Big Red Mouse Pointer

viernes, 5 de septiembre de 2014

NH2: Capítulo 037 - El cierre de un ciclo

El retumbante eco que se expandía a lo largo de los corredores desiertos con cada paso que efectuaba comenzaba a resultar una verdadera molestia para su torturada mente deseosa de un merecido reposo. Ya había comprobado anteriormente mediante una ventana de la planta inferior que la noche se había cernido sobre ellos sin que se hubiese percatado de evidencia alguna. Un hecho natural que presentaba una explicación sobre la situación de desolación en aquellos lúgubres pasillos. Ella debía de ser la única persona a excepción del doctor que todavía continuaba despierta. Deseaba que el entrenamiento con Inma no se hubiese extendido durante tanto tiempo mientras caminaba con rapidez hacia la estancia que había designado Payne como punto de encuentro a la vez que reflexionaba sobre los acontecimientos que habían acaecido recientemente. 

Miles de pensamientos diferentes sobre aquellas personas a las que su antiguo compañero apoyaba firmemente se deslizaban por su cerebro, encauzando una única conclusión. Que aquel grupo estaba completamente roto era una realidad que nadie parecía dispuesto a aceptar. Sólo necesitaba recordar a Puma derrotado en su sillón por la cantidad de problemas que le acechaban en cualquier esquina para reafirmar su concepción de todos ellos. Los ataques a compañeros, las búsquedas alocadas que alcanzaban el nivel de un suicidio, los secuestros, las amputaciones, las muertes, el intento de convivencia con presos de alto riesgo, el canibalismo oculto y las discusiones que finalizaban con familiares asesinados no conformaban un ambiente en el que se pudiese mantener la cordura de la gente durante mucho más tiempo.

A pesar de que aquella agente de policía de espíritu indomable hubiese dedicado unos minutos de su valioso tiempo en tratar de disuadirla sobre su elección de no depositar su confianza en aquel grupo, la auténtica decisión ya había adquirido su confirmación personal. Sus papeles en aquel lugar habían concluido. Una vez hubiese obtenido su medicina, Eva regresaría junto a su hermano al fuerte, independientemente de que Puma aceptase o no aquella opción.  

Aunque era cierto que no parecía un refugio seguro tras sus múltiples asaltos, un hospital dirigido por ex presidiarios que mantienen en cautividad a rehenes alimentándolos con carne humana que los transformaba en horribles mutantes definitivamente no lo era. Por otra parte, aquel hospital se encontraba a escasos kilómetros del fuerte, por lo que la ruptura con Puma, Florr y el desagradable Payne no era completamente plena. Allí habían convivido con buenas personas que les habían acogido sin dudarlo un solo segundo tras encontrarlos vagando por una carretera, las mismas que habían sido enterradas posteriormente gracias a la maldad del ser humano. A todas esas causas se sumaba el hecho de que la mayoría de sus objetos personales aún continuaban abandonados en el lugar. El fuerte era su verdadero hogar, no aquel sangriento pasaje del terror en el que se había convertido el Santa Sara Abelló.  

Tras haber finalizado una interminable caminata, Eva alcanzó la habitación en la que se localizaba Payne, atrayendo su atención con un ligero impacto de sus nudillos en el cristal de la puerta. 

—Adelante —profirió una autoritaria voz procedente del interior. 

Empujó el tirador obedeciendo la indicación produciendo el reencuentro con el misántropo experto de la ciencia recostado sobre un armario. Su mueca de resignación no tardo en informarla de lo soporífera que le había resultado la espera. La mirada fulminante que le dirigió confirmó sus sospechas. El doctor no disfrutaba con su presencia. Había tratos personales que nunca cambiarían independientemente de donde se hallase su residencia. 

—Su medicina... —informó con recelo mientras situaba un par de diminutos botes que contenían pastillas de yodo radiactivo sobre un escritorio—. Tiene suerte de que el general le haya permitido tomarla sin coste alguno, si le soy sincero. Aunque personalmente lo considero un acto cuanto menos egoísta por su parte.   

Eva ignoró las elucubraciones sin importancia que Payne le transmitía y se limitó a recoger aquellas vitales pastillas, pero una vez comprendió que se hallaban exclusivamente en su poder, su interés por las insinuaciones aumentó en considerable medida.  

—¿Qué significa eso? —preguntó defensiva ante sus acusaciones. 

—Ohhhh, supongo que no lo sabe. Lo cierto es que no me sorprende, pero en fin, creo que usted ya sabe para que clase de enfermos se utiliza la hidroxiurea. Y si no lo sabe, debería tener una agradable charla con su gran amigo. Estoy seguro de que le encantará tratar con usted. Mi labor aquí ha terminado, así que, si me disculpa, tengo que volver a mi laboratorio. 

—Espera... —le ordenó deteniendo su intento de evasión al sujetarle del hombro—. ¿Qué quieres decir? —Ambos sujetos intercambiaron unos notables gestos de desprecio mutuo antes de que Payne se liberase de sus carnosas cadenas. 

—Mi labor aquí ha terminado —reiteró abandonando finalmente el dormitorio sin que le importase el mas mínimo ápice el torrente de pensamientos en el que se había transformado la mente de la mujer. 

Sí... Sabía exactamente para que tipo de tratamiento se empleaban las ventajas de la hidroxiurea. Leucemia, principalmente. No encontraba razón alguna para que el científico impertinente mintiese sobre un asunto de carácter extremadamente negativo, pues de desgracias ajenas se nutría aquella sanguijuela. Y sus palabras en clave de misterio sólo podían significar que la hidroxiurea del acuerdo se usaba para el tratamiento de Puma, lo cual podría haber sido explicación de su carácter frívolo y su afán por ocultar determinada información a ciertas personas. Rasgos característicos de un joven de índole indomable que se forzaba a sí mismo a atravesar una enfermedad mortal de necesidad en solitario. Pero no había forma posible de certificar su teoría. Excepto consultándolo con el propio generalísimo en persona.

Los párpados de Puma se abrieron súbitamente ante la temible oscuridad de un mundo derruido que se cernió sobre él sin compasión alguna, castigando a sus pupilas con la tenue iluminación nocturna procedente de la ventana de su despacho antes de percatarse de una figura personal tumbada de manera estrambótica sobre un sillón. El general se incorporó con su columna dolorida por la incomodidad de aquel asiento, pero con una mente totalmente despejada que se encontraba lo suficientemente fortalecida para enfrentarse a la multitud de problemas que le acechaban, pues había invertido prácticamente todo el día en descansar en el espacio de los sueños a excepción del entierro en honor de Dyssidia y la despedida de los pelirrojos en la que se había encontrado presente.

Sin intención de demorarse en pensamientos de nula importancia, comenzó a recordar los sucesos acontecidos anteriormente que desembocarían en problemas a los que muy pronto debería enfrentar. Ley había asesinado a Dyssidia. Esa era la única preocupación que adoraba invadir constantemente en sus remordimientos. Maya había sobrellevado aquella pérdida de una manera demasiado madura e incluso surrealista si analizaba sus reacciones, por lo que alcanzó la conclusión de que probablemente sólo intentase ocultar la imparable destrucción que se había desencadenado en su interior. Si hubiese vivido otras circunstancias, tal vez no hubiese deducido que su pesar era tan descomunal como para reprimirlo en ella misma, pero Puma había experimentado aquel mismo comportamiento tras las muertes de Dee y Eriel. Necesitaba hablar nuevamente con Maya a primera hora de la mañana para comprobar que no se transformaría en una delicada bomba de relojería que estallaría ante cualquier mínimo detalle.

Por otra parte, la conversación con Florr en la que pretendía desvelar todos los secretos que le había ocultado continuaría pendiente hasta que desarrollase alguna serie de diálogos concretos que utilizaría para informarla sin olvidarse de ningún fragmento en su declaración. Respecto al resto de los supervivientes, era su deber continuar manteniéndolos controlados, incluyendo tanto a los miembros del grupo de Stone City como a aquel que conformaban los  presos.

Sin embargo, aquellos improvisados planes debían esperar hasta que surgiese de nuevo la debilitada luz del sol, pues resultaba lógico que la mayoría de los residentes del hospital se encontrasen durmiendo durante el transcurso de la noche, por lo que Puma decidió visitar una estancia a la que no se había atrevido a acceder desde el desenlace de la guerra contra el equipo de Kalashnikov debido al respeto que le imponía, abandonando su despacho mientras desentumecía sus extremidades antes de avanzar por los corredores en dirección oeste.

El hospital se hallaba sumido misteriosamente en un aura de tenebrosidad acompañada por ciertos matices tétricos y sombríos desde el fatídico accidente, pero el general ni siquiera reparó en ello. Alcanzar su destino en el menor intervalo de tiempo posible era lo único de importancia para él en aquellos instantes hasta el límite de permitirse irrumpir en numerosas regiones que eran propiedad de los presos para recortar distancia con el objetivo hasta que se detuvo finalmente junto a la puerta que custodiaba un dormitorio específico del segundo piso. Aquel preciado espacio del Santa Sara Abelló había sido antaño la enfermería oficial en la que la difunta había efectuado sus labores de curación e investigación durante su estadía en el edificio. Puma la había clausurado prohibiendo su acceso como respeto hacia la mujer tras la desaparición que había derivado en su indetenible deceso, lo que era consecuencia de que absolutamente nadie del grupo hubiese irrumpido en la estancia una vez les informó de que aquel cuarto había constituido un refugio sagrado para Selene debido a que en aquellas ocasiones en las cuales se perdía en las labores médicas que le ofrecía aquella enfermería era cuando comenzaba a sentirse realmente segura en el hospital.

Después de dos semanas aproximadamente sin la presencia de Selene, el general había determinado deshacer aquella reclusión. Quería recordar todos los sacrificios que la doctora había realizado en aquella sala por su salud a pesar de haberla mantenido en cautividad para convencerse a sí mismo de que debía proseguir con su lucha para que ninguna otra persona sufriese su desmerecido final. A aquel convencimiento se añadía el hecho de que era posible que descubriese alguna pista en la enfermería que le desvelase el lugar al que había decidido huir para no responsabilizar a ninguno de sus amigos de ser los ejecutores que detuvieran su reanimación. Puma sentía que era su propio deber otorgarle un descanso digno como los que disfrutaban Nait y Dyssidia, no permitirla vagar por las calles de la ciudad a la caza de carne humana mientras el natural proceso de putrefacción la transformaba lentamente en un ser inerte totalmente distinto a lo que un día había sido la dulce doctora Selene.

No quiso reflexionar ni un segundo más sobre si los actos que efectuaría a continuación  serían éticamente correctos o no, sino que simplemente se adentró tratando de estabilizar sus pasos, contemplando en su memoria los recuerdos vividos en aquella enfermería con su garganta entumecida y un corazón que había aumentado ligeramente su ritmo cardíaco. Si le hubiese confesado a alguien la incontable cantidad de sentimientos que le invadieron tras examinar minuciosamente aquella estancia, posiblemente habría dudado de su credibilidad, pero contemplar todas las propiedades de Selene repartidas de forma desordenada sobre los muebles que la poblaban conseguía superar el autocontrol sobre sus emociones.

No tardó en descubrir el estetoscopio con el que le había auscultado retorcido sobre una silla, así como el maletín que le había regalado a Maya oculto en un compartimiento de un escritorio, el cual la susodicha había rechazado amablemente por motivos evidentes, antes de tropezarse con el revólver que había obtenido del difunto sargento Peraile perfectamente ubicado sobre su mesa de trabajo. La visión del arma originó una reacción inesperada en el organismo de Puma.

Selene se había marchado del hospital como una auténtica kamikaze sin su único utensilio de defensa porque no le importaba morir por las bestias del exterior. Si un grupo de zombis la había acorralado desafortunadamente ella no habría opuesto resistencia ninguna a que la devorasen. En las profundidades de sus pensamientos comenzaron a desfilar innumerables  imágenes aterradoras sobre las posibles consecuencias de su deseo. Imaginar a una doctora descompuesta paseando sus intestinos desparramados, arrastrándose solitaria por una calle debido a su ausencia de piernas o recibiendo una masacre caníbal en la que su apetito voraz sólo mantendría intactos sus huesos provocó en Puma una incontenible furia de impotencia que apaciguó asestándole una violenta patada a una silla para posteriormente sentarse sobre una camilla donde anteriormente había reposado como un paciente más.

Aquella incertidumbre sobre el paradero de la doctora estaba afectando excesivamente a su intento de proseguir con su supervivencia. Selene lo había designado como un enemigo acérrimo muy similar a un esclavista del que únicamente anhelaba la liberación que podía concederle desde su primer reencuentro, hasta que tras duros meses de esfuerzo, ella había empezado a comprender que lo que aquel hombre deseaba otorgarle no era cautividad, sino protección. Finalmente había optado por confiar en él, y la respuesta que recibió de su parte fue un infecto mordisco en la muñeca. Que una persona tan bondadosa como ella hubiese experimentado un fallecimiento tan desagradable era sólo su culpa. Un imponente pesar que pulverizaba sus ilusiones con cada nuevo amanecer.

Casi como si fuese una jugada maestra del azar, Puma divisó un objeto rectangular sólido ubicado sobre el escritorio de Selene que le hizo captar una evidente llamada de atención. Se incorporó sobre sus aturdidas piernas todavía desubicado por los efectos que la sensación de culpabilidad habían provocado en su organismo y encaminó sus pasos hacía el mueble para comprobar en primera instancia de qué se trataba. Había visitado aquella enfermería cientos de veces, pero nunca antes había reparado en aquel pequeño libro de denotada antigüedad cubierto con una superflua capa de polvo en cuya cubierta frontal se discernía un desgaste generalizado provocado por su uso continuado. Una serie de palabras impresas en el lateral le revelaron inmediatamente su condición. Era un diario ajeno. Se apoderó de su posesión sin el permiso de su propietario con pretensión de curiosear las escrituras que en él hubiesen plasmado, desvelando la primera de la multitud de páginas antes de comenzar la lectura de los secretos que allí se ocultaban.

—Día 1. Encontré este diario ayer tirado detrás de la estantería, y he estado toda la noche pensando que tal vez podría escribir un poco en él para evadirme del mundo en general. Por lo que he podido averiguar, este librito era antiguamente de un enfermo terminal, un señor mayor que padecía cáncer de pulmón. Sí, he estado leyéndolo, aunque sé que no debería de haberlo hecho. No pude resistirme. Su historia me entristeció mucho. El hombre escribió una gran cantidad de anotaciones sobre los motivos por los que no podía morir. Según él, debía recuperarse por sus hijos, por sus nietos, por su esposa paralítica, por sus amigos, por todos los que creían en su voluntad, porque no había visto todavía la Torre Eiffel, porque no había ido nunca a esquiar, porque le debía a su hermana pequeña una taza de chocolate caliente sentados juntos en su balcón… Supongo que no sobrevivió. Quizás fuese por su enfermedad o tal vez por la locura que se desató en el mundo. Espero que fuese lo primero. Me pregunto qué habría pensado aquella persona tan optimista si hubiese vivido como el mundo caía ante los no muertos y todos aquellos a los que algún día había amado se convertían en un trozo de carne más que se arrastra en busca de su próxima comida. En fin, ahora este es mi diario. Necesitaba que estuviese limpio para empezar desde cero, así que arranqué las páginas de ese señor una a una con sumo cuidado y las guardé en uno de los cajones de mi mesa. No estaba dispuesta a destruir esa historia. Es sólo que ahora me toca a mí plasmar la mía.

La fina prosa de Selene atrajo al general resplandeciendo cada una de las letras sobre los instigadores ojos que las acechaban. Puma creía haber mantenido bajo control cada uno de sus movimientos desde el primer incidente acontecido con ella, pero la mera existencia de aquel desconocido diario era una ofensa a sus estrictos métodos de vigilancia. Recogió la silla que había estampado brutalmente para recobrar su posición original antes de sentarse sobre ella al ritmo que avanzaba las páginas del libro. Entre toda aquella narrativa se encontraba la tan ansiada pista que buscaba. Y estaba decidido a encontrarla.

—Día 4. ¿Cuánto tiempo llevaré aquí encerrada? Dos semanas tal vez. O puede que sean más. En este hospital es fácil perder la noción del tiempo. Tuve bastante suerte encontrando este diario, porque es la única forma que tengo de desahogarme de toda esta… mierda. Echo mucho de menos a mis amigos. Cuanto me gustaría volver a escuchar una de esas estúpidas bromas de M.A, o tener a Nait a mi lado interesado por mis investigaciones en Almatriche, o que Pamela me cuente sus rollos sobre la pureza de sangre de su estirpe familiar, o… recibir un abrazo de Maya cuando estoy deprimida… Ojalá ella estuviera aquí para abrazarme… Si supiera todo lo que ese demonio ha hecho con la gente que ha pasado por este hospital, todo lo que ha hecho conmigo y todo lo que tiene pensado hacerles cuando los encuentre… Es un monstruo sin corazón. Lo único que le importa es que esa niña a la que supuestamente protege y él vivan de la mejor manera posible sin importar por encima de quien deba pasar… Juro que nunca le he deseado el mal a nadie en toda mi vida, y realmente me arrepentiré de lo que estoy a punto de decir, pero ojalá Maya arrancase su cabeza y la colgase de una pica… Y la de sus asquerosos presos también… Dios, necesito dormir.

Puma respiró profundamente al presenciar cómo una persona tan generosa como Selene le había deseado una muerte cruel e inhumana, pero lo cierto era que las acusaciones de la doctora no se trataban de ninguna falacia, aunque realmente habría anhelado que lo fuesen. El arrepentimiento sometía a sus emociones al mismo tiempo que su lectura proseguía en la historia de Selene.

—Día 14. Hoy me encuentro más animada que de costumbre. Puma sigue comportándose como un tirano que se cree un líder carismático y continúa haciéndome trabajar hasta altas horas de la madrugada, pero he conocido a una persona muy especial. Es uno de los presos, pero no es como los demás. No me ha lanzado ningún piropo grosero ni ninguna guarrería machista como pensaba que haría, sino que me ha tratado con respeto, un término que creía inexistente en este lugar. Incluso se ha parado a conversar conmigo. Por lo visto, no era más que un sargento al que habían enviado a prisión por insubordinación ante la justicia, y muy probablemente porque estaba molestando a alguien de arriba. El caso es que me defendió hace unas pocas horas de unos tipos que intentaron… en fin… hacerme lo mismo que a las chicas que tienen encerradas. La verdad es que tuve suerte de que aquel buen hombre me protegiese o no sé cómo habría terminado el asunto, sinceramente. Como de costumbre, el generalísimo llegó después del altercado y me envió de nuevo a mi ratonera, así que aquí estoy. Por lo visto ha decretado que ninguno de los presos puede tocarme, pero no creo que estos bárbaros entiendan lo que significa cumplir unas reglas. Sobre todo espero que Puma no quiera que le agradezca su supuesta protección impuesta por si alguno de esos violadores me destroza mentalmente y no puedo seguir siendo su esclava, aunque dudo mucho que le importe siquiera. En fin… otro día más encerrada en esta maldita prisión… Por lo menos aquí puedo dormir sin escuchar los gemidos de los muertos… Pero hasta eso echo de menos.

Puma recordaba con claridad los intentos de abuso que había sufrido Selene, así como lo sucedido días después del percance, por lo que inquirió velocidad a sus brazos esperanzado en localizar los párrafos que envolvían una serie de información concreta.

—Día 28, o tal vez 29, o incluso 30. Ya he perdido la cuenta de los días que llevo separada de mis amigos, pero no importa, porque se ha acabado el vivir bajo el asedio de un opresor. ¡Por fin soy libre! El sargento me ha ayudado a escapar. No quería involucrarle en mi huida, pero accedió a cooperar, por lo que no pude negarme. Y lo cierto es que no lo habría logrado sin su apoyo. Ahora mismo permanezco escondida en una de las edificaciones cercanas al hospital. Por el insoportable olor que hay aquí, deduzco que se trata de un basurero, aunque desde el exterior parezca un rascacielos en obras. Debería moverme mucho más lejos, pero no puedo arriesgarme. Viajar en la oscuridad nocturna entre cientos de hambrientos zombis y acechantes mutantes no es una buena idea, por no hablar de que no tengo nada que pueda utilizar como arma, por lo que en caso de verme atrapada, me encontraría completamente indefensa. Prefiero arriesgarme a quedarme una noche aquí. Probablemente nadie sepa que he escapado hasta por la mañana, lo cual me otorga una ligera ventaja que debo aprovechar. Por el momento he atrancado la puerta del lugar en el que me encuentro, el cual posee una pequeña ventana por la que puedo ver el exterior. En cuanto entre por ahí el primer rayo de luz, comenzaré mi viaje hacía Almatriche sin mirar atrás. Estoy deseando verlos a todos, pero prefiero no ilusionarme antes de cantar victoria. Mañana será un día duro, así que descansa. Buenas noches, Selene… Dios, me doy las buenas noches a mí misma. Esto está empezando a afectarme demasiado.

Aquel había sido el renombrado primer incidente, el cual Puma nunca había olvidado. Por un instante su mente barajó la opción de que Selene se hubiese marchado a ese basurero, ya que suponía una especie de refugio en el que ni él ni sus presos la habían descubierto y que le había ofrecido la seguridad de la cual nunca había disfrutado en su hospital. Pero no podía precipitarse. Debía continuar conociendo su historia para confirmarlo.

—¡¡¡No, no, no, no, no, no, no, no, no, no!!! ¡¿Por qué, señor?! ¡¿Por qué?! !¿Por qué?! ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué me estás haciendo esto a mí?! ¡¿Por qué?! ¡¡¡Por favor, explícame por qué!!! ¡¿Qué te he hecho yo para merecer esto?! Casi lo había conseguido. Sólo necesitaba atravesar los límites de la ciudad para escapar de esta pesadilla de una vez por todas, pero sus lacayos me atraparon cuando estaba a punto de lograrlo. Me cazaron con uno de sus vehículos de expedición sin que pudiese hacer nada para evitarlo. Y para mi desgracia, Puma venía subido en él. Me agarró del cuello de la camisa, me lanzó al interior del coche y me obligó a jurarle con un cuchillo en mi garganta que nunca jamás trataría de escapar. Dios, ha sido la primera vez que lo he visto comportarse de forma tan violenta conmigo. Parecía un auténtico animal. Por un momento sentí que iba a arrancarme la yugular de un mordisco como si hubiese sido siempre un zombi con un poco más de cerebro. No lo conocí demasiado en Stone City, pero por lo poco que observé de él y por todo lo que Maya me ha comentado sobre su vida nunca habría imaginado este comportamiento por su parte. Sé perfectamente que no ha superado todavía la muerte de Eriel, ¿pero realmente le otorga eso el derecho de hacer lo que le plazca con quien lo desee? No quiero seguir escribiendo. Este lugar es un infierno del que no escaparé nunca. Sólo quiero morirme… Necesito reflexionar sobre si merece la pena vivir en este lugar como una prisionera hasta que muera, pero tendrá que ser otro día. Ojala pudiese aferrarme a una esperanza.

Puma suspiró decepcionado de sí mismo. Era completamente cierto que nunca se había comportado con una actitud tan violenta hacia Selene, pero su huida había resultado ser un detonante muy peligroso. La tarde anterior a su fuga había sucedido el primer contraataque del grupo de policías en respuesta a los asaltos de sus presos en una de las localizaciones más cercanas, resultando en el asesinato de varios de sus hombres. Lo último que necesitaba tras aquel altercado que suponía otro problema más era descubrir que Selene no se encontraba en el edificio cuando requirió de sus servicios. Pero aquello no excusaba el trato mostrado hacia la doctora en numerosas ocasiones, por lo que se limitó a evadir aquellos recuerdos al mismo tiempo que proseguía deslizando sus dedos sobre el suave papel. Debía encontrarse muy cercano a la confirmación de su ubicación.

—¿Qué día es hoy? ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que encontré el diario? La verdad es que no tengo ni idea. Sé que llevo casi un mes sin escribir, pero mi ánimo ha estado últimamente a niveles del subsuelo. Además, Puma me obligó a trabajar casi el triple durante las primeras semanas después de regresar como compensación por intentar fugarme de este sitio, aunque he de reconocer que su comportamiento hacía mí durante este mes ha variado un poco a mejor. Es como si algo en específico le hubiese hecho reflexionar, pero no puedo saberlo. Cambiando de tema, hoy se ha marchado hacia Almatriche. He rezado cada día para que nunca llegara este momento, pero era inevitable. Antes de siquiera encarcelarme, ya me había coaccionado para que le revelase la ubicación de la ciudad. Lo raro es que no hubiese ido antes. Me pregunto qué pensará hacerles. Los chicos saben defenderse perfectamente, y Maya no dudará ni un segundo en atacarle si lo identifica como una amenaza, pero ese es el problema. Puma no va a mostrarse como un enemigo. Sería estúpido si lo hiciese. Utilizará la estrategia del simpático aliado que te rebana el cuello mientras duermes, como intenta hacer conmigo un día sí y otro también. En ese caso estarían perdidos. Menos mal que al menos sigo contando con el apoyo del sargento, ya que no le delaté por su participación en la huida. Podría pedirle que me ayudara a escapar por segunda vez, pero tengo miedo de que suceda lo mismo que en el primer intento, y esta vez el general no estará aquí para evitar que su pandilla haga conmigo lo que quiera. Tal vez no sería tan mala idea que me asesinasen. Así terminaría todo este horror… Pero sé que no es eso lo que harán…

—Han pasado unos días desde la última vez que escribí. Hoy me encuentro demasiado conmocionada para alargarme demasiado, así que seré breve. El sargento ha muerto. Se ha visto envuelto en un altercado con algunos de los presos más violentos y consiguió que le dispararan. Hice todo lo que pude y más para salvarle, pero la maquinaría de este hospital no recibe la electricidad suficiente como para poder realizar una operación quirúrgica correctamente. Sus signos vitales desaparecieron delante de mis narices sin que pudiese hacer nada para evitarlo. Ojalá hubiesen muertos los otros presos en lugar de él… Para colmo, Puma ha regresado hoy de su viaje. Realmente creía que estaba empezando a cambiar, pero cuando contempló el cuerpo inerte del sargento volvió a comportarse como el animal que siempre ha sido. Pero lo que a mí más me dolió no fue el golpe que me propinó, sino que me culpase por no haber podido salvar su vida. No sé cómo se atrevió siquiera sabiendo que sólo lo quería para que pilotase ese helicóptero de guerra que tiene ahí aparcado en la azotea. Ni siquiera le importaba como persona… Y lo que es peor de todo… Ha encontrado al grupo. Por lo que me ha contado, los ha debido arrastrar hasta algún lugar cerca de aquí. Probablemente mañana se marchará con sus presos en dirección al refugio donde se encuentren y los encerrará a todos en las celdas de este maldito hospital para ser sus prisioneros, como hizo conmigo. Y no puedo hacer nada para impedirlo. Me siento impotente… Y sola… Quiero llorar… Necesito llorar.

—Hoy por fin me encuentro feliz desde que llegue aquí, porque he vuelto a ver a una de las personas que formaban parte del grupo de Stone City. No es precisamente la primera compañera a la que esperaba abrazar, pero me he sentido genial tras hacerlo. Creía que Alice estaba muerta, pero supongo que esa compañía la resucitaría, como hicieron con Puma y Maya. Al principio ni siquiera la reconocí. Pensé que era otra esclava, pero en el momento en que sus recuerdos han empezado a ocupar mi cabeza, no quería separarme de su lado por nada del mundo. Sinceramente, me parece muy extraño que Puma no la encerrase, pero hoy ha estado muy distinto, eso es cierto. Más incluso que en las últimas semanas. Ha sido como un gatito frágil que se acurrucaba sobre mi regazo para que le diese de comer. Y es que hace unos días por fin me desveló un pequeño secreto que ya me temía. Tiene leucemia. Se está muriendo. Tal vez eso sea uno de los motivos que han generado la bestia con la que he vivido estos meses. Puede que se sienta impotente por no poder solucionar su condición, igual que yo encerrada en este hospital. No sé, incluso ha permitido que me quedase con el revólver que le quité al sargento cuando murió, aún a expensas de saber que podría pegarle un tiro cuando menos se lo espere. Es como si de repente confiara mucho más en mí que antes. No estoy justificando sus actos, por supuesto, pero al menos ahora puedo empezar a comprenderlo un poco más. Por lo visto, la chica a la que él considera su hermana ha sido secuestrada por el grupo de policías que lleva ya un tiempo rondando los bosques cercanos, el mismo al que he tratado de pedir ayuda varias veces sin que les importase lo más mínimo. No estoy segura de si en otras condiciones pensaría que se lo merece, pero esos tipos también han capturado a mis amigos.  Puma piensa ir a rescatarlos al hotel en el cual los retienen utilizando el helicóptero, ya que parece ser que le acompaña una muchacha que sabe pilotar como el sargento. Alice insiste en que quiere ir con ellos, y yo no tengo pensado dejar a nadie tirado en la estacada, así que tendrán que aprender a aguantarme, porque yo también voy. Y además, si tengo la oportunidad de observar cómo Puma maneja este tema tan delicado, tal vez pueda descubrir algún otro secreto suyo de los que adora guardar en su interior. Puede que incluso llegue a encontrar ese corazón que nunca pensé que había tenido.

—Nait está muerto. Todavía no puedo creerlo. Aquel hotel empezó a llenarse de muertos sin que nos diésemos cuenta de lo que pasaba, y algunos de ellos acabaron mordiéndole en una pierna. Trate de ayudarle cortándosela, pero como mucho sirvió para que sufriese aún más. No fui capaz de salvarlo, igual que tampoco pude operar al sargento correctamente. En estos momentos sería lógico pensar que no debería haber ido. Nait podría haber sobrevivido al no tener que cuidar de mí y yo no habría sido mordida, pero el hecho de que Alice esté viva gracias a mis conocimientos compensa todo lo negativo. Ojalá pudiese volver a ver a M.A y a Maya una última vez sin necesidad de mostrarles este rostro tan pálido que no augura muy buenos presagios. Puma está buscando una solución. Piensa que la sangre de Maya podría emplearse para fabricar una cura, pero ella no se encontraba en el hotel. Ha afirmado poseer una pista sobre su paradero, razón por la cual está ahora buscándola ahí fuera. Es irónico que  se preocupe por mí cuando ya no puede hacer nada, porque no puedo curarme. He escrito una carta como despedida hacia los demás y se la he entregado al tal doctor Payne con la condición de que Alice la reciba al despertar, pero supongo que a ti en particular te debo una explicación más profunda… Puma. No sé si realmente eres tú quien está leyendo estas palabras, ya que cualquiera podría cogerlo y echarle un vistazo, pero espero que sólo tú lo encuentres, Puma, porque hay algo que debes saber. Analicé la sangre de Maya hace unos meses en Almatriche con mejor equipamiento del que tienes aquí. Como tú, yo también traté de buscar algún tipo de cura para un compañero que había sido mordido fatalmente en el hombro, o al menos alguna sustancia que pudiese frenar el avance de la infección. Pero no funcionó, porque la sangre de Maya no se puede utilizar para hacer vacunas. Eso ya lo sabía yo. Tu sangre tampoco puede usarse. Y si la sangre de Alice sirviese para ello, la gente de Esgrip lo habría averiguado mucho antes que nosotros. El portador de la posible vacuna no está en este grupo, Puma, por eso me marcho. Imagino que te estarás preguntando porque no quiero esperar a encontrarme de nuevo con el resto. Mentiría si te dijera que no lo deseo con toda mi alma, pero no quiero obligar a nadie más a que me vea en este estado. Prefiero que recuerden cómo era antes de que me sucediese esto.

Puma, sólo tú y yo sabemos dónde voy a estar. Si te has molestado en leer mis memorias, ya deberías saber cuál fue mi templo fuera del hospital, y no me estoy refiriendo a la ciudad de Almatriche. Me marcho al basurero, Puma, y no me moveré de allí por nada del mundo. Si realmente te arrepientes de alguno de tus actos en el pasado, te pido por favor, que pongas fin a mi sufrimiento. El sargento y Nait estarán ahí arriba esperándome, y quiero poder verlos pronto. Saludaré a Eriel de tu parte.

Supongo que aquí acaba mi historia. Ahora es el momento de que otra persona comience la suya propia. Tú, Puma. No vuelvas a cometer los errores del pasado que me hicieron sufrir durante meses y me instaron a odiarte como nunca antes he odiado a ningún ser humano. Tienes la oportunidad de reescribir tu historia cuando tú lo desees, pero la oferta no va a ser para siempre, así que no la desaproveches. Y no te rindas por esa leucemia. Yo ya no estaré ahí para intentar encontrar una solución, pero tal vez el ser supremo que controla nuestros destinos perdone tus pecados y te permita vivir.

Os quiero a todos. Os echaré de menos. Incluso a ti.

Y con aquella despedida concluían los últimos sentimientos que Selene había expresado a sus mejores amigos. Puma examinó las hojas posteriores del pequeño libro para comprobar que no había más papel bendecido con su tinta. Era cierto. Su historia se había terminado.

La reflexión le precedió inmediatamente después. Todo lo que la doctora había escrito allí sobre su maldad se repetía sin cesar en sus recuerdos. Sabía perfectamente que había sido siempre el monstruo que ella describía, aunque realmente no quisiese creerlo. No era ningún error que le hubiese denominado tirano. Aquella palabra definía exactamente su liderazgo en los meses anteriores. Nadie le había denominado nunca como un líder, pero siempre habían remarcado su tiranía. Tal vez no estaba preparado para serlo. Tal vez sólo estaba jugando a ser el villano carismático. Si bien era un hecho real que su adolescencia no habría encajado en los cánones establecidos por la normalidad, todas las inmoralidades que había realizado en aquella época habían sido por su hermano Dee, pero él ya no se encontraba en el mundo de los vivos, por lo que no alcanzaba a comprender porque seguía jugando con las personas. Él solía convencerse a sí mismo de que siempre había sido por todas aquellas personas a las que quería, como Dee, Eriel, Florr, Eva o Santana, pero siempre había recibido mucho más sufrimiento que paz. ¿Qué beneficios le habían proporcionado retener a la doctora en contra de su voluntad, propasarse con el grupo de policías o utilizar a aquellos que suplicaban por ayuda como ganado para sus presos? Puede que hubiese llegado el momento de obedecer a Selene y cambiar de rumbo su camino hasta que el final del trayecto le alcanzase.

Era la primera vez desde la muerte de Eriel que sentía como su cuerpo se liberaba de una carga que siempre había soportado. Se separó de la silla, comprobó que portaba consigo su puñal y encabezó su propio rumbo hacia la salida principal del hospital dispuesto a cumplir la última voluntad de aquella bondadosa joven. Le debía el descanso eterno.

Retiró los binoculares de su avezada observación. La región noroeste que colindaba con el hospital se hallaba sumida en el más profundo de los silencios, pero mantener la confianza en que las amenazas del exterior no aparecerían sorpresivamente era un enorme error desde que el apocalipsis había dado comienzo. Y mucho más si eras una persona de naturaleza tan intranquila y preocupada como Nicole Collins. Aquella era su primera noche apostada en un puesto de vigilancia improvisado situado en un balcón de la tercera planta desde el cual se divisaba el norte de la ciudad. Con un equipamiento tan escaso compuesto tan sólo por unos prismáticos, la antigua agente era la encargada de corroborar que nada sospechoso estaba  ocurriendo en aquel perímetro a la par que algunos presos se responsabilizan del control de la región sureste. Tanto el aburrimiento como el sueño que soportaba le hacían rememorar constantemente todas las fatídicas aventuras que había atravesado junto a Davis durante las últimas semanas. Ella siempre había adorado centrar sus pensamientos en los beneficios de los actos pasados como una auténtica optimista, pero en aquellas circunstancias era incapaz de evitar que como la pérdida de todos sus compañeros, su cautividad en las cavernas de los mutantes, el incidente con Matt en el grupo de Jessica, el reciente asesinato de Dyssidia o el desagradable encuentro con los sumisos del general mermasen su positividad a pesar de que intentase evadir sus ataques. Fue una ofrenda de Fortuna que un personaje bien conocido la honrase con su aparición al despertarla de su letargo, porque si se hubiese prolongado aún más habría sido muy probable que las labores de vigilancia hubiesen desaparecido entre sus ronquidos.

—Hay que ver, Davis. Para un día que me toca a mí no pegar ojo en toda la noche, y tú desaprovechando tu libertad para dormir a pierna suelta. ¿No adorabas tanto estar agarrado a tus sábanas? Tú debes de ser masoca o algo por el estilo —lanzó la broma con una amplia sonrisa que pretendía generar un ambiente cálido, pero el rostro decaído de su compañero indicaba que no le interesaba comenzar una guerrilla verbal. Se derrumbó sobre la barandilla del balcón antes de emitir un duradero suspiro que remarcaba impotencia y cansancio—. ¿Te ocurre algo? Te veo muy desanimado, la verdad

—No es nada importante. Es sólo que me acabo de despertar de una pesadilla horrible… sobre Dyssidia. Estábamos en su entierro. Todo el mundo estaba rezando una oración por su alma mientras guardaban un minuto de silencio, cuando de repente caían inconscientes al suelo, y sólo esa chica pelirroja y yo seguíamos en pie. Entonces pude ver una mano que se abría paso a través del montículo de tierra. Antes de que pudiésemos darnos cuenta de que demonios estaba pasando Dyss estaba delante de nuestras narices. Ha sido como si hubiese surgido un demonio repleto de rabia dispuesto a acabar con nuestras vidas. La tal Ley sacó esa katana que llevaba, pero antes de que pudiese reaccionar, Dyssidia perforó su estómago exactamente de la misma manera que ella lo había hecho clamando venganza. Y después de eso se dirigió hacia mí con la mirada de un perro rabioso a punto de atacar mientras repetía una y otra vez que yo era el principal responsable de su muerte, que debía pagar por haberle hecho daño a su hermana, y que…

—Davis, Davis, relájate. Ha sido sólo un sueño —lo detuvo su compañera tras comprobar como comenzaban a manar de su frente ríos de sudor fruto del malestar que le acosaba. Lo último que necesitaba era que su mayor apoyo moral sufriese un ataque de ansiedad—. Si de algo puedo estar segura es de que no eres culpable de la muerte de Dyssidia. Tú sólo querías hablar con ella, pero la discusión se descontroló, y no eres el responsable de ello.

—Lo sé, Nicole, lo sé. Pero aunque yo no fuese ninguna mano ejecutora, no puedo evitar sentir que formo parte de su asesinato. Y no puedo soportar la miseria en la que su hermana y su prima están hundidas ahora mismo —se sinceró Davis con un desanime nunca advertido en él. La agente Collins sintió que sus roles se habían intercambiado por primera vez desde su reencuentro en las cuevas.

—Ya nadie puede hacer nada por ayudarla. Tienes que intentar apartar a esa chica de tu cabeza. Necesitas despejar tu mente de cargas o acabarás hecho una mierda.

—No estoy seguro… Sólo puedo pensar en otra cosa ahora mismo además de Dyssidia, y es la piedra del maletín, lo cual tampoco me anima demasiado si tenemos en cuenta que ese doctor raro la está custodiando. Tarde o temprano me veré obligado a hacer un movimiento si quiero recuperarla, pero, ¿cuál? Esa es la cuestión —reflexionó Davis obedeciendo a Nicole al apartar a la fallecida Dyssidia de sus preocupaciones primordiales.

—Escucha, Davis, sé que esa piedra es muy importante para ti por lo que puede significar, pero no te arriesgues en exceso. El tipo al que todos llaman general y ese doctor que parece estar bajo su tutela dan la impresión de ser de esa clase de personas a las cuales les encanta ocultar la verdad a los demás. ¿Por qué piensas que nos permitieron entrar en este grupo? ¿Por nuestra cara bonita? ¿Por nuestro don de convicción? Claro que no. Puedo asegurar sin asomo de duda que fue por el maletín. Nosotros seguimos siendo los desconocidos aquí. Eso  significa que somos prescindibles, así que no pienses que será pan comido recuperarla.

—Pero tengo que hacerlo, Nicole. No puedo dejar un objeto de esas características en sus manos. ¿Y si resulta ser un arma de doble filo que pueden utilizar para sembrar el caos? —repuso el joven inevitablemente sorprendido por la oposición de su compañera.

—Lo sé, lo sé, y cuando llegue el momento oportuno, yo estaré a tu lado ayudándote con ello. Sólo quiero advertirte de que no deberías volver a lanzarte de cabeza al peligro guiado por tus impulsos, porque todas las veces que te he visto hacerlo estuviste a punto de morir, como cuando tomaste por cuenta propia la decisión de enfrentarte solo al mutante de Matt. Aquello fue una locura, sabiendo que casi nos cuesta la vida acabar con uno de ellos entre los dos. Y no es la única ocasión en la que has actuado de manera irracional... Mira, Davis, estas personas no son como los bandidos que trataban de saquear las ciudades o como nuestros antiguos compañeros. Son supervivientes muy profesionales que no tienen ninguna relación que les vincule a nosotros, y tú has visto tan bien como yo sus increíbles capacidades pese a sus muchas debilidades. Sin embargo, su grupo está quebrado, y ambos sabemos que no hay peor problema que enfrentarse a personas separadas. Si les ayudamos a reconstruirse desde sus cimientos, tal vez no sólo consigamos la paz que todos estamos buscando, sino también a unos amigos de naturaleza robusta que estén junto a nosotros, e incluso traer de regreso esa  piedra sin que se te tache de ladrón, pero si te empeñas en ir ahora a por ella con todo este desastre presente la burbuja te estallará en la cara. Por eso te digo que tengas cuidado. Y es una orden directa de un oficial de policía, jovencito.

Davis sonrió al escuchar aquello último. La  verdad era que después de haber compartido un par de palabras con algunas personas del grupo y haber conocido en persona a M.A, no podía estar más de acuerdo con ella.

—No se preocupe, agente. Tendré cuidado. Le doy mi palabra —habló este compartiendo con Nicole una agradable sonrisa.

Un profundo aullido expelido por unos inmensos pulmones activó sus estados de alerta al instante. La vigía comprobó nuevamente las seguridades de las lejanías con los binoculares, rastreando el desolado terreno a la caza de un organismo evidentemente no humano. Davis aguardaba con impaciencia una respuesta, pero su compañera enmudeció al mismo tiempo que su expresión palidecía cuando hubo concluido el rastreo. Su respiración se percibía muy irregular, incrementando todavía más su creciente preocupación hacia ella.

—Nicole, ¿qué has visto? ¡Nicole! ¡Nicole! ¡¿Qué has visto?! —repitió sofocado tratando de averiguar qué clase de ser era tan terrorífico como para petrificarla, porque la posibilidad de que se tratasen de gorgonas era remotamente ficticia. Davis obtuvo los prismáticos de sus entumecidos dedos sin oponer resistencia y los empleó para divisar el noroeste.

Y maldijo a su ser por su ignorancia. Debía haber aproximadamente entre unos cincuenta o sesenta. Sádicos gigantes que retumbaban el arcén con su pesado caminar en dirección al hospital. Se encontraban rastreando el terreno a la búsqueda de supervivientes. Y ellos eran los seres vivos más cercanos.

—Una horda de mutantes… —murmuró Davis destacando en su enunciado el pánico que se apoderaba de su razón.

A pesar de su temor, no se había olvidado de la parálisis de Nicole. Se sentía estúpido por no haberse percatado de ello antes de corroborarlo con los binoculares. Aquellos monstruos aberrantes nacidos de la radiación continuaban siendo su peor pesadilla. Su estabilidad podía resquebrajarse de un momento a otro por segunda vez ante ellos, porque era muy probable que estuviese meditando la posibilidad de que el sufrimiento que le habían causado durante tanto tiempo bajo su cautividad se repitiese como si se hallase atrapada en un bucle infinito del que no escaparía jamás. Comprendía perfectamente su reacción. Combatir contra todos ellos era un suicidio que no disponía de aceptación.

—Hey, Nicole, mírame. Hey, mírame, por favor —le rogó Davis acariciando sus hombros al rodearlos con su brazo. La joven aceptó su petición observándole con un profundo brillo en su mirada que atravesó su corazón, como si se hubiese convertido en una niña indefensa que necesita una figura paternal que la proteja—. No te dejaré. Vamos a salir de esta, y no te va a pasar nada. Te lo prometo.

Sin previo aviso, Nicole abrazó cariñosamente a Davis, quien se sobresaltó en un principio por aquella actuación hasta comprender la muestra de afecto que significaba. Volver a sentir  el dulce calor humano arropando su piel le reconfortaba.

—Gracias, Davis —susurró con ternura al oído antes de distanciarse de su agradable tacto. Parecía que el hecho de que le confirmase que no la abandonaría ante los mutantes le había proporcionado un añadido de apoyo para lograrlo, aunque el miedo aún era apreciable en el aspecto vidrioso de sus ojos. Pero aquello era inaceptable como excusa para no reaccionar. Era hora de pasar a la acción.

—Vamos, tenemos que avisar a los demás. Hay que salir de este hospital cuanto antes.

La ambulancia se detuvo junto a un denotable rascacielos incompleto que se encontraba en pleno proceso de construcción desde el estallido del apocalipsis. Puma analizó cada uno de sus rasgos con detenimiento, comprobando el grado de similitud con las descripciones del diario. Las probabilidades de que se hallase ante el escondite de Selene eran elevadas, pues no había localizado ningún otro vestigio de edificaciones en kilómetros a la redonda. Preparó su puñal antes de abandonar la comodidad del vehículo para dirigirse a la entrada delantera.

Giró el pomo con el arma desenfundada y empujó repetidas veces la destartalada puerta hasta que se percató de que se encontraba atascada. No obstante, aquello no resultó ser un problema cuando le propinó una violenta patada que despejó el único obstáculo que impedía descubrir sus instalaciones con un sonoro estruendo. En otras circunstancias, un escándalo propio de una feria pueblerina en el corazón de una ciudad le habría importado, pero no en el radio en el que se situaba con la baliza del doctor en funcionamiento. Ante él se reveló un proyecto de recepción inmerso en la más tenebrosa de las penumbras en el que únicamente era destacable era la carencia de cualquier mobiliario y la presencia de numerosos materiales de construcción desparramados por la habitación. La escasez de ventanas era la responsable de que la iluminación natural del firmamento estrellado no accediese al interior, razón por la cual Puma empleó su mechero como escasa fuente de luz artificial mientras se internaba en las profundidades del lugar con precaución. No le atemorizaba tropezarse con un espécimen de zombi común, pero por nada del mundo deseaba ser sorprendido por el cuerpo de Selene tratando de desgarrar su pierna.

No hubo avanzado ni medio metro cuando su pie colisionó con una masa de carne inerte. Puma dispuso su arma blanca para segar la miserable existencia de aquel posible zombi, pero el cuerpo ni siquiera se inmuto ante su presencia. Estaba realmente muerto. Puma continuó avanzando en dirección a un conjunto de corredores interconectados entre sí en los cuales se agrupaban una cantidad desbordante de cadáveres de cuya esencia ya sólo se preservaba su esqueleto. Selene debía haber vivido verdaderamente atemorizada para preferir aquella casa de los horrores antes que su hospital. Durante un instante barajó la posibilidad de que aquel edificio no fuese el correcto, pues sus similitudes con un basurero eran prácticamente nulas. Lo único que se apreciaba eran unas tétricas oficinas cuyo olor a carne pútrida ya comenzaba a perjudicar su respiración.

Tras disfrutar de unas gloriosas vistas atravesando el corredor de la muerte, Puma alcanzó unas escaleras que conectaban con una planta inferior. A medida que descendía de manera imprudente a lo desconocidos sus fosas nasales agradecían todo aquel oxígeno despejado de hedor cadavérico, pero todavía continuaban percibiendo un desagradable olor a desperdicios humanos. Era basura… Entonces comprendió su confusión. Selene nunca se había ocultado en un basurero, sino en el área de desechos de un rascacielos en construcción. Alcanzó una  peculiar puerta oxidada que acelero su corazón con un chirrido metálico cuando la empujó delicadamente. Sus presentimientos le advertían de que pronto se enfrentaría a un auténtico desafío.

Y entonces pudo verla. Contempló su cadáver tumbado entre cientos de bolsas de basura sin la más mínima idea de cómo debía reaccionar. Ni siquiera parecía ella. Alzó su cabeza con lentitud. Su mejilla había desaparecido entre desprendimientos. Un hilillo de sangre surcaba sus labios. Su cabellera exhibía la extraña desaparición de un mechón de pelo. Unas cuencas blanquecinas carentes de cualquier emoción penetrando su apagado semblante provocaron que regresara el sentimiento de culpabilidad. Profirió un agonizante gruñido antes de alargar la extremidad todavía mordida en dirección a su tobillo. Puma se habría desbordado frente a la imagen zombificada de la doctora si no hubiese rememorado unas palabras concretas. “Si realmente te arrepientes de alguno de tus actos en el pasado, te pido por favor, que pongas fin a mi sufrimiento”.

—Lo siento, Selene —se despidió su tirano sosteniendo firmemente el mango del cuchillo. Ella respondió con una especie de gañido antes de que el arma atravesara su cráneo. Selene no se movió más. Nunca volvería a hacerlo.

Eva se encontraba reposando entre la soledad del lúgubre silencio junto a su dormitorio al mismo tiempo que se relajaba aspirando el humo de un cigarro encendido. A su memoria no acudían constantemente más que las confusas palabras que el doctor había dispuesto para incrementar su preocupación. Cuanto más reflexionaba sobre las actuaciones de Puma en el último mes, más se cercioraba de que su supuesta condición de enfermo leucémico terminal podía ser una realidad. Necesitaba confirmación por su parte, pero si realmente era verdad, había decidido que no se marcharía del hospital. Ella conocía perfectamente lo difícil que era atravesar ese tipo de situación sin apoyo moral de ningún compañero. Permanecería junto a Puma aunque ello supusiese un sacrificio.

—Hey, hey, Eva, aquí, aquí —percibió la atención de una acalorada persona proveniente a su derecha que corría apresuradamente hacia su ubicación. Se trataba de aquella agente de policía con la que había conversado unas horas antes sobre el estado destructivo del grupo en el que se encontraban. Nicole era su nombre—. Escucha… Yo… Davis… El hospital…

—Oye, oye, tranquilízate un poco, ¿vale? Toma algo de aire antes de hablar o vas a acabar asfixiándote. ¿Quieres un trago de agua? Creo que todavía me quedan un par de botellas en el cuarto —se ofreció amistosamente a socorrerla, pero la detuvo sosteniéndola con firmeza  de su antebrazo mientras recuperaba el oxígeno que había agotado en su carrera.
                                                                                                          
—No, no, te lo agradezco, pero no tenemos demasiado tiempo. Escúchame atentamente. Tienes que recoger todo lo indispensable para partir de inmediato y reunirte con nosotros en la recepción lo antes posible. Todo el mundo estará allí —le advirtió atropellando sus propias explicaciones debido a la exaltación que la dominaba.

—¿Pero por qué? ¿Qué está pasando, Nicole? —preguntó Eva confundida por la actuación insólita de aquella incomprensible mujer

—Vienen mutantes. Cincuenta o sesenta… Estaba en uno de los puestos de vigilancia, y de repente me los he encontrado a unos metros del hospital. Son como los que me mantuvieron retenidos en esas cuevas. Puedo imaginar que están buscando supervivientes, y si descubren este lugar y nosotros no estamos lo más lejos posible de aquí, no te imaginas lo que podrían llegar a hacernos. Davis y yo hemos decidido dividirnos para intentar avisar a todo el mundo cuanto antes. Recuerda… Coge todo lo indispensable. No dejes nada atrás.

—¡Oh, joder! ¡Joder, joder! ¡Sabía que esto acabaría pasando de un momento a otro! De acuerdo, estaré en esa recepción antes de que te des cuenta.

—Bien. Por cierto, necesito que avises a Puma de lo que está pasando. Ha sido la primera persona a la que hemos intentado advertir, pero no lo hemos encontramos en su dormitorio. Davis está buscándolo, pero sigue sin haber noticias de su paradero.

—Lo llamaré por radio —asintió la militar arrojando el cigarro del cual todavía emanaban los vestigios de su última calada para apagarlo inmediatamente después con su bota antes de disponerse a regresar a su dormitorio personal.

—Bien. Te veo después —se despidió Nicole desapareciendo entre la multitud de pasillos interconectados. No necesitaba siquiera divisar al bando enemigo para asegurar que aquella batalla no finalizaría simplemente con una retirada. Los mutantes más gigantes no eran unos  adversarios temibles ni mucho menos indestructibles, pero podían ser algo impredecibles si la situación lo requería, además de conservar una perseverancia por sus presas digna de un tiranosaurio de la época jurásica. Sin embargo, un grupo de tal magnitud podría aplastarlos al más mínimo movimiento que ejecutasen. En aquellos momentos deseó haberse marchado al fuerte antes, aunque desechó la idea cuando en su mente se evocó una imagen de Puma y Florr siendo torturados por esas criaturas.

En el interior de la marchita habitación, su hermano Adán se encontraba durmiendo en el colchón superior de una litera con el famoso juego de magia entre sus brazos. No le agradaba demasiado la idea de perturbar los sueños del pequeño, pero necesitaba despertarlo. Tal vez podría descansar un poco más cuando se hallasen lejos del hospital.

—Adán, Adán, cariño, despierta —zarandeó suavemente su acurrucado cuerpo hasta que rápidamente se sentó sobre las sabanas pese a que el cansancio remarcaba sus facciones. Lo cierto era que su somnolencia se había convertido en un bien escaso desde el comienzo del apocalipsis.

—¿Qué… qué pasa? —preguntó el niño aclarando su visión al frotarse las pestañas debido al repentino e inesperado despertar.

—Hey, cielo, sé que estás cansado, como todos aquí, pero necesito que hagas un esfuerzo y me escuches durante unos segundos. Por lo que me han informado, ahora mismo tenemos a un grupo de mutantes que está viniendo hacia el hospital.

—¡¿Mutantes!? —gritó el chico aterrorizado en consecuencia a la mención de un término impronunciable. Ambos habían sobrevivido a diversas experiencias realmente desagradables con aquellos seres.

—Sí, mutantes, pero no grites, por favor. Necesito que reúnas todas nuestras cosas. Mete todo lo que puedas en nuestra mochila. Procura no dejarte nada atrás. Tenemos que darnos  prisa para llegar cuanto antes a la recepción, donde probablemente nos estén esperando los demás. ¿Estás de acuerdo? ¿Lo harás?

—Está bien, está bien. Estoy en ello —obedeció retirándose de la litera con un presuroso salto para comenzar a efectuar velozmente la labor encomendada.

Mientras su hermano pequeño se dedicaba a reagrupar los utensilios de su propiedad que aportarían cierto valor en la sobrevivencia del exterior, Eva se encaminó hacía una mesita en concreto en la que pronto localizó su walkie-talkie.

Puma abandonó el enloquecedor edificio de los asesinatos con el cadáver de Selene entre sus brazos. Reflexionó sobre cuál debía ser su siguiente movimiento respecto a ella una vez la había liberado finalmente de sus diferentes variantes de esclavitud. Regresar al hospital con sus restos descompuestos no era una opción viable si deseaba mantener el secreto. Además, no era su intención enterrarla bajo tierra como un fiero devorador de carne humana. Todavía recordaba la oposición que había presentado a recuperar el cuerpo amputado de Naitsirc del hotel Sozza para condecorarle con una sepultura digna.

Sin embargo, tampoco podía permitir que se pudriese en cualquier esquina como si fuese un animal, porque Selene continuaba siendo un ser humano. Fue en aquel momento cuando contempló a su alrededor un espacio delimitado dedicado a la honradez del otro mundo que había observado repetidas veces desde la seguridad del hospital, pero al cual nunca se había aproximado por motivos realmente obvios. Era un cementerio.

El general se dirigió hacia el santuario con la doctora meciéndose sobre sus extremidades. La entrada se encontraba despejada de cualquier vallado, por lo que evadió el inconveniente de localizar un acceso alternativo al lugar. La ubicó instantáneamente sobre una especie de panteón que rendía culto a una familia sin importarle siquiera el respeto hacia los muertos que yacían bajo su protección. En el nuevo mundo ya no existía aquel término.

Podría haber malgastado cientos de horas contemplando su rostro demacrado reposando sobre la tumba de granito, pero debía encontrarse en su dormitorio antes de que alguien se percatase de su ausencia. Introdujo la mano en uno de sus bolsillos para extraer el diario de Selene, arrancó cada una de las páginas que contenían sus memorias y situó todas ellas sobre su pecho antes de guardar nuevamente el célebre libro.

Puma suspiró pesadamente. Pensó por un instante en santiguarse como señal de cortesía, pero finalmente prefirió no hacerlo. Busco en su bolsillo trasero y se apoderó de un antiguo mechero de gasolina. Su combustible era escaso, pero sería suficiente para bendecirla con el último adiós.

—Que el fuego purifique tu alma, Selene. Mereces resurgir de tus cenizas, no de la carne putrefacta.

Encendió el mechero tras su santificadora oración antes de aproximar la ardiente llama a su pasado escrito. En cuestión de segundos el papel se consumió entre el arrojo del fuego desprendido, el cual se extendía paulatinamente hacia sus ropajes desgarrados y su piel purulenta. La promesa había concluido.

El incinerador se marchó del cementerio rumbo a la ambulancia reflexionando sobre si su decisión había sido la acertada en relación a su conflicto moral. Ni siquiera le importaban las  consecuencias que derivasen de la combustión. Ya se preocuparía posteriormente por ello.

Se hallaba junto al vehículo sanitario cuando su walkie-talkie sonó. Alguien reclamaba su presencia, lo cual significaba que habían descubierto su furtiva escapada. Murmuró impotente ante la situación que se le exponía.

—¿Puma? Puma, por favor, dime que estás ahí —reverberó al otro lado del intercomunicador. Pronto averiguó que la persona que le reclamaba se trataba de su antigua compañera Eva. Suspiró aliviado tras el descubrimiento. 

Cavilaba sobre si debía o no contestar a su llamada cuando una descomunal zancada acompañada por un paralizante gruñido de victoria penetró en sus aparatos auditivos. El general sólo dispuso del tiempo necesario para girar sobre sí mismo y presenciar a una desmesurada mole de carne moldeada por la vil radiación cerniéndose sobre él. Como por un acto reflejo, la víctima del ataque efectuó una malograda voltereta que le permitió esquivar el impetuoso impacto de aquel mutante gigante. Por desgracia, la fortuna de la ambulancia no fue igualitaria a la de su conductor. La colisión de sus peludos nudillos con la parte superior del automóvil redujo el techo a una chatarra de chapa y pintura metálica a la altura de los asientos delanteros cuyos cristales habían reventado completamente por la presión ejercida. Puma dudaba que aquella hojalata fuese a arrancar nunca más. 

—¿Puma? Puma, ¿estás ahí? ¿Qué está pasando? ¿Estás bien? —preguntó la voz alterada del walkie con una creciente tensión debido a la estampida que acababa de escuchar. 

—Me llamas por los mutantes, ¿verdad? —advirtió éste tras haber apreciado a un reducido grupo de cuatro individuos mutados que acompañaban a aquel que había efectuado la primera arremetida.  

—¿Cómo lo sabes? ¿Los has visto acaso...? No, espera, no me digas que ese ruido... 

—Podría decirte que no, pero te estaría mintiendo. Si no te importa, ahora mismo estoy un poco ocupado para hablar. Te veré en el hospital en unos minutos. 

Puma se vio obligado repentinamente a agacharse para evadir un puñetazo que habría destrozado su tabique nasal, causando de esa manera que sus zarpas aniquilasen por completo el aparato comunicador cuando este se resbaló de sus manos. La noche no tenía intención alguna de mejorar por momentos. Buscó una ruta de huida de la batalla a su alrededor hasta que localizó un callejón de proporciones muy estrechas. Pronto concluyó en que a aquellas bestias de amplio torso les dificultaría una persecución si escogía esa opción, así que rodó unos metros para evitar un pisotón que habría finalizado inevitablemente en tragedia y se introdujo en el angosto pasadizo en mitad de la lúgubre noche. Tanto si aquellos monstruos acataban su decisión como si no lo hacían, él continuaría viviendo para ofertarles con la máxima resistencia posible. Aquel intento fallido de asesinato sólo sería el principio de lo que se desencadenaría después.

Cuando Eva y Adán alcanzaron simultáneamente la recepción donde se había designado el punto de encuentro prioritario cargados con unas mochilas que contenían todos los útiles necesarios para su supervivencia, prácticamente todo el grupo principal se hallaba disperso por la estancia discutiendo sobre cuál debía ser el próximo movimiento a realizar, excepto un par de personas, como Alice o M.A, que se dedicaban a corroborar el correcto funcionamiento de sus armas. La militar apreció cierto grado de exaltación en cada uno de los rostros que recorrían aquella improvisada sala de control, lo cual no le resultó nada extraño. No todos los días un superviviente de características normales cuya labor en las últimas semanas de existencia se había limitado a un puesto de vigilancia en una comunidad en plena progresión se enfrentaba a una turba enfurecida de cincuenta gigantes. Aquella amenaza superaba a cualquiera que no formase parte de algún ejercito entrenado exclusivamente para el confrontamiento contra las amenazas propias del apocalipsis.

—Chicos, los hermanos ya están aquí —anunció la primera persona que había percibido su reciente llegada al resto de sus compañeros. Eva no pudo reprimir una risa estúpida cuando escuchó el término que Inma había empleado para designarlos—. Ahora que estamos todos, ¿podemos irnos ya de aquí, por favor? No quiero tener que cruzarme con esos malditos mutantes.

—Creo que nadie quiere, Inma —añadió su prima Maya denotando en su expresión cierta indiferencia, aunque era muy probable que en realidad no fuese así. Las consecuencias del brutal asesinato de su hermana terminarían aflorando por medio de alguna vía, y personalmente, ella prefería que fuese el uso del dialogo.

—No podemos irnos —trató de detener Davis sus pretensiones por escabullirse del hospital antes de que se produjese un desenlace fatal—. Puma todavía no está aquí, y ni siquiera sabemos donde se ha metido. Ese doctor Payne tampoco está preparado para marcharse. Y no estoy seguro de si deberíamos contarle algo a los presos sobre lo que va a pasar. Pero si algo tengo claro es que no vamos a dejar a nadie atrás. Ese no es nuestro estilo.           

Mientras cada uno de los presentes permanecía en silencio atendiendo a las explicaciones del muchacho, una carcajada irrisoria que denotaba sarcasmo fue recibida ásperamente en la controversia.

—¿Ese no es nuestro estilo? ¿Desde cuando te has convertido en nuestro portavoz? Hace sólo unas semanas que estás aquí —le recriminó M.A su tentativa de apropiarse con el mando de sus decisiones. Era suficiente con Puma tratando de complacerles para arrebatar su voluntad—. Mirad, no quiero parecer grosero, pero yo no pienso jugarme el pellejo de manera estúpida. Tú mismo y tu compañera habéis corrido a advertirnos a todos del peligro en el que estamos en cuanto os disteis cuenta de lo que se nos venía encima, nos dijisteis que teníamos que venir rápidamente a recepción para salir de aquí pitando y todos nosotros obedecimos, así que ahora no pienso esperar a ningún rezagado. Si Mister Gatitos no esta aquí, mala suerte para él, y si el doctor Bacterio tarda cuatro siglos en prepararse, pues que se pire de aquí solito, porque tampoco es como si nos importase mucho ese tío, ¿no? Yo me largo de aquí ya. Quien quiera salvarse de esas cosas, le invito a que venga conmigo, pero si preferís arriesgar vuestras vidas por dos personas a las que no les importáis una mierda, podéis seguir esperando aquí con Davis.

Los pasos de Eva produjeron un sonoro eco que se extendió por toda la recepción cuando se situó a escasos centímetros de aquel rubio impertinente. Estaba realmente hastiada de que el hermano estúpido de una asesina absuelta se dedicase a despotricar constantemente contra la moralidad de Puma con respecto a su trato hacia el resto.

—Mira, pelo Pantene, me tienes harta ya con tu pasotismo hacia todo el que no esté pegado a tu bonito culo. Para tu información, he llamado a Puma por radio, y a pesar de que se encontraba en el exterior en plena batalla con varios de esos mutantes de los que estás deseando huir, me ha dicho que estaría aquí en menos de cinco minutos. Así que, ¿por qué no te sientas, cierras ese pico de avestruz que tienes por boca y esperas un segundito a que le de tiempo a perderlos para poder llegar aquí? Porque estoy seguro de que si fuese alguna de tus amiguitas las que no estuviesen aquí, no te importaría esperar lo que hiciese falta. Además, Puma se conoce este terreno mejor que nadie, y es muy probable que se le ocurra fácilmente algún lugar al que poder acudir. ¿Cuál es vuestro plan? ¿Volver ahí fuera a caminar por los bosques como pollos sin cabeza?

La yugular de M.A rebosaba tanto transporte de sangre que no tardaría en estallar si el ambiente continuaba ardiendo como hasta entonces. Después de la indiferencia que Puma había mostrado hacia ellos desde su reencuentro y el trato que habían recibido tanto por parte del felino imbécil como de la subnormal de su sicaria adolescente, le parecía increíble que aquella estúpida mujer le estuviese recriminando por su odio perfectamente infundado hacia ellos. Si no se hubiese expuesto una interrupción repentina, probablemente la parte más violenta de su organismo habría intentado desahogarse a golpes con ella.

—Creo que la señorita tiene razón. Deberías aprender a ser un poco más paciente, M.A. Sería un buen rasgo de cara al futuro.

Todos los miembros del grupo condujeron su interés hacia el acceso norte del hospital. Y allí se encontraba. Gran parte de su camiseta se había distorsionado en un montón de jirones, así como la pernera izquierda de su pantalón. Su costado se hallaba recubierto por un océano de cicatrices y su cuello se había ahogado empapado en su propio sudor, pero no había duda alguna de que se trataba de Puma.

—Por fin estás aquí. ¿Dónde demonios te habías metido? —preguntó Maya con curiosidad, que ante todo pronóstico, era la persona que mayor tranquilidad presentaba.

—Podría contestarte a esa pregunta, Maya, pero ahora mismo, considero que el tiempo es tan valioso como nuestra propia vida. Acabo de cruzarme con esos mutantes, y os garantizo que no ha sido un encuentro demasiado agradable, pero si todos permanecemos unidos, podremos vencerlos antes del amanecer. ¿A cuantos nos estamos enfrentando, exactamente? ¿Alguien lo sabe?

La mueca de confusión que apareció en cada uno de los semblantes de los oyentes expresaban notoriamente su desacuerdo respecto a la elección que Puma había seleccionado de manera independiente a los deseos de los demás. Cualquiera podría haber realizado una aclaración sobre la resolución en la que todo el grupo había concluido, pero fue precisamente Florr quien se enfrentó por primera vez a rebatir una determinación de su hermano mayor.    

—Puma, no nos estamos enfrentando a nada, porque vienen cincuenta mutantes a por nosotros. Todo el mundo ha preparado sus cosas para partir. Yo he hecho lo propio con las nuestras. Nos vamos. Coge algo más si realmente lo necesitas, pero después de ello, nos marcharemos del hospital lo más lejos posible de esos mutantes, y tú vas a venir con mí, tanto si quieres como si no. No pienso dejarte aquí para que te mueras, generalísimo.

En cuanto se introdujo en sus oídos aquel término despectivo procedente de los sentimientos más recónditos de Florr supo perfectamente que estaba recogiendo las tempestades de todos los vientos que había sembrado durante su época como el tirano general. Contempló los semblantes de todas aquellas personas que un día muy lejano habían sido sus prototipos perfectos de esclavos, como lo había sido Selene. Florr, Eva, Adán, M.A, Alice, Maya, Inma, Davis, Nicole... Su desesperación por huir de aquel infierno era remotamente incalculable. Y otra de las oraciones de Selene se evocó en su memoria.“Tienes la oportunidad de reescribir tu historia cuando tú lo desees, pero la oferta no va a ser para siempre, así que no la desaproveches”. Aquella podía ser esa oferta que el diario mencionaba. Tal vez aquel era el final definitivo del hospital de Missisauga repleto de unos convictos violadores dirigidos por un gélido y meticuloso general. Tal vez el destino le estaba suplicando que se uniese de nuevo al grupo de Santana y volviese a ser aquel adolescente inocente que se había sobresaltado cuando habían intentado arrebatarle su virginidad. El ciclo del Santa Sara Abelló había concluido.

—Nos vamos —anunció Puma a todos los presentes que aguardaban con anhelo su respuesta. Algunos de ellos exhibieron unas sonrisas deslumbrantes que indicaban serenidad, las cuales rebasaron su interior con mucha más satisfacción que los gritos de lamento que había recibido durante los últimos meses.

—¡¡¡General!!! ¡¡¡General!!! —irrumpió en la recepción una persona en específico ajena a cualquier clase de decisión que concerniese únicamente a los miembros de su verdadero grupo. Todos lo reconocieron al instante pese al aspecto tan deteriorado que exhibía. Era Crow. Detrás de su demacrada figura, un pelotón de cinco presos potentemente armados seguía sus pasos—. Tenemos un problema de tres pares de cojones, general. Los gilipollas del Chino y Louis se han quedado dormidos mientras vigilaban el sureste, y por culpa de su subnormalidad, ahora mismo tenemos como a unos treinta mutantes de esos que son jodidamente grandes pululando por el sur del hospital. A Charlie le han arrancado la cabeza de cuajo y a Big Brother le han cortado las piernas y se han bebido su sangre. ¡¡¡Su sangre, joder!!! Están viniendo hacia aquí. Hay un par de presos a los que se les ha ido la olla y están buscando una estrategia para cargar contra ellos, pero ya te digo, están como una puta cabra si creen que van a sobrevivir a esto. General, hay que salir de aquí cagando leches.

Puma examinó por tercera vez la reacción de sus compañeros. Algunos de ellos revelaban un verdadero pánico erigido ante las brutalidades típicas de unos burdos bárbaros que Crow había descrito. Estaba retornando hacia el acceso norte con intención de comprobar las cercanías del exterior cuando contempló a otro grupo de aquellos mutantes a tan sólo unos metros de la entrada. Probablemente los veinte que todavía se encontraban en paradero desconocido. Estaban atrapados.

—¡¡¡Mierda, mierda, estamos atrapados!!! ¡¿Os lo dije o no os lo dije?! ¡¡¿¿Eh??!! ¡¡¡¿¿¿Os lo dije o no os lo dije???!!! ¡¡¡Pero nunca queréis escucharme!!! —les recriminó M.A por no haber recibido apoyo hacia su idea de abandonar anteriormente el hospital por parte de nadie. 

Puma razonó consigo mismo cual sería la senda correcta que les proporcionaría la ayuda para escapar con vida de aquellas bestias hasta que se cercioró de un elemento muy importante que se había mantenido completamente olvidado hasta entonces. A pesar de la pérdida de dos valiosas ambulancias, un vehículo aéreo todavía reposaba intacto en la azotea del hospital. Su combustible no era nada excesivo, pero sería el suficiente para una última misión. Podría salvarlos. 

—Tengo una idea para librarnos de ellos —murmuró sin retirar en ningún momento su campo de visión de los gigantes que se aproximaban hacia ellos con presteza—. Pero si queréis que todo salga bien, voy a necesitar que actuéis sin entrar en pánico y mantengáis la cabeza fría independientemente de lo que suceda, porque si cometemos un pequeño error, podría costarle la vida a alguien.

—No tenemos tiempo para advertencias, Puma. Dinos ya lo que tienes en mente —ordenó Maya, quien se encontraba agitando sus puños a modo de calentamiento para una posible batalla que se sucedería más pronto que tarde. 

—Supongo que alguno de vosotros ya sabe que el hospital tiene un helicóptero de guerra en la azotea. El plan consiste en que corráis lo más rápido que podáis y busquéis alguna de las salidas de emergencia que se encuentran en los laterales para huir por ellas. Una vez que me confirméis por radio que todos estáis fuera, Eva y yo utilizaremos el helicóptero para volar el edificio y que se derrumbe con los mutantes todavía dentro. Por muy resistentes que sean, dudo mucho que soporten un rascacielos caer sobre sus cabezas.

—No me parece mala idea —secundó Nicole la opción entre susurros—. Conozco mejor que nadie a esos mutantes, y sé lo persistentes que pueden llegar a ser cuando se trata de capturar a unos supervivientes. Al haber descubierto que estamos aquí, ya no nos servirá de nada que corramos a escondernos en algún lugar, porque nos van a perseguir hasta encontrarnos, pero si los dejamos fuera de combate con esa táctica, podemos decirles adiós definitivamente.

—Por desgracia, no podemos ponernos a organizar un debate ahora. Si alguien se opone, que lo diga ahora o que calle para siempre —espetó el precursor de la idea tras advertir que sus enemigos ya se hallaban en el interior de la recepción. 

El silencio sepulcral controlaba todo el poderío de la estancia cuando un inusitado mutante de piel rugosa que en algún instante de su existencia debía haber sido un anciano cercano al comienzo de la vejez golpeó con un bastón para detener a sus jóvenes súbditos, produciendo un funesto sonido que se extendió por cada uno de los asistentes al terrorífico espectáculo. Durante unos segundos, Puma contempló su propia imagen de líder impetuoso reflejada en aquel decrépito vejestorio, pero pronto desechó aquella representación.

—Eva, toma esto —musitó éste entregando secretamente en una de sus palmas una diminuta llave de metal con un número grabado en ella—. Es una copia de la llave que abre el laboratorio del doctor Payne. Ese tipo probablemente se vaya por su cuenta, pero no creo que se lleve las pastillas de yodo. Ve allí y coge todas las que puedas antes de venir al helicóptero. Son para ti. Y, como favor personal, si encuentras algún otro tipo de medicación, tráela también. Necesitaremos todos los recursos médicos posibles si alguien sale herido durante la huida.

—Co...ge...los —ordenó el mutante con aspecto de líder a sus subordinados, los cuales tras haber sido dictada la orden embistieron con una velocidad impactante  hacia los supervivientes, quienes repentinamente se encontraron a sí mismos en una terrible encrucijada entre continuar sobreviviendo o ser aplastados por aquellos bultos de radiación inhumanos. Maya fue la primera que decidió reaccionar. Nunca supo con seguridad si era por la rabia que la había estado consumiendo desde la pérdida de Dyssidia o por su aspiración de que ningún ser querido más muriese sin haber luchado hasta el final para evitarlo, pero situó a su prima detrás de ella para protegerla del ataque antes de precisar como objetivos a todos aquellos animales sedientos de humanos.

—¡¡¡Corred!!! ¡¡¡Salid de aquí!!! Yo me encargaré de distraerlos —vociferó la joven antes de acometer hacía aquellos repugnantes mutantes en dirección contraría superando de manera exuberante su velocidad y propinar un puñetazo frontal en el desfigurado rostro de uno de ellos, impulsándolo hacia el resto de sus acompañantes, quienes se desplomaron debido a la acción que éste ejerció sobre sus cuerpos. Aquellos supervivientes que no habían presenciado en persona las habilidades especiales de Maya sufrieron una desmesurada sorpresa, pero eso no evitó que todos aprovechasen la distracción para escapar del punto caliente obedeciendo las indicaciones de Puma. La siguiente que se reanimó de su impresión fue Alice, que arrastró literalmente a Inma hacia un pasillo lateral evitando así que un mutante la aplastase con su grotesco pie desnudo. De igual forma, el pequeño equipo de cooperación formado por las dos parejas de hermanos se dirigió hacia el oeste del edificio con intención de alcanzar en el menor tiempo posible el helicóptero que extinguiría aquella guerra, mientras la pretensión de Davis y M.A fue marcharse por el este. Nicole corrió desesperadamente para reunirse con los jóvenes en su huída, pero la desgracia se abalanzo sobre ella cuando uno de los fieros atacantes bloqueo el camino con sus doscientos kilos de peso. Los sentidos de la policía se paralizaron instantáneamente sin concederle un mínimo intervalo de tiempo para su defensa. El terror absoluto se estaba apoderando nuevamente de su organismo. Aquel engendro de la naturaleza exhibió una mueca perturbadora que simulaba una sonrisa perversa antes de asestarle un violento puntapié que la lanzó contra un muro de carga que entumeció su columna tras la colisión. 

—¡¡¡Nicole!!! ¡¡¡Noooo!!! —chilló Davis tratando de localizar una vía segura por la cual pudiese acceder para auxiliar a su amiga, pero el verdadero problema era que tres imponentes mutantes se habían posicionado justo delante de él obstaculizando sus intentos de volver a penetrar en la zona cero. El fiel muchacho adoptó una postura de ataque mientras extraía su lanza retráctil para enfrentarse a ellos en un insensato combate, pero M.A se lo impidió estirando de su camiseta, esquivando un puñetazo mortal en un repentino acto reflejo.

—¡¿Es qué estás loco?! ¡¿Quieres que te maten?! ¡¡No hay tiempo para hacerse el héroe!! ¡¡¡Mueve el culo, coño!!! —le imperó éste prácticamente arrastrándolo a lo largo del corredor.

Nicole se descubrió a sí misma tumbada en el frío suelo con su visión nublada por el impacto. Observó como el mutante se aproximaba hacia ella con intenciones evidentemente malignas, y buscó a su alrededor el más mínimo apoyo de algún miembro del grupo, pero ni siquiera Davis se encontraba en las cercanías. Probablemente había obedecido su consejo. Lo cierto era que así lo prefería. Trató de incorporarse con sus vértebras doloridas, suplicando por recuperarse antes de que su atacante la embistiese por segunda vez, pero este se hallaba a tan sólo unos metros suyos. Entonces fue cuando ocurrió lo inesperado. Un torbellino imparable de munición acosó al mutante hasta el punto de forzarle a que la olvidase como presa prioritaria. Su defensor había sido uno de los presos de mayor rango. Crow.

—Vamos, Miss Porra en los dientes, péguese a mi suave culito antes de que me arrepienta de haberme quedado a ayudarla —la instó burdamente a que se esforzase en huir rápidamente de la recepción. Nicole obvió aquellas palabras tan prepotentes como groseras y supuso que debía concederle más importancia al gesto de voluntad. Esquivó un amenazante rodillazo de aquella bestia y se evadió de la escena en dirección suroeste con Crow cubriendo su espalda.

Su enemigo se defendió de sus continuos ataques con un gancho lateral. Maya lo eludió agachándose antes de emplear toda la ira que residía en las profundidades de su ser para despedazar su rótula en miles de fragmentos de hueso con un formidable cabezazo. El monstruo rugió de dolor y arremetió con un inesperado puñetazo que resquebrajó una mesa de cristal cuando se estampó contra ella, desorientando ligeramente sus sentidos y originando un denotado corte en su antebrazo del que comenzó a manar una cascada de sangre. A pesar de sus renovadas fuerzas, le resultaba extremadamente difícil combatir contra tal aglomeración de mutantes. 

—¡¡¡Maya!!! ¡¡¡Aquí!!! ¡¡¡Vámonos!!! —escuchó de una voz difusa en el ambiente. Era Alice quien reclamaba su improvisada salida del combate. Inma se hallaba junto a ella acompañándola como únicas testigos del altercado. Comprobó cada mínimo cuadrante de la recepción carente de cualquier tipo de vida humana, y se percató de que había cumplido con el objetivo de proteger a sus compañeros, así que evadió un descomunal pie que amenazaba con aplastarla antes de retirarse de la lucha al marcharse con las chicas hacia el sureste del hospital. La huida había comenzado. Pronto sucedería lo peor.

—Dios, ¿los hemos perdido? —preguntó M.A aspirando enormes bocanadas de aire para recuperar su ritmo normal de respiración tras la intensa carrera a la que habían sobrevivido.  

Davis observó por una rendija de la puerta desde el interior del dormitorio. Al joven no le había agradado precisamente huir como una rata asustadiza hasta localizar un escondite en el que habían despistado a los seis mutantes que les acechaban, al igual que el hecho de haberse visto obligado a abandonar Nicole en medio del desastre en el que se había transformado la recepción, pero no quería responsabilizar de ello a M.A ni comenzar una discusión con la situación tan arriesgada en la que se encontraban todavía activa. Además, teóricamente, había evitado que se convertiese en el aperitivo de aquellas fieras. Sólo rezaba para que su compañera rubia se encontrase en perfecto estado y lograse sobrevivir al ataque.  

—No veo a ninguno. Creo que los hemos despistado. Vamos, podemos... —anunció éste siendo inmediatamente interrumpido por un sonoro estruendo que había sido provocado en el pasillo exterior. 

Ambos abandonaron con presteza su guarida e instantáneamente contemplaron a un descomunal bulto carnoso moldeado con agresividad por el ambiente radiactivo aferrando una de sus huesudas manos alrededor del cuello de un superviviente con pretensión de quebrarlo. El muro derruido que acompañaba el pintoresco escenario indicaba que probablemente aquella persona se había ocultado en el interior de otro cuarto y el mutante en cuestión le había descubierto. Pese a no ser propio de su naturaleza, Davis agradeció a la fortuna que las víctimas de sus garras no hubiesen sido ellos dos. Ambos compañeros sintieron un escalofrío recorrer su espina dorsal cuando barajaron la posibilidad de que la presa pudiera ser alguno de sus compañeros más cercanos, pero por suerte, estaban equivocados. El que intentaba zafarse con todas sus fuerzas de la presión sobre su garganta era el doctor Payne. 

Si la víctima hubiese sido cualquier otra persona, Davis se habría planteado un método de actuación para ejecutar un rescate, pero su atención se hallaba plenamente concentrada en un maletín blindado perfectamente conocido que se encontraba desamparado en el suelo. Su instinto impulsivo comenzó a convencerle de que aquel era su única oportunidad de recuperarlo. Podría apoderarse de su contenido sin concederle a aquel doctor la alternativa de impedirlo. Fue cuando todavía se debatía entre obedecer a su necesidad o a las advertencias de Nicole que presenció un gesto de horror en el semblante de M.A tras cerciorarse de una esfera irregular armamentística proyectora de metralla que Payne acababa de arrojar a los pies del mutante. Embistió velozmente a su compañero de escapada, cubriendo la integridad de su organismo al mismo tiempo que lo derribaba antes de que se produjese la explosión. 

El científico voló lejos de su prisión orgánica mientras ésta exhalaba un profundo gruñido de rencor antes de desplomarse inhabilitado. Aquel desequilibrado mental se había defendido con una granada de mano arriesgándose a estallar él mismo. 

Davis se incorporó con su correcta visión parcialmente turbada y su silbante audición lamentándose por el estallido, pero sin haber olvidado en ningún instante su objetivo primordial. El maletín se encontraba abierto a una distancia muy cercana de su posición, por lo que pudo apreciar que se encargaba de resguardar la tan famosa piedra de color obsidiana y otro objeto que no había presenciado anteriormente, de similitud exacta a una baliza. Sin embargo, el perspicaz doctor parecía haberse percatado de sus intenciones, aunque no debía ser excesivamente difícil correr con más velocidad que un señor maduro próximo a la senilidad. Pero olvidó el elemento de defensa más importante en un apocalipsis zombi. El razonamiento.  

—¡¡Davis, no!! ¡¡Vuelve aquí!! —rogó su compañero por que abortarse su propósito, pero sus súplicas fueron en vano. Las piezas estaban dispuestas sobre el tablero de juego. Ya nadie podría detenerlo. O tal vez sí...   

Dos estrepitosos estruendos perforaron sus oídos. La pretensión de M.A fue emitir un alarido de espanto, pero de su garganta solo emergió un gemido apenado. El joven Taylor se precipitó abruptamente hacia el compacto suelo. Durante aquella pérdida momentánea de su conocimiento, con un mortífero proyectil perforado en su abdomen, el muchacho se arrepintió de no haber acatado el consejo de Nicole. Todo acto en el fin del mundo puede conllevar unas consecuencias fatídicas.

—¡¡¡No, no, no, no, no, no!!! —bramó M.A combatiendo con sus piernas para recuperar una postura erguida, pero lo único que obtuvo fue el tercer disparo de Payne en su hombro. Su brazo intacto comenzó a palpitar fruto del rozamiento provocado por la descarga de munición a la vez que contemplaba como aquel asesino recuperaba el maletín y desaparecía de la zona desentendiéndose de sus propios actos con una sangre fría insuperable. El lisiado apoyó su espalda sobre una pared e inhaló profundamente el oxígeno del ambiente soportando el ardor de su extremidad antes de conseguir levantarse finalmente.

—¡¡Joder, mira que te lo he advertido!! ¡¡¿¿Por qué coño has hecho eso??!! —reprendió al herido de gravedad mientras le servía como apoyo para ponerse en pie al mismo tiempo que cargaba con su peso muerto—. ¡¡¡Tenemos que salir de aquí antes de que el ruido atraiga a esos cabrones!!! ¡¡¡Hay que buscar una de esas salidas de emergencia que mencionó Puma!!! 

—Maletín... Piedra... Llama... Nicole... Dile... Cogerlo... —balbuceaba delirante mientras tosía continuamente a causa del dolor en su musculatura. 

—¿Es que quieres que maten a tu compañera también? ¿No has tenido ya bastante? Dios, más te valdría olvidarte de esa piedra de mierda y suplicar para salir de esta. 

A tan sólo unos metros a la izquierda de su posición, un ente desconocido volvió a proferir un rugido ensordecedor. Maya no detendría eternamente a los treinta mutantes. Debían apresurarse lo máximo posible. Afortunadamente, tras optar por una circunvalación cercana, ambos apreciaron una salida de emergencía totalmente despejada de cualquier riesgo.

El trío conformado por Alice, Maya e Inma atravesó una de las salidas de emergencia laterales del hospital, localizándose finalmente en un despejado ambiente externo liberadas de cualquier clase de ofensiva mutante. Recorrieron velozmente el jardín en el que reposaban los restos sepultados de Naitsirc y Dyssidia antes de situarse aliviadas en la entrada principal del hospital, pero su tranquilidad sufrió una perturbación cuando observaron junto a ellas a un Davis inconsciente siendo socorrido por un angustiado M.A. 

—M.A, ¿qué demonios ha pasado? —preguntó Maya asaltada por un repentino estrés mientras se acercaba a examinar al herido. Su compañero se sobresaltó tras percibir aquellas palabras de alteración, pero se tranquilizó cuando reparó en que la susodicha poseía determinados conocimientos en enfermería. 

—Le han disparado en el abdomen. Creo que se he desmayado por el dolor. He tratado de hacer algo, pero... 

—Está bien, está bien... Respira, M.A... Lo último que necesitamos ahora mismo es que te dé a ti una subida de tensión o un infarto. Has hecho bien trayéndole a un lugar en el que estuviese fuera de peligro. Eso es suficiente, y más si tenemos en cuenta el estado de tu brazo. Voy a comprobar el disparo —les anunció ella retirando la camiseta que cubría sus abdominales para examinar el orificio producido por el proyectil. 

—¿Y bien? —interrumpió Inma el silencio sepulcral tras unos interminables segundos de análisis. 

—El daño ha sido superficial. La bala ni siquiera ha debido rozar un órgano vital antes de salir por la espalda, teniendo en cuenta el escaso sangrado. Se recuperará pronto. Hemos tenido mucha suerte, porque si se hubiese dañado el estómago o el hígado, probablemente habría muerto casi al instante. Y mis conocimientos en cirugía son los mismos que los vuestros. 

Los asistentes a la noticia ni siquiera habían manifestado su inmesurable alivio cuando divisaron un helicóptero diseñado especialmente para el combate desplegar sus hélices surcando un cielo teñido por la oscuridad de la noche comandado por dos adultos acompañados con dos menores de edad como sendos copilotos.  

—Compañeros, aquí Puma —comenzó a transmitir a través de su walkie-talkie personal—. El helicóptero está preparado para abrir fuego contra el hospital. Necesito confirmación por vuestra parte de que nadie sigue dentro del edificio. Cambio. 

—Aquí Alice transmitiendo desde la entrada principal del hospital. Estoy fuera con Davis, Inma, M.A y Maya. Supongo que puedes vernos —añadió antes de agitar sus antebrazos para asegurarse de que el receptor se hubiese percatado de su ubicación.

—Te recibo, Alice. ¿Alguien más en la linea? Este es vuestro momento de responder —advirtió ávido por entablar comunicación con otros supervivientes. 

—Aquí Crow, general. Estoy en la entrada trasera con la rubia tetona. Hemos encontrado una ambulancia en buen estado y nos dirigimos ahora mismo hacia vuestra posición. No sé que ha sido del resto de los presos, pero si le digo la verdad, me sudan los huevos. Los muy subnormales desobedecieron su orden de salir del hospital y siguieron montándose su propio campo de batalla. He tratado de hablar por radio con el grupo que me seguía, pero ninguno ha contestado desde que me separé de ellos. Es muy probable que estén muertos. 

—¿Qué hay del doctor Payne? ¿Lo has visto? —le mencionó con la intención de que Crow resolviese su interrogante, pero fueron los chillidos perjuriosos de M.A los que retumbaron en el altavoz. 

—Ese hijo de la gran puta le ha disparado a Davis a bocajarro sin importarle una mierda si lo mataba. Por mi puedes tirarle el edificio encima. El muy cabrón se lo merece. 

—¡¡¡Así que ha sido él!!! ¡¡¡Desgraciado con patas!!! —le insultó Alice realmente enojada por la información que acababa de obtener—. ¡¡¡Apoyo la moción!!! ¡¡¡Deja a esa rata ahí dentro!!!

—Me parece que ya es tarde para eso. Le he visto salir del hospital corriendo con ese maletín que no suelta ni para cagar. Ni puta idea de a donde se ha pirado —concluyó Crow con la controversia.

Fue en ese preciso instante cuando Inma reveló un suceso de vital importancia para cada una de las personas que la acompañaban. Un equipo conformado por unos diez mutantes aproximados que habían permanecido en la recepción se abalanzaban rugiendo alocados hacia todos ellos tras haberse cerciorado de su llegada.

—¡¡¡Están viniendo!!! —vociferó la joven produciendo el estallido de sus pulmones. 

—¡¡¡Puma, los mutantes se nos van a echar encima en cuestión de segundos!!! ¡¡¡Todo el mundo está fuera!!! ¡¡¡Tenéis que volar el hospital ya!!! —chilló Alice a modo de súplica a través del walkie.

—¡¡¡Que todo el mundo se aparte lo máximo posible del hospital!!! ¡¡¡Ahora!!! ¡¡¡Y taparos los oídos!!! —les señalo una serie de advertencias Eva, quien era más conocedora que su compañero sobre el procedimiento habitual durante un bombardeo. 

—¡¡¡Vuélalo, Eva!!! ¡¡¡Vuélalo!!! —fue la última orden que el general dictaría. 

Despedida aquella permisión, cuatro compactos misiles Stinger emergieron de ambos extremos de las alas del Apache en dirección a distintos puntos estratégicos de la edificación. Incluso los cimientos más solidos del hospital se rindieron ante la desmesurada potencia de fuego que produjo su devastación. Los materiales que antaño habían conformado aquel centro sanitario de categoria militar se transformaron instantáneamente en un nido de escombros inútiles acompañado por una nube de polvo grisácea. El Santa Sara Abelló había alcanzado el final de su existencia. 

—¡¡Lo hemos conseguido!!  —exclamó Adán desde el asiento trasero del helicóptero con júbilo originando una sonrisa de alivio en el rostro de los demás pasajeros—. ¡¡Chócala, Florr!! 

—Sí, lo hemos conseguido —suspiró la piloto más calmada tanto por haber eliminado a su principal amenaza como por el inestimable hecho de que ya no debía permanecer ni un segundo más en el pasaje del terror—. Supongo que se ha acabado. 

Puma examinó minuciosamente a través del parabrisas delantero el benefactorio estado de sus compañeros. Divisó como Maya le enviaba una señal de positividad cuando orientó su pulgar hacia arriba. Sin embargo, la voz perteneciente a Alice que brotó de su radio no auguraba presagios optimistas.

—¡¡¡Puma!!! ¡¡¡A tu derecha!!! ¡¡¡Cuidado!!!

Fue tras haberse efectuado aquella advertencia cuando sintieron el pesado cargamento extra que se había añadido al número de pasajeros existente. Debido a ello, el helicóptero comenzó a descontrolarse delimitando una estela circular en sus imparables giros mientras la piloto combatía con los controles para estabilizarlo. Adán y Florr se agarraron asustados brindándose un simultáneo apoyo cuando una anormal mano de siete repulsivos dedos perforó el blindaje del Apache y les permitió contemplar la corroída figura del mutante cuando éste destruyó el lateral del vehículo.

Por suerte, sus arremetidas no superaron el nivel de una simple tentativa cuando el costado desaparecido del Apache colisionó inevitablemente contra un rascacielos contiguo e impulsó a aquella bestia inhumana hacia el pavimento. Sin embargo, ambos copilotos empezaron a gritar desesperados por auxilio en cuanto apreciaron como la corriente del exterior les arrastraba con pretensión de imitar el impacto del mutante contra la avenida. Pero ellos no sobrevivirían.

Puma actuó con la suficientemente rapidez para sostener de la mano a su hermana Florr antes de que le arrancasen su derecho a existir. Adán, por su parte, cerró los ojos sintiendo como el vendaval le agredía sus mejillas cuando se aferró a la pierna de su amiga en un último intento por sobrevivir.

—¡¡¡Eva, tienes que hacer un aterrizaje de emergencia!!! ¡¡¡Es la única forma que tenemos de salir de esta!!! —rogó Puma agarrando con mayor firmeza la muñeca de la adolescente y empleando todas sus fuerzas para levantarla sin éxito alguno.

—¡¡¡Lo sé, lo sé!!! ¡¡¡Lo estoy intentando!!! ¡¡¡Tú concentrate en que no se caigan!!! ¡¡¡Por el amor de Dios, Puma, que no se caigan!!! —le suplicaba Eva batallando contra la despresurización del vehículo para apoderarse de su control. 

Pero Florr sabía que aquella promesa no podía cumplirse. El sudor que recorría sus dedos sólo conseguiría que pronto resbalase irremediablemente, e incluso condujese a su hermano con ellos hacia una escalofriante muerte. No se incluía en sus planes permitir que aquello ocurriese, pero tampoco que el pequeño perdiese la vida junto a ella. No era una encrucijada sencilla. 

—¡¡Tenemos que hacer algo, Maya!! ¡¡No podemos simplemente dejarles morir!! —imperó Inma interrumpiendo la impresión que les había saltado desde el inicio del ataque. Su prima observó como el mutante precursor del desastre se preparaba para una segunda arremetida. 

—Gilipollas —le espetó Florr a Puma de forma totalmente inesperada por parte del hermano mayor—. Vamos a morir y tú sigues sin ser sincero conmigo.  

—¡¡Ya casi lo tengo, Puma!! ¡¡¡Aguanta un poco más!!! —le gritó desamparada la piloto desde la cabina, pero la mente de su compañero se hallaba sumida en un viaje interestelar a través de una multitud de recuerdos.

“La ignorancia es la felicidad. Es lo que se suele decir, aunque parece ser que tú así lo piensas, efectivamente.” “La verdad puede ser tremendamente dura, pero a sabiendas de eso, la curiosidad por conocerla es algo intrínsecamente humano. Necesitamos y queremos saber...” “Estás traicionando la confianza de Florr. No le estás haciendo un bien al ocultarle las cosas. Cuando la falsa felicidad dibujada por la ingenuidad se destapa, lo único que puede devolver esa felicidad son las personas. Para ella, solo eres tú... ¿Qué demonios estás haciendo?”

“No vuelvas a cometer los errores del pasado que me hicieron sufrir durante meses y me instaron a odiarte como nunca antes he odiado a ningún ser humano. Tienes la oportunidad de reescribir tu historia cuando tú lo desees.” “Reescribir tu historia cuando tú lo desees.” “Cuando tú lo desees”. 

El Apache volvió a sufrir una incontenible sacudida que agitó violentamente sus cuerpos en el instante en que el mutante atacó con un puñetazo la región frontal del vehículo. Puma contempló la mueca de despedida que se remarcaba en el precioso rostro de la pequeña niña a la que había jurado proteger. Notó como una lagrima se resbalaba por su mejilla. Era la primera vez en mucho tiempo que estaba llorando frente a sus ojos. Su alma más afectiva se resquebrajó como un frágil cristal.

—¡¡¡Tengo leucemia, Florr!!!

Y cuando sus manos terminaron por separarse y los hermanos menores comenzaron a distanciarse velozmente del reíno de las nubes, su vínculo obtuvo el lamentable destino de romperse por toda la eternidad. O tal vez no fuese así.  

—¡¡¡Maya, haz algo!!! ¡¡¡Van a morir!!! ¡¡¡Tú eres la única que puede salvarlos!!! —vociferó Alice estresada por la impotencia de la situación. 

Ni siquiera recapacitó sobre los riesgos de aquella opción. Maya aceleró la velocidad de sus piernas hasta alcanzar la rapidez de un automóvil en sus niveles más primarios de funcionamiento, lo cual resultó ser suficiente para efectuar un salto que le permitió atrapar a Florr y Adán todavía en el aire a escasos metros de su perdición antes de aterrizar tras rodar repetidas veces sobre sí misma sin que nadie recibiese perjuicio alguno.

Aún se estaba recuperando de aquel subidón de adrenalina cuando se percató de que el mutante recobraba sus instintos asesinos atacando a los niños a los que protegía lanzando una furgoneta inutilizada. Lo que aquella amalgama formada por músculo y partículas radiactivas no se imaginaba era que su contrincante femenina la apartaría de su trayectoria con una simple patada. Incluso M.A supuró expectación por cada uno de sus poros en aquel preciso instante.

Sin pretensión de perder más tiempo del necesario, Maya arrancó un pedazo de cristal afilado que emulaba a una gélida estalactica e inmediatamente lo lanzó, ensartando el cuello del mutante en la puerta de una lavandería. El último de sus problemas se había exterminado de una vez por todas.

—¡Guau, eres como Superman! —exclamó Adán ocasionando una sonrisa de satisfacción en el semblante de la joven superheroína. Por primera vez había empleado sus poderes para salvaguardar la vida de alguien en lugar de segarla. Un remanso de paz consigo misma recorrió sus venas.   

Una vez que el entorno se encontró libre de cualquier perturbación, el helicóptero efectuó el ansiado aterrizaje de emergencia permitiendo a sus tripulantes abandonar finalmente el vehículo inhabilitado para corroborar el correcto estado de salud de sus hermanos. 

—Adán, cariño, ¿estás bien? ¿Estás bien? ¿Estás herido? —le asaltó Eva con sus preguntas de preocupación mientras se abrazaba a su pequeño. 

—No, pero estaba muy asustado —le respondió entre la intervención de repentinos sollozos—. Menos mal que Maya nos salvó. 

—Ya pasó, cielo, ya pasó. No ha sido nada. Ya pasó. 

La pareja de hermanos más reservada intercambió una de sus escasas miradas de ternura antes de que Florr se aferrase a la cintura de su hermano escuchando el ritmo de los latidos de su corazón. 

—Lo siento mucho, Puma. Siento haberte tratado de esta manera estos días. Es sólo que... deberías habérmelo contado antes... Yo... 

—No, Florr, si alguien debe disculparse ese soy yo. Tendría que haber confíado en ti. A partir de ahora no habrá más secretos entre nosotros. Lo prometo. 

—No puedes prometer eso. Te conozco demasiado bien —le contradijó ésta con un gesto de picaresca enmarcando sus labios que inundó a Puma de un sentimiento de bienestar.

—Bueno, uno puede reescribir su historia cuando lo desee. ¿No crees?

El motor de un vehículo de clase terrestre apareció esparciéndose en el sosegado ambiente. Una ambulancia de elevada calidad sanitaria se reveló emergiendo de la intersección con una travesía que antaño conectaba con la región sur del hospital se situó junto al emplazamiento del accidente aéreo. De ambos asientos delanteros surgieron las figuras embutidas en suciedad de Crow y Nicole.

—¿Qué ha pasado? ¿Estáis todos bien? ¡Oh, Dios mío! ¡¡Davis!! ¿¿¡¡Qué demonios ha ocurrido??!! —interrogó Nicole a Alice, quien cargaba con el joven inconsciente en sus brazos.

—Le han disparado en el abdomen —susurró ésta temerosa por la reacción que pudiese desencadenar en la agente.

—Sí, pero no es nada grave. La bala salió por la espalda y no ha herido ningún órgano de vital importancia —añadio Maya con pretensión tranquilizadora tras haberse apresurado en reincorporarse al grupo cuando se cercioró de la llegada de Nicole—. Eso sí, durante estos próximos días, más le valdría reposar todo lo posible para recuperarse por completo del disparo. Sé que ahora mismo permanecer en una cama es imposible, pero nada de piruetas con la lanza ni de patadas voladoras por un tiempo. Espero que te encarges personalmente de recordárselo.

—¿Quién ha sido? ¿Por qué? —prosiguió Nicole con el interrogatorio con intención de obtener un añadido de información.

—Ha sido ese cabronazo del doctor Payne —destapó M.A respondiendo a su cuestión sin permitir que sus compañeras realizasen el anuncio—. El caso es que se montó un follón enorme mientras huíamos, el maletín que quiere tú amigo se quedó tirado en el suelo, se lanzó a por él sin pensárselo dos veces y ese hijo de puta le acribilló a balazos para frenarle. Porque no sé dónde se ha metido, que si no le reventaba la cara a ostias.

—Dios, mira que le advertí que debía tener cuidado, pero como de costumbre, no me ha hecho caso. Menos mal que no ha sido nada más grave. Podría haberle matado —declaró la policía la decepción que sentía en aquellos instantes hacía su fiel compañero—. Dámelo, Alice. Lo pondré en una de las camillas de la ambulancia. Tengo que hablar urgentemente con él cuando despierte.

—Veo que todos habéis salido con vida de ahí, general. No puedo decir lo mismo de esos imbeciles. Ellos solitos se han buscado la muerte —comentó Crow en referencia a los presos atrayendo la atención de Puma que hasta su intervención se había mantenido férreamente en Florr—. Tenemos que largarnos ya de aquí, general. Si el barbudo de los líquidos raros se ha pirado con el aparatito ese que alejaba a los zombis, se nos van a echar encima en cero coma. Y, por cierto, ¿a dónde vamos a ir? 

—No lo sé. Buscaremos algún lugar seguro en el que poder descansar hasta que amanezca. Ya hemos tenido suficiente por hoy. Ponte al volante de la ambulancia, ¿de acuerdo? Ahora mismo vamos —le comunicó al ex convicto a la vez que éste regresaba a su puesto como experto conductor—. Ah, y Crow... No me llames general. Llámame Puma a partir de ahora.

El susodicho asintió con una afirmación de su cabeza antes de completar su retirada. Puma volvió a examinar desde un punto de vista diferentemente radical a cada uno de los miembros de aquel grupo al que había tratado de controlar. Ante él se presentaban amigos leales como aquellos con los que había sobrevivido en Stone City, no esclavos como aquellos a los que había atacado en Almatriche. Fue entonces cuando reparó en que la muerte de Selene no había sucedido en vano. La posesión de aquel hospital había desencadenado el cambio definitivo en la transformación que había sido originada con la muerte de Eriel. Sólo ella había podido detener a la bestia de su interior. Lo único que podía sentir en aquella situación era agradecimiento. Un profundo y sincero agradecimiento. 

—Hasta nunca, Santa Sara Abelló. 

  
  





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