Big Red Mouse Pointer

sábado, 23 de febrero de 2013

Capítulo 47- El final

Desierta. Maya estaba completamente segura de que en el interior de aquella mugrienta nave habían permanecido personas no hace demasiado, pero ahora ya no había nadie, no quedaba ser humano alguno, excepto por los diminutos caracoles que pululaban por los bordes de las paredes sin un rumbo fijo, al igual que ella. Su sangriento machete goteaba el líquido coloreado que hasta hace unos segundos se expandía por sus venas, y se amontonaba en un pequeño charco que manchaba el suelo de aquel pútrido lugar. Con expresión rabiosa, observaba en todas direcciones sin poder detener sus piernas, que mostraban su enfurecimiento con un completo descontrol en los movimientos. Provocó el chirriado de su dentadura, un ruido tan molesto como para que el vello de los brazos se erizase, a la vez que la saliva le chorreaba por su barbilla hasta caer por la garganta. Rugió como si se tratase de un león que ha permitido escapar a su gacela. Un objeto puntiagudo se vislumbró en el cielo a escasos metros. Se cegó momentáneamente debido al veloz vistazo en dirección a la iluminación que producía aquel ente extraño, retrocedió y se resbaló con el agujero que permitía la entrada al túnel, aterrizando con la espalda en su interior.     
–¿Qué ha sido eso? –gritó alterado M.A. sin aminorar su velocidad lo mas mínimo. 
–¿Y que coño importa? –dijo Dyssidia–. Sólo corre. Debemos estar cerca del  bunker. 
–Es...–reflexiono al instante Silver. ¡Al suelo!

Esta advertencia les atacó improvisadamente. Unos reaccionaron inmediatamente, a otros les costó algo mas asimilar la situación, mas finalmente, cada uno de ellos pegó sus abdominales al irregular terreno antes del impacto. Era imposible conocer con exactitud si el subterráneo les resguardaría, pero no les sobraba tiempo para llegar al bunker. No, no era suficiente. 

El misil colisionó con los primeros ápices de la ciudad, liberando su masiva destrucción inmediatamente, extendiéndose a lo largo y ancho de calles, rotondas y avenidas, finalizando  en  los campos de trigo y las carreteras principales, arrasando sin piedad aquello donde una vez existieron alegrías, ilusiones, amores, tristeza, traiciones, muertes y esperanza. Cerraron con fuerza sus párpados, como si esa simple acción pudiese protegerles . La resonancia se introdujo en sus aparatos auditivos, ensordeciendoles por unos minutos.

Estaban muertos. Muertos. Todos sin vida. Cadáveres que yacían en la superficie del angosto túnel. Lo habían intentado, desde luego, por todos los medios. No obtuvieron resultado. El cruel e impiadoso ser de la guadaña fue mas rápido. O eso era lo que el grupo, sin excepciones, pensaba. La realidad era muy distinta. El túnel se encontraba en una zona clave, al igual que el bunker, y probablemente, la nave, por lo que sobrevivieron.
–¿Se acabó? –preguntó Dyssidia incorporándose a trompicones, del mismo modo que sus compañeros–. ¿Estamos a salvo?
–Mejor no confiarse –sugirió Silver. 
–¡Increíble! ¡¿Cómo ha resistido esto?! Si no son mas que ruinas –habló incrédula Selene.
–Conocemos a la organización. Estoy seguro de que es mas complejo de lo que vemos –propuso M.A.
–¿Y que importa? Por mi como si está fabricado con pellejo de breva –intervino Lucy–. Lo que necesitamos ahora es reconsiderar nuestro plan. Ir al bunker no será lo mejor ¿Sugerencias?
–¿Bromeas? ¿Por que haríamos eso? Ese bunker es nuestra única esperanza, y como ya dije anteriormente, no tengo pensado abandonar a mi hermana –rebatió el rubio. 
–Me suponía que saldrías en su defensa. Hablaré claramente. Tu hermana está muerta. ¿Crees que habrá sobrevivido dentro, con la mitad de la organización? Yo no. Acepto que antes deseaseis ir para salvaros, pero ahora que la tragedia ya pasó, es un suicidio. Seríamos cadáveres antes de poner un pie en el interior del recinto. 
–¿En serio, Lucy? ¿Y que es lo que pretendes? ¿Volver a ese caos que es la superficie? Demasiado arriesgado. –se negó M.A.–. El bunker es una mejor opción, y no hay mas que discutir. Al menos puede que allí haya suministros, u otros supervivientes con los que colaborar, o incluso nos recojan los militares. ¿Qué esperanzas hay en las cenizas de esta infecta ciudad? Ninguna –aclaró–. Y si se te ocurre volver a insinuar que mi hermana no continua viva, moldearé a mi gusto tus preciadas curvas de listilla con mis nudillos –la amenazó inmediatamente.
–Guardame un trozo, M.A –pidió Dyssidia.
–Tranquilidad –rogó Silver–. Lucy solo plantea estrategias para el grupo. 
–Pues que no planteé tanto –rebatió Dyssidia–. Ni que fuera la líder. De hecho, yo no confió en ti –aclaró dirigiéndose a Lucy–, si estuviera en tu situación, preferiría estar callada, porque a cada palabra que pronuncias, haces que desconfié mas de ti, y sospeché de una posible traición por tu parte.
–¿Sospechar? ¿De traición? ¿Debo recordarte que me controlaban? –se protegió Lucy
–Eres reacia a ir a ese bunker, Lucy. Tu trabajaste con la organización, y aunque fuese involuntariamente, si es que lo era, estoy segura de que recordarás todas sus maldades. ¿Acaso se esconde algo importante en ese lugar? ¿Algo que no te es conveniente que descubramos? –Dyssidia se volvía mas amenazante a la par que Lucy se contemplaba cada vez mas nerviosa.
–Para ya –la ordenó Silver
–No tengo porque obedecerte, así que callate –ignoró ella su orden–. Y tu –gritó imponente hacía Lucy–,contestame de una vez.
–¿Quien es aquel? –se introdujo Lith en la conversación con unas palabras sin sentido respecto al tema tratado, pero que lo cobraron cuando descubrieron a un individuo a la lejanía del rectilíneo tunel que se aproximaba apoyado a la pared con paso calmado.

Desenfundaron sus armas y apuntaron a aquel desconocido, del que eran incapaces de vislumbrar fisonomía debido a la distancia. Las empuñaduras resbalaban debido al sudor emanante de sus manos. Si se trataba de un miembro de la organización, el encuentro no sería agradable. Eso era evidente. No obstante, si era un superviviente mas, no debían abandonarle a su suerte, aunque aquello último era muy dudoso. Se mantenían en silencio. Tampoco deseaban llamar su atención en exceso.
–¿Quien eres? – rompió M.A. la tenebrosidad presente.
–¿Se puede saber que estás haciendo, idiota? –reprochó Dyssidia–. ¿Quieres que nos mate?
–Deja de quejarte ya. Necesitamos saber quien es –se excusó.
–¿Y esa es tu solución? ¿Atraerle a gritos como un vulgar cabrero? Hay otras formas de no espantarlo o que no nos asesine, y por nuestra seguridad, espero que sea la primera.
–¿Queréis dejar vuestras estúpidas peleas de una vez? –rogó Selene–. Deberíamos centrarnos en...–realizó una diminuta pausa para localizar al intruso con la mirada. Un acto inservible–. ¿Donde está? –preguntó nerviosa–. ¿Le veis? 
–Dio media vuelta. Cualquiera se espanta con vuestras conversaciones –bromeó Lith.
–Ja–se mostró Dyssidia indiferente–. Pues algo menos de lo que preocuparse. Y ahora, volvamos de nuevo al tema que nos interesa ¿Lucy? ¿Qué secretos escondes? Y mas te vale empezar a contestarme. 
–Ninguno. ¿Qué es lo que necesito para convencerte? 
–No empieces de nuevo –la frenó Silver.
–Te repites mas que un disco rayado –añadió Selene–. Hasta ahora no hemos tenido motivos para desconfiar de ella y...
–¡Me atacó!
–Nosotros mismos vimos el aparato de control. 
–¿Quieres que te diga lo que me importa ese cacharro? Las desconfianzas me las ha ofrecido después de quitárselo. Cualquier ser humano con uso de razón querría refugiarse en ese bunker después de este desastre, incluso antes. ¿Por que tú no quieres, Lucy? ¿Que se esconde ahí?
–Tal vez ese refugio sea en realidad peligroso, como ella dijo –se aventuró a decir Lith.
–¿Mas peligroso que un misil que ha devastado nuestra ciudad, o el lugar del incidente después de la explosión? Por favor, no seas ridículo. Aquí hay algo extraño, y voy a averiguarlo, aunque te lo tenga que sacar a la fuerza ¿ me entiendes, preciosa Lucy?
–No vamos a averiguar nada, Dyssidia –se negó M.A.–. Lo que haremos ahora es largarnos a ese bunker  a por mi hermana. Y después decidiremos nuestro siguiente paso.
–¿Desde cuando diriges las acciones del grupo? De aquí no se mueven ni las arañas hasta que esta confiese –aclaró, apuntando con el dedo índice a Lucy.
–¿Confesar que? Ni siquiera estás segura de que requiera de crímenes que confesar. Estás inventándote esto de la nada. 
–Y otra vez –suspiró Nait.
–Tengo mis motivos para desconfiar de ella, M.A. ¿Acaso no os resulta extraño que se niegue continuamente a...
–Silencio –ordenó Silver–. Escuchad. 

Dyssidia se calló casi a regañadientes. La mayoría se interesaron en captar los sonidos de su entorno, tal y como quería Silver. Nada. ¡Espera! Algo se escuchaba. Se percibía el ligero y continuo rechinar de una especie de calzado, que aumentaba paulatinamente. 
–¿Qué es eso? –preguntó confundida Nika.
–Está arrastrando sus pies –dijo inseguro Nait. 
–Puede que sea el tipo de antes –especuló Lucy
–Probablemente –afirmó Silver–. No podemos saberlo con seguridad.
–Aquí no aparece nadie –rechistó M.A. deshaciendo su posición de ataque–. Escucha, Dyssidia –llamó su atención–, haz lo que te venga en gana; interroga a Lucy, arráncale las tripas si eso te agrada. Estoy cansado de perder el tiempo. Voy al bunker, me sigas o no. Os digo lo mismo a vosotros –esclareció al resto de supervivientes del grupo. 
Penetró en las oscuras pupilas del rubio con su irritada expresión. Estaba claro que a la joven no le había sentado bien aquel comentario. M.A. ignoró esta actitud hacía su persona. Si deseaba tomar negativamente sus palabras aclaratorias, que lo hiciera. No le importaba. Devolvió una fulminante mirada, la cual indicaba el fin de la conversación y el intercambio de sentimientos a partir de la gesticulación
–Estoy con M.A. –le apoyó Puma, colocándose junto a su izquierda con su automática todavía desenfundada bailando entre sus dedos, y reposando su mano libre sobre el omóplato del mancebo rubio.
–Gracias, Puma –susurró–. Yo me voy ya –soltó al aire con motivo de que fuese escuchado por todos mientras liberaba su hombro de la pesada carga de la mano.
–¡Joder! –chilló Nika apretando dos veces casi seguidas el gatillo de su arma, que extendió un tenebroso eco por la longitud del túnel antes de que los proyectiles de 9 mm se perdieran en la oscuridad.
–¿Que ha ocurrido? –se alteró Dyssidia, aproximándose hacia ella lateralmente sin apartar el cañón de la pistola de la dirección hacia la que había disparado anteriormente Nika.
–Vi a alguien en la penumbra –balbuceó –. Te lo prometo Dyss. ¡Os lo juro! –se explicó Nika, pero no se apreciaba figura alguna hacía donde ella clavaba sus ojos, ni tampoco percibían extraños ruidos como las anteriores y tan inusuales pisadas.
–Me he cansado ya de este “sigiloso ninja” –se quejó M.A.–. Nos vemos en el bunker cuando terminéis vuestras discusiones y alucinaciones –se despidió de una grotesca forma antes de encaminarse en sentido contrario al que Dyssidia encañonaba. 
–Espera –intentó detenerle Puma–. Voy contigo.
–Yo también –añadió Selene.
–Y yo –le siguió Lith.
–Me apunto –informó Nait.
–Supongo que yo también voy –dijo Silver.

No obstante, el rubio no debía haberles oído, o simplemente les había ignorado, porque prosiguió su camino.
–Muchas gracias por vuestro apoyo –ironizó Dyssidia cambiando su posición de ataque por otra de comunicación con sus compañeros–. Es agradable saber que todos te dan la espalda. ¿Que es lo que queréis? ¿Acaso debo disculparme? Muy bien. Lucy, siento haber desconfiado de ti. Solucionado ¿no? Pero la próxima vez que sospeche de un peligro para este grupo, lo retendré exclusivamente para mí, y si acabáis a tres palmos bajo tierra no será mi culpa.
–¡Dyssidia! –liberó Nika un grito aterrador.
–Demonios, ¿que es eso? –expresó Puma elevando su automática, acto que todos repitieron excepto Dyssidia, quien se giró para descubrir que resultaba tan impactante.
Había vuelto. Y se movía mas rápido que la anterior vez. De hecho, era tan veloz que cortaba el mismo viento que provocaba. Sus pasos. Silenciosos, como una pitón reticulada a punto de devorar la presa de turno que ha descubierto en su inservible escondite. Extraño a mas no poder, pero no quedaba tiempo para pensar en si su propósito había sido tenderles una trampa, si se había descuidado o si simplemente se trataba de una BOW. Se veía como una amenaza, y no contestaba a las advertencias. No era amigable, eso seguro. Y era un suicidio no atacarle.

Nadie esperaba que esquivará los proyectiles con tanta facilidad ni que resistiese tan bien el impacto de las que le alcanzaban. Todos habían disparado cinco veces como mínimo, y solo había servido para malgastar la mitad de la munición, no precisamente sobrante
Los párpados de Dyssidia se separaron entre sí en un acto reflejo. El individuo solo se separaba unos metros de ella, suficiente para comenzar a vislumbrar sus rasgados y sucios ropajes, no muy distantes a los de un zombi. Para sorpresa, el desarrapado ser había lanzado un contundente objeto que, según unos cálculos matemáticos no completamente precisos, aterrizaría en mitad del abdomen de Dyssidia. Un arma blanca robusta y grotesca, con un filo digno de su tamaño, se disponía a provocar una herida en sus carnes. Por unos instantes se paralizó. Todo ocurrió muy rápido. Al aviso de “¡Cuidado!”, se despertó parcialmente de su inconsciencia, mas demasiado tarde. El filo se hallaba a solo unos centímetros. Era imposible. Sin embargo, en un mundo de supervivencia, los límites pueden superarse, y entonces, lo imposible se convierte en posible. Dyssidia salió despedida y se encontró con la pared, que la desestabilizó y arrojó al suelo.
No sabía quien, ni como, ni porque, pero se encontraba a salvo. Silver era otra historia. El la había desviado de la trayectoria del arma blanca, y el castigo impuesto por esta fue penetrar profundamente en su costado. El pequeño río de sangre que brotaba y los pedazos de tela y carne que se desprendieron de su posición original fueron causados por este arma, la cual entonces, pendiente de una abertura en un cuerpo humano, se distinguía perfectamente como un machete. Los gritos de distintas personas del grupo llamando a Silver por su nombre se escucharon mas que los del propio herido, los cuales ante el resto, incluso parecían apagados. Se desplomó. La tierra sirvió de amortiguador.
Selene corrió hacia él para comprobar su estado. Nadie mas lo hizo, y no porque no quisiesen ni por la impresión que había resultado aquel acto tan repentino, sino por el shock que sufrieron al contemplar el rostro; no del asesino, de la asesina. La mujer sin intenciones positivas respecto a ellos. Examinaba a cada uno de ellos con los ojos inyectados en sangre y una respiración tan profunda que erradicaba el hipo al instante, impactante y amenazadora, como si escogiese a su siguiente víctima, o incluso buscase a alguien en especial dentro del grupo, que lo hacía. Detuvo la rotación de su cuello cuando encontró a Dyssidia.
–¡Maya! –exclamó Dyssidia con incalculable asombro–. Es...es...no... tu estabas muerta. Te fuiste de este mundo entre mis brazos. Te vi enterrada. Yo... tú...
–Tú no eres Maya –se negó Puma rotundamente–. No es posible. Ella está muerta y descansa en paz bajo tierra. Seguro que solo eres algún tipo de experimentación. No os dejéis engañar.
–Sí, es ella Puma –afirmó Lucy.

Con un raudo movimiento casi imperceptible para el ojo humano se colocó frente a Puma. La bala de su arma se introdujo en el corazón de Maya, pero no pareció siquiera provocarle daño. Le arrebató el arma doblando su muñeca y lo derribó brutalmente con el pie. Repitió el procedimiento, alternando movimientos con manos, pies, brazos, piernas, cadera e incluso cabeza. Nadie se salvo de mantenerse aturdido y sin objeto de defensa; excepto Selene, quien había estado tratando a Silver todo ese tiempo; Lucy, quien colocaba una especie de batería en un aparato, ambos sacados de algún lugar de sus ropajes; y Dyssidia, quien todavía no se había movido.

Maya se mantuvo unos segundos alterando su mirada entre las tres, indecisa.
–Dyssidia. Dyssidia. Dyssidia. –repetía continuamente al tiempo que se acercaba a su hermana lenta y firmemente, quien no realizó esfuerzos para alejarse, sino que al contrario, comenzó a aproximarse. 
Maya se hallaba lo suficientemente cerca como para que Dyssidia pudiese besar sus pies si lo deseaba, y esta última levantó su cabeza todo lo que sus cervicales le posibilitaban para observar a la fiera que un día fue su dulce hermanita pequeña. La conocía demasiado bien como para saber que deseaba su muerte, la suya y de nadie mas. Y pensó que en parte, se lo merecía.
–Maya, si sigues ahí –comenzó desesperadamente–, quiero pedirte perdón por todo el daño que te he provocado hasta ahora.
–No todo puede arreglarse con un simple perdón.
Dyssidia se mostró sorprendida. No esperaba una respuesta, y menos aquella.
–Lo se, Maya. Con solo mirarte mis errores me atormentan. Porque eres tu ¿verdad, Maya? Por favor, dime que eres tú –rogó Dyssidia alcanzando el calzado de Maya con su mano desnuda.
Maya le aplasto la totalidad de la mano con la planta del calzado, y los huesos crujieron. Dyssidia se retorció de dolor interiormente.
–Soy y no lo soy. Es complicado. Maya sigue existiendo, pero ahora es un monstruo. Debéis alejaros de mi, antes de que os... –Dyssidia expresó una mueca de dolor cuando Maya colisionó su rodilla con el pómulo de su hermana mayor, provocandole un colorido moratón. 
–No, no te abandonaré –balbuceó Dyssidia –. Volverás a ser tú. Te lo prometo. 

Tan concentrada se había mantenido en la conversación que no había notado los disparos dirigidos hacía Maya provenientes de sus compañeros, ya incorporados. Cuando Maya sostuvo a Dyssidia en el aire de su hombro izquierdo sin inmutarse, sintió que era su fin.
No lo era.
Lucy se aproximó sigilosa y utilizó el aparato en la yugular de Maya provocando contacto con la piel antes de que pudiese defenderse a su violenta manera. Lo mantuvo unos segundos. Maya perdió fuerza paulatinamente. La potencia de su brazo menguaba hasta llegar al punto en que Dyssidia se liberó. Maya se tambaleó. Le ardía la frente, y quiso soportarlo presionándola, pero no lo conseguía. Se desmayó.
Lucy extendió su brazo ofreciendo su ayuda a Dyssidia para levantarse. La ignoró, no sin antes mostrarle su desagrado con un gesto de rechazo. Se desplazó arrastrando sus piernas hacía Maya. Tomándola de la parte anterior de la cintura y ambos hombros, la elevó apoyándose en su pie izquierdo, con el que obtuvo la fuerza suficiente para ponerse en pie cargando con Maya.

–¿Qué es lo que le has hecho? –preguntó Dyssidia a Lucy con un tono que desprendía pena, y a la vez, asustaba.
–No te preocupes –la tranquilizó – solo está inconsciente. Utilicé un dispositivo...
–¿Crees que me importa tu estúpida maquina de afeitar? –comenzó a alterarse–. Lo que quiero es que me expliques en que la habéis convertido.
–Me parece que este no es el mejor momento para que empieces, Dyssidia. Silver se está desangrando –la detuvo Puma.
–Tengo controlada la hemorragia –rebatió Selene.
–Ya lo has oído. Está todo bajo control. Selene se encarga. Y ahora, debemos resolver el asunto de Maya –se empeñó Dyssidia.
–Tal vez sería mejor buscar un lugar mas seguro para que Silver descanse, como el bunker, por ejemplo –sugirió Lith.
–Lo haremos, pero no antes de que esta hable –aclaró señalando a Lucy.
–Dejala en paz de una vez, Dyssidia –se impuso Puma–. Ella no es culpable de haber estado siendo controlada, al igual que tampoco lo es Maya. No estamos seguros de que sepa nada. Y si es así, tal vez te lo diría si mostrases algo mas de respeto. Te recuerdo que acaba de salvarte la vida.
–Vaya, veo que eres todo un caballero, Puma. Escucha, ...
–Basta –interrumpió Lucy antes de que Dyssidia descargase toda su ira con su lengua–. De acuerdo. Lo reconozco. Yo trabajé involuntariamente en los proyectos de experimentación con Maya. Es por eso que no quería ir al bunker. Allí almacenan todo tipo de información sobre esos proyectos. También hay una cura. Todavía está en una fase temprana, pero creo que funcionará.
–Eso es lo que quería oír –dijo Dyssidia sin cambiar su tono serio–. Bien, pues no perdamos mas tiempo hablando. Vamos al bunker.
–¿Cómo se encuentra Silver? –preguntó Nait a Selene.
–Ya no pierde sangre, pero me da miedo extraer el machete sin el material necesario para hacerlo. Tal vez pueda encontrarlo en el bunker, pero no es nuestro mayor problema. 
–¿A que te refieres? –preguntó Puma confundido.
–Bueno, este machete estaba cubierto por sangre fresca. Si era de un infectado, entonces, el está... –las palabras se le escapaban de los labios y fue incapaz de continuar pronunciando.
–¡Mierda! –se enfureció Puma.
–No estoy completamente segura, pero creo que sí. Está infectado –consiguió finalizar Selene realizando un costoso esfuerzo.
–También quedan algunas vacunas del virus en el bunker –informó Lucy–. Si nos apresuramos, todavía podremos salvarlo.
–Eso espero –suspiró Puma–. No quiero perder a nadie mas hoy –susurró para si mismo.
–Nosotros tres llevaremos a Silver –informó Selene cargando con su cuerpo. Lith y Nait se apresuraron a ayudar.
–Venga. Movámonos –ordenó Dyssidia.
–Espera un momento –la detuvo Puma reflexionando un instante–. ¿Es seguro ir con ella? –pregunto a Lucy refiriéndose a la mujer que Dyssidia portaba.
–Es tecnología moderna –respondió refiriéndose al aparato–. Una pistola eléctrica funcional con unas baterías diseñadas por la organización, modificada para interferir con el cerebro de Maya y provocar su desmayo. Me la dieron para defenderme de ella por si la encontraba, cuando todavía me controlaban. Es verdaderamente eficaz, pero no creo que el efecto dure mas de 45 minutos.
–Podrías haber dado una respuesta mas directa –gruñó Dyssidia–. 45 minutos son suficientes si nos movemos ya, no si los malgastamos en tonterías.
–Puedo guiaros –dio Lucy a conocer que podía servir de ayuda.
–Muy bien –aceptó Dyssidia–. Ve delante –ordenó–. Te estaré vigilando, así que presta mucha atención a lo que haces –susurró al oído a Lucy antes de que esta se dispusiera a dirigirlos a su destino.

–¡Ley! ¡Vamos, contesta, por favor! ¡Ley! –M.A. pulsaba distintos botones de una consola a la vez que giraba los tres diales aleatoriamente, vigilando las pantallas en donde se emitía el programa de las cámaras de seguridad para no perder de vista a su hermana. Cuando pensaba que había encontrado la configuración correcta para poder comunicarse, regresaba al micrófono–. ¡Ley! ¡Contestame! –no obtuvo respuesta en ninguno de los casos. 
Observó el monitor nueve, desde el que se observaba un ancho pasadizo completamente oscuro, y localizó a su hermana, quien continuaba junto a aquel chico, huyendo de las B.O.W.S tan particulares que les perseguían sin descanso. La mayoría de monitores mostraban lo mismo, sino eran corredores, se veían las esquinas en las cuales conectaban, o algún que otro laboratorio, todos carentes de energía eléctrica y plagados de sus monstruosas invenciones.
Sólo el número diecisiete le enseñó algo especial. Un ferrocarril subterráneo. No era demasiado antiguo y parecía encontrarse en un estado funcional. Estaba situado en una especie de andén del bunker, aunque habría que llamarlo laboratorio mas bien, porque de bunker en sí poco tenía. De buena gana se hubiese dedicado a buscar el vehículo con fin de ponerlo a buen recaudo a la espera de sus compañeros, pero las únicas dos puertas que conectaban con el resto del recinto estaban completamente cerradas y controladas por paneles de acceso, que al parecer, sí poseían de electricidad al tratarse de dispositivos primarios. Uno de ellos requería de una tarjeta de acceso. En la parte superior del panel se encontraba escrito “0000011”. El otro necesitaba de un código. Una secuencia de números parpadeaba en un lateral: 8,13,21,34,55.
Había registrado el espacio de la habitación, cuando todavía había luz, antes de manipular el circuito eléctrico encontrado en la pared para redirigir la corriente de los tubos fluorescentes de la sala a la consola. Sin embargo, no había rastro de tarjeta alguna o de papeles con contraseñas escritas. Y no hablemos ya de hackearlos. Prácticamente imposible en aquel tipo de seguridad, eso sin contar que no se trataba de la especialidad de M.A.

Un chirrido se originó a sus espaldas. La entrada, que por fortuna había encontrado entreabierta, probablemente gracias al científico que yacía cadáver junto a ella, fue la elegida por el resto del grupo para acceder al laboratorio, al igual que M.A. Entraron medio ciegos por la oscuridad y tropezaron con el científico. El susto fue general. 
–Mirad con atención donde pisáis –aconsejó M.A. –. Esto no está demasiado iluminado –había colocado en su boca la linterna encontrada entre los inservibles objetos esparcidos por la habitación para poder manipular el teclado de la consola con mayor rapidez. 
–¿M.A.? ¿Eres tu? –preguntó una grave voz.
–No, soy un zombi –ironizó el rubio.
–No estamos en situación de aguantar tus estupideces –se quejó Dyssidia.
–¿Qué es lo que te... –enmudeció al contemplar una escena que no esperaba–. Silver ¿que ha pasado? –preguntó preocupado aproximando se a él para examinarlo–. Y ¿esa es? ¿Maya? –no se sorprendió demasiado.
–Si, es ella–contestó rauda Lucy.
–Pero se comporta como una auténtica fiera –intervino Selene–. Han experimentado con su cuerpo.
M.A. clavó su desconfiante mirada en las pupilas de Lucy, quien se sintió molesta y rompió el contacto disimulando registrar entre las pilas de papeles inútiles.
–Ha atacado a Silver –prosiguió Selene–. Está infectado. Necesitamos la vacuna.
–También la correspondiente cura para Maya. No debe quedarle mucho para que despierte y nos destripe –añadió Puma.
–Buena suerte –se desentendió regresando a la consola–. En mi opinión, no deberíais haberla traído si va a matarnos a todos, pero si hay una última esperanza.
Dyssidia frunció el ceño, mas no dijo palabra alguna. M.A. sabía lo que aquel científico loco que se encontró le había hecho a Maya, conocía el proceso de resurrección para no perder los datos, pero no quiso decir nada para no crear conflictos mayores con Dyssidia. La conocía, y se imaginaba que le gruñiría por no habérselo dicho antes en vez de agradecerselo. Tampoco cambiaría la situación por que lo supiera.
–Ya os advierto –se dirigió a ellos mientras buscaba a Ley entre los monitores– que este sistema de seguridad es infranqueable.
Examinaron los paneles para corroborar cuan verídica era la advertencia de M.A.

Ley apareció en el monitor 17, subida al ferrocarril. Se encargaba de repeler a las B.O.W.S con una afilada y puntiaguda katana mientras su acompañante se encargaba del funcionamiento del vehículo.
–¡Ley! ¡Vamos, por favor! ¡Contesta! ¡Por favor, contesta! –gritaba M.A. al micrófono. 
Nada. Un absoluto silencio. Las puertas correderas del ferrocarril se cerraron repentinamente, provocando que una B.O.W color ocre de patas tan largas como el cuello de una jirafa, diminuto cuerpo e irregular cabeza,que embestía hacía Ley, muriese decapitada.
–¡Vamos, Ley! No te vayas todavía –insistió M.A. manipulando desesperadamente la consola–. ¡Venga, contestame! ¡Ley! ¡Ley! ¡LEY!
Pero el silencio no se rompía. El ferrocarril desapareció del monitor 17 junto con Ley. M.A.   gruñó, y seguidamente, golpeó la consola.
–Hey, no lograste contactar con ella, pero al menos está a salvo –. No se había percatado, pero el moreno se encontraba a su lado y acababa de hablarle, mientras todos le observaban con expresiones que exigían una explicación
–Ley se ha ido. Con un ferrocarril. Sí, hay vehículos aquí abajo. Ella era nuestro billete de salida. Tenía tarjetas, las he visto. Podría habernos sacado de aquí Y lo mas importante, no volveré a verla nunca mas –se entristeció M.A. 
–No dramatices tanto. Seguro que hay mas opciones –quiso animarle Puma.
–Tal vez el científico muerto tenga... –estipuló Selene
–No, ya lo he registrado –negó M.A–. Solo la llave de la puerta por la que accedimos. No la cerré porque supuse que vendríais.
–Yo tengo tarjetas –informó Lucy extrayendo de su bolsillo posterior derecho cuatro tarjetas de plástico, cada una con un color distinto.
–¿Qué? ¿Por que no lo has dicho antes? –gruñó M.A.
–Veo que recuerdas perfectamente que yo trabajaba aquí –ironizó introduciendo una tarjeta de color naranja en el panel “0000011”. La puerta se abrió.
–No lo llamaría precisamente trabajar –Dyssidia le lanzó una mirada furtiva.
–Dulce, dulce libertad, la añoraba –bromeó M.A.
–Espera –le detuvo Lucy antes de que se moviese–. Necesitamos un plan. Yo tengo uno, por si os interesa.
–¿Plan? Creo que no lo necesitamos –se negó M.A.
–¿Quién te ha pedido que nos dirijas? –reprochó Dyssidia.
–Tranquilidad –intentó calmarles Puma–. Lucy no puede obligarnos a seguir su plan, pero me atrevería a decir que es lo mejor para todos en esta situación. Conoce las instalaciones, los tipos de B.O.W.S con los que trabajaban, la manera de superar la seguridad. Sabe donde se almacenan las vacunas que necesitamos. No estoy diciendo que no podamos guiarnos nosotros mismos, con nuestras propias decisiones, con un plan propio, pero pensad que no nos beneficiarán los palos de ciego.
–A Silver no le sobra el tiempo –aclaró Selene–. Hagamos lo que hagamos, que sea rápido, por favor.
–Como queráis –aceptó M.A. tras meditarlo unos segundos.
–Habla –dio Dyssidia su permiso.
–Cuando este laboratorio se hallaba en construcción –comenzó Lucy– se diseñó un plan de evacuación, el cual consistía en la inclusión de catorce ferrocarriles subterráneos que serían utilizados por la organización en caso de emergencia. Doce son los principales, mientras que los dos restantes son vehículos de sustitución, en el hipotético caso de que uno de los ferrocarriles principales sufriese algún tipo de fallo. Estoy completamente segura de que todos los mandamases han huido, por lo que deben quedarnos los dos de sustitución.
–Uno –corrigió M.A.–. Ley y su acompañante se han llevado el otro.
–Cierto –afirmó Lucy–. Bien, yo me encargaré del ferrocarril restante. Lo prepararé para el momento en que debamos marchar y lo protegeré de peligros, sobre todo de los científicos que todavía pululen por aquí y quieran arrebatárnoslo.
–¿No podríamos compartirlo? –preguntó Selene.
–Nos matarán en cuanto nos vean. Vosotros ni siquiera deberíais estar aquí –aclaró Lucy–. Respecto a Silver, la vacuna del virus se encuentra en la zona de investigación primaria. 
–Yo me encargo –se ofreció Puma.
–Te acompaño –dijo Nait.
–De acuerdo. Seguid adelante, girad dos veces a la derecha y una a la izquierda, bajad las escaleras y continuad hasta llegar a una puerta doble. Encontrareis la vacuna en el refrigerador mas pequeño –les ofreció Lucy instrucciones–. Necesitareis las tarjetas de color amarillo y naranja –les informó entregando ambas–. La amarilla desbloqueará las compuertas cerradas en vuestro camino hasta las escaleras. La naranja desbloqueará la cerradura de la puerta doble. Cuidado con los científicos y con las B.O.W.S, especialmente con estos últimos. Aquí hay especímenes muy distintos a los que os encontrasteis fuera. Y lo mas importante, vigilad en todo momento vuestra posición. La alerta de 48 horas debido al escape biológico provoca que los cierres se restablezcan automáticamente cada 20 minutos. Hay zonas en las que podéis quedar encerrados al no poseer una determinada tarjeta o un código de acceso.
–Gracias por todo –se lo agradeció Puma. –Volveremos pronto.
Comenzaron su carrera hacia la zona de investigación primaria, y desaparecieron en pocos segundos tras dejar tras de sí la curvatura que unía dos pasillos.

Lucy prosiguió, introduciendo un código de dos dígitos en el segundo panel, que abrió la única puerta que aún se mantenía cerrada.
–Es una enfermería –señaló–. Selene, tumba a Silver en la camilla y extrae ese machete. Utiliza todo lo que sea necesario. No importa.  
–Gracias. Lith, Nika ¿podéis ayudarme?–Selene había mantenido a Silver recostado en un rincón para que no tuviese que soportar el esfuerzo de estar en pie, hasta que los tres lo transportaron a cuestas y lo tumbaron en la única camilla que había en la enfermería.
Selene comenzó a revolver todo el material medico que allí se encontraba; desde cápsulas para la fiebre o pastillas para la artrosis hasta sedantes tan potentes como para dormir elefante, pasando por vacunas e incluso muestras de sangre. La variedad era inmensa. Agarró un pequeño frasco de cristal escondido al fondo de un estante, que contenía un sedante medio.
–Por lo menos esta sala si posee electricidad. ¿Qué es lo que ha pasado con ella? –preguntó antes de quitar el envoltorio a una jeringuilla y extraer con ella algo menos de la mitad del sedante.
–La alerta de 48 horas –respondió Lucy–. No solo se cierran las compuertas cada veinte minutos, sino que la electricidad se limita a los aparatos principales. Lo hiciste bien desviando la electricidad de los fluorescentes a la consola–elogió a M.A.–. Estoy impresionada.
–Después de ver los paneles, me esperaba una cerradura normal y corriente como mínimo –M.A. forzó una sonrisa–. También me imaginaba algún tipo de protección en la consola.
–Ambas tienen seguridad, pero en esta situación es imperceptible. Tanto un intento de manipulación de circuitos como de acceso a una consola sin las correspondientes huellas dactilares registradas desembocan en una alerta de 48 horas. Al estar ya activada, no lo notaste.
–Cierto –aceptó M.A.–. Demasiado preocupado estaba por mi hermana como para percatarme. Por cierto, muchas gracias por no estipular en ningún momento que ella podía estar muerta –ironizó M.A. elevando un poco su tono de voz.
–Vale, lo siento. Me ofusqué –se disculpó Lucy–. En lo único que podía pensar entonces era en que Dyssidia me torturaría si se enterase de que yo trabajé en ese proyecto del demonio. Tenía que alejarla de este laboratorio. Y por cierto, si realmente deseabas hablar con Ley, lo único que debías hacer es encender el micrófono.
–Soy idiota –suspiró M.A.
–Eh –bramó Dyssidia– ¿qué pasa con mi hermana, Lucy? ¿Te has olvidado de ella?
–Lo hablaremos después de que prepare el tren –la ignoró Lucy disponiéndose a marchar hacía el andén–. Te dejo el aparato por si despierta. 
–No quiero tu tecnología moderna –chilló Dyssidia–. Lo único que deseo es curar a mi hermana de una puta vez.
–Dyssidia, calmate –la tranquilizó Nika.
–¿Cómo voy a confiar en esta zorra? No le importa una mierda lo que le ha hecho a Maya.
–No era yo –contradijo Lucy–. Me era imposible controlar mis actos. Pero olvídalo, no me apetece discutir contigo. Venga, hablemos fuera. En privado.

Se posicionaron en una esquina de la sala contigua, lo mas alejadas posibles de la enfermería. Selene remangó a Silver e inyectó el sedante en su brazo. Como él se encontraba ya algo adormecido, al líquido no le fue demasiado costoso realizar su tarea. M.A. vigilaba a Dyss y Ley con el rabillo del ojo.
–¿Dónde está la cura? –preguntó Dyssidia rabiosa.
–Lo siento. No hay cura.
–¿Qué? –Dyssidia adoptó una expresión de asesina sanguinaria.
–Te mentí para tranquilizarte. Originalmente había una solución, pero Barboza creó una inestabilidad central en el cerebro de Maya que la hizo inservible. Ya no hay ningún remedio. Lo único que puedes... no, es inútil. 
–Dímelo –ordenó Dyssidia–. Lo que sea. 
–Devuélvele su estabilidad mental. Recuperara su control y mantendrá su poder. Es lo que Barboza quería inicialmente. Pero no será fácil. Necesita un enorme impacto, que haga regresar sus sentimientos. Y no me estoy refiriendo a un “te quiero” o un “lo siento”. No, nada de eso. Provocar un asesinato o la muerte de un ser querido, por ejemplo. Y aun así, no recordará absolutamente todo. Eso por no hablar de que la inestabilidad continuará latente. Volver a este estado. Perder su poder. Las dos cosas. Ninguna. Alternar entre todas. Tendrás que cuidar de ella continuamente. Es lo que tiene un cerebro modificado. ¿Feliz de conocer la verdad?

Selene había conseguido con la ayuda, tanto del material necesario como de sus compañeros, extraer el machete sin causar perjuicios en Silver y desinfectar correctamente la herida. Rasgó la tela alrededor del corte para poseer una mayor movilidad al coser. Agarró la sutura de un estante, y clavó la aguja en la carne.
–Chicos, hay algo que me ha llamado especialmente la atención de esta enfermería –susurró Selene terminando de coser a Silver–. Absolutamente todo el material médico lleva el logotipo de ESGRIP –cortó el hilo restante con los dientes–. Bien, la herida ya está tratada –cambió repentinamente de tema–. Solo queda vendarla y rezar para que no se retrasen con la vacuna. Está ardiendo. A este paso, le doy diez minutos como mucho –había cogido vendas y una caja con pastillas. Esta última se la entregó a M.A. y ella comenzó a vendar a Silver con la ayuda de Lith y Nika, que lo sentaron y sostuvieron para facilitar el trabajo.
M.A. examinó la caja que le había entregado, y efectivamente, el nombre ESGRIP, junto con su particular logo, varias parejas de cromosomas unidas formando un trozo de ADN. Ambos se situaban en la parte inferior derecha del lateral.
–¿ESGRIP? ¿No es la farmacéutica con nombre de jarabe para la tos?
–Sí, M.A. Y eso significa que trabajan con la organización –dijo tumbando a Silver de nuevo.
–Y son los mismos que se encargan de nuestra salud –suspiró Nika.
–No, Selene, no es eso –miró furtivamente a Dyssidia y Lucy, asegurándose de que no atendían a su conversación–. ESGRIP es la organización. 
–¿Cómo lo sabes? –Selene estaba confundida.
–Lee esto. Aclarará todas tus dudas –le entregó un papel, el cual había sido doblado varias veces, no sin antes observar de nuevo a las jóvenes de la sala contigua por seguridad.
Selene no mostró inconveniente alguno en recogerlo y desdoblarlo hasta que se convirtió en un folio, escrito a ordenador y con una imagen impresa en la esquina superior izquierda del papel. Una fotografía de Lucy.
–Veamos. Blablabla. Blablabla. Esto no me interesa –se detuvo un instante al llegar a la primera linea del segundo párrafo–. Unión a la empresa por voluntad propia. Trabajadora mas antigua de la organización ESGRIP y única mujer perteneciente a los seis directivos. Arriesgada y valiente, hará lo que sea por el beneficio de nuestra empresa. Directora del proyecto Oráculo. Se le concede carta blanca para trabajar con el sujeto Maya a su antojo –detuvo su lectura en este punto.
–El dispositivo de control era un truco –dijo Lith.
–¿Porque no nos lo dijiste antes? –se enfureció Nika. Selene y Lith le observaron con expresión de asombro.
–¿Delante de Lucy? ¿Estás loca? Si sospecha de nosotros, se acabó. Ella se larga y nosotros nos quedamos en este cementerio. Pensadlo un poco. Seguro que el ferrocarril necesita algo especial para activarse. Actuemos como si no supiésemos nada, y cuando haya preparado el vehículo, hacemos lo que tengamos que hacer con ella. Somos muchos, y solo es una. No nos costará nada.
–No se si será así, M.A. Probablemente no nos habría llevado hasta ese andén. Tu plan hace demasiadas aguas. Y aun que estuvieras seguro, deberías habérnoslo contado antes. ¿Y si ha enviado a Puma y Nait a una trampa mortal? 
–Sí, lo se, pero no debía arriesgarme –quiso exculparse M.A.

–Sois todos unos cabrones –insultó Dyssidia–. Todos habéis experimentado con mi hermana.
–Ya me he cansado. Esta discusión se ha acabado –concluyó Lucy–. Maya tiene una única posibilidad prácticamente inexistente –explicaba dirigiéndose a la entrada de la enfermería y pulsando varios botones del panel.  
–¿Qué haces? –se exaltó Dyssidia.
La puerta se cerró. Los puñetazos en su fisonomía procedentes de sus compañeros fueron inminentes, los cuales eran acompañados por ordenes que Lucy ignoraba, y algún que otro insulto.
–Cuando digo que es inexistente, Dyssidia –comenzó a hablarle dirigiéndose nuevamente hacía ella–, me refiero a que vas a entregarme a Maya si no quieres que te vuele los sesos –amenazó desenfundando su arma y encañonandola a la cabeza.
–Ábrenos –bramaba M.A. desde el interior de la enfermería, a la vez que propinaba patadas a la puerta, completamente inservibles, como era de esperarse.
–Cerrad la boca ahí dentro –chilló Lucy.
–Lo sabía. Sabía perfectamente que no eras de fiar. ¿Veis? Os lo dije –vociferó Dyssidia en dirección a la puerta de la enfermería–. ¿Sigo siendo una paranoica?
–No quiero oírte, así que cállate –ordenó Lucy–. Entregame a Maya de una maldita vez.
–Que te jodan –la insultó Dyssidia–. Mátame si quieres, pero será con mi hermana entre mis brazos –se impuso.
–No lo creo.
Dos proyectiles de 9 mm se incrustaron limpiamente en la rodilla derecha de Dyssidia. Gimió de dolor y se vio obligada a soltar a Maya, quien rodó unos centímetros y se desplazó unos centímetros a las derecha de Lucy. Dyssidia era incapaz de hacer nada excepto caer, y apoyarse en ambas rodillas para no acabar desplomándose completamente. El disparo le había provocado una hemorragia, y comenzó a desangrarse. 
–¡Dyssidia! –se escuchó desde el interior de la enfermería.
–Te crees muy dura Dyssidia, pero no eres ni la mitad de lo que aparentas – Lucy apoyó su arma en la frente de Dyssidia–. Deberías haber pensado antes en la consecuencias en que podían desembocar tus actos. No he sido yo quien ha convertido a Maya en un monstruo. Has sido tú. Ella no se merece una hermana tan despreciable. No te preocupes. La cuidaremos muy bien.
Apretó el gatillo. No apareció proyectil alguno. Dyssidia sonrió. Lucy enmudeció. 
–Un consejo, Lucy. La próxima vez que me quieras matar, asegurate de que tienes balas en el cargador antes de aburrirme con un discurso.
Lucy, enfurecida, la golpeó en la mejilla con la culata del arma, provocando que el dolor del moratón regresase. 
–Mierda, juraría que le quedaba munición –maldijo Lucy rastreando sus pantalones en busca de cartuchos. Acabó encontrando siete, que comenzó a introducir en el cargador 
Dyssidia aspiró unas cuantas bocanadas de aire para recuperarse, aunque fuese solo un poco, y se lanzó hacía Lucy, a quien pilló desprevenida, pues se encontraba recargando el arma. Presionó su muñeca, y el cargador se desprendió de su mano, esparciendo proyectiles por la habitación. Apoyo su antebrazo en la garganta de Lucy y apretó como pudo con el fin de impedir el paso de oxígeno a los pulmones, pero ésta se evadió retorciéndolo sin llegar a romperlo y propinándole una potente patada en su estómago, que la hizo caer boca abajo.
–¿Dónde están los cartuchos? –Lucy era incapaz de encontrarlos entre tanta oscuridad.
A Dyssidia no le quedaban fuerzas para levantarse. La herida en la rodilla, acompañada por el golpe en su estomago, le provocaban  un dolor insoportable, y la hemorragia, lejos de detenerse, expulsaba cada vez mas sangre, que se extendía por su prenda inferior.

–¿Qué ha pasado aquí? –Lucy, quien palpaba las baldosas en busca de su munición, se paralizó ante aquellas repentinas palabras. Puma se acercó rápidamente a Dyssidia y comprobó el estado de su herida. 
–Lucy, ¿que...? –comenzó a hablar Nait
–Los científicos nos atacaron –mintió–. También encerraron al resto en la enfermería –explicó señalando la puerta cerrada–. Conseguí disuadirles sobornandoles con llaves que necesitaban.
–No. No. No. –repetía Dyssidia
–¿Que ocurre? –preguntó Puma.
–Está delirando por la pérdida de sangre. Voy a abrir de nuevo la enfermería –Lucy tomo entre sus brazos a Maya –. Menos mal que no la despertaron. 
–Puma. Puma. Puma. –gritaba M.A. aporreando continuamente la puerta–. Puma, es ella. Es Lucy. Es directiva de la organización. Quiere a Maya. Atrápala.
Lucy no malgastó ni un solo segundo en huir por el pasillo velozmente cuando M.A. pronunció estas palabras. 
–Nait, cuida de Dyssidia –le pidió Puma antes de comenzar a perseguirla, acelerando su velocidad en vez de mantener un ritmo para que no se escapase. 

Nait la puso en pie y la trasladó hasta la entrada de la enfermería con sumo cuidado. El mas mínimo impacto podía provocarle una mayor pérdida de sangre.
–Os abro –dijo tras examinar unos segundos los números del panel. 
–¿Sabes la contraseña? –preguntó Dyssidia sorprendida.
–Matemáticas poco ¿no? Es una simple secuencia de Fibonacci –explicó Nait pulsando los dos dígitos correspondientes. La puerta se abrió. 
–Vamos, vamos, tenemos que parar a Lucy antes de que se lleve el ferrocarril –apareció M.A. alterado. 
–Espera un momento, M.A. Necesito curar a Dyssidia, y Silver no va a despertarse por el momento. No podemos desplazarles hasta el andén en este estado.
–Pues espera aquí entonces –resolvió el problema antes de salir a la carrera en busca de Puma y Lucy. 
–Espera, M.A. –intentó detenerle Selene sin resultado alguno. 
–Selene, recuerda lo que nos dijo Lucy. No nos debe quedar demasiado tiempo para que las compuertas se cierren –recordó Lith–. ¿Tienes las tarjetas, Nait?
–No, se las ha llevado Puma. También la vacuna –contó entristecido. 
–Oh, mierda. Muy bien. Muy bien. Vayámonos de aquí –aceptó finalmente Selene–. Cogeré el material necesario para tratar esa herida de bala. Necesitaré que alguien cargue junto a mi con Silver, y creo que a Dyssidia le vendría bien algo de ayuda para caminar.
–Yo me encargo. 
–Gracias, Nika –se lo agradeció Dyssidia. 
Selene regresó al interior de la enfermería y recogió un bisturí desinfectado, unas pinzas, un bote de desinfectante y un par de vendas. 
–Lo tengo –informó Selene–. Andando. 

Lucy introdujo una tarjeta de color rojo en un panel de control. La compuerta a su lado se abrió justo después de que un proyectil pasará justó a su lado, casi rozándola. 
–Demonios. Hoy mi puntería no es muy fina –gruñó Puma–. 
La carrera no había resultado sencilla. La condenada era mas rápida de lo esperado. Le había sido incapaz alcanzarla. De seis cartuchos de 9 mm que todavía conservaba, había utilizado tres, y sólo uno de ellos consiguió penetrar en su brazo, lo cual no hizo que menguara su velocidad en demasía, ni siquiera la hizo sangrar. 
Puma la siguió de nuevo, pero ya no hacía falta perseguirla mas por los interminables pasillos del laboratorio. Tras cruzar la compuerta recién desbloqueada se encontró con el andén y el imponente ferrocarril al que Lucy estaba a punto de acceder.
–¡No! ¡No! ¡No! –chillaba Puma corriendo hacía el vehículo. Lucy entró y presionó un pequeño botón rojo que hizo que los tres accesos al interior del ferrocarril se cerraran. Disparó a su cabeza, pero el cristal de la puerta hizo rebotar el proyectil. Lo hizo de nuevo, y volvió a pasar.
–Te recomiendo que dejes de malgastar tu munición –le sugirió Lucy–. Han sido blindados por ESGRIP. Ni un lanzacohetes conseguiría atravesarlos –aclaró tumbando a Maya en varios de los asientos y volviendo a utilizar el aparato en su cuello. 
–Mierda –blasfemó golpeando un cristal del ferrocarril con su puño–. Deberíamos haber escuchado a Dyssidia. Ella tenía razón. 
–Pero no la escuchasteis. 
Lucy cambio al vagón del conductor. El ferrocarril emitió el sonido característico de un motor al arrancar. Regresó, y comenzó a hablar con Maya mientras acariciaba su frente.
–No te preocupes. Este cacharro solo tardará diez minutos en prepararse. Y cuando estés con nosotros, el presidente por fin me ascenderá. Esto será una muestra de lealtad hacía ESGRIP
–Olvidate de ese ascenso. –M.A. había llegado y caminaba imponente en dirección al ferrocarril armado con una escopeta–. ESGRIP no podrá hacer uso de ti porque te estarán comiendo los gusanos. 
–¿Qué es ESGRIP? –Puma estaba confundido. 
–La organización. Apártate –M.A. sostuvo con fuerza la escopeta hacía uno de los cristales y abrió fuego con la intención de hacerlos añicos. Cinco disparos. Cinco cartuchos que rebotaron, al igual que los proyectiles de Puma. 
–Pero que...
–Los cristales están blindados. Deberías habérmelo consultado antes de desperdiciar la munición –le gruño Puma–. Por cierto ¿de donde la sacaste? 
–Se la quité a un guardia de seguridad muerto –aclaró M.A.
–Chicos –Lith, Nika y Nait aparecieron cargando a Silver– ¿la atrapasteis? –preguntó Lith.
–Creo que no –se burló Lucy. 
–Hija de... –M.A. amenazaba al cristal con la culata de la escopeta–.
–Para. No seas estúpido. Así no conseguirás nada –le detuvo Puma. M.A. aceptó a regañadientes. 
–Puma, ¿tienes la vacuna? –preguntó Nika angustiada.
–Sí. Lo siento, tuve que ir tras esta víbora y no me percate –se excusó, entregándole un pequeño frasco que guardaba en su pantalón, el cual contenía un líquido grisáceo en su interior.

Lith recostó a Silver en el muro mas cercano. Su propia respiración parecía hacerle daño. Estaba acabado. 
–Dios, espero que Selene no tarde mucho en llegar –deseó Lith. 
–¿Dónde está? –preguntó M.A.
–Llegó el momento en que Dyssidia era incapaz de desplazarse, incluso con la ayuda de Nika. Selene accedió a curarla allí, en mitad del pasillo, y seguirnos después.
Se encontraba Lith compartiendo información cuando un extraño ruido les alertó de que la compuerta se estaba cerrando. 
–Concluyeron los veinte minutos –dijo M.A.
–Hey, ¿estáis ahí? –se escuchó al otro lado de la compuerta–. Esto se ha cerrado. Oh no, los veinte minutos –notó de repente la voz anónima. 

Los párpados de Maya se abrieron sin previo aviso, y lo primero con que se encontraron fue con el rostro de Lucy, quien para su sorpresa, no se lo esperaba, después de haber utilizado el aparato. 
–M.A. –le susurró Puma–. Maya está despierta. 
–Tranquilo, no va a salir de ahí con este cristal. Igual incluso... Dios, estás pálido –se preocupo M.A. 
–Tú no la has visto en acción –aclaró Puma. 
La expresión de Maya era la de alguien completamente desorientado, aunque eso no impidió que agarrase a Lucy del cuello con furia animal y la estampase contra el cristal mas paralelo a su cuerpo, que se resquebrajó por el brutal impacto. Lucy rebuscó entre sus ropas buscando el aparato de tecnología moderna para defenderse. Maya interrumpió la búsqueda al levantarla estirando de su cabello, para lo que se apoyó en su pierna, que se partió de un chasquido como si fuese una frágil rama. Acto seguido, le propinó un puñetazo en el costado que arrancó el pedazo de carne del resto del cuerpo, literalmente, llevándose parte de sus órganos. El alarido se extendió por todo el andén. Seguidamente, la sostuvo de la oreja y atravesó con su brazo la zona izquierda del pecho, reventando su corazón. 
Lucy dejó de gritar.

–Madre mía. Es... es... –M.A. no era capaz de encontrar el término adecuado.
–Un monstruo –le ayudó Puma. 
Maya lanzó de nuevo el cuerpo de Lucy, ya cadáver, hacía la ventana dañada, que, gracias a la potencia del lanzamiento, se rompió completamente y destrozó el cráneo de la directiva al impactar con la superficie del andén. Todos se alejaron de ella en un acto reflejo común.
–Púdrete en el infierno –Nika le asestó un certero puntapié en el globo ocular, antes de dedicarse a registrarla.
–¿Qué estás haciendo? –preguntó M.A.–.
–¿Que crees que hago? ¿Meterle mano? Estoy buscando la tarjeta roja.
Nika la encontró con rapidez, y velozmente, la introdujo en el panel de control. La compuerta se abrió, y la joven abrazo a Dyssidia en cuanto la vio.
–¿Cómo te encuentras?
–Está bien. De las pocas personas que no se han quejado de una extracción de bala sin anestesia ni sedante –sonrió Selene–. Sí, se me olvidó. Tengo muy mala memoria. 
–Selene –Nika le entregó la vacuna–. Date prisa con Silver.
–No tienes que repetírmelo dos veces –asintió Selene marchando hacía Silver, vacuna en mano. 

–¿Que pasa con Maya? –M.A. miró hacía el interior del ferrocarril. Maya se había quedado completamente paralizada.
El hecho de escuchar su propio nombre hizo que se reavivara. De dos zancadas y un tremendo salto se colocó frente a los horrorizados rostros de sus compañeros. Su mirada no desprendía buenas intenciones, precisamente.
–Selene, cura a Silver de una vez –le ordenó M.A.
Ella examinaba el contenido del frasco con cautela.
M.A. recargó la escopeta, y apuntó a Maya. Esquivo el disparo con una facilidad increíble, y le hizo volar por los aires cuando clavo sus dos suelas en el pecho del rubio. Puma la atacó con un puñetazo, el cual evitó con una magistral llave que le introdujo en el tren, donde colisionó con los asientos. Lith no se atrevió a atacar. Dyssidia no poseía el permiso de su conciencia para enfrentarse a ella, y por tanto, tampoco Nika. Selene se estaba encargando de Silver.
Maya eligió nueva víctima, y mas ágil que nunca, apareció junto a ella en cuestión de segundos. Selene no se esperaba que la elevasen repentinamente, y mucho menos sosteniéndola  por la parte posterior de su cuello, con intención de ahogarla. Silver aún no estaba curado. Ella todavía portaba la vacuna entre sus dedos, y se le escurría. Nika, ignorando a Dyssidia, quiso ayudar a Selene, pero Maya se la quitó encima de un ligero empujón. Nait disparó tres proyectiles. Solo uno de ellos dio en el blanco, pero no le hizo ni el mas mínimo daño. 
–Dyssidia, necesitamos tu ayuda –rogó Nait–. Por favor, ella es tu hermana. Tienes que hacer algo. 
Dyssidia recordó lo que la mala nécora de Lucy le había narrado. Con todas las mentiras que había dicho, era imposible saber con seguridad si lo relatado era cierto, pero no le quedaba opción. Utilizó aquella esta estrategia.
–Maya –gritó con la intención de llamar su atención–. Mira a Silver. Mirale. 

Silver había logrado ponerse en pie con las últimas fuerzas que le quedaban, un acto increíble teniendo en cuenta que casi no podía respirar. Maya le observó, y apretó todavía mas a Selene
–Vamos, Maya. Tienes que conseguir recordar. Observale atentamente. Se está muriendo. Tienes que hacerlo. 
Selene se desplomó al ser soltada, y la vacuna se le escapó, rodando hasta acabar en el interior del tren. 
–S...s....s... Silver
–Maya. Has vuelto. 
No obstante, a Maya le dolía la cabeza y continuaba algo confusa. Esperaba no volver a convertirse en un animal ahora que había conseguido volver. Se abrazaron con ternura. Maya se inclinó para besarle, pero éste la detuvo.
–Estoy infectado. Espera al menos a que me inoculen la vacuna. No quiero arriesgarme.
–Yo... lo siento.  
La situación fue interrumpida por Puma, que había visitado el vagón del conductor, y volvía con noticias. 
Entrad, deprisa –se le veía alterado. Las puertas se cierran.
      
Lo preocupante no fue el tiempo de tardanza del grupo en acceder al interior del vehículo, que fue minúsculo, sino lo que Maya y Silver tardaban. Él se tambaleaba y ella le ayudaba. Habían negado cualquier otra ayuda por parte del resto. Pero no tenían tiempo. A unos pocos metros de la entrada, la puerta comenzó a cerrarse. Silver empujó a Maya con el último aliento en el cuerpo, derribandose a sí mismo, mas logrando que accediese. 
Ella no se rindió. Coloco sus manos entre la pequeña rendija de la puerta, y empujo hacía los lados. Consiguió abrirla, y estiro el brazo ofreciendo su ayuda a Silver. Éste lo sujeto debilmente, y con una mueca de afirmación, estiró de él hacía el interior del tren con fuerza bruta. A Silver le dolía mil horrores, pero en su estado era normal. Sus compañeros le advertían de que le hacía daño. Rogaban que lo soltara. 
Y no fue hasta que Selene recordó a Maya que había destrozado una ventana, y que podían introducirle por allí, no pensó en soltarle. Para entonces, ya era demasiado tarde. La sobrefuerza producida por Maya había provocado que los músculos que unían el brazo con el  costado se despegasen entre sí. En otras palabras, su brazo había sido brutalmente mutilado, miembro que soltó con gesto repugnante y a la vez cariñoso antes de que el paso se bloquease con una puerta que impedia entrada y salida. Desde la ventana rota, Nika podía observar como Silver chorreaba sangre a borbotones. Era imposible salvarle. Por la gesticulación, no debió haber sufrido demasiado, probablemente porque la infección reducía su dolor. Despues de unos cuantos movimientos, se tranquilizó. Ya no se movía.
Estaba muerto. Maya rompió a llorar entre insonoros “No”, y tanto su hermana Dyssidia como Selene se preocuparon por consolarla.
–Hey, ¿donde se ha metido Silver? –preguntó Lith confuso–. Hace un momento estaba ahí.
–El virús –susurró M.A. Se encontraba absorto en esta distracción cuando accidentalmente, rompió el frasco con la vacuna, que nadie se había molestado en recoger, de un pisotón. Los demás le miraron con expresión amenazante.
–No importa –le tranquilizó Selene–. Ya no la necesitamos –dijo acariciando a Maya. 
–Chicos, el ferrocarril funciona con un control automático –informó Puma–. Partimos ya. 
–Ahhhhhh, socorro –se escuchó desde la ventana rota. 
Silver, zombificado, había agarrado a Nika, e intentaba morderla mientras la forzaba a abandonar el ferrocarril y salir al andén. El vehículo se puso en marcha. 
–¡NOOOOOOO! –vociferó Dyssidia corriendo hacía ella con el arma en su mano. M.A. se encontraba a su lado, pero sin embargo, no disparó. Había intentado soltar a Nika de los brazos de Silver, y en una de las patadas involuntarias de la jóven, había provocado que su arma se cayese, por lo que no pudo ayudar. El ferrocarril se marchó del andén a toda velocidad mientras Dyssidia observaba impotente como el zombi se llevaba tras de sí a su amor. Desde la lejanía, todavía podía contemplarse a aquel ser ininteligente, quien había sido su amigo, devorando a su presa.
–Todo es mi culpa –susurró Maya.

–¿Que tal todo por aquí, Puma? –preguntó M.A., accediendo al vagón principal, en donde se encontraba. Ya había transcurrido una hora de viaje, y durante ese periodo de tiempo, lo único que se había percibido en el ambiente era un infinito malestar.
–Todo controlado. Dentro de poco volveremos a la normalidad. ¿Quieres un cigarro? He encontrado algunos –le ofreció Puma
–No, muchas gracias. Creo que con algo de la comida almacenada en ese mini refrigerador he quedado mas que satisfecho.
–¿Cómo está la gente por ahí atrás? 
–Acabamos de perder a dos personas mas. No es que estén tremendamente felices. Dyssidia me culpa por no haber sido capaz de salvar a Nika. Hemos tenido una bronca tremendamente fuerte. Debe odiarme
–Venga, ya sabes como es Dyssidia. No puede culparte por intentar ayudar. Es simplemente, su dolor es demasiado fuerte ahora mismo. Lo superará –le animó Puma. 
–Eso espero.
–¿No te hace ilusión dejar atrás toda esa mierda, y volver a la vida normal? 
–No sabemos como será fuera de nuestra ciudad. Tal vez haya mas zonas infectadas, o el mundo entero se haya ido al cuerno, o quien sabe, algo mucho peor.
–Estás exagerando –se negó Puma.
–Puede –dijo disponiéndose a volver al vagón restante con el resto de sus compañeros–. Pero estoy completamente seguro de que ésto no es el final.  

#Naitsirc

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