Big Red Mouse Pointer

miércoles, 12 de marzo de 2014

NH2: Capítulo 026 - Después de la catástrofe

Aquel logotipo provocó, por alguna extraña razón, unas fuertes punzadas en la cabeza de Maya. Esta, aún incapaz de reaccionar, se llevó de manera inconsciente una mano a la sien, con una mueca de dolor. M.A., tan aturdido como estaba, no se percató de aquel pequeño gesto; aunque, en una situación normal, aquello no le habría pasado inadvertido. Sin embargo, en ese momento, todo era distinto. Ninguno de los dos pudo expresar con claridad la angustia que había empezado a adueñarse de ellos. Era como si, después de creer haber despertado de una terrible pesadilla, te dieras cuenta de que aún seguías sumergido en ella.

La respiración de Maya se hizo más pesada y su pulso empezó a aumentar de manera considerable. Siendo consciente de que podría desmayarse de un momento a otro, retrocedió un par de pasos y, apoyándose sobre una pared de aquel rellano, se dejó caer. Notaba cómo comenzaba a fluir, con un pulso acelerado, la sangre por todo su cuerpo. A su alrededor, todo pareció nublarse, volverse lejano, distante. Pero, su mirada seguía fija en aquel logotipo. Aquel infernal logotipo, que le provocaba sentimientos encontrados. Por un instante, cuando empezó a sentir un fuerte tirón en la boca del estómago, creyó recordar haber vivido una situación parecida.
  

—Maya... –la voz del chico devolvió a la aludida a la realidad, haciendo que aquello que se estaba apoderando de ella, se disipase– Creo que deberíamos movernos.
—Sí...


Aquel chico rubio y desgarbado, pese a que se encontraba en el mismo estado de miedo e incredulidad que su compañera, había podido percatarse de un continuo siseo y de una serie de golpes que provenían de la planta baja de aquel local. Con actitud seria había separado los ojos de aquella puerta y había dirigido la vista hacia donde estaba Maya. Esta, por el contrario, no era capaz de despegar la mirada. Pero, él no pudo ni preguntarle ni preguntarse el porqué. Estaba en otras cosas.

La voz insegura de M.A. devolvió a la realidad a Maya, que habiendo percibido el inusual tono de voz de este, separó sus enormes y curiosos ojos verdes de aquel imán que suponía para ella la puerta que tenían frente a ellos. Asintió débilmente a su compañero y, con movimientos inestables, logró ponerse en pie.


—Vamos.


Pese a la determinación del chico, este fue incapaz de moverse del sitio. Su mirada, entonces, se clavaba en algún punto lejano, seguramente dirigida hacia ninguna parte. Maya, percatándose de ello, se agachó, recogió la bolsa y, colocando una mano sobre su hombro, lo instó a moverse. Su paso era poco firme y su mano, cuanto menos, temblorosa. Tal vez fue eso lo que hizo que aquel rubio reaccionara.


—Sí. –repitió.


Mientras bajaban la escalera lentamente, con la sensación de quien está reviviendo un sueño, los ruidos del exterior se hicieron más reales de lo que ya eran. Unos continuos e irregulares golpes resonaban por la única sala que componía la planta baja. Un siniestro siseo proveniente del exterior, el travieso sonido del viento colándose entre las rendijas de las ventanas y  el crujido de las tablas de madera de la escalera, hacían de aquel sitio, el lugar ideal para el perfecto escenario de una película de miedo. Lo que lo hacía más terrorífico era que, a diferencia de las películas o incluso los libros, aquello era real. Demasiado real. Y eso, era un serio problema.

La tenue luz de la polvorienta habitación no era suficiente para poder ver nada a aquellas alturas de la noche. Sin embargo, la luna, como si fuera una fiel aliada, les permitió moverse sin apenas dificultad. A escasos metros de la puerta de salida, de aquel mugriento y dejado lugar, se detuvieron. M.A. echó una vista rápida e inquieta a los alrededores de la sala. La barra del bar cubierta de telarañas, las solitarias mesas, los tristes menús... Aquel lugar no le transmitía confianza alguna. Hizo ademán de acercarse a la ventana más próxima a la puerta. Pero, la mano temblorosa de Maya lo detuvo. A pesar de no haber podido darse cuenta antes del frágil estado de su compañera, aquel miedo era demasiado palpable -incluso para él en ese momento-. Miró a la ventana y luego otra vez hacia ella.


—Espera un segundo, no te muevas. –susurró de manera casi imperceptible. Se separó de la chica castaña y, al instante, se volvió a girar–. Solo voy a comprobar que...


No hizo falta más. La castaña asintió. Agarró con ambas manos la bolsa y dejó al chico hacer. Si no se sintiera tan cansada, si se hubiera sentido algo más en forma, tal vez habría discutido o rebatido su decisión. Probablemente. Pero, el mazazo que había supuesto ver el simple logotipo de aquella puerta aún pesaba sobre ella. Por lo que, lo dejó hacer. Sin embargo, no pudo evitar el mirar con preocupación el lugar en el que, antes, M.A. había tenido un brazo.

El rubio sostuvo la pequeña pistola con fuerza, mientras avanzaba hacia la ventana de la derecha de la puerta. Había descartado la escopeta, por temor a no ser capaz de controlarla con precisión con un solo brazo. No sabía si estaría preparado en el caso de que se viera obligado a usarla. Además, aunque pareciera extraño, prefería las armas más pequeñas. Eran más manejables. Aunque, tal vez, si hubiera tenido su brazo, no pensaría igual. No podía afirmarlo con certeza. Movió la cabeza con violencia. Debía centrarse.

M.A. siguió avanzando, con el arma a punto, por si acaso. Apenas un par de metros y medio lo separaban ya de la ventana. Cuanto más se acercaba, más era consciente de aquel aterrador siseo y de un extraño ruido tras la puerta. Aún así, siguió hacia delante. La seguridad de que, por lo menos por un momento, estaban seguros, le transmitió algo de confianza. Al entrar se habían asegurado de cerrar todo el local y habían descubierto que, para su sorpresa, aquel lugar de mala muerte contaba con buena seguridad. Por lo menos, comparada con no haber tenido ninguna, estaba bastante bien. Pero, pese a ello, el miedo no desapareció. Daba igual cuánto tiempo hubiera pasado desde que aquella pesadilla comenzó, el miedo no desaparecía. A sus espaldas podía escuchar la respiración entrecortada de Maya. Aunque, sin ir más lejos, era consciente de que él tampoco respiraba con normalidad.

Lentamente, y con cautela, se colocó a la vera de la ventana. Tenía un nudo en la garganta y la frente perlada de sudor. Apretó con fuerza los dientes y echó una mirada hacia el exterior, por entre las tablas de madera que había puestas en las ventanas, como una supuesta medida de “protección”. Al principio no fue capaz ver nada; pero, tras unos pocos segundos, pudo distinguir unas formas putrefactas y viscosas alrededor del recinto. De manera inconsciente, torció el gesto, asqueado, al percibir levemente el hedor que desprendían. Una masa grisácea, compuesta por lo que antes podrían haber sido algunos roedores de campo, se extendía alrededor de aquel bar de poca monta. Aquellas deformes criaturas -¡sabe Dios qué eran con exactitud!- se movían como emisarios de la muerte entre espasmos, retorciendo sus diminutas extremidades y emitiendo desagradables chillidos.

M.A. sintió la necesidad de alejarse, de huir. Ya había sido suficiente. Pero, un extraño sonido en la puerta le obligó a permanecer en aquella postura unos instantes más. Las monstruosas criaturas se arremolinaban en algún punto de la puerta del local. “Sospechoso” se dijo. Fijó la vista con más atención, entrecerrando los ojos. Y, al darse cuenta de lo que pretendían, palideció. Dio un paso atrás. Aquellos bichos eran lo suficientemente estúpidos como para no intentar entrar por las ventanas, pero lo bastante inteligentes como para agruparse e intentar echar la puerta abajo comiéndosela –literalmente-.

Maya ante aquel gesto de su compañero se sintió aún más nerviosa. Si eso era posible. Pensó en acercarse a él, pero la mirada asustada que el chico le dirigió, le hizo pensárselo mejor. M.A., aún incapaz de terminar de creérselo, volvió a donde estaba ella.


—Tenemos que subir –se limitó a decir. Maya lo miró sin terminar de comprender. Arriba no había nada, salvo... Palideció–. Sí.


La puerta no duraría mucho. Debían apresurarse. El chico empujó amablemente la espalda de Maya, animándola a subir de nuevo aquellas escaleras. Y ese  gesto le transmitió la confianza suficiente. Ambos subieron con paso rápido. La puerta ya se resentía.

—Bien, ahora habrá que abrir esto.
—Déjamelo a mí.

Maya le dejó la bolsa al rubio y se acercó a la puerta de la cámara blindada, presidida por aquel logotipo del terror. Tenía que hacer algo, necesitaba moverse, concentrarse en algo. “Vamos allá”. Ahora era su turno. Inspeccionó nerviosamente la superficie de aquella puerta, en busca de algo, de algún posible mecanismo que pudiera abrirla. Se paró unos instantes, y la volvió a mirar, con más detenimiento. Aquello bastó para que M.A. se acercase a ella y le pidiera que lo intentara. Ella negó con la cabeza. Tenía que hacerlo ella. Sin un brazo dudaba que él lo consiguiera a tiempo. Momentáneamente dirigió la vista a la planta inferior, insegura.

El rubio dejó escapar un largo suspiro. Imitó el gesto de su compañera, y echó una mirada a la puerta de la entrada del local. Ya se escuchaba cómo crujía y se resentía. Estaba a punto de ceder. Apuntó el arma hacia allí, en tensión. Esperaba no tener que usarla, porque si se rompiera la puerta, nada podría salvarlos.

Maya consiguió encontrar, por fin, una pequeña manivela camuflada en el marco de la cámara blindada. No se lo pensó dos veces, tiró de ella con todas sus fuerzas.

“¡CLICK!”

En la puerta de la planta baja se abrió una minúscula apertura. El olor a muerte empezó a invadirlo todo.

El rubio miró de reojo a Maya, mientras esta embestía aquella maldita puerta, desesperada. Las inmundas criaturas estaban a punto de echar la puerta abajo. No tenían muchas posibilidades. Había que abrir esa cámara; de lo contrario, una triste pistola y una escopeta, no servirían de nada para frenar aquella grisácea masa sin vida, sedienta de sangre. “Este no va a ser nuestro final, aún tengo que encontrar a mi hermana” se dijo. Además, no podía fallarle a Maya. No después de todos aquello.


—Maya, si quieres...
—N-no –le costaba hablar–, encárgate de ellos... Yo p-puedo. Ya casi está...


El chico no pudo sino asentir. Quería ayudarla, estaba hecha polvo. No podía soportar verla así. Pero, no podía hacer nada. Sabía perfectamente que, de los dos, ella sería más capaz de abrir la puerta. Además, alguien tenía que vigilar. Apretó los dientes con furia y dirigió una mirada furibunda a la planta baja.

Maya siguió empujando. Aquella puerta ya empezaba a moverse. Llevaba muchos años sin haberse usado, y se resentía a que después de tanto tuviera que volver a moverse. La chica cerró los ojos y volvió a hacer presión sobre la dura superficie de esta. “Vamos...” Solo un poco más, y serían capaces de pasar por el hueco que estaba abriendo.


—V-vamos...


Por fin, Maya pudo abrir un espacio lo suficiente grande como para que pasara incluso M.A. Pero, justo en ese momento, la puerta cedió. Y todo fue demasiado rápido. 


***

«—Eriel…
—Puma… –la sangre fluía por la herida que había abierta en su estómago.
 —Eriel, por favor, no te vayas –la chica sonrió, no sin cierto esfuerzo, cogió su mano y se la llevó a su mejilla.
—Estas tibio…
—Eriel, por favor… –Se le hizo un nudo en la garganta. A la chica la vida se le escapaba de las manos.
—Yo... m-me alegro de harte conocido –le dedicó una última sonrisa–, Puma… T-te quiero…»
[//b]


Puma abrió los ojos. Hacía mucho que no revivía aquella escena. Había pasado ya bastante tiempo. Se incorporó en el sillón en el que había decidido echarse una cabezadita y dejó escapar un casi inaudible suspiro. Por mucho tiempo que pasara, aquello no desaparecería por completo.

Con un largo bostezo se acarició la perilla mientras se ponía en pie. “Bien”. Desde lo ocurrido aquel día, se había prometido no volver a permitir que las personas que le importaban sufrieran lo más mínimo. Ahora, tenía que proteger a Florr. No iba a tolerar que le volvieran a poner la mano encima. No perdonaría a quien se atreviera. Apretó los dientes con furia y cerró los puños violentamente. No, no volvería a repetirse un episodio como el anterior en el hotel Sozza.

Estaba tremendamente cansado, apenas sí había podido descansar. Cuando Selene le había dicho aquello, había sido incapaz de dormir como era debido. Si la chica se encontraba de aquella manera, era en parte por su culpa. ¿Cómo podría haber descansado cómo si tal cosa? Se apoyó en el escritorio que había en una esquina de la habitación, y miró con intensidad el mapa que había estado estudiando hacía un rato. El cansancio acumulado le empezaba a pasar factura, pero no podía permitirse el lujo de ponerse cómodo a reponer fuerzas. No, aún no. Tenía que resolver un par de cosas antes.

A su espalda alguien carraspeó. No hizo falta que se girase para que supiera que quien acababa de llegar no era otra que Eva.


—¿Y bien?


El pelinegro le hizo unas señas a la recién llegada, para que se acercase a la mesa en la que se había apoyado.


—Aquí –señaló un punto en el viejo mapa que había extendido sobre la mesa. Eva lo miró con curiosidad–. Tenemos que darnos prisa.
—¿Tan urgente es? –inquirió, frunciendo el entrecejo.
—Sí.


Hacía menos de una hora que Puma se había reunido con Eva, y le había puesto al corriente de la situación. Le había contado sobre el precario estado de Selene, y le había contado también lo que había hablado la noche anterior con el doctor Payne. Ella se lo había tomado bastante bien, y había sabido comprenderlo.

Los dos permanecieron en silencio, observando aquel punto perdido con gran intensidad. Eva, con gesto dolorido, se sentó en el borde de la mesa dejando escapar un lastimero jadeo.


—¿Crees que podrás? –preguntó preocupado.
—Cómo no iba poder –dijo con una forzada media sonrisa–. Además te recuerdo que tú no es que estés mucho mejor.


Ante aquel comentario ambos no pudieron evitar echarse a reír. Pero aquellas risas no eran ni mucho menos de alegría. ¿Cuándo habría sido la última vez que habían podido reír de manera despreocupada? Ambos suspiraron pesadamente.


—Estamos para el arrastre, eh... –pensó Puma en voz alta, con la mirada fija en aquel punto perdido en el mapa.



«—¿Puedo confiar en tu palabra?
—Si no es en mí, ¿en la de quién? Además, soy el único que puede ayudarte en estos momentos –dijo el doctor Payne con mirada grave.


Sin embargo, Puma no estaba muy convencido de que aquello fuese a funcionar. El problema era que no le quedaba otra opción. Si quería conseguir algo tenía que seguir las instrucciones que le había dado. Miró con detenimiento el estropeado  plano que le mostraba. Comparó la distancia que separaba al hospital de aquel sitio.


—Una ambulancia sería la mejor opción entonces.
—Sí –asintió Payne–, de otra manera sería imposible.


Sí, porque el helicóptero no era la mejor opción. Entre otras cosas porque no podían estar desperdiciando combustible. Cogió el mapa, y le echó una última ojeada antes de guardárselo en el bolsillo trasero del pantalón. Volvió a mirar a aquel hombre a los ojos. Aún tenía una cosa pendiente. Tenía que asegurarse.


—En cuanto a lo de la chica...
—Déjelo en mis manos.


En cierta forma, se sentía responsable. No podía dejar a Selene a su suerte. A pesar de ser como era, aún le quedaban algunos principios. Selene no merecía aquello. Ninguno en realidad. Pero, sentía que debía intentar hacer algo al menos. No podía dejarlo correr, ni tampoco acabar con ella. Además, era un valioso miembro.


—Aunque, no puedo asegurarle nada. Es lo que le he dicho antes –contin
uó Payne–. Si lo lograra, simplemente retrasaría lo inevitable. El resto dependería de usted.»
***

[Mientras tanto, en otro lugar del hospital]

Nada. Ya nada importaba. A esas alturas todo parecía inútil, absurdo y carente de sentido alguno.

Cobijada por la oscuridad que aquella habitación le proporcionaba, apretó fuertemente las piernas contra su cuerpo con unos temblorosos brazos. Enterró la cara entre las rodillas y cerró los ojos de manera un tanto violenta. La cabeza empezó a darle vueltas y, por un segundo, creyó que se desmayaría.

A lo lejos, se escuchaban voces y pasos, unos más  rápidos, otros más lentos. Podía darse cuenta perfectamente de que, para muchos, el mundo parecía haber vuelto a la normalidad, o al menos a lo más cercano a lo que en aquellos tiempos se podía considerar normal. Pero, todo aquello sonaba demasiado lejano. A pesar de que aquel ir y venir estaba realmente cerca, todo resultaba demasiado lejano. Aquella falsa vuelta a la "normalidad" de qué servía. Qué importaba ya nada. Para qué seguir engañándose.

A lo lejos, resonó alguna carcajada despreocupada. Inconscientemente apretó con más fuerza sus piernas. Aquel vasto gesto provocó una punzada de dolor en el dolorido y malherido brazo. Aquel dolor, por alguna extraña razón, se sentía demasiado real. Pero, no aflojó la presión, tal vez para no concentrarse en nada, tal vez para sentirse parte de esa realidad, de esa cruel realidad. Ni ella lo sabía.

"Debería rendirme" pensaba. Porque, para qué seguir luchando. ¿Qué sentido tenía ya aquello? Aquel mundo loco hacía mucho que les había dado la espalda, que había abandonado toda lógica o sentido común. Eran ellos contra el mundo. Pero, ¿quiénes eran ellos contra tal gigante implacable? Además, a esas alturas, ese "ellos" probablemente representaría a una pequeña parte de lo que hace algún tiempo habría representado a la población mundial.

Por primera vez en mucho tiempo, pensó en lo que había sido de su vida antes de que la desolación y la desesperación inundaran el mundo. Le vinieron a la cabeza aquellos días alegres en compañía del "Fri-frick". Aquel grupo circense le había regalado algunos de los recuerdos más preciados que conservaba. Y, vagando entre aquellos coloridos días, pensó en su madre, Susaine. Su imagen se le hacía ya un tanto difusa, pero aún era capaz de recordar sus graciosas y elegantes acrobacias al trapecio. Recordaba, como si fuera un sueño, aquel día en el que le dijo que algún día sería como ella.

«—¿Como mamá? –había preguntado con una agradable sonrisa, mientras acariciaba la mejilla de la pequeña– No, tu siempre serás mi princesita -dijo mientras tocaba la punta de su nariz.
—¡¡¡No, no y no!!! –frunció el entrecejo y se cruzó de brazos, deshaciéndose de la tierna mano de su madre–. Yo quiero ser como mami, y volaaar por el cielo.


La pequeña niña había levantado los brazos y se había puesto a corretear alrededor de su madre; posiblemente con la intención de imitar a un pájaro, pero aquello más bien parecía un avión estropeado o un pato mareado. La mujer, que había estado agachada para poder hablar con su hija, se puso la mano en los labios e intentó disimular una sonrisa.


—¡Mírame mamiii!


Ante la ternura de su pequeña, la joven mujer no pudiendo soportarlo, se había levantado y había perseguido a una revoltosa niña que parecía que se iba a deshacer mientras corría.


—¡Te pillé! –ambas rieron– ¡Ahora mamá no te va a soltar!»



Sonrió con tristeza mientras las lágrimas corrían sin remedio por sus mejillas. Al poco de aquello, el "Fri-frick" se vistió de luto cuando, por un desafortunado accidente, Susaine había caído del trapecio con tan mala fortuna, que nada se pudo hacer por ella. Su padre, sumido en la más profunda tristeza, envió a su niña con su tía para que la presencia de esta y de sus dos primas, pudiera suplir el vacío que había dejado su madre.

Así, fue como las conoció. Dyssidia era un poco mayor que ella, pero Maya tenía casi su misma edad. Junto a ellas, fue cómo, después de la tragedia, volvió a sonreír. Pero aquello tampoco duró mucho. Desde el día en el que se despidió de sus primas, las cosas solo pudieron ir a peor. "Papá, mi amigo Cristian K'empo..." Parecía que todos la abandonaban. Y, entonces, estalló la desgracia. A partir de ese momento, las pérdidas se convirtieron en algo "normal".

Teniendo la cabeza entre las rodillas, el aire se había enrarecido. Pero, tampoco así cambió de postura. El brazo seguía doliéndole. Se limitó a hacer un esfuerzo en coger un poco de aire.

"Dyssidia..." ¿Dónde estaría? No había podido preguntárselo a Maya antes de que se fuera. "Maya..." Ellas eran lo único que le quedaba ya, y no sabía dónde podrían estar ninguna de las dos. Por lo menos, había podido ser capaz de estar con Maya, aunque no fuera por mucho. Haber visto que estaba bien, había sido un rayo de esperanza en medio de un mar de tinieblas. Le había devuelto las ganas de vivir, el sentido de su existencia. Pero, ahora, no estaba allí.

Escuchó de pronto un golpe seco en una de las habitaciones contiguas, probablemente de algo que se había caído. El ruido que provocó le recordó, irremediablemente, al sonido de un hacha cortando la carne. Con un rápido movimiento, se llevó las manos a los oídos, como intentando aplacar aquel sonido que se reproducía en su mente. De esta manera, con la cabeza aún entre las piernas, dejó escapar un leve gemido de angustia mientras unas lágrimas indiscretas seguían corrían por sus mejillas. "¡Basta, basta!" No podía borrar la imagen de Nait yaciendo en el suelo rodeado de un charco de sangre, de su propia sangre. "¡Para!".

De aquel grupo de desconocidos que pasaron a ser sus compañeros, Nait había sido el único con el que había podido sentirse a gusto, al único al que, por primera vez en mucho tiempo, había podido considerar amigo. Y, fue gracias a él que, cuando Maya se fue en busca de aquel rubio que se hacía llamar M.A., pudo seguir adelante. Pero, ahora, estaba sola. Sola de nuevo. Habían vuelto a dejarla atrás. Nait se había ido para siempre, y Maya, sabe Dios dónde estaría y si aún seguiría viva. Ya no le quedaba nada.

El chirrido de la puerta abriéndose hizo que aquella joven permaneciese alerta, pero tampoco cambió de postura. En aquella penumbra no era capaz de reconocer quién se acercaba a ella, pero sí pudo percatarse de que eran unos pasos inseguros. Inconsistentemente dejó escapar un suspiro, aliviada al darse cuenta de que esos pasos solo podían ser de una persona menuda; probablemente de una mujer. Fuera quien fuese podría defenderse de cualquier posible amenaza.


—¿Inma? –sí, definitivamente, aquella dulce voz solo podía ser de alguna joven.


La recién llegada se fue acercando lentamente hacia el bulto humano que había en una esquina de la habitación.


—¿Inma? –repitió. Tampoco esta vez obtuvo respuesta alguna. Siguió avanzando hasta colocarse a la altura de donde se encontraba la chica acurrucada, y se agachó junto a ella–. Necesito que me hagas un favor –en vista de que no respondía, prosiguió–. Sé que es repentino, que no nos conocemos apenas –dudó un segundo–, y que nuestro encuentro no fue agradable... –otra pausa– Pero, aún así, me gustaría pedirte una cosa. Por favor, encuentra a Maya, tráela sana y salva.
—¿De qué serviría? –habló por fin Inma tras un tenso silencio. La voz ronca dejaba en evidencia que había estado llorando. Aquella pregunta pilló un poco desprevenida a Selene, que permaneció callada– Sinceramente, creo que sería mejor si estuviera muerta. Total, para que siga sufriendo en este mundo de pesadilla. No, no le deseo eso a nadie, y mucho menos a ella. Eso no es vida...
—¿Te estás oyendo? No sabes lo que dices.
—Selene, ¿a quién queremos engañar? –levantó la cabeza y dirigió la mirada a la chica que tenía al lado. La oscuridad ocultó unos ojos enrojecidos–. Lo único que hemos estado haciendo hasta ahora ha sido subsistir. ¿De veras que llamas a eso vivir?
—Inma...
—Todo sería más fácil si hubiéramos muerto ya. Todo.
—Inma –repitió–, no hay nada más valioso que la vida.
—Pero, de qué sirve vivir ya. Esto... esto es una mierda. No tiene ni pies ni cabeza. Nada tiene sentido a estas alturas. Yo no soy como ellos, soy solo una chica normal. –gimió, enterrando de nuevo la cabeza entre las rodillas.
—Puede que todo parezca perdido, pero, no es así. Aún puedes hacer un montón de cosas. Da igual cómo se torne la situación, da igual que parezca que ya nada tiene sentido, que creas que luchas a contracorriente, que estás sola. Mientras vivas, habrá alguna esperanza –hizo una pausa–. Yo no me arrepiento de vivir, la vida es maravillosa.
—Y-yo... ya no puedo soportar ver c-cómo se marchan... cómo me dejan atrás... cómo me dejan sola –hizo una pausa y respiró con dificultad–. Y, lo de Nait... –se le quebró la voz.


El comentario no dejó impasible a Selene. Aquello tampoco a ella se le iba de la cabeza. No podía dejar de ver aquella escena una y otra vez. Cerró los ojos presa del miedo, y empezó a temblar. Se abrazó a sí misma para intentar controlar los movimientos involuntarios de su cuerpo. Pero, tampoco Inma fue consciente de eso, y Selene no quería que esta se preocupara aun más de lo que ya estaba. No, lo soportaría en silencio.


—Por eso debemos luchar –carraspeó para que no se notara que estaba a punto de echarse a llorar–, debemos mantenernos firmes, dar lo mejor de nosotros por aquellos que nos han dejado, y por aquellos que han permitido que sigamos aquí –breve pausa–. No podemos darles la espalda.


El silencio volvió a reinar en la pequeña habitación. Solo se podían escuchar una respiración agitada y unos leves sollozos.


—¿Cómo puede ser la vida tan maravillosa...? Dime, ¿c-cómo? –apenas podía hilar una palabra con otra. Las lágrimas la estaban desbordando.
—Inma, aún te queda Maya. No te rindas. Encuéntrala, por favor. Yo –la voz se le quebró, pero los sollozos de Inma impidieron que pudiera percatarse de ello–, no sé si seré capaz. Lo más probable es que no pase de hoy. Mientras estábamos en el hotel, justo antes de que saliéramos de allí, me mordieron –aquella confesión dejó a Inma sin palabras, y por un momento olvidó sus penas. Selene dirigió la vista a un punto perdido entre las sombras, con los ojos vidriosos–. Gracias a –paró un segundo. No, Inma no  podría entenderlo. Además, no tenía por qué preocuparla más de lo que ya podía estar, por lo que prefirió omitir ciertas cosas– a Puma y al doctor Payne, podré ser yo misma por un poco más. Pero, el final es inevitable... Ahora, es cuando más me doy cuenta de lo preciosa que es la vida, de todo lo que aún me queda por hacer.
—Selene...
—No te preocupes por mí –sonrió–, lo que tienes que hacer es encontrar a tu prima. –Inma se conmovió ante el buen corazón de la chica. Era admirable que, aun sabiendo lo que le esperaba, pensara en otros antes que en ella.
—La encontraré –Sí, ella tenía razón. No podía dejarla en la estacada. Además, todavía tenía muchas cosas que contarle y mucho que aún quedaba por preguntar. Se limpió las lágrimas con la manga de la chaqueta–. Ten por seguro que la encontraré. –se aferró firmemente a esa idea. El deseo de querer ver a su prima era muy real, y eso, le dio esperanza, le devolvió el sentido de su existencia en aquel mundo que creía que la había dejado de lado.
—Gracias.


En ese momento, a Inma le vino a la cabeza una conversación que había tenido hacía no mucho con M.A. y con Maya. Y comprendió algunas cosas de las que entes no se había percatado.


—Maya, la sangre de Maya... –Selene comprendió de inmediato a lo que se refería. La sangre de Maya parecía ser inmune a aquel virus. Así que, tal vez, si se usaba de la manera adecuada, podría dar solución a aquello. Podría salvar a Selene. Pero, “tal vez, solo tal vez”.
—Inma, no sé yo si...
—No te preocupes Selene –dijo con una amplia sonrisa– lo conseguiré. Traeré a Maya y podremos salvarte. Ya verás, va a ser un auténtico espectáculo –dejó escapar una graciosa risa–, y, créeme, sé mucho de espectáculos.


Apenas se conocían, pero en solo un momento, habían conseguido entenderse a la perfección. Tal vez todo era gracias a Maya, que las unía desde la ausencia. De pronto, se escucharon unas fuertes pisadas acercándose a esa pequeña habitación.


***

[De vuelta a la habitación donde estaban Eva y Puma]

—Y, ¿qué vamos a hacer con Florr y Adán? No podemos dejarlos aquí si nos vamos.
—Lo sé, yo tampoco me fío ni un pelo –admitió Puma–. Pero, Florr... No sé yo, no sé si esto sería demasiado para ella.

Ambos permanecieron en silencio, pensativos. Dejarlos allí no les transmitía ninguna confianza. Aquellos presos hacían lo que le daba la real gana, no podían contar con ellos. Pero, llevárselos con ellos era un tanto una temeridad. Florr, a pesar de haberse echado después de llegar al hospital, estaba hecha polvo física y psicológicamente, aunque no lo demostrara. Y, en Adán, el cansancio era aún más evidente. Solo era un niño después de todo. Fruncieron el ceño y se miraron, habían llegado a la misma conclusión.


—No podemos dejarlos aquí.
—No –coincidió–. Y yo no pienso volver a separarme de Adán.
—Bien –dijo enrollando el plano–, decidido. Ve a avisar a los chicos, nos vamos cuanto antes. Id preparando la ambulancia que esté en mejor estado. Yo aún tengo una cosa pendiente.


Eva asintió, no preguntó. No hacía falta que explicase nada, sabía perfectamente a qué se refería. Aún le quedaba hablar con Selene antes de irse. Puma seguía sintiéndose culpable.


***

—Por cierto –comenzó Selene algo avergonzada–, se me ha olvidado comentártelo, pero ahora mismo estamos en el hospital de Puma, plagado de presos y esas cosas. Lo digo por si acaso, no vaya a ser que te pille desprevenida.


Inma abrió mucho los ojos, incapaz de reaccionar. “Hospital... ¿de Puma?”. Los pasos que acababan de escuchar, resonaron por toda la estancia, esta vez mucho más claros. Miró a Selene intensamente, como pidiéndole una explicación. Pero, no se acordó de que la luz estaba apagada, y de que la joven no podría percibirlo. La puerta, que había estado medio cerrada, se abrió de golpe completamente.


—Selene, estás aquí –dijo Puma entrando como una exhalación, encendiendo el interruptor–. He estado buscándote. Deberías estar donde te dije. Tengo que decirte una cosa. Respecto a lo que te he comentado antes. –iba con tanta prisa que ni siquiera reparó en la presencia de Inma. –Payne ha aceptado. ¿Estás de acuerdo entonces?
—S-sí. –la voz le temblaba. No sabía qué le iba a suceder.
—Bien, se lo diré antes de que nos vayamos. Estaremos aquí lo antes posible.
—¿Iros? –saltó Inma extrañada, que no tenía ni idea de nada. Tal cual había llegado allí se había “encerrado” en aquella habitación. Y, hasta ese momento, no era consciente de lo que sucedía alrededor.


Solo en el momento que intervino, Puma se dio cuenta de que Inma había estado allí todo el tiempo. Se maldijo por haber sido tan poco precavido. Evidentemente no podía decirle cuál era el motivo por el que tenían que salir. Pero, lo que tampoco podía hacer ya a esas alturas era esconder el hecho de que se iban. Miró la cara expectante de la chica. "¿Qué rollo le iba a contar?". Tenía que decirle algo que fuera creíble, pero sin destapar nada. Pero, ¿qué?


—Vamos a tratar de encontrar a Maya y a M.A. –los tres se giraron hacia la persona que acababa de hablar. Eva estaba apoyada en el marco de la puerta con los brazos cruzados. En silencio, Puma le agradeció haberle sacado del apuro. Pero no pensaron en el efecto que podría tener en la joven.
 —Me apunto.uó Payne–. Si lo lograra, simplemente retrasaría lo inevitable. El resto dependería de usted.»***

Florr frunció el ceño. No estaba conforme con que aquella chica les tuviera que acompañar. Cogió el arma que tenía colocada en la cadera y comprobó la recámara, luego la devolvió a su sitio. Con gesto de enfado, murmuró unas inteligibles palabras mientras echaba un vistazo por la ventana de la ambulancia. Hacía ya un rato que habían salido del hospital. El sol comenzaba a despuntar en el horizonte.

A su alrededor todo eran tierras yermas, paisajes vacíos que ni siquiera podía decirse que eran una sombra de lo que fueron. Todo a su alrededor parecía igual, abandonados, dejados y algo lúgubres; pero, ¿qué más le daba a ella?

Cerró los ojos y se recostó en la camilla. ¿Cuánto tiempo quedaría? Su hermano le había dicho que en apenas unas horas llegarían a su destino. Pero, el trayecto se le estaba haciendo tremendamente largo. Suspiró con gesto contrariado y, al instante, la visera del traje que llevaba se empañó.

Adán miró fijamente a la chica que estaba en la camilla tumbada. Le sorprendía que alguien pudiera echarse de esa manera a pesar de la cantidad de baches que había. Aunque, si era Florr la que lo hacía no tenía por qué extrañarse. Florr era así. Una traviesa sonrisa se dibujó en su cara al recordar cómo la había conocido. "De hecho, siempre ha sido así".

El chico se giró y miró por la ventana, tal y como había hecho Florr unos segundos antes. A diferencia de esta, él no se sentía nada indiferente. Aún no se hacía a la idea de que el mundo, tal y como lo había conocido, hubiera desaparecido. Seguramente para siempre. No quería ser pesimista, pero las perspectivas de algo mejor, o de una posible solución eran solo ilusiones. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Incapaz de seguir viendo ese desolado mundo, se volvió a sentar prestándole excesiva atención al suelo. ¿Cuántas personas habían muerto víctimas de aquello? El niño apretó los puños.

Un sonido hueco a su lado le sobresaltó. Se giró, y vio cómo aquella chica, que se había unido a ellos en el último momento, se agachaba para recoger algo. Se movió tan rápido que no le dio tiempo a ver qué era aquello que se le había caído. Para matar un poco el tiempo centró su atención en ella. No tenía nada mejor que hacer, y no quería ver un paisaje que no era capaz de reconocer. Además, dudaba que Florr tuviera ganas de hablar en ese momento, y, de todas maneras, él tampoco es que se muriese  por ello.

La chica que tenía en el asiento contiguo se removía con nerviosismo y miraba con atención hacia la ventana cada dos por tres. El chico se preguntaba en qué podría estar pensando. Sentía gran curiosidad porque, justo antes de que salieran del hospital, esta se había unido a ellos sin mediar palabra. Puma simplemente había dicho que irían juntos en busca de Maya y M.A. Aunque, pensándolo fríamente, seguramente estuviera pensando en su prima. Adán se mordió el labio, sintiéndose un poco culpable. Sabía que la intención de aquella salida no tenía nada que ver con ninguno de esos dos. Aún así, la habían engañado, le había hecho creer que era realmente lo que pretendían.

Era cierto que no los conocía mucho, pero eso no era excusa para no sentirse mal para no decirle la verdad. Aunque, si su hermana y Puma querían mantenerlo en secreto, por algo sería. No iba a traicionarlos, eran junto con Florr, las personas a las que más quería. Aún así, seguía sintiéndose culpable.

La parte trasera de la ambulancia permaneció en silencio. Así fueron pasando los minutos. Cada uno se encontraba sumido en sus propios pensamientos.


***

—Bien, entonces, debería ser por aquí, ¿no?


Puma asintió después de echarle una rápida ojeada al plano. Eva giró el volante para seguir el camino de la izquierda. Ya estaban cerca, no tardarían demasiado en llegar.


—¿Vas bien?
—Sin problemas. Siempre he sentido fascinación por estas cosas. –dijo Eva sin apartar la vista de la carretera.


Puma suspiró. La verdad es que aquel viaje ya se le hacía ya demasiado pesado. No le gustaba demasiado viajar, y mucho menos conducir. Plegó el mapa y dirigió la vista hacia el desolado paisaje que les rodeaba. Todavía no podía quitarse de la cabeza a Selene. Se sentía un poco mal por ella; incluso un poco por Inma, a la que habían que tenido que traerla con ellos. Pero tenía sus prioridades. Realmente se sentía en deuda con Selene, pero tendría que esperar a que acabaran con aquello para que pudiera ayudarla. Mientras tanto, solo podía confiar en que Payne lograra mantenerla estable.


«—Entonces, ¿hay o no hay solución? –había preguntado Puma un tanto exasperado por los rodeos que daba aquel hombre.
—¿No le he dicho ya que sí podría haber una posibilidad? –el monótono tono de Payne a veces le sacaba de quicio.
—¿Y bien?
—La idea en sí es bien sencilla –comenzó el doctor mientras miraba de soslayo a la chica que había junto a Puma–, podría tratar de sintetizar una vacuna con la sangre de esa joven que mencionaste. ¿No era Maya?
—Eso está muy bien –resopló el pelinegro–, pero se ha olvidado usted de un
 ligero detallito insignificante. ¿Cómo piensa crear ese antídoto, si ni siquiera sabemos dónde está ella? Bueno, y lo que es más importante –dijo mirando a Selene–, si no hacemos algo cuanto antes el virus no tardará en...
—No se altere, general –Puma pudo percibir un ligero tono irónico cuando lo llamó por aquel título; pero hizo como si no hubiera oído nada. Lo que pudiera decirle en ese momento era de gran importancia–, eso corre de mi cuenta. Evidentemente no podemos esperar de brazos cruzados a que encuentren a esa chica. Más que nada porque, en el tiempo que lo hacen, –esta vez se dirigió a Selene– usted podría haber dejado de ser usted misma. No sé si me explico.
—¿Y cómo piensa conseguir mantenerla estable hasta entonces? –Puma sentía que debía ayudar a aquella chica, se sentía responsable.
—No estoy muy seguro, pero podría probar suerte. –Selene se estremeció ante aquellas palabras. Aunque más que por lo que había dicho Payne, por la impasibilidad con que lo había dicho.
—¿Probar suerte? –"eso no suena muy bien que digamos" pensó Puma– ¿Podría explicarme que entiende con probar suerte?
—Pues eso mismo exactamente. No existe nada que sea capaz de paralizar este proceso. Sin embargo, podría ralentizarlo.
—Aunque solo retrasaría lo inevitable, ¿verdad? –esa fue la primera vez que intervino Selene en toda la conversación.
—Así es –la intensa e interrogadora mirada de Puma le obligó al doctor a continuar–. Si pudiera hacer algo, lo único que podría hacer, como bien dices, es retrasarlo. No puedo decirle si realmente serviría, pero sería la única opción. Lo primero debería ser aplicar un buen sedante, lo demás ya se vería. Aunque, puede que su sangre sirva de algo, general.
—No –cortó Selene con mirada seria–, usted sabe que su sangre no serviría.
—Me ha pillado –rió entre dientes–. Yo no retrasaría mucho más lo del sedante. En cualquier momento puede dejar este mundo. Y, creo que no sería demasiado agradable  –dijo dirigiéndose a Puma. Este miró de reojo a Selene; la chica empezaba a encontrarse verdaderamente mal. Las piernas empezaban a fallarle. Viéndola de aquella manera solo pudo esperar que lo que proponía Payne funcionara.
—¿Qué dices Selene?
—Creo que –pareció dudar––, creo que sí.
—Bien. No se hable más. –dijo Payne– Ve a la zona de quirófanos. Una vez allí, dirígete a la sala tres; es la que está al fondo del pasillo a mano izquierda. –la joven se limitó a asentir. Cada vez se encontraba peor– Yo voy ahora mismo. Antes tengo que comentarle algunos asuntos al general.
—¿Podrás llegar?
—S-sí. Me sé el camino.


Los dos hombres vieron como Selene se alejaba, con gesto cansado. Por su manera de andar, era evidente que se encontraba exhausta. Puma observó a Payne en silencio. No podía fiarse de aquel hombre, era bien extraño. Cuanto menos se lo esperase podría darle la espalda. Debía permanecer alerta, aunque era algo que siempre había tenido en cuenta.


—Ha dicho que la idea era fácil, ¿funcionará?
—He dicho que era una teoría fácil, no he dicho que vaya a ser fácil. Si te soy sincero, dudo que realmente funcione, pero es la única posibilidad que tiene.


"La única posibilidad, ¿eh?" se dijo Puma. Ya más no podía hacer.


—¿Qué es lo que querías decirme?
—Tengo una petición que comentarte. Puede que te interese. –dijo Payne sacando lo que parecía un plano de uno de los bolsillos que tenía.»



—¿Sabes? –empezó Eva con la vista fija en la carretera; devolviendo a Puma a la realidad– ¿No te da la impresión de estar yendo en caravana a uno de esos típicos viajes familiares? –dejó escapar una carcajada– Aunque no estemos en una caravana, no seamos realmente familia y no estemos viajando por placer.
—Hombre si lo miras de esa manera.


Volvió a echar una ojeada al mapa. Ya estaban prácticamente allí. El pelinegro suspiró, aliviado de que aquella tortura hubiera acabado, intentando no pensar que aquel camino que habían recorrido tendrían que rehacerlo para volver. Ya se preocuparía por ello más tarde.


—Eva –recordó que tenía una cosa que preguntarle aún–, ¿has pensado algo sobre lo que te comenté ayer?
—He pensado en ello detenidamente –hizo una pausa mientras cambiaba de marcha–. Es cierto lo que dijiste, el fuerte ya no es seguro –dijo dirigiéndole una fugaz mirada al copiloto–. En cuanto a lo de unirme a ti, no veo por qué no, pero, ya te lo he dicho, no me gusta ese Santa Sara Abelló. No me fío ni de tus presos ni de ese Payne.
—No te pido que confíes en ellos, te pido que confíes en mí.
—Lo sé, pero no veo que ese hospital sea un buen lugar. No quiero que Adán tenga que estar sufriendo más. Y, ese sitio no es para nada seguro. Las personas pueden llegar a ser más peligrosas que un atajo de zombis sin cerebro.
—No planeo quedarme allí para siempre. Sabes que no es mi estilo. Solo ha sido una escala en mi camino.


Ninguno dijo nada. En ese momento, en toda la ambulancia reinaba el silencio. Lo único que se escuchaba era el ruido del motor y el choque del vehículo contra el suelo, con cada bache que se encontraban por el camino.


—Sí –empezó Eva–, podría ser como en los viejos tiempos –miró otra vez a Puma dibujando una sonrisa–. Además, Adán y Florr se llevan muy bien. No puedo soportar verlo tan solo.
—Como en los viejos tiempos, eh...
—Sí.


A lo lejos ya se recortaba en la distancia, la silueta de aquel pueblo. Eva aceleró, estaba impaciente por bajarse de aquel cacharro. Le dolía ya la espalda.


—¿Qué vas a hacer con lo tuyo? –preguntó Puma algo preocupado.
—Aún no lo sé –frunció el ceño–, no tengo ni la menor idea. Pero no puedo estar dependiendo continuamente de Payne –apretó con fuerza el volante en un gesto de impotencia. No quería ni pensar qué le pasaría a Adán si ella llegara a faltar–. ¿Y tú?
—Tampoco estoy seguro.


***

La chica ralentizó su carrera para coger algo de aire. Estaba exhausta. Entre el pesado traje que llevaba y el inmisericorde sol, no podía más. Estaba más que acostumbrada a la actividad, así que aquello no tenía por qué ser tan difícil para ella. Pero, aquello la estaba superando.


—¡¡¡Agáchate!!!


No se lo pensó dos veces. Inma se lanzó al suelo con una voltereta, rodando hacia delante. No era la primera vez que lo hacía, así que rodó con gracia unos metros y se detuvo en cuclillas aún. Justo en ese momento, escuchó un par de disparos sobre su cabeza. Una viscosa y putrefacta criatura cayó a su derecha, inerte. El impacto del rifle provocó un intenso pitido en sus oídos, y perdió el equilibrio, cayendo al suelo de costado. Giró rápidamente la cabeza. La iban a alcanzar. El miedo la paralizó por completo, y fue incapaz de reaccionar.


—¡¡¡Adán!!! ¡¡¡Vuelve!!!


El niño se había movido como si tuviera un resorte, corriendo en dirección a la chica que estaba tendida en el suelo unos metros atrás. Su instinto de supervivencia le decía que tenía que volver con su hermana y los demás, pero era incapaz. En cuanto la había visto caer, se había sentido en la obligación de ir a ayudarla. No tardó en llegar junto a ella. Tomó su mano y la ayudó a ponerse en pie. Inma trastabilló, pero la mano del chico la sostuvo, impidiendo que volviera a caer; aún estaba algo afectada.


—¡Puma, cúbrelos! –gritó Eva presa del pánico. En cuanto había visto a su pequeño hermano correr en dirección hacia esa masa putrefacta de asquerosas criaturas, se le había caído el alma a los pies. Dio un salto a la izquierda, apuntó y disparó, sin dudar, a uno de aquellos bichos que se acercaba peligrosamente a los dos chicos que corrían hacia ellos.
—¡Eva! Tenemos que retirarnos a aquel edificio –era cierto, allí estaban demasiado expuestos. Si no se movían rápidamente, aquellos roedores les acorralarían en el próximo cruce. Tenían que retroceder antes de que fuera demasiado tarde –. Florr –gritó Puma de nuevo–, retrocede.


Con una mueca de contrariedad, Florr siguió las instrucciones de su hermano, encabezando aquel pequeño grupo. Refunfuñando por lo bajo, levantó su arma, preparándose por si se les aparecía alguno de esos bichos mal nacidos. Tenían que darse prisa en llegar allí. Sin aminorar la marcha, dirigió una rápida mirada hacia atrás para ver cómo les iba a los demás. Inma y Adán habían conseguido darles alcance y corrían en pos de sí. Su hermano y Eva también la seguían, cerrando la comitiva y vigilando sus espaldas. Volvió la vista al frente maldiciendo aquello para sus adentros. Quién les iba a decir que aquel pequeño antro estaba infectado de aquellas cosas. De haberse dado cuenta antes, habrían ido por otro camino, con mucho más cuidado. Pero, de qué servían ya las lamentaciones. Apremió el paso, sorteando unos contenedores volcados en medio de la calle.

Mientras, Eva miraba a Inma entornando los ojos, evidentemente molesta. Aquella idiota casi les mataba, y lo que es peor, había puesto en peligro a su hermano. Si algo le hubiera pasado no sabía que le habría ocurrido a aquella chica. Nada bueno, eso seguro. Un desagradable siseo a su espalda le recordó que aún no estaban a salvo. Tenían que tratar de sacarle algo de ventaja a aquellos bichos, si no lo hacían pronto les alcanzarían. Pensando en la mejor manera de conseguirlo, recordó que había cogido un par de granadas antes de salir del hospital. Metió la mano en el bolsillo del traje, y sacó una de ellas.


—¡Puma! –llamó su atención. Este al ver lo que sostenía en la mano asintió, comprendiendo.


Aun sin soltar la escopeta, Eva le quitó el seguro a la granada y la lanzó hacia atrás, asegurándose de que cayera de tal manera que les diera algunos segundos de ventaja. Miró de soslayo dónde caía. "Mierda". Demasiado a la izquierda. Bueno, algo las retrasaría. Lo malo es que no había sido suficientemente potente, por lo que, el número de aquel grupo de roedores en proceso de descomposición, apenas disminuyó. Apresuró más su ritmo, si eso era posible. Tenían que llegar hasta la última casa de aquel maldito pueblo. Pero, ¿cómo se quitarían de en medio a aquellas repulsivas criaturas? Necesitaba pensar en algo, sino sería demasiado tarde.

Una punzada de dolor recorrió todo su cuerpo. "No, ahora no". Como le diera uno de aquellos ataques allí en medio, estaba segura de que definitivamente no lo lograría. A Puma no le pasó desapercibido el malestar de esta. Se acercó a ella y tiró de su brazo, para impedir que se quedara atrás.


—No es el momento de rendirse aún –le apremió. Alzó la vista al frente. Su hermana y los dos chicos habían conseguido llegar hasta allí. Miró de reojo hacia atrás. La granada que Eva había tirado, había conseguido retrasarlos. Pero, no había sido suficiente, y no tardarían en volver a darles alcance. Los pasos de Eva se hacían más inseguros por momentos, y a Puma le costaba tirar de ella. "Vamos, Eva".


Florr miró hacia donde estaban Puma y Eva con gesto preocupado, al ver como su hermano tenía que ir tirando de ella. La distancia que les separaba de la grisácea masa de roedores zombis se hacía cada vez más corta. Si no hacía nada al respecto, no lo conseguirían. Dirigió una intensa mirada a Adán, el niño comprendió al instante. Tenían que echarle una mano a sus hermanos. Inma a su lado jadeaba exhausta sosteniendo con manos temblorosas una pistola. Florr la miró. No, no podían contar con que ella les ayudara.


—Hay que encontrar algo Adán...


Los dos se pusieron a buscar por su alrededor algo que pudiera servirles, cualquier cosa. Cada segundo contaba. Puma y Eva casi habían conseguido llegar hasta ellos, pero les seguían cada vez más de cerca. "Mierda..." chasqueó la lengua. No lo lograrían a ese paso.


—Em –carraspeó Inma–, ¿eso serviría? –preguntó señalando una bombona de gas tirada a los pies de la casa, cerca de un contenedor que había apoyado en la pared, y que milagrosamente seguía en pie.


A Florr se le iluminaron los ojos. "Eso es, podría funcionar".


—Adán, corre, ven. Échame una mano con eso.


El chico comprendió qué era lo que pasaba por su cabeza en el acto. Siguió a Florr con agilidad y se colocó a su lado para coger aquella bombona. Ambos rezaban por que aún le quedase algo de gas. "Bien" suspiraron al notar cómo sus brazos se ponían en tensión por el peso de aquello. Entre los dos pudieron moverlo con más o menos rapidez.

En ese ínterin, Puma y Eva ya habían llegado a la puerta del edificio, situándose junto a Inma. Eva cayó al suelo llevándose la mano al estómago. Otra vez aquellas náuseas. La vista empezó a nublársele, como otras tantas veces. No podía ceder, tenía que mantenerse consciente, que proteger a Adán.

 Apenas quedaba tiempo.


—¡Puma! –gritó Florr para llamar su atención, aunque tan solo estaban a unos pocos metros. En cuanto la hubo captado, señaló a sus pies, apuntando hacia la bombona. El pelinegro comprendió qué pretendía hacer con ella.
—¡Lanzadla hacia el centro, yo me encargo! -exclamó preparando el rifle que había llevado a la espalda– En cuanto la lancéis tiraos al suelo y cubríros y tratad de alejaros lo máximo posible. Eva, vosotras también –apuntó el arma, y volvió a dirigirse a los dos chicos–. ¡No falléis!


Apenas los separaban ya unos metros. Florr y Adán colocaron la bombona tal como Puma les había indicado. Solo tenían un intento, no podían fallar. Equivocarse significaba la muerte. Aunque aun sabiendo eso, la chica no se lo pensó demasiado, no tenía tiempo para pensarlo, instó al niño a que corriera tan lejos como pudiera, y empujó de una potente patada el objeto. La potencia con que lo hizo, desvió ligeramente su trayectoria. Afortunadamente, no lo suficiente para que todo se fuera a la mierda y tuvieran que despedirse de la vida.

En cuanto que le propinó una patada a la bombona, Florr se alejó de allí corriendo. En el momento que vio que no le daría tiempo, se lanzó a tierra, empujando a Adán al suelo, y colocándose de manera que pudiera cubrir el cuerpo del niño. Si moría quería que su vida sirviera al menos para protegerlo.


—¡¡¡Agachaos!!! –gritó Puma mientras apretaba el gatillo.


Florr abrazó a Adán para tratar de cubrirlo lo mejor posible. Inma dio el último tirón y consiguió mover a Eva detrás de las escaleras de la casa. Puma se lanzó al suelo. La bala impactó contra la bombona.

"Boooom"

La explosión fue tal, que, por un momento, Puma dejó de escuchar. Al instante, el desagradable siseo fue sustituido por un tremendo silencio, y el pueblecillo se vio envuelto en una humareda de polvo. Donde había estallado la bombona aún ardía.

Florr, algo aturdida, logró ponerse en pie. Fue a dar un paso, pero las piernas le fallaron. Adán la sostuvo desde atrás para que no cayera. De no haber sido por él se habría caído al suelo. La chica se lo agradeció en silencio. Una vez que hubo conseguido situarse, miró en derredor. Aquella masa de putrefactos seres había sido prácticamente reducida. Aunque, aún quedaba alguno que había conseguido librarse. Levantó el arma y comenzó a dispararles. No iba a permitir que unos pocos fueran a acabar con ellos. Si antes no lo habían conseguido, no lo harían ahora.

No muy lejos de ellos, estaba Puma tendido cuan largo era. El impacto lo había lanzado unos metros más lejos y un trozo de vidrio se le había incrustado en el antebrazo. Por lo demás, afortunadamente, había salido ileso. Se giró rápidamente al ver un bulto acercarse a él. El rifle había salido despedido, por lo que no podría contar con él, y la pistola se la había dejado a Inma. Maldijo por lo bajo. Sacó un cuchillo que llevaba encima justo a tiempo para quitarse de en medio a la criatura que saltaba sobre él, dispuesta a disfrutar del banquete. Aquel bicho estaba muy equivocado, no sabía con quién se metía.


—¡Detrás de ti! –chilló Inma.


Un certero disparo acabó con el que saltaba sobre el pelinegro por su espalda. Puma se giró y vio a Eva medio incorporada apuntando hacia donde estaba, con la pistola aún humeante. "Me debes una" pensó ella. En ese tiempo, Florr y Adán llegaron junto a Puma y se colocaron a su lado. El niño le lanzó su rifle.


—Acabemos con estos desgraciados hermano.
—Encantado.


Por un momento, se olvidaron de que tenían las balas contadas. Dispararon a gusto contra todo lo que se moviera a su alrededor, vaciando los cargadores. Al cabo de unos minutos ninguna de aquellas criaturas se mantenía en pie.


—Por fin... –musitó Adán. Estaba muy impactado por lo que acababa de suceder. Todo había sido muy rápido y su cerebro no había conseguido asimilarlo aún. En cuanto fue consciente recordó que la condición de su hermana había empeorado– ¡Eva!


El chico corrió junto a su ella. Sentía una gran ansiedad recorriendo cada fibra de su cuerpo. Necesitaba saber si estaba bien, necesitaba saber que había podido cubrirse a tiempo.


—¡Eva, Eva! –repitió con el corazón en un puño. El niño llegó a su lado con unas pocas zancadas– Eva, Eva, ¿cómo estás? ¿te duele algo?


Inma ayudó a la mujer para que no se cayera; estaba muy débil. Adán dejó el arma en el suelo de cualquier manera, y se lanzó con delicadeza a abrazar a su hermana con lágrimas en los ojos. Quería ser fuerte, pero no podía contenerlas. Pensar que había podido perderla le aterraba.


—Estoy bien Adán –dijo ella dulcemente mientras acariciaba la cabeza del chico–. Ya está, no tienes que preocuparte.
—No es verdad –sollozó–, no, no es verdad. Estás otra vez igual, te ha vuelto a pasar.
—Tranquilo cariño –continuó ella apretándolo con ternura–. Ha sido el cansancio acumulado. Ya sabes, hace mucho que no hacía distancias tan largas. Debe haber sido por eso –mintió. No quería preocuparlo–. Además, el calor debe haberme afectado también. Pero, ya estoy bien; de veras.
—¿De verdad?
—Sí, de verdad.


En aquella situación, Inma se sintió un poco fuera de lugar. "Me parece que huele a que sobro..." se dijo. Si no estuviera Eva tan débil, si ella no necesitara su ayuda para no caer al suelo, entonces, habría dejado a los hermanos solos. Era un poco incómodo, y en cierto sentido sentía un poco de envidia. Se limitó a permanecer en silencio.

Puma y Florr se acercaron a ellos a paso ligero. Cuanto antes acabasen lo que habían ido a hacer allí, antes se irían de ese maldito lugar.


—Eva –dijo al llegar a su altura–, ¿cómo te encuentras?
—Mejor –Adán se separó de ella para dejarle suficiente espacio–. Aunque me cuesta ponerme en pie por mi cuenta –y añadió rápidamente–. Pero, acabemos con esto cuanto antes. Solo me he mareado un poco.


El pelinegro la miró con gesto grave. Estaba bastante preocupado por ella. Tal como estaba no podía hacer nada. Necesitaba reposar un rato.


—Movámonos –continuó ella. Puma no estaba de acuerdo, pero no dijo nada.
—Tenemos que ir hacia ese bar –dijo Florr secundando lo que había dicho Eva, señalándolo.
—¿A ese bar? –Inma parecía extrañada– ¿Allí está mi prima? –después de formular aquella pregunta, por un momento, reinó el silencio. Habían olvidado que le habían dicho que iban allí para buscar a Maya y a M.A.  Adán se mordió el labio para evitar que se le escapara algo. Pero Puma fue lo bastante rápido como para salvar ese desliz.
—Es posible –Inma suspiró, un tanto aliviada al oírlo–. Si te fijas, la mayoría de esos bichos han salido de allí. Esos zombis suelen arremolinarse como buitres cuando hay alguien cerca. Podrían ser tu prima y M.A., por eso, no bajéis la guardia
—Vamos entonces, no perdamos tiempo –Inma estaba bastante entusiasmada.


***

—¿Qué ha sido eso de hace un momento? ¬–se estremeció Maya.
—No lo sé... Viene de fuera.
—Dime algo que no sepa –dijo con algo de ironía–. Dudo que esa clase de explosión venga de aquí dentro.


El chico molesto por el comentario de su compañera, permaneció callado. Lo mejor en aquella situación era no decir nada. Apuntó hacia el fondo de la habitación con la linterna de nuevo. Maya puso los ojos en blanco, cuántas veces podría haber repetido ese gesto en el tiempo que llevaban allí dentro.  Donde alumbraba la luz, había otra puerta.


—¿Qué piensas que habrá detrás?
—No lo sé –murmuró acurrucada en una esquina. Tampoco quería saberlo. Todo lo relacionado con aquella compañía le ponía los bellos de punta.

M.A. no volvió a mencionar la puerta, consciente de que no era buena idea sacarle ese tema. Maya aún no había superado lo de Dyssidia, y esa organización le traía muchos recuerdos. Por eso, no era buena idea comentarle nada que estuviera directa o indirectamente relacionado con ella. Se maldijo por ser tan estúpido y no haber caído en ello antes. El silencio volvió a reinar de nuevo en aquella pequeña sala. Solo se escuchaba un pequeño zumbido que provenía de la linterna. Las pilas se estaban gastando, prueba de ello era que la luz empezaba a perder intensidad.

"Qué tranquilo está esto" suspiró el rubio cruzándose de brazos. Cuánto llevaban allí metidos, había perdido la noción del tiempo. La barriga comenzó a rugirle, exigiendo una pequeña dosis de comida. Él no se lo pensó dos veces, se acercó a la bolsa que tenía Maya a su lado y comenzó a hurgar en ella. Cuando se trataba de comida no había que demorar mucho las cosas.


—¿Quieres unas aceitunas? –le ofreció a la chica sacando la primera lata que pillaba.
—Esos no son aceitunas –rió ella incapaz de contenerse. M.A. confundido bajó la vista y apuntó a la lata con la linterna. "Champiñones" leyó. Se sintió avergonzado por haberlo dicho sin haberse asegurado de ello. Juraría que había cogido una lata de aceitunas de una de las casas.
—Espera, la busco –musitó–. Qué silencio, ¿verdad? Esta esto muy tranquilo.
—Sí.


La verdad es que sí, estaba todo bastante tranquilo. El silencio era dueño de aquel lugar. "Espera" se dijo Maya dándose cuenta de que todo estaba demasiado tranquilo.

—¡M.A., los bichos –dijo atropelladamente– se han ido!
—Es verdad... –hacía rato que no se escuchaban aquellos desagradables siseos, y los golpes en la puerta de aquella cámara habían cesado también. Los dos se miraron.
—Aprovechemos este momento, salgamos de aquí.


Ambos se pusieron rápidamente en pie y se aproximaron a la puerta. M.A. iba alumbrando con la tenue luz de la linterna.


—Allá vamos –Maya giró la manivela y tiró con fuerza de la puerta. A su lado, M.A. alzó la pistola dispuesto a disparar si fuera necesario.


La chica consiguió abrir la puerta después de unos cuantos tirones. En cuanto esta quedó abierta, el rubio saltó fuera apuntando con el arma con gesto tenso. Nada. Allí no quedaba ninguno de esos seres. Aunque, el olor a putrefacción que flotaba en el ambiente dejó en evidencia que hasta no hacía mucho habían seguido allí, tratando de entrar.


—Despejado –la chica suspiró, aliviada al oír aquello. Se agachó para coger la bolsa y salió de allí. El contraste entre la oscura habitación y la luminosidad de fuera la cegó unos segundos.  Poco a poco, su vista fue adaptándose.
—Vamos –le apremió el rubio. Maya se dispuso a seguirlo, pero se detuvo para echar una última ojeada hacia atrás, hacia la habitación en la que habían estado encerrados. "Dyss... ¿Dónde estás?".


Apretó con fuerza la bolsa contra su pecho y le dio la espalda a aquella sala. M.A. ya estaba abajo, no había perdido el tiempo. Sorteó los cuerpos de algunos de los bichos que habían en el rellano y empezó a bajar la escalera.

El rubio miró hacia atrás. Maya por fin le seguía. Suspiró. Sabía que la chica no lo estaba pasando bien. Haber vuelto a toparse con Esgrip le habría traído recuerdos sobre Dyssidia. Pero, no era momento de recordar días pasados, tenían que salir de allí, no sabía cuándo volverían aquellas criaturas. O si volverían. "Más vale prevenir que curar" pensó. Ya tendrían luego tiempo de pensar en lo que fuera.

Se acercó a la puerta sin soltar el arma. Maya ya había bajado casi las escaleras. En ese preciso instante se oyó a alguien gritar.


—¡No te lo pienses, de una patada!


A ninguno de los dos les dio tiempo a reaccionar. M.A. no pudo apartarse y la puerta le dio en las narices, lanzándolo despedido hacia atrás. Maya por su parte, entre asustada y sorprendida, trastabilló y, a falta de cinco escalones, se cayó por las escaleras golpeándose en la cabeza.


***

Alice abrió los ojos con dificultad. ¿Dónde estaba? Intentó incorporarse, pero una fuerte punzada en el abdomen recorrió su espina dorsal, haciendo que se estremeciese todo su cuerpo. Cerró los ojos en un acto reflejo, volviendo a echarse. Por un segundo, su vista se había nublado completamente, creyó que se desmayaría. Respiró profundamente. Tenía que tomárselo con calma.

Intentó recordar qué era lo último que había pasado. Estaba con Selene en el hotel Sozza, habían estado buscando a Florr siguiendo las instrucciones de Puma. Frunció el ceño tratando de recordar. Habían descubierto donde se encontraba, pero habían tenido que intentar ingeniárselas para poder entrar donde estaba ella de la manera más discreta posible. Por eso habían entrado a la habitación contigua a la suite en la que estaba Florr encerrada. Pero, allí había alguien. Sí, allí había un tipo. Las había atacado y... Alice palideció. Después de haber intentado quitárselo de en medio sin éxito, la había cogido desprevenida y le había atacado a traición. Tembló inconscientemente al recordarlo. Había estado a punto de morir, otra vez.

Si estaba viva era gracias a Selene. Pero, ¿dónde estaba ella? Miró en derredor esperando encontrársela por allí, pero no la encontró. Es más, ¿qué había pasado después de aquello? Abrió los ojos y trató de situarse. Por las camillas, el olor  y el sitio, diría que estaba en un hospital. Empezó a atar cabos. Si estaba en un hospital quería decir que todo había acabado, y que ese hospital no era otro que el que Puma tenía al mando. Se llevó la mano al abdomen. Tenía una venda alrededor de él. Hizo una mueca de dolor al poner la mano encima.

"Tengo que moverme. ¿Qué está pasando aquí? ¿Qué ha sido de los demás?". Miles de preguntas pasaban por su cabeza, que amenazaba con estallar de un momento a otro.

De pronto, la puerta de la habitación en la que estaba se abrió de golpe, dejando paso a un señor que podría rondar los cuarenta y tantos. O eso le dio la impresión a Alice. La chica permaneció alerta mientras veía cómo este se acercaba a ella. Estaba indefensa, no podía moverse. Apretó los dientes. Aunque, en parte se relajo un tanto, si él hubieran querido matarla podría haberlo hecho ya.  "¿No?".


—¿Quién eres tú? –le espetó con fiereza. El hombre sonrió para sus adentros. Aquella chica era bastante interesante; a pesar de que apenas podía moverse, se atrevía a desafiarlo. "Menuda insolente" pensó con desdén.
—Soy Payne, pero llámame doctor Payne. –Alice torció el gesto.
—¿Qué está pasando aquí? –exigió saber la chica. Su tono seguía siendo agresivo.
—Esa no creo que sea la pregunta correcta.


El hombre se acercó a la camilla y observó con detenimiento el vendaje de la joven. Murmuró unas palabras inteligibles y se giró, dispuesto a irse.


—¡Eh, tú! ¿Dónde crees que vas? –exclamó Alice incorporándose en la camilla. El odio que estaba sintiendo hacia aquel tipo le había devuelto las energías. No podía creerse que aquel hombre llegara, dijera dos estupideces y media, y se fuera así como si nada. "Esto es inaudito" pensó.
—Yo ya he hecho lo que tenía que hacer. –se limitó a decir.
—¿Cómo que ya has hecho lo que tenías que hacer?


"Tiene agallas" se dijo el hombre. Aquella chica era francamente interesante. Además le llamaba la atención cómo es que había vuelto a la vida. Podría sacar provecho de ello si la investigaba "Tal vez en otro momento". Cuando tuviera algo más de tiempo podría planteárselo. Se giró recordando que aún le quedaba algo por hacer.


—Creo que esto debería dejártelo a ti.
—Pero, ¿qué te has...? –le pregunta murió en sus labios. Alice calló al ver las hojas mal dobladas que el doctor le tendía. El motivo de su repentino mutismo fue el nombre de Selene escrito en ellas. Con un mal presentimiento, cogió los papeles con una mano temblorosa y los sostuvo frente así. No sabía si quería saber qué era aquello.


Payne aprovechó el momento y se fue tal como había llegado. Sin añadir nada más. Dejando a una confusa Alice sentada en la camilla. La chica, por un momento, se había olvidado de que el dolor que sentía en el abdomen le pedía a gritos que se volviera a tumbar. Con inseguridad, Alice desdobló los papeles, dejando al descubierto lo que parecía ser una carta. El elegante pero inseguro trazado de las letras volvió a darle un mal presentimiento. Empezó a leer. Los ojos se le llenaron de lágrimas. "No...".


***

—Esto parece un asilo –bufó Florr. Adán le rió el comentario, tomándolo como un chiste. Y lo cierto era que se asemejaba
—Eh, a ver lo que dices –dijo M.A. mosqueado–. Tu eres una de las causantes de que esto parezca una enfermería –el chico estaba bastante molesto. Le dolía todo el cuerpo, se masajeó la espalda intentando aliviar el dolor. Al salir despedido por los aires cuando la puerta se abrió, se había clavado el pico de una mesa en mitad de la espalda, y se había golpeado la cabeza con el servilletero que había caído de ella por el impacto.
—No haberte puesto detrás de la puerta. La culpa es tuya.
—¿La culpa es mía? –su cabreo aumentaba por momentos– Si la señorita hubiera reprimido sus infantiles deseos de abrir una puerta de una patada, para intentar imitar alguna película de acción barata, yo no estaría así. Y Maya no se habría caído –apretó los puños con furia.
—¿Perdona? Ahora resulta que toda la culpa es mía, no suya por no haber tenido cuidado de ver donde ponía los pies. No, mía –dejó escapar una sarcástica risa–. Vale, vale, ya entiendo como va esto.


Eva, apoyada en la escalera, puso los ojos en blanco. Cuánto más seguirían discutiendo. Ya no tenía fuerzas para decirles que se callaran de una puñetera vez. Por el rabillo del ojo vio cómo el rubio se levantaba, dispuesto a pegarle a Florr. Eva se puso alerta, una cosa era discutir y otra muy distinta esa. Apartó el rifle de Puma y se puso en pie. Pero se movió de manera tan brusca que se le nubló la vista. Aún no había logrado recuperarse del bajón de antes, así que volvió a sentarse. Adán, al verla, se apresuró a su lado un tanto preocupado. Sabía perfectamente que su hermana no estaba así por el cansancio acumulado, pero no dijo nada. Dejó que creyera que se lo había tragado.

M.A. no podía soportar más a Florr. "¿Qué se habrá creído esta niñata?". Se había levantado dispuesto a pegarle unas tortas bien merecidas, y ella le había dirigido una mirada desafiante. Ese gesto acabó completamente con él. "Si es que se lo está ganando a pulso..." se intentó justificar.

De no haber sido porque Maya abrió los ojos en ese momento, probablemente M.A. habría pegado a Florr. Y eso, lo más posible, es que no hubiese quedado ahí.


—¡Maya se ha despertado! –exclamó el pequeño Adán. Primero, porque estaba sorprendido, y segundo, porque quería que el rubio fuera consciente de ello, y dejase a Florr tranquila. Tal y como esperaba, sus palabras surtieron efecto deseado en el chico, que se giró rápidamente, olvidándose de aquella absurda pelea.
—¡Maya!


La castaña se medio incorporó apartando la manta que le habían echado por encima, y llevándose una mano a la cabeza. No sabía por qué, pero le dolía. De pronto, se dio cuenta de que alguien la estaba llamando por su nombre. Alzó la vista, y se encontró con la mirada preocupada de M.A.


—¡Maya! ¿Cómo te encuentras?


Ella no respondió a la pregunta. Echó una fugaz vista a su alrededor. ¿Dónde estaba? Allí solo habían mesas y sillas. Aquel sitio parecía algún tipo de bar o restaurante. Además, ¿qué hacían allí Eva, Adán, Florr y Inma? Miró desconcertada al rubio.


—¿Dónde estamos? – la pregunta dejó descolocado al chico.
—Estamos en el bar ese que tiene un extraño nombre, ¿cómo era?
—¿Bar? –"¿Dónde estoy?".
—¿Maya? –el chico parecía preocupado– ¿No lo recuerdas?
—M.A., ¿sigo soñando? –se sintió estúpida al decir aquello, pero no había podido evitarlo.
—Maya –al rubio le costaba hablar, estaba realmente preocupado por su compañera–, ¿qué es lo último que recuerdas?
—Em –la chica entornó los ojos tratando de recordar–, estábamos en un autobús que había volcado, estábamos allí y... –frunció el ceño– era tarde, así que dormimos, ¿no?


M.A. estaba tan impresionado por lo que estaba oyendo que no fue capaz de articular palabra.
—Recuerdo que salí del fuerte detrás de ti –continuó ella–; te fuiste porque dijiste que querías encontrar a tu hermana. Yo te seguí porque quería hacerte entrar en razón, para dejarte las cosas claras y...
—Eso no fue lo que me dijiste ayer –cortó el rubio–. Dijiste que buscaríamos a mi hermana juntos.
—Yo no recuerdo haber dicho nada de eso –el chico palideció. No podía ser posible que aquello estuviera sucediendo de verdad–. M.A., no sé qué ha pasado exactamente, pero lo que yo quería era que volviéramos al fuerte con los demás. -ya sabes, Ley sabe bien lo que hace.


"¿Qué está pasando?" el chico no podía creérselo.


—¿Cómo que no recuerdas? –exclamó alterado. ¿Cómo podía eso ser posible? Él lo recordaba a la perfección.
—M.A. yo no lo recuerdo –el chico la sujetó con la cara descompuesta. ¿Era real aquello o estaba soñado?
—Cálmate M.A. –dijo Eva con la cabeza entre las manos–, tiene que haber una explicación para esto.
—¡Qué me calme! ¿Cómo leches voy a calmarme?
—Así solo la estás asustando a ella –puntualizó Florr desde la puerta.

El rubio soltó a Maya y la miró, tenían razón, la estaba asustando. Si él ya lo estaba, ¿cómo iba a estar ella? Cogió aire tratando de serenarse.


—Entonces, ¿se le ha borrado la memoria?
—Exactamente –dijo Puma apareciendo por el rellano de la escalera–. Bueno, algo parecido– M.A. lo miró con sorpresa. ¿Cuándo se había ido aquel chico? Estaba tan centrado en Maya, que no se había percatado de que en algún momento se había quitado de en medio. Si no hubiera estado pensando en la chica castaña, entonces, tal vez, le habría preguntado dónde había estado metido. Pero, en ese momento ni se le pasó por la cabeza. Tenía otras cosas en mente, y Puma contaba con ello.
—¿Qué quieres decir?
—Una vez Maya me contó una cosa –comenzó mientras bajaba las escaleras–. Tal vez su condición haya empeorado –hizo una pausa y miró al rubio a los ojos intencionadamente–, su personalidad cambiaba.
—¿Q-qué?
—Como lo oyes. No hay más explicación que esa.
—P-pero, cómo...
—M.A. –Maya le cogió del brazo–, no te preocupes. Estaré bien.


M.A. se deshizo de su brazo con delicadeza. ¿Cómo iba a estar bien? Si no podía recordar nada de lo que había sucedido hacía unas horas. Inma mientras tanto, miraba a su prima desde lejos, incapaz de acercarse. Estaba algo asustada. Entonces, recordó el motivo por el que había llegado hasta allí.


—Tenemos que irnos, si no nos damos prisa, Selene... Selene...
—¿Selene? –Maya no pudo dejar correr aquel comentario– ¿Qué le ha pasado?
—No hay tiempo –cortó Puma–, tenemos que movernos cuanto antes.
—Pero...
—No os preocupéis –las tranquilizó Florr–, aún tenéis un laaargo camino para poneros al día –"Ahora de vuelta, eh" por si no hubiera sido suficiente, todavía les quedaban unas horitas de viaje. Aquello tenía que ser un castigo del cielo.

 
Y de esa manera, abandonaron el bar Leisure and Pleasure, dirigiéndose hacia la ambulancia que habían dejado a la entrada de aquel pueblo. Eva y Puma encabezaban el grupo, seguidos de cerca por sus dos hermanos. Detrás iban M.A., que parecía como ausente después de lo de antes, Maya e Inma, esta última ayudaba a su prima con su brazo sano.


—Puma –Eva llamó discretamente la atención del pelinegro–, ¿has podido encontrarlo? –él se limitó a asentir– Parece que hemos matado dos pájaros de un tiro.
—Por pura casualidad, pero sí.
—No podía habernos salido mejor –sonrió ella.


Por fin llegaron hasta donde estaba la ambulancia. Aunque cabe decir que aquel pueblo no es que fuera muy grande.


—Vamos, vamos, el autobús está apunto de salir. Señores pasajeros vayan subiendo de forma ordenada –Adán rió ante su propio comentario, provocando una tierna sonrisa en su hermana.
—Eva, ¿podrás conducir? Si quieres puedes dejármelo a mí ahora.
—Que va, Puma. Ya estoy perfectamente. Venga, sube anda. Quiero salir de este sitio del demonio cuanto antes.


***

[Después de varias horas]

—¡Aparca ahí! ¡Tenemos que darnos prisa! –gritaron Inma y Maya al unísono.


Eva suspiró, cansada de escucharlas. Bastante había tenido ya durante todo el trayecto, para que ahora tuvieran que estar gritándole en los oídos. De la mala leche  que tenía a esas alturas, dio un volantazo y metió el coche en el parking trasero que tenía el Santa Sara Abelló. Estaba tan de mal humor, que no había podido ver el pilar que tenía delante suya. Paró en seco y suspiró. "Tengo que relajarme" se dijo. Metió la marcha atrás, y cuando se disponía a echar para atrás, la puerta trasera de la ambulancia se abrió. Por el retrovisor fue capaz de ver a Maya, seguida de cerca por Inma, dirigiéndose rápidamente hacia la puerta de urgencias del hospital. Eva chasqueó la lengua, claramente molesta. "Bueno, por lo menos así, tendré algo de tranquilidad aunque solo sea un segundo" se consoló.

Puma la miró sin decir nada. Entendía a las chicas, pero comprendía aun mejor a Eva. Esas dos se habían pasado todo el santo viaje hablando por los codos. Que si Selene para arriba, que si Selene para abajo. Era consciente de que incluso él había estado a punto de soltarles alguna fresca, pero había logrado controlarse. Se masajeó la sien con la punta de los dedos. Tenía la cabeza que parecía a punto de estallar.

La ambulancia se movió fácilmente entre columnas y coches. Ahora que esas dos no estaban, el vehículo parecía flotar prácticamente.

En la parte de atrás, M.A. miraba inquieto hacía Eva. No sabía si estaba seguro allí dentro. Aquella mujer conducía como una auténtica temeraria. ¿Es que no le habían enseñado cómo se debía conducir? ¡¿Qué hacía a esa velocidad en un parking?! Temiendo por su vida, se aferró con fuerza al asiento con la mano. Aquel gesto provocó la risa de Adán. Él chico estaba ya acostumbrado a la manera de conducir de su hermana. M.A. estaba que no se lo creía. ¿Cómo podía alguien acostumbrarse a aquello? No pudiendo soportarlo, Florr también se echó a reír. La cara descompuesta del chico invitaba a ello.

Puma echó la vista atrás para saber el motivo de aquellas risas, Eva hizo lo mismo por el retrovisor. Ambos no pudieron reprimir una sonrisa.

Por fin Eva aparcó la ambulancia justo en frente de la puerta de urgencias, sin preocuparse de ponerla allí en mitad, de cualquier manera. M.A. ni se lo pensó dos veces, en cuanto estuvo el vehículo parado, fue el primero en bajar, seguido de Florr y Adán, que no podían parar de reírse a su costa. Eva se demoró un poco más. Puma preocupado la miró en silencio. Aquel viaje no le debía haber sentado muy bien. Pero, ninguno dijo nada.

Cuando Puma se bajó de la ambulancia pudo ser consciente de la extraña escena que se había producido enfrente de la puerta de urgencias. Se extrañó de ver allí a Alice; y, por extraño que pudiera ser, lo que le pareció más raro no fue que estuviese allí de pie medio convaleciente, fue la mirada grave que tenía pintada en la cara. A su lado estaba Maya, que se había dejado caer al suelo; por la manera en la que se estremecía su cuerpo con ligeras sacudidas, parecía que lloraba. Se fijó con atención, y se percató de los papeles que sostenía con fuerza. Detrás de ella, Inma, que tenía la cara desencajada. Y, algo más atrás, su hermana, Adán, M.A y Eva.

Aquella escena le dio mala espina. Cerró la puerta de la ambulancia, y se dirigió hacia ellos, temiendo lo peor. Nunca se esperaría lo que había pasado.


***[color]

«Nunca imaginé que algún día tuviera que estar escribiendo una carta de despedida. Sin embargo, aquí estoy. Quién lo diría.

Primero, antes de nada, me gustaría disculparme con Puma y con Inma. Siento que les debo a los dos una disculpa. Puma, lo siento, no quería preocuparte, así que te mentí cuando te dije que sí. En parte lo decía en serio cuando lo dije; pero, ¿sabes? cuando lo pensé fríamente me di cuenta de que no serviría de nada. Tal vez fue gracias a la experiencia de unos años la que me hizo ver que sería imposible. En otras circunstancias podría haber funcionado; pero, tal y como estaban las cosas, iba a ser completamente imposible. Agradezco que te hayas preocupado por mí. Y, por favor, no te sientas culpable. Si hago esto es porque he querido. Agradezco enormemente todo lo que has hecho por mí hasta ahora. Sigue cuidando de Florr como has estado haciendo hasta ahora. no soy quién para decirlo, pero te necesita.¿Sabes qué? Me he dado cuenta de que no has cambiado tanto desde que te conocí; aún eres incapaz de cocinar un filete en condiciones. Echaré de menos aquellas comidas.

Inma, a ti también te debo una disculpa. Cuando estuve hablando contigo ya sabía que cuando volvierais no estaría aquí. No te pido que me perdones por haberte engañado, solo que lo entiendas. Tenías que encontrar a Maya, y no podías rendirte aún. Si te lo hubiera dicho probablemente no habrías tenido el suficiente valor para ir a buscarla. Perdona por eso. Por cierto, aunque sea con retraso, fue un placer conocerte. No te rindas, siempre hay esperanza.

Maya, ¿qué decirte? Son tantas las cosas que me gustaría contarte, que una simple carta no podría recogerlas. Cuando comenzó la desgracia creía que estaba todo perdido, en verdad me sentía inútil. Empecé a ayudar a la gente para no hundirme en la miseria. Vivía por vivir, por cumplir. Pero cuando os conocí, me enseñasteis que había algo más, que poder ayudar es un gran don y que la vida es maravillosa. No sé cómo pagártelo, cómo pagároslo. No estoy en mi derecho, pero me gustaría pedirte un favor. No dejes la enfermería, se te daba bastante bien, sería un desperdicio que desaprovechases algo así. Por si acaso, te dejo mi maletín. Sé que sabrás darle el mejor uso. Por eso, sé libre de usarlo como veas conveniente, ahora, es tuyo. Gracias por haber creído en mí aquel día.

Bueno, M.A., hace mucho que no nos vemos. Espero que estés bien. ¿Aún te sigues llevando tan bien con Alice? Me hubiera gustado haber podido entablar otra conversación contigo. Me alegro haberme cruzado en tu camino.

Alice, no vayas a darnos otro susto. Por un momento pensé que te nos ibas de las manos otra vez. Con una ya fue bastante. De veras, cuando te vi allí tendida en el suelo, no supe qué pensar. No nos des esos sustos. Bueno, a ti también quería agradecerte por todo. Y, pedirte que no hagas más locuras. Aunque, tal vez sea pedir demasiado. No puedo pedirte que cambies tu forma de ser; solo, ten cuidado.

Eva, apenas te conozco, pero me gustaría dedicarte unas palabras de agradecimiento a ti también. Si no fuera por ti, no sé qué habría sido de los demás. Gracias por eso. Cuida de Adán, es un gran chico.

Me hubiera gustado haber estado más tiempo con vosotros. De verdad que me hubiera gustado. Pero, llega un momento en el que hay que decir adiós. No me arrepiento de nada. Bueno, tal vez de no haber acabado mis cursos de enfermería como era debido, cuando tuve la oportunidad; habría sido de gran ayuda.

En serio, a pesar de los pesares, creo que lo que nos ha sucedido no ha sido tan malo. Gracias a este desastre hemos podido conocernos; y esto en otras circunstancias no habría sido posible. Y, si esto ha podido unirnos, no creo que haya sido tan malo.

Ahora me toca a mi decir adiós.

Gracias por todo.

Con afecto, Selene.»


***

La chica se paró de nuevo, apoyándose en la pared. Ya no podía más. Quería tumbarse allí mismo y esperar a que todo terminara. Sintió otra sacudida en su cuerpo, y cayó al suelo por enésima vez. Allí tendida cuan larga era, pensó que quería quedarse así, que quería dejar de intentar nada. Jadeó agotada. No. Tenía que seguir. No había llegado tan lejos para nada. Se puso en pie reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban y siguió caminando por aquel oscuro pasillo.

No sabía dónde estaba. Había perdido ya la noción del tiempo. ¿Cuánto llevaba andando? Sacudió la cabeza débilmente, las fuerzas la abandonaban. No era momento de pensar esas cosas. Debía seguir adelante antes de que fuera demasiado tarde. Iba ya casi arrastrándose. Los delicados rasgos de la chica se habían contraído en un sempiterno gesto de dolor.

Los pies apenas sí le respondían a esas alturas, y todo a su alrededor se hacía cada vez más y más difuso. Pero, tenía que encontrar algún sitio rápidamente. Tenía que encontrar un lugar en el que supiera que nadie jamás la encontrara.

Otra punzada de dolor recorrió cada fibra de su cuerpo, obligándola a caer de nuevo. "No puedo más...". No tenía fuerzas, no podía seguir. Su corazón latía desbocado y su respiración era, cuanto menos, demasiado agitada y entrecortada. Con gran esfuerzo alzó la vista hacia el fondo del pasillo. Aquello parecía no tener fin. Cuando había entrado en aquel edificio había pensado que habría alguna habitación en la que pudiera encerrarse. Pero, ya no estaba tan segura; no podía más.

Cerró los ojos. Al instante le vinieron a la cabeza imágenes de todos. De los que todavía seguían allí, y de los que se habían ido. Los ojos se le anegaron en lágrimas. No podía rendirse todavía.

No tenía fuerzas. Pero, pensó en todo lo que había tenido que dejar atrás, en todo lo que había tenido que sacrificar, en todos los que había perdido, en todos los que la habían ayudado; y eso, le dio la fuerza que ya no tenía. Se levantó con dificultad. Aquella sería la última vez que lo haría.

Un paso tras otro. Avanzaba con lentitud. Se paró para coger aire, apoyándose en la pared. Pero, no se dio cuenta de que no era la pared en lo que se apoyaba, sino en un conducto que conducía a la habitación de los desechos. Había pasado mucho tiempo, por lo que la trampilla cedió ante el peso de la chica.

Todo fue muy rápido. La joven cayó sin remedio.

Las bolsas de basura amontonadas que habían acumuladas sin que nadie las sacara, amortiguaron la caída. Miró en derredor comprendiendo donde estaba. Cerró los ojos e intentó sonreír, pero le salió una extraña mueca."Ya está, ¿no? Ya puedo descansar. Lo he conseguido, ¿verdad?".

Lo último en lo que pensó Selene, fue en la cara que pondrían Maya y los demás cuando leyeran la carta. Lentamente, su conciencia fue desapareciendo del mundo.

#Inma

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