stone City pudiera repetirse. Pero Nicole y sus compañeros prefirieron quedarse atendiendo a los civiles y aquella había sido la última vez que se vieron.

Davis sacudió la cabeza para espantar los recuerdos inoportunos y se preparó para el viaje. Cada uno de sus compañeros fue a comprobar su equipo antes de partir.

Zoey recorrió el pasillo que dividía las habitaciones y se paró delante de la habitación de Davis y contempló al joven con una detallada mirada, fijándose fervientemente en el torso desnudo del joven, sus abdominales y pectorales, los bíceps de sus brazos... Sabía que a Davis le gustaba cuidarse, y sus sesiones de ejercicio matutinas le mantenían en forma, convirtiéndole sin saberlo en un imán para Zoey y sus más lujuriosos deseos. Ésta siguió contemplándole en silencio, imaginando cosas que hubieran hecho enrojecer a cualquiera. Pero entonces se vio sorprendida por Matt, quien llevaba rato observándola desde la mitad del pasillo.

Éste se asomó y vio al joven terminando de equiparse con el traje para la radiación y el resto de su equipamiento. Zoey se marchó del lugar sin decir nada, pero Matt la siguió hasta su habitación.

–¿Por qué le mirabas de esa manera? –preguntó Matt.

–Mmmm, ¿sabes? Sace no está nada mal físicamente. –le comentó con una sonrisa pícara.

–¿Qué coño estás diciendo? –dijo Matt molesto.

–Nada Matt, solo que creo que Sace tendría que probar a una buena mujer. Entiéndeme, hace mucho que no pruebo a un hombre ¿sabes? Además, creo que es bisexual ¿no? Pues creo que no le vendría mal probar a una mujer como yo. –dijo antes de romper a carcajadas–. Vosotros dos rompisteis la relación hace mucho tiempo, así que está libre ¿verdad? Seguro que tentándole con mis dotes femeninas acabará cayendo en mis brazos como todo hombre. ¿Crees que sucumbirá a mis encantos si me insinúo lo suficiente?

Matt sintió como un gran sentimiento de ira se apoderaba de él, pero intentó contenerse mientras cerraba los puños con fuerza.

–¿Y qué pasa con Kyle? ¿Por qué no te largas a molestarlo a él?

–¿Kyle? Hum… Tampoco tiene un mal físico, pero está tan arisco que no merece la pena acercarse a él. Además, no se dejaría, sigue siendo fiel a su esposa muerta. Una pena la verdad... Además, Sace no está nada mal, me gustan los chicos más jóvenes que yo.

–Te aconsejo que no te acerques a él... –le advirtió Matt en un tono amenazante.

Zoey con el dedo índice recorrió el torso de Matt desde el pecho hasta el ombligo, dibujando una línea imaginaria en la camiseta del joven sin dejar de poner aquella mirada burlona que tanto le gustaba poner.

–¿O qué?

Matt sin poderse contener más, agarró a Zoey del cuello y la estampó contra la pared, procurando hacer el menor ruido posible.

–No estoy de broma Zoey...

La joven al sentir como Matt empezaba a apretar con fuerza su cuello, trató de liberarse encajando un rodillazo en el estómago del joven. Éste la soltó y se alejó un poco de ella, guardando las distancia. Aquel rodillazo no había sido la gran cosa. Le habían llegado a golpear mucho más fuerte en el pasado.

La respiración de Zoey se había acelerado y tenía las manos alrededor de su cuello enrojecido. Se arrodilló en el suelo y miró peligrosamente a Matt mientras se ponía en pie y sacaba del bolsillo trasero de su pantalón una pequeña navaja. Con un movimiento fugaz se puso al alcance de Matt y comenzó a lanzar navajazos directos al rostro del joven. ¡Aquella mujer no estaba jugando! Matt esquivó los navajazos sin dejar de retroceder, esperando su oportunidad. Tras una acometida especialmente brutal, la cual esquivó por puro instinto, consiguió sujetar con fuerza la muñeca de Zoey, torciéndosela con rapidez y obligando a la enfurecida mujer a soltar su arma. La navaja golpeó el suelo, lejos del alcance de Zoey, pero Matt seguía sujetándola con fuerza, impidiendo que aquella mujer pudiera volver a atacarle.

–¡¡¡Si no me sueltas le diré al resto lo de tu diario!!! ¡¡¡Sé dónde lo tienes oculto y seguro que no te gustaría que los demás lo leyeran y descubrieran todo sobre ti!!! –bramó Zoey fuera de sí.

Matt la soltó y la mujer volvió a ponerse en pie, alejándose en esta ocasión del joven.

–Dudo que quieras hacerlo. En ese diario también se te menciona.

–¿Acaso crees que me importa? ¡Paso de estos idiotas! Sólo estoy con ellos para aumentar mis posibilidades de sobrevivir, pero soy perfectamente capaz de ocuparme de mí misma. ¡Eres el único que tiene algo que perder aquí si todos, y en especial Sace, leen ese diario y descubren todas esas mentiras que les has estado contando durante estos años!

Matt se quedó en silencio sin saber qué decir. La conocía perfectamente y no tenía ninguna duda de que sería capaz de hacer algo como eso con tal de vengarse. Fue entonces cuando alguien llamó a la puerta y ambos se quedaron completamente en silencio, con el temor de que pudieran haber oído su discusión.

Karen abrió la puerta y vio a Zoey agarrándose la muñeca derecha con gesto molesto.

–¿Ocurre algo?

–La torpe de Zoey… Tropezó y cayó al suelo. Nada más… –respondió Matt antes de salir por la puerta sin darle más importancia de la aparente.

Un rato después, el grupo ya estaba preparado. Aquel grupo de supervivientes abandonó lo que fue su refugio durante tanto tiempo, cargando cada uno con sus propias pertenencias y los suministros que habían conseguido reunir.

Davis llevaba en la mano izquierda el misterioso maletín. Matt y Kyle iban en medio del grupo, mientras que Karen y Zoey, armadas con un machete Kukri y un hacha respectivamente, encabezaban el grupo, cerrado por Davis con sus Glocks. Con esa posición habían decidido proteger los preciados víveres en un triángulo isósceles invertido.

Tras medio día caminando, con sus respectivos descansos, llegaron a un bosque que había cerca de la ciudad. En cuanto lo atravesaran, habrían llegado a su destino.

Ya había atardecido cuando se internaron en el bosque. Todo parecía desierto y tranquilo. Los árboles secos y podridos hacía tiempo que habían perdido sus últimas hojas, y las pocas que no habían sido arrastradas por el viento permanecían en el suelo a merced de los elementos. El grupo se paró a descansar cerca de un río del que manaba un aroma putrefacto, sin duda alguna, contaminado por la radiación y otras pestilencias del terreno.

Mientras el grupo se detenía a hacer un descanso, Davis decidió explorar la zona cercana al río mientras sacaba de su bandolera el medidor de radiación. El diminuto monitor mostraba una cifra tan preocupante como elevada. El joven no quería ni pensar en las consecuencias de estar expuesto sin los trajes en una zona como aquella, aunque fuera a corto plazo. Debían moverse cuanto antes.

Davis devolvió el medidor a la bandolera y se dispuso a volver con el grupo cuando al girar la cabeza vio algo moviéndose al otro lado del río. Al principio pensó que se trataba de otro zombie más, pero entonces lo vio arrodillarse en la orilla y meter la cabeza en el agua como lo haría cualquier humano sediento. Cuando aquel ser terminó de saciarse, sus ojos se encontraron con los de Davis de forma casi automática. No parecía en absoluto sorprendido por su presencia. De hecho, parecía estar enarbolando algo parecido a una sonrisa. Davis sintió un escalofrío atravesando su columna demasiado tarde. Había algo detrás de él...

El tiempo pasó y el grupo comenzó a preocuparse por la ausencia de Davis. El joven no solía alejarse demasiado, y mucho menos permanecer ausente tanto tiempo sin regresar para informar antes de lo que fuera que había descubierto. El grupo se puso en marcha y se encaminó al último lugar donde se había dirigido el joven. No tardaron en encontrar las huellas de sus botas en la tierra húmeda cerca de la orilla.

–No puede haber ido muy lejos. –dijo Kyle buscándolo con la mirada.

Matt permanecía en silencio, examinando las huellas con detenimiento. Dos años viviendo en aquel mundo infernal obligaban a uno a aprender hasta las nociones de rastreo más básicas. Rápidamente se dio cuenta del grave problema que tenían entre manos.

–Está cerca, pero tenemos que encontrarle rápido. –dijo poniéndose en pie–. No está solo...

–¿Cómo que no está solo? –preguntó Karen.

Matt apuntó con el dedo al otro par de huellas que había cerca de las de Davis. No se apreciaban con tanta claridad como las del joven, pero allí estaban. Pertenecían a un par de pies descalzos. Y unos tremendamente grandes a decir verdad. Matt podía haber metido sus dos pies en el interior de esa huella sin tocar sus bordes. Era sorprendente que alguien de aquel tamaño no dejase un rastro más claro sobre el terreno.

De repente todo pareció quedarse en el más absoluto silencio, y una extraña e incómoda sensación se apoderó de todos y cada uno de ellos. Por un instante, los árboles muertos de su alrededor parecían susurrarse entre ellos.

–¿Notáis eso? –preguntó Zoey recorriendo la línea de árboles con la mirada.

–Sí. –respondió Kyle apretando con fuerza sus puños–. Nos están observando...

Karen sujetó el hacha entre sus manos con fiereza mientras Zoey hacía lo propio con el machete, vigilando la espesura en busca de cualquier movimiento. Fue entonces cuando Matt se percató del repentino gorgoteo que venía del río. Con pasos lentos, se aproximó a la orilla y divisó varias burbujas explotando en la superficie del agua. Miró fijamente bajo aquella capa transparente de agua y se encontró con un par de ojos que lo miraban desde el fondo.

El sorprendido hombre se echó hacia atrás instintivamente justo cuando algo con forma humanoide atravesó la espesa corteza de agua contaminada y cayó sobre él con la furia de un animal salvaje. Un intenso dolor sacudió su estómago y de repente se vio volando por los aires hasta dar con su cabeza en el tronco caído de un árbol, quedando instantáneamente fuera de combate.

La extraña criatura se irguió orgullosa y proclamó a los cielos su victoria con un molesto y penetrante chillido que heló las venas de los miembros del grupo, quienes habían sido incapaces de reaccionar ante aquella aparición repentina. De los árboles comenzaron a surgir las siluetas de media docena de seres como aquel. Con un aullido conjunto, aquellos monstruos deformes se lanzaron a capturar a los últimos miembros del grupo.


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Davis abrió los ojos con cierta pesadez. Estaba tirado en el suelo boca abajo y sentía que la cabeza le iba a estallar. Aquel ser deforme le había pillado totalmente desprevenido. Un solo golpe en seco y se había desplomado como un saco de patatas. La visión borrosa y la herida abierta bajo la nuca se añadían a la lista de malestares de los que fue consciente en cuanto intentó ponerse en pie. Estaba demasiado aturdido para pensar en sus compañeros.

Sus ojos tardaron unos instantes en acostumbrarse a la tenue iluminación de aquel ambiente, alumbrado parcialmente por un par de antorchas situadas fuera de su alcance. Fue entonces cuando cayó en los barrotes de madera tallada y en la rugosidad de las paredes. Parpadeó varias veces para asegurarse de que no se trataba de una ilusión. Aquello era el interior de una cueva, pero además, ¡estaba encerrado en una maldita celda!

Asustado, se percató de que ya no llevaba puesto el traje protector y tampoco llevaba encima ninguna de sus otras pertenencias. A su mente acudió el espantoso recuerdo del rostro de aquel ser sacado de una historia de terror. ¿Dónde demonios le habían llevado? ¿Y qué era ese apestoso olor?

–¿Ya has despertado?

Aquella voz femenina sobresaltó al joven. Se giró y contempló a una mujer cuya mirada permanecía oculta bajo la visera de una gorra verde. Los pantalones de camuflaje desgastados y la camiseta de tirantes negros medio raída le otorgaban un aspecto duro, a pesar de su extrema delgadez. También se dio cuenta de que aquel desagradable olor provenía de una de las esquinas de la celda, donde había yacían acumulados un gran número de excrementos humanos. Davis reprimió una arcada llevándose la mano hacia la boca.

–¿¡Qué demonios es este sitio!?

La mujer se llevó un dedo a los labios mientras hacía aspavientos con la otra mano.

–Cállate. Lo último que necesitamos es atraer la atención de los mutis. –ordenó la mujer con fiereza sin dejar de observarle.

–¿Mutis? ¿¡Y qué coño es un muti si puede saberse!? ¿¡Quién cojones eres tú!? –preguntaba el joven histérico.

El rostro de la mujer cambió por completo y Davis tuvo que seguir su mirada hasta la inmensa sombra proyectada en la pared exterior de la celda. Era uno de aquellos seres.

–¡Silencio, joder! –susurró la mujer enseñando los dientes.

Davis se dio la vuelta y retrocedió ante la inminente llegada de aquella cosa. Pasara lo que pasara, no iba a ponérselo tan fácil esa vez. Buscó con la mirada algo con lo que poder defenderse. Lo único que encontró fue un demacrado trozo de madera astillada tirado en un rincón. En aquella situación no tenía pensado rechazar ninguna ayuda, por absurda que pareciera, por lo que se apresuró a recoger su nueva arma hasta que el cuerpo de la escuálida mujer chocó contra él haciéndole perder el equilibrio y caer en el suelo.

Davis apretó los dientes con rabia ante aquel ataque imprevisto y de pronto sintió el cuerpo de la mujer aplastándole las costillas. Antes de que pudiera soltar un solo improperio, la áspera mano de su compañera de celda ya se había posado sobre su boca con violencia, impidiéndole articular palabra. De nuevo la mujer se llevó el dedo hacia los labios, exigiendo un completo silencio a través de una inquietante mirada. Pero Davis ya había dejado de pensar en el monstruo que se aproximaba. Aquella embestida había provocado que la gorra que la mujer llevaba puesta saliese despedida por los aires. Ahora una larga y sucia melena rubia caía sobre sus hombros, dotándola de una belleza que Davis hacía tiempo que no contemplaba. El fulgor repentino de las antorchas bañó ligeramente los rostros de ambos, quienes por un instante permanecieron en silencio, observándose mutuamente con una enorme sorpresa grabada en sus ojos.

La mano de la mujer se apartó de su boca y su expresión agresiva cambió a una más apacible.

–Nicole... –pudo finalmente decir el joven tras asegurarse mentalmente de que aquella mujer era sin lugar a dudas su vieja amiga.

–¿Davis? ¡¡Oh, Dios mío, estás vivo!!

La joven se derrumbó repentinamente sobre Davis, fundiéndose en un fuerte y cálido abrazo en medio de la fría soledad de aquella celda.

–Lo siento, Dios cuanto lo siento Davis... No te había reconocido.... –dijo tocándole el rostro al joven con ambas manos, como si no pudiera creerse que realmente fuera él.

–Tranquila. Yo tampoco he podido reconocerte. Toda esta mierda… Creo que he perdido el control por un momento. Lamento haberme comportado así, Nicole. Esas cosas me separaron de mi grupo… No entiendo nada de lo que está pasando.

Nicole puso su mano sobre el hombre del joven para tranquilizarlo. En el exterior de la celda, el gigante deforme siguió su camino sin reparar en ellos. Esperaron un rato en silencio hasta que el eco de sus pisadas desapareció por completo.

–Estamos en una de las muchas galerías bajo tierra que atraviesan el bosque. Ahora mismo tenemos el río justo encima de nosotros. Por lo poco que he podido averiguar, hay toda una red de túneles que los mutis se han encargado de ampliar para asegurarse un refugio contra los muertos.

Davis levantó una mano para interrumpirla.

–¿Mutis? ¿Te refieres a esas cosas?

Nicole asintió.

–Esas criaturas no son humanos, pero tampoco son zombies. Son mutantes, Davis. Y te aseguro que son peores que cualquier cosa con la que hayas podido encontrarte en estos dos años. Son monstruos terriblemente violentos. Por su aspecto físico, hemos podido deducir que se trata de humanos mutados a través de una alta exposición a la radiación. Deberían haber muerto, pero en lugar de eso, sus cuerpos han cambiado hasta adaptarse a la toxicidad del aire. El agua contaminada del río tampoco les afecta. Son capaces de sobrevivir allá donde un humano sería incapaz.

–¿Cómo es posible? –preguntó Davis, totalmente incrédulo.

–No lo sé. No tenemos ni idea de cómo empezaron a construir este lugar. Ya estaba prácticamente construido cuando nos trajeron aquí. Tienen entradas ocultas en el bosque que se encargan de proteger día y noche. Los exploradores se encargan de vigilar el perímetro e informar sobre cualquier avistamiento. Los cazadores salen durante la noche en busca de cualquier posible fuente de alimento. Si no encuentran nada, entonces recurren a la despensa.

–¿La despensa?

–Han creado su propia granja de humanos, Davis. Capturan a todo aquel que atraviese su territorio o se tope con ellos durante las cacerías. Utilizan a los hombres para ampliar su galería de túneles. Todo aquel que no esté en condiciones de sujetar un pico o una pala es inmediatamente descartado y enviado al matadero –a Davis se le hizo un nudo en el estómago–. No puedes imaginar cuántos niños consiguieron sobrevivir al Apocalipsis con sus familias durante estos dos años… Y todo para acabar aquí abajo. Sus pequeños cuerpos no aguantaban más de unas horas en los túneles. Los padres chillaban cuando los mutis venían y se los arrebataban. La mayoría tuvieron que ser sacrificados para evitar posibles represalias…

Nicole apartó la mirada y se mordió el labio con rabia mientras las lágrimas comenzaban a manar de sus ojos.

–No recuerdo cuánto ha pasado desde que nos capturaron a las afueras de la ciudad… ¿Semanas? ¿Meses? Aquí abajo es fácil perder la noción del tiempo, ¿sabes? Los mutis atacaron nuestro convoy. Nadie se esperaba un ataque así. Nos habíamos estado enfrentando a cadáveres sin sesos, fáciles de despistar, dividir y masacrar. Pero los mutis nos enseñaron a no esperar nada en un enfrentamiento. Su inhumanidad y crueldad son abrumadoras. No queda nada de los seres humanos que fueron anteriormente. En muchos sentidos son peores que los propios zombies. Saben organizarse y presentar batalla de formas que no esperarías en humanos –aseguró Nicole mientras se abrazaba a sí misma–. Nos trajeron aquí y nos separaron casi de inmediato. A Nick lo destinaron a las galerías, pero cuando revisaron nuestras cosas y descubrieron su increíble habilidad para construir armas intentaron obligarle a fabricarles más para ellos. Nick se negó y fue degollado ante toda la galería. ¡Le colgaron boca abajo y dejaron que se desangrara como si fuera un maldito animal!

Davis vio como la figura de Nicole, en la penumbra, enterraba su rostro en las rodillas, haciéndose un ovillo. La rubia rompió a llorar sin poder contener el dolor que le producía recordar aquel infierno. Se le estaba rompiendo el corazón, pero tenía que hacer la pregunta que llevaba formulando en su cabeza durante los últimos minutos.

–Has mencionado lo que les hacen a los hombres y a los niños… ¿Qué les ocurre a las mujeres?

Nicole se apretó más fuerte contra sí misma si cabe y prosiguió su oscuro relato.

–Varios días después de la muerte de Nick, vinieron a nuestra celda. Eran cinco y nos ordenaron quitarnos la ropa. Débora se negó y empezó a gritar, así que le partieron un brazo, la arrojaron al suelo y le arrancaron la ropa. Después me miraron a mí, como preguntándome si también les iba a dar problemas. Débora chillaba pidiéndome ayuda, pero yo no podía moverme. Yo… Simplemente dejé de pensar. Sabía que era lo único que podía hacer si quería seguir con vida. Uno a uno se turnaron con las dos. Débora lloraba y maldecía. Me maldecía a mí por no rebelarme contra ellos, por no querer luchar... Pero yo no la escuchaba. Mi mente no se hallaba en aquella caverna. Estaba muy lejos de allí. Cuando quise darme cuenta, Débora yacía muerta en el suelo junto a mí. La despojaron de su dignidad, destrozaron su cuerpo y su alma… Ni siquiera se percataron de ello hasta que terminaron. ¿Y sabes qué ocurrió? Nada. Se limitaron a dejar su cadáver en la celda hasta que horas más tarde vinieron a recogerlo para añadirlo a la despensa. De eso probablemente hace ya varias semanas.

Davis no sabía qué decir. Cualquier cosa le parecía sin sentido después de todo lo que aquella mujer había pasado en aquel horrible lugar. El joven se sentó a su lado y la abrazó con fuerza.

–Por favor, no te mueras tú también… –sollozó Nicole.

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–¡¡Matt!! ¡¡Despierta!! –gritaba la voz de Karen por encima de él.

Entre los zarandeos de la mujer y sus alaridos el joven finalmente despertó con una jaqueca de mil pares de demonios. Se pasó la mano por el lugar donde se había golpeado la cabeza con suavidad y al retirarla la vio manchada de sangre. Había tenido suerte. Seguramente le quedaría una buena cicatriz después de aquello, pero podía dar las gracias por seguir vivo. Podía haberse golpeado contra una roca en lugar del tronco podrido de un árbol hecho trizas.

Kyle estaba increpando sus peores insultos contra los seres que los habían encerrado allí mientras mantenía sus puños cerrados en torno a los barrotes de madera que los separaban de la libertad, agitándolos con desesperada violencia. Zoey permanecía de pie apoyada contra la pared mirando a Kyle sin decir nada. Karen estaba agachada en el suelo, delante de Matt, con rostro preocupado.

Para su sorpresa, se dio cuenta de que no estaban solos. Al menos había otra docena de personas con ellos: hombres, mujeres, niños y ancianos, que los miraban con gesto desalentado. El joven se levantó con la ayuda de Karen sin poder creerse que lo que veían sus ojos.

–¿Qué ha ocurrido? –preguntó el joven llevándose la mano contra la herida de su cabeza. Aún veía pequeñas luces de colores correteando por su línea de visión. Tardaría un tiempo en recuperarse del todo.

–Nos tendieron una emboscada en el bosque. Tuvieron especial cuidado en asegurarse de que todos hubiéramos perdido el conocimiento antes de traernos aquí. –respondió la castaña.

–¡Davis! ¿¡Dónde está!? ¿Está aquí? –preguntó con preocupación el joven mirando en todas direcciones.

–No tenemos ni la más remota idea. –dijo Zoey mirándolos sin demasiado interés–. Puede que intentara escapar y acabaran matándolo. Eso explicaría que no lo hubieran metido aquí con nosotros.

Kyle negó con la cabeza de forma automática, incapaz de pensar en aquella posibilidad. No. Davis seguía vivo. ¡Tenía que estarlo! ¡No hay otra opción posible! ¡No para él!

–Disculpad, ¿el chico del que estáis hablando es un joven de unos veinte años más o menos con el pelo corto y negro? –interrumpió una voz masculina desde el grupo de desconocidos.

Los cuatro compañeros dirigieron sus miradas interrogantes hacia la figura de un hombre entrado en edad que se acercaba hacia ellos.

–Sí, es él. ¿Lo ha visto? –preguntó Matt aproximándose a él.

El hombre asintió con seguridad y señaló en dirección al túnel que abandonaba la celda, más allá de su alcance.

–Uno de los chicos que reparten el agua nos dijo que los mutantes habían capturado a un joven hace apenas una hora. No es muy corriente en estos días ver a otros supervivientes. Cuando os trajeron aquí, supusimos que formabais parte del mismo grupo.

–¿Mutantes? ¿Pero qué diablos es este lugar? –preguntó Kyle.

–Entiendo tu confusión, en serio. Pero será mejor que me escuches antes de querer volver a llamar la atención de los mutis. Nos encontramos bajo el río que atraviesa el bosque, en una serie de galerías y túneles excavados durante meses. Es el hogar de los mutantes… y nuestra prisión. Puede que esos monstruos fueran humanos en su día, pero no son mejores que los podridos. Han sufrido una exposición prolongada a la radiación que baña toda esta zona. Que no te engañe su aspecto tosco y sus deformidades. Son perfectamente capaces de razonar e incluso de hablar, y su brutalidad supera con creces a la de un rebaño de no muertos.

–Este jodido mundo no deja de sorprenderme. –murmuró Zoey cruzándose de brazos con gesto irritado al otro lado de la caverna.

–¿Sabéis cuántos son? –preguntó Kyle aproximándose a él.

El hombre se acarició la barba y miró al techo de la celda, como si los estuviera contando mentalmente.

–Hemos contado al menos una docena, pero no hemos tenido la posibilidad de explorar toda la galería. Podría haber más.

–¿No habéis intentado acabar con ellos? ¿Rebelaros de algún modo?

El veterano prisionero negó con la cabeza con impotencia.

–Es imposible. Ya lo intentamos una vez y perdimos a demasiada gente. El que entra aquí abajo no sale, ni tan siquiera muerto. Nos mantienen lo suficientemente alimentados para que podamos trabajar, pero no lo suficiente para que recobremos fuerzas para combatir. Tampoco tenemos armas con las que enfrentarnos a ellos, y a diferencia de nosotros, los mutis conocen bien estos túneles. No eres el primero que quiere escapar nada más entrar aquí, créeme cuando te digo que entiendo por lo que estás pasando ahora mismo, pero desconoces a lo que te enfrentas.

–¿Y si evitáramos el enfrentamiento directo? –sugirió Matt–. Podríamos alcanzar el exterior sin necesidad de combatir contra todos ellos. Nuestra prioridad debería ser escapar de aquí.

El hombre sacudió la cabeza nuevamente.

–Escuchad, entiendo lo que estáis diciendo, pero todo lo que estáis comentando ya lo intentaron otros antes, mucho más jóvenes y sanos que la mayoría de los que estamos aquí. Si provocamos a los mutis, eso repercutirá en la ración del día, y algunos únicamente se mantienen con vida gracias a eso. Por favor, no causéis problemas a los demás.

–Sólo dime una cosa más antes de que podamos tomar cualquier tipo de decisión. –respondió Kyle con una ardiente mirada–. ¿Se les puede matar?

Su informador suspiró con desgana, como si adivinara los pensamientos de Kyle.

–Nada es inmortal en esta vida. Hace un tiempo, un hombre consiguió asesinar a uno de sus guardias usando un arma que había improvisado partir de su equipo de excavación. Cuando los mutis se enteraron de lo que había hecho le arrancaron las extremidades delante de todos nosotros para dar ejemplo. Esos monstruos son resistentes y tremendamente fuertes, pero tal y como se demostró, se puede acabar con ellos.

–Si al menos tuviéramos nuestras armas... –comentó Karen con aflicción.

–Como ya os he dicho, esos seres nos tienen completamente dominados. Están armados y organizados. Si no hacemos lo que nos mandan, nos torturarán de la manera más lenta y dolorosa posible hasta que la muerte nos parezca una delicia en comparación. Ninguna de las personas que estamos aquí quiere acabar en la despensa de esas cosas. La única forma de sobrevivir aquí abajo es resultarles útil de algún modo. Te lo vuelvo a pedir. No nos metáis en problemas al resto de nosotros. Esta vida es un infierno, pero debemos permanecer con vida a toda costa. No sabemos nada de ellos. Puede que la radiación los acabe matando un día de estos...

Karen y Kyle intercambiaron una mirada rápida. Aquellas personas habían sido maltratadas durante tanto tiempo que ya eran incapaces de pensar en cualquier posibilidad de escape. No sabían qué podía romper así el espíritu humano, pero no tenían intención alguna de quedarse a comprobarlo. Tenían que escapar lo antes posible antes de que el desánimo y la falta de energías los convirtieran en sirvientes sumisos.

Matt llevaba un rato sintiendo la penetrante mirada de Zoey clavada en él. Sabía lo que estaba pasando por su cabeza. Sí, era verdad que él no era más que otro monstruo con apariencia humana y sí, era posible que pudiera enfrentarse a ellos, pero ¿qué demonios esperaba de él? No podría abrirse paso él solo hasta la salida llevándoles a todos consigo. No tenía forma de decirle a Zoey que la esperanza que estaba depositando en él con aquella miraba estaba infundada. Además, ¿qué ocurriría con Karen y Kyle si vieran de lo que era capaz? Ellos desconocían por completo todo lo relacionado con su pasado, su verdadera relación con Zoey y su vinculación con la extinta Esgrip.

Matt desvió la mirada, molesto ante aquella situación, y echó un vistazo a la entrada de la cámara. Se oían pasos aproximándose. Hizo un gesto rápido a sus compañeros que los ocupantes de la celda no tardaron en comprender y de repente, todos guardaron silencio y bajaron la mirada. El corazón de los esclavos parecía acelerarse a medida que los pasos se aproximaban. Algunos se alejaron todo lo posible de los barrotes y se aplastaron contra las paredes rocosas de la cueva, intentando pasar todo lo desapercibido que les fuera posible. Finalmente la figura del ser se recortó sobre la iluminación ofrecida por las antorchas del exterior. El muti agarró el gigantesco tablón de madera que bloqueaba el otro extremo de la puerta y lo levantó en volandas como si fuera una simple rama, arrojándolo con violencia a un lado antes de acceder al interior de la cámara. Los recién llegados se quedaron petrificados, conscientes de que un miedo que habían olvidado, se había apoderado por completo de ellos.


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Nicole despertó tras un sueño ligero, el más largo que había tenido en semanas. Ya no intentaba contar los días que llevaba en aquel sitio. Sin luz solar para marcar el paso del tiempo, no era más que una pérdida de tiempo. En vez de eso, sus días se contaban en el tiempo que permanecía despierta y sus noches en los momentos en los que su cuerpo estaba tan agotado que lo único que podía hacer era dormirse para recuperar la mínima energía posible con la que sobrevivir otro día.

Levantó la cabeza del hombro del joven y comprobó que éste seguía despierto, vigilando la entrada de la celda. Al darse cuenta de que se había despertado, le saludó con una sonrisa.

–Gracias por estar a mi lado, Davis. –dijo poniéndose en pie y estirando las piernas.

Busco entre sus bolsillos la única goma para el pelo que aún conservaba y se hizo una coleta con su largo cabello. Davis la contempló mientras lo hacía. Los zafiros de sus ojos ya no emitían el mismo destello alegre de antaño y su hermoso rostro parecía haberse perdido para siempre en su infinita expresión de soledad y tristeza.

Nicole había sobrevivido a Stone City y había sobrevivido a la hecatombe que había destruido el mundo cuando muchos de sus compañeros habían caído en el camino. ¿Pero a qué precio? Su supervivencia no le había traído nada bueno. En cierta manera, envidiaba a los caídos. Ellos no tenían que pasar por aquel maldito infierno cada segundo de sus miserables vidas. No podía soportarlo más. Había pensado en quitarse la vida tantas veces desde las muertes de Nick y Débora que aún no entendía por qué no había conseguido reunir el valor suficiente. Davis era lo único bueno que le había pasado en meses. Era un auténtico milagro que se hubieran reencontrado después de tanto tiempo, pese a las terribles circunstancias.

El joven se puso en pie y estiró sus articulaciones. Tenía el cuerpo entumecido de mantener la misma posición durante tanto tiempo. Nicole se percató de que con cada estiramiento, el joven dejaba caer un peculiar sonido similar al ronroneo de un gato. La mujer no pudo evitar sonreír ligeramente ante aquel comportamiento.

–Davis… ¿Y los demás? ¿Han…?

El joven negó con la cabeza mientras seguía con sus estiramientos.

–No, ¡qué va! Están vivos. Me había alejado un poco de ellos cuando esas cosas me capturaron. Espero que estén bien. Lo más probable es que me estén buscando. Aunque lo más sensato sería que siguieran su camino…

Ambos se miraron durante unos segundos sin decir nada.

–La esperanza es lo último que se pierde –respondió la rubia con una sonrisa antes de darse la vuelta. Y añadió para sí misma–. Yo lo sé bien…

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Aquel gigantesco y decrépito ser entró en la celda con lentitud, tambaleándose con su andar encorvado sin dejar de observar a los prisioneros que tenía frente a él. Era completamente calvo, de piel blanca como el mármol y ostentaba unas enormes y asquerosas uñas en pies y manos.

Matt contempló con un escalofrío la exhibición de largos y afilados colmillos saliendo de los deformados recovecos de la boca del mutante. Iba vestido únicamente con una especie de túnica roída y amarillenta, que le cubría desde su portentoso cuello hasta las rodillas. Estaba cubierto de suciedad y manchas de sangre seca allá donde se posara la vista. Su horrible rostro degenerado por la radiación recorría la oscuridad de la celda mientras su pesada respiración helaba las venas de todos sus ocupantes. Sus brazos y piernas eran desproporcionadamente largos en comparación con el resto del cuerpo. Aquella cosa era una auténtica abominación andante.

El mutante flexionó sus rodillas y profirió un espantoso y penetrante chillido desde las cavidades de su garganta. Era como si alguien arañara con violencia las uñas contra una pizarra frente a un megáfono. Aquel repentino grito causó que todos los presentes se llevaran las manos a los oídos, intentando bloquear aquel espantoso sonido.

Cuando Matt alzó la cabeza de nuevo y vio que tras la figura del imponente mutante habían aparecido otros dos, de menos altitud. Ambos vestían únicamente con lo que parecían ser unos taparrabos hechos de extrañas pieles, y sus rasgos no estaban tan deformados como los de su gigantesco congénere. De no ser por sus orejas puntiagudas, la deformidad de sus extremidades y sus bocas sin labios, podrían haber pasado por humanos. Las dos criaturas iban armadas con armas toscas: una lanza de madera con un cuchillo de caza atado al extremo y un punzón hecho con lo que parecía haber sido un fémur humano.

El muti gigante levantó sus escuálidos y larguiruchos dedos y señaló a Kyle entre la multitud de prisioneros.

Al instante, sus dos compañeros avanzaron y penetraron al interior de la celda. Los esclavos rápidamente se apartaron del condenado y pasaron a retirarse hacia las esquinas, intentando alejarse lo máximo posible de sus captores. Matt y los demás se quedaron paralizados sin saber qué hacer. No parecía que pudieran hacer nada contra aquellas cosas.

Los mutis, como los habían llamado los prisioneros, llegaron hasta Kyle y levantaron sus armas hacia él, haciendo ademanes para que fuera con ellos. Kyle tenía los dientes y puños apretados, con la mirada puesta en las armas con las que le estaban amenazando, quizá intentando pensar en la forma de hacerse con ellas y eliminar a aquellas cosas. El mutante rugió impaciente y Kyle bajó la cabeza, sumiso, y se encaminó a la entrada de la celda con los dos monstruos siguiéndole de cerca.

En ese momento Karen estalló de rabia y saltó sobre la espalda de uno de los mutantes aullando de furia.

–¡¡No os lo vais a llevar, malditos!!

El muti rugió sorprendido ante aquel ataque y comenzó a balancearse de un lado a otro para desequilibrar a la mujer. Karen gritaba como una loca, arañando el rostro de aquel ser con violencia sin dejar de maldecir. El otro mutante se aproximo y le quitó a la mujer de encima de un manotazo, como quien aparta una mosca molesta de su presencia.


Karen salió despedida y su espalda golpeó la pared con fuerza. El mutante agredido rugió de ira y lanzó un revés que estuvo a punto de arrancarle la cabeza a la mujer. Karen se derrumbó inconsciente con un reguero de sangre bajando por su frente y el muti se la echó al hombro como si fuera una muñeca rota.

El mutante gigantesco, que había estado contemplando toda la escena sin mover un músculo, gruñó por lo bajo al comprobar que la situación estaba bajo control y salió de la celda. Sus compañeros le siguieron de cerca antes de volver a colocar el enorme madero en los asideros del exterior de la celda.

La comitiva desapareció por el pasillo sin volver la vista atrás. Matt y Zoey tardaron un rato en reaccionar. Aún no entendían por qué no habían hecho nada para intentar ayudar a sus compañeros. Se habían quedado completamente paralizados. Ninguno había levantado un dedo para impedir que se los llevaran.

–No lo entiendo… ¿Qué nos ha pasado? ¿¡Por qué hemos dejado que se lo llevasen!? –gritó Zoey fuera de sí mirando a su compañero. Éste ni siquiera podía levantar la cabeza.

–Es la reacción normal cuando vienen a llevarse a alguien. –dijo la voz de una mujer joven entre los prisioneros.

–¿Normal? ¿Qué quieres decir? –preguntó Zoey, claramente afectada por lo que acababa de suceder.

–Es nuestra manera de sobrevivir. Cuando vienen a por alguien, no se puede hacer nada por impedirlo. Si intentas evitarlo, te llevan a ti también. Nadie quiere acabar en manos de los mutis. Así que dejamos que se lleven al que quieran para poder sobrevivir.

–¿¡Qué estás diciendo!? ¡Eso es completamente egoísta! ¿¡Qué pasará cuando vengan a buscarte a ti!? –exclamó Zoey sacando la cabeza a través de los barrotes en un intento por descubrir a dónde se habían llevado a Kyle.

–Tú misma has sentido el terror que inspiran esos seres. Eran tus amigos, y sientes su pérdida, pero no has intentado salvarles, ¿verdad? No lo has hecho porque sabías que acabarías igual o peor que ellos si te interponías. Es la ley de este lugar. Tu amigo es un hombre joven, seguramente le destinen a cavar en las galerías. Si no da problemas y resiste la jornada de trabajo, puede que puedas volver a verle. Tu amiga, por otro lado… Atacar a los mutis nunca es buena idea. Enfurecerlos es el peor delito que puedes cometer aquí abajo. Lo único que puedes hacer por ella es rezar para que su muerte sea rápida.

Matt y ella intercambiaron una mirada, totalmente desalentados. Kyle tendría que apañárselas solo por ahora, tenían que encontrar la manera de ayudar a Karen.

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En el exterior la noche ya había caído. Los prisioneros de las cámaras subterráneas dormían aprovechando el calor que les proporciona la cercanía de sus semejantes. Pero Matt no podía dormir. Se sentía demasiado culpable para conciliar el sueño a pesar del cansancio que pesaba sobre su cuerpo.





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