Big Red Mouse Pointer

domingo, 23 de junio de 2013

NH2: Capítulo 012 - UNA REVELACIÓN IMPREDECIBLE.

Estabilidad… Seguridad… y una cama para poder dormir. Aquel fuerte tenía una buena oferta para los nuevos inquilinos aunque lastimosamente estuviera muy falta de recursos. A pesar de todo, si se esforzaban, juntos podrían hacer del lugar un buen sitio para asentarse.

No pasarían un buen rato antes de disfrutar de algún tipo de comodidad. Eso estaba más que reflejado en la enfermería.

  –Perdóname Inma –rogó M.A. antes de presionar el brazo dislocado de la chica y halarlo desde el otro extremo para encajarlo en su posición natural.

La castaña despidió un grito desgarrador, un rugido de dolor, apretando sus dientes tan fuerte que de estuvo a punto de quebrarlos. Casi de inmediato, el rubio recolocó el cabestrillo. Cuatro camillas ligeramente arcaicas constituían el equipamiento principal y tres de ellas ya eran ocupadas por Nait, Inma y Maya; esta última sentada por su mejor condición.

  –Toma –dijo Ley detrás del rubio mientras le estiraba un pequeño frasco de plástico–. He conseguido unos analgésicos pero no estoy segura de que aún sean consumibles.
  –3 de Abril...

Todos observaron al instante a Inma, que con los ojos cerrados permanecía recostada en su camilla.

  –¿Qué? –M.A. levantó una ceja.
  –Que hoy es 3 de abril… –corroboró Inma–. Del 2014…
  –Mira la fecha en la tapa –sugirió Ley. Fue casi un alivio contar los dígitos; la fecha de caducidad estaba planteada para el mes de septiembre, de aquel año.

La verdad es que ningún otro de los presentes recordaba nada acerca de nada que tuviera que ver con medidas de tiempo. Todo se reducía a “mañana, tarde, noche”.

  –Estamos de suerte… Gracias, Inma –luego el rubio giró su cabeza hacia su hermana con una mediana sonrisa–. Gracias.

No tardó en repartir una pastilla por herido, a excepción de Maya, quien se negó por la falta de un dolor tan intenso como el de aquel par… prefería el ahorramiento para necesidades futuras.

  –¿Puedo ayudarles? –Adán apareció súbitamente, incluso exaltando a algunos. 

Igual que antes, irradiaba una inmensa voluntad clemente y refrescaba el ambiente con una sonrisa llena de simpatía. Posiblemente Adán era la persona mas confiada que existía, ni siquiera ellos terminaban en confiar en él y el niño tendía su mano sin temores… ¿Inocencia? O quizás sí poseía un alma tan pura como el agua de un manantial.

  –Gracias muchacho… estamos bien –contestó Ley levantando su pulgar.
  –De hecho… –M.A. levantó su dedo índice como si pidiera permiso para hablar–. ¿Puedes decirme donde están los baños?
  –Pues, justo frente al depósito está la estancia que da hacia las habitaciones, al final del corredor doblas y allí están, al lado las duchas.
  –Muchísimas gracias –el rubio se despidió amablemente con una mueca y se largó en un parpadeo.

Cuando el niño estaba por irse…

  –Adán es tu nombre ¿cierto? –al instante él asintió a la pregunta de Maya.
  –¿Cómo consiguieron este fuerte? –preguntó Naitsirc sin revolverse mucho, no quería que sus costillas afectadas comenzaran a chillar.
  –Lo que me contó mi hermana es que… en este lugar entrenaban los militares… luego, se convirtió en una base, también para el ejército hace muchísimos años. Mi hermana, Eva, estuvo en la milicia así que sabía más o menos que esto podía estar aquí… Recordó cuando estuvimos vagando muy cerca de aquí y según ella, no mucho antes de que aparecieran los devoradores esto lo habían convertido en un refugio para gente sin hogar y algunas personas con necesidades médicas. Así que podría haber tenido recursos pero… no había mucho. Hace poco tiempo que llegamos así que muchos supervivientes pudieron haber pasado por aquí antes y tomar los útiles, creo.
  –Puede que tengas mucha razón –dijo Ley, un tanto impresionada por la retrospectiva.
  –Yo creo que –Inma miró a Adán–… si hubiera encontrado un sitio como este en España, no habría pasado tan mal rato…

El chico repentinamente se vio atrapado por el desconcierto. Frunció el entrecejo y torció un poco la cabeza.

  –¿Qué es España…?
  –Es un país que está tremendamente lejos de aquí... –dijo Nait.
  –Me gustaría verlo, algún día. –comentó Adán.
  –No quiero ser cruel… pero a menos que te salgan alas… no lo conocerás en esta vida. –explicó Ley, mordazmente–. Y en la otra te tocará ser extraterrestre porque en este planeta no se puede vivir.
  –Bueno, aún podemos respirar ¡Ah! Eso de vivir… tengo que mostrarles las habitaciones donde dormirán.



A través del corredor que daba hacia todas las habitaciones una mujer caminaba con suma tranquilidad, observando cada puerta sin detenerse mientras confirmaba que todo estuviera bien. Una rutina que había adoptado en sus días de miliciana, que le ayudaba de alguna manera a sobrellevar la situación y le permitía distraerse. Eva se detuvo junto a una habitación específica… giró el pomo y respiró hondo antes de empujar la puerta metálica.

  –Hola –dijo la castaña.

En las cuatro paredes se encontraban dos camas con una ventana en medio, una en paralelo a la otra, ambas de un diseño desabrido y metálico igual que toda la habitación… e igual también al resto de habitaciones. Puma no le respondió. El moreno estaba sentado en el borde de su cama con los codos en las rodillas y los dedos de las manos entrelazados frente a su cara limitado a observar impasible a su hermana Florr, quién estaba dedicada a un descanso obligatorio… Era probable que ya estuviera simplemente durmiendo por el agotamiento.

Eva sintió el frío silencio abrazarle por unos largos segundos. Podría hablar de todo, o hablar de nada… Hacía más de un año que no había visto a aquel joven hombre. Le percibía distante, era sencillo notar que el tiempo le había cambiado totalmente… igual que a ella. Nada dispuesta a persistir, se dispuso a marcharse.

  –¿Cómo has estado, Eva?

Los pies de la susodicha se adhirieron de nuevo al suelo para que pudiera volver sobre sí. Dando un gran resoplido, estructuró las palabras en su mente antes de que sus cuerdas vocales produjeran algún ruido.

  –Podría estar mejor, sinceramente.
  –Lamento no compartir tus pensamientos…
  –¿A qué te refieres? –preguntó Eva, encontrando un pequeño hoyuelo, un diminuto espacio para darle rienda suelta a una buena conversación.
  –No debería extrañarte. De hecho, lo extraño es que nuestro punto de vista no sea el mismo… –Puma se levantó de su cama para acercarse hacia Eva y prácticamente echarla de la habitación con disimulados empujones de su propio cuerpo– No tenemos las mismas vivencias, Eva, pero…
  –Pero sí los mismos pesares, Puma –completó ella.

Puma cerró la puerta a sus espaldas, dispuesto a acompañar a la castaña.

  –Quizás nuestras vidas eran menos que esto cuando tuvimos nuestra infancia… Y conozco tus tormentos igual que tú has conocido los míos pero no me atrevo a decir que me conformo con esta situación –aclaró ella mientras ambos comenzaban a caminar hacia la profundidad del corredor.
  –Sé que no te preocupa mucho tu propia integridad, Eva. Tus palabras sólo se rigen por lo que deseas para Adán…
  –Así como Florr es la única luz de tus ojos… –fue la contestación de ella.

Cuando Eva estuvo a punto de reanudar su habla, un bullicio destruyó su concentración, atrayendo sus ojos y los de su acompañante hacia un grupito de sujetos que se aproximaban bajo la guía de un niño pelinegro de 10 años.

  –¿Puedo… –Puma tocó tímidamente el brazo de Eva ganándose su inmediata atención–… asearme en algún sitio?
  –Tenemos duchas, de hecho. Sólo sigue hasta el final del corredor… y las toallas son utilizables pero te recomiendo que las sacudas un poco, por las arañas.

La castaña había provocado una desagradada mueca en el semblante del moreno con la última palabra. “A-ra-ña”, Puma odiaba cada sílaba de aquel maldito nombre otorgado a un arácnido tan nefasto que representaba su peor temor, incluso aún más atemorizante que la muerte misma.

  –Tranquilo, no creo que te encuentres ninguna patona –dijo jocosa, con una media sonrisa.

Con una negación de su cabeza, Puma hizo que sus pies le llevaran a donde Eva le había indicado mientras ella se quedaba a esperar a los rezagados… Ley, la misteriosa y espectacular pelirroja amante de las armas orientales se separó del grupo justo en la primera habitación para reclamarla como suya, s. El resto consiguió encontrarse con Eva.

  –¿Y Florr? –preguntó Adán a su hermana mayor, levantando la mirada.
  –Bueno, ¿pero esos dos eran actores o qué? –interrumpió una intrépida Inma, repleta de curiosidad. Le resultaban increíbles tantas reuniones consecutivas. O el destino no podía ser más caprichoso, o Florr y Puma eran un dúo de cantantes exclusivamente famosos en América, porque todos les conocían.
  –Florr y Puma nos acompañaron en los primeros meses del cataclismo… –aclaró Eva sin mucha gana de alargar los detalles–. Florr aún descansa, Adán –le respondió Eva al chico, señalando con su pulgar la habitación perteneciente a la muchacha ausente.
  –Disculpa, Adán, ¿dónde habías dicho que quedaban los baños? –Nait alzó su voz un poco, con limitadas expresiones corporales.

Tanto el susodicho como su hermana levantaron sus manos para señalar con el dedo índice una esquina al final del corredor. Sin más demoras Naitsirc emprendió su lento pero seguro rumbo hacia los añorados baños.

  –¿Ustedes prefieren estar juntas? –preguntó Adán a Maya e Inma.

Las dos chicas se miraron y asintieron rotundamente. No estaría mal compartir algo más que el grupo sanguíneo. Acto seguido el chico se posicionó con gracia junto a una puerta y giró el pomo para revelar su interior.

  –No parece cálido, pero les aseguro que sí lo es –afirmó el chico con una gran sonrisa de gentileza.

Ambas primas rieron por la ternura de Adán, quien posiblemente tuviera un corazón  que le abarcaba todo el pecho.

  –Nunca he tenido mejor anfitrión –le aseguró Inma a Eva, antes de irrumpir en su “nueva” habitación.

Cuando Maya pasó por la vera del niño, disimuladamente introdujo algo en su pequeña mano. Redondo y algo mal envuelto o así parecía. Cuando Adán revisó la palma de su mano abrió los ojos como platos; ¡Era un bombón! 

  –¡Se-señorita Maya! –intentó decirle algo a la castaña.

Pero esta le miró con unos ojos llenos de malicia falsa mientras siseaba con el dedo índice sobre los labios y cerraba lentamente la puerta. Sorprendido, aunque más agradecido, Adán se encogió de hombros y se escondió la golosina en el bolsillo.

  –Cuidado con el azúcar –exageró Eva con los brazos cruzados sobre su pecho, sobreprotectora.
  –Puuueees… no es para mí –dijo él–. Aunque tampoco para ti –añadió burlón. Eva alzó una ceja mientras negaba con la cabeza.



Nait, un poco atormentado internamente giró la manilla. No había pérdida, tenía un enorme gráfico de la típica figura humanoide similar a la de un hombre, soldado a la puerta.

  –¡¡Hey, hey, hey, hey!! –exclamó M.A., sentado en el que por los momentos era su trono.
  –¡Ay, coño! –se quejó Naitsirc desviando la mirada con cara de asco.
  –¡Largo de aquí, pervertido! Tengo que cumplir con mis necesidades fisiológicas.
  –Apresúrate, ¡yo también tengo órganos! –reprimió Nait.
  –Sólo si te largas, pedazo de cretino, me desconcentras.

Nait se dispuso a cerrar la puerta pero antes se detuvo a decir otra cosa.

  –Espero no tengas papel higiénico, ¡mamón! –y se propuso cerrar la puerta.
  –¡Utilizaré tu camisa, hijo de la grandísima p…!

El castaño impidió la culminación de la oración cerrando totalmente la puerta. Tras unos segundos de meditación y espera, un extraño canto llegó a sus oídos… desde la profundidad del estrecho corredor.

  –In the end... As my soul's laid to rest what is left of my body. Or am i just... a shell?

El tono era un poco gutural… claramente desafinado. A medida que se aproximaba comenzaba también a escuchar un ruido bastante familiar, como una cascada de miles de gotas precipitadas sobre el suelo.

  –And i have fought. And with flesh and blood i commanded an army... –era Puma, ¿en serio?

Nait ahogó su risa. Ese lunático estaba cantando… Tras un constante caminar, terminó en lo que parecía las duchas; habían bastas regaderas, separando todos los lugares por medianos muros que daban algo de privacidad. Puma tenía toda su vestimenta colgada en el muro más próximo.

De alguna manera, el moreno había notado su presencia…

  –Si tienes fantasías homosexuales, lamento decirte que conmigo no realizarás ninguna –le espetó Puma, mirándolo por un instante.
  –Púdrete… –contestó Nait abandonando el lugar.

Inmediatamente el raro canto volvió. ¿Por qué estaban aconteciendo cosas tan anormales? Bueno, tampoco es que estuvieran en un mundo tan… normal. Tras ir a golpear unas cuantas veces al baño de hombres, Naitsirc finalmente se rindió y prefirió apresurarse en ir a vaciar su insufrible vejiga en los aseos de las mujeres, con suma vergüenza…

Ya de retorno al corredor de las habitaciones, un obstáculo imponente le impactó la cara. Había tenido la mala suerte de pasar junto a una de las puertas cuando alguien salía.

  –¡Ups! lo siento, lo siento, lo siento. –se disculpó Inma con cara de preocupación tras haberle dado un buen tortazo.
  –No te preocupes –respondió Nait, frotándose la nariz.
  –Es que iba un poco apresurada, al baño.
  –¿A-Al baño…? –preguntó el castaño, consternado.
  –Cosas de chicas, Nait.
  –P-Pues está bien… sí. Vaya con cuidado –sugería él.

Inma se despidió con una simpática mueca. Debía aceptar que era una chica muy linda, muy guapa… Pero… el cansancio estaba haciendo estragos con su alma, y sumando las costillas fragmentadas… Tenía un buen cóctel, lo suficientemente fuerte como para hacerlo tumbarse en el suelo a reposar si era necesario. Así que abrió la primera puerta que observó y se encontró por fortuna, una habitación libre… Era hora de un buen descanso.

Maya estiraba los brazos, aburrida por encima de todo…

  –¿Como sigues?

Dando un pequeño saltito sobre sus posaderas observó a Puma, bajo el dintel, expectativo aunque insondable como siempre. Tenía una toalla que le caía desde el tope de la cabeza. El asunto era que: ¿en realidad le importaba si quiera un poco?

 –Estoy mejorando, gracias.
  –No me preocupa realmente –dijo, frotando la toalla contra su cabello para secarlo. Era de esperar, pensó Maya ¿Entonces a que venía?– A este paso sospecho que serás la última persona en pie, cuando todos hayamos muerto.

Bueno, un comentario algo inesperado, quizás podría ser un halago, pero no entendía aún su presencia.

  –¿Tú... crees que esto no se va a solucionar...? ¿No tienes ni la más mínima esperanza?
  –Hay que diferenciar la esperanza de la estupidez, o el auto-engaño. Pronto en este planeta no habrá nada más que nos sustente, quizás cambie nuestro ambiente para mejor pero de alguna manera u otra todos moriremos, cuando ya no quede alimento, agua o simplemente seamos devorados.
  –Yo creo que... tienes razón. Estamos viviendo una vida prestada... y en cualquier momento nos la pedirán de vuelta, desgraciadamente.

Había que ser realistas... tarde o temprano el momento de despedirse llegaría.

  –Sin embargo, al menos yo, tengo el privilegio de vivir mi último aliento con algo de comodidad. Haré que perdure y no pienso permitir que alguien que me importe muera antes que yo, sacrificaré lo que sea –Maya se impresionó por la confesión, sonaba tan decidido pero a la vez tan indiferente que parecía irreal... por provenir de él... un ser que ella misma había catalogado, en parte, como vil– Ya he quitado muchas vidas para alargar las que de verdad me importan, así que no pienso ahogarme en la orilla. Pienso sacarle mucho provecho a mi “monstruosidad”, tú también deberías considerar tu estado, Maya.
  –A mi no me agrada la violencia... Me hace sentir extremadamente horrible, aunque suene irónico, ya que en el mundo donde vivimos... abunda la violencia.
  –No tienes por qué cambiar tampoco, no quisiera que... Pero, no comprometas tú vida o la de otros sólo por algo tan insignificante.
  –Lo sé, Puma, por eso he tenido que ceder algunas veces... Como hace no mucho en la casa, o... cuando estuve a punto de hacerte algo irreversible en Almatriche. Y es que cuando esa sensación me invade me es difícil controlarla, como si se tratase de mi naturaleza.
  –No es tu naturaleza, no se parece nada a ti. Desde que te conocí sólo se que te dedicas a sembrar la paz... No sé si lo recuerdas pero eras tú quien calmaba esa animosidad entre tu hermana y yo cuando causábamos pleitos, a pesar de que algunas veces asumías el lugar de ella. Pero impedías la guerra, milagrosamente, como un hada...

Maya carcajeó con la extraña comparación... Nunca había imaginado aquello, pero una de las personas más antipáticas y distantes del grupo era a la vez una de quienes mejor la conocían. ¿Podría llegar a sentirse identificada?

  –Sólo hubo alguien más pacífica que tú... también amable y ella... Eriel... ya no está aquí por mi inutilidad, mi estupidez.

Maya sintió inmediatamente un ardor en su cabeza, en milisegundos imágenes iban y venían como una estampida, de una manera tan vertiginosa que parecía sobrecargarle los pensamientos. De alguna manera, aquel nombre le había producido un vuelco de sentimientos y recuerdos… Sentía que su cráneo terminaría por explotar hasta que fue rescatada de su repentino espasmo cerebral por la voz de Puma.

  –Maya –el moreno le sostenía los hombros al mismo tiempo que la agitaba con poco vigor, acuclillado frente a ella.
  –Yo… creo que he recordado algo…

El semblante de Puma derrochaba asombro, una expresión rara de ver en él. La castaña se llevó la mano a la cabeza en un intento por contener una familiar sensación de mareo… era el momento, de nuevo estaba empezando a aparecer. Observó a su alrededor y ubicó su bolso lo suficientemente cerca como para estirar su mano y tomarlo, así que con rapidez lo atrapó con sus pequeños dedos y rebuscó dentro para hallar su bote de píldoras. Justo cuando expuso su medicamento, Puma lo arrebató de su poder.

  –Por favor, devuélvelo –dijo Maya, casi como un ruego.
  –Maya, debes bajar la dosis de esto. No te hace bien.
  –Sería peor si no me lo tomo, en serio –en vano intentó recuperar el frasco de plástico pero Puma lo apartó a una distancia imposible de alcanzar. El pelinegro le sostuvo la mano para que detuviera sus impulsos ansiosos por obtener de vuelta aquel contenedor y le miró, ceñudo.
  –M.A. me dijo lo que esto te hacía, y no te está ayudando… podrías incluso perder todos tus recuerdos, dejar de saber quién eres.
  –¡Ya no sé quién soy! No entiendo nada de esos retazos de quién era que tengo en mis pensamientos, ¡nada! Vivo un día a la vez. Algunas veces no recuerdo ni que pasó entre cierta cantidad de horas, realmente ¡¿que más da?! Yo sólo no quiero lastimar a quienes me rodean… y sin ese medicamento no puedo asegurarlo.
  –No vas a lastimar a nadie… En Stone City pudiste contenerte, yo te vi… Pudiste recuperar el uso de tu razón y ser Maya… –la chica bajó la cabeza, desconcertada.
  –No lo sé, Puma… no creo tener esa “voluntad” para controlarme.
  –Patrañas, si tienes la fuerza para asesinar a alguien con una sola mano, tienes la fuerza para no hacerlo.
  –No es lo mismo…
  –¡Escúchame! No te ocultes en la patética auto-compasión. No puedes decir “no puedo”, solo inténtalo y punto. Esto –Puma levantó el frasco de las pastillas frente a sus ojos–… no te va a durar para siempre… y aunque así fuera no te hace bien… no te hace bien, Maya.

Maya meditó por un segundo… a pesar de que esa sensación no desaparecía, sentía más calma, había perdido la ansiedad.

  –¿Por qué te preocupas por mí? –preguntó ella, desconcertada.
  –Supongo que por nuestra amistad –contestó, algo fuera de base.

Ella dio un resoplido. Para nada… no entendía, era como un político, mentía fatal.

  –No andes con boberías…
  –No importa –dijo para abandonar la incógnita.

Puma se colocó en una posición erguida y le estiró el frasco de medicamento.

  –Piensa muy bien en lo que te dije… –de un momento a otro, él parecía tener autoridad; como conseguía aquello era aún más misterioso. La castaña tomó el contenedor y desenroscó la tapa.
  –Sí, gracias.

Maya repitió el rutinario proceso para la extracción de una única pastilla pero esta vez no se la llevó a la boca de inmediato como de costumbre… La sostuvo en la palma de su mano mientras la detallaba bien, intentando buscar una respuesta escrita en ella… quizás ahora sí tenía curiosidad, quizás deseaba re-conocerse a sí misma y aquel pequeño objeto haría todo lo contrario a proporcionarle información alguna. Eriel… ese corto y dulce nombre… trajo una marejada y consigo también una ausencia terrible que oprimía su pecho y espalda.

  –Tengo… una idea, acerca de como ayudarte. Pero no estoy seguro de que sea sano para ti.

Repentinamente, una chica irrumpió en la habitación.

  –Lo siento, ¿interrumpo algo? –inquirió Inma, desconcertada por el mitin. 

El moreno abandonó la habitación sin decir otra palabra. A la chica le costaba entender aún más lo que acontecía en aquel pequeño lugar.

  –Ese sujeto… bueno –Inma observó a su prima, quién permanecía tan callada como el ser que acababa de salir– ¿Te pasa algo? –preguntó, dando pasos vacilantes hacia su cama.
  –Sí… es solo que estoy un poco cansada –lánguida, habló Maya, peinando con los dedos sus rizos castaños.

Acomodando su cabestrillo, e igual de perezosa que su prima, Inma se tendió sobre la cama.

  –Buff –exhaló la chica– Con enorme sinceridad… te recomiendo que si puedes te ahorres la experiencia de visitar el baño de mujeres, está hecho un desastre. Eva es muy poco higiénica, porque parece que un hombre haya estado allí.



Fuera del pequeño edificio, patrullando también en el desabrido patio, Eva estornudó.

  Adán soltó una pequeña carcajada–. ¿Alguien estará hablando de ti?
  –No creo en esas supersticiones…

Desde el otro polo del fuerte, los hermanos divisaron a Puma acercárseles… con una toalla colgándole de la cabeza.

  –¿Crees que las cosas mejoren? Ahora que ellos volvieron… –el pequeño tenía la esperanza de que la reunión abriera un nuevo abanico de posibilidades.
  –No estoy segura…
  –¿Les echaste de menos? –si en algo tenía él habilidad, era en preguntar.
  –Sí… pero siempre estuve resignada a no volverlos a ver.

Adán frunció la boca, admitía que antes de los últimos acontecimientos compartía el mismo estado que ella.

  –No creo que sean las mismas personas que conocimos hace más de un año… al menos no Puma, estoy absolutamente segura.
  –Pero, Eva… todos cambiamos, cuando pasa el tiempo. Y más en este mundo.

La castaña estuvo a punto de añadir algo cuando el moreno les alcanzó.

  –Supongo que no encontraste ningún ser de ocho patas hoy… –dijo Eva, señalando la toalla blanca que tenía Puma en la cabeza. Este se la removió al instante cuando se dio cuenta de lo ridículo que se veía.
  –Quiero saber cual es el lugar más seguro del fuerte –espetó él.
  –No te entiendo… todo el fuerte es seguro.
  –Más bien, ¿en cuál lugar puedo encerrar a alguien?
  –En el depósito… pero ¿qué andas conspirando?
  –No tiene relevancia.

De la misma manera que había aparecido, se marchó. Abandonando a Eva en un pozo de dudas, igual que a su hermano menor.



  –¡Hey! ¿Qué pretendes hacer con Maya? –M.A. sujetó el hombro de Puma para atraer su atención. El rubio clavaba su mirada iracunda y desconfiada en aquel joven hombre mientras este apartaba su torso y así se libraba de la mano que le apresaba.
  –Ayudarla –espetó impasible.
  –¿Ayudarla? ¿Y más o menos como vas a “ayudarla” tú? –preguntó escrutiñador.
  –Cuando en Stone City actuaba como una salvaje, sólo hubo algo que la detuvo. Espero recuerdes qué.

Aquél comentario tan repentino aturdió a M.A. Instantes bastaron para que con la mano en la barbilla, dedujera la respuesta.

  –Silver… Silver estaba muriendo frente a sus ojos.
  –Exacto. Él significó algo muy grande para ella, supongo que verlo en tal estado hizo que recobrara su uso de razón e inhibiera esa violencia que le habían implantado.
  –Pero no entiendo que pretendes, Silver está bien muerto. Incluso Maya principalmente contribuyó a que eso pasara y fue algo que le pegó muy fuerte. No creo que él sea la “cura” que quieras darle. Más bien sería otra enfermedad que avivaras esos recuerdos.
  –Te acercas, pero no. Tengo la teoría de que como para Maya, Silver significó algo importante, pienso en que él era como un bulto de recuerdos –explicaba con pocos escrúpulos.
  –¿Qué?
  –Hoy temprano le mencioné a… a Eriel...
  –¿Eriel…? –M.A. recordó con tristeza la desvanecida imagen de la chica.
  –Su reacción fue bastante anormal. Pero me dijo que le había recordado. Yo relaciono esa pequeña explosión en su memoria, y la situación con Silver y concluyo que si le hablo lo más detalladamente posible de todo lo que sé de su vida, pueda recuperar al menos una parte de su identidad.
  –¿Y por qué debes ser tú? –preguntaba M.A. con desconfianza absoluta.
  –Maya perdió la memoria después del incidente de Stone City… lo importante es recordarle qué pasó ANTES de eso. Y después de Inma, creo que soy el único aquí que mejor conoce su pasado –aclaró Puma.
  –Entonces, ¿no es mejor que Inma le cuente las cosas? –sugirió aún poco convencido.
  –Su estado físico es deplorable ahora mismo. Si se dispara un episodio violento, no le iría nada bien. A menos que quieras someterla a semejante riesgo.

El rubio gruñó, no le daba buena espina. Aunque en algún momento pudo llamarle amigo, ahora sentía hacia él todo lo contrario que se podía expresar hacia un amigo. Maldiciendo hacia sus adentros trataba de analizarlo, parecía tener mucha razón. Pero…

  –¿Cuál es tu verdadero propósito con esto? –preguntó M.A. para poder aclarar todas sus incógnitas.
  –Tengo la teoría de que Maya es incapaz de controlar sus emociones por culpa de su falta de identidad… Creo que, en ocasiones puede que a falta de su propia voluntad ella misma quiera inclinarse hacia esa otra naturaleza impropia que le implantaron. No soy psicólogo así que todo lo que digo no es certero… Tampoco tengo idea de qué fue lo que le hicieron en el cerebro… Pero si aún así no consigue controlarse ella misma, al menos sé que va a recordar quién es realmente. Y eso es algo muy valioso… sobre todo para ella.

M.A. adoptó un aspecto meditabundo mientras el moreno le observaba con ojos impenetrables… quizá no había más que honestidad en sus palabras.

  –Así que sólo quieres devolverle su identidad… –determinó M.A.
  –En realidad mi objetivo es conseguir que Maya elimine su dependencia a ese medicamento anestésico. Qué por cierto… se le está acabando. 

De nuevo había ganado más fuerza su argumento… cabizbajo, el rubio se resignó a apoyar esa iniciativa. Pensando mejor: podrían ayudarla enormemente.

Puma quitó la enorme vara metálica de seguridad del depósito y abrió una de las enormes puertas. No había sino un par de ventanillas al tope de dos paredes para permitir que la luz entrara a una gran estancia exclusivamente llena de cajas, tablas de madera, muebles, láminas de plástico y otros materiales que parecían inservibles debido al mal estado.

  –¿No tienes miedo? –preguntó M.A. tras avistar el interior.
  –No sé a qué te refieres.
  –De que Maya… pueda reaccionar mal.
  –No todo lo incierto tiene porqué ser malo. Sin embargo, estoy seguro que si no intentamos nada, tarde o temprano ella podría matarnos a todos. Eso sí me aterra –dijo Puma, con su común inexpresividad.
  –Supongo que tienes razón…

Hacía rato que Maya e Inma observaban a aquellos dos sujetos charlando. La distancia no les permitió escuchar absolutamente nada pero a juzgar por la actitud de ambos, era algo grave, importante.

  –¿Realmente no sabes qué tiene planeado? –preguntó Inma a su prima, sin apartar los ojos del depósito.
  –No… Puma dijo que me ayudaría pero no sé exactamente como –respondió. Tenía curiosidad, incluso ansias–. Posiblemente… sea para ayudarme a controlar mi “lado oscuro”, porque un rato antes me mencionó eso.
  –Eso, no me parece… –dijo con preocupación, ajustando un poco su cabestrillo, y titubeante– Suena como a una locura ¿No tienes miedo?
  –Sí, tengo mucho miedo. No sé en qué podría resultar esto…

En un instante vieron salir y posicionarse frente a ellas a M.A. y Puma.

  –¿Lista? –preguntó Puma en un tono firme.

La idea de encerrarse en medio de la oscuridad no le hacía gracia, Maya tragó saliva sin ejecutar ningún otro movimiento. No desconfiaba tanto de aquel pelinegro pero que se tomara sus precauciones para lo que fuera que haría no creaba buenas especulaciones acerca de los posibles acontecimientos que podrían desatarse.

  –¿Maya? –Inma le sujetó suavemente el brazo con su mano “buena” para hacerla emerger de su ensimismamiento.
  –Está bien… –dijo finalmente la castaña–. Vamos.

Dio unos cuantos pasos y se detuvo a mirar a M.A. como si necesitara auxilio.

  –Suerte –le deseó él.
  –Gracias… la necesitaré –respondió ella.
  –Aunque más suerte necesitará él… –masculló el rubio ladeando su cabeza hacia Puma–. Procura no abrirle el pecho ni arrancarle la cabeza, por favor –dijo socarrón.

Maya le propinó un golpecito en el brazo mientras abría los ojos hasta donde los parpados permitían tratando de reprimirle. Inma empezó a reír pero se detuvo cuando la castaña también le clavó los ojos, sin embargo, escondió sus carcajadas sellando su boca con su única mano disponible. A pesar de que esos chistecitos no se los tomara tan bien, de vez en cuando, hacían falta para aligerar los pesares.

  –Lamento interrumpir. Pero me gustaría finiquitar esto antes del anochecer.

Creyeron haber escuchado molestia en las palabras del pelinegro pero su postura reflejaba inexpresividad. Su semblante era como la de un robot, inanimado. Maya inhaló una gran cantidad de aire de forma sonora y se encaminó hacia el depósito pasando por la vera de Puma.

  –Cierra la puerta detrás de nosotros, M.A. –imperó el moreno sin un ápice de cortesía.
  –No soy tu esclavo… –contestó el rubio, malhumorado. ¿Qué mierda le pasaba? No era un rey para ejercer mandato sobre nadie.
  –Si no te da la gana, no lo hagas –osó en decir Puma mientras le daba la espalda para acompañar a Maya.

M.A. apretó los puños y tensó la mandíbula.

  –Lo haré sólo por Maya, cretino.

Una vez aquel par se integraron al interior del depósito, M.A. cumplió con asegurar el lugar.

  –Le tengo ganas… –confesó M.A. a una curiosa Inma.
  –Las cosas mejorarán –dijo ella con una media sonrisa–. No creo que él quiera conflictos, realmente –el rubio le miró como si hubiera dicho una estupidez.
  –Pues le gusta tentarme el pulso…
  –Yo sólo lo veo como un mal educado. Relájate –dijo mientras se alejaba en retroceso hacia la edificación donde se encontraban las habitaciones.



Maya miró en derredor. Era imposible saber exactamente que había en el lugar. Sin embargo, algo era más visible que el resto de cosas, una mesa de madera no muy alta adyacente a una silla de plástico, situadas ambas bajo un haz de luz que creaba una penumbra.

  –Recuéstate en la mesa –ordenó Puma.
  –Por favor… –dijo la castaña.
  –¿”Por favor” qué?
  –Que me lo pidas con educación –aclaró ella.
  –Si no te gusta, puedes quedarte de pie pero eso no te ayudará a relajarte.

La chica ladeó la cabeza indignada.

  –¿Nunca te han dicho que eres un gran patán? –preguntó retóricamente.
  –Siempre te he tratado así, no entiendo por qué te preocupa –Maya puso los ojos en blanco.
  –Te recuerdo: no hablas con la misma Maya… Podrías intentar ser un poco gentil, al menos –le sugirió.
  –Señorita Maya, recuéstese aquí –pidió Puma con cierto tono sarcástico.

Resignada, acató a regañadientes la petición del pelinegro.

  –Bueno, es un pequeño progreso… –murmuró la castaña.

Puma inmediatamente se sentó en la silla plástica y acomodó un poco sus posaderas, restregándose en esta.

  –Tú… ¿No vas a atarme…? –dijo Maya, como posible medida de precaución.
  –No voy a exorcizarte, ni voy torturarte, ni voy a violarte. Así que no.

“Dios…” dijo Maya a sus adentros. Ni frente a una dama abandonaba ese vocabulario tan mordaz.

  –¿Entonces?
  –Vamos a charlar… –la castaña frunció el entrecejo y le miró desconcertada, apenas y podía distinguir sus ojos entre tanta oscuridad–. Voy a empezar por el día en que nos conocimos…
  –Espera… ¿para qué? ¿Y por qué elegiste este lugar si sólo vamos a charlar?
  –Elegí este lugar porque no hay casi absolutamente nada que pueda distraerte… está oscuro y no podrás ver así que el resto de tus sentidos serán más agudos, serás más atenta a mis palabras. Y si casualmente activo un episodio violento, aquí solo podrás lastimarme a mí… –la castaña se incorporó sobre sí misma, asustada por la confirmación de sus sospechas.
  –Yo no quiero arriesgarme a herirte… no quiero que me vuelva a suceder otro accidente.
  –Tranquila –dijo él, casi como un susurro apretando su antebrazo para intentar transmitirle firmeza–. No es sino una posibilidad. Yo no planeo ponerte a prueba. Sólo quiero decirte todo lo que sé de ti, o al menos todo lo que pueda por hoy, y con suerte recuerdas algo… justo como te sucedió hace un rato. En la habitación.

Tras pensar detenidamente y entender la intención del pelinegro, asintió.

  –Está bien –aceptó Maya, tumbándose de nuevo.
  –Bien, Maya. Ya que quieres que te hable con educación, así lo haré, pero sólo por ésta vez, por ser tú, y porque quiero ayudarte –Puma trataba de que Maya se encontrase lo más cómoda posible para que, de alguna manera, fuese capaz de recordar con mayor facilidad; y pareció funcionar, pues notó a la mujer algo menos tensa–. Tú mejor que nadie sabes que no se me da demasiado bien hablar sobre mí mismo, así que no voy a pedirte que lo recuerdes todo. Pero intenta esforzarte al máximo. No sólo por ti, sino también por los demás. No querrías volver a dañar a un ser querido, ¿cierto? –Puma levantó  sus brazos y los estiró parcialmente en horizontal, adoptando una pose propia de un psicólogo experimentado, pero los bajó rápidamente en cuanto se percató de que estaba resultando ridículo.
  –No necesitas que conteste a esa pregunta, ¿cierto? Vamos a empezar ya, por favor. Me estoy poniendo nerviosa y quiero terminar con esto cuanto antes. 
  –De acuerdo. Antes de nada, mantén tu mirada en la oscuridad del techo, y no la apartes bajo ningún concepto. Fíjala, y olvídate de que existe. Tan sólo escucha mi voz –le indicó Puma de una manera calculadora que nunca antes había percibido en él–. Eso te ayudará a concentrarte.
  –Vale –aceptó acatando la petición sin rechistar. Su vista no tardó en mezclarse con el color negro puro y, en menos de unos segundos, se había concentrado en visualizar las “moscas volantes” que aparecían frente a sus ojos, olvidándose casi por completo de la terapia–. ¿Estás seguro de que sabes lo que haces? –preguntó inminentemente cuando volvió a recordarla. 
  –No hagas más preguntas, Maya. No te distraigas. Concéntrate en mi voz. Sólo en mi voz. Como ya te he dicho, comenzaré contándote como nos conocimos. Si recuerdas cualquier cosa, el más mínimo detalle, no dudes en interrumpirme. ¿Entendido? –ella asintió con la cabeza, mientras trataba de cazar a una de las “moscas” con la mirada. Puma se recolocó en su silla para lograr una posición más cómoda antes de empezar a relatar–. De acuerdo, ¿recuerdas cómo vivían tu hermana y tú cuando llegaron a la ciudad, antes de que yo les acogiera en mi piso? 
  –No, no lo recuerdo. De hecho, casi no recuerdo como era mi hermana, Puma. Me cuesta mucho acordarme de ella. ¿Cómo voy a conseguir recordar si me estoy olvidando de Dyssidia? –Maya sollozaba, y parecía a punto de hundirse psicológicamente. Por lo visto, no quería hablar de un pasado que era desconocido para ella, pese a que necesitase hacerlo. Aun así, continuó sin quejarse, y lo único que hizo fue recostarse todavía más en la polvorienta mesa.
  –Eran indigentes –continuó Puma–. Tú hermana y tú estuvieron viviendo un tiempo en la calle. Todavía recuerdo a Dyssidia amenazar a las personas para que le dieran su dinero. Dinero que utilizaba para darte de comer. 

Maya respiró profundamente, e intentó rememorar esa escena en su mente, pero no apareció. Negó con la cabeza.

  –Te recuerdo a ti pidiendo limosna en la puerta de un supermercado, y como todo el mundo te miraba con asco, como si tuvieses sífilis. –La mujer realizó un segundo intento, pero esta vez no necesitó ni consultarlo con su memoria para saber que no lo recordaba. Negó con la cabeza–. Recuerdo a tú hermana y a ti abrazadas, dándose calor la una a la otra en los días más fríos. 
  –Espera –gritó la joven repentinamente, tanto que Puma se emocionó–. Recuerdo… Recuerdo la noche en que la policía detuvo a mi hermana por uno de sus atracos. La noche en que ella se escapó de un cuartel, y se encontró contigo. La noche en que nos acogiste en tu piso, y en la que comenzamos a vivir en él. 

Maya podía recordar perfectamente esos sucesos, como si los estuviesen proyectando en la intensa oscuridad del techo, y eso la hizo exhibir una entrecortada sonrisa.

  –Excelente, Maya. Has conseguido progresar –la felicitó casi dando un aplauso, acto que ella ignoró. Estaba demasiado concentrada tratando de continuar ahondando en sus recuerdos que no se había molestado en observar aquella muestra de afecto. Ya ni siquiera mostraba signos de tensión, sino que se encontraba muy relajada. Definitivamente, el plan comenzaba a dar sus frutos–. Antes de continuar, ¿hay algo más que recuerdes? –preguntó Puma aumentando su indagación.
  –No, el resto está borroso –respondió ella tras haber rebuscado entre el torbellino de confusión que era su cerebro–. Escucha, la imagen de Dyssidia abrazándome es lo que ha hecho que rememorase aquella noche. Tal vez podríamos intentarlo por ese camino –propuso inmediatamente. 
  –Estuvieron bastante tiempo viviendo en mi apartamento –prosiguió él, ignorando su consejo–. Y no convivíamos demasiado mal, aunque más de una vez se quejaron de mi comida quemada –Puma regruñó por dentro–. Pero cuando Dyssidia comenzó a trabajar para la farmacéutica tuvieron tal pelea que te marchaste, y no apareciste hasta seis meses después. 
  –¿Seis meses? –Aquella noticia sorprendió a Maya más de lo que lo había hecho cualquiera anterior–. ¿Y dónde estuve? –se interesó. 
  –Eso no lo sabe nadie. Ni siquiera tú te acordabas. Lo único que nos dijiste es que habías estado bebiendo mucho durante todo ese tiempo.
  –Pero, fueron seis meses. Medio año. No puede ser que se me hubiese olvidado absolutamente todo –se negó la joven. 
  –Te estoy diciendo que no sé nada más. –Puma alzó ligeramente su tono de voz–. Cogiste la puerta, te fuiste y desapareciste. Como no podíamos pedir una orden de búsqueda por todos los delitos que habíamos cometido, fue Dyssidia quien se pasó días enteros buscándote; hasta que te encontró vagando por el callejón de un bar con una botella de whisky barato en la mano. La mitad te la habías derramado sobre tu camiseta, que estaba hecha un auténtico harapo. 
  –No creo que contarme este tipo de experiencia me vaya a ayudar a recordar, sinceramente. Mucho menos si no me acordaba en su día. ¿Por qué no pasamos a la siguiente parte de la historia? O mejor, ¿por qué no dejas de ser tan arisco y haces caso a mi consejo?

Maya frunció el ceño para reforzar su queja pese a que no mirase directamente a Puma, aunque lo que realmente la molestaba era la impotencia que le provocaba el no ser capaz de seguir recordando tras su anterior avance, no que su compañero la ignorase. Tomó un respiro para tranquilizarse, y decidió concentrarse sólo en la voz, pero aquella vez, realmente. Nada de preguntas. Necesitaba recordar, y la única manera de hacerlo era escuchando.

  –Lo siento. Continúa, por favor. 
  –La experiencia que acabas de despreciar las unió tanto a tu hermana y a ti que parecía que se hubiesen encadenado, y aunque seguía sin gustarte demasiado su trabajo, se llevaban mejor que nunca –Maya fue atacada por un sentimiento de culpabilidad ante aquellas palabras. Pensó que no debería haber hablado tan rápido–. Un año después, fue cuando te encontraste con Eriel. ¿Eso lo recuerdas? 
  –Eriel –nombró confusa–. Sí… ella fue tu pareja… pero no recuerdo nada de su muerte–dijo con dificultad. 
  – Es porque no te encontrabas presente cuando ella… –explicó Puma forzándose a mantenerse firme–. Pero no vamos a hablar más de su muerte. Al menos, no todavía. Quiero hablarte de cómo se conocieron. De cómo la salvaste de una pandilla de matones que la estaban persiguiendo. De cómo fuiste tú quien convenció a tu hermana y a mí para que ella pudiese quedarse con nosotros, en mi apartamento. De cómo conseguiste hacerla feliz, y que se sintiese en un verdadero hogar. Es de eso de lo que quiero hablar. 
  –Yo… –una lágrima comenzó a difuminar la visión de Maya–. Creo que empiezo a recordar de nuevo. Sí, sí. Recuerdo las tardes en las que Dyssidia, Eriel y yo nos tirábamos en tú sofá a ver los dibujos animados, mientras comíamos palomitas recién hechas, y luego venías tú a regañarnos por vagas y sucias –Los labios de la joven formaron la primera sonrisa de la conversación, mientras la lágrima resbalaba por su mejilla, y ella se veía obligada a secársela con las yemas de sus dedos–. O cuando hacíamos las fiestas del pijama hasta altas horas de la madrugada, y luego te encerrabas en el baño a la mañana siguiente como venganza –En esta ocasión, fue Puma quien no pudo reprimir un gesto pícaro–. O cuando Eriel encontró a su padre y… 

La narración se vio forzosamente interrumpida cuando el dolor de cabeza retornó, tan inesperadamente repentino como impiadosamente torturador. Maya se retorció violentamente, alertando a su compañero, que no tardó en acercarse a socorrerla, derribando la silla al levantarse precipitadamente. Como método improvisado para soportar las punzadas, la mujer presionó su frente con una mano, y fue tal la fuerza empleada que parecía querer destrozar su cerebro. Puma la levantó cuidadosamente y la sentó en la mesa, mientras ella trataba de retener las arcadas que la atacaban.

  –¿Te encuentras bien? ¿Necesitas tus pastillas? –preguntó precavido, prestando atención a los movimientos de la joven por si volvía a sucederle otro de esos episodios violentos.
  –Tranquilo, ya se me está pasando. No hace falta que te preocupes tanto. Además, no siento lo mismo que cuando me estoy “transformando”. Creo que ha sido algo casual. Por lo del padre de Eriel. Ya sabes, que… violó a su madre en un callejón. 
  –Vamos a dejarlo por ahora –indicó Puma mientras recogía la silla que había arrojado involuntariamente apenas unos segundos y la colocaba en una esquina, junto a un par de cajas de cartón vacías. 

Maya se puso en pie sin dificultad. Tanto el dolor como las punzadas eran ya mínimos, y las arcadas habían desaparecido. Al final, todo había quedado en un susto. 

  –Llamaré a M.A. para que venga a abrirnos –informó el joven. 
  –Espera un momento. Ahora que tenemos algo de tiempo libre y estamos solos, podríamos conversar sobre otro tema, ¿qué tal si me hablas sobre ti? –sugirió su compañera. 
  –¿Sobre mí? ¿Qué quieres que te cuente? –trató él de evadirla con ironía.  
  –Dime, ¿por qué te fuiste? ¿Por qué no te quedaste con nosotros? Y lo más importante, ¿por qué nos tratas de esta manera? Especialmente a M.A. Él no te ha hecho nada. Si incluso se llevaban bien.
“Vaya, de eso si se acuerda”, pensó Puma malhumorado. “Bueno, tal vez haya hablado con M.A.”.
  –Eso son asuntos personales que no te incumben, Maya. No voy a contártelos. Y no insistas, porque no pienso ceder. –Evitó el contacto con el rostro de la mujer, para no verse influenciado por la ternura que pudiese irradiar estratégicamente.   
  –¿Asuntos personales? Perdona, pero despreciarnos no es…

El raudo sonido del metal rozando, proveniente del otro lado de la puerta, interrumpió la conversación; y ésta se abrió con un inexacto giro de noventa grados. Aquello sobresaltó a Maya, pues la rapidez de la acción casi no la había permitido asimilar lo que pasaba. Puma, por su parte, no varió su comportamiento cuando Eva apareció cruzando el umbral sin preguntar siquiera y atravesó el almacén de unas cuantas zancadas, ignorándoles completamente. 

  –¿Qué haces aquí? —preguntó Puma–. Pedí que no nos interrumpieran.
  –Lo sé –afirmó mientras comenzaba a revolver entre los utensilios allí almacenados, como si estuviese buscando algo–. Y siento interrumpir lo que sea que estén haciendo aquí, pero necesito una manta, y en las habitaciones no hay ninguna.
  –Al menos, podrías haber llamado a la puerta antes de entrar –intervino Maya–.
  –Sí, podría haberlo hecho –contestó Eva ignorándola–. Mira, Florr se está quedando cada vez más helada, y recordé ver por aquí una manta aún en un estado decente que le vendrá bien. A eso he venido, ¿o acaso crees que vengo a verlos en pleno coito? –La expresión de Maya fue de incalculable incredulidad ante aquella brava respuesta. 
  –No es eso lo que estábamos haciendo –aclaró ella mientras Eva arrastraba una mesa de madera podrida, bajo la cual se encontraba la gruesa manta que buscaba.
  –Tampoco es asunto mío lo que hagan, siempre y cuando no salga de este almacén. –Con la manta ya entre sus brazos, caminó hasta situarse más cercana a las personas con las que conversaba–. Puma, necesito hablar contigo en privado, después de darle esto a Florr. No te preocupes, no le pasa nada grave –le tranquilizó antes de que el joven preguntase–. O al menos eso creo. 
  –Yo se la llevaré, y ya que estoy, le echaré un ojo –se ofreció Maya algo desganada, con intención de huir del panorama en que estaba metida–. Así podrán hablar en privado aquí y ahora.

Agarró la manta sin que su portadora opusiera resistencia a ello. Puma le dio las gracias en voz baja, pero los labios de Eva no se movieron hasta que la mujer estaba ya utilizando la manija de la puerta. 

  –Por cierto, castaña –llamó su atención–, la próxima vez que vayan a hacer algo aquí asegúrate de que tienes mejor vigilancia, porque tu prima y ese chico rubio no es que hayan estado muy atentos, precisamente.

Maya no supo que contestar, aunque tampoco quería decir nada. Se limitó a salir de la estancia y cerrar la puerta sin demasiada atención, provocando un pequeño portazo.

  –Y bien, ¿de que querías hablarme? –Puma se sentó sobre la mesa tras limpiarla vagamente–. ¿Hay algún problema con el grupo, o con alguna otra cosa?
  –Bueno, se están tomando muchas libertades, considerando que este es mi fuerte –replicó Eva defensiva–. Pero no es eso lo que me interesa ahora mismo. Estoy mucho más preocupada por la escasez de recursos. Ya casi no nos queda nada, Puma. Los lugares más cercanos y seguros están ya vacíos. De hecho, cuando os encontramos, volvíamos de un pueblo del que habíamos estado obteniendo recursos durante casi tres meses. Y allí ya no quedaba ni una mísera venda. 

El joven mostró una mueca que informaba de su concienzudo análisis de la situación

  –Si seguimos así, más temprano que tarde tendremos que alimentarnos con las cucarachas que encontremos entre la mugre, y  en este mundo ni por esas, porque las que no estén muertas se habrán dado un buen baño de radiación –Hablaba en un tono verdaderamente serio, que hizo reflexionar a Puma sobre si lo de las cucarachas iba en serio o era una pequeña exageración. No tardó en negar la segunda opción. Conocía lo suficiente a aquella mujer para saber que no tendía a encarecer la situación.
  –Pues no sería tan extraño comérnoslas. Además, se solía decir que los insectos son una gran fuente de proteínas –Eva le lanzó una mirada extravagante, con la que parecía preguntarle si realmente estaba hablando en serio. Esperaba una respuesta algo más sensata que la que le había dado. Lo cierto es que hasta a él mismo le costaba creer lo que acababa de decir–. Discúlpame por mi estupidez. Mira, a nosotros tampoco nos queda demasiado, así que no creo que podamos ayudarte con ese problema. 
  –No, no estoy hablando de eso –le aclaró–. No son sus recursos lo que quiero. Quiero su colaboración.
  –Así que nuestra colaboración –Puma lo meditó unos segundos– Creo que sé lo que quieres decir, pero, ¿en qué consistiría exactamente nuestra colaboración?
  –Mira, estoy segura de que ahí fuera hay algunas zonas que todavía no hemos explorado, y puede que todavía contengan alimentos, agua o medicinas en buen estado. No sé, algún lugar fuera del radio de mayor seguridad, o incluso puede que dentro. Pero entenderás que no voy a ir sola para arriesgarme a perderme en la nada. 
  –¿Quieres que te acompañen? –preguntó el joven con un tono de afirmación más que de pregunta–. Pensaba que no confiabas demasiado en ellos. 
  –Y no confío. De hecho, aún no estoy dispuesta a dejar a mi hermano, solo, con esta gente –afirmó Eva–. Si se van a quedar aquí, tendrán que cooperar. Comprenderás que no van a vivir de gratis. Yo no pienso ir a buscar nada para ellos, así que todos los que se encuentren en plena forma para luchar, van a tener que salir si quieren comer. Los heridos pueden quedarse aquí vigilando. Tampoco es cuestión de arriesgar vidas.
  –¿Me estás preguntando o me estás informando? –Puma se encontraba confuso. No podía saber con seguridad cuál de las dos opciones era la correcta. 
  –Te lo estoy contando –le aclaró ella su duda. El joven carraspeó, como si la información se le hubiese atascado en la garganta, y no tardó demasiado en levantar su pulgar en señal de acuerdo. Gracias por tu aprobación. 
  –Muy bien… yo estoy dispuesto a salir. Y creo que sé quién estará a disposición de acompañarme.
  –Me parece perfecto, de hecho puedo darte un par de indicaciones… Ahora, vámonos. No me gusta este lugar. Preferiría estar en un congelador a cuarenta bajo cero antes que aquí –indicó Eva mientras caminaba a paso ligero hacia la salida del depósito.



Tras una breve y multi-colaborada conversación, se acordó, para aminorar riesgos y posibles bajas, que serían solamente Puma y la misteriosa Ley quienes se expondrían para conseguir provisiones. Esta última parecía no tener ningún problema con la propuesta que le había hecho el moreno directamente.

No tardaron en preparar sus trajes y los artículos necesarios para emprender el breve viaje.

  –Mucho cuidado, hermana… –pidió M.A. parado con el resto del grupo junto a la verja que suponía la única entrada del fuerte.
  –Nos vemos –se despidió la pelirroja con una extraña mueca y un sencillo movimiento de su mano mientras se alejaban y se perdían entre la ruta boscosa…



El trayecto iba a ser tedioso sin duda… era muchísimo tiempo libre.

  –Y bien, ¿algo de lo que quieras hablar? –preguntó, increíblemente, Puma.
  –Bueno… supongo que tenemos un buen rato para charlar –dedujo Ley–. ¿Conoces a los Sex Pistols?

Horas de pasos y palabrería construyeron la ruta de ambos hasta la imponente ciudad de Mississauga… pero la devastación que la maquillaba, había sentenciado una travesía más complicada de lo prevista.

  –Caeríamos, es imposible –la definición de Ley era la más acertada. Ese gigantesco cráter no se podía sortear, en absoluto–. En cambio, esa es una mejor opción.

Puma observó hacia donde el dedo de la pelirroja le indicaba: una escalera para incendios aún en buen estado dentro de un callejón.

  –Tu cuerda –requirió Ley.

El moreno se la sacó por encima de la cabeza y se la extendió sin paula ni maula. Una vez abandonaron la calle para aproximarse a la escalera la idea de Ley fue revelada. La escalerilla que les hubiera permitido llegar sin problema al primer piso no se encontraba sino en el suelo del callejón, rota.

  –Ayúdame a llegar y con la cuerda te ayudo –sugerencia de la pelirroja, quién se colgó la cuerda alrededor del pecho, como su compañero hace unos instantes.
  Puma se posicionó debajo de la escalera–. Espero que sepas hacer nudos –dijo, entrelazando los dedos al nivel de su fémur e inclinándose para recibirla.
  –La simple pregunta es ofensiva… –la respuesta se vio acompañada de un pose de “molestia”. Ley sostenía su cintura con ambas manos mientras ladeaba la cabeza y arrugaba la cara detrás de la transparencia del cristal de su máscara, a diferencia de Puma de quién no era posible detectar expresión alguna–. Tricampeona de amordazamiento en mi división –habló con altivez, parándose sobre la punta de sus dedos por un instante.
  –“Torneo de amordazamiento”, ocioso a más no poder… Aunque dependiendo del contexto, esas habilidades pueden traer algo de diversión –insinuaba el moreno–. Basta con la pérdida de tiempo.

Con un pequeño impulso Ley embistió al moreno y este la catapultó con sus manos hasta la baranda de la escalera. En un santiamén la mujer pasó por encima de su obstáculo y se quitó la soga para amarrar uno de los extremos con increíble destreza a pesar de la incomodidad que el traje que la cubría le daba a sus manos. Como un gato en una cortina, el moreno trepó por la cuerda el tramo de tres metros.

  –Interesante –dijo Puma, al chequear lo que había hecho Ley con la cuerda.
  –A este le llamo “esclavo” –comentó con guasa, deshaciendo el complicado nudo–. Sólo YO lo puedo soltar –le añadió.
  –Muy bien, señorita arrogancia. Sigamos –imperó el pelinegro, recuperando su cuerda y encaminándose por la escalera para subir.

Ley le imitó.

  –Ahh… –exhaló la pelirroja, decantada con algo que solo ella percibía– El delicioso aroma de la envidia.
  –Tan cierto como que tu katana es horrible… –masculló Puma.
  –¿Disculpa?
  –Que el catalán es elegible… –reiteró.
  –Ajá –gruñó la pelirroja– Cuídate esa boquita, pequeño Puma.

El avance por el tejado resultó en algo increíblemente tranquilo… Era una sorpresa que aún en lo más alto encontraran muertos vivientes… pero las condiciones físicas que presentaban eran tan inhumanas que ninguno merecía ni el más mínimo ápice de atención. La inclemencia del cruel sol les había deshidratado e insolado de tal manera que se le ceñía la epidermis a los huesos y la constante lluvia ácida de las nubes intoxicadas les había calcinado y deformado la carne transformándola en una masa viscosa desabridamente gris. Los que aún podían, con terquedad se arrastraban hacia los dos sobrevivientes, dejándose la piel carbonizada de sus cuerpos en la aspereza del suelo mientras se lamentaban no ser capaces de alcanzar la carne fresca que anhelaban. Eran muchos los desdichados que habían optado por la inocente y estúpida decisión de encerrarse en la intemperie.

  –Ya llegamos –anunció Puma parado en el borde del edificio. A tan solo un par de calles era apreciable el supermercado.

Sin embargo, los ojos de Ley permanecían perdidos entre el panorama dantesco.

  –Sí, vamos –dijo desviando su concentración al objetivo principal.

El asunto del descenso fue sencillamente solucionado por otra escalera para incendios, ya mucho más deteriorada pero aún capaz de aguantar el peso de ambos. Con precaución lograron poner los pies en tierra firme y sin pensarlo dos veces volvieron a las calles para emprender un desplazamiento férreo hacia el supermercado. Vehículos, rifles de asalto oxidados, escombros, incluso un tanque de guerra enterrado entre los componentes de un imponente edificio ya derruido eran los decorativos otorgados a la omnipresente alfombra de cadáveres. 

Los huesos ya frágiles crujían bajo las pisadas de Ley y compañero, acompañados de algunos lamentos de cuerpos que aún tenían una nonada de vida… Evitando las manos de aquellos seres hambrientos, se escabulleron entre la multitud de carne inerte hasta que finalmente llegaron a las puertas del supermercado que estaban…

  –Abiertas –Ley desenfundó su larga espada japonesa y cruzó el umbral.

Puma le siguió y cerró ambas puertas a sus espaldas precariamente, ya que las cerraduras estaban destrozadas. Apenas faltaban productos en los anaqueles y los que no estaban en su sitio yacían en el suelo de cerámica blanca, ¿cómo era eso? En aquellos días ganarse la lotería de tal manera era un “poco” imposible.

  –Atento, Puma –en un instante Ley se mezcló entre los pasillos del extenso supermercado, como una sombra más, con un pisar tan delicado como el de un pequeño felino.

El moreno miró en derredor, sintiéndose abandonado. Sacó su Glock del bolso y con la corredera alineada empezó su recorrido a lo largo penumbrosos pasillos.

  –¿Dónde te metiste, pelirroja? –susurró.

Tras avanzar más de una quincena de metros avistó el acceso al área de trabajadores, una puerta entreabierta azul que combinaba armoniosamente con todo el entorno blanquecino. Se acercó a esta y desde su parte posterior la empujó para abrirse paso… Todo tranquilo, todo silencioso. Era inquietante; la iluminación estaba mucho más reducida que en la exhibición de productos. Cauteloso, siguió un rastro de sangre ya seca. Lo primero, siempre, tenía que ser: asegurar el lugar. Si algún infectado merodeaba el sitio, o un visitante indeseado, siguiendo esas “migas de pan” le encontraría… 

Al final del trazo rojizo, entre los corredores, solo llegó a una oficina donde aguardaba una silueta engrosada, empuñando una katana.

  –Ley –nombró Puma con distorsionada voz.

La pelirroja estaba mirando a una chica, colgada de cuello y también de manos a una lámpara en el techo por una maraña de cables, únicamente con una camiseta hecha jirones y un tramo de sangre coagulada que salía de su boca terminando entre sus senos para cubrir su casi absoluta desnudez. Su cara pálida reflejaba no más de quizá 20 años.

  –Es… Esto es penoso –dijo Ley.

La pobre infortunada se había mordido la lengua, dejando que el pequeño musculo sellara su garganta y le permitiera adquirir el eterno descanso. Devolviendo la katana a la vaina en su espalda, Ley se aproximó para liberar el cuerpo de la chica y postrarla sobre el suelo, cerrando con delicadeza sus ojos sin luz. 

  –Hemos perdido todo respeto por la vida… –decepcionada, la mujer haló una gruesa cortina justo frente a sí y cubrió el cadáver de la chica–. En estos momentos las personas deberíamos estar unidos. No haciendo esto.
  –El libertinaje nunca le sienta bien a los humanos –Puma ya se encontraba registrando el único escritorio de la pequeña oficina.
  –Pero, la gente que vive en esta era no fueron criados por cavernícolas. Eso no justifica sus malditas acciones.
  –Cuando una persona no posee ninguna atadura, no tiene porqué retenerse nada.
  –Lo sé, no hay ninguna sociedad ni autoridad que les reproche nada… pero esto es incorrecto.

Pensó en que era suficiente… los lamentos no lograrían nada.

  –Préstame el bolso, voy a recoger las provisiones –en su cara era visible la repugnancia que le traía el pequeño escenario.

Él sabía lo que sentía, así que entregó el bolso sin rechistar para que no tuviera que estar un solo segundo adicional en la oficina. Con la misma facilidad que entró, la pelirroja salió, yendo directo a lo más importante, la primera necesidad: el agua. Desgraciadamente en el bolso no cabían más de tres botellones de agua… Eso no alcanzaría para más de día y medio, añadiendo que ya no quedaba espacio para ningún alimento.

Iba a ser un poco aparatoso de llevar pero su compañero le ayudaría; Ley se hizo con un carrito de mercado. Aunque aquello les obligara a tomar la ruta más larga, tendría que ser… Si ambos continuaban cooperando perfectamente no supondría más que un pequeño retraso. Una vez más volvió para adquirir más botellas de agua, vaciar en el carrito las que ya tenía en el bolso y empezar a buscar y llenar el carrito con enlatados y demás provisiones no perecederas, trasladándose con gracia sobre su vehículo improvisado, apoyando un pie en la parte posterior mientras que con el otro se impulsaba como si de un monopatín se tratase. Sus labios rosados se amoldaban adecuadamente para silbar una melodía jocosa mientras examinaba los productos más necesarios, pero… se detuvo exactamente en una columna de anaqueles.

  –Uau… –frente a sí tenía su aperitivo favorito, y también el más caro: “Los Chocosabrosos”.

Uno de los chocolates más naturales que había en el mercado. Ahora era gratuito y en cantidad… Atemorizada por el estado del consumible, tomó la primera barra y miró en la parte de atrás, donde se arrejuntaban todas las indicaciones.

  –Ay, anunnakis… –“2015/01” recitaba el papel plástico.

Ley abrió el bolso ahora vacío y lo atragantó con un número excesivo de cajas de la codiciada golosina. Rió de sus propios actos pero no le importaba.

  –¿Qué haces…?

La pelirroja se estremeció con la voz de Puma, como un ladrón novato que hurta por primera vez.

  –A-Asegurándome de que tenemos lo necesario… –cerrando la cremallera del bolso, se giró hacia su compañero, quién se había quitado la máscara y le observaba con ojos de reprimenda.

Con una mueca extraña el moreno hizo saber que el asunto de la golosa pelirroja le interesaba poco e hincó una rodilla en el suelo antes de aclarar la voz y elevar entre sus manos, hacia la mujer, una cajita diminuta.

  –Señorita –Puma abrió el pequeño contenedor. La oscuridad hacía costoso identificar el pequeño objeto en el interior…– ¿Se casaría usted conmigo? –espetó el moreno con un grado de seriedad tan elevado que parecía verdad. Un bello diamante, casi brillante descansaba engarzado sobre un delgado aro dorado. Era un solitario. Un anillo de compromiso.

Ley se torció a carcajadas, agraciada por la situación. Risueña miró con fingida ternura para responder.

  –¡Ay, Pumita! Eres muy simpático pero… te falta el vino fino y el traje caro –contestó aún sonriente.
  –Bueno… los trajes para radiación son relativamente caros. Aunque no tengo ningún brebaje exquisito, lamentándolo mucho –dijo, volviendo a pararse sobre ambos pies.
  –Oye, te hubieras quedado unos minutos más de rodillas y quizás te decía que sí. Ya es irreversible –decía la pelirroja, pícara y malvada–. ¿Dónde conseguiste eso? –preguntó.
  –Estaba en una de las gavetas del escritorio… pensé que con una tontería podría cortar tu desánimo.
  –Y lo has hecho, Pumita. Pero me gustaría que de vez en cuando cambiaras tu cara de guardaespaldas… Sería más agradable– dijo ella dándole dos suaves palmadas en la mejilla.

Ley volvió a su carrito de compras dispuesta a terminar lo que venían a hacer.

  –Hola, nena –un sujeto, vestido con un mono naranja saludó con una macabra sonrisa apenas distinguible en la oscuridad, sujetando el carrito en paralelo.



Fugaz, Ley identificó la ropa de reo… Realizó un veloz ademán por extraer su katana pero otro sujeto le abordó saltando por encima de la estantería, tomando a la pelirroja como a un muñeco de trapo para estrellarla contra un refrigerador, provocándole una ducha de miles de pequeños cristales. Puma, se vio atrapado por un cuchillo que rodeaba su cuello amenazando con rebanarlo. Con un violento movimiento se escabulló sin más que un superficial corte en al nivel de la nuez de su garganta y encaró al sujeto antes de que pudiera tomar una nueva decisión.

El moreno le llenó la cara de puñetazos a una velocidad vertiginosa hasta que este le apartó e intentó darle una estocada que erró y le costó un rodillazo directo a las costillas.

Ley se incorporó, sujetando iracunda un larguirucho fragmento de vidrio. El tipo tenía su katana, y torpemente se aproximó para blandirla contra su legítima dueña, quién evadió con destreza y dirigió la punta de su pie directamente a los testículos del despreciable sujeto. Cuando este sintió el ardor en su virilidad, ladeó su cuerpo hacia la mujer y esta aprovechó el instante para sujetar de nuevo su espada y clavarle el cristal afilado en las carnes de su mejilla dibujando una horrible sonrisa en su asquerosa cara. 

Una vez más el sujeto se vio entorpecido por el dolor, permitiendo que la inmisericorde arma de Ley le atravesara la rodilla y separara su pierna en dos. Impresionado, el tipo era incapaz de emitir sonido alguno. El segundo hombre acudió al ataque con una navaja en la mano, siendo esta cercenada por el filo de la katana que posteriormente atravesó su pecho en tan solo un segundo.

La pelirroja extrajo su espada y se posicionó para un nuevo movimiento.

  –Ustedes abusaron de esa chica… puedo verlo en sus caras –con un simple y recto blandir, Ley decapitó implacable a aquel asqueroso hombre.

El oponente de Puma le ganaba en corpulencia, pero la musculatura no se debía sino a grasa y una gran barriga que frustraba su propia agilidad. Esquivando los movimientos hostiles de sus cuchilladas, Puma cargó un puñetazo con todo el peso de su cuerpo que falló por centímetros quedando a merced del ex convicto. Este clavó su codo en la cara del moreno y lo empujó contra una columna de anaqueles para retenerle e intentar apuñalarlo.

Puma ladeó la cabeza evitando así que el arma blanca se enterrara en su cabeza. Consecuentemente impactó su frente con la nariz del obeso, quitándoselo así de encima, separándolo lo suficiente para asestarle una patada en el estómago. El hombre se tambaleó atrasando sus pasos, hasta que su movimiento fue cesado por un largo acero que emergió de su pecho, perforando su corazón.

  –Infeliz… –la figura de aquel sujeto cayó, revelando la de Ley.

La pelirroja no tardó en extraer su katana y limpiarla con los ropajes de su reciente víctima.

  –Lo tenía –dijo Puma.
  –Lo lamento, es una pena. Deberás admitir que soy tu ángel de la guarda –arrogó la pelirroja envainando su espada.
  –Bueno… mí ángel –Ley sonrió triunfante–, tu traje está hecho jirones.

Su violenta visita al congelador le había costado un millar de cortadas en su única protección contra el vil ecosistema.

  –Te daré el mío –propuso Puma, desajustando los pequeños broches para quitárselo.
  –No, Puma. Quedarás expuesto.
  –Estos sujetos andaban por aquí sin problema alguno. Podré aguantar la radiación de las calles… –explicó sacándose la parte superior de su traje por encima de su cabeza.
  –Entonces yo también puedo.
  –La colaboración es lo que hace a un equipo…

No muy lejos, se escuchó un alarido.

  –Falta uno –dijo uno de los sujetos, sumergido en un charco de su sangre.

Ley y Puma se acercaron al hombre de la pierna amputada.

  –Prepárense para el plan de contingencia, muchachones… –sentenció riendo.
  –Alucinas… sólo termina de morir, maldito –exigió Ley.

Un gemido lastimero inundó los corredores del supermercado, entonando una sinfonía macabra junto a las carcajadas desfasadas del tipo que agonizaba en el suelo.

  –Alguien abrió la entrada… –informó Puma observando una grupo de infectados que empezaban a integrarse al lugar.
  –¡¡Púdranse, malditos!! –un último sobreviviente surgió al final del pasillo, desatando una lluvia de balas de alto calibre.

Puma y Ley abandonaron la letal trayectoria de los proyectiles y se mezclaron entre las estanterías. El cuarto lunático se aproximó a una puerta, de donde emanaba una inmensa cantidad de sangre… Se sacó un manojo de llaves y tras buscar la correcta, penetró la cerradura con el pequeño artilugio metálico y giró para desbloquear la estancia.

  –¡¡Venga!! –con la linterna de su rifle, iluminó más de una veintena de cadáveres andantes, merendando un trío de cuerpos ya en los huesos.

Todos los seres levantaron la mirada hacia su nuevo alimento. Con un conjunto de feroces gruñidos extendiendo sus pútridas manos emprendieron una carrera hacia su libertador…



A pesar de la ruina en la que Mississauga estaba ahogada… Un sector muy selecto había apenas afrontado la vil guerra desatada entre los vivos y los muertos. Dentro uno de los mínimos edificios aún de pie, una mujer de cabello cobrizo, más bien rubio, y ensangrentada vestimenta médica luchaba con sus hábiles manos por salvar la vida de un muchacho, baleado…

La cirugía iba de mal en peor, había electricidad… tenía perfecta iluminación, pero no energía suficiente para sustentar las máquinas que hubieran facilitado la ardua labor. No estaba sino en un hospital, de categoría militar, el “Santa Sara Abelló”. Situado en el corazón de la ciudad generosamente equipado y ocupado por un numeroso grupo de psicópatas escapados de una prisión.

Cuando había entrado por primera vez a aquella fortaleza de bandidos, la rubia imaginó un asentamiento lleno de gente, siendo masacrados y exterminados por más de media centena de reos armados hasta los dientes. Efectivamente así fue… solo que para cuando eso sucedió, no existían más que muertos vivientes en la inmensa instalación hospitalaria. Encontraron recursos de todo tipo: medicamentos, utilería, alimentos… Y ese misterioso hombre, el venerado Doctor Payne un científico de quién solo había oído su nombre y vagas conversaciones entre los homicidas acerca de un superrealista artilugio con el que era capaz de ahuyentar los infectados… Era una fantasía imposible de creer, pero jamás había escuchado un solo disparo su breve estadía. ¿Decían la verdad? Ni siquiera esos sujetos sabían de lo que hablaban exactamente.

El otro exorbitante rumor que inundaba sus oídos era que tenían en su poder un helicóptero de GUERRA. Hablaban exactamente de un Apache... Uno que en los primeros instantes del apocalipsis había sido designado para la protección del hospital, suponiendo el máximo punto de encuentro para los sobrevivientes que buscaban refugio al asedio a la ciudad de los muertos vivientes. Todo resultó cierto… tenían un águila metálica, cargada de una munición devastadora.

Pero la única persona capacitada para elevar ese tanque con hélices yacía ahora en una camilla de quirófano, con más de diez balas entre sus carnes y poco menos de la mitad de su sangre fuera de estas. Era claro que, irónicamente, le deparaba un futuro oscuro.

Exhausta, la rubia desistió. Hacía ya 10 minutos que los signos vitales habían abandonado al Sargento Peraile, un joven hombre de apenas 21 años de edad con una sentencia penal de dos décadas generada por insubordinación ante la injusticia. Era él quién también el único que le había tratado con amabilidad… y la razón de su muerte: un violento altercado con sus “compañeros”.

Limpiándose la sangre de las manos, hizo que sus pies le dirigieran a la salida. Empujó con pereza las puertas dobles y finalmente se encontró en los pasillos…

  –Selene –una voz, vacía y fría pronunció su delicado nombre.

No era sino el psicópata mayor, el líder de los poseedores del edificio, llamado extravagantemente “General” por sus hombres. La simple presencia de aquel ser turbó los nervios de la rubia. 



Vigías del fuerte, Maya y M.A. reposaban pacientemente sobre la muralla, con la mirada fija en la ruta por la que hacía horas, Puma y Ley se habían marchado.

  –Según los cálculos de Eva, ya deberían estar aquí… –dijo Maya para cortar el silencio.
  –Lo sé, me preocupa. Pero les dio un tiempo muy justo… podrían haberse topado con alguno que otro contratiempo. Creo que es muy normal.

Un profundo suspiro resonó en el aire.

  –¿Cómo resultó la terapia? –preguntó M.A., sujetando la mano de Maya.
  –Mejor de lo que creí… recordé… tantas cosas –respondió la chica.
  –Eso está muy bien ¿no? –dijo el rubio.
  –Sí, pero… tengo aún demasiadas incógnitas. Imágenes que no entiendo y otras que parecen tan reales, pero a la vez imposibles. Estoy todavía confundida… y no puedo estar completamente tranquila hasta que aclare mi mente.
  –Entonces… –murmuró él.
  –Sólo puedo preguntarle a la misma persona que me sembró las dudas.

Pasando su brazo por los hombros de Maya, dijo:

  –Ya llegará el momento.

El rubio se inclinó lentamente para darle un beso pero Maya ladeó la cabeza para dejar sus labios acariciaran su mejilla.

  –Voy a descansar –informó la castaña con desgano.

Apartándose, se encaminó hacia la escalerilla oxidada de la muralla.

  –¡Maya! –llamó M.A., alterado.

La chica volteó. A una decena de metros, aparecieron las provisiones. Una solitaria silueta empujando un carrito de mercado.

  –S-Sólo viene Puma –dijo la castaña.

Ambos descendieron la muralla al instante, aproximándose a la verja metálica que sellaba la entrada. Quitando los grandes pestillos consiguieron deslizar el bloqueo por los rieles que le sostenían.

  –¡¿Donde está mi hermana?! –M.A. con ira encaró al trajeado, sujetando los amarres de su vestimenta.
  La expresión del hombre cambió para cuando la máscara anti-gas fue removida–. Fue Puma quién no lo logró… –dijo Ley. 



Selene miró por encima de su hombro al causante de que estuviera retenida en un hospital, lleno de matones.

  –Puma… –nombró ella como a una maldición.
  –Ya me contaron las malas nuevas…
  –N-No se salvó –le anunció.
  –No lo salvaste, Selene. Tu inutilidad no le dejó vivir –reiteró un inescrupuloso Puma.
  –¡¡No pude hacer nada!! ¡¡Tus lunáticos le mataron!! ¡¡No me dejaron tratarlo a tiempo!!

El Sargento se sumaba a la cortísima lista de personas que habían muerto en las milagrosas manos de la rubia. Era la tercera persona que no había sido capaz de salvar… y por culpa de un grupo de hombres desquiciados. Estaba consternada sin duda por la perdida de una vida con valor, pero no era culpable de semejante desgracia, en absoluto.

  –Como sea –dijo Puma–. Quiero informarte que ya visité tu ciudad. –los ojos Selene se llenaron de terror.
  –Por favor… dime que no les has hecho nada.
  –Ni ahora ni nunca... Almatriche ardió como Troya.

La mujer cayó sobre sus rodillas, sus ojos se inundaron de lágrimas llenas de tristeza, sufrimiento y pena.

  –Fuiste tú –acusó ella, apretando los puños.
  –No. Mi deseo era apoderarme de esa ciudad, y ciertamente prescindir de muchísimos habitantes, pero no me convenía hecha escombros.
  –¡¡Mientes!! –Selene cargó contra el moreno y este le recibió con una inclemente torcedura de brazo mientras apresaba su delgado cuerpo contra la pared posterior a él.
  –A diferencia de tus compañeros, te permití vivir, por tu colaboración… y te otorgué inmunidad a cambio de que usaras tus habilidades para favorecernos –remembró Puma–. Si no serás de utilidad no tengo razones para prolongar tu existencia.
  –¡Pues mátame! –clamó ella, intentando zafarse.

Puma dejó ir su apéndice y se apartó lentamente.

  –¿Estás segura? ¿No quieres volver a ver a tus amigos? –preguntó el pelinegro, insondable.
  –¿De qué hablas…?
  –M.A., Nait, Maya…
  –¡¿Están vivos?!
  –Y pronto los traeré para que te acompañen. Supongo que querrás seguir respirando para sanarles las heridas –especuló Puma.
  –¡Te lo ruego, no les lastimes! –clamó Selene, juntando sus manos.
  –Depende exclusivamente de ellos.

Un hombre surgió de entre los corredores, vestido con ropajes dignos del inhumano exterior.

  –General –llamó aquel sujeto con una grotesca cicatriz que cruzaba su ojo blanco desde más arriba de su frente hasta debajo de su quijada– Me advirtieron que me andaba buscando…
  –Llévala a su habitación, debe descansar –ordenó Puma, cruzando los brazos.
  –Hay algo más –informó el tuerto– Encontramos dos sobrevivientes merodeando alrededor del perímetro.
  –La manera de proceder no cambia.
  –Los hombres para albañilería y las mujeres…
  –Para ustedes. Deja de perder el tiempo y encárgate –espetó imperativo, abandonando a ambos para pasar la página y acudir al último asunto del día…

Sin ningún contratiempo adicional, Puma alcanzó el último piso donde no residía más que una sola persona: El Doctor Payne…

  –Finalmente… –aquel hombre, ligeramente barbudo, escribía números y letras sin ceso en una libreta de papel al mismo tiempo que observaba otra libreta más grande justo al lado.
  –Sólo fue una perdida de tiempo –explicó Puma con suma brevedad al irrumpir en su laboratorio endógeno.

El canoso no necesitaba mucha palabrería para comprender el resultado de una serie de hechos… 

  –Necesito otra inyección, Payne –dijo el moreno situándose en la vera del Doctor. Abandonando su trabajo el científico se levantó de su asiento.
  –Deberías evitar la exposición en áreas radioactivas –sugirió Payne dirigiéndose hacia una vitrina metálica– Mis recursos son absolutamente lo contrario a ilimitados.

Pacientemente rebuscó entre los miles de cilindros y envases de vidrio que entre anaqueles se encontraban hasta dar con un pequeño cofre de plástico negro. Girando el pequeño pestillo que impedía su apertura consiguió acceder a su contenido, constituido por un frasco donde se embotellaba un líquido rojizo ligeramente translúcido con una jeringa también llena de la misma sustancia.

Tomando solamente la jeringa, Payne retornó hacia Puma quién yacía sentado sobre su escritorio.

  –¿Qué tanto? –preguntó el hombre del cabello blanquinegro.
  –Casi nada –respondió Puma.

Expulsando una gota del preciado líquido, Payne confirmó que la aguja no tenía obstrucción alguna y apretando la coyuntura del brazo derecho del moreno ubicó la vena donde consiguientemente clavó el ultra delgado tubo de acero. El hombre apretó el émbolo cuando estuvo seguro que todo lo anterior lo había ejecutado perfectamente y así introdujo 10 mililitros exactos en el sistema sanguíneo de Puma.

Puma necesitaba aquellas inyecciones, por la simple razón de que si no las recibía, moriría. Tenía un organismo distinto al resto, mutado gracias a “El Agua Gris”, el virus que le había devuelto la vida… Si bien el mismísimo Payne le denominaba como un espécimen biológicamente superior, su principal problema era la inestabilidad del mismo virus que le hacía un ser “evolucionado”. Y la radiación que arropaba el mundo jugaba un papel importante en su falta de control… En algunos momentos resultaba ventajoso ya que siempre que se exponía a cualquier tipo de sustancia u onda radioactiva sus células se activaban de una manera casi explosiva… aumentando su multiplicación y regeneración para permitirle cerrar heridas en tan solo si la intensidad de la radiación era muy elevada, y en casos específicos, tardaba pocos segundos.

La primera vez que aquello había sucedido, frente a los ojos de Payne, había sido una auténtica maravilla… una increíble creación de la virología: el verdadero porqué del ser de “El Agua Gris”.

Pero tenía un problema gravísimo… y era que el cuerpo de Puma necesitaba aún mucho más tiempo, años, para que sus órganos se endurecieran lo suficiente y que así pudiera resistir la volatilidad de los procesos celulares junto con la extrema velocidad que adoptaba su ritmo sanguíneo… La prolongación de dicho sobreesfuerzo orgánico no produciría sino una imitación de la leucemia, o simplemente un infarto… 

  –Me han mordido –confesó Puma, observando como Payne extraía la aguja de su brazo.
  –No tiene relevancia –dijo Payne mientras devolvía la jeringa a su sitio y de nuevo cerraba su vitrina– Tu sistema inmunológico filtra cualquier tipo de bacteria o agente corrosivo que altere algún proceso intra-orgánico. La selección celular tampoco admite ningún tipo de infección ni modificación.

Básicamente el Doctor afirmaba que ni en el más barato de los prostíbulos conseguiría contraer enfermedades. Otra ventaja atribuida por el Agua Gris.

  –Me gustaría estar al tanto de su próximo movimiento… –habló Payne. Era algo muy extraño en él, apenas y se fijaba en su alrededor, mucho menos acostumbraba a requerir información alguna.
  –Alistaré una decena de hombres –respondió Puma, en camino a la salida.
  –¿Con qué propósito?

El pelinegro volteó una última vez.

  –Recuperar a mi hermana…



Florr abrió los ojos, abandonando el reino de los sueños. Frotando sus mejillas se incorporó sobre sí misma, desconcertada, tratando de ubicarse…

  –Hola –saludó una débil voz del otro lado de la habitación.

Florr giró su cabeza hacia el niño de 10 años que le recibía de su siesta… Este se acercó con una inmensa sonrisa que endosaba sus pequeñas mejillas. Los ojos de la morena se empañaron con lágrimas.

  –¿Adán? –nombró  la chica entre sollozos.
  –Yo quería… –el pelinegro se sacó un pequeño bombón del bolsillo, extendiéndoselo hacia sus bellos ojos grises–… desearte un Feliz Cumpleaños.

#Puma




3 comentarios:

  1. Impresionante...
    Una cosa, Quiénes son los actores de las imágenes del capítulo y a qué personajes representan?

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  2. Bueno ahora Puma pasa a ser el actor Ryan Reynolds por peticion de el autor,ya que nunca fue un actor fijo,sino cosplays de snake,luego tenemos a Julia Volth (Sustitucion de Sienna Guillory) a peticion de la autora,luego tenemos a Puma con una pelirroja simulando ser Ley300,ya que no se le ve muy bien la cara,y por ultimo porfin podemos ponerle cara a Selene,que sera "interpretada" por Emma Stone a peticion de la autora que la metio en la historia.

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  3. Puma se ha convertido en mi personaje favorito,no se por que os gusta tanto la tipeja de Ley300(que se parece mas a la Alice de las pelis de Resident que la propia Alice del fic)

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