Big Red Mouse Pointer

lunes, 23 de septiembre de 2013

NH2: Capítulo 017 - Caída (Parte II)

Un inesperado reposo sobre la íntegra firmeza que transmitía aquel robusto tronco de enormes dimensiones fue el precedente a un extremo agotamiento sufrido debido al empeñoso e insalubre registro de su perímetro más próximo dedicado a la localización de una imponente figura de cabellos rojizos peligrosamente armada.
   M.A todavía no había determinado la ruta precisa empleada por su hermana para su alejamiento, pero su empeño perseveraba en descubrirla con exactitud, pese a que su paciencia se desmoronaba de forma equitativa a su razonamiento.
   Las francas advertencias de Maya penetraron inconscientemente en su subconsciente por cuarta vez, pero aunque quiso desecharlas de sus pensamientos instantáneamente, le resultó imposible. La mitad de sus reflexiones continuaban insistiendo en que ya había permanecido el suficiente tiempo lejos de su hermana, que era su deber reencontrarse con ella y que ningún impedimento debería detenerle. Sin embargo, la porción restante de sus consideraciones se había revelado cruelmente ante sus remordimientos, notificándole que se encaminaba a una muerte segura y necesitaba urgentemente escuchar las sugerencias de Maya. Un torbellino de ideas confusas se había desatado en su atormentado cerebro. No conocía el camino correcto, pero sabía que solamente él podía escogerlo. 
   Extrajo su preciada cartera con la pretensión de observar una sola vez más aquella fotografía de incalculable valor sentimental para él. Era preciosa. La belleza de Ley era equiparable a la de un ángel caído del cielo. Añoraba aquellos hermosos y letales cabellos pelirrojos. Apaciguar aquel sentimiento era su mayor deseo en aquellos momentos. 
   Una especie de papel arrugado emergió de su escondite justo cuando M.A se disponía a custodiar aquel retrato en el cuero de su cartera, exhibiéndose sin disimulos ante él. Lo sostuvo con fiereza mientras lo desdoblaba velozmente antes de comenzar a leer las certeras letras plasmadas en él...   
   Aquel arriesgado salto desde la mediana altura que exhibía aquella escalera de incendios mayoritariamente derruida le expuso una destacable modificación en el entorno anteriormente visualizado. Excepcional e insólito eran los dos términos que definían al corazón de aquella misteriosa ciudad del sureste. Cualquier palabra que sugiriese una situación de amenaza zombi desaparecía misteriosamente en aquel punto de su travesía.
   No conocía ni una mísera teoría de la explicación razonable que producía aquel extraordinario e increíble fenómeno, pero no importaba en realidad. Aquel reducido perímetro carente de aquella semejanza respecto al resto del aniquilado mundo era para sus energías un merecido descanso después de diez kilómetros de imparable recorrido rodeada de invisible inseguridad, y aquello era lo único que le incumbía. El desconocido motivo de aquella extraña limpieza le era indiferente. 
   Su afligida rotula provocó que sus destartalados pies trastabillasen unos irregulares pasos cuando se incorporó nuevamente para un exhaustivo análisis de sus alrededores. Ninguno de los elementos que lo constituían había sufrido cambios severos desde su visita anterior. Aquella que antaño había sido un área urbana medianamente activa continuaba transformada en un estercolero de vehículos inutilizables apilados en longitudinales barricadas artificiales creadas por seres humanos como una tentativa de detención del internamiento de cualquier amenaza global. 
   A su vez, los desperdicios de dos interminables años acumulados en una consistente basura se repartían equitativamente por la extensa distancia de la solitaria avenida, los cuales complementaban a la marchitada vegetación distribuida entre el tremendo desastre originado por las voluntarias e involuntarias destrucciones de innumerables escaparates completamente vacíos.
   Sin embargo, aquella lamentable catástrofe se veía eclipsada para sus intereses debido a la imponente presencia de una singular construcción de menguada altura que resaltaba especialmente del resto. El Santa Sara Abelló. Un peculiar nombre designado para aquel antiguo hospital militar tergiversado en una particular prisión por sus propietarios del nuevo mundo, y también el codiciado destino del que requería urgentemente Eva.
   Decenas de emociones se internaron en su razonamiento mientras se apresuraba en ejecutar un raudo trote que la dispusiese frente a una de las entradas traseras empleadas por el estrafalario doctor como el acceso de la mujer a un diminuto almacén de material médico donde efectuar el requerido intercambio.
   La zona que encerraba la edificación del hospital no podía estar más despejada de sus violentos vigilantes. Desviar las actividades oteadoras de la casi media  centena de prisioneros que convivían con dificultad en aquel inhóspito lugar para cederle un paso seguro era una de las escasas labores propias del doctor en aquel trato, lo cual era un verdadero alivio. 
   La insuperable efectividad de aquella ocupación desencadenó un impecable alcance de la puerta de metal que era su objetivo primordial. Aquellas excepcionales inmediaciones presentaban una impresión de falsa protección e inmunidad. El impecable saneamiento que exponían ocasionaba una increíble entereza en aquel desierto callejón colindante al hospital. Aquel expectante recinto no parecía mantener ninguna relación con la horrible hecatombe acontecida tan sólo unos metros atrás. No resultaba descabellada la reflexión de que un cierto territorio hubiese sido parcialmente aislado del apocalipsis de alguna manera inexplicable.
   Un leve empujón con el guante que recubría su mano corroboró que el único impedimento que obstruía la senda hasta el interior del almacén se encontraba abierto pese a su visible cerradura. El poseedor de la correspondiente llave que había ejecutado aquel acto de apertura se manifestó imponente ante su provisional asociada. 
   —Doctor Payne —identificó a aquel misterioso personaje con un sutil susurro de palabras encadenadas. 
   —Sabe perfectamente que ese apelativo está terminantemente prohibido para usted. —La recitación de su nombre exhalada de aquella subordinada garganta ocasionó una intensificación distinguida de su irritación—. Limítese a emplear el calificativo de doctor.
   Eva refunfuñó con riguroso disimulo ante la concienzuda inspección visual a la que la sometía aquel sujeto. Insoportable era una denominación insuficiente para la incontenible sed de sangre que le ocasionaba con sus imparables muestras de superioridad, pero contener sus impulsos por un beneficio mayor que el de apaciguar su furor era una orden extremadamente imperativa.
   La inmovilidad inquietante del doctor fue el indicio que reveló la desganada invitación a adentrarse en el inusual almacén. No existieron dudas cuando la aceptó, introduciéndose en el particular centro de salud militar, sorprendentemente acogedor debido a su exclusiva seguridad.
   —Aquí tienes. —Los frascos de plástico que conservaban intacta la hidroxiurea que salvaguardaban se escabulleron apresuradamente del asfixiante bolsillo nombrado como su guarida gracias a la actuación de una acelerada extremidad que los extrajo para ser utilizados como objeto de comercio. 
   El enigmático varón reclamó aquella medicación de su propiedad cuando se propuso despojarla de los aferrados dedos que los rodeaban. Sin embargo, su poseedora se los denegó, afianzándose aún más a ellos como única señal de protección. Un fugaz intercambio de estridentes miradas desveló el mensaje enviado con el peculiar uso del lenguaje no verbal. 
   Un diminuto botecito repleto de pastillas de yodo radiactivo surgió de las profundidades del saquito de tela cosido a la bata blanca del doctor, manteniéndolo en suspensión al sostenerlo ligeramente de su tapón, comunicando su ofrecimiento como verídico. Éste experimentó un inminente arrebato por parte de la impaciente joven, quien aminoró coordinadamente la presión ejercida sobre sus pertenencias médicas, posibilitando finalmente al doctor su deseada obtención. 
   La inexistencia de la justicia en aquel descompensado pacto se apreciaba con tan sólo advertir del desequilibrio permanente en el número de envases intercambiados. Eva se había percatado de ello desde el comienzo del trato, antes incluso de la aparición de los presos en el recinto del hospital. Cierto era que sus intentos por entablar una renegociación habían sido numerosos desde entonces, pero aquel propósito le era irrelevante en aquel preciso momento.
   Un irrefrenable tormento se había desencadenado en cada uno de los recovecos de su maltratado cerebro, ocasionándole un punzante dolor que la forzó a una inmediata sujeción de su cabeza acompañada con el cerramiento de sus párpados como medida desesperada de resistencia. 
   Los despiadados mareos fueron los siguientes en arremeter contra su frágil integridad. Decenas de elementos sin relación entre sí se fundían incompresiblemente, desencajando impiadosamente su lógico razonamiento. La percepción de un indiferente doctor fusionado con una específica estantería de hierro cubierta por cajas de cartón vacías y con la luz titilante encerrada en un tubo fluorescente precedieron a la que sería la embestida definitiva.
   Su agitado estómago se revolvió cruelmente mientras se precipitaba hacía el callejón con desesperación. El resultado final de todos aquellos síntomas aconteció exactamente idéntico al que ella conocía perfectamente. El cúmulo de bilis aprensado en su vesícula ascendió vertiginosamente por su esófago, tornándose en una amarillenta vomitona cuando colisionó bruscamente contra uno de los cubos de basura allí acumulados, derribando a la mujer indispuesta debido a la excesiva potencia de la expulsión. 
   Una segunda acometida prosiguió sus cruentos vómitos unos escasos segundos después, repartiéndolos por un mayor espacio de aquel área. Tanto una consistente tercera como una insignificante cuarta los continuaron y concluyeron respectivamente, despejando vilmente su organismo de aquella sustancia líquida, junto a la desmesurada energía malgastada irremediablemente en aquel desagradable proceso 
   El retumbante sonido de un portazo detrás de su arqueada figura la advirtió del acaecido cerramiento de aquella entrada secundaria realizado con firme seguridad por el impasible doctor. Aquel indolente sujeto no se molestaría en proporcionar ningún tipo de ayuda gratuita, pese a la destructora enfermedad que la corrompía, de la cual era perfectamente conocedor. 
   Su muñeca actuó casi involuntariamente como utensilio para limpiar levemente los restos de viscosidad que se habían esparcido irregularmente alrededor de sus labios. Sus temblorosos dedos aprisionaron nuevamente el botecito de cristal de reducido tamaño derrumbado sobre aquella asquerosa acumulación de sustancias líquidas internas forzadamente arrojadas, haciéndolo rotar sobre su propio eje con el propósito de contemplar con pesadumbre su ensuciada etiqueta. Emitir un apenado suspiro fue consiguiente.   
   —Puto cáncer.
 Aquel autoritario silencio comúnmente reinante en la longevidad del corredor que transitaba cada uno de los despejados dormitorios acongojaba enormemente a su transeúnte. Irónico podría haber sido la descripción perfecta para aquella insólita impresión, pues cientos de miles de supervivientes rogaban desesperados una placidez como la que ofertaba aquella fortificación a diario, pero en su particular estilo de vida nunca había desaparecido el estruendo originado por el ruido. Sencillamente, no se encontraba acostumbrado a la serenidad del sosiego absoluto. De hecho, el trabajo a corto plazo de Nait en la biblioteca de Stone City había sido uno de sus empleos más costosos de aceptar, pero desgraciadamente, en aquella época precisaba del preciado dinero que le prometían. El mismo que ya no poseía ningún valor debido al irreparable desplome de los pilares económicos.    
   La preocupante exigencia de apoyo en caso de ataques súbitos de tormento ocasionados por su maltrecho costillar le obligaba a caminar adyacente a los debilitados tabiques que erigían la construcción. Pese a una costosa respiración que no alcanzaba el jadeo continuo, acompañada por un desplazamiento tambaleante, se ubicó ante el habitáculo requerido en cuestión de unos dos minutos aproximados sin cuantiosos impedimentos. 
   El colisionamiento del nudillo de su dedo índice contra la composición de la puerta irradiante de privacidad produjo un atronador e inesperado eco que le exaltó. El murmullo entrecortado que se originó seguidamente indicó que el receptor había recibido su llamamiento. El rechinar de unos decrépitos muelles confirmó sus suposiciones. Un consecutivo descendimiento del picaporte se distinguió impoluto justo después de la inevitable escucha de unas apresuradas zancadas, concediéndole un permiso de relación social con la poseedora de aquellos reducidos metros cuadrados. 
   —¿Qué haces aquí? —Inma complementó su cuestión con el esbozo de una mueca personal que sugería su extrañeza por aquella aparición.    
   —Todavía no han regresado. Me preocupa que pueda haberles pasado algo. Están tardando demasiado —clarificó conciso él la naciente incertidumbre de la joven.   
   —Se trata de mi prima. ¿Crees que yo no estoy con el alma en vilo? Menos que tú desde luego que no, pero no podemos hacer nada por ellos. Sólo nos queda esperar. —La personalidad de aquella compleja mujer no era profundamente conocida por Nait, pero a pesar de haber compartido únicamente unos días junto a ella comprendía que aquellas conductas no conformaban su comportamiento habitual. Un desconocido evento parecía dominarla. El joven descifró que ella había comprendido el resultado ofensivo de sus diálogos cuando una instintiva mueca exteriorizó su arrepentimiento—. Lo siento, Nait. Sé que también es tu amiga. Lo siento de veras. No sólo por esto, sino también por mi descontrol en el vestíbulo.  No sé qué me está pasando. No sé si es porque perdí a todos los seres queridos que tenía en España, si es por el angustioso viaje que hice hasta aquí, si es por la ciudad de Almatriche siendo asolada por los zombis, si es por esos dos hermanos maniatándome a una tubería, si es por las ratas infectadas intentando morderme, si es por un grupo de desconocidos queriendo matarme, si es por una casa de locos siendo invadida por esos monstruos, si es por mi dislocación de hombro, si es por la amputación de brazo de M.A o si es porque la única persona que me queda está ahí fuera jugándose la vida y no quiera arriesgarme a perderla, aunque pueda sonar egoísta—. El torbellino de aire puro que inundó los pulmones de Inma los abarrotó con la preciada sustancia gaseosa que había agotado en su entera totalidad—. O tal vez sea el jet lag. No he podido pegar ojo en toda la noche.       
   —Creo que tu problema es que estás sometida a demasiada presión —especuló Nait tras un presuroso estudio de sus comprensibles lamentos—. No llevas ni media semana con nosotros y ya te ha pasado prácticamente de todo. Supongo que ni te imaginarías lo terriblemente peligroso que es este lado del charco. ¿Por qué no damos una vuelta por el fuerte? Te vendrá bien para despejarte. Podemos hablar de algún otro tema que te ayude a desconectar de tus problemas.  
   —De acuerdo. —Pese a su firme aceptación, el deseo no era un sentimiento demasiado captable en su respuesta. Encerró la dimensión terrestre donde reposaba asiduamente con una recolocación del posicionamiento de la puerta—. Tengo miedo, Nait. —Aquella voluntaria confesión fue desvelada segundos después de que ambos emprendiesen su recorrido por el longitudinal pasillo. 
   —No eres la única. Algunas personas disimulan el temor mejor que otras, pero eso no significa que desaparezca. Hay varios ejemplos de ello en este grupo. —Nait se arriesgó a convertirse en un principal recurso para la recuperación anímica de Inma utilizando sus escasos conocimientos de psicología. 
   —No quiero quedarme sola —prosiguió ella prescindiendo denotar excesiva atención por el incondicional apoyo prestado gentilmente por su acompañante—. Perdí a mi madre cuando yo sólo tenía seis años. Ella era una famosa trapecista americana que trabajaba en una compañía circense de la que se encontraba a cargo una embarcación. Estaba practicando un número de acrobacias sobre un trapecio de prácticas en la cubierta principal cuando tropezó y cayó de cabeza al Ártico. Murió debido a la hipotermia que le provocó el agua y a una hemorragia interna. Nadie pudo hacer nada por ella. —La sorpresa de Nait se alzaba regularmente a medida que las narraciones prosperaban. Nunca habría aguardado un relato tan revelador como aquel por parte de aquella mujer, principalmente porque se habían conocido tan sólo unos pocos días atrás—. Los primeros meses del apocalipsis, cuando todo el mundo comenzaba a irse a la mierda, una especie de guerrilla asaltó nuestro refugio provisional mientras transportaba suministros hasta él. Mi padre había sufrido un accidente años atrás y se encontraba en estado parapléjico, así que a aquellos bastardos no les costó demasiado acabar con su vida. Ni siquiera pudo defenderse. —Definitivamente, aquel frío, cruel y sanguinario asesinato había supuesto un final horrible para el progenitor de Inma con toda probabilidad, pero una inmediata reflexión de Nait le convenció de que no poseía una mayor relevancia que la de cada uno de los millones de personas que habían perecido desde el inicio del cataclismo que todavía arrasaba con el planeta entero—. Después de que él se fuera para siempre, solamente me quedó mi mejor amigo, el capitán del ejército español, K’empo —continuó ella su deprimente relato. 
   —¿Qué fue de él? —La contestación que resolvería su improvisada pregunta era altamente obvia, pero deseaba confirmarla por medio de los conocimientos certeros de Inma.
   —Iba a venir aquí conmigo en un principio, pero le mordieron inesperadamente, así que decidió quedarse en España. Me imagino que será un zombi o un cadáver. —El calvario que le ocasionaba a la mujer revivir aquellas vivencias se captaba totalmente inconfundible en la combinación de intensos sentimientos en que se había transformado su apenado rostro—. Ahora mismo sólo me queda Maya, y aunque sé perfectamente que no es lo que era, que puede cuidar de sí misma y que M.A es una persona muy importante para ella, no me hace mucha gracia que se arriesgue tanto ahí fuera.    
   —Escucha, Inma, me alegro de que hayas decidido liberarte compartiendo una parte oscura de tu pasado conmigo, lo cual agradezco, pero creo que será mejor que hablemos de algo más positivo, y esta vez de verdad —recomendó el muchacho con el fin de que consiguiese desatarse de su tortuosa pesadumbre durante un tiempo claramente limitado.  
   —Está bien, si es lo que realmente quieres, ¿por qué no me hablas un poco de ti? —sugirió ella tras una espontánea meditación de su consejo. 
   —¿De mí? Estarás de broma, ¿no? El objetivo de la conversación es que te animes, no que te aburras —puntualizó Nait con un peculiar tono humorístico que produjo una sonrisilla entrecortada en la joven, la cual conquistó su complacencia a pesar de su brevedad. 
   —¿Y por qué no? —declamó ella con convencimiento—. Vamos, no seas vergonzoso, niño mimado americano. —Inma le asestó un amistoso puñetazo en el hombro como una aparente coacción, reprimiéndose mayormente cuando recordó su fatídico estado de salud—.
   —Bueno, para empezar, te diré que acabas de cometer un error garrafal —esclareció Nait después de optar por ceder ante la simulada presión de su compañera—. No soy de América. Soy de aquí. 
   —¿Eres canadiense? —preguntó sorprendida—. Según Maya, tú estuviste con su grupo en la primera ciudad infectada, en América, así que inmediatamente deduje que eras americano. 
   —Pues dedujiste mal —le espetó firmemente—. Nací en la ciudad de Edmonton, en la región de Alberta. Mi padre era rector en la universidad MacEwan, mientras que mi madre trabajaba como profesora suplente de Biología en los institutos que sufriesen bajas de personal. Ellos estaban separados desde antes de que yo naciera, así que siempre estaba con ella, puesto que era quien tenía la custodia, mientras que a él solamente lo veía los fines de semana que podía venir. Mi madre cambiaba mucho de domicilio debido a su trabajo, por lo que llegué a vivir en casi todos los estados. De hecho, estudié en unas cinco escuelas distintas. 
   —Vaya —anunció Inma su expectación—. Te conocerás medio país entonces, ¿no? —Aquella era una inesperada noticia de excelente categoría. Cuando fuese estrictamente necesario desplazarse de nuevo a alguna otra zona, les sería de mucho beneficio el conocimiento tanto de las dimensiones de ciertas áreas como de las distancias entre ellas sin el requerimiento de arrastrar con ellos un impreciso mapa. Tal vez no fuese tan inservible como algunos comentaban. Después de todo, era un superviviente.     
   —¿Quién crees que encontró Almatriche? —se regocijó Nait ante la que era su dote más valiosa en aquellos tiempos—. En fin, al final mi madre fue enviada a sustituir una baja por maternidad en un instituto de Stone City, en América, y por supuesto, tuve que ir con ella. Por aquel entonces había abandonado mis estudios y tomado la decisión de trabajar en lo que encontrase. Antes de marcharme, ya había trabajado como cajero en un supermercado, como mozo de cuadra, como carretillero de almacén y como vendedor de seguros, y una vez allí, conseguí un trabajo de bibliotecario que mantuve durante bastantes años. Luego vino el apocalipsis y lo destruyó todo. No he sabido nada de mis familiares ni de mis amigos desde entonces, pero lo más seguro es que estén pudriéndose en algún lugar de este asqueroso mundo. 
   —Todos hemos perdido mucho por culpa de la maldita codicia del hombre —declaró filosófica Inma—. Nosotros también hemos contribuido a que esto pasara, ¿sabes? 
   —Espera un momento.  —Nait se detuvo ante una circunvalación que había atraído especialmente su interés. Se orientó hacia ella en dirección oeste, recorriendo un único metro con el objetivo de ubicarse junto a una oxidada puerta, poseedora de su absoluta curiosidad. Aunque no conseguía comprender sus acciones, Inma le siguió. 
   —¿Qué ocurre? —La confusión se había arraigado ferozmente a su entendimiento.   
   —Si te soy sincero, he explorado este fuerte lo suficiente como para casi conocérmelo de memoria, pero nunca antes había visto esta puerta. ¿Qué piensas que habrá al otro lado? —Una de las extremidades superiores de Nait la empujó con suave delicadeza, pero interrumpió la actuación cuando solamente se había manifestado una estrecha rendija del contenido interno. —Parece ser que está abierta. ¿Por qué no echamos un vistazo? 
   —Te estás pasando un poco con tanto cotilleo, ¿no crees? —le reprendió ella incomoda ante tanta falta de privacidad—. Te recuerdo que aquí somos invitados. Además, lo más probable es que no sea más que otro de esos enormes almacenes llenos de trastos viejos que hay en las plantas inferiores. Venga, vayámonos. 
   —Oye, tampoco hacemos daño a nadie con esto. Vamos a ver que es. —La acción anteriormente suspendida se reanudó, desplazando aquel impedimento visual de su posición natural, otorgándole de aquella manera la resolución a su intriga. 
Su absoluto arrepentimiento se adueñó de sus remordimientos en cuanto el primer cuadrante de aquel desmoralizador jardín perteneciente a la muerte se reveló ante él.    
   —Oh, Dios, ¿pero qué es esto? —La estremecedora expresión que se apropió de su descompuesto semblante atemorizó a Inma, quien fue incapaz de evitar la voluntad de contemplar el panorama que había traumatizado a Nait. 
Su expectación se desveló infinita ante las incontables hileras conformadas por compactos cúmulos de tierra seca superpuesta. Conformadas por tumbas. 
   —Esto es un cementerio… 

#Naitsirc


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