Big Red Mouse Pointer

martes, 25 de febrero de 2014

NH2: Capítulo 025 - Una desagradable sorpresa...

En el horizonte los últimos rayos de sol hacían mella sobre cualquier objeto que interfería en su trayectoria. Estos fueron a dar directamente sobre uno de los frágiles y abruptos ventanucos del autobús, uno de entre los muchos que lo componían. En su interior la joven Maya y el rubio M.A estaban recostados en sus respectivos asientos, ambos meditabundos y completamente ensimismados  en sendas mentes.  Habían pasado un par de horas desde que habían tenido aquella conversación y tal vez se podría llegar a la conclusión de que oficialmente habían guardado el hacha de guerra. Durante un instante, la refulgente mirada del M.A  se alzó y se encontró con la de la castaña:
-¿Qué piensas que deberíamos hacer, señorita? - Preguntó en tono socarrón el rubio. Un tono que no empleaba con la chica desde hace bastante.
Maya, mostrándose exteriormente irritada, contestó a su interlocutor:
-¿Qué tal si te duermes un rato y así puedo deshacerme un rato de tu horrible voz de orco? - Respondió Maya entre carcajadas.
El rubio, optando por una expresión más madura reprendió a la muchacha:
-Ya en serio. Está empezando a atardecer y salir a fuera con tan poca luz sería un verdadero suicidio. Te sugeriría que pasásemos la noche aquí dentro, pero tampoco estoy muy seguro de ello. Ya ves que precisamente esto no está precisamente lo que se diría nuevo.
La chica, pensativa, se incorporó de su asiento y se dirigió al fondo del vehículo de forma casi espontánea. El rubio la siguió, pudiéndose apreciar un claro atisbo de curiosidad inocente en sus ojos, algo muy extraño. Una vez en los asientos traseros del vehículo, la castaña comenzó a toquetear y tirar de partes concretas de aquellas grisáceas butacas hasta que, en un determinado momento, la tela que las recubría se desprendió. Maya se giró con suavidad, además de con una bonita sonrisa esbozada en su boca y a la par dijo:
-¿Qué te parece? De esta forma podríamos tapar las ventanas rotas para así evitar que cualquier cosa o persona nos viese desde el exterior.
El muchacho dio su aprobación mediante un ademán de asentimiento y posteriormente se dedicó a realizar la misma labor que su compañera. Ambos se pusieron a desnudar a los maltrechos asientos rápidamente, como de si una carrera por la supervivencia se tratase.
Finalmente, una vez que hubieron desmantelado una docena de estos se dedicaron a recubrir las ventanas más dañadas con las telas y aquellos lugares desde los que se podría tener una visión perfecta de la pareja. Todo esto se hacía mientras las moribundas gotas de luz que bañaban aquel desolado páramo desaparecían, dejando paso al fantasmagórico y mortecino fulgor de la luna.
Un murmullo exterior perturbó la antigua calma del ambiente, dejando que los residentes del autobús quedaran completamente inmóviles y agudizasen el oído...
Se podían advertir numerosos y vacilantes pasos que provocaban un ligero traqueteo irregular. Inesperadamente, a esa marcha se le unieron unos quejidos lastimeros que ayudaron a conocer la identidad de aquellos seres que se movían en el exterior. El olor a carne pútrida y descompuesta se podía  casi se podía percibir desde el interior del vehículo. Era como un vapor infecto que se colaba entre las ventanas y rendijas; asqueroso y repulsivo.
Instintivamente, ambos muchachos se lanzaron al  suelo cautelosamente y comenzaron a reptar por él, procurando hacer el mínimo sonido posible además de evitar a toda costa cualquier ventana.  Durante unos instantes sintieron como si el mundo se les fuese a caer encima de un momento a otro; la tensión se podría haber cortado con una tijera en cualquier momento. Simplemente, Maya  se limitó a cerrar los ojos con fuerza, intentando aislarse de cualquier forma de la situación actual e intentando hacer caso omiso de los lamentos que se oían en la intemperie. Pronto, su mente se sumió en un estado de aislamiento y calma; aquellos muertos andantes de ahí fuera no significaban nada, no podrían hacerle daño de ningún modo, se encontraba segura y...débil.  Por primera vez en mucho tiempo, se volvió a poner en la piel de aquella chica insegura e introvertida de 17 años a la que le habían sobrevenido acontecimientos demasiado grandes para ella.  A veces incluso se preguntaba el cómo una persona como ella podía haber sobrevivido por tanto tiempo en un entorno tan hostil como era aquel. 
''Si muriese ahora, podría darme por satisfecha. Realmente he cumplido y hecho más de lo que jamás podría haber soñado. He conocido y perdido a personas estupendas y que han significado mucho para mí y por una vez...me gustaría cambiar de papel, dejando de ser yo quien llore las muertes para poder ser la que por fin puede descansar''.
Aquellas profundas cavilaciones fueron interrumpidas por el contacto de la mano del rubio sobre su hombro. Notaba como su calidez atravesaba el traje de protección. Era una sensación que podía despertar a cualquier persona de su sueño más profundo.
Lentamente, fue abriendo sus ojos y pudo divisar frente a ella el rostro preocupado de M.A, observándola intensamente con aquellos ojos azules tan profundos. Se sentía como si estuviese a punto de ser tragada por aquel refulgente océano en cualquier momento:
-¿Maya, te encuentras bien? - Preguntó intranquilo el joven con voz titubeante.
La joven, cabizbaja respondió a su compañero tajantemente y sin vacilar:
-Sí, estoy bien, solo me he mareado un poco.
El rubio comenzó a estudiar la frágil cara de la muchacha bajo aquel vidrio de cristal que impedía la entrada de radiación en busca de cualquier señal que pudiese denotar si lo que acababa de decir era cierto. Sin previo aviso, el joven se quitó el abrigo que tiempo atrás le trajo Maya a la enfermería después del enfrentamiento con aquellos seres horripilantes que desencadenaron el cercenamiento de su brazo. Este lo colocó sobre el cuerpo de Maya a modo de manta y cariñosamente con la única mano que le quedaba le frotó ligeramente la cabeza:
-Aunque mi hermana se haya ido de mi lado y me haya estado comportando como un auténtico capullo durante este tiempo, he descubierto que hay gente que necesita mi ayuda, por lo que yo no pienso irme. ¿Quién cuidaría de ti sino? Jeje. Duerme un poco, ya hablaremos con más tranquilidad mañana...
Estas palabras fueron las últimas que resonaron esa noche dentro del autobús. Los alaridos de los muertos eran mecidos por el viento en el exterior. Aún eran perceptibles, sin embargo ya poco importaban, ambos muchachos se sentían seguros  y ese sentimiento de antigua confianza hizo que al fin pudiesen conciliar un sueño cálido.


*****************************************************************************


Un tímido rayo solar se colaba por el pequeño orificio de una de las ventanas, incidiendo directamente sobre los ojos de M.A  quien involuntariamente los cubrió con el muñón de su brazo mientras que con la otra se ayudaba para reincorporarse del suelo. Sin embargo, al intentar hacerlo se percató de que Maya se había aferrado fuertemente a su brazo como una pequeña lapa mientras dormía. 
''Qué mona'', pensó M.A a la vez que enmarcaba una ligera sonrisa en sus labios. Con cuidado de no despertarla, fue sacando el brazo cautelosamente hasta que finalmente logró liberarlo. Al terminar de levantarse dirigió una última mirada a Maya al mismo tiempo que se preguntaba cómo había podido ser tan duro con ella, se había comportado como un cerdo mientras que ella no hacía más que preocuparse por él y seguir su pista para evitar que le ocurriese algo. Era una buena chica después de todo.
Comenzó a desperezarse mientras avanzaba progresivamente a la salida del autobús y una vez allí contemplo el exterior por si quedaba algún ser indeseable de la noche anterior: Nada.
Tras una pausa de varios segundos abrió la puerta de par en par y se dirigió al exterior donde pudo observar en primera persona un páramo completamente desolado. 
Frente a él se extendía una infinita carretera hasta donde se perdía la vista. A excepción de maleza no podía observarse ningún otro tipo de vegetación ni fauna.  Sobre él se alzaba un sol de justicia que parecía tener intenciones de abrasar cualquier resquicio de vida que se atreviese a dar la cara por allí. El rubio frunció el ceño al comprobar hasta dónde han sido capaces de llegar las personas por tan solo querer cumplir sus objetivos sin pararse a pensar en nadie más. Su único deseo en aquel momento era recuperar a su hermana, pero había algo más también...deseaba que los desalmados que habían causado todo aquello sufriesen como los animales que eran.
El rubio comenzó a apretar su puño para lograr liberar la rabia que tenía acumulada hasta que se dio cuenta de que sus uñas habían atravesado un poco el traje de protección inclusive la piel de la palma de su mano, de la que ahora brotaba unos finos hilos de sangre:
-Buenos dí..  - Dijo Maya mientras colocaba una mano sobre el hombro de M.A y con la otra le ofrecía su abrigo. Su frase fue interrumpida al fijarse en la mano del rubio. La expresión de la castaña se tornó seria y, haciendo un vago acopio de sus fuerzas propinó una ligera bofetada a M.A:
-Para ser tan inteligente hay muchas veces que no usas el coco ¿No has pensado en la radiación? - Dijo Maya un poco alterada.
El ahora inexpresivo rostro de M.A provocó que en el interior de la castaña aflorará un profundo sentimiento de culpa por lo que acababa de hacer. Arrepentida, se acercó un poco más al de los ojos azules y con sinceridad, dijo casi en susurro:
-Lo siento...no debería haber hecho eso.
El rubio fue arrancado de su ensimismamiento gracias a las palabras de la castaña y, mediante un ademán y una ligera sonrisa restó importancia al asunto:
-Propongo que sigamos avanzando por la carretera en dirección al desierto. No creo que mi hermana se detuviese en un lugar plagado de esas cosas.
El rubio echó a andar en dirección al grisáceo asfalto. Sin embargo, al dar el tercer paso inclinó levemente su cabeza hacia atrás y en tono desenfadado preguntó a la muchacha:
-¿Me sigues?
Maya entrecruzó sus brazos esbozando una sonrisa socarrona en sus labios y, con los ojos entrecerrados respondió a su compañero e interlocutor:
-Faltaría más, rubiales.
Maya aceleró un poco su paso para lograr ponerse a la altura de M.A y, de esta forma comenzaron una caminata por aquel escenario dantesco, desprovistos de cualquier tipo de recursos que pudiesen les facilitar el viaje y bajo un sol abrasador que parecía tener el don de hacer arder todo aquello en segundos. A ambos lados de la carretera se erigía escasos restos de matorrales e incluso si fijabas bien la vista podías encontrar cráneos de animales. Desde luego, nada de aquello lograba precisamente alentar a la pareja...
Los labios de los chicos denotaban profunda sequedad y grietas, la ausencia de agua comenzaba a pasar factura físicamente. Ya ni recordaban cuando fue la última vez que echaron un buen trago:
-Realmente no tengo mucha confianza en que vaya a encontrar a mi hermana y...siéndote sincero, ella me importa muchísimo, pero estoy bastante asqueado de todo ya. Solo has de fijarte un poco en cómo he estado tratando a todos durante estos últimos días. Soy un mierda, no hace falta que digas nada para intentar hacerme sentir mejor o algo por el estilo, porque no vas a cambiar esa visión, pero sinceramente desearía ser egoísta por una vez y poder ser libre de hacer lo que mi instinto me dice. Si se ha tomado esta decisión no ha sido por falta de motivos. No soy el hermano perfecto, pero he intentado cuidarla lo mejor que he sabido en función de mis posibilidades. He sido su hermano y su padre, pero claro, no ha bastado. Ella ha crecido y ha aprendido a cuidarse y estoy aquí tan solo por la promesa que le hice de nunca abandonarla y porque la quiero...-Aquellas palabras, brotaron entre murmullos de dolencia de sus labios con la ligereza de una pluma. En ese momento su corazón se había deshecho de cualquier coraza, sintiéndose más indefenso que nunca.
En primera instancia, Maya no se atrevió a decir nada por miedo de herir la ahora mismo presente sensibilidad del rubio. Jamás lo había logrado ver en un estado tan delicado y sincero. Había bajado la guardia por completo y la castaña sintió una intensa felicidad en el fondo de su ser al comprobar que por fin había logrado mostrarle que puede confiar plenamente en los demás:
-Tienes razón, seguramente no podré hacerte cambiar de idea porque eres muy cabezota, eso ya lo sabemos todo el mundo. Sin embargo creo que se te olvida que el hecho por el que ella se fue es porque se inculpó así misma de todo lo que te había ocurrido. Ella solita llegó a la conclusión de que era la fuente de todos tus males y, por ese hecho, simplemente se fue. Tu hermana es muy lista, al igual que tú. Sin embargo hay una cosa en la que ambos os parecéis y es que sois muy negativos cuando las cosas empiezan a ir mal. Tan solo eso. 
M.A levantó un poco alzó un poco la vista para mirar a Maya directamente a los ojos.  Entre todo  aquel sendero de vestigios de humanidad, fuero aquel breve discurso el que levantó ligeramente el ánimo al rubio:
-Seguiremos buscando a Ley y la encontraremos, y no suelo decir las cosas sin fundamento, recuérdalo.-Añadió Maya, quien a continuación esbozó una sonrisa muy amplia para provocar el efecto de ternura deseado.
No tenían porque rendirse, no iban a rendirse. Simplemente continuarían avanzando hacia lo que el destino les deparase y harían todo lo posible para alcanzar su meta. 
Aquella breve conversación había mitigado la sed de ambos jóvenes. Ahora, de buena gana, continuaban caminando mientras que  el sol descendía poco a poco sobre ellos sin contemplación alguna, siguiendo su rumbo, inexorable e imperturbable...


-Interesante, muy pero que muy interesante.-Dijo Maya al inspeccionar con los ojos entrecerrados y desde las afueras aquel extraño paraje.
-Me recuerda a las típicas ciudades de los spaghetti westerns. Ya sabes, ''El Bueno, El Feo y  El Malo'', Sergio Leone... - Anotó el rubio mientras que seguía de cerca a Maya, imitando sus acciones y dedicándose a contemplar aquel curioso pueblo en medio de la nada.
Ante ellos, se erigían varias docenas de casas de madera al más puro estilo campestre, desgastada debido al paso de los años.  Su colocación parecía seguir un mismo patrón, aunque un tanto irregular. Los edificios no parecían estar en sus mejores momentos:
Varios de ellos se encontraban prácticamente en ruinas debido a la rotura de los pilares principales. Los tejados estaban en un estado lamentable, repletos de agujeros y muchas de las edificaciones directamente carecían de ellos. Muchos de los balcones que antiguamente habían pertenecido a las casas ahora se encontraban desparramados por aquel árido suelo desértico. Era un espectáculo casi macabro ver cómo y de qué forma estaba cambiando el mundo ante toda aquella porquería:
-''Bienvenidos a Stygian. Uno de los lugares más apacible que podrás encontrar.-Leyó la muchacha en un cartel cercano a la entrada de la ciudad.
-Imagino que están de broma. Este lugar se cae a pedazos. No traería aquí a mis hijos de vacaciones ni aunque me pagasen.
-Concuerdo contigo. Aunque bueno, no está tan mal, la verdad. Podríamos hacer noche aquí y explorar un poco en busca de comida o cualquier cosa que necesitemos ¿Me sigues? .-Sugirió Maya de forma suspicaz.
El rubio miró a la chica a través del cristal de su casco durante unos instantes hasta que finalmente dijo derrotado:
-No tienes remedio...en fin, espero que al menos sea tan tranquilo como aparenta a simple vista, me gustaría relajarme un poco.
Maya, haciendo caso omiso de las quejas del rubio siguió adelante a paso ligero e inspeccionando hasta el más mínimo detalle. Aquel pueblo fantasma había suscitado el interés de la muchacha. Parecía, tal y como había dicho anteriormente M.A, un lugar sacado de una película de vaqueros. Incluso barajó la absurda idea de encontrarse por aquella zona con un superviviente vestido a lo Clint Eastwood. 
''La verdad es que no parece un mal lugar para empezar de cero'', ese fue uno de los pensamientos que pasó por su cabeza al comprobar la calma y seguridad que poseían aquella pintoresca ciudad.
La joven se plantó ante la primera casa que se encontró, se plantó delante de esta y haciendo acopio de todas sus fuerzas propinó una patada a la puerta, la cual finalmente acabó volando por los aires, acto seguido entró al edificio:
-Vaya, además de sentirme ignorado ahora además me siento un poco intimidado.-Dijo en tono pícaro el rubio mientras reía entre dientes.
Maya, con expresión de aburrimiento se limitó a decir:
-Deja de decir tonterías y ayúdame a inspeccionar las casas, anda. Si no nos ponemos manos a la obra lo más rápido posible se nos caerá la noche encima.
Y efectivamente, fueron revisando una por una los hogares de aquel peculiar poblado dejado de la mano de Dios...
Habían pasado ya unas horas desde que comenzaron la búsqueda y apenas habían encontrado más bastante objetos de los que se esperaban en primera instancia. Entre estos, cabría destacar alimentos enlatados que se encontraban seguros  de la radiación en las neveras, linternas, mecheros, cuchillos e incluso una escopeta de caza junto con 12 cartuchos. 
Sin embargo...lo extraño de todo aquello es que parecía como si los ciudadanos de aquel idílico pueblo hubiesen desaparecido de repente sin más y de forma simultánea. Habían encontrado desagradables sorpresas en las casas, tales como platos de comida encima de la mesa, típicos de una familia que se dispone a cenar juntos, siendo ahora estos pasto de gusanos. Además, en algunas residencias si uno era lo suficientemente sagaz podía percatarse de que los dueños parecían estar preparando el equipaje en el momento que todo el mundo se esfumó. Esto se podía percibir en la ropa colocada en las camas, la cual estaba doblada meticulosamente y lista para ser introducida con los demás enseres personales en sus respectivas maletas.
Estos hechos no fueron comentados en voz alta entre los muchachos ya que realmente pensaban que se trataba únicamente de que se procedió a la evacuación de forma rápida y sin pausa, por lo que no dio tiempo de hacer nada más al respecto.  Aunque...aún había algo misterioso en aquel pueblo ya no tan maravilloso...
El rubio ahora caminaba junto con Maya por las calles cargados con todo lo recolectado. Habían logrado encontrar espaciosas bolsas de equipaje en las que meter todo aquello para cupiese a la perfección. En aquel momento del día, el sol ya había comenzado a esconderse tras un horizonte rojizo, moribundo y enfermizo. Aquella enorme esfera en llamas perecía para, una vez más dejar paso a la dulce y melancólica luz de la luna:
-¿Te gustaría beber algo?.-Dijo el rubio sonriendo mientras que con un ademán indicaba que cercano a su posición, había lo que aparentaba ser un bar un tanto anticuado en cuya entrada había un letrero colgante en el que podía leerse unas letras un tanto despintadas por el paso del tiempo. ''Leisure and Pleasure''. El nombre la verdad es que no daba muy buena impresión:
-Si invitas tú...encantada .-Respondió  Maya en tono burlón, aceptando de buena gana la proposición ofrecida por M.A.
Tras ese breve diálogo se dirigieron a trote hacia el lugar en cuestión. Subieron unas escaleras de madera un tanto maltrechas, las cuales conducían al interior del negocio . Maya echó mano a su bolsa y de esta sacó una linterna de dimensiones considerables, la encendió y finalmente accedieron al edificio a través de una puerta de cristal.
Solo existía una palabra posible para definir aquel lugar y era ''tugurio''. Desde luego si aquello había sido en algún momento de su vida un bar no había conquistado a la clientela por su decoración. Las paredes interiores del local parecían haber tenido en pasado un tono amarillento, sin embargo, actualmente ese amarillo se había degradado hasta alcanzar un color marrón oscuro bastante desagradable a la vista, como el resto del lugar. La mayoría de los taburetes forrados de piel ahora estaba cubiertos por una multitud de cortes y arañazos imposibles de ignorar. Además, la barra estaba recubierta de polvo y ahora parecía ser el nido de unos amiguitos arácnidos la mar de impresentables:
-Bueno, espero que al menos sea un buen lugar para pasar la noche.-Dijo Maya  mientras se acercaba la barra y dejaba encima de esta la enorme bolsa.
-No te preocupes, cogí algunas mantas, sábanas y almohadas además de algunas habitaciones. No creo que los de aquí las necesiten ya. 
M.A, sin soltar la bolsa y de forma esporádica comenzó a correr hacia un rincón concreto del edificio:
-¡Mira esto! - Dijo señalando con el dedo una mesa de billar de aspecto lustroso.
Estaba forrada de terciopelo verde y sobre esta descansaban los cuatro palos reglamentarios además del triángulo en cuyo interior se apreciaban las bolas:
-Vaya, ¿Te gusta el billar? - Preguntó Maya tomando uno de los taburetes que se encontraban frente a la barra para colocarlo a las cercanías de la mesa de billar y, una vez allí tomar asiento.
-Sí, antes solía jugar bastante e incluso se me daba bien. Sin embargo...-El rubio dejo flotar aquellas palabras como humo en el aire y comenzó a mirar su brazo, en busca de su mano ausente.
Para evitar que aquella tristeza que comenzaba a embargar a M.A siguiera extendiéndose, Maya agarró su mano y tiró de él hacía unas escaleras:
-¿Qué tal si exploramos un poco, eh? - Dijo intentando animar a aquel pobre diablo.
Las escaleras de madera resonaban con fuerza con cada paso que daba los chicos. Después del último escalón se encontraron un pequeño rellano a cuyos lados derecho e izquierdo podían apreciarse dos puertas de madera cochambrosa y mugrienta:
-Abramos cada uno una puerta a la vez ¿Vale? - Manifestó la chica con semblante jovial.
Y tras aquella sugerencia, ambos muchachos se colocaron frente a las respectivas puertas:
-Un momento, aún no he soltado la bolsa, jaja - Dijo el chico entre risas mientras la depositaba junto a él.
-A la de tres ¿Está bien? - Clamó muy animada la castaña
Ambos comenzaron a realizar la cuenta atrás en voz alta.
''¡Tres!''
 Un extraño siseo comenzó a oírse afuera del recinto. La noche comenzaba a presentar movimiento y sombras danzantes se movían entre la oscuridad como si de un baile macabro se tratase.
''¡Dos!''
 El sonido comenzó a esparcirse por toda la villa y las sombras comenzaron a alzarse desde los rincones y recovecos más angostos. Retorciendo sus delgadas extremidades y moviéndose entre espasmos.
''¡Uno!''
Las tortuosas sombras comenzaron a acercarse al edificio entre movimientos sinuosos de carácter dantesco, sin dejar de emitir aquel siseo infernal.
Las puertas se abrieron. Maya halló en el interior de su puerta una pequeña despensa en la que también había un par de productos de limpieza:
-¡Vaya rollo! Pensaba que habría algo más interesante. - Dijo la castaña decepcionada.
En ese momento se giró, encontrándose directamente con las espaldas M.A, quien había abierto su puerta de madera y, detrás de esta encontrado una cámara blindada. Sobre esta había un logotipo de una empresa, la cual ya había dejado su estigma de horror, siendo la responsable del cataclismo que había experimentado el mundo. La compañía que había arrebatado tantas vidas y había acabado con la civilización tal y como se conocía...
-Mierda...-M.A bajó la cabeza, mientras sus oídos percibían un intenso cuchicheo y golpes desde la planta baja.


#MA



domingo, 9 de febrero de 2014

NH2: Capítulo 024 - Desesperación extrema


Atormentado por el vasto abanico de opciones que impactaban inclementes frente a él junto con sus respectivas consecuencias fatales, un enturbiado Puma exhaló violentamente todo el oxígeno de sus pulmones antes de ensancharlos nuevamente con una dosis renovada de aquel preciado compuesto gaseoso que tanto escaseaba durante aquellos infinitos días de supervivencia, sintiendo la inagotable conducción de aquel enrarecido aire como afilados puñales que se incrustaban sin clemencia en lo más profundo de su órgano respiratorio.
A su vez, la extrema impaciencia perdurable en la amenazante Ana se apoderaba de su locomoción ante la interminable reflexión del indeciso general. Su inquieta zapatilla de deporte impactando sobre la tarima de aquella cafetería mediante continuos rebotes acompañada por el tintineo de sus dedos sobre la mesa en la cual reposaba eran los principales factores que la delataban. Sin vacilación alguna, aquella repugnante enemiga sostuvo con fiereza el walkie-talkie hasta situarlo próximo a sus voluminosos labios, sirviéndose de aquella actuación para enviar una clara advertencia que ambos compañeros armados captaron de inmediato.
Alarmada, Eva ordenó al ahuyentado resplandor de sus pupilas que contactase unos segundos con la gélida mirada del mandatario titubeante, transmitiéndole con el uso del lenguaje no verbal el urgente requerimiento de una inminente resolución favorable. Puma, comprendiendo a la perfección el significado de aquel fugaz mensaje, recolocó la escurridiza empuñadura del arma atrapada entre sus manos antes de disponerse a revelar su veredicto.
—General —le reprimió un inesperado sonido proveniente del intercomunicador que se sustentaba en un improvisado cinturón que rodeaba sus caderas sobre sus vestiduras—. Aquí Lock contactando. El Chino acaba de reunirse con nosotros en el callejón que hay justo detrás del hotel. Trae consigo una sorpresita muy especial para nuestros queridos maderos mutiladores. La tenemos bien guardadita junto a la entrada del Sozza. ¿Por qué no la ve usted mismo?  
La equilibrada entremezcla de los pérfidos sentimientos de furia y malicia que determinaban el rostro de su traumatizada contrincante se fusionó peligrosamente con una sospechosa curiosidad ante aquella amenazante llamada de los subordinados del general. Ana se separó precipitadamente de la metálica silla en la que reposaba para abalanzarse apresuradamente hacia una de las ventanas que comunicaban con el espacio específico donde se estaba desarrollando una pintoresca escena que atrajo la absoluta atención de aquella especializada cocinera.
Alarmada por el extravagante mensaje recibido de aquellos sádicos presos, Eva decidió aproximarse hacia el determinado área de la habitación que poblaba la inmutable figura de su contrincante, sin desviar en ningún momento la trayectoria de su arma, la cual no cesaba en sus constantes amenazas de muerte hacia su paralizado objetivo. Puma avanzó pausadamente junto al recorrido señalado por los desconfiados pasos de su acompañante, reflexionando ligeramente durante su breve caminata sobre lo que podría significar aquel misterioso contacto por parte de sus subordinados. El mal presentimiento aniquilaba el resto de sus emociones a medida que la distancia con respecto a la ventana disminuía.
El sentimiento de incredulidad, escepticismo e impotencia que expresaba Ana con cada una de las expresiones corporales que desarrollaba involuntariamente desenmascaró el rango extremadamente pernicioso de aquel suceso para ella, que fue finalmente desvelado cuando ambos camaradas observaron a través del mugriento cristal la que era denominada como la entrada principal del hotel.
Alrededor de un conjunto de veinticinco presos equipados con armas de distinto calibre se presentaban imponentes frente a la enorme puerta acristalada protegida por media docena de agentes de la ley armados con diversos rifles de asalto procedentes del cuartel policiaco localizado en el extremo norte de la ciudad. Únicamente seis de los individuos que allí se enfrentaban en una inevitable guerra de facciones habían conseguido obtener los ansiados trajes de protección radiactiva tan valorados durante aquella interminable época de clima mortífero. El resto debía conformarse con míseras e insuficientes indumentarias caseras, las cuales se encontraban sumamente desgastadas debido a su prolongado uso, al igual que conservaban los múltiples arreglos chapuceros que se habían visto obligados a realizarles. Los portadores de las vestimentas más desfavorecidas no se protegían más que con un extenso pedazo de plástico inútil e inservible que no les resguardaba mucho más que sus camisas del peligro que suponía el imparable tránsito de las partículas radiactivas.
Pese a las diferencias con respecto a los objetivos a los que cada uno de los bandos aspiraba, absolutamente todos ellos enfocaban su máxima atención en el sujeto de vital importancia que se encontraba completamente inconsciente en mitad de aquel iracundo  escenario, así como se hallaba doblegado sin oposición alguna sobre el peso de sus rodillas debido al sustento que ejercían desde la región inferior de sus axilas dos de los hombres dirigidos por aquel al que todos ellos denominaban como el general. El potente revolver que amenazaba en todo momento con agujerear la nuca de aquel condecorado ex capitán de policía reventó las alarmas de todos aquellos miembros pertenecientes a su liderazgo.
—Kalashnikov —suspiró Ana incapaz de oponerse a impregnar todo el pánico que la invadía en la reducida tonalidad de sus palabras.
—¡¿De verdad pensabais que ibais a tener la más mínima oportunidad de ganar esta guerra en la que vosotros solitos os habéis metido, eh?! —provocó el reo que se hacía llamar Lock a sus incondicionales rivales ante lo que tanto él como todos sus compañeros captaban como una evidente ventaja que inclinaba la balanza de aquel confrontamiento todavía más hacia ellos—. ¡Mirad lo que habéis conseguido, pedazo de cabrones! ¡Esto es culpa vuestra! ¿Me oís bien? ¡Vuestra y sólo vuestra! —les recriminó con enérgicos alaridos de enfurecimiento, incrementando el valor de sus rastreras acometidas al señalar con el extremo de su dedo índice al indispuesto capitán sin detenimiento alguno.
—¡Aquí los únicos culpables que hay sois vosotros, panda de asquerosos psicópatas violadores! —se exaltó con desmesurada agresividad uno de los componentes del sexteto policial, empuñando con mayor fiereza el rifle que amenazaba a sus enemigos a la vez que avanzaba un paso adelante con un inconfundible gesto desafiante.
—¡Paul, no! —le detuvo con excesiva velocidad una de sus más cercanas compañeras, totalmente aterrada por lo que pudiese acarrear aquel inadecuado comportamiento—. ¡Escúchame, Paul! ¡Por favor, escúchame! ¡Por favor! ¡Es la vida de Kalashnikov lo que está en juego! ¡Por favor, contrólate! ¡No hagas nada de lo que puedas llegar a arrepentirte!
Pero, para la absoluta desgracia de aquel valiente joven, su atrevimiento ya le había dictado una determinada sentencia nada favorable. Un estruendoso sonido se expandió inexorablemente por las infectas cercanías de aquel lujoso hotel al mismo tiempo que remodelaba el atemorizado estado de aquella mujer de mediana edad en otro de auténtico espanto ante aquella atrocidad.
El descomunal agujero sanguinolento que se originó en el pecho de aquel osado resultó ser prácticamente instantáneo. El audaz agente se desplomó grotescamente entre diversos ríos de intenso rojo carmesí mientras el inmutable preso Caine les honraba con una sonrisa estremecedoramente maliciosa, aún con su escopeta de cañón corto sostenida en dirección a la víctima del impasible proyectil.
—¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! ¡Paul, aguanta! ¡Aguanta, por Dios, aguanta! —se conmocionó aquella horrorizada policía, precipitándose a una fase avanzada del terrible shock que compartía con todo el sexteto, sin excepción alguna. Tratando de no perder ni uno solo de los segundos de los que requería, absolutamente vitales para una posible salvación del baleado, la fémina se arrodilló junto a su malherido compañero con la intención de obstruir la única vía de escape que poseía el sangrado empleando únicamente sus manos desnudas como instrumento para ello.
—Mira por donde, menuda zorrita envidiosa tenemos aquí, que también quiere un buen cartucho de mi enorme fúsil para ella solita —vociferó Caine con aquella repugnante lascividad que solía caracterizar a cierta parte de los residentes del Santa Sara Abelló—. ¿Qué me decís, chicos? ¿Le damos a esta señorita lo que ha venido a buscar?
Un insondable coro de hombrías voces se desplegó con profunda consistencia entre los numerosos presos ante aquella absurda e infundada provocación, incitando todavía más a su camorrista a efectuar el terminante libertinaje de cualquier otro de aquellos poderosos cartuchos que alcanzaban la letalidad sin esfuerzo alguno. Con un ánimo extremadamente exaltado, el alentado vitoreado alzó con jactancia su potente escopeta, impulsando aquel desproporcionado conjunto de pólvora hacia las coordenadas específicas donde se ubicaba la única agente que actuaba como sanadora inexperta. Sus agitados pulmones se habrían visto sometidos a una irremediable perforación de no ser por un apresurado tirón atestado con cierta violencia controlada recibido de parte de tres miembros de su equipo. Aquella heroica actuación salvó increíblemente su vida como si de un milagro mariano se hubiese tratado.
—Levanta, Nina. Vamos, levanta —estimuló uno de ellos su incorporación mientras le ofrecía el sustento de una de sus extremidades superiores para facilitarle su realización.
 El excéntrico comportamiento que revelaban cruelmente aquellos inhumanos carentes de cualquier moral o ética conseguían exterminar misteriosamente cada minúsculo aspecto de paciencia que conservasen durante sus múltiples encuentros fortuitos. La capacidad de actuación contra una mente psicópata siempre había sido una de las labores más complejas dentro del ámbito policial. ¿De qué manera se enfrentaba uno a cincuenta de ellos en desventaja numérica? ¿O incluso a los veinticinco que se encontraban allí presentes? Incluso una horda de zombis sería más controlable que aquellos viles seres engendrados del mismísimo infierno.
—Me parece que ya os habéis divertido suficiente —se enfrentó a los presos aquel al que todos nombraban como Tony, quien mostraba una impecable impresión de liderazgo ante la desastrosa situación que se estaba desarrollando a su alrededor. Su rifle se elevó frente a los numerosos rostros invariables de sus enemigos como una estrategia inútil cuyo auténtico objetivo había sido el de exaltar su amenaza de tiroteo, sin éxito alguno. Varios fusiles más complementaron aquella aventurada ofensiva, pero fue en vano. Aquellos ex encarcelados continuaron sin experimentar ningún tipo de temor en sus emociones.
—Queremos a la chica —aventajo el reo Crow su comunicación a aquella que Cane se disponía a desplegar, a quien no le complació demasiado aquella indeseada intervención—. Ustedes nos la devuelven sin rechistar, y a cambio, nosotros soltamos a su capitán. Podrán estar todos juntos antes de morir. Me parece bastante justo teniendo en cuenta lo que os habéis atrevido a hacer.
—No tenéis ni la menor idea de lo que estáis haciendo —les advirtió Nina con aquella desafiante advertencia, quien a pesar de su reciente percance, se había reintegrado a la responsabilidad de ofrecerle el cierre de la hemorragia a su agonizante camarada—. La hermanita de vuestro general está ahora mismo encerrada en una habitación cualquiera de este hotel, con uno de los nuestros esperando a que alguien le comunique que os habéis pasado lo más mínimo de la raya para volarle los sesos a esa cría. Y ahora mismo, ¡acabáis de reventarla!
—¡Lock! —retumbó en el escenario una penetrante voz proferida a través del walkie- talkie que se sustentaba bajo uno de los costados del sujeto nombrado.
Aquel repentino e inesperado clamor imponente surgido de una absoluta espontaneidad se había apoderado traicioneramente con el sobresalto de ambos sujetos de sexo femenino que poblaban la cafetería. Sin que se hubiese presenciado antecedente alguno presentado de antemano, les había sido revelada una inesperada intervención por parte del dignatario líder de los anaranjados, quien se hallaba sosteniendo frente a sí un intercomunicador con una expresión, tanto corporal como facial, que resultaba indescriptible.
—Se acabó el juego. Soltad a Kalashnikov, volved al hospital y ni se os ocurra moveros de allí hasta que yo dé nueva orden. No quiero quejas. No quiero réplicas. Tan sólo hacedlo. —espetó Puma con un prominente grado de tensión en sus palabras que no le había sido experimentado desde hacía años atrás.
Ninguno de los reos que habían atendido a aquella imposición tuvo el atrevimiento de conjurar reclamación alguna. Sabían que el incumplimiento de cualquier orden que fuese dictada por su general conllevaba unas consecuencias de eminente coste, especialmente en una ocasión tan delicada como lo era aquella, en la que no les habría sido muy costoso desencadenar una catástrofe irreparable. No tuvieron más remedio que verse obligados a resignarse. Por el contrario, las enturbiadas respiraciones que componían el sexteto de sus eternos rivales se atenuaron ante aquel portentoso llamamiento, aunque no les resultó lo suficientemente convincente como para inclinarse a una permanente relajación.
Una mueca enmudecida del preso Lock indicó a los dos sujetos específicos que sostenían  parte del sentido del equilibrio de Kalashnikov que se encargasen de arrastrarlo como a un mero esclavo hasta ubicarse a una distancia intermedia entre ambos grupos de afamados archienemigos, sin que en ningún momento cesasen las tentativas de enfrentamiento, las cuales se manifestaban en las diversas miras de las intimidatorias armas de fuego, que proyectaban la preocupación de sus objetivos fijados. El tronco inerte del ex capitán policial se derrumbó con tanta rudeza como brusquedad en mitad de la avenida cuando éste fue toscamente liberado por sus sustentadores, quienes no se demoraron en retroceder hasta la posición exacta que habían ocupado con anterioridad.
Ante aquella forzosa e inesperada retirada que sus oponentes se resignaban a aceptar sin reparos, la mitad exacta del grupo conformado por aquellos ex policías se apresuró en alcanzar el emplazamiento donde Nikov había sido recientemente depositado. Utilizando un repartimiento de esfuerzo físico acorde a cada uno de los tres auxiliares, le elevaron tan sólo unos pocos metros sobre el nivel del suelo con la intención de cargar con él hasta el callejón contiguo, en donde se localizaba la única escalera de incendios por la que podrían volver a acceder nuevamente a la seguridad interna de su hotel particular, a la par que los dos miembros restantes se dedicaban a perseguirles, sirviendo así mismo como soporte de desplazamiento para el malherido Paul. Los irascibles presos contemplaron con impotencia como las que habían sido sus presas más jugosas se escabullían sin que existiese posibilidad alguna de evitarlo.
—Entonces, ¿volvemos al hospital? —le consultó Crow a Lock, incidiendo en efectuar el retorno a su particular base de operaciones que les había dictaminado su dirigente.
—Ni de coña. Esperaremos en algún lugar cercano hasta que el general haya salido de aquí. Tengo la impresión de que algo malo va a pasar.
Elevando el arma que había obtenido recientemente por medio de la fuerza bruta como una muestra de completa ofensiva hacia cualquier otro enemigo que osase hacer acto de presencia, Naitsirc se expuso al exterior de la que había sido su lujosa celda mediante la anhelada salida que tan sólo unos instantes atrás se había encontrado bloqueada por una inquebrantable puerta que se había encargado de mantenerlos cautivos para algún fin que todavía les resultaba indeterminado.
A pesar de que la prematura e inquebrantable noche había sumido en la más absoluta de las lúgubres tinieblas aquel corredor de moqueta ferial, el veterano superviviente se cercioró de que ningún otro de sus captores se había aproximado hacia el perímetro en el cual se había establecido el trio alertado por los escandalosos ruidos ocasionados durante el confrontamiento con los dos secuestradores que habían atentado contra sus vidas, quienes permanecían derribados sobre el parquet laminado, totalmente ignorantes de su correspondiente inconsciencia.
—No hay nadie —comunicó a los sujetos que se habían presentado detrás suyo para corroborar personalmente aquella información—. Creo que no han escuchado el disparo. Parece ser que hemos tenido suerte por una vez.
—Sí, bueno, será mejor que comencemos a movernos cuanto antes. No sabemos cuánto tiempo pasará hasta que alguien note la ausencia de estos tipos, venga aquí a buscarles y se los encuentre en pleno sueño del señor Morfeo —teorizó la única señorita perteneciente al trío con aquella ansiedad tan habitual que le sobresalía en determinados casos de riesgo extremo.
—Tú tan tranquila como siempre, Inmita. Pero esta vez no te voy a quitar la razón —secundó Nait aquella bulliciosa opinión—. Mira, esto es lo que he pensado que deberíamos hacer. No sabemos cuáles son las dimensiones de este lugar ni cuántas personas hay aquí, por lo que vamos a tener que desplazarnos con mucha atención si queremos encontrar a Florr rápidamente y salir de aquí de una pieza antes de que nos descubran. Lo primero que haremos será registrar todas las habitaciones una por una. Comenzaremos por esta planta, e iremos descendiendo a medida que comprobemos que no se encuentra en ninguna de las que vamos examinando. ¿Alguna pregunta?
—No es por quejarme, pero, ¿no te has dado cuenta de que este edificio tiene más de cincuenta plantas, Sherlock? —protestó gruñona Inma, quien comprendía aquel proyecto de plan como una estupidez más que absoluta. 
—Ya me había fijado en eso, mi querida Watson, pero nosotros jugamos con una ventaja que probablemente no conozcas —comentó el reprendido con cierto tono orgulloso—. Cuando estos tipos nos estaban arrastrando hasta este cuarto, me golpearon la cabeza con una ventana, lo que provocó que me despertara, aunque bastante atontado. Por supuesto, me volvieron a dejar inconsciente de inmediato, pero tuve tiempo suficiente para fijarme en que el numerito del cuarto donde estaban metiendo a la muchacha terminaba en veintisiete. Podríamos entrar solamente en los cuartos que finalicen en ese número. ¿Qué me dices?
—Bueno, eso reduciría enormemente nuestras opciones de búsqueda, qué duda cabe, pero no estoy segura de si deberíamos confiar en que la encontraremos en una de esas habitaciones. Tú mismo has dicho que estabas bastante confuso. ¿Y si te equivocas? ¿Y si pasamos de largo junto a ella? —retomó la joven de cabello castaño su inseguridad con aquel maremoto de cuestiones originadas por su dubitativo reflexionamiento cerebral.
—¿Prefieres rastrear cada una de las habitaciones del hotel entonces? Tienes que decidirte por alguna opción, Inma. No podemos estar aquí todo el día —le reclamó Nait una elección definitiva, un tanto exhausto por sus incorruptibles versatilidades.
—Está bien. Seguiremos tu estrategia, pero considero que sería mejor si prestásemos especial atención también a sonidos extraños que pudiesen producirse en el resto de dormitorios, o cosas así. No ignorarlos por completo, quiero decir.
—Por supuesto —aceptó el sobreviviente del costillar entumecido aquella especulada proposición—. Venga, movámonos ya, antes de que los secuestradores nos descubran por ser unas cotorras.
 —Hey, espera un momento —le paralizó Inma imprevistamente con una preocupación particular en su exclamación de detenimiento—. ¿Dónde está Adán? Estaba aquí hace un minuto.
Un liviano tintineo desatado por una leve colisión de diversas flechas amontonadas ocasionó que los adultos desviasen su atención hacia el habitáculo de lujosa categoría que había conformado anteriormente su inusual prisión, localizando en ella a un pequeño niño con actitudes independentistas que se encontraba recogiendo el carcaj repleto de munición específica para el arco olímpico sobre su hombro.
—Hey, chico, ¿qué estás haciendo? —preguntó Naitsirc confundido por aquel singular e inaudito comportamiento.
—Sólo estoy recogiendo las flechas que Inma encontró. Voy a necesitarlas si quiero utilizar el arco. ¿Me lo das, por favor? —solicitó el chico aquel utensilio impulsor de alta clase antes de extender su blanquecina mano dispuesto a recibirlo sin oposición alguna, a pesar de la mueca de extrañeza que fue irreparablemente expuesta por el varón de mayor edad.
—¿Estás hablando en serio? —emitió el asombrado aquella retórica cuestión con pleno desconcierto ante las actitudes que el niño presentaba—. Esto no es un juguete. La verdad es que cuesta muchísimo controlarlo, aunque no lo parezca. Además, no creo que sea muy seguro para ti.
—No soy un bebé —replicó el menor con un poco de desagrado por aquel comentario de infravaloración—. Yo tenía uno bastante más grande que éste, así que sé cómo debo usarlo. Y, bueno, en casi dos años que he estado utilizándolo no he clavado una flecha en ninguna puerta.
Ante aquella perspicaz ocurrencia, Inma fue incapaz de reprimir un ligero ataque de risa que no se prolongó durante demasiado tiempo, pues se vio forzada a apaciguarlo cuando sintió como Nait le incrustaba una amenazante mirada en su sien.
—Vamos, dáselo de una vez y pongámonos en marcha. Es mejor que lleve algo con lo que poder protegerse, y dudo mucho que lo vaya a hacer peor que tú. ¿Prefieres darle un arma de fuego o un arma blanca? —le presionó mínimamente quien era la experta en aquel utensilio, considerando que la desprotección del pequeño sería un asunto de bastante mayor seriedad.
—Agh, está bien, está bien. Pero que conste que no seré yo el responsable si acaba haciéndose daño por culpa de este trasto —se resignó Nait ante la inexistencia de defensa hacia su teoría por parte de una tercera, accediendo a entregarle al niño el opulento arco de diseño que sostenía a pesar de su nulo convencimiento, quien situó una de las flechas  del carcaj sobre el reposaflechas del instrumento con la intención de conservarla preparada para un inminente ataque en un caso bastante probable de peligro instantáneo.
—Vale, ahora sí que nos largamos de aquí —imperó Inma, plenamente desquiciada debido a la inmensurable tardanza a la que estaban sometiendo el inicio de la búsqueda, la cual no se resignaba lo más mínimo a la hora de aumentar infinitamente su extensión. Debido a esto, la susodicha emprendió una primera caminata hacia uno de los lados del corredor con el objetivo de que aquello incentivase al resto del trío. Aquel pequeño truco pareció surgir el efecto deseado en Adán, quien sin pretensión de oponerse a los actos realizados por la joven del brazo inmovilizado, se apresuró en unirse a ella.
—Espera un momento —la contuvo nuevamente un impasible Nait con la intención de desplazarse hacia uno de los dos asaltantes carentes de consciencia para realizarle alguna  especie de registro superficial que él mismo había considerado como vital.
—¿Pero qué estás haciendo ahora? —arremetió la fémina con frustración. Su paciencia estaba alcanzando la proeza de sobrepasar sus límites más inexplorados. 
—Este tío llevaba consigo las llaves de este cuarto. Si es un vigilante o algo parecido, tal vez podamos conseguir de él el resto de las llaves. Dudo mucho que las habitaciones vayan a estar abiertas, así que si queremos registrarlas, las vamos a necesitar para entrar en ellas —argumentó el varón lo que hasta aquel preciso instante no se había tratado más que de una incomprensible labor a expensas de los demás. Una presurosa recapacitación condujo a Inma a comprender que aquel pensamiento se hallaba repleto de sentido común—. Creo que… Aja, ¡aquí está lo que estaba buscando! —exclamó repentinamente, al mismo tiempo que extraía un desmesurado manojo de llaves que había localizado oculto en el chaleco del secuestrador.
—Bueno, pues si ya las tienes, vámonos de una maldita vez a buscar a Florr, por el amor de Dios —imploró una desesperada joven a la par que reanudaba su interrumpido intento de traslación, emulándola así mismo el pequeño niño que la había seguido anteriormente.
—Mujer, pero espera un poco. No me dejes atrás —rogó Naitsirc antes de emprender una breve carrera que terminase situándole en un ritmo igualado al de su compañera.
 Desde la superficie más recóndita de los asientos traseros que poseía aquel moderno vehículo aéreo robustamente equipado con material balístico de primera clase, Selene contemplaba con absoluto ensimismamiento una preciosa invasión celestial nocturna que se extendía sobre cualquier región que pudiese percibir con el limitado alcance de su visión, acunándolo todo con un manto estrellado que inmediatamente denominó como una de las escasas bellezas de la naturaleza que todavía perseveraban en aquel corrompido mundo.
—¿No te parece que la Luna está hoy preciosa, Alice? —compartió la doctora personal del señor general sus más profundos sentimientos con respecto a aquel gigantesco satélite blanquecino que se alzaba inamovible sobre el oscurecido firmamento—. ¿Sabes una cosa? Llevo tanto tiempo encerrada, literalmente, en el hospital, concentrada tan sólo en trabajar sin descanso para cubrir las necesidades de todo lo que allí se requiere, que se me había olvidado por completo el disfrutar de las pequeñas delicias de la vida.
Quien había sido la pasajera más silenciosa del helicóptero, que hasta aquel entonces no había distanciado su concentración lo más mínimo de la ocupación en la que se enfrascaba, la cual se basaba en revisar la munición de la robusta escopeta recortada que Puma le había proporcionado, interrumpió su imperturbable labor de contabilidad para responder a aquel imprevisto comentario.
—Vamos, Selene, no deberías distraerte. Estamos en medio de una guerra, las vidas de nuestros amigos están en juego, y probablemente nos veamos obligadas a entrar en acción antes de lo que creemos. Mantente concentrada, por favor —la reprendió en vista de la excesiva evasión de realidad que estaba sufriendo—.
—Supongo que tienes razón. Lo siento, Alice —se disculpó la reprochada, criticándose a sí misma por haberse atrevido a pensar en estupideces tan insustanciales en una situación tan crucial como lo era aquella—. Comprobaré los utensilios de mi maletín ahora mismo, para volver a asegurarme de que cuento con todo lo necesario.
—Bueno, la verdad es que lo que dices es cierto. La Luna está hoy resplandeciente. Eso sí que no puedo discutírtelo —se amedrentó la recientemente resucitada una vez se hubo cerciorado de que se estaba comportando con demasiada dureza. Su permisión consiguió arrancarle a la doctora una entrecortada sonrisa de complacencia—. Por cierto, Selene, ya que me he pasado los dos últimos años de mi vida como un juguetito de esos farmacéuticos cabronazos, ¿te importaría contarme que ha sido de vosotros todo este tiempo? ¿Cómo lo hicisteis para escapar de Stone City? ¿Y cómo habéis sobrevivido hasta ahora?
—Lo cierto es que no todos conseguimos salir de allí —aclaró la relatadora tratando de disimular la melancolía que le había sido ocasionada por el funesto recordatorio—. Después de tu muerte, perdimos a algunos compañeros más antes de que fuésemos capaces de huir de la ciudad. Jose fue el primero de ellos. Al pobre tipo se le cayó encima un edificio en llamas. 
—Dios, tuvo que ser horrible para vosotros ver cómo era aplastado sin que pudieseis hacer nada por evitarlo, ¿verdad? —comentó la reencarnada debido a la particular imagen mental que ella misma había creado sobre la escena con meras estipulaciones.
—No, en realidad ninguno de nosotros llegó a presenciar el incidente, pero sabemos que él estaba allí dentro cuando ocurrió y que no lo consiguió —le expuso con meticulosidad la doctora con intención de esclarecerle la imprecisa reconstrucción que estaba formando en su desinformado cerebro—. Otros que tampoco lo lograron fueron Silver y Nika.
—¿Qué pasó con ellos? —curioseó la adolescente cada vez más interesada en el tema que ella misma había desatado, cometiendo el mismo error de desconcentración que su acompañante sanadora del cual, irónicamente, había despotricado recientemente.    
—¿Recuerdas que en un principio habíamos pensado que escaparíamos en uno de los helicópteros que había en la ciudad entonces? Pues bien, aquello resultó no ser más que un callejón sin salida. Por suerte, utilizando una especie de mapa que Silver poseía, pudimos encontrar una especie de bunker de la farmacéutica que había servido como vía de huida a todos los peces gordos de la empresa mediante una serie de trenes subterráneos. Allí, debido a un enorme cúmulo de cosas, Silver fue infectado y murió. Como no pudimos evitar su transformación, terminó mordiendo traicioneramente a Nika justo cuando el tren en el que estábamos subidos se iba a poner en funcionamiento.
—No quiero ni imaginarme como reaccionaria Dyssidia al ver cómo devoraban a su chica —declaró Alice, cuya desconsolación se acrecentaba a medida que ésta iba conociendo más detalles sobre las lejanas defunciones de quienes habían sido sus antiguos compañeros.
—Eriel… Eriel tampoco pudo venir con nosotros… —murmuró repentinamente Selene, recordando vagamente a la desolada fallecida que otorgaba el significado a aquel nombre.
—¡¿Eriel?! ¡No! ¡¿De verdad?! Agh, joder. No sé por qué, pero pensaba que ella todavía estaría viva, aunque es cierto que, en parte, lo sospechaba —expresó la reanimada sin que su pensamiento evitase centrarse en el detallado rostro de la joven que había encontrado plasmado en papel tan sólo unas horas antes—. Creo que ahora puedo comprender un poco mejor el porqué del comportamiento de Puma. Que desastre…
Antes de proseguir con su narración, la cronista se mantuvo dubitativa sobre informar o no acerca de la resurrección de Maya, pero algún tipo de conciencia interior le aconsejó que reservase aquella información para un hipotético caso en el que ambas se volviesen a reencontrar.
—Cuando conseguimos abandonar Stone City, todos nosotros pensamos que la pesadilla había terminado finalmente, pero en realidad no había hecho más que empezar. Sé que no debería decir esto, pero no sabes la suerte que tuviste de no tener que ver cómo el mundo entero sucumbía ante el irrefrenable avance de esos malditos caníbales.
—¿Los zombis lograron exterminarlo absolutamente todo ellos solos? ¿Absolutamente todo? —consultó la resucitada consternada ante los incognoscibles hechos que habían sido provocadores de aquel radiactivo apocalipsis. 
—Traspasaron la frontera de la ciudad y se extendieron rápidamente por el continente, pero no fueron ellos solos, sino las malditas bombas que los estúpidos de los gobiernos lanzaron. Aquello nos quitó la poca esperanza que nos quedaba de que todo volviese a ser normal.
—Pero vosotros os salvasteis —puntualizó Alice tras percatarse de la negatividad que era predominante en los relatos cronológicos conjurados por Selene—. ¿Cómo lo hicisteis? 
—Bueno, cuando aquello ocurrió, yo me había establecido en un pequeño pueblecito bastante apartado del núcleo urbano junto con M.A, Maya y Nait. Todos los ejércitos del planeta se habían dedicado a desalojar las ciudades para salvaguardar a la población en pueblos diminutos, similares a aquel en el que estuvimos nosotros. O al menos eso era lo que nos contaban. Fuese como fuera, cuando las bombas empezaron a lanzarse, todo eso se acabó. Fue ahí cuando comenzó la verdadera supervivencia. Almatriche no era más que el intento de recuperar un sueño imposible.       
—Hay algo en esa historia que me inquieta, ¿sabes? Si ni Dyssidia ni Puma estaban con vosotros por aquel entonces, ¿dónde se supone que se encontraban?   
—A Dyssidia le desapareció la ilusión de vivir en cuanto el tren la sacó de Stone City sin su amada. Debido a ello, dos días después de la huida, cuando los zombis todavía no habían comenzado su expansión hacia el exterior de la ciudad ni se conocía el peligro que iban a significar, decidió fugarse durante una noche sin siquiera decirle adiós a su hermana. Nos pasamos meses buscándola, e incluso dudo que Maya haya dejado de hacerlo, pero a día de hoy seguimos sin encontrarla ni saber dónde se fue. Sé que es una visión muy pesimista, pero lo cierto es que siempre he creído que se marchó para morir —confesó la doctora mientras un intenso ardor le recorría la longitud de su espina dorsal—. Respecto a Puma, la pérdida de Eriel también le traumatizó hasta cierto punto, pero a pesar de ello, continuó con nosotros durante poco más de un mes. Un día cualquiera, se despertó pensando en que seguir permaneciendo en aquel pueblo durante mucho más tiempo sólo nos provocaría la muerte. Trató de convencernos de todas de las maneras para que nos largásemos de allí, pero nosotros le insistimos una y otra vez en que estábamos seguros en aquel lugar y que no necesitábamos avanzar hacia el norte, como él no paraba de repetirnos, así que terminó por cansarse y marcharse él solo, ya que realmente no había nada que le atase a nosotros.
—¿Y qué fue lo que paso después? ¿Cómo acabaste tú separada de los demás? —indagó Alice, acrecentando cada vez más su interés en las multitudes de vivencias que Selene tenía que contar.
—La verdad es que solamente hemos estado separados desde hace un par de meses. Cuando sucedió, ya nos habíamos asentado en Almatriche durante bastante tiempo. Yo me había unido a la Unidad Médica de la ciudad, que como su propio nombre indica, eran los encargados de tratar las enfermedades que contrajesen los habitantes del lugar, y todo ese tipo de cosas. El problema radicó en que aquella no era nuestra única obligación. Algunos de los miembros que pertenecíamos a la unidad debíamos mantenernos días enteros en el exterior, e incluso semanas en ciertas ocasiones, normalmente para servir como apoyo en llamadas de socorro que recibíamos de algunos supervivientes. Un día, los chicos y yo captamos un mensaje de auxilio procedente de una zona colindante a Mississauga. Tal fue nuestra suerte que no tuvimos otra región que atravesar que ésta misma. Imagínate la que se lió cuando pasamos junto al Santa Sara Abelló. Los presos que se encontraban en los turnos de vigilancia nos descubrieron y quisieron capturarnos alegando que habíamos violado su sagrado perímetro. Los médicos se negaron en rotundo, e incluso llegaron a asesinar a uno de los reos en un forcejeo, así que acabaron asesinándoles a todos por puro despecho. Yo fui la única que conseguí salvarme debido a que Puma me protegió de ellos. Por supuesto, a cambio de que ejerciese como su doctora personal en el hospital, así como que le proporcionase información sobre la ubicación del resto de nuestros compañeros, y desde aquel entonces no he salido de allí —concluyó la sanadora, renovando sus agotadas energías con una breve respiración una vez hubo finalizado la continua transmisión de sus memorias—. Y eso es todo. 
Resultaba increíblemente impresionante como en un lapso temporal tan sumamente reducido, las intrínsecas relaciones establecidas entre los representantes de las facciones rivales se habían enaltecido debido a aquel arriesgado altercado que acababa de suceder. Puma, un tanto estremecido por el acontecimiento presenciado, luchaba por vencer en el combate interno que se hallaba librando contra su histerismo mientras contemplaba desde la transparencia de la ventana como sus subordinados acataban sus órdenes al retirarse del escenario. Ana tampoco aparentaba demasiada tranquilidad ante lo que había acaecido, precisamente. Si hubiese dependido únicamente de su venganza personal, lo más probable habría sido que la instrucción de despojar a Florr de su alma hubiese sido inminente, pero conocía perfectamente que ella no era la incógnita importante de su ecuación. Eva, por su parte, concentraba su atención en analizar el comportamiento de ambos adversarios, con pretensión de predecir lo que vendría a continuación. Suponía que su compañero general habría improvisado alguna especie de plan secundario, el cual probablemente se basase en las dos mujeres que permanecían en el helicóptero, pero no había ninguna manera posible de saberlo con seguridad.
—Veo que al final ha optado por tomar una decisión inteligente, señor general. ¿Ve cómo uno es capaz de pensar si se lo propone? —arremetió su rival con desprecio mientras retornaba hacia la mesa en la cual se había situado precedentemente, justo en la ubicación donde permanecían tanto su arma de fuego como su walkie de intercomunicación.
—Max os ha vendido a todos vosotros. Me parece cuanto menos excepcional que estés haciendo todo esto por ese tipo —contraatacó Puma a pesar de conocer a la perfección la auténtica falsedad de aquel enunciado que había formulado. El pretexto era evidente. Confundirla era su intención. Su estrategia acababa de dar comienzo.  
—No te confundas. Ni él ha vendido a nadie ni esto es por lo que tú le has hecho —se reveló enfurecida su adversaria ante aquel atrevimiento—. Esto es por todos aquellos a los que tus malditos violadores repugnantes han asesinado cruelmente por puro placer.
La vengativa mujer se disponía a efectuar un contacto con el resto de sus compañeros cuando percibió como las crujientes bisagras de las cuales se deleitaba la doble puerta azulada que constituía el único acceso a la cafetería cedieron para autorizar a un conjunto de ocho apresuradas figuras a que se internasen sin decoro en el delimitado espacio que era ocupado por ellos tres. Sobresaltada, Eva amenazó a los secuestradores empuñando su arma hacia ellos con bastante mayor rapidez que la empleada por los agentes de policía, pero la desventaja numérica ejercía una excesiva descompensación. Por el contrario, aquel ser al que denominaban como el general ni siquiera se inmutó ante aquella espontánea aparición. Parecía mantener la situación completamente bajo control.
—¿Se puede saber que cojones está haciendo este tío aquí contigo, Ana? —preguntó con desconsideración Tony mientras se aproximaba a la posición de su compañera aliada, sin renunciar en ningún momento a su alarmante posición de guardia permanente.
—Maldito hijo de la gran puta… —murmuró colérico otro de ellos a la par que avanzaba hacia el principal causante de su furia con claras intenciones de perjuicio. Sin embargo, se vio forzado a detenerse al cerciorarse de cómo el cañón de una semiautomática se sostenía sobre su sien.
—Te recomiendo que pienses mejor lo que vas a hacer —le advirtió verdaderamente amenazante quien era la incesante cautelosa que acompañaba a su odiado objetivo.
—Esto no será necesario —trató de apaciguar Ana la presión que se experimentaba en aquel panorama repleto de exasperante rigidez—. Aquí, nuestro querido amigo, el general, ha aceptado personalmente consentir todos y cada uno de los términos que le impongamos en una negociación con tal de recuperar a su querida hermanita. ¿No es así?
A pesar de aquella evidente provocación, Puma perseveró en el cometido de conservar su inquebrantable silencio. Sabía que le estaba desafiando. Desde luego, no era la primera vez que se enfrentaba a semejantes individuos, quienes creían que todas las ventajas eran de su posesión. No había permitido que le derrotasen por aquel entonces, y aquella ocasión no iba a ser ninguna excepción.
—¡¿Es eso cierto?! —exclamó Tony con bastante impresión en su pregunta retórica—. ¿Así que estás dispuesto a negociar según nuestras propias reglas? En ese caso, Lawrence, Ana y yo seremos quienes nos encarguemos de ello. El resto podéis ocuparos de vigilar que esta señorita de aquí no se nos vuelva a revolucionar.
Aquella que había sido recientemente mencionada, le encomendó la expedición de otro de sus particulares mensajes no privados a la transmisión personal de su intensa mirada, comunicando a su compañero su incuestionable descontento hacia aquella imposición. Éste le respondió con una expresión que ella pudo identificar como una petición de confianza en sus propósitos.
—Venga, andando —le exigieron los agentes de policía a Eva su circulación hacia uno de los recovecos de la estancia.
—Ni se te ocurra tocarme —le advirtió a aquel sujeto que había pretendido trasladarla él mismo sin su consentimiento, justo antes de desplazarse hacia el lugar que le había sido indicado, obedeciendo sin demasiado convencimiento a los silenciosos ruegos que le había manifestado su solicitado compañero.
El cuarteto de individuos pertenecientes a la responsabilidad de encabezar el pacto que los raptores habían impuesto, compuesto por Puma, Ana, Tony y Lawrence compartieron el descanso de las sillas propias de la única mesa que había estado ocupada hasta entonces por la imperturbable chef, al mismo tiempo que el resto de los miembros controlaban una adecuada conducta de aquella que se encontraba vinculada con el líder de los presos.
Una vez se hubieron sentado, el general deslizó su pulgar con disimulo hacia el botón rojizo del walkie-talkie que se localizaba parcialmente oculto en su cadera, justo antes de formular una determinada oración de atrevimiento.
—No vais a ganar esta guerra.
 El controlado impulso recibido por la madera de la puerta provocó que ésta permitiese el acceso al deslumbrante dormitorio que preservaba en cuestión de segundos, autorizando a Nait a vislumbrar su generalizado vacío. Con lentitud, el joven decidió internarse en ella sin desprenderse de su actitud defensiva, mientras Inma avanzaba detrás de él sosteniendo torpemente el arma que portaba con su antebrazo sano. Mediante una seña efectuada por el varón, ambos adultos se encargaron inmediatamente de registrar tanto los armarios y el baño del interior como la terraza exterior, comprobando que no habían ocultado en ellos a ninguna quejicosa adolescente.
—Y con ésta van cinco… —se lamentó la fémina cada vez más defraudada por haberse encontrado completamente desiertas todas las estancias que habían rastreado hasta aquel instante.
—No empieces a quejarte ya, que todavía nos quedan bastantes habitaciones hasta que hayamos terminado de comprobarlas. Y tenemos suerte de conocer la pista del número veintisiete, porque si no, podríamos estar aquí eternamente —aclaró Nait regresando hacia el longitudinal pasillo, donde Adán ejercía como vigilante con su nuevo arco.
—Sólo era un comentario —se excusó ella un poco antes de enfrascarse en perseguir la senda que había sido marcada por los movimientos de su dirigente hasta reencontrarse con ambos chicos en el exterior de la estancia.
—Todavía no ha aparecido nadie por aquí. ¿Por qué está todo tan tranquilo? —preguntó el niño un tanto desorientado por aquella extraordinaria ventaja.
—No tengo ni la más remota idea, pero será mejor que sigamos moviéndonos mientras podamos. En marcha. Vamos a la siguiente planta —decretó el gobernante de la búsqueda, orientándose hacia un preciso tramo descendiente de escaleras, el cual se ubicaba próximo al cuarto que acababan de examinar.
—¿No debería estar todo el lugar repleto de guardias para asegurarse de que no vamos a escaparnos? —meditó la inocente joven mientras tanto ella como el niño se dedicaban a seguirle, para terminar acompañándole en la utilización de los escalones, hasta alcanzar el piso situado inferiormente.
—¿Es que estás decepcionada, Inma? Desde luego, eres de lo que no hay, ¿eh? —quiso molestarla Nait bromeando, con intención de descargar la tirantez que estaba implicada en aquella exploración.  
—Pero qué imbécil que eres —arremetió la mujer, pretendiendo emular su apariencia de relajación.
—Bueno, pues parece ser que tenemos aquí otra habitación del veintisiete, chicos —comunicó aquel que había sido chistosamente insultado gracias a la información contenida en las distintas placas numéricas que se repartían equitativamente en el corredor—. Venga, colocaros cuanto antes en formación.
Ante aquellas palabras de ordenanza, el trío se apresuró en distribuirse de acuerdo a la disposición concertada para asegurarse de que no accedían desprevenidos a ninguna de las estancias que investigaban. Nait rebuscó entre las numerosas llaves plateadas que le había arrebatado al secuestrador inconsciente hasta localizar aquella cuyos tres dígitos coincidían exactamente con aquellos que representaban a la habitación requirente de un rastreo, y la insertó en la cerradura de metal, al mismo tiempo que descansaba sobre el parapeto situado a su izquierda, desde donde podría mantener en sujeción el instrumento clave para eliminar el impedimento que suponía aquella puerta a la vez que se preparaba para el asalto con su pistola en alto. Así mismo, Inma se situó en la ubicación contraria a la de su compañero, con su arma también desenfundada por pura precaución, al igual que Adán se instaló a una distancia considerable frente a la puerta, conservando una de sus flechas en disposición de eliminar cualquier amenaza que quisiese atacarles.
El cabecilla realizó un gesto de indicación antes de efectuar un giro de noventa grados que desbloquease el cierre para internarse precipitadamente en el habitáculo, dispuesto a combatir contra todo aquel que osase enfrentarse a él, pero lo que no se le había ocurrido pensar era en la improbable presencia de aquellos que no estaban vivos. Los lastimeros gemidos emitidos por siete cadáveres podridos le informaron de que habían apreciado su aparición a la perfección.
—Hostias… —musitó paralizado ante aquel inesperado acontecimiento.  
—¡Cierra la puerta! —vociferó Inma, desarrollando ella misma la acción enunciada debido al mutismo de quien se había convertido en la presa de uno de los zombis que se abalanzaba implacablemente hacia ellos. Aquel desgraciado fue el único que impidió que volviesen a encerrarles obstaculizando la rotación de la puerta de entrada con su brazo descompuesto—. ¡Ah, mierda! ¡Empuja, Nait, empuja!
—¡Joder, joder, joder, joder! ¡Tenemos que cortar ese puto brazo como sea! ¡Tenemos que cortarlo o estaremos muertos! ¡Se nos van a echar encima! —aullaba el referido un tanto angustiado por la tensión de la situación.
—¿Por qué no les has disparado? ¿Para qué se supone que llevas una maldita pistola? ¿Para hacer calceta con ella? —voceó la reprochante mujer con cierto resquemor colérico. 
—Claro que sí. Y atraer a todos los secuestradores hacia nosotros, que es lo que mejor nos viene ahora, ¿no? Muy inteligente por tu parte —le respondió el individuo recriminado con inoportuna ironía. 
—Pues prefiero volver a estar encerrada antes de que me devoren —reiteró la chica con rotunda contundencia. 
—Hey, que estoy aquí —quiso atraer Adán la atención de aquellos que se dedicaban a discutir sin discurrir en ninguna solución—. Yo puedo ayudaros a acabar con ellos sin hacer ruido, pero tenéis que apartaros.
—No, espera. No será necesario —se opuso Nait una vez se hubo concienciado de un elemento concreto que no había supuesto valor alguno para él hasta aquel suceso de riesgo extremo—. Inma, coge una de las flechas del carcaj y haz palanca en el brazo del zombi para partirlo. Yo sujetaré la puerta. Date prisa, por favor.
—¿Qué? ¿Cómo? ¡¿Qué quieres que haga qué?! —exalto con simultaneidad la referida su impresión de ensimismamiento ante la brutal salvajada que le había sido encomendada. 
—¡No lo pienses! ¡Sólo hazlo! —reiteró éste cuando sintió como un conocido ataque de dolor tan ardiente como punzante recorría la longitud de su espina dorsal, en consecuencia de la presión que era ejercida sobre sus costillas fracturadas.
Acatando finalmente la orden, Inma se abalanzó hacia el emplazamiento del pequeño niño que transportaba el utensilio requerido, quien se había descolgado la característica  funda que los resguardaba de su espalda para permitir a la mujer apoderarse velozmente de una de las puntiagudas flechas que conformaba el conjunto de todas ellas, regresando  con atropellante velocidad hacia el inalterable espacio donde se situaba la única resistencia del trío contra sus feroces enemigos reencarnados.  
Esforzándose en calcular visualmente las coordenadas exactas en las que debía asestar su arma improvisada, la fémina elevó la articulación de su hombro con un delimitado ángulo de rotación que le resultase benefactor en cuanto a la potencia de su ataque antes de efectuar el procedimiento concreto que atravesaría la putrefacta carne de aquella asquerosa criatura de ultratumba, pero el incesante zarandeo de su repugnante extremidad provocó que la arremetida no fuese más que un intento fallido.
—¡Pero sujétale el brazo para que no se te escape, por el amor de Dios! —bramó el superviviente adulto del sexo masculino prácticamente desquiciado.
—¡¿Y cómo demonios lo hago?! ¿Debo recordarte que tengo un brazo en cabestrillo? —alegó su equivocación la cometedora del error. Una implacable sacudida del impedimento creado a partir de la madera que distanciaba a los muertos de los vivos informó sobre la escasez de tiempo que se estaba propagando en el ambiente—.
—Yo lo haré —se ofreció Adán al traspaso de aquella responsabilidad, quien en un inaudito arrebato de sus propios reflejos, se aferró a la muñeca del zombi con el propósito de mantener la extremidad en un necesario estado de firmeza—. Venga, hazlo.
Ante aquella acumulación de congregada asistencia, Inma se aventuró definitivamente a incrustar con fiereza la punta de hierro de la flecha en la zona del antebrazo más próxima al codo del podrido, ocasionando su escape forzado a través de su región inferior, quebrando parcialmente su debilitado ligamento. A pesar de la repulsión que conquistó su estómago al sentir como los chorros de sangre fluida que emergieron de la profunda herida bañaron sus manos, no cesó en su tentativa de ejercer fuerza en forma de palanca para terminar de despedazar la extremidad por completo, pero ni siquiera con sus mayores esfuerzos le fue suficiente. La obstructora puerta soportó vagamente otra de aquellas vándalas acometidas, situándose en el límite de su derrumbamiento.
—¡Coge otra! —aconsejó el pequeño un tanto fatigado, en referencia al carcaj que había sido desplomado con anterioridad justo en mitad del corredor.
Acatando casi de inmediato aquella sugerencia, la guerrera se abalanzó sobre el objeto que contenía multitudinarias flechas para recoger una segunda, que no se demoró en ser insertada violentamente junto a la anterior, ampliando en considerable medida la longitud recorrida por los cortes. La vomitiva podredumbre de aquel antebrazo huesudo sumada a una nueva embestida por parte de la joven ocasionó que finalmente cediese, al concederle al niño el privilegio de arrancarlo, impregnándose en un auténtico festival de color rojizo intenso antes de terminar impactando ferozmente contra el duro suelo.
Libres de aquel interminable incordio, Nait volvió a encerrar a aquellos descerebrados con un presuroso desplazamiento de la llave, concediéndose una respiración eternamente aliviada.
—¡Agh, qué asco! —expresó el desafortunado menor embadurnado en sangre infecta a la vez que se deshacía del descolorido antebrazo descuajado que se había desmoronado sobre sus piernas—. Ya es la tercera vez que me pasa esto.
—¿En serio? —cuestionó Inma aquella afirmación, todavía en proceso de recuperación de aquel intenso susto que casi les había costado su existencia, extendiéndole así mismo su mano ensangrentada, ofreciéndose a servir como sustentación para que se levantase—.
—Venga… vámonos… ya… de aquí… —impetró aquel que le otorgaba el característico componente de liderazgo al trío con un jadeo más que preocupante.
—Nait, ¿estás bien? —se preocupó su compañera tras haber advertido aquel alarmante detalle—. Te noto bastante mal. ¿Quieres que descansemos un poco?
—No, no, tranquila. Es sólo que… desde que mis costillas se rompieron… mi resistencia… no es como la de antes… pero eso es todo, de verdad. Venga, vamos a continuar con la búsqueda. No podemos perder tiempo —argumentó éste su persistente condición antes de encaminar sus sosegados pasos hacía la sección inexplorada de aquella planta, pese a que la sobreviviente alarmada no se encontraba demasiado convencida de ello.
El zumbido de un entrecortado sonido proveniente de una atrayente mochila que se localizaba cercana a Alice provocó que ésta allanase con celeridad su contenido hasta que extrajo de sus profundidades un intercomunicador en perfecto estado.
—No vais a ganar esta guerra —se escuchó de un impenetrable tono de voz a través del aparato.
—¿Ha sido Puma el que ha hablado? ¿Era eso la señal? —consultó Selene con evidente  confusión en su interpelación.  
—Apostaría a que sí que lo es —conjeturó Alice al mismo tiempo que se equipaba con su recortada y desbloqueaba el cierre de la compuerta trasera del helicóptero para descender hasta la superficie de la azotea—. Ahora nos toca a nosotras entrar en acción.   
Tras aquella comprometida intervención, la doctora recogió el robusto maletín metálico que era de su propiedad, permitiéndose a sí misma abandonar el vehículo aéreo, dispuesta a congregarse con la adolescente en su inminente intromisión.
—Hey, hey, espera un momento, ¿a dónde se supone que vas con ese armatroste?  —la detuvo la temeraria en referencia al insufrible escándalo ruidoso que era ocasionado por el material médico que el maletín contenía.
—¿Qué pasa con él? Voy a necesitar todo esto si sufrimos una emergencia médica. He estado preparándolo durante casi veinte minutos en el hospital. ¿Pretendes que me lo deje aquí? —enunció la criticada un introspectivo razonamiento respecto a su decisión de portar aquella atronadora maleta conteniente de su medicación seleccionada.
—¿Acaso piensas que vamos a pasar desapercibidas ahí dentro si vas atrayendo a todo ser vivo con ese cacharro? Nos dejarás vendidas si te lo llevas —insistió aquella que había sido reanimada, volviendo a alegar nuevamente al correspondiente asunto de la algarabía que surgía de su ajetreada agitación.
—De acuerdo, de acuerdo —se rindió la componente sanadora del disgregado grupo—. Tan sólo dame unos segundos. Necesito coger un par de cosas que realmente nos serán de vital importancia en caso de accidente. Dejare aquí el resto para cuando volvamos.
La señorita denominada como Alice condujo su orientación hacia la salida de la azotea mientras su exclusiva acompañante extraía del interior de su maletín diversos útiles que no demoró en resguardar en los bolsillos de su pantalón vaquero antes de instalarlo sobre los específicos asientos del helicóptero para permitirse encaminarse a un reencuentro con su camarada.
—¿Quieres machete o automática? —le consultó ésta ofreciéndole ambas herramientas sin discrepancias—. No te vendría muy bien ir desarmada.
—Bueno, ya hace algún tiempo que no controlo ningún arma, pero la verdad es que si tengo que elegir, preferiría quedarme con el machete.
—Emm… ¿en serio? Oye, ¿sabes qué? ¿Por qué no te quedas mejor con la automática, que es más sencilla de controlar? Porque aunque no lo parezca, si no tienes muchísimo cuidado con este machete, te puedes cortar fácilmente una mano —se excusó la atrevida  joven, tratando de camuflar su falsedad con simulados pucheros—. Toma, cógela. Pero ni se te ocurra disparar a menos que sea estrictamente necesario. No necesitamos llamar la atención.
—Muy bien, seguiré tu consejo, pero si no querías quedarte sin el machete, no deberías habérmelo ofrecido. No es necesario que cumplas conmigo, ¿sabes? Venga, ve tú primero. 
Alice no se contrapuso a aquella cesión de internación, introduciéndose en la edificación hostelera junto a su compañera Selene. 
La preocupación que se respiraba en aquella densa atmósfera afectaba a la mayoría de los concurrentes equitativamente. Sus paciencias se asentaban en el límite de un profundo precipicio después de haberse visto obligados a soportar todo lo que les había acontecido durante aquel completo e inusual día cuyo fin nunca se mostraba. Independientemente de que la negociación pudiese cerrarse insólitamente con éxito, los representantes del bando conformado en el Abelló eran conocedores de su indisimulable pretensión de extinguir la miseria de su supervivencia. No sabían cómo ni cuándo, pero no accedía a ninguna de sus intenciones permitirlo en la ocasión en la que aconteciese.
—No vais a ganar esta guerra —expresó Puma con firme e  inquebrantable seguridad en su enunciado. Tan sólo las facciones de su semblante alcanzaban a imponer un respeto que no habría sido menos que el de señorial, pero que no parecía poseer pretensión de afectar a su irritada archienemiga.
—Eso está por ver, general —le contrarrestó Ana con irascibilidad por lo que había sido una intervención improcedente.
—¿Qué es lo que queréis? —demandó el caudillo del hospital con una suma impaciencia que supo cómo fingir con maestría.
—Se lo expondré claramente —comenzó Tony la conversación, entrecruzando los dedos de sus manos con el propósito de reposar sus codos sobre la destartalada mesa dispuesta frente a él—. Si quiere volver a ver a su hermana con vida, entonces la mitad de todos los recursos que ese hospital posee serán para nosotros, incluyendo medicinas, municiones y armas.
—También queremos que nos desvele su pequeño secreto para vivir en el epicentro de una ciudad infectada sin que se lo coma ningún muerto viviente. Porque está claro que eso no es un prodigio de la naturaleza —añadió el tipo designado como Lawrence, reparando en que su superior no lo había recordado.   
—Y como garantía de que no volverás a por nosotros con esos deplorables inhumanos, os vais a largar de la ciudad para siempre, y no me importa todo lo que ello conlleve. Tan sólo coges a los tuyos, coges tus cosas y te marchas. ¿Lo has entendido? —le imperó con preponderancia quien era la única civil del conjunto policial.
Un establecimiento de la comunicación se distinguió en el intercomunicador ubicado sobre el mueble mediante un reverberante sonido, recordándole a la mujer la realización de uno de sus estrictos deberes.
—No te preocupes, Joel. Estamos intentando negociar con este elemento de persona, pero no me había olvidado de la llamada de confirmación. Continúa reteniéndola. Ya casi le tenemos.  
Aprovechando aquella fortuita distracción, Puma encabezó su específico campo visual hacia el delimitado espacio donde se localizaba Eva rodeada por media docena de hombres para averiguar su parecer respecto a aquella operación de intercambio. Ésta negó con un enmascarado ademán de su cabeza ante las desmesuradas y exorbitantes barbaridades que estaban solicitando.
—¿Y entonces? —profirió Ana inquieta ante el inalterable mutismo del general.  
—¿Realmente creéis que tener cautiva a Florr os ofrece la posibilidad de imponer las condiciones que mejor os favorezcan a vosotros? —articuló éste una temeraria estrategia que podría ser funcional para su beneficio personal en el caso de que ejerciese la influencia deseada en sus enemigos—. No puedo aceptar lo que me estáis pidiendo.
La especializada maestra de la cocina de alta clase apretó con fuerza el walkie-talkie que aún conservaba entre sus manos, rebosante de profunda e insondable cólera.
—Hey, Nait —reclamó Inma su comparecencia frente a la ubicación que había llamado especialmente su completo interés.
—¿Qué pasa? —preguntó éste antes de aproximarse hacia el emplazamiento concreto en el cual se situaba la componente más femenina del trío.
—¿Qué hay de esta habitación? ¿No vamos a entrar aquí? —le consultó ella en alusión a aquel portón de estilo rústico que se asentaba contiguo a ellos.
—¿Cuál es tu interés por ella? No es más que un almacén. Se puede leer perfectamente en esta placa de aquí. No es nuestro objetivo —le esclareció el varón con imperturbable decisión.
—Yo creo que la señorita Inma se refiere más bien a aquello de allí —intervino Adán, señalando a una voluminosa lamina anclada consistentemente en uno de los tabiques de la construcción, relativamente cercana al portón que había sido anteriormente expuesto, la cual les indicaba que se situaban justamente en la planta número veintisiete.
—Exacto. Gracias, chico. Menos mal que alguien aquí sabe pensar —se cachondeó Inma con una inocente broma, ocasionando una mueca de disgusto en su víctima—. Ahora en serio, deberíamos comprobar si Florr está aquí dentro. ¿Y si resulta que no fue el número del dormitorio lo que tú viste, sino el de la planta? Vamos, no perdemos nada por echar un ligero vistazo, y dudo mucho que ahí dentro nos vayamos a encontrar con algo peor que los muertos de antes.
—Agh, está bien. Supongo que no tardaremos demasiado tiempo en hacerlo, y lo cierto es que tiene algo de sentido —se rindió el muchacho ante su perseverante pretensión—. Rápido, colocaros en formación, e id con muchísimo cuidado ésta vez. Espero que no nos llevemos ninguna sorpresa más.
Los tres sujetos establecieron su común posicionamiento estratégico de asalto a aquel concreto almacén. Nait localizó la llave correspondiente que desbloqueó la cerradura del portón antes de originarle un impacto contra su costado, exactamente idéntico al ordinario procedimiento efectuado en precedentes ocasiones, pero fue en aquellas circunstancias cuando un torbellino fugaz de sufrimiento implacable inundó su costillar, arrancándole un penetrante aullido lastimoso de las profundidades de su garganta.
—¿Estás bien? —se intranquilizó Inma ante aquella súbita acometida proveniente de un insufrible tormento.
—Sí, estoy bien, estoy bien. Cálmate un poco, mujer, que no tengo ninguna intención de morirme hoy —trató de mitigarla el afligido sarcásticamente, pero ésta no modificó ni en un solo detalle su semblante de íntegra seriedad.
—Uauh… ¡Mirad todo lo que hay aquí! —se maravilló el niño ante la imprevista sorpresa que aquel almacén les había estado custodiando, corriendo aceleradamente hacia uno de los múltiples estantes que conformaban el característico sostén del botín para apoderarse de una celestial botella del tan ansiado agua, de la cual comenzó a beber ansiosamente.
—Vaya… —musitó la fémina con estupefacción debido a los numerosos recursos que se disponían en todas aquellas hileras paralelas, cuidadosamente ordenadas. 
—Mira cuantísima comida tienen estos tipos —anunció el apenado mientras examinaba las incontables latas de conserva que allí se ubicaban—. Aquí hay un cargamento suficiente como para no tener que pasar nada de hambre durante meses, e incluso años si estuviese correctamente repartido.
—Y aquí hay más todavía —añadió la accidentada dama, quien había rebuscado en lo más recóndito de una de las cajas de cartón que se repartían por el almacén, donde se localizaban encurtidos de diferentes clases. Inma se apropió de uno de los botes de cristal contenientes de aceitunas, deshaciéndose de la tapa que las preservaba para autorizarse a sí misma a introducírselas en el interior de su boca mediante compactos puñados de ellas. Al presenciar aquel majestuoso descubrimiento, Adán se apresuró en obtener una posición contigua a la de la mujer para que compartiese con él aquel señorial aperitivo.
—Ya veo que tenéis un hambre de lobos. Parecéis polillas atraídas por la luz —comentó Nait con una simulada recriminación.
—¿Qué pasa? ¿Es qué tú no tienes hambre? —mencionó con excesivas dificultades aquella mujer de voraz apetito, una vez se hubo cerciorado de que no escupiría los huesos del fruto involuntariamente debido a la articulación de aquellas palabras.
—Claro que sí, pero es que mientras vosotros os infláis con un mero piscolabis, yo he encontrado esto —alardeó el jactancioso, exhibiendo una enorme bolsa de patatas fritas, cuyo envase preservador había rasgado con fiereza para devorarlas gustosamente. Los dos miembros restantes no tardaron demasiado tiempo en sentir envidia hacía él, decidiendo realizar un abordaje para forzarle a que repartiese el calórico aperitivo. 
Entre los tres hambrientos individuos engulleron toda aquella comida refortaleciente con la que se habían apropiado antes de ingerir más de un litro entero de agua procedente de una de las garrafas que se localizaban allí entre ambos adultos, renovando por completo sus consumidas energías. 
—Bueno, fue bonito mientras duró, pero supongo que debemos seguir buscando a Florr. No podemos quedarnos aquí todo el día comiendo como cerdos —informó el muchacho poseyente de la mayoría de edad una vez su estómago se había saturado de alimento—. Es una pena que ni podamos ni tengamos tiempo de llevarnos todo esto. Lo cierto es que nos podría facilitar mucho la supervivencia de aquí a un futuro próximo.
—¿Y por qué no, exactamente? —consultó Inma tras haber reflexionado ligeramente sobre las posibilidades existentes respecto a aquellas provisiones. 
—¿Qué? ¿A qué te refieres con eso? —la interrogó Naitsirc con indudable desconfianza en consecuencia a la disposición sospechosa de su acompañante femenina.
—Escucha, Nait, ¿te has percatado de las mochilas que hay en aquel rincón de allí? Pues bien, yo me quedare aquí y recogeré toda la comida que me sea posible mientras vosotros vais a buscar a Florr. Una vez la hayáis rescatado, volvéis aquí y planificaremos entre los cuatro una estrategia para escapar de este lugar, siempre y cuando esa niña esté dispuesta a cooperar con nosotros, claro. 
—¿Y te quedarás aquí tú sola? ¿Lo estás diciendo en serio? ¿Qué crees que pasará si uno de esos secuestradores te encuentra o si vuelven a aparecer zombis? ¿Piensas que serás capaz de enfrentarte a todos esos problemas en solitario? —la rebatió el conmocionado muchacho, exaltando bárbaramente la peligrosidad del ruinoso mundo en el que resistían.      
—¿Y si resultase ser al contrario? ¿Y si os atraparán a vosotros dos, mientras que yo me convirtiese en vuestra única salvación debido a nuestra separación? —se resguardó ella situándose en las mismas acometidas rastreras que su compañero—. Nunca se sabe lo que puede pasar en esta vida, Nait, pero lo que sí te puedo asegurar es que si no nos llevamos esto, tal vez podríamos morir de hambre dentro de muy poco tiempo. Después de todo, dudo mucho que el fuerte sea ahora un lugar habitable, y tampoco tenemos la más mínima idea de si conseguiremos encontrar a Maya, a M.A, a la hermana del niño o a Puma, si es que continúa vivo. Tenemos que empezar a pensar como personas independientes de ellos, aunque lo más probable es que no sea así.
—No sé, no sé… —permaneció el muchacho con sus imperturbables incertidumbres. 
—Venga ya, Nait, deja de ponerles pegas a todo lo que propongo. No voy a negarte que a torpe no puede ganarme nadie, pero si fuese estúpida, ahora mismo no estaría aquí, con vida. No es por nada, pero yo he sido quien ha encontrado esto, y quien decide llevárselo, así que lo siento si no estás de acuerdo —concluyó tajante Inma la controversia acaecida—. Si te vas a sentir más seguro, puedes entregarme la llave del almacén para que cierre la puerta. Eso sí que lo aceptaría.
—Vale… —se resignó él a aprobar aquellas apelaciones, cediéndole sin ninguna otra oposición el objeto en cuestión—. Pero ten muchísimo cuidado, y ni se te ocurra moverte de este lugar. Volveremos en cuanto nos sea posible.
—¿Nos vamos a buscar a Florr? —intervino Adán en la conversación dialogada de ambos jóvenes adultos—. No quiero que le pase nada malo.
—Por supuesto, chico. Nosotros dos nos iremos ahora mismo a rescatarla, mientras que Inma se quedara aquí recogiendo parte de toda esta comida para cuando nos marchemos —anunció el varón lesionado al mismo tiempo que se determinaba a abandonar el recinto particular del almacén.
—Adiós. Ten cuidado —se despidió de la mujer el pequeño niño sonriente mientras persistía en su afán de acompañar al característico líder del trío, respondiéndole ella con un gesto de igualitaria categoría justo antes de bloquear el portón con aquella llave metálica que había recibido, impidiendo cualquier tipo de intrusión en el recinto.
Un tenue apreciamiento de unos livianos sonidos de comunicación emitidos por lo que parecía ser una ronca voz interrumpió abruptamente la orientación de la inusual pareja conformada por Alice y Selene.
—¿Escuchas eso? —preguntó la característica adolescente, con intención de comprobar  que sus receptores sensitivos no deseaban confundirla con una absurda invención.
—Sí, sí, puedo oírlo. Alguien está cerca —dedujo su inexperta aliada disponiéndose a un confrontamiento cualquiera al retirar el seguro que preservaba a la peculiar munición de su automática del exterior.
—Vamos —le susurró la primera, indicando con una seña particular el comienzo de un desplazamiento hacia el área definida del cual provenían aquellas perceptibles evidencias que señalaban la presencia de seres humanos a unos pocos metros, deteniéndose justo cuando el muro colindante a ellas alcanzó su limitante final.
—Echa un vistazo. Yo me encargaré de cubrir la retaguardia —le cedió la hospitalaria doctora aquel incuestionable riesgo.
Con una disposición muy distante a la negación, Alice se asentó parcialmente sobre el tabique coloreado para facilitarse una visión encubierta de cualquier acontecimiento que fuese a presenciar. Mediante aquel procedimiento, la mujer divisó sin demasiada dificultad a dos figuras que parecían ser masculinas situadas en el corredor contiguo, en proceso de entablación de una interesante conversación.
—Venga, Joel, tío, no me jodas. Nikov te proporcionó tres putas armas para que vigilases a una niñita indefensa a la que puedes dejar seca de una hostia. ¿No puedes darme una, eh? Dame una, joder, dame una de una puta vez —se enfrentaba con basta vulgaridad uno de aquellos secuestradores hacia su correspondiente receptor, incluso aferrándose a sus desgastados ropajes como una ordinaria tentativa de amenaza.
—Suéltame, coño —exclamó éste deshaciéndose de las extremidades excitadas de aquel encolerizado oficial—. Sé que no han pasado ni tres días desde que tu padre se murió en el bosque, pero contrólate de una puta vez, joder. No puedes pasarte todo el día puteando a los demás con esos estúpidos cambios de humor que te dan. Estamos en guerra, ¿sabes? Deberías estar en la cafetería con los demás en vez de estar aquí reclamándome una jodida pistolita que a saber si no será para suicidarte.
Seguidamente, se advirtió el estampido ocasionado por un apresurado portazo, el cual interrumpió el contacto visual de ambos sujetos.
—Ah, ¿así que ahora pasas de mí como si fuera un cacho de mierda, cabronazo? Pues muy bonito. Estupendo. Maravilloso. Muchísimas putas gracias, desgraciado de mierda. Con todo lo que yo he hecho por ti, y así es como me lo pagas, sanguijuela. Ojalá que la hermana del general se despierte y te corté las pelotas con uno de tus putos cuchillitos. ¿Qué pasa, eh? ¿Es que ahora te has quedado mudo de repente? Ah, no, espera, si es que esta puta suite está insonorizada, ¿verdad que sí, Joel? ¿Verdad que Tony estuvo seis meses follándose a la zorra de tu mujer? ¿Verdad que la guarra de tu hija se la chupaba a medio cuartel cuando la traías a que viese cómo trabajabas, eh? Y tú sin saber que era ella la que hacía sus propios trabajitos finos en los baños, ¿verdad? Te mereces todo lo que te haya pasado, y mucho más, hijo de la grandísima puta.
—Hey, ¿qué es lo que está pasando ahí? —consultó Selene alarmada por los feroces alaridos con los que explotaba aquel desequilibrado mental. 
—Pasa que el loco ese está poniendo al otro más verde que un tomate cherry. Y menos mal que no lo está escuchando, porque si no, empezarían a volar cabezas como si fuesen palomitas de microondas —le explicó una impactada adolescente ante la extravagancia que se había visto obligada a presenciar.
El desquiciado individuo extrajo de uno de sus bolsillos traseros un anticuado mechero junto a un relajante cigarro de la mejor categoría para efectuar diversos intentos violentos de encendido, hasta terminar por estamparlo con brutalidad contra una de las ventanas del hotel, destrozándola en una bestial explosión de indefinidos cristales crujientes, los cuales sobresaltaron a sus espectadoras, a quienes no se les había ocurrido aguardar una reacción como aquella.
—Cuidado, cuidado —advirtió Alice la necesidad de su retiro cuando observó cómo el demente se trasladaba con enfurecimiento hacia el puesto que cubrían, aunque ignorando a las susodichas debido al ocultamiento de éstas en un improvisado escondrijo—. 
—Madre mía, ese tipo está como para que lo encierren en una celda durante una buena temporadita —conjeturó Selene mientras se evadía de su resguardo, liberada de la tensión que le había efectuado la probabilidad de haber sido descubierta.
—Vamos, creo que sé dónde retienen a esa chiquilla que estamos buscando. Sígueme. —informó la involuntariamente resucitada guiando sigilosamente a su compañera hasta la estancia frente a la cual se había desencadenado aquel candente altercado—. Vale, yo diría que es aquí, si mal no recuerdo.
—Habitación 1427 —leyó aquel conjunto ordenado de predispuestas letras y números la única sanadora que pertenecía a aquella pareja de guerra—. Está bien, voy a fiarme de ti. ¿Cómo lo hacemos para entrar? Porque sospecho que la puerta está más que descartada.
—Sospechas bien. No podemos arriesgaros a entrar precipitadamente en el cuarto y que maten a la chica antes de que podamos rescatarlas. Tenemos que encontrar otra manera de sacarla de ahí —le explicó la pubescente adolescente, argumentado la certeza de aquel enunciado.
—Y entonces, ¿qué podemos hacer? ¿Se te ocurre algo? —consultó la experta médica, aspirando a descifrar aquel enredado acertijo que se les había planteado.
—¿No era una suite? ¿Y si tiene alguna entrada más? —conjeturó la joven poseyente de la menor edad, inspeccionando las limítrofes cercanías para cerciorarse de que su hipótesis no fuese incorrecta.
—Estamos en un hotel de lujo, Alice. Dudo mucho que vaya a haber dormitorios con dos entradas, ni siquiera aunque sea una suite. ¿Y no crees que, en el caso de que las hubiese, también se encontrarían bajo vigilancia? Va a ser mejor que continuemos pensando —se contrapuso Selene a aquella improbable eventualidad—. Por cierto, ¿qué hay del balcón?
—¿El balcón? ¿Te refieres a colarnos por la terraza? —inquirió la reanimada, expectante ante semejante estupidez—. Que haya resucitado no significa que pueda trepar por las paredes como si fuese un superhéroe de comic baratero. Es una auténtica locura.
—¿Crees que no lo sé? —le profirió retóricamente la específica doctora, defendiéndose de sus acusaciones de articular únicamente sandeces—. Pero es que no se me ocurre nada más, de verdad.
—¿Y qué hay de eso? —se percató la rechazante de una camuflada rejilla de ventilación que se situaba relativamente cercana.
—¿Los conductos de ventilación? Bueno, la habitación debería estar obligatoriamente conectada con alguno de ellos, así que no es una mala idea en realidad, teniendo en cuenta que no hay ninguna otra alternativa. Podría funcionar, ¿por qué no?
—Claro que funcionará —manifestó la recientemente reencarnada con inquebrantable optimismo mientras desenroscaba las tuercas de aquella consumida rejilla con disposición a internarse en el sistema de aireación—. Y una vez hayamos rescatado a esa chiquilla, Puma no tendrá más opción que dejarme ir del hospital como compensación.
—¡¿Pero qué coño?! —vociferó colérico un intruso descubridor, quien desencadenó una reacción de apremiante defensa por parte de Selene y Alice, amenazando con nerviosismo a aquel indiscreto entrometido. La inquietud de ambas mujeres se acrecentó en cuanto contemplaron frente a su exacta percepción el indeseable regreso de aquel despreciable perturbado de geriátrico, el mismo que había quebrado el aniquilado cristal en pequeños fragmentos, los cuales se incrustaban irremediablemente en sus botas de campo.
—Tranquilidad, por favor, tranquilidad —simuló temerariamente la segunda un intento de pacificación de aquella calurosa situación, entregándole la recortada a su acompañante para falsear un permanente estado de desarmamiento a la vez que extraía el machete de su funda disimuladamente antes de avanzar con precaución hacía aquel sujeto—. Escuche, si está usted viviendo aquí, sentimos muchísimo haber allanado su propiedad, de verdad que lo sentimos. Nosotras sólo estábamos buscando un lugar en el que poder resguardarnos del desastre que hay ahí fuera. Le juro que lo único que queremos ahora mismo es descansar. No queremos asaltarle ni robarle, así que no hay razón alguna para que nos ataquemos.
Una vez hubo considerado que la distancia con respecto a su objetivo fuese la adecuada, Alice se aprovechó de la distracción que había improvisado para desarrollar un presuroso ataque lateral de cuchillo que consiguiese perforar alguno de sus órganos vitales, pero el secuestrador resultó ser lo suficientemente veloz como para interrumpir aquel imperfecto ataque, retorciendo su muñeca con brusquedad hasta que le fue ocasionado el dolor que era necesario para que el arma blanca se desprendiese de su agarre, estrellando a la joven contra una de las intactas cristaleras al aferrarse violentamente su cuello.
—Tú te crees que yo soy subnormal, ¿verdad? ¿Piensas que puedes engañarme? Sé que habéis venido con el general. ¿Qué haríais aquí si no? ¿Y sabéis qué? Nos vais a venir de puta madre para hacer que ese tío nos dé aún más de lo que queremos.
—Suelta a mi amiga —imperó Selene, amenazando con atravesar el trastornado cerebro de su enemigo mediante la propulsión de una bala, convirtiéndose en imposible el acto de controlar las múltiples sacudidas corporales que arremetían contra ella.
Lejos de aplacar su recóndita furia, el susodicho intimidado efectuó una llave que apartó la extremidad de la doctora de su trayectoria original, hincando el codo en su muñeca de manera que le fuese permitido apropiarse tanto de la automática como de la recortada antes de derribarla mediante una feroz patada frontal en su pecho, deshaciéndose de las armas de las cuales se había apoderado cuando se dispuso a arrojarlas por un ventanuco semiabierto.
—¿Pero vosotras que os habéis creído, pedazo de zorras? ¿Qué sois soldados o algo por el estilo? —espetó el combatiente, acrecentando su petulante ego con el desprecio de las féminas que perseveraban en enfrentarse a él con admirable valentía—. Deberíais saber que fui el ganador del torneo de artes marciales que organizaba mi división durante cuatro años seguidos. Así que si lo que queréis es derribarme, adelante. Os estaré esperando. Yo no me voy a mover de aquí.
Enojada por aquel arrogante monólogo que había dictaminado, Alice pudo recuperar las suficientes energías como para atreverse a asestar una ininterrumpida serie de impactos de diversa índole con cualquier parte de su cuerpo que le fuese posible, evadiendo el guerrero experimentado aquellos toscos ataques sin que le supusiese demasiada dificultad, hasta que provocó la bruta colisión de su frente contra el rostro de su víctima, quebrando sus fosas nasales a la vez que conseguía abatirla sobre la compacta superficie.
Selene se incorporó confundida por el precedente derribo, esforzándose por reubicar en su entendimiento el confrontamiento que se estaba sucediendo en aquel lugar. A pesar de que no conocía absolutamente nada sobre ninguna técnica de combate, había presenciado las suficientes veces al Chino en sus entrenamientos rutinarios como para haber podido memorizar alguna de sus estrategias, aunque reproducir los movimientos del preso no sería nada sencillo.
Decidida a ser la incuestionable vencedora de aquel enfrentamiento, la mujer lanzó un endeble gancho descendente que el varón esquivó antes de propinarle un puñetazo vertical en el abdomen que descompuso las paredes de su estómago. Aquella vasta ofensiva fue continuada por una incontenible patada en salto, que ella evadió milagrosamente mediante la actuación de agacharse instintivamente, anticipándose a la realización de un barrido que no logró sobrepasar los límites de la torpeza y la inutilidad, exponiendo su íntegra defensa al potente rodillazo que le fue asestado justo bajo su barbilla, concluyendo nuevamente otra de aquellas concisas batallas que las féminas protagonizaban.
Orgulloso de su victoria, el combatiente desplegó sus confianzas en una proporción que fue la necesaria para que su primera oponente clavase los incisivos de su dentadura en su gemelo, apoderándose de un profundo aullido de sufrimiento, que fue reprimido cuando el sujeto pisoteó impiadosamente su cabeza como penitencia por aquella intervención. Sin embargo, aquella distracción le ofreció a la doctora la oportunidad perfecta para extraer de su pantalón una jeringuilla rebosante de algún líquido desconocido antes de arriesgarse a penetrarla en aquel desequilibrado, cuyos reflejos no resultaron ser los suficientes para que ésta se hincase profundamente en su cuello, desplegándose el fluido conteniente una vez hubo apretado el émbolo.
Enfurecido, el secuestrador arremetió con un puñetazo en el pómulo de su atacante que consiguió desorientarla, extirpando toscamente tanto la cánula como la aguja inoculadas.
—¿Qué cojones me has inyectado, puta? —bramó colérico, arrojando con desprecio los componentes de la jeringa hacia la responsable de aquella administración, inundándole un sentimiento combinado de decaimiento de su atención y debilitamiento de su energía.
La mordedora realizó un insoportable esfuerzo por levantarse nuevamente, a pesar de la  tortura que le causaba el daño ocasionado por las múltiples lesiones recibidas, e intentando controlar la sangre que emanaba de la parte central de su rostro, descargó un puntapié en la parte posterior de la rodilla de su rival que retorció sus ligamentos, para proseguir la acometida hundiendo la planta de su pie en el cráneo de su infame enemigo, aparentando una permanencia de pérdida de combate mediante un desmayo, liberando finalmente a las mujeres de su despreciable presencia.
—¿Alice, estás bien? —se preocupó Selene por su estado de salud, aproximándose a ella para inspeccionar su destrozado órgano olfativo—.
—Agh, el cabronazo éste me ha reventado la nariz —se lamentó la doliente adolescente ante aquella certeza—. ¿Qué le has hecho?
—Le he inyectado un sedante de los que sirven para dormir ballenas. En cuanto le haya hecho efecto, no se va a separar del suelo en dos semanas.
—¡Hijas de puta! —reanudó sus sistemas de alerta un rugido entrecortado proveniente de un enemigo que se había reincorporado con aturdimiento, empuñando un afilado puñal procedente de la manga de su camiseta—. ¡Os voy a matar!
Las dos camaradas no dispusieron de la requirente atención para defenderse ante aquel imprevisto fatal. La cuidadora Selene fue obsequiada de inmediato con un codazo que la destinó directamente a aterrizar en el helado pavimento, mientras que Alice contempló con impotencia como su cuello se veía atrapado por una mano tan asquerosamente ruda como peluda, a la vez que percibió inevitablemente como el arma blanca perforaba su abdomen, emitiendo un gemido lastimero. Su impiadoso rival continuó penetrando en la flácida carne sin resentimiento, incrementando las dimensiones de la herida a la par que acrecentaba su hemorragia, hasta que la presión ejercida en su garganta le arrebató su último aliento, momento en el que soltó con brusquedad su cuerpo en mitad del corredor, ante la atónita observación de la persona que la acompañaba.
—¡Alice! ¡No! ¡Alice! —vociferó aterrorizada la doctora por aquella monstruosidad que le había sido efectuada a su antigua amiga 
El impetuoso criminal se encaminó destartaladamente hacia ella con pretensiones de imitar su anterior actuación, pero se detuvo espontáneamente debido a un estallido que resonó en los tímpanos de todos los presentes. El magnicida no tardó en palparse su hombro con ligereza, desenmascarando el diminuto agujero que le había sido ocasionado por alguna bala de reducido calibre. Pese a la sensación de impacto que la había asaltado instintivamente, la joven despojó a su despreciable enemigo de su puñal para incrustarlo diestramente en su irremplazable e indispensable yugular, que segó instantáneamente su miserable existencia.
El cadáver del difunto se desmoronó súbitamente, accediéndole a contemplar al propio individuo que le había ofrecido una esencial ayuda.
—¡¿Selene?! ¡¿Selene, eres tú?! —reflejó el individuo la sorpresa en la expresión de su semblante, apartando su arma de su riguroso itinerario para entablar una carrera hacia la ubicación de la persona de sexo femenino.
—¿Nait? —le correspondió ella con una incalculable sorpresa, emulando la actividad del muchacho para concluir en un melancólico reencuentro con un sentimental abrazo—. Nait, oh Dios mío, oh Dios mío, Nait. Menos mal que estás bien. No sabes cuánto me alegro de verte.
—¡¿Es esa Alice?! —manifestó el varón elevando su impresión hasta los confines de la asimilación, ignorando el comentario de aquella conocida para referirse a la joven mujer, la cual se encontraba en pleno proceso de desangramiento—. ¡¿Es ella realmente?! ¡¿Qué le ha pasado?!
—Oh, señor bendito —exclamó la sanadora recordando los cortes mortales que habían sido relevados en el vientre de la adolescente, comprobando sus pulsaciones para reforzar el pensamiento de que continuaba con vida—. Sí, sí, tiene pulso. Todavía tiene pulso, Nait. Aguanta, Alice, vamos, aguanta. Voy a curarte, ¿vale? No te preocupes por nada porque pienso curarte como que me llamo Selene. De verdad, no te vas a morir. No mientras yo esté aquí para impedirlo.
—¿Pero qué demonios? Si ya estaba muerta —puntualizó él sin que su interminable sorpresa pudiese adquirir la capacidad de evadirse—. ¿Cómo puede estar viva? ¿También la resucitaron?
—Sí, lo hicieron, pero eso no tiene importancia ahora mismo, Nait. Necesitamos tratarla de inmediato o se desangrará en cuestión de minutos. Ven, ayúdame —profirió la doctora con estresante preocupación, distribuyendo todo el instrumental que le era necesario para aquella operación, paralizándose con horror cuando corroboró que no disponía de un cierto elemento que resultaba ser esencial—. Oh, no, la sutura… No me la he traído, no me la he traído… Rápido, Nait, déjame tu cazadora. Yo contendré la hemorragia mientras tú me ayudas a transportarla. Necesitamos llevarla hasta la azotea. Dejé allí el resto de mi equipo. No podré tratarla debidamente si no dispongo de él.
—Hey, hey —se distinguió de una suave tonalidad de diálogo, la cual se veía traslada por un pequeño niño armado con un arco de diseño que corría sofocado hacia el escenario—. Fiu, hay que ver lo rápido que te has movido. ¿No podrías haberme esperado? Hey, ¿qué ha pasado aquí? —se sorprendió una vez se hubo percatado de la condición indispuesta que sufría la malherida asaltada.
—No te preocupes. Todo va a estar bien, pero ahora necesito que vuelves al almacén donde está Inma, y me esperéis los dos allí. ¿Recuerdas dónde está, no?
—Sí, lo recuerdo, pero, ¿qué hay de Florr? —preguntó Adán inquiriendo intranquilidad en sus interrogantes palabras—. No podemos dejarla tirada. 
—Florr está en esa habitación. Tienen a un guardia vigilándola. Hemos intentado entrar por ese conducto de ventilación, pero nos han atacado antes de que pudiésemos siquiera hacerlo —informó Selene, indicando un acceso concreto de uno de los dormitorios—. Nait, vamos. No tenemos tiempo.
—Mira, Adán, ahora ya sabemos dónde está. Estaré aquí en menos de cinco minutos y entonces podremos rescatarla, ¿de acuerdo? Pero por ahora, haz lo que te he pedido, por favor. Vuelve con Inma —concluyó su líder antes de sostener a la mujer inconsciente entre sus brazos para encauzarla hacia un determinado tramo de escaleras ascendentes, a la par que su acompañante efectuaba su labor de detención sanguínea.
El niño permaneció completamente pensativo, observando la abertura del conducto con una atención que era demasiado especial.
—¡Suficiente! —finalizó su volatilización el reducido autocontrol que poseía la señorita Ana, separándose de su silla con irritación para efectuar un fiero impacto con las palmas de sus manos sobre la superficie de aquella mesa de convenio—. ¡Deja de jugar con nosotros de una maldita vez!
—Ana, tranquilízate, joder. No vamos a llegar a ningún lado si continúas con esa actitud —la reprendió Lawrence, plenamente cansado por la incorruptible postura ofensiva de su compañera—. Vuelve a sentarte.
—¿Jugar? ¿Quién se supone que está jugando? Porque yo aquí no veo más que a unas personas que están tratando de manipularme a conciencia —profirió el inapelable general con su acertada estratagema, rogándose a sí mismo que lograse alcanzar su predestinado objetivo—. Señores, ¿les importaría si me fumo un cigarro mientras tomamos una decisión?
—¡Me pone de los nervios! —bramó la cocinera con intención de arremeter de nuevo contra el desafortunado mueble, siéndole estrictamente necesario un aplacamiento entre sus dos acompañantes policiales.
—Muy bien, muy bien, no lo haré entonces —se resignó con falsedad Puma, como una jactación más hacia aquella irascible fémina—. Ya les he expuesto mi contraoferta. Estaré dispuesto a ofrecerles una parte de mis armas y la oportunidad de que hagan la maleta y se marchen de la ciudad con vida si me devuelven a mi hermana. No pienso ceder ante nada más, por lo que ésta es mi última propuesta. Si no la aceptáis, entonces no podré garantizar que alguno de los míos no os vaya a cortar la garganta en el momento más inesperado.
—Sabes perfectamente que salir ahí fuera es un suicidio. No abandonaremos un lugar medianamente seguro a la búsqueda de una muerte segura en las fronteras  —se opuso el negociante denominado como Tony a aquella contraatacante proposición.
—¿Y es precisamente por esto mismo que quieren que seamos nosotros quienes les entreguemos la ciudad para ustedes solitos? —ironizó el líder de los presos con una ligera acentuación rufianesca—. El mundo es como es. Yo no hago las reglas, ¿saben? De hecho, me atrevería a decir que ustedes, como agentes de su corrupto gobierno, han intervenido mucho más en que todo esto ocurriese. Ya han sobrevivido antes lejos de esta ciudad, supongo, por lo que pueden volver a hacerlo perfectamente. La decisión es vuestra. O lo toman o lo dejan.  
—Me parece que te estás confundiendo. No eres tú quien puedes imponer tus propias condiciones, sino nosotros. Te recuerdo que tu hermana es ahora mismo nuestro rehén, y  que puedo volarle los sesos con solo pronunciarlo sobre este aparatito que tengo justo aquí —le quiso recordar soberbiamente la enajenada Ana.
—Hazlo —enunció su inescrutable enemigo, simulando en ello tanta indiferencia como inmisericordia le fue posible—. Ambos sabemos que en el caso de que volvieseis a tocarle un solo pelo, perderíais la única oportunidad que tenéis de sobrevivir a esto. De hecho, me parece que os estoy ofreciendo demasiada compasión, de la cual no os merecéis ni la más mínima parte. Deberíais aceptar lo que os propongo antes de que acabéis por sobrepasar mi paciencia otra vez.
El accesible conducto se había hallado completamente deshabitado de cualquier peligro que pudiese albergar cuando Adán lo había comprobado con minucia para asegurarse de que podría internarse en él sin que supusiese ningún riesgo, reptando ininterrumpidamente sobre la aspereza que le caracterizaba con la intención de localizar una trayectoria concreta que le concediese la introducción al dormitorio específico donde Florr se encontraba siendo retenida. Repentinamente, el niño se vio forzado a interrumpir su transporte cuando, una vez hubo recorrido algunos metros, absolutamente soporíferos debido a la angustia que era ocasionada por el estrechamiento de aquel canal aéreo, su recorrido fue sometido a una interposición en consecuencia a una especie de bifurcación ascendente, extremadamente escarpada. Efectuando un concentrado cúmulo de sus mayores energías, el pequeño trato de impulsarse utilizando uno de sus pies para alcanzar el límite marcado por la pendiente, pero su escurridizo cuerpo no consiguió nada más que resbalarse, originando un expansivo eco que recubrió absolutamente toda la ventilación cuando impactó con el terreno alisado al caer desde una altura considerable.
—¡Au, au, au, au, au, au! ¡Mi espalda! —refunfuñó lastimero, tratando de incorporarse, afligido por el dolor que le había sido ocasionado en su columna—. Hoy no es un buen día.
Una vez se hubo reclinado sobre el conducto, volvió a repetir su proposición con un considerable empeño en superarlo, consiguiendo aquella vez alcanzar su elevado objetivo sin ningún perjuicio más, exponiéndosele el descubrimiento de una amplia abertura, desde la cual pudo contemplar la particular escena que estaba sufriendo su mejor amiga.
—Vaya, vaya, si nuestra querida princesita se está despertando por fin después de su larga siestecita —alardeó un sujeto desconocido, el cual se encontraba custodiándola mientras sostenía una especie de bote, cuyo contenido le fue irreconocible por culpa de la distancia que le separaba de él—. No me imaginaba que estos analgésicos que había en el almacén fuesen tan potentes como lo son. Con tan solo uno que te dimos, nos ha sido prácticamente imposible despertarte. 
—Hijos de puta… Mi hermano vendrá a por mí… Os va a matar a todos…  —susurró Florr, todavía desorientada por la medicación ingerida, desde la determinada silla en la cual se situaba inmovilizada por unas robustas cuerdas que sometían sus muñecas.
—Lo dudo mucho —le rebatió el individuo con convicción—. Tu querido hermano está ahora mismo reunido con mis compañeros, aceptando todas las condiciones de tu rescate como un perrito bueno, porque no quiere que te matemos. Nos entregará su propia vida si es necesario. Vais a pagar muy caro todo lo que nos habéis hecho.  
—¿Eso es lo que crees? Me parece que estáis infravalorando a mi hermano. Él no se va a dejar vender solamente por salvarme —presumió la maniatada de la auténtica confianza que depositaba en su protector—. Estoy segura de que tiene algún plan para hundiros en la mayor miseria existente. ¿Y sabes una cosa curiosa? A mí no me importaría morir con tal de que os hiciese sufrir como a cerdos degollados.
—Mire usted, general. Sé perfectamente lo que está haciendo, o al menos lo que está tratando de hacer —comenzó Ana con impoluta severidad, atrayendo la absoluta atención de todos aquellos que se encontraban en aquella cafetería—. Piensa que puede engañarnos sin que seamos capaces de descubrirle, como si fuéramos estúpidos, pero no lo somos. Esta negociación no es más que un fraude, ¿cierto? Lo único que está haciendo es ganar tiempo para idear alguna especie de plan, y probablemente ya lo esté llevando a cabo, porque sabe que no importa la manera en que se resuelva esta guerra. Sea como sea, no seremos nosotros quienes venceremos. Esa oportunidad desapareció en el mismo momento en que Max le corto los dedos a la niña. Debería haberle detenido cuando tuve la ocasión. Ahora lo veo claro. No puedo salvar a nadie. Vas a matarnos a todos independientemente de que te entreguemos a esa cría o no lo hagamos. ¿Y sabe una cosa, señor general? Si voy a morir, preferiría hacerlo sabiendo que te haré sufrir más que nadie en el mundo.
—Ana, ¡¿qué coño estás diciendo?! —preguntó Tony asombrado por la ocurrencia que había desprendido aquella mujer, a pesar de la naturaleza pacifista que solía caracterizarla. 
Precipitándose hacia la mesa sobre la cual reposaba, la kamikaze recuperó su walkie-talkie, emitiendo una concisa orden a través del aparato.
—¡Joel, vuélale los sesos! ¡Ahora! —exigió ella, ocasionando una primeriza reacción de alerta de parte del líder apodado como Puma, continuada por otra de su compañera Eva. Aquella reacción no formaba parte de su plan original. Selene y Alice se habían convertido en su única esperanza.
—¡Ana, no, para! ¡¿Qué estás haciendo?! ¡Para! —se encolerizó su camarada Lawrence, batallando con ella para conseguir arrebatarle el intercomunicador, por el cual se resistió empleando la totalidad de sus fuerzas.
—Ha llegado la hora —concluyó Joel la conversación que estaba manteniendo con su retenida, deambulando hacia una especie de cajonera, en la cual se conservaba un antiguo revolver cargado—. Siento mucho que no hayamos tenido algo más de tiempo para poder continuar con nuestra pequeña conversación, aunque para serte sincero, tampoco es que estuviese siendo demasiado fructífera.
—Dispara… No te tengo miedo… —se atrevió a declarar la adolescente, enfrentándose sin temor alguno al secuestrador que sostenía el arma sobre su frente, sin que aparentase sentir remordimiento alguno ante lo que se disponía a hacer.
—Volveremos a vernos en el Infierno. Saluda a Satanás de mi parte en lo que tardo en llegar allí.
En el preciso instante en que su dedo se deslizo sobre el gatillo, Florr contempló con ensimismamiento como una flecha atravesaba la garganta del susodicho, arrebatándole su efímera existencia al desplomarse sobre el allanado piso. La joven dirigió su campo visual hacia el emplazamiento del cual había procedido el preciso disparo, contemplando a un conocido niño arrodillado sobre un conducto de ventilación, sosteniendo un arco en alto.
—Adán…
La situación que allí se respiraba se había desmadrado hasta alcanzar sus más extremos confines. Puma luchaba por enmascarar la tensión que sentía ante el mandato que había establecido su enemiga. Expidió un presuroso vistazo a Eva, cuya acumulación de agentes protectores había comenzado a dispersarse parcialmente para socorrer a Lawrence en su intención de arrebatarle el intercomunicador a Ana. Ella, concordando con el mensaje que había captado en su compañero, examinó la cafetería a la búsqueda de algún objeto que pudiese servirles de utilidad, localizando un específico extintor hídrico ubicado en un muro cercano a su posición.
Segundos de conflicto entre los múltiples agentes de la ley consiguieron que el walkie-talkie cediese ante sus numerosas manos, comunicándose Tony mediante aquella vía.
—Joel, ¡¿me escuchas?! ¡No lo hagas, Joel! ¡No lo hagas! ¡Aborta! ¡Aborta! —anunció por el aparato en cuestión con agitación, siéndole obsequiada una respuesta inesperada, la cual parecía provenir de una liviana intensidad en aquel tono de voz.
—¿Puma? ¿Puma, estás ahí? He salvado a Florr. Ella está bien. Esta aquí, conmigo. Sé que estás aquí. Ayúdanos, por favor.  
Todo lo que aconteció a continuación en aquella estancia fue una cuestión de impulsos ante la benefactora noticia recibida. Los músculos de Ana no podían cesar en sus sucesivos espasmos cuando experimentó como sus amenazas emitidas se habían transformado en una mera falsedad al contemplar a la aterradora muerte cerniéndose sobre ella. Puma, desvelando un incremento de su placidez, se separó de su silla con el fingido propósito de huir de aquel escenario, desviando los policías sus propias armas hacia el general, pero en lugar de efectuar lo que sus rivales suponían, éste se situó velozmente debajo de la mesa para arrojarla con ferocidad hacia sus enemigos, logrando su inminente desorientación. En un periodo de tiempo simultáneo, Eva se adueñó del extintor que había descubierto con anterioridad, extrayendo el pasador de seguridad que conservaba para rociar a los agentes con la espuma que contenía, inutilizando momentáneamente tanto su capacidad de ataque como su visión.
—¡Vamos, vamos! ¡Tenemos que irnos! —ordenó el imponente general, abandonando con apresuramiento la estancia en la que habían residido. 
La mujer obedeció instantáneamente, arrojando el extintor completamente vacío a uno de aquellos individuos antes de perseguir la trayectoria marcada por las carreras de Puma.
—¡Mierda, mierda! ¡Id tras ellos! ¡Que no escapen! —bramó Tony con enfurecimiento, persiguiendo a los susodichos junto a una jauría de subordinados encolerizados.
Contradictoriamente, la ofensiva Ana se mantuvo paralizada, reflexionando sobre la catástrofe que acababa de acontecer.
—Adán… Cariño… Desátame… —suplicó jadeante una derrotada Florr, batallando contra las cuerdas que le sometían sin poseer las energías necesarias para superar la barrera de la debilidad.
El referido niño, adjudicándose el cuchillo del enemigo a quien le había desposeído de su vida, se aproximó hasta aquella silla donde se ubicaba su mejor amiga para cortar mediante su utilización las sogas que la retenían. La decaída adolescente, gloriosamente liberada de su represión, se derrumbó sobre la superficie del piso, abrazando con inigualable intensidad al pequeño, incluso con diversos vestigios de un reprimido llanto que no podría ser retenido eternamente.
—Gracias, Adán… Gracias… Sabía que podía seguir confiando en ti… — confesó la mujer con un entumecido sufrimiento, autorizando a algunas de sus lágrimas a desprenderse por sus mejillas, como una pulcra medida de aplacamiento de aquel tortuoso tormento.
—¿Estás llorando? —preguntó Adán apenado cuando se hubo cerciorado de los sutiles sollozos que aquella desgraciada chica emitía con disimulada ligereza.
—No… no... Yo no lloro… Tú lo sabes… —pretendió Florr desmentir en rotundo aquella afirmación retóricamente encubierta, disgregándose del cuerpo de aquel muchacho a la vez que secaba sus lágrimas con los extremos de sus delgados dedos, exhibiendo de manera involuntaria una aterrorizante imagen que causó estragos en el carácter optimista del niño.
—¡Agh! ¡Tus dedos! —exclamó con espeluznante impresión, escondiendo ella su mano mutilada con vergüenza cuando se percató de su —. ¿Qué les ha pasado?
—Me… me… me… los cortaron —anunció la joven de reducida edad con un proveniente espanto, imponiéndose a su propia voluntad compartir la información con el chico.
—Oh… Lo siento… —musitó el pequeño con una consecuente aflicción que despedazó la totalidad del corazón de la adolescente. 
—No, no lo sientas. Yo debería ser quien lo sintiera. Te han secuestrado por mi culpa, y podrían haberte hecho daño a ti también. Eso sí que no me lo perdonaría nunca —enunció la fémina con la finalidad de devolverle al niño su correspondiente moral—. Pero olvídalo. Mi mano no es lo importante ahora. Necesitamos salir de aquí antes de que envíen a más de los suyos. ¿Sabes? Deberíamos usar los conductos por los que has venido. Creo que sería mucho más seguro.
—Sí, buena idea, Florr.  
Disponiendo de toda la presteza que les era facilitada en aquellas fatales circunstancias, Selene y Nait consiguieron alcanzar la codiciada azotea después de interminables minutos de agonía. La doctora impulsó el movimiento de la puerta de acceso con sus caderas para permitirle un camino desobstruido al particular compañero que cargaba con la desmayada.
—¡Deprisa, déjala con mucho cuidado en el suelo! ¡Iré a coger la sutura! —decretó ella antes de apresurarse en situarse junto a la posición ocupada por el helicóptero, de manera que le fuese posible recuperar su abarrotado maletín. 
El superviviente del sexo masculino obedeció, permitiendo que Alice reposase sobre el pavimento con delicadeza. Posteriormente, el muchacho observó cómo su antigua amiga regresaba hacia la malherida con una rapidez que fue extraordinaria, ordenando todo el  material que le era necesario junto a ella.
—Está bien, Selene, está bien. Tranquilízate, Selene. Ya has hecho esto mismo muchas más veces. Tú puedes hacer esto. No permitirás que vuelva a morirse — reiteró la joven con continuada excitación debido a la funesta situación que la estaba martirizando—. Antes de nada, debemos retirarle la camiseta para que pueda acceder al corte. Ayúdame, Nait.
Mediante una acción conjuntiva de ambos camaradas, la apuñalada fue despojada de la ropa indicada sin que supusiese un perjuicio mayor para ella.
—Vale, bien, vale, muy bien, ahora necesito desinfectar la herida. Eso es muy fácil. Lo único que espero es que el cuchillo con el que fue atacada no contuviese restos de sangre de algún infectado. En ese caso, no sé si sería capaz de salvarla —razonó la característica sanadora a la vez que se apropiaba del específico desinfectaba y comenzaba a aplicarlo en el profundo corte con precisa calculación.
—¿No crees que pueda ser inmune al virus? Quiero decir, igual que Maya… —reflexionó Naitsirc en conclusión de los antecedentes que había experimentado hasta entonces—.
—No tengo ni la más menor idea, Nait. Es precisamente por eso por lo que debemos tener cuidado con ella. No sabemos si podría transformarse de un momento a otro en caso de que la hubiesen infectado.  
—¿Y cuándo se supone que ha vuelto a aparecer Alice, exactamente? —curioseó él, prosiguiendo con el análisis de aquella extravagante resurrección.
—Bueno, no te lo vas a creer, pero me encontré con ella hace tan sólo unas pocas horas. Es increíble, ¿verdad? Al principio ninguna de las dos consiguió reconocer a la otra, pero cuando recordé quien era, me comporté como una auténtica loca, haciéndole cientos de preguntas, sin terminar de creérmelo por completo, pero era ella realmente. Lo cierto es que fue un tanto extraño, porque yo no hacía otra cosa más que negarlo continuamente. Supongo que no se puede desmentir la verdad.
—¿Y qué hay de ti? ¿Dónde estabas cuando la encontraste? ¿Y dónde has sobrevivido todo este tiempo? Todos pensábamos que habías muerto. No te imaginas lo doloroso que fue para nosotros cuando nos informaron de que habían perdido el contacto con la Unidad Médica de Almatriche. Incluso Maya se puso bastante enferma en tu entierro. Falto muy poco para que se nos fuese.  
—En fin, creo que la herida ya está totalmente libre de cualquier patógeno que hubiese podido contraer. Por suerte, los cortes no han conseguido dañar ningún órgano interno, así que ahora viene la parte en la que tengo que coser —prosiguió Selene con la narración de sus imprescindibles instrucciones, desprendiéndose del desinfectante para poder recoger la sutura—. Sé que eres un poco aprensivo, por lo que te recomendaría no mirar.
—Selene, no me ignores. Te he hecho una pregunta —arremetió Nait un tanto molesto debido a la impasibilidad mostrada por aquella nerviosa mujer—.
—Por favor, Nait, necesito mucha concentración para hacer esto —se excusó ella de la cuestión mediante la excusa potencial de su trabajo de curación.
El mencionado, disgustado por aquel burdo pretexto que nunca habría esperado de su parte, se apartó de ambas féminas para contemplar el oscurecido paisaje de  aquella ciudad que se convertía en perceptible desde aquella elevada altitud.
La doctora introdujo con delicadeza el susceptible hilo en el ojo de la aguja esterilizada, disponiéndola a ser penetrada cuantiosas veces en la inconsistente carne de Alice hasta que su dimensional herida se encontró completamente clausurada.
—Bien, bien, lo he conseguido. Se está estabilizando —se entusiasmó la curandera una vez hubo comprobado nuevamente las pulsaciones de su compañera—. Ya solamente nos queda cubrirle el abdomen con las vendas y habremos terminado. Nait, ¿puedes ayudarme, por favor?
—No, Selene, no. No voy a ayudarte —se le encaró el sujeto requerido con una rotunda negación de su rogativa petición—. Lo siento, pero no lo haré hasta que hayas respondido a mi pregunta. Como amigo tuyo que me considero, creo que me merezco una explicación respecto a dónde has vivido o lo qué has estado haciendo durante estos últimos tres meses.
—¡¿Estás hablando en serio?! ¡Nait, esa no es nuestra prioridad ahora! ¡Alice se está muriendo!  
—Sabes perfectamente que Alice está ya completamente fuera de peligro, Selene —la reprendió Nait con un ligero resentimiento provocado por sus inagotables mentiras—. Te prometo que no me enfadaré ni te juzgaré por nada de lo que decidieses hacer en aquel entonces, incluso aunque te separases de nosotros por tu propia voluntad. Lo único que quiero es saberlo.
—Mira, Nait, sé que no vas a poder comprender lo que te voy a decir, pero esto no es tan simple como simplemente decirlo. Escucha, yo no puedo contarte absolutamente nada, puesto que no estoy autorizada a hacerlo, al menos por ahora. Tan solo una persona puede hacerlo. La misma persona que posee este helicóptero, y quien nos ha traído hasta aquí. Por supuesto, deberías ser lo suficientemente capaz como para persuadirle, lo cual no lo veo como una opción que vaya a ser posible —se sinceró la sanadora ante las desconfianzas de las cuales aquel compañero suyo la estaba acusando—. Y ahora, ¿puedes ayudarme con el vendaje, por favor? Yo no puedo hacer esto sola.
Con forzosa resignación, el varón se reintegró en su ocupación de auxiliar de curación, sirviendo de máximo apoyo en el proceso de ubicación de las vendas. Una vez éste hubo alcanzado su inescrutable final, ambos asistentes transportaron en una actuación conjunta a la mujer inconsciente hasta depositarla en los asientos traseros del vehículo aéreo.
—La dejaremos reposando aquí hasta que volvamos. No creo que vayan a provocarle ningún daño sí está aquí dentro, y mucho menos teniendo en cuenta que está bastante escondida debido a la oscuridad —reincidió Selene en aquella afirmación al mismo tiempo que recuperaba el instrumental que había utilizado para resguardarlo nuevamente dentro de sus vestimentas.
—Estoy de acuerdo —lo aprobó su acompañante, orientándose hacia la exclusiva salida de la azotea—. Probablemente Inma estará esperándome en el almacén donde la dejé, y todavía tenemos que rescatar a Florr de dónde la tengan encerrada. Démonos prisa.
La laboriosa Inma finalizó la introducción de unas latas de conserva en el interior de la  mochila, la cual había atestado de múltiples suministros de diversa índole, impidiendo su escapada mediante el uso de la cremallera. Mientras efectuaba aquella responsabilidad que había sido impuesta por sí misma, innumerables preguntas sobre la situación del resto de los componentes del trío rondaban por su mente. Sabía que había aceptado a la perfección separarse de ellos por aquel bien común, pero a pesar de su decisión, la preocupación que sentía no detenía su acrecentamiento. 
—¡Vamos, Puma, vamos! ¡Ven por aquí! ¡Rápido! —percibió de un tremendo griterío que parecía provenir del corredor exterior colindante al almacén.
—¿Puma? ¿Ha dicho Puma? —susurró la joven con su específica curiosidad elevándose progresivamente—. ¿Está vivo? ¿Puede ser eso posible?  
Con pretensión de apaciguar su incertidumbre, se encaminó hacia la enorme puerta del almacén para desbloquear el cierre con su correspondiente llave, siendo recibida aquella acción por un característico dueto de perpendiculares cañones con disposición a efectuar su ejecución.
—Inma… —murmuró aquel corpulento individuo en cuanto se hubo percatado de su inesperada asistencia en aquel sector del lujoso hotel. 
—¿Puma? ¿Así que sigues con vida? Dios, no sabes cuánto me alegro de que no hayas muerto —le correspondió ella con un cuantioso desconcierto que resultaba equivalente a los tres sujetos presentes.
—Rápido, rápido, que se nos escapan. Moveos, moveos, moveos, joder —se escucharon unos imperativos rugidos que debían de proceder de unos impositivos alaridos.  
—Alégrate después. Ahora tenemos que escondernos —les solicitó Eva un apremiante desplazamiento de aquella desventurada postura en la que se encontraban situados.
—Corred, entrad aquí —les propuso la inocente mujer, ofreciéndoles su humilde cobijo en aquel particular escondrijo, el cual aceptaron sin oposición antes de que el preservado portón volviese a ser clausurado. 
Un terremoto de avivados pasos atravesó aceleradamente aquel pasaje exterior hasta haberse evadido por completo debido a la progresiva desaparición del retumbante sonido, justo cuando los dos corredores pudieron recuperar finalmente una parte del oxígeno que habían necesitado consumir.
—¿Qué estás haciendo aquí sola, Inma? ¿Dónde están los demás? —la interrogó Puma con pretensión de averiguar el conocimiento del resto de componentes del grupo.
—Bueno, es que decidí quedarme aquí momentáneamente porque quería recoger una parte de todos estos alimentos que veis, mientras Nait se encargaba junto con tu hermano de rescatar a Florr para que pudiésemos marchamos de este lugar.
—¿Adán está con el chico del puñetazo? ¿Y hacia donde se supone que fueron? —quiso conocer la mujer aquella información, con la única intención de que le fuese conocido el paradero de su pequeño niño.
—No tengo ni la más menor idea. Lo único que puedo deciros es que antes de que nos separásemos estábamos investigando todos los dormitorios terminados en veintisiete. Tal vez se encuentren en alguno de ellos. Dudo que se hayan alejado demasiado de esta zona—teorizó una meditativa Inma, procurando ofrecer una respuesta que se pudiese considerar como válida.
—¿Y qué hay del resto? ¿Maya? ¿M.A? ¿Ley? —prosiguió el general completamente ignorante respecto a las circunstancias que habían acontecido con aquellos tres.
—No, no, ellos no están aquí. Ley se marchó del fuerte a hurtadillas la pasada noche sin que nadie la descubriese ni la detuviese. M.A, un tanto trastornado por aquel abandono tan rastrero, se puso como un auténtico loco, empeñándose en salir a buscarla por su propio pie sin importarle el estado en el que se encontraba ni lo que le pudiese pasar, por lo que mi prima Maya tuvo que perseguirle para que no acabase cometiendo ningún acto suicida —notificó la hembra fracturada con la tentativa de recrear aquel acontecimiento lo más exactamente posible.   
Puma recapacitó durante un instante aquel interesante comunicado, cerciorándose de la presente resolución al complejo acertijo que había sido formulado durante su expedición conjunta en el desolado fuerte. Una inminente sensación de odio hacia el individuo rubio le invadió interiormente por su realización de aquel acto tan estúpido, que podría haberle costado la vida a ciertas personas al despojarles de la protección de Maya, entre las cuales se hallaba su hermana. En aquello se encontraba reflexionando cuando un ensordecedor pitido le desprendió de su ensimismamiento.
—¿Puma? ¿Puma, estás ahí? ¿Está mi hermana contigo? —enunció a través de su walkie la misma voz que les había advertido sobre el beneficioso estado de Florr cuando todavía se encontraban retenidos en la cafetería. El susodicho desarrolló la operación de sujeción de aquel aparato, pero su acompañante Eva fue bastante más veloz, arrebatándoselo de sus caderas sin que éste fuese capaz de evitarlo.
—¿Adán? ¿Adán, cariño, estás ahí? Soy yo, Eva. ¿Dónde estás? Bueno, ¿dónde estáis? —preguntó su única hermana, exteriorizando plenamente el entusiasmo que sentía al volver a hablar con él.
—Nos estamos moviendo por los conductos. Florr ha pensado que sería más seguro que ir por los pasillos. Ella está aquí, a mi lado, pero no sé si va a poder hablar con vosotros. Está un poquito confusa —justificó el niño su disposición en las profundidades de la ventilación que era una de las pertenencias de aquel característico hotel.
—¿Sabéis en que planta del edificio os encontráis? Necesitamos acordar algún punto de encuentro cercano. 
—No, no tengo ni idea de donde estamos. Creo que nos hemos perdido. No puedo ver ninguna salida. Me estoy empezando a agobiar un poco —anunció el pequeño con notable sofocación en sus susurrantes palabras. 
—Escucha, trata de tranquilizarte, o será peor, ¿vale? Hay un helicóptero aparcado en la azotea con el que hemos venido Puma y yo. Recuerdo que había un acceso a la ventilación desde allí arriba. ¿Creéis que podríais salir por ahí?  
—No lo sé. A lo mejor si vamos subiendo poco a poco por el conducto, podríamos llegar hasta el lugar del que hablas —especuló el hermano de menor edad sin que su suposición contuviese demasiada seguridad.
—En ese caso, el tejado será nuestro principal punto de encuentro, ¿de acuerdo, cariño? Si en algún momento puedes comunicarme tu posición o tenéis cualquier tipo de problema, no dudéis en llamarnos, ¿vale? Tened muchísimo cuidado. Te quiero, precioso. 
 Cuando la conclusión de la conversación se estaba cerniendo sobre su atmósfera, Inma se determinó a posicionarse junto al intercomunicador, pretendiendo expedir un mensaje al que ella consideraba de suma importancia.
—Hey, chico, soy Inma —se identificó la joven lastimada para que no existiese confusión alguna respecto a su identidad—. ¿Está Nait ahí? ¿Puedes pasármelo? Me gustaría hablar con él.
—No, no está conmigo. Se encontró con dos chicas a las que parecía conocer mientras buscábamos a Florr. A una la habían apuñalado, así que se marchó con ellas para intentar ayudarlas. Me pareció escuchar que iban a ir también a la azotea, pero la verdad es que no estoy muy seguro.
—Selene y Alice… —murmuró Puma mediante un imperceptible susurro que nadie más que él mismo advirtió en consecuencia a su inalcanzable umbral de percepción.
—No importa. Continuad desplazándoos vosotros dos. Por cierto, lo más probable es que vuestros secuestradores también os estén buscando, así que no bajéis la guardia. Nos vemos en unos minutos —concluyó Eva aquella fructífera comunicación.   
—Bien, si todos estamos de acuerdo, movámonos de inmediato —les ordenó el general con su generalizado tono de profundo imperativo.
—Espera un momento, Puma. ¿Qué hago con esto? —consultó la determinada señorita reprimida por su extremidad inmovilizada, refiriéndose a la cargante mochila repleta de suministros alimenticios—. Yo no puedo llevarla en este estado. Esperaba que Nait pudiera ayudarme con ello, pero creo que no va a ser posible.
—Olvídala. No tiene relevancia —resolvió él su irresoluta encrucijada, con ambición de abandonar aquel húmedo habitáculo de comestibles.  
—Dámela. Yo la llevaré. Estoy acostumbrada a cargar con mucho peso en circunstancias de sigilo. Además, los suministros no deben infravalorarse nunca —se ofreció Eva a que el voluminoso objeto se acomodase sobre ambas clavículas de sus hombros—. Vamos, Puma. Nuestros hermanos nos están esperando.
Completamente exhausta debido a unas presurosas carreras mantenidas con una veloz sobrehumana a lo largo de los suntuosos pasillos del hotel, Ana arrojó su completa masa corporal contra el material de apertura que la distanciaba de su improvisada enfermería, localizando a su compañero Jasón junto a una de las descuidadas camillas.
—Paul ha muerto —comunicó éste con resignación una vez hubo corroborado aquella espontánea aparición—. No ha sobrevivido a la hemorragia que le ha provocado el disparo. ¡Joder! ¡Maldita sea! ¡Cabrones, hijos de puta!  
—Olvídate de él, Jazz. Tenemos que irnos de aquí antes de que nos maten a nosotros también —le transmitió aquella presuntuosa cocinera con un extremado histerismo que revolucionó la constante pasividad del sujeto masculino.
—Espera, espera, espera, ¿qué te ocurre? ¿Qué es lo que está pasando? ¿No deberías estar en esa negociación?
—El plan ha fallado, Jasón. No ha funcionado —informó su intranquilizada camarada con una indetenible inquietud apreciable en sus movimientos—. Ahora ellos vuelven a tener a esa cría a salvo, y después de lo que le hemos hecho, no creo que les vaya a suponer ningún tipo de problema volver aquí para cortarnos el cuello a todos. Los demás están intentando capturar al general, pero no lo van a conseguir ni de coña, por lo que si queremos sobrevivir a esto, no podemos esperar a que ellos quieran salir de este maldito lugar. Tenemos que irnos de inmediato.
—¿Y qué hay de Kalashnikov? ¿Pretendes abandonarle a su suerte? —le demandó el individuo del extravagante apodo con certera perplejidad, en referencia al característico colchón rechinante, en donde se encontraba reposando su capitán inconsciente.
—Si tanto te preocupa, entonces carga con él hasta llegar a la salida de incendios. Yo me encargaré de ir comprobando el camino para asegurarnos de que está despejado —remató Ana aquel desconcertante relato, terminando de desorientar plenamente a su sorprendido camarada.
Un estructurado conjunto sistemático de veinticinco presos se introdujo ordenadamente en las ensombrecidas profundidades del Sozza mediante la utilización de aquella escalera de incendios que suponía un exclusivo acceso al majestuoso hotel.
—¿No nos había sugerido el general que como entrásemos aquí nos cortaría las pelotas? ¿Por qué coño nos has traído, Lock? —le precisó uno de los reos más protestones de aquel grupo con la intención de solicitarle una explicación.
—¿Te crees que soy subnormal y no me entero? Si estamos aquí es porque el general no contesta a ninguna de mis llamadas. Tengo la impresión de que está pasando algo gordo en este lugar, así que me importa una mierda lo que haya dicho. Pienso ir a por esos cabrones —despejó éste metódicamente aquellas cuestiones formuladas.  
—Sí, sí, todo lo que tú digas, señor cerrado. Mientras terminemos con toda esta mierda cuanto antes, por mi perfecto. Quiero dormir de una puta vez —prorrumpió aquel que solía ser el encarcelado con una mayor pereza conteniente de entre el iracundo conglomerado.
—Cállate, pedazo de maricón. Si lo que querías era echarte a roncar como un marido cornudo, haberte quedado en el hospital, con el resto de los pringados. Aquí hemos venido a disfrutar de la sangre, chaval —despreció impecablemente el salvaje preso Cane a aquel individuo de personalidad opuesta a la de su propiedad. 
—Anda, métete el dedo por el culo y déjame en paz, gilipollas —contraatacó el vago con aquella irrisoria vulgaridad.
—¡Silencio todos! ¡¿No os dais cuenta de que estáis llamando la atención?! ¡¿Queréis atraer a todo el jodido cuerpo de policía armado hasta los dientes?! —les reprendió el reo Crow con su característica dote innata para el liderazgo de sujetos problemáticos.
—Ah, mierda, mierda, mierda… No… No… No…  
Los contendientes ex prisioneros distribuyeron sus completos intereses hacia la precisa dirección de la cual había provenido aquella horrorizada enunciación, exponiéndoseles la imagen de tres individuos del bando contrario que le fueron inmediatamente reconocidos.
—Vaya, vaya, mirad quienes se han atrevido a venir a la fiesta, chicos. Si son la zorrita de Ana, el chuloputas de su amiguito y nuestro queridísimo colega Nikov —les escarneció Cane con una predominante carencia de compasión—. A ver, a ver, ¿a quién le arrancaré primero los ojos? Ahhhh, estoy deseando ver como os resistís inútilmente.
—¡Jazz, corre! —vociferó temerosa la mujer amenazada, encauzándose hacia una región situada en perpendicular respecto a la ubicación que ocupaba, evadiendo dificultosamente los tres proyectiles de recortada que fueron despedidos por sus mayores enemigos. Aquel ignorante colaborador al que había estado custodiando no dispuso de su misma fortuna, siéndole recibida una dosis controlada de plomo en su brazo izquierdo, presionándole a que se liberase de su capitán de manera involuntaria.  
—¡Nikov! —exclamó éste con un pánico exorbitantemente abismal que se impregnó en el comprometido ambiente sin complicaciones. 
—¡Jason, que te matan! —le advirtió con percepción realista su única aliada mientras lo arrastraba forzosamente hacia el exterior de aquel escenario, impidiéndole que arriesgase inútilmente su vida por alguien a quien acababan de condenar.
—¡Vosotros cinco! ¡Moved el culo, coño! ¡Que no se escapen! —ordenó el controlador Crow autoritariamente, originando con sus vertiginosos movimientos el elemento terminal de una acelerada persecución entre ambos bandos de la autoritaria ley.
—¡Que nadie se atreva a tocar a este viejo de aquí! —sentenció el Chino, desplazándose hacia Kalashnikov mientras desenvainaba su cuchillo personal—. ¡Es sólo mío!
—¡Oh, no! ¡Otra vez esa mierda no, por favor! —protestó desalentado uno de aquellos miembros conformantes del gentío presidiario.
Sin que aquella protesta le constituyese la más mínima de las resignaciones por su parte, el aludido atacante de denominación asiática se situó sobre aquel enemigo al que él mismo se había encargado de sumir en la inconsciencia, acariciando su descolorida mejilla con la cortante hoja de su arma. 
—La muerte te librará de los sentidos, Nikov —profirió con perversidad aquel criminal justo antes de cortar cuidadosamente su garganta con el extremo de su afilado puñal.
—Venga, atajo de gandules, olvidaos del espectáculo del señor Chino. Todavía tenemos  gente de la que ocuparnos —les alentó solemnemente el reo Crow a que se eludieran de aquella interesante distracción—. Nos dividiremos en dos grupos para que cazarlos nos sea algo más sencillo. Quince de vosotros os quedaréis aquí custodiando la salida de incendios. Quien quiera escapar, tendrá que hacerlo mediante ella, así que aseguraros de que nadie consiga alcanzarla. El resto vendréis conmigo a buscar a los polis que aún siguen con vida. Vamos, ¡moviendo el culo!
El Chino, obsequiado con un delimitado espacio de aislamiento cuando cada uno de las disgregadas agrupaciones de presos se ausentó en pretensión de efectuar sus labores que les eran correspondientes, se dispuso a perpetrar su pérfida obra. Con unos complejos movimientos de la articulación que le pertenecía a su muñeca, cercenó limpiamente ambas orejas de aquel capitán ya cadáver, así como amputó violentamente su protuberante nariz. Posteriormente, perforó sus mortecinos ojos cubiertos con la protección de sus párpados, precediendo a la extracción de su intransferible lengua, ofertándole aquella propiedad mediante un corte tan tremendamente despiadado como brutal. Concluida su anatómica extirpación, se dedicó a modelar con la punta de su puñal un espléndido número 73 en la frente del difunto para posibilitarse la separación de aquella cabeza del resto de su cuerpo con una aplastante decapitación, ensartándola con su correspondiente arma sobre el muro más cercano a él, perfilando una horripilante expresión en aquel descompuesto semblante.
—La muerte te librará de los sentidos…
Aquella acalorada huida efectuada por las constituciones interiores del hotel Sozza había situado a sus originales pobladores en una condición de adrenalina extrema. La exorbitante velocidad de la cual habían requerido para eludir a sus perseguidores les había ocasionado un incontenible agotamiento. No les habría sido absolutamente nada dificultoso haber sido asesinados si no hubiese sido por una portentosa salvación, la cual radicaba en una fortuita bendición debido a la localización de un dormitorio cuya puerta no les supuso ningún tipo de obstáculo para su acceso. Sin embargo, la caza continuaba.
—¿Por qué hiciste eso? —entabló una protesta un extenuado Jason en cuanto hubo sido capaz de recuperar el mínimo aliento de necesidad para la elaboración—. ¿Por qué no me dejaste volver a por Kalashnikov?
—¿Y tú por qué crees que fue, Jazz? Si hubieras vuelto, te habrían matado a ti también. Era una cuestión de pura lógica —puntualizó Ana con una explicación que argumentaba su inusual decisión.
El referido pretendió contradecir su razonamiento, pero el retumbar de unos estallidos que procedieron del exterior obstaculizaron su comunicando, ocasionando una trayectoria de los supervivientes en dirección a una diminuta rendija establecida por la orientación del ángulo señalizado por la puerta, con el propósito de mantenerse informados sobre lo que estuviese ocurriendo.
Una femenina figura corporal se desplomó con rudeza en cuanto hubieron entablado su contacto visual con el acontecimiento, sin que existiese manera alguna de poder evitarlo. La profesional de la cocina reconoció en su semblante encogido a una de los miembros de su grupo llamada Nina, petrificándose una vez se constató de su sanguinario asesinato. Otra detonación derivada de un nuevo proyectil les advirtió de la ineludible muerte del agente  Lawrence, cuya cabeza se vio perforada por la devastadora pólvora. En el preciso instante en que los fugitivos se encontraban meditando sobre retirarse de aquel decaído panorama, ambos contemplaron como Tony, aquel al que siempre habían considerado como uno de sus mejores amigos, recibía la descarga de una semiautomática en una de las articulaciones de sus rodillas, promoviendo un desgarrador alarido que fue acallado mediante el mango de una oxidada hacha que le demolió, empleando el mismo para atravesar continuamente su compacto cráneo con una desmesurada, enfermiza y mórbida violencia, desparramando porciones de su materia gris por toda la moqueta que recorría la longitud del pasillo.
—Tres menos por aquí, señores —notificó uno de aquellos sádicos rivales, utilizando el intercomunicador que era de su posesión—. ¿Cómo os van a vosotros las cosas por la salida de incendios?
—De puta madre, tío. Se ha topado con nosotros un grupo formado por cuatro de estos idiotas que trataban de escapar inútilmente. Pobres infelices. Deberíais haber visto la cara de gilipollas que se les ha quedado. Con estos últimos, los vuestros y su queridísimo capitán son ocho ya los que están criando malvas.
—Bien. Sólo nos quedan seis vivos. Sigamos buscando a esos malditos desgraciados. No pueden andar demasiado lejos —decretó el mismo a la vez que se encargaba de liderar al conjunto de sus camaradas en la exploración del resto del desconocido hotel en pretensión de localizar al resto de sus objetivos.
—¡Oh, Dios mío! ¡Nikov, Tony, Lawrence, Nina! ¡Los están matando! ¡Están matando a todos! —manifestó Ana el inexorable pánico que la estaba poseyendo al mismo tiempo que se distanciaba de la puerta de entrada a la suntuosa estancia.
—Lo sé, lo se… —corroboró Jazz aquel dictamen con una exorbitante rigidez en aquella afirmación—. Joder, ¿cómo ha podido irse todo a la mierda tan de repente? No deberíamos haber jugado de esta manera con el general. Traspasamos sus límites, y ahora lo estamos pagando muy caro.
—¿Qué vamos a hacer, Jason? ¿Cómo saldremos de este lugar sin que nos acribillen a balazos? Esos criminales están cubriendo la única salida de incendios por la que podemos escapar. A no ser que atravesemos el vestíbulo, no se me ocurre ninguna otra opción, y lo más probable es que los malditos zombis nos devorasen antes de que pudiésemos avanzar cuatro pasos —manifestó ella la condición de su situación con eminente intranquilidad—. A no ser que… Jazz, ¿por qué no los soltamos por el edificio?
—¡¿Qué?! ¡¿De qué leches estás hablando?! ¡¿Te has vuelto loca?! —cuestionó éste su racionalidad ante la alocada idea que su compañera acababa de notificarle—. Sabes que esos muertos no son como los demás, Ana, sino que están mutados. Arrasarán todo lo que encuentren a su paso sin que nadie pueda contenerles, lo cual nos incluye a nosotros dos. ¿Acaso no recuerdas la primera vez que nos enfrentamos contra ellos? Éramos un pelotón de quince personas armadas hasta los dientes, y aquellos cabrones consiguieron comerse a diez de los nuestros casi sin pestañear. ¿Vas a volver a exponernos a ese tipo de peligro sin ningún control?
—No, Jason, nosotros no seremos las víctimas de esos caníbales, porque conocemos el procedimiento que debemos seguir para combatir contra ellos, pero los presos no tienen ni idea. Se los comerán antes de que se den cuenta de lo que está pasando porque tratarán de luchar como si fueran zombis normales, mientras que nosotros dos estaremos esperando el momento adecuado para que la salida de incendios se quede completamente despejada, y podamos huir de una vez por todas. Es la única oportunidad que tenemos.
—No lo veo, Ana, no lo veo. Si los soltamos, podrían ocurrir un millón de cosas que nos podrían perjudicar a nosotros. ¿Y si consiguiesen encerrarnos debido a su numerosidad? ¿Y si alguno de ellos nos mordiese durante un despiste? Nunca hemos observado cómo actúan en libertad, por lo que no podemos aventurarnos a decir que sabemos cómo controlarlos.
—No hay otra manera, Jazz. Esto tiene que hacerse. Estate preparado —le aconsejó Ana a la par que se enfrascaba en abandonar las definidas dimensiones que constituían aquella habitación que se había convertido en su refugio temporal.
Jason ejecutó su misma actuación con una impecable imitación, intentando contener el afán de la cocinera por efectuar sus insensatos planes, pero ésta parecía haber decidido no detenerse bajo ningún concepto, frustrando su tentativa cuando comenzó a bajar un tramo descendiente de escalones situados frente a él. Sus habilidades motoras ya se encontraban preparadas para su seguimiento cuando sintió como los férreos cañones de una escopeta se clavaban dolorosamente en su nuca.
—Vaya, vaya, vaya… Parece que hemos encontrado la nueva captura del día… —se burló el sujeto amenazante, acompañando el cachondeo con una especie de risilla morbosa que hizo brotar la irritación en el particular miembro del extinto bando policial—. Date la vuelta.
El individuo intimidado se resignó a obedecer aquella ordenanza, siendo adherido a sus labios un pegajoso trozo de cinta adhesiva en cuanto lo hizo, imposibilitándole la dispersión de cualquier sonido de súplica que tratase de despedir. Posteriormente, aquel rechoncho reo derribó su organismo para entrelazar sus muñecas con una nueva utilización de aquella cinta al mismo tiempo que éste forcejeaba inútilmente con la intención de encontrar su libertad, siendo sus específicos tobillos lo último que el delincuente inmovilizó.
Una vez perpetrada aquella enfermiza perversidad, el obeso preso se encaminó hacia una de las ventanas del corredor para abrirla completamente. El terror absoluto invadió a Jazz cuando se percató de la manera en que aquel demente pretendía despojarle de su miserable existencia, convulsionando bruscamente su cuerpo para resistirse de sus amarres mientras intentaba rogarle una inservible ayuda a la desaparecida Ana. Cerciorándose de lo inevitable, Jason cerró los ojos para rezar una oración a la vez que su enemigo lo sostenía en el aire sin dificultades, despeñándolo al arrojarlo a un vacío de treinta pisos a la vez que el criminal contemplaba enfermizamente cómo todos sus huesos reventaban en el impacto contra la robusta superficie compuesta por hormigón. 
—Hey, Pedrito, ¿qué coño estás haciendo separado del resto? —le interrogó uno de los  presidiarios, el cual había sido el encargado de su momentánea búsqueda en consecuencia a su distanciamiento con respecto al resto de los reos.
—Uno menos, colega. Uno menos…
Un acelerado descenso de considerable altura mediante aquellas escaleras de la región oeste instaló a la obstinada Ana junto a la barricada compuesta por una multitud incontable de muebles que se habían encargado de arrinconar la primera vez que entraron en el hotel para resguardarse. Aquellos vivaces comedores de almas, deseosos de la jugosa carne que los humanos contenían, se abalanzaron anhelantes hacia ella, con tentativa de traspasar la defensa que les separaba de su añorado deseo. Ésta, procurando no exponerse demasiado a aquellos putrefactos muertos, comenzó a retirar distintos elementos de la barrera con apremiante velocidad, hasta que se hubo encontrado lo suficiente debilitada como para que sucumbiese a una enérgica patada, la cual desestabilizó toda la estructura, autorizando  el acceso de los carnívoros al recinto a la par que la mujer huía vertiginosamente hacia el emplazamiento donde había abandonado indefinidamente a su compañero.
Tras haber recorrido incontables corredores constituyentes de la construcción del hotel Sozza, Selene y Nait se acomodaron frente a la entrada del almacén en el cual Inma había permanecido en inquebrantable soledad. Sin malgastar su valioso tiempo, el intranquilizado varón golpeó el portón con el empleo de sus nudillos, inquiriendo a la pobladora del cuarto a que les permitiese su ingreso en él. Ante el excesivo tiempo de espera que aconteció, el muchacho giró roto el correspondiente pomo, corroborando mediante una simple apertura la soledad que reinaba en la totalidad de aquel habitáculo. 
—No… no… no puede ser. Esto no puede ser cierto. Se supone que ella debía estar aquí con el niño cuando volviese. Es imposible que hayan decidido irse por su propia voluntad. ¿Dónde están? ¿Los habrán capturado? —se preocupó éste, remarcándose una indomable alteración en sus interminables cuestiones sobre el acontecimiento que habría acontecido.  
—Oh, maldita sea. Las cosas están yendo cada vez a peor —afirmó Selene a la vez que reflexionaba sobre todos los sucesos que se habían producido en un periodo de tiempo tan reducido—. Tenemos que buscar a esa chica de la que hablas y a ese niño con el que ibas antes, pero tampoco nos podemos olvidar de Florr. Ella también se encuentra en peligro.
—Lo sé perfectamente, Selene, pero no podemos dejar sola a Inma. Ella tiene un brazo dislocado y difícilmente podrá defenderse. Además, yo fui quien permití que se quedase separada de mí, por lo que es mi responsabilidad. Y si me pongo a pensarlo fríamente, la prima de Maya significa tanto para mí como para el resto del grupo bastante más que esa niñata engreída que Puma tiene por hermana.
—¿Qué? ¿Esa tal Inma de la que has estado hablando es la prima de Maya? ¿Por qué no me lo dijiste antes?  —quiso conocer Selene el porqué del ocultamiento de aquella valiosa información.
—Hey, espera un momento, Selene… Hay algo en lo que no me había percatado hasta ahora mismo. ¿Cómo es que conoces tú a Florr? —consultó Nait, paralizándose su mente repentinamente debido a la impresión de su consideración—. ¿Puma? ¿El helicóptero que te ha traído hasta aquí es de Puma? ¿Es con Puma con quien has estado todo este tiempo?
Ante aquel deductivo descubrimiento, la mujer se desvivió en localizar una excusa que le resultase creíble hasta que se percató de una media docena aproximada de seres caníbales que se abalanzaban hacia su posición, emitiendo gemidos lastimeros desde los confines de aquel pasillo en el que ambos se encontraban. 
—¡Nait, cuidado! —le advirtió con una imperiosa alerta, indicándole la ubicación exacta de aquellos inesperados muertos.
La vigorosa alarma ocasionó que su acompañante, una vez hubo comprobado que fuese cierta aquella notificación, extrayendo su semiautomática para apuntar hacia la cabeza que  uno de ellos mantenía, propulsando una sola bala que tuvo la pretensión de atravesar su putrefacto cerebro, pero que ante cualquier pronóstico que hubiese aguardado, se desvió cuando rebotó en lo que asemejó a una especie de carne compacta del muerto. 
—¿Pero qué…? ¿Cómo…? ¿Qué leches ha sido eso? —preguntó Naitsirc increíblemente atónito ante aquella horrible maravilla que acababa de transcurrir.
—Oh, no… Lo que nos faltaba… Zombis mutados… Corre, Nait. No puedes luchar contra los cocodrilos —le anunció la conocedora sanadora al mismo tiempo que combatía con la masa muscular del varón para salvaguardarlo de aquella situación de peligro supremo.
—¿Qué? ¿Cómo? ¿De qué cocodrilos me estás hablando? —consultó constantemente aquel que se había convertido en una presa de caza masculina con infinito desconcierto.
—Son mutaciones extremas que sufren algunos zombis de vez en cuando. El proceso de putrefacción se detiene a la vez que su piel se va endureciendo poco a poco hasta que se termina volviendo tan intraspasable como la de un cocodrilo. Se les puede herir en algunas zonas del cuerpo, como el abdomen, pero es prácticamente imposible atravesar su cabeza con un cuchillo o una bala —le esclareció Selene mientras ambos se aproximaban en una carrera hacia algunos tramos de escaleras, encontrándose bloqueado su alcance debido a   otra turba de numerosos podridos procedentes de uno de los corredores a su izquierda, los cuales exhibían sin pudor las incalculables mutaciones que sufrían como consecuencia del efecto radiactivo que el ambiente había ejercido sobre ellos—. ¡Ah, mierda! ¡Cuidado, Nait! ¡No te acerques a ellos! Podrían ser altamente tóxicos. Rápido, vamos por la derecha.
Ambos se distanciaron hacia la bifurcación indicada, pero para un mayor incremento de sus calamidades, se encontraron atrapados inminentemente por otros cinco podridos que procedieron de una triple ramificación emplazada frente a su ubicación.
—¡Joder! ¡¿Cómo pueden moverse tan rápido?! ¡¿De dónde leches salen?! —voceó Nait con inestimable angustia por la probabilidad existente de una cercana muerte.
—Intenta acabar con algunos de ellos. No todos tienen porque ser del tipo cocodrilo —le recomendó Selene, provocando que éste orientase su arma hacia un zombi con ocho brazos que se aproximaba con presuroso ímpetu, el cual despidió una especie de líquido verdoso asqueroso cuando el controlado proyectil atravesó su pútrido cerebro—. ¡Dios, tenemos que mantenerlos alejados como sea! ¡Sigue disparando, Nait! ¡O déjame a mí la pistola!
—No, espera, no será necesario. Acabo de recordar que todavía tengo una de las llaves del hotel. Toma, trata de contenerlos mientras abro una de esas puertas —planeó éste, entregando el arma a su protectora mientras se encargaba de extraer las llaves que había resguardado en sus bolsillos para permitirse el escondite de uno de los dormitorios. 
Su compañera obedeció, disponiéndose a tirotear a las horrendas bestias que no tenían pensado cesar en su cacería, pero esta concentrada atención se disuadió cuando se hubo percatado del zombi que estaba abordando a su inconsciente camarada. 
—¡Nait! —vocifero para que se cerciorase del peligro que se encontraba cerniéndose sobre él, retirándose de la trayectoria constituida por el muerto, pero viéndose presionado a desprenderse de las llaves para liberarse del aferramiento que éste le había efectuado en sus muñecas.
—¡Agh, joder! ¡Ahora no tenemos las llaves! ¡Pues de puta madre! ¡Cojonudo, vamos! ¡Piensa, Selene, piensa! —se angustió Nait, imperando el encuentro de alguna milagrosa escapatoria entre la múltiple aglomeración de muertos ambiciosos de alimento.
—¡Allí, Nait, allí! ¡Corre, rápido! —ordenó Selene en referencia a las puertas correderas semiabiertas de un ascensor que parecía no haber sido invadido todavía por los podridos—. Sí, sí, está parado justo en esta planta. Hemos tenido suerte. Podemos entrar dentro.
—¡Sí, una suerte cojonuda, vamos! —ironizó el superviviente masculino, descargando su munición continuamente sobre los cadáveres con pretensión de reprimir su avance—. ¡Ve tú primero! ¡Yo te cubriré!
La doctora acató sin contraposiciones su imperativismo, introduciéndose por la reducida  y estrecha abertura que la separaba de su salvación en el interior del elevador, superando su torso la rectangular rendija sin contratiempo alguno, pero siéndole imposible perpetrar lo propio con una de sus piernas.
—¡Ahhhh, no! ¡No, no, no, no, no, no! ¡Nait, ayúdame, por favor! —imploró en rogativa, batallando incesantemente por desobstruir su extremidad atascada. 
En voluntad caritativa, el varón no dudó en socorrer a una de sus antiguas amigas en su contienda contra el inoportuno atranque, ocasionándole una incontrolable caída en la zona interna del montacargas con desenfrenada brusquedad. Aquella compasiva actuación le costó al muchacho una distracción más que fatal, abalanzándose sobre él la mutación de un zombi poseedor de cuatro piernas, requiriendo éste deshacerse de su dentadura mediante  una vigorosa patada que malgastó la mayor parte de su resistencia.
—¡Vamos, Nait, vamos! ¡Entra al ascensor! ¡Rápido! —le impetró Selene con oprimido agobio por el estado de su amistoso acompañante.
El susodicho cedió ante las ordenanzas de la sanadora, emulando el acceso forzado de la mujer al elevador, siendo obstruida de igual forma la pierna correspondiente a su derecha. Mucho antes de que pudiese efectuar cualquier tentativa de liberación, Naitsirc sintió como unos corrompidos colmillos se clavaban en su gemelo, arrancándole un voluminoso pedazo de carne a la vez que un alarido de sufrimiento agonizante requemaba su garganta.
—¡Noooooo, Nait, noooooooo! ¡Noooooooooooo! —gritó ella plenamente aterrorizada al mismo tiempo que combatía por rescatar la extremidad infectada de aquel compañero que estaba siendo devorado mediante las fauces de aquellos crueles depredadores, a cuya carnicería comedora se habían unido otros seis monstruos caníbales más.
Con un impetuoso tirón que terminó por salvar finalmente su integridad, la desdichada presa cayo violentamente sobre la superficie del ascensor, desparramando todos aquellos tendones que se habían disgregado de sus músculos, acompañándole a ello un incesante desangramiento que atrajo todavía a una mayor cantidad de zombis que no se detenían en su clamor por la deliciosa comida que les había sido arrebatada. 
—¡Oh, Dios, oh, Dios! ¡No, por favor! ¡Más muertes no, por favor! ¡Más muertes no, por favor! ¡Nait, mírame! ¡Nait, mírame! ¡Ni se te ocurra dormirte! ¿Me oyes? ¡Ni se te ocurra dormirte! Mantente despierto. Trataré de contener la hemorragia —se conmovió Selene ante aquella mortal e imparable atrocidad, a pesar de su determinación a no permitir que se rindiese al emplear la misma cazadora que había contenido la sangrante herida de Alice previamente como un improvisado torniquete alrededor de la zona que había sido dañada con ferocidad, asegurándose de que éste no perjudicase excesivamente a su circulación—. En otra ocasión, habría utilizado un palo para ayudarme, pero creo que esto será suficiente. Escucha, Nait, voy a tener que cortarte la pierna para evitar que la infección se propague, pero no puedo hacerlo aquí, porque ninguno de nosotros tiene un arma blanca con la que poder hacerlo correctamente. Sé que es urgente, pero una amputación a balazos podría ser mucho más rápida que el virus a la hora de matarte. Agh, ¿cómo se me ha podido olvidar traer una? Soy una estúpida.
Apresuradamente, la culpabilizada doctora se encargó de localizar una peculiar escotilla ubicada en el techo de aquella caja metálica, abriéndola para poder contemplar a través de ella algo similar a un pasadizo con el que el hueco del elevador conectaba, que se elevaba en unas interminables escaleras de caracol que se extendían hasta lo invisible. Sin embargo, allí no existía presencia alguna de muertos vivientes. Probablemente sería su vía de escape más segura.
—Tenemos que llegar de nuevo hasta el tejado. Los machetes de Alice están allí. ¿Crees que serás capaz de subir esas escaleras?
—Me han mordido, Selene… Olvídate de mí… Vete… —confesó él su deseo, provocado por la afección de las multitudinarias mordeduras en su organismo, las cuales se hallaban sumiéndole en un profundo desmayo.
—Eso ni lo sueñes. No te vas a librar de mí tan fácilmente —le espetó Selene con la determinación de estimular a su consciencia—. Cargaré contigo si es necesario. Te juro que conseguiremos salir los dos de aquí con vida.
El inquebrantable conjunto de vastos sujetos conformado por lo que antaño habían sido burdos presidiarios avanzaba sin descanso alguno por los indeterminados pasillos del hotel en continua formación de ataque, con intención de localizar a los enemigos que concluirían el exterminio de aquellas ratas de cloaca que habían osado enfrentarse a ellos.   
—¿Dónde coño se habrán metido estos tíos? Se me están cansando los cojones de tanto andar —criticó el delincuente al que denominaban como Walley con categórica vulgaridad.
—¿Es que no podéis dejar de ser tan jodidamente ordinarios ni un puto segundo? —les recriminó Crow, quien a pesar de que el agotamiento también le afectaba a su rendimiento, continuaba manteniendo su austera firmeza en la cacería consumada—. Si en unos minutos no hemos encontrado a ningún otro, catalogaremos la zona como despejada y podremos volver al hospital, pero ahora concentraros de una puta vez en la faena.
—Muchachos, mirad lo que viene por allí —les alertó Lock, designando la orientación específica del pasillo en el cual se establecían, ubicación desde la que pudieron visualizar a un reducido grupo de cuatro caníbales que habían experimentado un retardado proceso de putrefacción.
—¿Acaso te preocupan unos cuantos de estos descerebrados, Lock? —se mofó el preso Cane de la comparecencia de aquellos seres de carácter débil que no le suponían ningún inconveniente—. Mira lo que hago yo con estos santísimos muertos.
Siendo su burla el antecedente a su instantáneo proceder, el criminal se situó próximo a uno de los cadáveres para despedir un único proyectil propio de su recortada en aquella pútrida frente, siendo éste repelido por los revestimientos fortalecidos de su grisácea piel, desconcertando al particular entendimiento de su atacante.
Sin permitirle tiempo alguno de reacción ante el contratiempo, el devorador se abalanzó sobre el cuello del preso, desgarrando con fiereza una porción del mismo sin que pudiese hacer absolutamente nada por evitarlo.
—¡Cane, no! ¡Joder! —voceó Crown, tiroteando tanto al sanguinario mordedor como a los tres que se asociaban con él, sin conseguir que surtiese ningún efecto negativo en ellos.
—¡Me cago en la putísima madre que te parió! ¡Hijo de la grandísima puta! —injurió el infectado Cane, expulsando otros dos compuestos de pólvora inútilmente hacia su cerebro mientras se esforzaba por reprimir el surtidor de líquido carmesí que se había concebido en la parte más superficial de su garganta. 
—¿Qué cojones pasa aquí? ¿Por qué no podemos hacerles nada? —protestó el reo Louis a la par que descargaba una considerable cantidad de munición en dirección a los zombis, cuya numerosidad de sus componentes no se detenía en un peligroso acrecentamiento.  
—No tengo ni puta idea, pero tenemos que salir de aquí cagando leches antes de que se nos echen encima estos cabronazos —imperó el Pedrito, escabulléndose cobardemente de aquel trágico acontecimiento como una rata asustadiza.
Ni siquiera se hubo separado una distancia destacada de metros respecto a la ubicación de su grupo cuando unas huesudas manos se aferraron a sus piernas para desencadenar su desmoronamiento, obsequiándole el paisaje de una jauría de hambrientos caníbales que se había presentado improvisadamente para complementar a la primera. Sin reprimirse, uno de ellos se decidió a despedazar las rechonchas carnes que envolvían su cintura al igual que quienes le acompañaban no se retrasaron en alimentarse con la jugosa grasa de su oronda barriga, implorando entre alaridos de incesante tortura una asistencia a sus camaradas que nunca fue efectuada.
Los reclusos comenzaron su retroceso por el específico pasillo que habían empleado con antelación para alcanzar la que era su actual posición ante el avance de aquellos salvajes sin raciocinio, examinando la superficie de aquella propiedad con pretensión de localizar una salida de aquel cementerio infernal.
—¡Por allí! ¡Id por allí! —decretó Lock cuando se hubo percatado de una de las escaleras del hotel Sozza completamente despejada de muertos vivientes—. ¡Yo los retendré durante unos minutos! ¡Avisadme cuando hayáis llegado a ella!
Con presurosa velocidad, cada uno de los individuos que se habían sentido aludidos ante aquella orden, incluyendo el sentenciado Cane, la obedecieron con inexpugnable silencio, exceptuando a aquel que había sido apodado como Crow.
—¡¿Es qué no me has oído, Crow?! ¡Mueve ese culo gordo y peludo que tienes de una jodida vez! —insistió Lock mientras se esforzaba en refrenar el avance de los no muertos.
—¡Si tú te quedas, yo también me quedo, así que vas a tener que joderte, compañero! —se contrapuso éste a su permanencia de prescindir del adicional apoyo que le ofrecía.
Louis se apresuraba en recuperar el generalizado ritmo que había perdido, retardándose con respecto al resto de los presos, cuando colisionó violentamente contra una especie de figura conocida que apareció súbitamente de entre los ángulos muertos de su visión.
—Chino… ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Tú no deberías estar en la salida de incendios? —le cuestionó éste asombrado por su indebida comparecencia en aquella agrupación de reos. 
—Unos putos zombis salieron de la nada y devoraron a casi todos los de nuestro grupo. Tuve que salir de allí por patas antes de que se me merendaran a mí también. Eran unos muertos nunca vistos. Eran… eran como esos —masculló aquel aparecido de denominación asiática una vez se hubo cerciorado de la existencia de los caníbales también en aquella limitada región del hotel Sozza.
—Sí, Chino, tú no eres el único que ha tenido su ración personal de muertos vivientes. Venga, tenemos que irnos —le solicitó Louis mientras reanudaba sus carreras de evasión, desentendiéndose su decisión del susodicho nombrado, el cual de manera opuesta a lo que aquel reo había manifestado, hizo perdurar su detenimiento con la voluntad de observar el cometido que estaban ejerciendo tanto Lock como Crow en conjunto.
Tan sólo fue una cuestión de segundos que uno de los zombis perteneciente al pútrido gentío se abalanzase sobre los muslos del primero, inmovilizando parcialmente su organismo para exponerle a ser infectado sin que pudiese resistirse mientras otro de ellos combatía contra uno de sus brazos para descuartizar su flamante musculatura. 
—¡Agh, Crow, ayúdame! —le suplicó con ahogo a aquel sujeto que le había apoyado en su ardua lucha, quien parecía ser percibido con una angustia igualitaria a la suya.  
Con la pretensión de rescatarle de su perecedero asimiento, el presidiario se distrajo el tiempo suficiente para que uno de aquellos descompuestos muertos le desestabilizarse al agarrarle de su cadera, abatiéndole con un impetuoso impacto un segundo podrido.
—¡Ah, mierda! ¡Joder! —blasfemó Crow, conteniendo con una desmesurada energía las numerosas dentaduras que anhelaban un carnívoro festín.
El Chino pretendió alertar a sus camaradas sobre el desastre que estaba aconteciendo, pero aquellos ya habían desaparecido por completo del pintoresco escenario. Estaba solo.
Ambas presas, oprimidos por la presión de una muerte casi segura, pudieron permitirse respirar con un ritmo de esperanza cuando percibieron la asistencia de su compañero reo sin el sometimiento de ningún tipo de cadáver sobre su cuerpo.
—¡Chino! —le aullaron ambos desamparados simultáneamente.   
—Ya voy, Crow —anunció éste orientándose impulsivamente hacia la posición donde el susodicho se localizaba al borde de su condena, arrastrando con agresividad a uno de los dos muertos que lo apresaba salvajemente, sirviendo de soporte para que se deshiciese del segundo, salvaguardando de aquella manera su existencia.
Un chillido de calvario les hizo reaccionar instintivamente, ocasionando que aquellos dos sujetos visualizasen como un pútrido hincaba sus asquerosos colmillos en el muslo de Lock, mientras otro imitaba aquella ingesta con su suculento costillar, sentenciando así su vida.
—¡Lock, no! ¡Joder, me cago en todo! —injurió Crow antes de destrozar el cerebro del criminal que había sido mordido mediante el impulso de un proyectil, imposibilitando su consecuente transformación.
—¡Tenemos que largarnos de aquí cagando leches! ¡Vamos! —le advirtió el Chino a la par que emprendía una carrera hacia la trayectoria que habían atravesado previamente el resto de los presidiarios.
Efectuada una urgente escapatoria, los convictos ahuyentados se estacionaron sobre la escalera señalada por Lock, considerándose momentáneamente salvados. Sin embargo, su sorpresa fue mayúscula cuando descubrieron a una nueva manada de descerebrados que se encontraban ascendiendo con torpeza por ella.
—¡Oh, joder! ¡Retroceded, retroceded! —reclamó Walley ante la inesperada aparición de aquel indeseado inconveniente—. ¡¿Se puede saber de dónde coño salen tantos?!
Todos realizaron un intento por regresar empleando el corredor que habían cruzado con anterioridad, siendo esto impedido por una turba sanguinaria que parecía ser atraída tanto por el Chino como por Crow.
—¡Me cago en su puta madre! ¡¿Qué cojones vamos a hacer ahora?! —bramó Cane con una irritación extrema que nunca antes habían apreciado en él, probablemente inducida por la resignación de la infección.  
Temeroso por los innumerables podridos que se aproximaban, Louis optó por disponer de la vía más rastrera entre las que existían, propinándole una contenida patada al sujeto mordido, haciéndole rodar indeteniblemente por aquellos escalones hasta encontrarse con los muertos cara a cara, quienes inminentemente se deleitaron con su carne, de manera que le ocasionasen un sufrimiento físico plenamente inhumano.  
—¡¿Qué coño te crees que estás haciendo?! ¡¿Te has vuelto loco?! —le protestó Walley con una indisimulable indignación por la animalada que acababa de presenciar.
—¡Le habían mordido ya, joder! ¡Tenemos que pensar en los que todavía podemos vivir a la hora de la supervivencia! —alegó éste descendiendo con una velocidad impoluta, obviando los restos de tripas de Cane que se exponían junto al mismo tiempo que evadía a los pocos zombis que eran interpuestos en su camino, repitiendo su proceder el resto de los espantados reos, siendo Walley el último a pesar de su desacuerdo.
Con el determinante objetivo de retornar al helicóptero apostado en la azotea del Sozza, el trío compuesto por quienes eran los veteranos Puma y Eva, así como por la novata Inma, discurrían sigilosamente por los silenciosos pasillos con una incondicional cautela, al igual que mantenían sus armas de fuego en una perseverante disposición de ataque.
—¿No habías dicho que os estarían buscando por todas partes? ¿Qué probablemente no podríamos dar ni cuatro pasos sin que nos cosiesen a tiros? —consultó Inma con un cierto aturdimiento debido a aquel flujo de información que había resultado ser incierto.
—Y eso pensaba —le profirió el general con la constante e inquebrantable seriedad que solía reinar en sus facciones—. ¿Acaso preferirías tener a todo un ejército encima de ti?
—Otro igual que Nait —cuchicheó la joven con una predominante amargura airada ante aquel reincidente comentario.  
Repentinamente, un ruidoso escándalo repetitivo que les fue percibido como conocido volvió a retumbar en las profundidades de sus aparatos auditivos, exhibiéndose otra nueva reclamación desconocida por medio del canal establecido por su walkie. 
—General… General… Aquí Crow —se identificó aquel tono de perceptible masculinidad exhausta comunicando su correspondiente nombre. 
—¿Qué ocurre, Crow? —le demandó Puma pese a su inapetencia a la perpetración de aquella conversación, deseando que le fuese comunicada por una sola vez alguna noticia de categoría positiva.
—¿Quiere que le diga lo que ocurre? Ocurre que unos zombis raros de cojones no dejan de perseguirnos por el hotel. El señorito Lock nos trajo hasta aquí dentro porque, según nos dijo, tenía un mal presentimiento, y vaya si tenía razón el colega. Ahora él, Cane y el Pedrito están muertos, y por lo menos otros quince más también lo están, según el Chino.
—Espera, espera, espera… —detuvo su general los enunciados del preso, con confusión ante el desconocimiento de lo que estaba narrando—. ¿De qué zombis me estás hablando?
—Puma… —susurró entrecortadamente Inma, señalando hacia uno de los corredores que se localizaban contiguo a ellos con sus temblorosos dedos.   
Una multitud embravecida de cadavéricos no muertos avanzaba con irrefrenable ansia hacia su inestable emplazamiento, despidiendo unos tenebrosos gemidos que expresaban en coro aquel apetito voraz que les caracterizaba.  
—Zombis mutados… —expresó Eva lo que su compatriota del sexo masculino todavía se estaba esforzando por asimilar.  
—No podemos luchar contra esto. Tenemos que salir de aquí. Vamos —imperó a ambas mujeres que le acompañaban en aquella travesía, desviándose hacia uno de los corredores cercanos por el que no resultaba un peligro mortal transitar.
Con una aceleración digna de impresión, los tres individuos desaparecieron en cuestión de milésimas de los gruñidos acechantes de aquellos monstruos, trasladándose hasta una de las requeridas escaleras que les encabezarían hasta la azotea del edificio, misión que se tornó entorpecida cuando un inesperado segundo conglomerado de irracionales caníbales realizó su molesta aparición, interponiéndose fastidiosamente entre Puma y las mujeres para conservar una separación entre unos y otros.
—¡Puma! —elevó Eva la potencia de su tonalidad mientras obligaba a Inma a retroceder a la vez que descargaba ineficaces disparos contra algunos de aquellos pútridos muertos. 
—¡No te preocupes por mí! ¡Salid de aquí! ¡Estaré en el helicóptero con vosotras antes de que os hayáis dado cuenta! —anunció el general con férrea seguridad, proporcionándole un puñetazo a uno de los mordedores que había acoplado sus sucios colmillos justo sobre su antebrazo, escapando de la escena cuando éste colisionó contra un consistente muro.
—¡Ya lo has oído! ¡Tienes que llegar hasta el tejado! ¡Dile a mi hermano que estaré allí en unos minutos! —recibió Inma una impositiva ordenanza a la par que se replegaba de los zombis con la protección de la mujer poseedora de mayor experiencia al mismo tiempo que le era recuperada la mochila que había obtenido en el almacén que había sido su escondite.  
—Pero espera, ¿qué es lo que vas a hacer tú? —preguntó la mencionada con estresante tensión en su interrogante enunciado.  
—Trataré de encontrar la manera de llegar hasta Puma para ayudarlo. ¡Vamos, vete! —respondió antes de eludir con una ágil voltereta a uno de los cadáveres que arremetieron contra ella, internándose en un pasillo a su derecha parcialmente despejado de muertos vivientes mientras la lesionada se sometía a los mandamientos impuestos, orientándose en dirección a los escalones ascendentes que se situaban a unos pocos metros de su posición.
Concluida una sofocante carrera maratón en la que habían competido por separarse de aquellos putrefactos seres, los presos sobrevivientes de la masacre se instalaron frente a la delimitada zona que conectaba con la única salida de aquel infierno. Creyendo como meros inocentes que su salvación había sido ejecutada, los violentos sujetos se frustraron cuando observaron a una media docena de cadáveres devorando con crueldad los cuerpos inertes de sus camaradas caídos, los cuales reubicaron su inclinación personal hacia los vivos una vez hubieron advertido su comparecencia.
Mediante múltiples deslizamientos de diferentes gatillos detonadores de plomo, dos de ellos fueron liberados de su castigo en el momento en que éstos perforaron su inutilizable cerebro, resistiéndose los cuatro restantes gracias a aquella ventaja que les proporcionaba su extraña piel mutada. Tras distinguir como su funesto final se cernía sobre aquel conjunto de criminales, el reo Walley estrelló su revolver descargado sobre la corrompida frente del más cercano antes de abalanzarse alocadamente contra los cuatro para ejecutar un placaje sin demasiada técnica que consiguió derribarlos bruscamente, inmovilizando los mordiscos con los que arremetían ejerciendo una intensa presión sobre sus cuellos.  
—¡Vamos! ¡Vamos! ¡Salid echando hostias de aquí! ¡Ahora voy yo! —les dictaminó aquel kamikaze a los sujetos que le acompañaban, quienes lo acataron sin que existiese oposición alguna, huyendo todos del Sozza mediante la salida de incendios, a excepción del apodado Chino, quien suspendió su evasión ante un inevitable incidente de relevante importancia.
—¡Walley, cuidado! —le anunció con preocupación, ocasionando que éste se cerciorase de la zombificación de uno de sus antiguos compatriotas cuyos intestinos se encontraban desparramados por la superficie de aquel llano espacio, el cual se arrastraba hacia él con la intención de nutrirse utilizando su apetitosa carne.
Sin embargo, ya era demasiado tarde para su salvación. El muerto se aferró a su grueso muslo para alimentarse con un pedazo desgarrado de él antes de que cualquiera de ellos pudiese reaccionar, posibilitando al resto de los podridos a que sus dentaduras se clavasen en cualquier parte de su cuerpo que contuviese carnosos músculos con los que alimentarse, desmayándose finalmente debido al desbordamiento de su umbral de dolor soportable. 
—¡Agh, joder! ¡Otra vez no! —bramó enfurecido el Chino por la pérdida de otro de sus hombres al mismo tiempo que se despedía del desolador hotel para regresar al hospital.
Temerosa por el desconocimiento de la ubicación en la cual se encontraba el extraviado Jazz, Ana acrecentó su velocidad de búsqueda aún más de la que era poseedora, suplicando porque todavía se encontrase con una convaleciente vida. 
—¡Jason! ¡Jason! ¡¿Dónde te has metido?! ¡Jason! —vociferaba ininterrumpidamente la estresada mujer con la finalidad de que el referido pudiese escucharle desde una moderada distancia con respecto a los emplazamientos de ambos.
Adversamente a lo que anhelaba, la cocinera se percató de que sus sonidos no estaban ejerciendo el efecto deseado en el entorno cuando advirtió que había atraído a su mayor enemigo al contemplar la imponente estampa del general en lo que parecía una especie de proceso de huida, exaltándose éste con agresividad al cerciorarse de aquella presencia. 
Vertiginosamente, Ana orientó su mano hacia su cintura para desenfundar su pistola con  pretensión de defenderse, pero su oponente consiguió superarla en rapidez, expulsando un único proyectil que atacó superficialmente a su antebrazo, obstaculizándole la efectuación del que era su predestinado movimiento. Luchando por reubicar su entendimiento en el combate con presurosa ligereza, la fémina se vio mermada cuando un colosal puñetazo fue recibido en su pómulo, siendo forzada a caer violentamente antes de que la sujetasen por su cuello con rudeza para imponerla a observar aquella gélida mirada amenazante de quien era su rival. 
—Sé que vas a matarme, así que hazlo ya —le espetó la mujer plenamente derrotada por aquella interminable guerra sin remordimiento alguno, rindiéndose ante el que era su inevitable destino.
—Antes de que esto termine, quiero que pienses en que podríamos haber evitado todo este si os hubieseis abierto a negociar. Siento que mis hombres mataran a algunos de los vuestros, pero yo no soy el dueño absoluto de esos presos. No puedo controlarlos en todo momento. Yo nunca he querido matar ni esclavizar a nadie. Tan sólo quería que hubiese paz. No puedo decir lo mismo ahora. Reflexiona sobre ello durante los últimos segundos de vida que te quedan —le esclareció Puma con auténtica frialdad, concluyendo su monólogo con un despiadado pisotón en su rostro que la hizo estremecerse, sin que se le ofreciese la oportunidad de contrarrestarlo.
Como propósito de venganza ante las torturas que habían sido ejercidas a su hermana, el general desenvainó un cuchillo ensangrentado, reteniendo la muñeca de su adversaria para cortar atrozmente dos de sus tersos dedos, originándole un resquebrajante alarido de insufrible tormento que pareció ocasionar cierto placer a su odiado mutilador.
—Ahora estamos en paz —prorrumpió exhibiéndole sin recato alguno las falanges que le había amputado antes de arrojarlas con desprecio, percibiendo en aquel preciso instante unos gemidos lastimeros detrás suyo que le informó de la reaparición de los implacables muertos vivientes en aquella zona—. Has sido tú, ¿verdad? Tú eres la culpable de que esos monstruos estén libres, ¿cierto? ¿Qué te parece si vamos a saludarles?
Manifestando su determinación de exterminio, Puma aprisionó a Ana de su oscurecida cabellera, arrastrándola bruscamente por el espacio que marcaba la alfombra del suelo, al mismo tiempo que ésta no cesaba en sus ineficaces intentos de resistencia, hasta que fue precipitada con infinita furia junto a aquellos cadavéricos zombis, quienes le agradecieron aquella sabrosa aportación comenzando a devorarla entre chillidos de insoportable agonía, huyendo su asesino de la llamativa escena con desmedida satisfacción por su triunfo.  
En cuanto éste se hubo integrado en el corredor con mayor contigüidad, colisionó de manera totalmente inesperada contra una figura que se desplazaba en un sentido contrario al suyo.
—¿Eva? ¿Qué haces aquí? ¿No te había dicho que fueses al tejado? —le consultó Puma con asombro ante su aparición, que se incrementó debido a que conocía de antemano el corroborado hecho de que sus hermanos se estuviesen dirigiendo hacia la azotea.
—He venido a ayudarte. No pensarías que por que hayan pasado dos años te iba a dejar tirado, ¿verdad? Seguimos siendo un equipo, ¿no? —expuso con razonamiento los motivos argumentativos que eran de su propiedad. 
—Pues venga, camarada, larguémonos de aquí antes de que nos devoren —exclamó el designado general encaminándose hacia un tramo de escalera junto a la mujer.
Una vez efectuado su ascenso por aquel singularizado hueco del ascensor, tanto Selene como Nait se instalaron contiguos a lo que distinguieron como una salida de emergencia. La fémina se esforzó por continuar su progresión, pero las resistencias del malherido se vieron tremendamente mermadas, tropezándose antes de colisionar contra el suelo.
—¡Venga, Nait! ¡Vamos, levanta! ¡Ya nos queda poco! ¡Seguro que por aquí podemos volver a entrar a los pasillos del hotel! —estimuló consideradamente a su acalorado amigo con la intención de que éste pudiese reincorporarse.  
—Por Dios… Mírame… Sabes que es inútil… Vete ya… —le rogó el con una entonación de suave delicadeza en la cual se reconocía a la perfección una preocupante aceptación de la muerte, que quebró en incontables fragmentos la sensible alma de Selene.
—¡Te he dicho que no voy a abandonarte! ¡En tan sólo unos minutos habremos llegado al tejado y podré cortar tu pierna! ¡Todavía tenemos tiempo de hacerlo! ¡No estás muerto! ¡Sólo tienes que aguantar! ¡Vas a salvarte! —le alentó la optimista doctora recolocándose a Nait sobre su hombro para internarse en aquella zona de emergente huida.
La agrupación de múltiples corredores entrecruzados en perpendicular se encontraba cuantiosamente ensombrecida debido a la ausencia completa de luz, dificultándole la visión de todo aquello que los constituía. Forzando su percepción ocular, la fémina distinguió otra puerta separada unos pocos metros de su ubicación, caminando con excesiva cautela hacia ella. Fulminantemente, le fueron repararos unos sollozos que la alertaron inmediatamente, mientras visualizaba a unas sombras funestas aproximándose hacia ellos, afianzándose uno de aquellos imperceptibles cadáveres que se localizaba en una posición tumbada al que era el particular tobillo de la joven.
—¡Ah! ¡No! ¡No! ¡No! ¡No! —vocifero ésta alocada, revolviendo su entorpecido pie con agitación para separarse de aquel zombi que casi había acoplado sus corrompidos colmillos sobre su víctima, a la par que el resto de caníbales reducían la distancia con respecto a ella.
Cerciorándose de la catástrofe que acontecería si no intervenía, Nait interpuso su pierna despedazada entre la extremidad amenazada de Selene y los asquerosos dientes de aquel feroz atacante, siéndole recibido el mordisco que estaba predestinado para su compañera, provocando que el intenso líquido carmesí brotase nuevamente de sus venas más internas.
—¡Nait, no! ¡La hemorragia! ¡No puedes desangrarte ahora! —exclamó enormemente preocupada ante aquel bondadoso acto de protección.
No obstante, al damnificado por las dentelladas no le resultó de importancia alguna, en consecuencia a su rendición ante el estado de desmayo potencial. 
—¡No! ¡Pero no te desmayes! —imploró la sanadora con un desmesurado aumento de su estrés, evadiéndose de los zombis al atravesar la determinada puerta que era su objetivo primordial, reapareciendo en uno de los corredores principales de aquel hotel justo antes de volver a bloquear su acceso, resguardándose del alcance de los que no estaban muertos.
Todavía se encontraba recuperándose del fatídico susto cuando se cercioró de una joven mujer que emprendía una apresurada carrera hacia su trayectoria, paralizándose cuando descubrió aquella pintoresca estampa, emitiendo unas entrecortadas expresiones de terror en su forma de mayor pureza.  
—¿Na… Na… Nait? ¿Qué… qué le ha pasado? —le cuestionó con consternación mientras examinaba con minucia a la persona a la que se había referido.
—Tú no eres un policía, ¿verdad? —afirmó Selene una vez hubo analizado su actitud, la cual representaba unos sentimientos ligados a los de aquel malherido que transportaba—.  ¿Eres Inma? ¿Eres la prima de Maya? 
—Sí, sí, soy yo. ¿Quién eres tú? ¿Qué estás haciendo con Nait? ¿Qué le ha pasado? —se acrecentó exorbitantemente su angustioso malestar debido al penoso estado del varón.
—Me llamo Selene. Soy una antigua amiga de tu prima Maya, y también de Nait —le contestó ésta, resolviendo una de las cuestiones que atormentaban su imperiosa necesidad de conocimiento—. Respecto a él… Le han mordido… Lo siento.
—¡Oh! ¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! ¡No! ¡No! ¡No! ¡No debería haberme separado de él! ¡No debería haberme separado de él! —se imputó Inma la culpabilidad de aquella catastrófica fatalidad.
—Por favor, tranquilízate un poco. Te lo pido por favor. Lo único que conseguirás es que me ponga muchísimo más nerviosa, y eso no nos beneficiará a ninguno de los tres —suplicó la especializada doctora con una inquieta preocupación que la invadía—. Sé que es muy duro escuchar una noticia como ésta, pero debemos pensar que al menos contamos con la ventaja de que las mordeduras han sido sólo en su pierna. Todavía podríamos salvarle si se la cortásemos. El problema es que no dispongo de ningún arma blanca con la que hacerlo.
—¡¿Qué?! ¡¿Pero… pero… pero cómo vas a cortarle la pierna?! ¡Dios mío! —se horrorizó la joven de menor edad ante aquella iracunda propuesta.
—Pero es su única oportunidad. Morirá si no lo hacemos —le aclaró aquella sanadora sin servirse de ningún tipo de pretexto que les desviase de la importancia de aquel suceso.
Comprendiendo que aquella salvajada era la única posibilidad existente de no terminar muerto, Inma deslizó la cremallera de aquella mochila con la que cargaba dificultosamente para explorar entre los objetos que contenía hasta extraer una diminuta hacha que les sería de utilidad con toda probabilidad.  
—¿Esto te serviría? —consultó con una exposición del arma a Selene, quien contempló en la fisonomía del utensilio una divinidad proveniente del mismísimo paraíso.
—¿Tienes un hacha? Oh, gracias a Dios. Hagámoslo aquí entonces. No podemos esperar mucho más tiempo —advirtió la curandera tendiendo al inconsciente Nait a lo largo de la superficie del suelo enmoquetado, apoderándose de la herramienta en cuestión para poder arrodillarse junto a su cuerpo inerte.
Con alarmante celeridad, la mencionada retiró la pernera de su pantalón, procurando no mantener ningún tipo de contacto con las mordeduras ocasionadas por posibles infecciones que pudiesen ser transmitidas al exhibir la extremidad que se disponía a ser cercenada.
—Dios, no puedo ver esto… —murmuró apenada la lesionada, apartando el que era su delimitado campo visual de aquel indeseable suceso que iba a acontecer.
La doctora acaparó profundamente una desmesurada cantidad de oxígeno, intentando mentalizarse en la amputación que debía efectuar. Cierto era que su trabajo no le permitía aquella clase de escrupulosidad, pero las mutilaciones conseguían originar en ella un horror que le era incapaz de describir. Elevo con decisión el arma mientras rezaba una plegaria por su alma, incrustándola con desmedida potencia en su miembro infectado, perforando así en una enorme medida los músculos necesarios para su seccionamiento.
La señorita Inmaculada hizo rechinar su dentadura cuando percibió el inhumano sonido de la carne cruda siendo cortada incesantemente. Al mismo tiempo que las paredes de su  estómago no podían reprimir una repugnante arcada, la joven observó cómo algunos de los caníbales que habían efectuado previamente su cacería se localizaban reduciendo distancia con respecto a sus emplazamientos, incrementándose todavía más su temor en el preciso instante en el que distinguió un formidable impacto, el cual provino de la cercana salida de emergencias.
—¡Oh, no! ¡Se están acercando! ¡Nos van a alcanzar! ¡Por favor, date prisa! —le imploró a la determinada fémina que se estaba encargando de la salvación del muchacho.
Ésta, impartiendo una mayor aceleración en sus movimientos, penetró nuevamente con el hacha aquella profunda hendidura que le había sido ocasionada en su pierna, ubicándola justo en el límite de su desmembramiento. Su acompañante pretendió contener a aquellos cadáveres atacantes mediante una serie ininterrumpida de disparos que no consiguieron provocar ningún tipo de perjuicio en aquella modalidad de enemigo. Paralelamente a ello, la puerta que les resguardaba de la zona de emergencias cedió ante la opresiva presión de una decena aproximada de zombis que se abalanzaron con fiereza contra ellas.
—¡Deprisa! ¡Deprisa! ¡Deprisa! —reclamó agobiada la mujer del arma de fuego una vez se hubo cerciorado de cómo los muertos se agrupaban constantemente a su alrededor sin que pudiesen remediarlo.
Apresuradamente, Selene arremetió con un concluyente corte, separando la extremidad de Nait del resto de su organismo de manera grotesca antes de reincorporarlo sobre sus hombros vertiginosamente, pero los caníbales ya se situaban lo suficientemente próximos como para que les resultase imposible escapar, abordándoles en un sanguinario conjunto hacia los tres individuos, presionándoles a retroceder hasta que terminaron resbalando por un tramo de escaleras próximo a ellos debido a la opresión que ejercían los mordedores, desmoronándose ante diversos escalones mediante rodeos completamente indetenibles.
La sanadora desplegó su visión con aturdimiento gracias a la previa caída, visualizando a  un caníbal que se había aferrado intensamente a la manga de su brazo izquierdo con sus putrefactos dientes. Descubriendo el riesgo absoluto que estaba sufriendo, se distanció de él para tratar de aventajarse en la batalla por su liberación, atizando ininterrumpidamente su descompuesto rostro con su bota sin que aquella acción poseyese utilidad alguna, hasta que contempló como unos robustos bíceps apresaban a aquel deshumanizado animal para separarla de ella al mismo tiempo que un desconocido pie destrozaba su cerebro, siendo revelados el dúo compuesto por Puma y la piloto del helicóptero como sus salvadores.
Paralelamente a ello, Inma se reincorporó con un punzante dolor en las profundidades de su cabeza, discerniendo a aquellos tres individuos delante suyo. A pesar de su confusión incorruptible, divisó a tan sólo unos metros a su izquierda al mutilado Nait desparramado sobre algunos de los escalones mientras los caníbales avanzaban hacia él.
—¡Nait! ¡Nait, no! —vociferó horrorizada a la par que observaba como uno de aquellos cadáveres le arrancaba inexorable una porción de su cuello—. ¡Naaaaiiiiiit! ¡Noooooooooo! ¡Naaaaaaaiiiiiiiiit!
—Vamos, Inma, tenemos que irnos —le advirtió su compañero Puma con la intención de que se desplazase de su estático emplazamiento.
—¡No! ¡No! ¡No! ¡No! ¡No! ¡No! ¡No! ¡No! ¡Naaaaaaaiiiiiiiiiiiiiit! —chilló nuevamente la joven a la vez que contemplaba impotente como el resto de los caníbales se encargaban de despiezar sin piedad alguna a su amigo.
—Ayudadme con ella —solicitó el general a sus acompañantes una necesaria asistencia para que su transporte pudiese ser efectuado.
—¡Nooooooooooo! ¡Naaaaaiiiiiiit! ¡Naaaaaiiiiiit! —continuó bramando ella sin descanso  mientras el resto de los miembros de aquel grupo concentraban sus esfuerzos en sacarla de aquella edificación que se había convertido en el mismísimo infierno.
Tras haberse traslado ascendentemente por los desairados conductos del hotel, Adán se instaló junto a una abertura extractora que le permitió acceder finalmente a la superficie de la azotea, sirviendo igualmente como sustento para que la aturdida Florr saliese también al exterior de la construcción.
—¿Es aquí? —consultó la adolescente mientras examinaba minuciosamente el territorio en el cual se localizaban ambos menores—. Lo único que veo es un helicóptero. ¿Es que no han llegado todavía?
En cuanto aquel enunciado hubo sido concluido, un estrépito escándalo les advirtió de una congregación de personas que accedía al tejado mediante una exclusiva puerta.   
—¡Eva! —exclamó el pequeño con inmenso entusiasmo, corriendo hacia la posición en la que se ubicaba su hermana para estrecharse firmemente contra su pecho.
—¡Adán, cariño! —le correspondió ella con una invitación a que efectuara su anhelado  deseo—. Te echaba mucho de menos, cielo.
—Yo también… —manifestó él con inigualable ternura en aquella verídica afirmación.
—Puma... —musitó Florr con un inusual tono de lamento, arrojándose sobre el torso del que ella consideraba como su protector hermano.
—No te preocupes. Esos desalmados no volverán a hacerte ningún daño. Te lo garantizo —le aseguró el general con un ligerísimo matiz de preocupación hacia su chica.
—Hey, no es por romper vuestro momento de ternura, pero tenemos que largarnos de aquí de inmediato —les rememoró una intranquila Selene, quien había sido transformada en la principal responsable del transporte de la desanimada Inma—. Alice está ahí dentro, por si en un casual te lo estuvieses preguntando. 
—Sí, tienes razón, Selene. Eva, date prisa en poner el helicóptero en funcionamiento. El resto subid en los asientos traseros. Nos vamos de este lugar.
Ante la imperativa orden efectuada por Puma, todos los presentes obedecieron a subir a aquel preciado vehículo aérea al mismo tiempo que su piloto activaba los motores que se encargaron de despegar aquel engendro mecánico, conduciendo aquella maquinaria hasta el Santa Sara Abelló.
Una vez el helicóptero hubo sobrevolado sobre la extensión de la ciudad que requería para alcanzar su predestinado destino, éste aterrizó en el mismo emplazamiento donde se había encontrado situado justo antes de su utilización, permitiéndoseles su relajación tras la llegada al hospital que era propiedad exclusiva del general.
—Lo conseguimos, Eva. Como en los viejos tiempos —enunció Puma triunfante ante la beneficiosa actuación que habían perpetrado en su rescate.
—Sí, como en los viejos tiempos. Los echo de menos —le contestó ésta con una sonrisa nostálgica al mismo tiempo que todos los pasajeros descendían con presteza del aparato.
—Florr, si te marchas a descansar, ¿te importaría llevar a la mujer que está inconsciente hasta la enfermería y ofrecerle a Inma una habitación en la que pueda dormir un poco? —le requirió su único hermano ejerciendo sobre ella una reflexiva mirada de petición. 
La susodicha asintió sin oposición alguna, sujetando a Alice sobre sus brazos a pesar de que su estado de confusión no había desaparecido completamente para marcharse hacia el interior del hospital acompañando a la joven que acababa de sufrir la muerte de uno de sus seres más cercanos, la cual había extinguido cualquier estado de ánimo que pudiese ser favorable a la par que había desactivado plenamente su capacidad de habla.
—Entonces, ¿os uniréis a mí, Eva? Dudo que tu fuerte siga siendo seguro después de lo que ha pasado, y sabes que podría ayudarte con tu pequeño problema. ¿Has decidido si os quedaréis aquí? —le consultó el general, aguardando a que le fuese brindada una respuesta relativamente satisfactoria—.
—Nos quedaremos a dormir aquí por esta noche, pero no estoy completamente segura de si sería lo mejor que permaneciésemos en este lugar indefinidamente, con esos asesinos que tienes bajo tu mando y ese tal doctor Payne rondando por aquí —respondió la mujer tras haber analizado la situación en la que se encontraban en conjunto con las respectivas opciones que podían derivar de ella—. Te prometo que lo pensaré. Mañana a primera hora tendrás una respuesta.
—Eva, ¿dónde estamos? —quiso saber el pequeño niño tras acercarse hasta la ubicación donde se encontraban ambos adultos conversando.
—No te preocupes, cariño. Aquí estamos a salvo. Este lugar es propiedad de Puma. Él se encargará de que no nos ocurra nada mientras estemos aquí, ¿verdad? —requirió ella una contestación afirmativa con el propósito de acomodar a quien era su niño.
—Por supuesto. Eso no hace falta ni dudarlo —lo corroboró éste con una expresión de aceptación ante sus palabras proclamadas. 
—Pues si no te importa, vamos a volver a esa peculiar habitación que me diste. Creo que los dos estamos bastante cansados. Hasta mañana, Puma. Trata de no pensar demasiado en todo lo que ha sucedido —le aconsejó su camarada mientras ésta desapareció junto con su hermano cuando atravesaron la específica puerta que les conduciría hasta uno de los corredores internos del edificio.
—Puma, ¿puedo hablar contigo un segundo, por favor? Es algo importante —le solicitó Selene, quien se había percibido bastante ausente durante el trayecto, cerciorándose de un cierto grado elevado de extrema ansiedad en su lenguaje de expresión.
—¿Qué ocurre? —le preguntó éste, inquiriendo una interesada inclinación hacia aquello que estuviese atormentado a su doctora—. ¿Está todo bien? ¿Tú estás bien?  
—Puma… Yo… No sé cómo decir esto… Estoy un poco asustada… —anunció la sanadora con entrecortadas palabras que delataban el terror que estaba sintiendo, ocasionando que una auténtica preocupación comenzase a brotar desde las profundidades del varón.
—Selene… ¿qué ocurre? —repitió él con un incremento de su énfasis que la suscitase a comunicarle aquello que la atormentaba.
Percatándose de que su nerviosismo le impediría exteriorizar el contratiempo que le era necesario transmitir, Selene decidió retirar la manga izquierda de su camiseta que cubría su brazo para mostrarles diversas marcas de dentelladas que habían sido dibujadas alrededor de su muñeca.
—¿Eso… eso es…? —le preguntó Puma con exorbitante sorpresa ante aquella desgracia que le estaba evidenciando. 
—Sí, Puma… Es lo que estás pensando… En los escalones… No pudiste llegar a tiempo… Me mordieron…   



#Naitsirc